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  —209→  

ArribaAbajoLa novela

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En páginas anteriores aludí al hecho de que la plana mayor de los poetas españoles figuró en la emigración. En contraste ésta contó con muy pocos novelistas. Que yo sepa, no salieron de España otros que Ramón J. Sender, Benjamín Jarnés, Puig y Ferreter y Eduardo Zamacois. Me refiero a escritores cuya producción habitual fuera la novela y no a los que esporádicamente publicaban alguna.

En las novelas de los emigrados dominaron -fenómeno que es habitual en la literatura de exilio- el recuerdo y la evocación, sobre la ficción. Algunas constituyen una aportación al conocimiento de aspectos de la vida española, especialmente la de los medios pueblerinos y rurales.

Creo que la producción de algunos de los autores noveles se resintió de ciertas fallas. Las más salientes son, a mi juicio, la cargazón de imágenes y figuras literarias, debilidad a la que el escritor novato cede llevado de un ingenuo prurito de estilismo, la propensión a los discursos filosófico-político-sociales, en vez de dejar que de los hechos, las palabras de los personajes, y del ambiente, emanen todas las significaciones perseguidas, cosa posible cuando unos y otros están bien captados, y la inadecuación frecuente entre la condición de los personajes y su manera de expresarse. Más de uno de estos incipientes novelistas se excedió, en su afán de realismo, en el lenguaje fuerte y el tono desgarrado. En esta crudeza de lenguaje no incurrió -rasgo que merece ser señalado- ningún escritor catalán. Cabría buscar una   —210→   explicación al fenómeno, considerándolo desde el punto de vista de la sociología literaria.

En efecto, una clase media más acomodada y próspera y, sobre todo, un medio rural más rico que el castellano y el andaluz, parece que pudieran haber influido en las maneras de expresión literaria de los catalanes despojándolas de la crudeza de la de los escritores castellanos, al evocar éstos una realidad mucho más áspera.

La forja de un rebelde, novela autobiográfica de Arturo Barea es, a mi juicio, una de las de mayor consideración entre las publicadas en el exilio. Apareció primero en Inglaterra y en lengua inglesa y fue muy pronto traducida al francés. No deja de ser extraordinario el caso de un escritor español cuya obra se publica en su idioma cuando ya habían adquirido notoriedad y tenido una crítica muy elogiosa las ediciones inglesa y francesa de la misma. En La forja de un rebelde nos cuenta Barea su infancia; infancia de niño pobre, hijo de una lavandera de las que ganaban la vida lavando ropa en las orillas del Manzanares; su adolescencia, sus primeras luchas para ganarse la vida, primero como dependiente de comercio y más tarde como empleado de Banco. Los tres ambientes; el callejero de su vida de arrapiezo humilde, el del mediano comercio madrileño y el de la Banca, en Madrid, están magníficamente reproducidos, en un lenguaje natural con el que dice lo que quiere sobria y eficazmente. Entre los capítulos mejor logrados del primer tomo (la novela consta de tres), figuran los dedicados a evocar sus veraneos en un pueblo de la provincia de Madrid, a donde lo llevaba un tío suyo de posición semiholgada. El cuadro que ofrece Barea del ambiente rural castellano es magnífico por su riqueza y fuerza descriptiva y por la agudeza de observación. La actitud crítica ante esta visión retrospectiva deja, sin embargo, vivo el recuerdo de las sensaciones infantiles. Las descripciones de las casas, el paisaje, las labores del campo, las fiestas pueblerinas; el relato de las sórdidas pugnas familiares de los pueblos, llenan páginas comparables a las mejores dentro de la prosa novelística española. Muchos tipos de la novela, sobre todo la figura   —211→   de la madre, abnegada, paciente, incansable trabajadora, llena de humanidad, son de las que perduran en la memoria del lector.

En el tomo segundo nos traslada Barea al Marruecos español, coincidiendo con el gran desastre de 1921. Entre los libros inspirados por la tremenda aventura española de Marruecos, creo que es éste de Barea el que ofrece de ella una visión más acabada: hechos de guerra, descripción de lugares, entre ellos la magnífica de Xauen, el dramático y vivo relato del desastre de Annual, el ambiente de los cuartos de Banderas, los negocios de la Intendencia, se entrelazan en una narración en que vibran las notas dramática, heroica y picaresca.

En el tercer tomo, inferior, en mi concepto, a los otros dos, se ofrece una descripción de Madrid durante la guerra civil y el relato dulas peripecias sentimentales del autor y de su actuación como funcionario del Ministerio de Estado durante los dramáticos días del asedio de la Ciudad. A decir verdad, creo que lo menos justo de la obra de Barea es el título. Más que la forja de un rebelde, lo que se contempla es el desarrollo de un carácter del que la rebeldía no es, precisamente, el rasgo más destacado.

Ramón J. Sender. Entre las novelas publicadas por este autor en el exilio figuran: Hipogrifo violento, Mosén Millán, El rey y la reina y Crónica del Alba. En la primera de estas novelas se evocan los días escolares pasados por el autor en un colegio de frailes, en Reus. El libro es amable, sin durezas. Lo que en él prevalece es un sentimiento de añoranza. En unas líneas preliminares dice R. J. Sender: «La narración ofrece un trascender poético que recuerda el problema central de La vida es sueño. En estas páginas se ve al autor -Sender se refiere a un supuesto tal-, tratando en vano de descorrer el velo de una realidad absoluta sólo accesible a la religión o a la poesía» y en otro lugar: «el autor consigue en su prosa una objetividad curiosa y renuncia a los argumentos, que no harían sino complicar su dolor de vencido con consideraciones a un tiempo amargas y triviales. El autor anima sus recuerdos de la infancia y   —212→   en ellos se refugia creyéndolos una fortaleza inexpugnable. Otros hombres, los de la esperanza, escapan cuando se ven perdidos, por los problemáticos espacios del futuro y la ilusión. Esta ilusión también es posible en la reconstrucción y reviviscencia del pasado, a pesar de todas las decepciones». En Hipogrifo violento destaca la figura de un hermano lego, un espléndido acierto de creación literaria, encarnación de humildad, sencillez, bondad, poesía y profunda sabiduría, que llena toda la novela con su humana e idealista presencia.

En Mosén Millán relata Sender un drama acaecido en un pueblecito catalán durante la guerra civil: el sacrificio de un mozo noble y valiente, de espíritu liberal, que se incorpora lleno de entusiasmo al despertar cívico de España, con la República y a quien los falangistas fusilan, después de haber sido descubierto el lugar en que se ocultaba por Mosén Millán, el cura de la parroquia. La delación la hace el cura más por debilidad de carácter que por maldad. A este cura le encomienda el autor la evocación de los principales episodios de la vida de Paco el del Molino, que así se llamó el joven, mientras el sacerdote espera sentado en uno de los bancos de la sacristía la llegada de los feligreses a los funerales de aquel. De la evocación va saliendo perfilada la figura recia, simpática, noble, del protagonista, los episodios principales de su vida y una descripción animada de los lugares donde aquella transcurriera.

El rey y la reina. Acerca de esta novela transcribo un juicio crítico de Luis López Álvarez, aparecido en la revista Cuadernos, N.º 17, correspondiente a marzo-abril de 1956: «A Ramón Sender acaban de publicarle en francés, en la colección ‘Mediterranée’ de las Editions du Seuil, su novela El rey y la reina, en excelente traducción de Emmanuel Roblés. La acción de El rey y la reina se desarrolla en plena guerra civil española. No es, sin embargo, una novela de la guerra civil, sino que se trata más bien de una novela en la guerra civil. Ramón Sender habría podido caer en la obsesión de la guerra civil al hablar de hechos que pasan en aquella época. Hubiese sido incluso lógico, dada su condición de refugiado, que se fue de España con tan   —213→   dramática imagen en la cabeza. Sin embargo, no ha sido así. La guerra aparece en la obra, se halla presente, cercana, pero sin que llegue por ello a inundar las páginas del libro. Sender consigue, sin duda alguna, la perspectiva necesaria para enfocar las cosas.

¡Extraña novela ésta de Ramón Sender! Extraña novela en la que lo real y lo irreal se confunden y mezclan, y se confunden también lo verosímil y lo inverosímil, lo lógico y lo absurdo. Sin duda que esta mezcla, que esta paradoja que es toda la novela, han sido deseadas por el autor».

Betty Kirk reseña en la revista americana Books-Abroad University of Oklahoma Press, una obra de Sender -de esta excelente revista he traducido bastantes de las reseñas dedicadas a obras de escritores exilados; las que proceden de ella llevan las iniciales B. A.-: Epitalamio del Prieto Trinidad (Quetzal, México, 1942) y escribe: «Las muchas facetas de esta obra de Sender plantean al lector el ejercicio de todas sus facultades intuitivas, intelectuales y sensuales, a fin de entender toda su significación e inquietante belleza. Sender describe el libro como ‘un poema del subconsciente’ que será de primordial interés para los expertos en la novela psicológica. Para crearlo ha calado tan hondo, con tal abandono, en los abismos que él describe, que hay momentos en que aun el menos iniciado siente toda la fuerza y pavorosa profundidad del mundo subterráneo que revela». De Crónica del alba (Ed. Nuevo Mundo, México, 1942), novela autobiográfica, primera de una serie con ese carácter, planeada bajo el título general de La jornada, escribió Betty Kirk (B. A.): «Esta serie, si se llega a completar, puede promover en el mundo de habla inglesa un conocimiento más profundo de la cultura española -espiritual, física y política- y de la vida española en general. El relato tiene por fondo un pueblo español a principios de siglo. Es el mismo pueblo de otra novela de Sender, pero en ésta el mundo que se nos ofrece es más grato, como visto por los ojos de un niño. El tema central de esta serie autobiográfica, es la definición del papel del español en su mundo. Según esta definición, el hombre puede   —214→   ser héroe, poeta o santo. Un verdadero hombre está formado por los tres. Éste es el ideal que se propone Pepe Garcés, el protagonista, al comenzar a andar por el mundo. El libro termina cuando el muchacho entra en un colegio o convento de frailes para iniciar sus estudios. El lector queda con la esperanza y el interés de volver a encontrar a este muchacho a su retorno de la escuela y conocer el relato que pueda hacer de lo que es la educación típica en España y ver, a través de sus ojos, la vida española».

Mexicayotl (Ed. Quetzal, 1941). En este libro Sender reunió cinco novelas cortas y cuatro cuentos descriptivos de México. De él escribió David Lord (B. A.): «Ningún mexicano ha realizado lo que Sender, pues el novelista español está en la feliz posición del que contempla el bosque antes de que los árboles hagan confusa la visión. Las leyendas indias tienen la resonancia de lo popular, Sender ha observado agudamente y extrae significaciones originales de todo lo que ha visto; reacciones de un hombre dotado de poderosas facultades intuitivas que escribe no como un europeo sino como un americano. Visión caleidoscópica de México, dada mediante la descripción de una serie de incidentes dramáticos que sirven para destacar los rasgos más salientes de una raza». Los títulos del libro son: Tototl o El valle; Xocopotl o El desierto; Manllotl o La montaña; Ecatl o El lago; Navalath o El volcán. Y los cuentos: El puma; El águila; Los peces; El buitre.

Sueños de grandeza es una novela de guerra -concretamente de los episodios de la lucha de la guerra civil en Madrid- de Antonio Sánchez Barbudo. El protagonista, un tanto metafísico y poeta, quizá más lo primero que lo segundo, no ve claro el sentido de la lucha; se enfrenta a ella con la perplejidad del filósofo que por querer desentrañar el ser, el verdadero ser de las cosas, se queda casi siempre en la simple interrogación. Esta actitud interrogadora es peculiar del autor de Sueños de grandeza y constituye la esencia de otra obra suya sobre España a la que nos referimos en otro capítulo de este libro. Sánchez Barbudo nos hace asistir a la disgregación postrera de una familia   —215→   durante la guerra civil española. Hay en la descripción de la vieja Carmen y de su hija Carmina, algunas reminiscencias proustianas. Están bien dibujados los tipos de estas dos mujeres, el de la primera, sobre todo, añorando, en medio de la triste miseria que la rodea, sus pasadas grandezas.

La novela adquiere tensión y fuerza indudable cuando el autor describe la defensa de Madrid. Uno ha oído muchas cosas y leído bastantes acerca de la maravillosa hazaña de la villa heroica pero, a mi juicio, los capítulos de esta novela de Sánchez Barbudo referentes a ella figuran entre lo mejor, más lleno de emoción y de aliento en la forma, que acerca del tema se ha publicado.

Cumbres de Extremadura, de José Herrera Petere, es también novela de guerra o, mejor dicho, de guerrilleros. El libro lo forma una serie de estampas, que impresiona por su autenticidad, de la lucha a vida o muerte de los campesinos extremeños acogidos como último recurso a la fragosidad de la sierra, huyendo del exterminio bárbaro y cruel. La descripción de los tipos y del ambiente, así como los diálogos, son un indudable acierto de justeza. Trimotor, Admirante, el alcalde y otros, son figuras que se graban en la mente del lector, lo mismo que el relato de las trágicas escenas que tienen lugar a la entrada de los falangistas, los moros y el Tercio extranjero en el pueblo. Creo que el mejor elogio que cabe hacer de la novela de Petere es subrayar que, en terreno tan esquilmado -por lo mucho que se cultivó por grandes figuras de las letras- como el de los relatos acerca de los guerrilleros y sus aventuras, esta Cumbres no desmerece al lado de las mejores en ese género. También de Herrera Petere es Niebla de cuernos. No me parece tan buena -dejando a un lado lo distinto del tema, el ambiente, etc., como Cumbres de Extremadura. No me agrada la atmósfera de irrealidad y de, a mi juicio, innecesaria fantasía que en ella prevalece; innecesaria para decir todo el desengaño, la indignación del español derrotado, al ponerse en contacto con el ambiente de incomprensión, de indiferencia y de egoísmo, de absoluta falta de visión del inmediato y sombrío futuro, que le ofrecían otros   —216→   países. La obra abunda en comentarios irónicos, a veces mordaces, acerca de los convencionalismos y falsedades de la vida social, política, intelectual, de Francia -que puede decirse eran los del mundo-, percibidas cruda y desoladoramente por cuantos traían todavía en los ojos el relumbre del crisol de España.

Salvador de Madariaga. De entre los hombres de letras del exilio fue Salvador de Madariaga, indudablemente, aquel cuya obra se diversificó más. Nada se sustrajo ni se sustrae a su tremenda laboriosidad y constante inquietud. Ensayo, novela, teatro, poesía, crítica literaria, historia; todo lo acometió y acorneta con varia fortuna. Los frutos de tan prolífica actividad no podían ser de ninguna manera igualmente sazonados. Hay de todo entre ellos. Desde la obra histórica que deja traslucir una investigación rigurosa, y el ensayo penetrante -el terreno en el que con más firmeza se mueve don Salvador- hasta las desenfadadas incursiones por los terrenos de la dramática, pasando por la novela. Lo mejor de su obra -de la publicada en el exilio- lo constituyen, a mi juicio, el Cuadro histórico de las Indias, o Auge y decadencia del imperio español en América, Bolívar, Portrait of Europe y la aguda interpretación crítica de Hamlet que precede a una magnífica versión al castellano de la obra. Estos libros, así como De la angustia a la libertad, consagran a Salvador de Madariaga como una brillante y destacada figura del pensamiento europeo contemporáneo. Pero hay otro aspecto en Madariaga, que es obligado subrayar. Me refiero a su decidida y digna actitud de defensor de los principios de libertad y de dignidad humana que ha sostenido incansablemente desde el periódico, la tribuna y el libro. Madariaga ha sido de los clercs que no han traicionado cuando tantos lo han hecho.

Salvador de Madariaga publicó en el exilio varias novelas. El corazón de piedra verde es obra que ronda el género de la novela histórica o de la historia novelada. Por ella desfilan muchos tipos, algunos de ellos un tanto convencionales. Madariaga nos ofrece una visión del México precolonial, inmediatamente posterior a la Conquista y otra de España, allá por el mismo tiempo. El avaro y sórdido judío, el sabio rabino, el monje piadoso,   —217→   al borde de la santidad, el noble castellano, conversos, inquisidores, etc., son las figuras que sobresalen en el lado español; en el mexicano, los reyes y emperadores aztecas, sacerdotes, guerreros, con todo el impresionante, patético y sangriento ritual religioso de aquella civilización. Duendes, fantasmas y un corazón de jade con mágicas virtudes eróticas completan el cuadro. La obra es rica en descripciones minuciosas de las costumbres y vida, así como de las creencias religiosas de la época. Sería insincero, sin embargo, sino declarase que El corazón de piedra verde no añade, en mi concepto, ningún extraordinario lauro a la personalidad literaria de su autor.

Ramo de errores. El Duque de Rocalta, aristócrata español, viudo de su primera esposa, una mujer espiritual y algo romántica que le deja un hijo muy afín en sensibilidad a la madre, se casa de nuevo con una joven. Madrastra e hijastro, por impulso predominante de ella, se enamoran. Una noche, al final de una fiesta en el palacio ducal, en la que Luis, el hijo, y Teresa, la segunda esposa, dan un recital de canto y piano, tras la mampara que oculta a los intérpretes del público suena un disparo. Los que primero acuden encuentran al Duque semiarrodillado, con un revólver en la mano derecha, mientras que con su otro brazo sostiene el cuerpo exánime del hijo. Una institutriz inglesa completa el cuarteto de protagonistas. ¿Suicidio? ¿Filicidio por celos? ¡Qué dramón! pensará el lector. Pues no hay tal. Por toda la novela circula un aire de humor. Su quid es «filosófico» y pudiera enunciarse así: imposibilidad de aprehensión íntegra de la verdad, de la que no alcanzamos a ver más que aspectos parciales o deformados, al refractarse sus manifestaciones en la conciencia de los que, desde ángulos y posiciones diversas y con psicología y temperamentos diferentes, las presencian o especulan sobre ellas. Madariaga ofrece la versión que del drama y sus íntimas y ocultas motivaciones dan un jesuita, el padre Mendieta, capellán de los duques, Miss Evans, la institutriz a la que las apariencias pueden presentar como amante del duque, cosa que es falsa; un matrimonio de cuidadores de una de las fincas campestres del aristócrata, un hermano   —218→   de éste, una cocotte, también con falsas apariencias de relaciones amatorias con el duque, el ayuda de cámara de éste, un supuesto rival en amoríos y, finalmente, un escéptico suizo español. Se me olvidaba mencionar la de unos perros, pues con un coloquio perruno se inicia el libro. Naturalmente las versiones no concuerdan. La novela es de lectura entretenida, de escritura desenvuelta, con numerosos tipos bien trazados, que van describiéndose mutuamente sus peculiaridades de carácter.

La camarada Ana. Después de tantas obras, algunas de ellas verdaderamente impresionantes, en las que se describe el terrible ambiente de delación, sospechas, persecución policíaca, sumisión ciega a las consignas, crueldad, alucinantes y sádicos martirios de detenidos para extraerles la «verdad» que convenga, que prevalecen, según declaran los autores de ellas, en la Rusia soviética, esta novela, no viene a ofrecer ningún aspecto nuevo de esa realidad. La trama: un sabio atómico inglés que traiciona a su patria al entregar el fruto de sus investigaciones a los rusos. Su esposa, la camarada Ana, que hace el sacrificio de seguirle hasta trasponer la cortina de hierro. Después vienen el desengaño al tropezarse con la realidad, las intrigas, el sentirse estrechamente vigilado, la asfixia intelectual, la desintegración moral, la detención, los interrogatorios, el campo de concentración y la muerte del sabio.

La jirafa sagrada. Una utopía humorística de la que -siguiendo el conocido recurso- Madariaga nos presenta como autor a Arcival, profundo conocedor de la vida inglesa -sabemos que Madariaga lo es. Arcival nos cuenta por boca de Madariaga, la vida de Ebania en el año 30000. Ebania es uno de los países que florecen en pleno dominio de una civilización negra cuyo elemento director e inspirador son las mujeres. La novela sigue durante unos dos o tres capítulos el procedimiento de utilizar el relato como medio de criticar diversos aspectos de la vida europea, procedimiento de antecedentes célebres en la literatura que, por bien conocidos, no necesitan mención, pero el resto está dedicado a consideraciones en torno al régimen político,   —219→   el papel de la mujer y del hombre, el amor, las artes y otras cuestiones en relación con la utópica Ebania.

Max Aub. La producción literaria de Max Aub fue copiosísima y en extremo diversa: teatro, novela, crítica e historia literaria, y poesía. Los campos de concentración, las ciudades ocupadas por el enemigo con su atmósfera deprimente, son escenarios en los que se desarrollan algunas de las obras de Max Aub. La forma de sus relatos es tajante, directa, a veces dura, y sin demasiadas concesiones a la retórica. Algunos personajes de Max Aub quizá peroren demasiado sobre lo social, lo político y lo moral, pero sus peroratas son ilustrativas de sus reacciones frente a las tremendas circunstancias de nuestra guerra y derrota, a las de la guerra mundial que estalló después, y a las del mundo actual en general. La lectura de las obras de Max Aub deja un primer sabor amargo. Sin embargo, lo que en ellas prevalece en definitiva no es el pesimismo sino un sentimiento de protesta y rebeldía; y no hay rebeldía en el fondo de la cual no aliente una esperanza.

Entre las novelas escritas por Max Aub en el exilio, figuran: Campo cerrado, Campo abierto, Campo de sangre y Las buenas intenciones, ésta última de género diferente a las otras tres. Está en la línea de la buena tradición novelística española y en ella se dejan sentir las influencias galdosiana y barojina, sin menoscabo de la manera original de su autor. En la trama rica en sucedidos, los personajes van labrando insensible y al mismo tiempo fuertemente su carácter. ¿La trama? El sacrificio de un hijo muy cariñoso, Agustín, que para ocultar a su madre, a la que adora, que una criatura cuya paternidad le achacan, es en realidad hijo de José María, su padre, se hace el responsable y simula un casamiento reparador; Agustín y Remedios, la muchacha burlada, una humilde planchadora, niña expósita, viven, nada más que en apariencia, como casados y terminan enamorándose perdidamente. Escrúpulos e indecisión, derivados de su carácter y de las especiales circunstancias de su situación, hacen que no se lo declaren. Remedios no puede soportar más tal situación y huye, siendo infructuosas cuantas pesquisas hace   —220→   Agustín para encontrarla. Agustín, siempre llevado de sus buenas intenciones, se casa con Angelita, una pobrecilla tímida y enfermiza a la que sus padres, una pareja de prodigiosos tacaños, han criado hambrienta y acomplejada. Pero el recuerdo de Remedios es en Agustín cada vez más fuerte, quizá la única, aunque dolorosa, vibración vital de su carácter, mezcla de melancolía, apatía y bondad. Remedios se pierde definitivamente al convertirse en entretenida de lujo, sin que se desintegre su contextura moral, fundamentalmente noble. Agustín es asesinado obscuramente por los falangistas en la ciudad de Alicante al concluir la guerra civil. De entre los personajes de la novela están muy bien trazados el de José María, el padre burlador, mezcla de canalla marchoso y campechano, sin escrúpulos, los de Remedios, Agustín y Micaela, su madre, así como el de Angelita, la muchachita raquítica y feúcha, consciente de su insignificancia, alma infeliz que se estremece ante cualquier muestra de cariño. A dar vida a la novela contribuyen otros personajes más, de alguno de los cuales se ofrecen biografías sintéticas: Lucas, el librero de viejo y bibliómano; Tellina, restallante tipo de valiente y matón, en carrera que se inicia, siendo casi un adolescente, en Valencia; Tula, la payesa acomodada a quien casan como de oficio con un hereu catalán, al que sorprende en incestuosas relaciones con su madre y del que huye a campo traviesa en una noche de tormenta para refugiarse en casa de sus padres; don Cándido, el cura de la Almudena, Chuliá, el fantástico proyectista; Petra y Paca, planchadoras; Marcelino el relojero y su esposa María, los padres de Angelita, Pilar, una amante fugaz de Agustín, y algunos otros también interesantes.

De Campo abierto (Tezontle, 1951) escribió J. S. Brushwood (B. A.): «En esta segunda parte de la trilogía El laberinto mágico, Aub presenta su visión de la guerra civil española hasta noviembre 8 de 1936 cuando Madrid se salva de los rebeldes. La obra termina con una nota de esperanza, pero la confusión ideológica, los conflictos y semiconflictos entre los componentes de las fuerzas defensoras de la República, se dejan traslucir. Las diversas posiciones se ofrecen a través de personajes no estrechamente   —221→   relacionados entre sí. La novela sufre, consecuentemente, de cierta falta de unidad, y también de alegatos o tiradas filosóficas demasiado extensas. Sin embargo, las caracterizaciones son buenas y el autor ha conseguido, de manera admirable, dar al lector la sensación del desorden, las dudas y las certezas fundamentales de individuos y grupos y de la nación».

«Sería equivocación -dice un crítico norteamericano, al referirse a Campo de sangre, otra novela de Max Aub- describir esta larga novela -segundo volumen de El laberinto mágico- como la historia de un médico militar durante la guerra civil española, pues el autor no tiene historia que contar. Los caracteres, presentados entre una nube de epítetos, observan y hablan; algunas de las escenas son vivas y los comentarios están muy lejos de ser superficiales. Es indudablemente cierto, por ejemplo, decir del español que es a un tiempo universal y local o cantonalista, orgulloso pero no vano, amante de la justicia, pero enemigo de la ley, y que al recordar las grandes glorias piensa menos en la conquista de Orán o del Nuevo Mundo, que en las defensas de Sagunto, Numancia o Zaragoza. Por lo que se refiere a la crueldad y falta de moderación que el autor considera son características españolas, habría mucho que decir en favor de la que quizá es fundamentalmente la más humana de las naciones de Europa».

Manuel Andújar. A este autor se deben: El vencido, La llanura y Cristal herido. En las dos primeras novelas se describe el medio pueblerino o rural de comarcas toledanas o manchegas; malquerencias que no retroceden ante el crimen, sordidez y mucha miseria moral. Se conoce que el autor ha vivido el ambiente duro y áspero de esos pueblos muy de cerca y que ha dejado en él una fuerte e imborrable impresión. El torvo cacique, el matón, el señorito de casino de pueblo, todos estos tipos tan reiteradamente tratados en la novelística española contemporánea, desfilan por las novelas de Andújar, algunos firmemente trazados y con indudable fuerza dramática, originalmente recreados.

Otaola. Un escritor fácil y brillante, con una rara habilidad para la expresión literaria de sus observaciones. Los tordos en   —222→   el pirul es un libro por el que Otaola hace desfilar a sus amigos y conocidos de San Felipe Torresmochas y en el que describe aspectos diversos de la vida en dicho pueblo. Al ir leyendo Los tordos en el pirul nos vino a veces la idea de si no era un tanto arbitrario que el libro se calificara de novela. Pero bien vistas las cosas, el libro es, en efecto, la novela de un pueblo en la que lo poético, lo humorista, y, a ratos, lo escatológico, se entrelazan siempre con gracia y agudeza. Otaola ha logrado calar en la intimidad de un pueblo, en toda la compleja trama de su diario vivir, cosa siempre difícil. Los parajes, las calles, las plazas, las tabernas, los tipos, las fiestas, algunos medios domésticos, todo es objeto de la gran capacidad narrativa de Otaola y de su espíritu finamente observador. Otaola publicó, además, La librería de Arana y Unos hombres. En el primero se describen unos cuantos medios de la emigración en México y se caracteriza certeramente y con evidente gracia a algunos refugiados.

Benjamín Jarnés. De este autor no sé que haya publicado en el exilio otra novela que La venus dinámica, escrita poco tiempo después de su llegada a México como exilado. La lectura de esta obra le deja a uno algo perplejo. ¿Es posible que después de una experiencia tan tremenda como la de la guerra civil española pueda un escritor sentarse a redactar una serie de ingeniosidades -muy bien escritas, eso sí, porque Jarnés fue un excelente escritor- a propósito de un asunto tan frívolo? Se puede replicar diciendo que el escritor debe ser fiel en todo momento a su temperamento y sensibilidad literarias y que el contrariarlas no puede llevar a otra cosa que a creaciones falsas y artificiosas. El argumento convence a medias. Hubiera sido preferible, en mi concepto, que Jarnés dejara de escribir durante algún tiempo, para, entretanto, hurgándose por dentro, y con auxilio de sus grandes recursos de escritor, llegar a crear una obra digna de ellos. Jarnés se contentó, por el contrario, con ofrecernos las aventuras Dolly, mujer guapa, inteligente e inquietante, generosa y dinámica, y de un joven arqueólogo, casado, del que se hace amante. Todo envuelto en una atmósfera de humor.   —223→   Lo menos negativo que, a mi juicio, se puede decir de La venus dinámica, es que su aparición fue inoportuna.

Clemente Cimorra. De Clemente Cimorra es la novela Cuatro sobre la piel de toro, publicada en Buenos Aires. Los cuatro son niños que se pierden en el barullo que se forma al estallar la bomba arrojada por Morral al paso del cortejo de boda de Alfonso XIII y Victoria Eugenia. Los cuatro van a parar a manos de un matrimonio de pícaros, especializados en el «hallazgo» de niños extraviados, a cuyos familiares les hacen pagar con largueza la suerte de que se los devuelvan indemnes. Entre las cuatro familias y entre los infantiles protagonistas se anuda una estrecha relación de amistad nunca después rota. Uno de los muchachos es asturiano, castellano otro, y de Madrid y de un pueblo andaluz los otros dos. El relato se extiende desde la fecha del famoso suceso hasta la terminación de la guerra civil y en él figura, así, ni más ni menos, todo cuanto acaeció sobre la piel de toro: España, durante ese tiempo, en lo político, social, literario, etc.; en suma todas las manifestaciones de la vida española durante el largo período en que parecía que no pasaba nada, pero en el que, efectivamente, pasaban muchas cosas que culminaron en el desastroso final. Después de unos cuadros de costumbres de las diferentes regiones de donde proceden los cuatro protagonistas: unas escenas de la vida de un pueblo asturiano, una celebración pantagruélica en uno de Toledo, una fiesta en uno andaluz y la descripción de un hogar muy madrileño, de gente rancia y con pretensiones, viene lo demás ya aludido. La obra está escrita en estilo suelto y periodístico, tono que se mantiene constantemente a lo largo de ella, sea cualquiera la naturaleza de los hechos descritos, trivial o tremenda.

Rosa Chacel. Memorias de Leticia Palma. En esta novela, la autora da prolija cuenta del análisis introspectivo de la protagonista. Todo lo que no es autodisección psicológica queda reducido a rango manifiestamente adjetivo. La novela, como es natural en escritora de las indiscutibles dotes literarias de Rosa Chacel, está muy bien escrita. En ella da muestras la autora de   —224→   un penetrante conocimiento de la complicada psicología infantil y adolescente.

Paulino Masip. De entre los escritores exilados, no muy conocidos antes de la emigración, o que en ésta hicieron sus primeras armas como tales, Masip es, a mi juicio, uno de los que en el terreno de la literatura de imaginación ofrece un perfil más acabado y una obra con mayor unidad de inspiración y de carácter. Hay en Masip una fertilísima fantasía y un rasgo muy raro en el humorismo español: la ausencia de hiel, la no utilización del ensañamiento y del ridículo como medios para hacer reír, así como tampoco de la gracia gruesa. La trampa, Dos hombres de honor, Ha entrado un ladrón y muchos otros cuentos y novelas cortas, han quedado incorporados, con plenos títulos, a lo mejor de la corriente de la nada repleta vena humorística española, la del humorismo de buena ley.

El diario de Hamlet García es obra de más alcance que las citadas y está llena de finas observaciones puestas en labios de su intelectual protagonista acerca de los azares en que se ve envuelto durante la guerra civil en Madrid y de vivos y dramáticos relatos de episodios de la misma, sin que por debajo de todo deje nunca de vibrar la fina nota de humor.

De Pedro Salinas es La bomba increíble, sátira, llena de humor, del cientificismo y del tecnicismo que inspiran toda la vida de una nación utópica y fantástica: el Estado técnico científico. Aunque no escasean las obras inspiradas en tema análogo, la de Pedro Salinas no recuerda a ninguna, y es en todo momento original. Entre nota y nota de humor, resuena la más grave de la lamentación por la estúpida maldad que hace que los hombres no descansen en su tarea de exterminarse entre sí. El libro termina con una exaltación de la fraternidad y la paz. La obra es de las que, por estar tejidas de imaginación y de gracia, no se dejan apresar fácilmente en una reseña. Tratándose de tal autor, creo innecesario subrayar las altas calidades literarias de La bomba increíble.

Álvaro de Albornoz y Salas. Humorismo muy personal el de Albornoz y Salas; a base de graciosa elementalidad en la forma   —225→   y, en ocasiones, de una muy bien lograda atmósfera de irrealidad. Un humorismo que brota con fuerza de la línea y del párrafo concretos, pero que en algunos casos no alcanza a envolver la totalidad de sus relatos, como si al final se evaporara, lo que hace que algunos queden un poco desvaídos, dando la sensación de falta de eso que es la esencia misma, tanto de las «suertes» literarias como de las taurinas: el remate. Entre las fantasías contenidas en su libro Matarile, son muy buenas, a mi juicio, la de ambiente cubano, con Toledo, la cucaracha protagonista y el vampiro. Uno piensa, leyendo a Albornoz y Salas, en lo que resultaría de una colaboración suya con Luis Buñuel. ¿No sería un film de un delicioso surrealismo? Apreciaciones personales aparte, es indudable que Matarile, y Los niños, las niñas y mi perra, acusan en su autor un muy original sentido del humor y una fertilísima capacidad de invención. De Álvaro de Albornoz y Salas merecen particular mención las Revoleras, greguerías muy graciosas, muy directas, menos sofisticadas, por lo general, que las del patrón del género.

De Luis A. Santullano es una novela corta Telva o El puro amor. Se publicó en México reunida en un volumen con otra, Paxarón o la fatalidad, aparecida antes en Madrid. Ambas son de ambiente asturiano, que el autor, asturiano también, conocía a fondo y sentía de manera entrañable. Esta Telva es una asturiana, un poco de rompe y rasga, a la que viene a remover los posos de puro amor que en ella yacen latentes, Fausto, personaje algo fantasmal, al que el lector conoce por modo indirecto, más que por lo que él mismo nos diga, idealista, humanitario, con ribetes de reformador social, que vuelve a Asturias tras largos años de ausencia como emigrado. Pero el despertar del amor puro de Telva se queda en eso nada más, en un despertar, porque Fausto toma otra vez el rumbo de la aventura. Telva es un animado cuadro de costumbres asturianas impregnado del dulce y amable humorismo de la tierra.

Diego de Mesa es autor de Ciudades y días (Ed. Darro y Gerril, México, 1948) obra de la que un crítico escribió: «En estos ocho relatos breves el autor da cuenta de sus experiencias   —226→   durante la guerra civil. No traslucen actitud partidista; el enemigo coexiste meramente como un elemento más de los que componen la realidad de la guerra. Para Diego de Mesa la lucha en España fue una vasta agonía que todas las cosas, hombres, animales, casas, compartieron igualmente. Su última historia: Otra vez al campo, más que un relato es un himno de amor a la tierra perdida, evocada desde la amargura del exilio. La guerra civil española ha inspirado seguramente muy pocas páginas más bellas y conmovedoras que éstas».

José Ramón Arana escribió varios relatos breves, entre los que figura la novela corta El cura de Almuniaced. Anteriormente ya hice alusión a Arana al ocuparme de las librerías, pues es aquel que iba y venía con un cargamento de libros como vendedor ambulante. En esta novela corta se ponen de relieve los rasgos distintivos de Arana como escritor; como escritor muy digno de ser tomado en cuenta. Entre ellos figura una gran sensibilidad para la captación de las sensaciones emanadas de la contemplación de la naturaleza, del paisaje, que Arana expresa con vigor y emoción. El autor nos ofrece en esta breve obra la bien trazada y viva figura de Mossèn Jacinto, el cura de Almuniaced, pueblecillo aragonés; alma noble, bondadosa, bajo apariencias de rudeza, identificado con el pueblo y sus gentes, un poco melancólicamente desilusionado de la eficacia de sus prédicas evangelizadoras, de concordia y paz, que ve estallar en su parroquia la sublevación que da comienzo a la guerra civil española, presencia el dominio de las fuerzas populares que se levantan en defensa de la República y, por último, el triunfo de los «libertadores». El postrer arranque generoso de Mosén Jacinto le cuesta la vida a manos de un moro del tercio extranjero. En la forma recia de Arana como prosista se nota la innegable influencia de Unamuno. En el mismo volumen figura la que se podría llamar fantasía literaria, titulada El último sueño de Cervantes, en la que se describe un sueño agónico de éste, en el que se contempla niño, hombre asediado por la desventura y finalmente sobrecogido ante el misterio de la muerte. De este sueño son parte también un diálogo de Cervantes con su Ángel   —227→   Custodio, camino del cielo, diálogo lleno de intención, y una audiencia en la que Sancho es llamado a hacer justicia en su Ínsula Barataria, a instancias de don Quijote. El lenguaje de esta escena, tanto el puesto en labios de Sancho como el de don Quijote, es de una gran propiedad y con él recrea Arana una atmósfera de gran verdad, a un tiempo quijotesca y cervantina.

Ready, de Antonio Ortega, es una novela deliciosa. Es el relato de la vida y azares de un perro filósofo -no muy cínico- moralista, con ideas muy interesantes acerca de cosas tan importantes como la lucha por la existencia, el amor, la caridad, la justicia y la moral. Ready nos cuenta su experiencia de la vida, adquirida en medios muy diferentes. Una especie de Lazarillo de Tormes de la raza canina, humano, inteligente y cordial. Antonio Ortega ganó el primer premio en un concurso de ensayos convocado por la Dirección de Propaganda del Ministerio de Defensa en Cuba; el primer accesit de un concurso de artículos periodísticos convocado por dicha Dirección, el premio Varona en 1944 y el Hernández Catá en 1945. Creo que Ortega ha sido el único autor, entre todos los de la emigración, al que plagiaron nada menos que un cuento íntegro; el plagio fue puesto en evidencia.

Luis Amado Blanco publicó dos novelas cortas en un volumen titulado Un pueblo y dos agonías. La villa de Avilés, en Asturias, es evocada certeramente y con poética emoción a través de los recuerdos de infancia del autor. Una agonía es la de Clara, la víctima de un resentimiento nacido en ella por la falta de cariño de su madre, resentimiento que va cegando todas las fuentes de los buenos impulsos de su alma noble por naturaleza. En el relato se equilibran armoniosamente la observación psicológica y el elemento realista que llega a alcanzar en algunos momentos fuerza que impresiona. La otra agonía es la del tío Romualdo dentro de cuyo espíritu libran tremenda lucha las tentaciones de la carne y el ansia de pureza, y que se debate entre dolorosos escrúpulos. «Hay un equilibrio -dice el tío Romualdo- del cielo y del barro, y yo no alcanzo ese equilibrio. Soy de cieno pero quiero la redención y la verdad». El carácter del   —228→   tío Romualdo está trazado con justeza y riqueza de matiz raramente igualadas en la novelística española actual. De Amado Blanco son también dos poemas: «Claustro» y «Poema desesperado», inspirado el segundo por la muerte de García Lorca.

José Gomis Soler escribió una novela: Cruces sin Cristo, sobre episodios de la guerra civil. En el libro se exaltan los ideales de justicia social, por los que tan heroicamente luchó el pueblo español, se describen con fuerza y acierto varios personajes representativos de la reacción en armas. La obra termina cuando una maestra idealista conduce a un grupo de niños hacia «los bellos lugares de paz, trabajo, de promisión social que otro pueblo hermano del pueblo ibérico, hermano de todos los pueblos, supo crear con sangre y sudor de sus hijos»; estos lugares se encuentran en Rusia. El libro de Gomis está excelentemente escrito.

Manuel D. Benavides. Ya desde una de sus primeras obras: El último pirata del mediterráneo, que le dio renombre, se mostró Benavides como autor de rasgos muy personales. En su manera de escritor se entremezclaban un agudo sentido crítico, un sentido novelador o novelesco aplicado a hechos auténticos, un fondo de rebeldía siempre latente. En el exilio, Benavides produjo varias obras interesantes por la riqueza de datos acerca de episodios de la guerra civil, obras cuya consulta será obligada para quienes aspiren a conocer aspectos significativos poco comentados de muchos acontecimientos sucedidos en nuestra guerra.

David Arias escribió en el exilio en Santo Domingo una novela: Llegará del mar, mezcla de género policíaco y de aventuras, de trama complicada, llevada con gran habilidad, denotadora de una gran imaginación y de muchos recursos técnicos. Toda la obra está impregnada de humor. El eje del relato lo constituye el robo de unos cálculos matemáticos, en poder de un profesor exilado en Santo Domingo, documentos que vuelven a ser robados del Observatorio de Madrid. Mucha de la acción transcurre en Santo Domingo, otra parte en Madrid. La novela abunda en personajes y bien delineados y en multitud de episodios. La obra termina con un fantástica expedición aérea de   —229→   guerra. Toda la acción tiene lugar durante la segunda guerra mundial. Con esta novela este buen escritor asturiano se desvía del tono sentimental y lírico que inspiró gran parte de su obra, para entrar con paso firme por las veredas de la literatura de aventura y misterio.

José Fernández Lerena es el autor de La noche roja y Los hombres son fieras, novelas en las que se relatan acontecimientos acaecidos en España antes y durante la guerra civil.

Fuente Abeja es el relato de la vida en un pueblo Zamorano. Elicio Muñoz Galache, su autor, buen conocedor del ambiente rural castellano, nos ofrece en él unas cuantas vivas estampas ilustrativas de la miseria, los atropellos, las duras condiciones de trabajo y su miserable retribución en los campos de Castilla, así como del movimiento de rebeldía surgido entre los sometidos, al advenimiento de la República en España. Fuente Abeja es una obra de fondo social de indudable calidad y de interesante lectura.

Jaime Fernández Gil acusa en Los senderos fantásticos -colección de cuentos- destacadas cualidades de escritor de terso estilo, fértil inventiva y fino sentido del ritmo y la proporción del relato breve. Para mi gusto los mejores son los cuentos de ambiente montañés y castellano, sin que sean desdeñables las calidades de otros sobre temas de guerra -la segunda mundial. En los primeros: La herencia, El crimen de Calderón, se revela, a mi juicio, una magnífica influencia, la del patriarca literario de la montaña, Pereda, influencia que no impide el libre desarrollo de la peculiar manera literaria de Fernández Gil.

Augusto Pi y Sunyer publicó la Novel·la del besavi -La novela del bisabuelo- en lengua catalana. Pese a que este libro tiene más de biografía y autobiografía que de novela propiamente dicha, la incluyo en este capítulo por sus muchos valores netamente novelísticos, de lenguaje, concepción y desarrollo. En esta obra nos ofrece el autor el relato de la vida de tres de sus antepasados: el viejo Sunyer y Pagés, de un Sunyer y Capdevila y de un Pi y Sunyer. La vida de estos hombres transcurre teniendo como fondo las agitadas luchas políticas de la segunda mitad   —230→   del siglo XIX y las guerras carlistas, episodios en los que los Sunyer participan abiertamente, siempre del lado liberal y enfrente de la reacción. En el libro hay innegables calidades literarias. Pi y Sunyer hace desfilar ante el lector, animados de vida y de carácter, personajes como el viejo Sunyer, el bisabuelo del autor; Tató, filósofo cínico pero, en el fondo, carácter noble y bondadoso; Sunyer, y Capdevila, médico y político que llegó a ser ministro en un gabinete de Pi y Margall, durante la república del 73. En La novela del bisabuelo se retrata con gracia la vida pueblerina en Rosas y Figueras y se relatan los principales acontecimientos de la revolución del 68 y de la primera república. Muchas de las certeras consideraciones que a Augusto Pi y Sunyer le sugieren estos hechos son enteramente aplicables a los que determinaron la desaparición de la segunda. En el libro alternan en forma hábilmente equilibrada los capítulos que nos pintan a los protagonistas y sus acciones y los que describen el fondo político y social de la época. En alguno, muy interesante, describe Pi Sunyer el movimiento cultural denominado Renacimiento catalán, alfa por las postrimerías del siglo XIX, del que destacan las figuras de Almirall, Torres y Bagés, Víctor Balaguer, Mosén Cinto Verdaguer, Víctor Catalá, Piferrer, Milá y Fontanals, Balmes y Clavé, representantes eminentes de todos los aspectos de la cultura catalana. En La novela del bisabuelo resalta una faceta espiritual insistentemente transmitida, por lo que se ve, a través de las generaciones de la estirpe de los Sunyer; la coexistencia de dos tendencias del espíritu: la científica, materialista y la trascendente, en constante lucha por apresar algo a lo que no se puede llegar por los caminos de la ciencia; el secreto de la vida, el último e impenetrable secreto.

Jaime Roig escribió en el exilio una novela: El darrer dels Tubaus -El último de los Tubaus. En ella traza la historia clínico-sentimental de tres generaciones de una familia. Hay en ella miserias, dolor, fracasos; se nos va describiendo el proceso de la lenta desintegración de una estirpe un día floreciente. Al comenzar la novela uno cree que va a tener que enfrentarse a un relato en un estilo descarnado, realista. La impresión no   —231→   dura más allá de dos a tres páginas, pues la dureza poco a poco, es suavizada por la ironía y el sentido del humor de su autor. Late en muchos trozos del libro, excelentemente escrito, de Roig, esa morosa delectación en la evocación de la tierra, los paisajes y los lugares, característica de los escritores catalanes.

De Agustí Bartra es L’estel sobre el mur -Biblioteca Catalana, B. Costa Amic, México 1942-, colección de relatos cortos que se podrían denominar poemas en prosa. Bartra comienza a veces presentándonos a los personajes situados en medios de tinte realista, por lo general: la casa de vecindad, el barrio popular, pero los rodea enseguida de un halo de misterio y nos los ofrece bien pronto en panteísta comunión con el paisaje, el aire, la luz, los árboles, el mar. En algunos de estos relatos de La estrella sobre el muro vibran acentos de encendido lirismo, con un eco de paganía, de manifiesta ascendencia mediterránea. Entre los más bellos figura, a mi juicio, el titulado Nòmada de ambiente tropical, logrado con sobriedad de elementos y en el que se entreveran dolor, amor y pasión que por no encontrar el blanco, van a la ventura, nómadas, como el protagonista.

De A. Bladé Desumvila es Benissanet que pudiera bien ser la novela del pueblecillo de este nombre en la provincia de Tarragona, del que se evocan en el libro muchas cosas: sus olores a miel, a claveles, a trigo y a paja nueva, que van pautando la marcha de las estaciones; su cielo, sus hombres y mujeres, sus casas, sus tierras, las labores del campo, la caza, las fiestas; evocación en la que Bladé pone un fervor entrañable.

Juan Moles, el eminente jurisconsulto, publicó en México un libro: Mossèn Cinto -Editorial Catalònia, México 1944. Aunque propiamente se trata de un libro biográfico lo incluyo, un poco indebidamente, en esta reseña de novelas, porque los hechos descritos en él, si bien enteramente reales, parecen a veces ser el fruto de una desbordada imaginación. Desde las primeras páginas de este pequeño gran libro queda prendido el interés del lector, interés que se va haciendo cada vez más vivo y se va tiñendo de emoción, de indignación y de asombro. El libro   —232→   es una biografía del autor de L’Atlàntida -una de las cimas de la poesía épica española- y de Canigó: Verdaguer. Una biografía admirablemente lograda, en la que se captan los rasgos más salientes de la personalidad del gran poeta catalán. Pero el tema central de ella es el relato de un artero y alevoso ataque contra Mossèn Cinto. Don Juan Moles no menciona ni una sola vez en el transcurso del libro a los jesuitas, aun cuando da los suficientes indicios como para no errar en la filiación de los enemigos de Verdaguer, los que por boca de uno de ellos le anunciaron que «le harían sudar gotas de sangre». Mossèn Cinto no había hecho otra cosa para concitar la tremenda, increíble saña persecutoria que contra él se desató, que aconsejar a don Claudio López Bru, Marqués de Comillas, en cuya casa ejercía el cargo de capellán, que parte de una fuerte cantidad de dinero que el Marqués estaba dispuesto a donar a los religiosos citados para la edificación de un colegio para muchachos de familia acomodada, fuera dedicada a los pobres de Barcelona. El libro de Juan Moles está lleno de episodios que parecen fruto de la fantasía, pero que, desgraciadamente fueron realidad y amargaron los días de Verdaguer. Sus enemigos consiguieron que los superiores jerárquicos del sacerdote ordenaran la retirada de éste al Monasterio de Gleva, en lo alto de una montaña, donde lo tuvieron secuestrado. De allí logró huir al saber que se le pretendía recluir en el Asilo de Capellanes de Vich para sacerdotes alienados, refugiándose en Barcelona. Después evoca Moles la campaña montada para presentar a Verdaguer como un hombre desequilibrado, entregado a la magia y al culto de ritos extraños; los intentos de detención, su autodefensa en los periódicos, el dictamen favorable que, certificando su salud mental, extendieron los más distinguidos psiquiatras de Barcelona, la reacción popular incontenible en su favor, sus interminables gestiones para lograr que le levantaran la sanción, consistente en el retiro de sus licencias sacerdotales y, finalmente, su rehabilitación. Más adelante nos pinta Moles a Mossèn Cinto, viejo, maltrecho, viviendo de un modesto beneficio en la Parroquia de Belem: «Cinto había de concurrir, a fin de aumentar sus ingresos, a todos   —233→   los entierros y funerales en los cuales tomaba parte la comunidad de Belem. Daba pena verlo casi todos los días por la calle, soportando las inclemencias del tiempo, en largas caminatas, como un vulgar capellán de los llamados de misa y olla, dedicado a una tarea tan poco adecuada a la excelsitud de su figura». Pero no todo es sordidez, crueldad, miseria moral, en esta triste historia. Al lado del poeta, inconmovibles, solos al principio, secundados más tarde por un arrollador movimiento popular en su favor, está un grupo de amigos fieles: Turró, el eminente biólogo e investigador; el propio Juan Moles, a quien Mossèn Cinto llama «valiente campeón de su defensa»; Mossèn Costa, un sacerdote humano, simpático y culto, y unos pocos amigos más. Fuera del pequeño círculo de las amistades íntimas, destaca Juan Moles las figuras de Fray Tomás Genaro Cámara, agustino, Obispo de Salamanca, a cuyo cargo ascendió siendo muy joven, hombre de una vasta cultura, y la del Padre Migueles, también agustino, que estuvieron decididamente al lado de Mossèn Cinto, tan pronto como se enteraron de la verdad. Los enemigos no cejaron ni a la hora misma de la muerte del poeta y, ya casi en la agonía, le forzaron a firmar un testamento que, afortunadamente hubo tiempo de rectificar pocas horas antes de que expirase. Finalmente, pretendieron que fuera sepultado oscuramente para sustraerlo así al grandioso homenaje que le rindió Barcelona el día de su entierro.

La obra de Juan Moles, sobria, serena, relato de un testigo, de un amigo, es al mismo tiempo el alegato de un eminente hombre de Derecho, como Moles lo fue. A la emoción que puso en él le añade fuerza el hecho de haberlo escrito cuando ya la muerte le rondaba: «Mi vida ha llegado -dice Moles en el prólogo- a los límites que marcan su fin natural y no quiero que se vayan conmigo al otro mundo cosas que por referirse a una personalidad tan eminente, han de ser del dominio público». Pocos meses después de escritas estas palabras moría en México el caballeroso don Juan Moles.

Vicente Riera es el autor de Tots tres surten per l’Ozama (Ed. Catalònia, 1946). En unas palabras preliminares nos previene   —234→   el autor para que no creamos productos de la fantasía las «terribles cosas que ocurrieron a los catalanes que llegaron exilados a Santo Domingo». Las terribles cosas a las que alude de pasada, fueron: la dureza de las labores del campo bajo el sol tropical, la insalubridad, etc. Los tres protagonistas, Ramón, un intelectual autodidacta, medio extravagante; Miguel, un competente trabajador manual y Luis, un simpático tarambana, son fácil presa de la ardiente sensualidad de las mulatas y se adaptan a la laxa moral sexual de los medios que frecuentan. Luis comete la imprudencia de atravesársele en el camino de la barraganía a un Secretario -ministro- y es suprimido. Su cadáver aparece en el Ozama. Ramón, exhausto por el trabajo, un trabajo físico para el que no estaba preparado, cae desde un puente al mismo río y se ahoga. Miguel, que es el único que se salva, abandona Santo Domingo. Al concluir el libro, bien escrito, de Riera, tiene uno la sensación de que se frustró lo que bien hubiera podido ser una obra llena de fuerza dramática. Con todo, Tots tres surten per l’Ozama, es en muchos momentos un buen libro acerca de la vida isleña del Caribe, especialmente por lo que se refiere al medio de los mulatos y los negros.

Francesc Trabal es el autor de una novela de original concepción y desarrollo que tiene por final una visión futurista; se titula Temperatura (Ed. Catalònia). Víctor Alba lo es de Els supervivents (Ed. Catalònia) y Jorge Valles, de Sinfonía (Ed. Costa-Amic).

Cristo de 200000 brazos. La novela del campo de Argeles, Francia, la playa desolada en la que fueron concentrados cien mil españoles republicanos al internarse en aquel país, después de perdida Cataluña para la República. La angustia, la tremenda sensación de abandono, la obscura muerte de centenares de compañeros, los sufrimientos físicos: frío, hambre y otras innumerables penalidades, son, indudablemente, tema el más adecuado para ser tratado realísticamente, con toda crudeza.

Agustí Bartra, el autor de esta novela del Campo de Argeles, es, fundamental, esencialmente, un poeta. Por ello trasmuta toda realidad, aún la más angustiosa, en poesía. En esta novela   —235→   poema -toda novela, si lo es de verdad, es poemática. Bartra no hace más que insinuar levemente la nota realista, trascendiéndola enseguida por los caminos de la poesía. No obstante, en esta trasmutación no se desvanece el calor profundamente humano de sus cuatro protagonistas: Tarrés, Roldós, Vives y Puig, que se yerguen magníficos sobre tanta miseria, para no vibrar más que al conjuro de la evocación entrañable, de la amistad, del puro amor. Cuatro extraordinarias figuras, de las que su creador u observador dice al final del libro: «Criaturas de la vida y de la fantasía, el azar les buscará caminos y moradas entre los hombres, para los cuales repetirán incansablemente su acontecer en medio de la época sórdida que les tocó vivir y que, en el fondo de sus almas aceptaron como una exigencia del destino de su tiempo, tan pródigo en hecatombes. Singulares e iluminados, sencillos y prodigiosos en su humanidad, pequeños dentro de los simulacros de la historia y gigantescos por su ternura y afirmativa conciencia, marchan por la tierra de su propia fábula sin el estruendo de la gloria ni la prisa de los personajes que han de desgarrar el aire para proclamar su estatura y trascendencia. ¡Marchan! ¿Hacia dónde? Marchan al encuentro de aquellos que fueron como ellos y de los que pueden serlo -y que decididamente lo serían, si aciagos días llegaran para sus vidas- a fin de verse reconocidos y recibir la respuesta del beso del hermano».

El pelegrí apassionat, de Joan Puig y Ferreter, es el primer volumen de una obra proyectada para un extenso desarrollo, ambicioso en sus propósitos: un ensayo de caracterización del hombre y del pueblo catalanes. Desgraciadamente la muerte de Puig y Ferreter frustró el intento. En labios de un viejo diplomático y escritor al que Puig y Ferreter atribuye la paternidad literaria del héroe de la novela, pone aquel estas palabras: «quería poner un sobrenombre a mi héroe. Podía haberlo llamado Fulano de Encantaria; ¿qué tal? Estuve a punto de dar a nuestro país el nombre de Encantaria porque me pareció que este nombre lo definía muy bien. La verdad es que nos tenemos por muy prácticos y no nos damos cuenta de que somos ilusos. Es   —236→   viejo lo de nuestros fracasos cuando estamos a punto de coger el cielo con los dientes. Nuestros ¡eh! Toda nuestra historia antigua y moderna ¡eh! En este sentido mi héroe es representativo. Sus aspiraciones y sus ilusiones eran desmesuradas. Precisamente porque eran desmesuradas lo sobrepasaban. No quiero decir que no fuera capaz de una cierta grandeza ¡pero en momentos tan fugaces! Y después, humo... Cuando conseguía llegar a donde quería (y para llegar se lanzaba furiosamente a la brega), cuando lo tenía todo a su alcance, lo destruía con sus propias manos. Ésta es su característica, su fondo racial».

El pelegrí apassionat, de Puig y Ferreter, es un libro muy representativo de las tendencias de la novelística catalana de entre guerras, período en el que destacan al lado del suyo dos o tres nombres más -después vino la gran riada de los Nadal. Novelística muy cargada de alusiones literarias, intelectualizada, conceptuosa, cuyos autores están atentos siempre a lo que pasa del otro lado de los Pirineos. El héroe tarraconense de El Pelegrí forma con unos cuantos amigos una curiosa clique literaria compuesta de payeses y hombres de ciudad. Juan Masdeu, tal es su nombre, es soñador, romántico, ingenuo, apasionado. Su temperamento le lleva a ser envuelto muy temprano en la vida en situaciones dramáticas. Al terminar la larga novela su carácter queda apenas esbozado. Lo abandonamos, tras un frustrado intento de suicidio, exclamando a la vista de los que vienen a salvarlo. ¡Todavía llegáis a tiempo! ¡Todavía no puedo morir! De este primer tomo del Pelegrí apassionat cabe decir que está muy bien escrito y que es rico en tipos bien dibujados. El relato es quizá algo lento. La figura del protagonista recuerda, en algunos momentos, a la de Sorel, del Rojo y negro; un Sorel payés, mucho más ingenuo y humano que el otro.

Los desorientados. Algunos críticos de esta novela de Maruxa Vilalta han visto en ella la expresión del mal du siécle actual: desilusión, hastío, desorientación, falta absoluta de fe en todo, del que es presa la juventud de hoy, a juicio de esos críticos.

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Maruxa, dotada de cualidades nada comunes como escritora, nos ofrece en su novela a unos cuantos jóvenes, a decir verdad un tanto bobalicones y anodinos, con el erotismo propio de sus años, jóvenes bastante blandengues, sin ánimo para llegar a ser perversos. En suma, unos niños terribles frustrados. De entre ellos destacan algo más los dos principales protagonistas que se mueven en órbitas más bien tangenciales. Son ellos Diego y Julia. El primero aspirante a escritor, incapaz de creación alguna, con, efectivamente, una desorientación total en relación con todo lo que no sea su obsesión por poseer un automóvil. Julia, una muchacha también sin brújula, desengañada tempranamente de todo lo divino y lo humano, inquietada, superficialmente nada más, por lo sexual que, por otra parte, llegada la hora, la desilusiona y casi casi la asquea.

Lo interesante de Los desorientados es el estilo, un estilo cortante, directo, de frases muy breves, muy original evidentemente.

El día que las calidades formales de la prosa de esta joven escritora y su fino espíritu de observación se apliquen a describirnos medios donde se muevan personajes más recios, con pasiones de verdad o verdaderamente desorientados en un sentido profundo, surgirá la espléndida novela; cosa que las referidas dotes de la autora de Los desorientados nos garantizan plenamente.

J. Cid i Mulet ha publicado La ruta incógnita, novela costumbrista, el ensayo Nosotros los locos, México en un Himno, que es la biografía del Himno Nacional Mexicano, y la novela de la emigración, en lengua catalana Destins.

A. Cabruja-Auguet, poeta y escritor catalán ha publicado: Terra nostra, La ciudad de madera (estampas de los campos de concentración); Ona i ocell i Raïm (poemas), Les ólibes y Aves siniestras (novelas) entre otras de interés regional.



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Salvador de Madariaga es menos conocido como autor teatral que como escudriñador de Europa, autor de biografías y ensayos históricos, e incluso como novelista. Entre las obras teatrales publicadas -todavía no representadas-, debidas a Madariaga, figuran: El toisón de oro, fantasía en tres actos; La muerte de Carmen, poema dramático en cuatro actos; Don Carlos, poema dramático en cuatro actos, y Mío Cid, poema dramático en cuatro actos. Estas obras aparecieron publicadas en un volumen (Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1940), editándose por segunda vez en 1945. En el prólogo de este libro nos dice Madariaga que tres de las obras «van dedicadas a grandes temas españoles harto conocidos en la literatura universal: el Cid, a quien Corneille hizo cruzar los Pirineos disfrazado de cortesano de Luis XIV; Don Carlos, maltratado por Schiller y Verdi, y Carmen, soberbia creación de Mérimée salvada por Bizet de la prostitución estética a que la condenó su libretista». En estas obras, Madariaga utiliza todas las formas métricas habituales del teatro clásico español, además de letrillas y cantares, lo que le permite adaptar mejor el lenguaje a las exigencias del ambiente y a la naturaleza de los hechos representados; un lenguaje, declara, «medieval o caballeresco en Mío Cid, cortesano Siglo de Oro en Don Carlos y popular de hace un siglo en Carmen». Más adelante, añade Madariaga: «por lo demás, mi deseo ha sido evitar el almidonaje del verso, intentando una síntesis del ritmo poético y del ritmo de la conversación. Aspiro así a que en la escena   —240→   española desaparezca la voz engolada o ‘en bóveda’, como graciosamente dice Bernal Díaz del Castillo».

La Carmen que nos ofrece Madariaga es la mujer que encara impávida la muerte y a ella se entrega antes que sacrificar su libertad de amar, que ya no encuentra en don José su objeto. Don Carlos es el pobre príncipe, enfermizo, contrahecho, en cuya alma se va fraguando un resentimiento hacia un padre duro, inflexible, frío -todo ello, según Madariaga, aparentemente-, que el príncipe cree que es el que de modo deliberado levanta en su camino los obstáculos que le impiden llegar al poder y quizá a la gloria militar. Pero soterrado bajo las frías apariencias late en el alma del Rey Felipe un vivo cariño paternal y la congoja de haber dado vida a un ser desgraciado: el drama se desenlaza, al hacérsele súbitamente clara la visión de esta realidad al príncipe moribundo, durante una conversación con la Reina Isabel, esposa de Felipe.

«Esta verdad humana -dice Madariaga- que he intentado alcanzar cala mucho más hondo que la verdad histórica. Que el descalabro del príncipe tuviera lugar un año antes, y en Alcalá, no en Madrid; que la escapada de don Juan de Austria se realizase cuando la Corte se hallaba en Valsain, ¿qué importa? Las escenas de violencia con el Cardenal Espinosa y con el Duque de Alba, la llegada de don Felipe con el Consejo de Castilla para prender a su hijo, son históricas. Pero también, ¿qué importa? Por bajo de todo ello, mero material de la obra, la verdadera tragedia y la trágica verdad torturan el alma del desgraciado príncipe, contrahecho e impotente. Y este drama humano -salvada la mayor o menor fortuna con que esté tratado- tiene más valor universal que el drama político y externo que Schiller y su escuela se han empeñado en construir en torno a don Carlos».

Madariaga no deja de tener sus fallas como versificador dramático; una, y de gran calibre, se advierte, precisamente, en la escena final del Don Carlos, en la que figura una lamentabilísima consonancia.

Muchos versos de Carmen tienen garbo y gracia populares y   —241→   agilidad en sus frecuentes cambios métricos. Sin embargo, a mi juicio, quizá los momentos más logrados por la inspiración de Madariaga se encuentran en El Cid, en el que son figuras destacadas los villanos Condes de Carrión y tema principal su rufianesca conducta para con doña Sol y doña Elvira. «Era menester añadir al vasto fresco medieval una dimensión psicológica nueva para acomodarlo a la visión contemporánea, desarrollando en particular las figuras de los Condes de Carrión, que el Cantar esquematiza, quizá con exceso, para la misma gloria del Cid».

Alejandro Casona se contó entre los pocos autores teatrales de renombre que se expatriaron. En sus obras se entremezclan humor, poesía y misterio. Distingue a Casona un gran dominio de ciertos recursos teatrales que, injustamente tildados de efectistas, se intenta presentar por algunos como censurables. Es muy posible que uno de los puntos flacos de la dramática de Casona sea un cierto descuido en el trazado de caracteres, dando predominio en sus obras a lo ambiental. Se le ha echado en cara el ser fácilmente influenciable y el carecer de originalidad. Ceferino Avecilla dice de Casona: «es un caso de mimetismo, teatral terminante. De ninguna de sus obras se puede decir que sean realmente plagios. Pero sí que de todas ellas está ausente la originalidad. En donde el mimetismo adquiere expresiones de más audaz despreocupación es en Nuestra Natacha: Muchachas de uniforme». A propósito de la bella obra de Casona Dama del alba: dice Avecilla «de seguro que la compuso bajo la obsesión, de La intrusa de Maeterlinck y aún de Bodas de sangre. Es ésta la más ambiciosa de las obras escritas por su autor, pero toda ella está falta del sobrecogimiento que da la presencia de la muerte engranada en la vida».

No precisamente a este reproche concreto a su obra, sino también a otros parecidos, contesta Casona en el prólogo al volumen en el que se recogen dos de sus creaciones escritas en el exilio: La molinera de Arcos y Sinfonía inacabada. Dice Casona, entre otras cosas: «Nada más propicio a debate y a confusión, que el criterio de originalidad aplicado a la creación literaria. Prescindiendo de esa acepción desmesurada que en el   —242→   lenguaje corriente ha llegado a convertirse en sinónimo de ‘invención total’ -cosa humanamente imposible- quizá el error más extendido es el de otorgar la exclusiva de originalidad a los temas, con olvido o desdén de su expresión artística. Porque fábula y desarrollo -tema y estilo- son las dos vertientes complementarias e igualmente valiosas a toda creación literaria. Atribuir todos los valores de originalidad a la invención temática, es negar automáticamente la mitad de la literatura. Sin entrar en las obras de inspiración histórica, en que tal criterio resultaría imposible por definición, el autor puede estampar la huella de su estilo, su personal singularidad, lo mismo sobre un tema de su invención que sobre el más viejo de los temas preexistentes; y lo mismo si el material procede del patrimonio común de la tradición popular sin formulación artística, que si ha sido ya elaborado literariamente por escritores precedentes. Si la nueva forma aporta una auténtica novedad artística, su empresa queda perfectamente legitimada. Los temas más fértiles en sugestión humana -las Fedras, las Judiths, las Electras- han sido reiterados en todas las épocas sin desmedro para sus renovadores. Cuanto más vieja una semilla, tanto más tentadora y promisoria para la nueva cosecha. Así pensaba Giraudoux cuando, al proponerse llevar de nuevo al teatro el mito de Anfitrión, dio por hechas 37 versiones anteriores, titulando elegantemente la suya de Anfitrión treinta y ocho. Aceptar una herencia para trabajar sobre ella, no es solamente un derecho; puede, incluso, ser un deber, si contribuye a formar en la conciencia pública una tradición artística. Giraudoux, Cocteau, Anouilh, cumplen ese mandato en el nuevo teatro francés con sus recreaciones personales que enlazan con los temas eternos del teatro clásico. Asimismo, en nuestra escena del Siglo de Oro, anécdotas y personajes permanentes se renuevan sin fin, a través de Lope, Tirso, Amescua, Vélez de Guevara y Calderón. Cuando Lope escribe su Alcalde de Zalamea, no pierde valor alguno de originalidad por el hecho de llevar a las tablas un suceso no inventado sino ocurrido en la realidad viva de la Puebla de Montalbán. Y cuando, una generación después, Calderón lo repite,   —243→   tampoco deja de ser original por haber tomado la anécdota, ya hecha carne artística, de manos del maestro. El Alcalde lopesco nos trae exactamente la medida dramática de Lope, tanto como el Alcalde calderoniano nos da la de Calderón».

Otras muchas críticas le han sido favorables a Casona. Véase, por ejemplo, esta aparecida en Books Abroad, respecto a La dama del alba: «Nunca se puso tan de manifiesto el virtuosismo de Alejandro Casona, como en este drama poético simbólico. Está hábilmente construido y, a pesar de la ausencia ocasional de motivaciones, es inquietante como las historias de misterio. Está lleno de pasajes en los que alienta el singular espíritu de los más españoles de España: los asturianos. Hay en la obra poesía profunda y delicada y pathos conmovedor. Casona ha sido capaz de introducir un elemento sobrenatural en su obra. Los protagonistas son el espíritu de la muerte y los campesinos asturianos a los que la simpática dama del alba transporta hasta el misterioso más allá, sin que dejen por ello en ningún momento de mostrarse como caracteres vivos, bien individualizados. Pocos dramas tan impresionantes como éste se han creado en parte alguna en los últimos años». El mismo crítico, y en la misma revista, termina su reseña de otra obra de Alejandro Casona, con estas palabras: «Alejandro Casona es un entretenido comediógrafo que pudiera acaso convertirse en un poderoso dramaturgo. Pero para ello requeriría un mayor autodominio».

Juan Chabás, en su magnífica Literatura española contemporánea, 1898-1950 (Ed. Cultural, S. A., La Habana, 1952) escribe del teatro de Casona: «La cualidad más insigne de Casona es su sentido humano de la vida: un fluido entusiasmo, un don generoso de creador de alegría, infunde virtud poética a todo su teatro. Ese don y ese entusiasmo nacen en Casona de la fe en el hombre y en sus pasiones más nobles». Más adelante señala Chabás: «Todas las comedias de Casona parecen brotar, como un mundo tierno, de un clima de poesía. En este mundo la realidad y el sueño no tienen fronteras exactas. Sus personajes son, como la poesía misma, por la palabra». Entre las obras escritas por Casona en el exilio, representadas con mucho   —244→   éxito en Hispanoamérica y algunas traducidas y representadas triunfalmente en otros países, figuran: La dama del alba, Los árboles mueren de pie, La barca sin pescador y Sinfonía inacabada.

Jacinto Grau es autor que siempre ha salido -un poco malhumoradamente, es cierto- por los fueros de la dignidad del teatro, que estima han sido y son atropellados por la mediocridad, el convencionalismo, la chabacanería y la carencia del más elemental sentido estético, especialmente en España y los países de habla española. A la incomprensión y falta de sensibilidad de empresarios, directores y actores, achaca Grau que muchas de sus obras tengan que esperar pacientemente en el libro la hora de su representación. El teatro de Grau se inspira en temas de valor permanente: la voluntad de creación, el destino, la muerte; en él alienta un hondo sentimiento de humanidad y el deseo de que no sea cosa insólita el hombre con vida auténtica. Grau niega el valor utilitario del arte -sea cualquiera el rango de la finalidad que con él se persiga- y se adhiere a la concepción del arte por el arte, posición que no debe interpretarse como inclinación al purismo sino como fe en su sustantividad, operante siempre, sea cualquiera su proyección, sin necesidad de cargarlo con el lastre de un propósito.

En la emigración, Grau ha estrenado varias obras. En Buenos Aires, y por la Editorial Losada, en su Colección Contemporánea, se han publicado algunas de ellas, precedidas de prólogos-ensayo con mucha enjundia. Juan Chabás, en la obra antes citada, dice del teatro de Grau: «Lo primero que advierte el lector de la obra entera de Grau, es la alteza y disparidad de su rumbo. Toda su producción está impulsada por un apasionado amor de poesía. Desde la elección de los temas al tratamiento escénico y verbal de los mismos se evidencia la intención de este autor: llevar a su producción las esencias más puras de la poesía dramática, uniendo las nobles tradiciones clásicas al espíritu moderno. La preferencia de Grau por los mitos insignes y las leyendas heroicas pone de relieve esa intención. El ambiente costumbrista, la ingeniosidad banal o aguda o el chiste   —245→   aderezando el diálogo, lo pintoresco de los tipos, he aquí los elementos que su teatro rehúye».

«Una de las características del teatro de Grau es el juego escénico entre la intemporalidad de lo místico y su encarnación actual, su presencia en nuestro espacio y nuestra hora. Grau no evoca un pasado, no lo recuerda por la acción, no lo recrea como hazaña acontecida que volvamos a contemplar. Toda leyenda, todo mito en el teatro de Grau no son un volver a pasar, porque no son pasado. La leyenda, el mito son un estar siendo. El prestigio poético de su haber sido, fabuloso o heroico, no se percibe; no se percibe en el teatro de Grau como acción memorable, sino como profecía que se cumple».

Rafael Alberti es el autor de El adefesio (Edit. Losada, Buenos Aires, 1945). De esta obra se escribió en Books Abroad: «Rafael Alberti es un poeta de talento. Como autor teatral no es infalible. Esta obra se subtitula Fábula del amor y las viejas. El lema son los celos de tres viejas solteronas que las impulsan a obstaculizar los amores de una muchacha, hasta llevarla al suicidio. El tema es prometedor y en torno a él se hubiera podido escribir una gran obra. Pero un infortunado accidente, el descubrimiento de que los enamorados son hijos del mismo padre, hace confuso el desenlace y deja al lector más desconcertado que edificado. El escenario del drama es uno de esos pueblos fanáticos caídos entre las serranías del sur de España, cruzados de reminiscencias musulmanas y el tiempo es ‘cualquier año de estos últimos setenta años’. El drama, no es una composición realista con realismo contemporáneo, sino un ingenuo y estilizado poema en prosa, con fuertes resonancias de tragedia clásica griega, entremezcladas con trances cómicos».

José Carner escribió un drama simbólico de extraordinaria fuerza y poesía: Misterio de Guanaxhuata (Ed. Fronda, México, 1943). El tema es una leyenda religiosa india -concretamente de los otomíes- de las montañas de Guanajuato, el Guanaxhuata del drama. A mi juicio esta obra es la de mayor aliento poético de cuantas se han publicado por autores españoles en el exilio.

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María Luisa Algarra estrenó con éxito, en México, varias obras teatrales. Fue la ganadora en un concurso convocado por la sección de teatro del Instituto Nacional de Bellas Artes. Esta autora creo que puede ser inscrita en el movimiento literario teatral «existencial». Su obra tiene el tono realista y sombrío propio de dicha tendencia. Son frecuentes en ella los personajes con dramáticos y obscuros conflictos espirituales. María Luisa Algarra muestra en sus creaciones un buen manejo de los recursos teatrales, penetración en el examen de las complejidades psicológicas, mano segura en el trazado de los caracteres. Sus obras constituyen, por todas estas razones, una contribución interesante al teatro moderno de lengua española.

Max Aub. Entre las obras teatrales de Max Aub, figura El rapto de Europa o Siempre se puede hacer algo. Drama (Tezontle, 1946). De esta obra escribió un reseñador (B. A.): «Max Aub, como autor de dramas, pertenece al grupo no numeroso de los que se enfrentan al comercialismo de la escena con un honesto deseo de renovación. Esta obra es una anécdota de la emigración política en la que un típico americano, un anarquista italiano, un militar republicano con dos mujeres, y otros personajes, se nos ofrecen en la atmósfera densa, con acusados rasgos sentimentales, morales e intelectuales, de la emigración española en Marsella. Esta obra de Max Aub, es una de las primeras en la que se nos ofrecen hechos sencillos y universales de la emigración con sus muchos matices, y Max Aub muestra en ella un talento maduro». De Max Aub es también «San Juan», tragedia (Tezontle, 1943). De esta obra escribió Roy Temple House (B. A.): «El impresionante drama está basado en un incidente histórico acaecido hace algunos años. Un barco cargado de judíos, el San Juan recala en un puerto de Asia Menor. Han permanecido en él durante semanas, sin lograr que tengan éxito las gestiones para su desembarco. Los Estados Unidos, Inglaterra y otras naciones fueron requeridas, pero se mostraron evasivas. Los judíos errantes son mal recibidos en todas partes. Amontonados en un barco sucio, destinado al traslado de caballos, inseguro, estos centenares de judíos de toda condición social, semienloquecen   —247→   de cansancio, temor y angustia. Entre ellos hay niños que dan más intensidad y fuerza a la tragedia, jóvenes cuya miseria conmueve, ancianos y ancianas llenos de fatalismo; pícaros; hay ‘suspense’, terror, humor, réplicas y contrarréplicas casi siempre oportunas que dan en el blanco como un proyectil. En un clímax terrible el Océano resuelve definitivamente todos los problemas. Es un gran drama». También es de Max Aub la obra teatral De algún tiempo a esta parte (Tezontle, 1945). Dramático monólogo de una anciana en que recuerda la guerra civil española; donde perdió un hijo, y la guerra de 1939 en la que su marido fue arrancado de su casa para llevarlo al campo de concentración de Dachau. Esta madre recuerda que millares de madres españolas «no saben dónde están enterrados sus hijos, pero sí saben por qué». De Max Aub es también Deseada, un drama en el que, a la manera del cine, se intercalan entre los sucedidos presentes, otros pasados; en él intervienen tres figuras principales y una episódica: Deseada y Teodora, madre e hija; la primera viuda de un hombre mujeriego y liviano, sin escrúpulos, con el que llevó una vida desgraciada; la segunda, hija de ese matrimonio, unida a su padre por un cariño desbordante, no perdona a su madre el que muerto lo olvide y se case de nuevo. Pedro, el segundo marido, un escritor, se suicida al no encontrar solución a la disyuntiva entre no faltar a su propia estimación traicionando la amorosa devoción de Deseada, o ceder a las provocaciones de Teodora que, habiendo comenzado por intentar la seducción de Pedro para vengarse de su madre, termina por enamorarse realmente de él. Para Teodora es un secreto cuál había sido la verdadera personalidad de su padre, pues Deseada la alejó del hogar internándola en un colegio, para que no supiera de su lamentable catadura moral. Todo se aclara en una dramática escena final, en la que Deseada y su hija terminan reconciliándose. En no pocas escenas de Deseada hay vigor dramático. Los tres tipos principales: Deseada, Teodora, y la sirvienta Nona, tienen vida.

José García Losa escribió en inglés: The Whirlwind -El   —248→   Torbellino- estrena da en Birmingham con mucho éxito, y varias obras más estrenadas en Londres.

Arturo Mori, de su obra Paz en la tierra escrita en colaboración con Teodoro R. Ramírez, dijo que: «recogía todo el dolor y toda la repugnancia que a un espíritu demócrata podía producir la horrible matanza desencadenada» -se refería a la de la segunda guerra mundial. Carlos Martínez Baena es el autor de Sor Luz de la Encarnación, comedia calificada por Mori de «romance cristiano, humanitario: ni tendencias, ni política, ni misticismo; amor entre los hombres, odio a la fuerza y poesía». Enrique Bohórquez escribió No hables mal de los gitanos, sueltamente dialogada y graciosa. José Luis Mayral fue el autor de Por qué te casas Perico, juguete cómico, vodevilesco, con algo de sainete humano y sentimental. Felipe Meliá escribió Alma torera, comedia estrenada en el Ideal en 1942. José Carbó vio representada su obra Don Juan de Hollywood, de la que escribió Mori: «Impresiona al público por su rara originalidad. Se trata de un caso de donjuanismo americano, sensiblemente diferente al de Zorrilla. En el de éste, el tenorio burlaba a las mujeres. El Don Juan de Carbó resulta siempre burlado». Sindulfo de la Fuente es el autor de El Ruedo de Calatrava, sainete arnichesco, en el que hay algunos tipos bien observados del Madrid popular y una certera captación de ambientes. De Matías Conde es Me lo dijo el viento, comedia dramática con mucho de poema, en la que es visible la influencia de Lorca. La obra tiene, en algunos momentos, indudable fuerza lírica.

De Manolo Nogales es la letra de Serva la Bari, revista musical de ambiente andaluz.

Álvaro Arauz simultaneó sus trabajos de traductor y autor con los de editor de obras teatrales. Entre las obras editadas por Álvaro Arauz, figuran: La mandrágora de Maquiavelo, con introducción del mismo Arauz; Cerco de Numancia de Cervantes; La danza de la muerte, de autor anónimo, y Medea de Eurípides. En la Colección Temas Teatrales, apareció su ensayo Tirso y Don Juan. De él escribió Ceferino Avecilla: «Es de una amenidad poco frecuente en este género de literatura generalmente ampulosa   —249→   y áspera; es delicioso. Hay en él comentarios agudos y noticias nuevas que dan al libro un gran interés y, sobre todo, un conocimiento de cuanto atañe a la figura donjuanesca y a la interpretación de fray Gabriel Téllez, realmente minucioso». Últimamente publicó Arauz Castilla vuelve a Castilla. Musaraña del teatro: en este ensayo que figura en el número 3 de El pasajero, insiste Bergamín en la realidad poética del arte, en este caso el teatral, «pues lo que hace el teatro con la palabra, es darle a su realidad imaginativa o fantástica, resonancia poética total. Todo en el teatro es poesía y por y para la poesía, desde sus tablas hasta sus diablas -el telar-; todo lo que vive en tal ámbito es divinamente o endiabladamente poético». Para Bergamín, el teatro poético español contemporáneo no es el de Marquina, Villaespesa, Fernández Ardavín y Pemán, «manifestación de impotencia poética y teatral, expresada en ínfimos libretos frustrados de zarzuela, desastre del que no se libraron enteramente los Hermanos Machado, y García Lorca». Los representantes del teatro poético auténtico son para Bergamín: Arniches, los Quintero, Muñoz Seca, Benavente, Unamuno y Valle Inclán. «Este teatro español contemporáneo, al parecer exclusivamente realístico o naturalístico -y, el mejor de todos, el de los epígonos de Galdós: los Quintero y Arniches-, es el que contiene en lengua española una riqueza más honda y clara de verdadera poesía dramática y teatral». Sigfrido Gordón ha iniciado su carrera de autor teatral oscilante entre la comedia amable y el vodevil.



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ArribaAbajoAutobiografía-Memorias

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Ha sido objeto de comentarios la escasez en la literatura española moderna de autobiografías y memorias, en comparación con su abundancia en la de otros países. Las explicaciones buscadas a este hecho son varias y, naturalmente, discutibles. ¿Resistencia pudorosa a mostrar la intimidad en el supuesto de que la autobiografía sea sincera?; ¿convicción de que el hombre se expresa suficientemente a través de su obra, aún en sus aspectos más recónditos, sin necesidad de escribir sobre ellos? Sea cual fuere la explicación, el hecho es que, en efecto, las autobiografías y las memorias no abundan en nuestra literatura. Quizá se pudiera decir con mayor justeza que no abundaban, pues en estos últimos años, iniciada la marcha por Moreno Villa, hemos visto aparecer las memorias de Baroja, la autobiografía de Ramón Gómez de la Serna, la de Dalí, y autobiografías y memorias de Isabel de Palencia, Constancia de la Mora, Juan Renau, Rafael Alberti, León Felipe, Jesús Ibáñez, Alfonso Camín, Ángel Osorio y Gallardo, Arturo Barea y J. A. Balbontín.

Isabel de Palencia. Si el relato de cualquier vida, cuando bien hecho, encierra siempre interés, es natural que el de la de Isabel de Palencia, vida tan compleja, tan llena de matices, y contada por ella con estilo sobrio, gracioso y emotivo, haya cuajado bajo su pluma en una extraordinaria autobiografía. Antes de entrar a reseñarla no quiero dejar de apuntar el hecho, que considero interesante, del curioso paralelismo que, entre ciertos limites, ofrecen las autobiografías escritas por dos españolas en   —252→   el exilio: doña Isabel y Constancia de la Mora. Procedentes ambas de la alta burguesía; presionadas -más en el caso de Constancia que en el de doña Isabel- por los prejuicios, sentimientos y visión del mundo, prevalecientes en su medio, estas dos españolísimas mujeres reaccionan contra ellos. En las dos es muy fuerte la preocupación por la triste realidad española y en ambas alienta el decidido impulso de reformarla, contribuyendo a ello por los medios a su alcance. Seguir los altibajos de esa inquietud es seguir los sesgos de la vida española de su tiempo, tan dramática, tan obscura muchas veces, tan esperanzadoramente luminosa otras.

Doña Isabel tituló su autobiografía, que escrita en lengua inglesa, aún no ha aparecido en castellano, I must have liberty (Yo he de tener libertad) (Longman Green, New York-Toronto, 1941). El título puede parecer, a primera vista, como anuncio de un libro demasiado político. Pero no hay tal. La libertad a que aspira doña Isabel, además de la propiamente política, es una libertad humana, fraternal, espiritual. Esa aspiración es en ella sentimiento que se perfila ya en sus días infantiles, en su tierra natal malagueña -días tan deliciosa, tan emocionadamente evocados por ella al comienzo del libro- y que se va afianzando a medida que transcurre su vida. Esta autobiografía tiene esa imprescindible cualidad, no demasiado frecuente en los libros de este género, que es la sinceridad. Nada se nos oculta de esa vida; ni las penurias materiales, salvadas a fuerza de sacrificio y de trabajo, ni los fracasos sentimentales de la vida familiar, alguno serio. No se omite detalle que pueda ayudar a situar la vida relatada contra un fondo de escueta verdad. Ante el lector van desfilando, vivamente descritos, diferentes medios de la vida española: el de la burguesía provinciana en Málaga, y, ya en Madrid, a donde se traslada doña Isabel, el teatral donde se inició en la profesión de actriz bajo la dirección de su suegra, la insigne María Tubau; el periodístico, al que se incorporó como profesional brillante, el literario, el político, el de la Sociedad de las Naciones en Ginebra y, finalmente, el diplomático que ella vivió como la primera embajadora española. Doña   —253→   Isabel desempeñó este cargo ante la Corte de Suecia, durante toda nuestra guerra, dejando allí un magnífico recuerdo. Derrotada la República, siguió luchando por la libertad de su pueblo desde el periódico, la tribuna y el libro, conservando siempre, aún en los momentos más desalentadores, una fe inquebrantable en el triunfo de sus ideales. Una vez en el exilio, doña Isabel trabajó y trabaja incansablemente publicando nuevas obras: teatro, novela, cuento, y realizando una gran labor como traductora. Admirable mujer ésta en la que tan felizmente se han conjugado la nobleza de los sentimientos, el brillo de la inteligencia y la finura de sensibilidad.

Doble esplendor. En este libro, Constancia de la Mora evoca las circunstancias españolas que le tocó vivir. De familia de la alta burguesía, hija de un acaudalado hombre de negocios y terrateniente, nieta de don Antonio Maura, nada de esto fue obstáculo para que Constancia, impresionada por la dura realidad española que, agudamente observadora, entrevió desde su regalada posición de niña rica, se rebelara frente a ella arrostrando con esto, siendo ya mujer, el alejamiento de los padres y el ostracismo a que los de su clase la condenaron. Constancia nos describe la gazmoñería de la educación de las niñas y jóvenes de su época y su medio, los hipócritas y ridículos convencionalismos de la «alta» y «buena» sociedad en que se desenvolvió su vida juvenil, el espectáculo doloroso de la pobreza a la que se oponía la caridad exhibicionista, con mucho de frivolidad. Pero frente a cada impulso de su carácter generoso se levanta la incomprensión o la indiferencia. Con el advenimiento de la República, Constancia ve abrirse ante sí nuevos horizontes para sus ideales de mujer española a la que acongoja la triste suerte de su pueblo, y vive todas las vicisitudes del nuevo régimen y los años terribles de la guerra, con el tenso fervor de una convencida de la justicia de su causa. Que ella creyera que la solución podría traerla únicamente éste o el otro credo político o social, es adjetivo con respecto a lo fundamental en ella: su recio y noble carácter. Doble esplendor es, por lo que a la forma literaria se refiere, modelo de sencillez y justeza en la expresión.

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José Moreno Villa tenía una personalidad muy curiosa, fina y variadamente matizada y una sensibilidad exquisitamente sutil. Fue un raro tipo de intelectual, captador del pequeño detalle al que encontraba significación, lo mismo en una creación literaria, que arquitectónica o pictórica; un poeta de acendrado lirismo que tuvo trato amigable con la arqueología y, más extraño aún, con la filología; un pintor de maneras nuevas, y un profundo conocedor de la pintura de todas las épocas. Moreno Villa fue un espíritu finísimo, de curiosidad inteligente frente a todas las cosas y un escritor de un equilibrio, de una contención y de una sencillez admirables. Por debajo de todo esto estaba el núcleo de la persona hecho, a mi juicio, de timidez, de soberbia de espíritu, de cierta frialdad, de reserva; un espíritu que se abrió realmente a muy pocos. Tal lo vi yo, que conviví con él bastantes años en la Residencia de Estudiantes, más que en una relación de amistad, de conocimiento amigable.

Moreno Villa escribió su autobiografía a la que tituló Vida en claro (El Colegio de México), hermoso libro en cuyos capítulos iniciales evoca sus años de niño y adolescente en Málaga, con un padre cuyo carácter «se asemejaba al mar, porque nunca le conocí proyectos. Y así, como en el mar no hay caminos fijos, tampoco los hubo en la vida de mi padre». Y una madre «hecha de ‘juego y severidad’, como ya entiendo que es la Iglesia». Del campo de su tierra nos dice: «Hay un mito del campo, como de muchas otras cosas; y en estas páginas no busco mitos, sino huellas. Levantar con mesura los velos del tiempo, para sorprender intacto lo que el campo grabó en mi carácter, es mi único propósito. Y al verificar esta operación veo claramente dos huellas: lentitud para gozar observando y conformidad con los misterios y movimientos de la vida. Fe en mis observaciones y, al mismo tiempo, duda y renuncia intelectual ante una porción de obscuridades». Moreno Villa fue alumno rebelde, así se califica él mismo, del Colegio de Jesuitas de El Palo, en Málaga. Más tarde se va a Alemania, concretamente a Freiburg. «¿Qué sentido tiene dentro de mi vida la estancia en Alemania? Por lo pronto, adquirí un idioma, y no un idioma de mozo de   —255→   hotel o de cicerone, sino de Universidad, es decir, de profundidad, que me reveló un mundo muy distinto del español. Creo que el hecho de haber vivido ahí durante los años críticos en que se forma el hombre tiene una trascendencia que yo mismo no puedo analizar en estas páginas. Lo que quiero es saber si Alemania ha influido en mi destino, en mi vida. Y a esto respondo categóricamente que sí». Hace después Moreno referencia a las lecturas y estudios hechos en Alemania y que contribuyeron a su formación intelectual. En otro lugar declara que todo se lo debe a las musas y afirma que la poesía: «es algo que viene a uno como el efluvio del Espíritu Santo, no que sale de la retórica, los preceptos y las formas ensayadas. La poesía es saber, sí, pero saber enlazar, relacionar, fundir con lo que se llama gracia -gracia espiritual- lo que jamás se había conectado». Vienen después recuerdos de sus primeros contactos con el medio literario de Madrid, y caracterizaciones breves y certeras de las principales figuras que en él brillaban por entonces: Baroja, Machado, Azorín, Pérez de Ayala, Juan Ramón Jiménez, Eugenio D’Ors, y Ortega y Gasset. Recuerdos a los que siguen los del otro medio en que Moreno Villa se desenvolvió, el del Centro de Estudios Históricos: «un silencioso campo de batalla», con Elías Tormo como jefe y Ricardo de Orueta, Leopoldo Torres Balbás, Francisco J. Sánchez Cantón, Jesús Domínguez y Antonio Floriano, como soldados. Y, por fin, la Residencia: «aquella institución ejemplar y única en España me fue reteniendo y me retuvo durante veinte años, desde 1917 a 1937». Con el recuerdo emocionado de la Residencia se entrelaza el de los hombres que allí convivieron con él: Alberto Jiménez Fraud, director de ella, Ángel Llorca, Juan Negrín, Ricardo de Orueta, García Lorca, Emilio Prados, Luis Buñuel, José Bello, Dalí. De la Residencia lo arranca transitoriamente lo que no pasó de ser una aventura sentimental que terminó en fracaso. Un fracaso que indudablemente tuvo que dejar en Moreno una huella de melancolía, que vino a sumarse a la que, en mi concepto, constituía ya rasgo de su carácter. De esta salida de un hombre que, según él mismo declara, no tuvo juventud, a los campos de la   —256→   aventura amorosa, vuelve el poeta bastante maltrecho moralmente preguntándose: «quién era yo en aquel país extraño -Moreno Villa regresa de Norteamérica- y rodeado de gentes que se ríen de las costumbres europeas por demasiado rancias, gentes que toman por tonto al que obra con caballerosidad o hidalguía?» Y promete, desde tal punto y hora, dar a su obra un rigor de que, según él, había carecido hasta entonces.

Vuelve al retiro de su querida Residencia, tras la aventura, para reanudar su vida, la que le ofrecía los goces de una actividad espiritual diversificada en el cultivo de la pintura, la creación poética, la crítica literaria y la charla inteligente en los momentos de ocio amable. Vuelve a reanudar la relación diaria con las figuras más salientes del movimiento poético y artístico-literario del Madrid de aquellos días. De todas ellas nos ofrece semblanzas certeras. Moreno, como hombre fundamentalmente liberal pone sus esperanzas en la República, sin participar abiertamente en las luchas políticas. Sus impresiones acerca de los acontecimientos de la vida pública española de aquellos días las vertió Moreno Villa en breves crónicas aparecidas en El Sol, crónicas de tono desilusionado, amargo, un poco a lo Larra, que tituló Pobretería y locura y que más tarde, ya en el exilio, fueron reunidas y publicadas en un libro. Finalmente, nos habla Moreno del estallido de la guerra, de la triste salida de Madrid dejando atrás su querida Residencia, de la emocionada despedida del viejo amigo don Ángel Llorca, de la expatriación, de su llegada a América, de su casamiento aquí, del hijo que tuvo. La lectura de la vida de Moreno deja -por lo menos a mí- una impresión de melancolía. Fue una vida que, a mi ver, estuvo colmada de inteligencia, sensibilidad y espiritualidad, pero de la que estuvieron ausentes el impulso y la pasión, ausencia que prestó peculiar fisonomía al hombre y a su obra.

Ganarás la luz (Cuadernos Americanos, México, 1943). En el capítulo dedicado a los poetas señalé ya que, precisamente Moreno Villa, calificó a este libro de León Felipe, subtitulado Biografía, poesía y destino, de «libro raro, lírico, autobiográfico». A través de una que pudiéramos llamar biografía del hombre,   —257→   del hombre-poeta, nos da León Felipe algo de su propia biografía. Comienza por preguntarse: «¿Quién soy yo?», para contestar diciendo que eso quizá lo digan mejor sus poemas. Después declara su deseo de darnos su verdadero nombre: «Mi nombre legítimo, nacido del vaho de mi sangre, de mis humores y del viejo barro de mis huesos». «Tal vez me llamo Jonás», dice Felipe al comienzo de un breve poema, para declarar más adelante que quizás se llame Prometeo. «Puedo decir algunas cosas desde el sillón del psicoanálisis, por ejemplo, que no me gusta escribir: que me pesa la pluma como una azada, y que lo que me gusta es dormir, dormir, ¡dormir! Tengo 58 años y aún no he aprendido un oficio; no sé pelar una manzana y las faltas de ortografía me las corrige mi mujer. Como hechos fatales que no he podido remediar, éstos tres: que soy español, que hablo demasiado alto y que, por ná sé qué razones, esta manera de hablar les molesta mucho a los pedantes y a los rabadanes del mundo». Mejor que pretender dar una idea de este libro original, un poco extraño, magnífico de forma, con esa reciedumbre de toda la obra de León Felipe, mediante una reseña que indefectiblemente tiene que desfigurarlo, me decido por transcribir el resumen que de él hace el propio autor. A través del aire de estos párrafos finales, podrá adivinar el lector algo del tono y el espíritu que dominan en Ganarás la luz. «Amigos: he querido escribir una autobiografía poemática, una antología biográfica. La vida poética del hombre. No es mi vida, pero sí se apoya en mi experiencia. Es la vida de un poeta cualquiera que nació en España, pero que pudo haber nacido en otra parte del globo, con menos sol, con menos vino y con más ganas de pasear entre los gansos del estanque.

Lo español es lo específico, pero no lo permanente. Hoy cuenta todavía y es necesario consignarlo. Mañana el género habrá devorado a la especie. A este género le he andado buscando nombre, pero no le he encontrado. Sé que es una fuerza sorda y una vaga conciencia llevadas por el viento... Todo ello no sé aún cómo se llama. Y este libro no es más que el afán angustioso por encontrarle un nombre.

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Al empezar he levantado entre mis manos, para estrangular mi orgullo, el cráneo primero del hombre y le he preguntado quién soy yo. La historia desnuda me ha respondido sin números, sin nombres y sin paños.

Enseguida he pronunciado el nombre de Jonás. Y he dicho: ¿Seré yo el Jonás español? ¿Seré yo el recién nacido? ¿El que acaba de dejar las entrañas?

Luego he dicho más firme:

Yo soy el ladrón sacrílego del templo que se ha llevado el salmo. Pero no soy el salmista ni el poeta tampoco. Tal vez sea Job. Y si no soy Job, mi cuerpo está lleno de lepra y mi voz de imprecaciones y gemidos. Luego he dicho también: yo soy Walt Whitman. Y en mi sangre hay un sabor americano, romántico, desorbitado y místico. (Lo cual no es nada monstruoso, porque ¿no le acaba de decir en Madrid, al sapo, iscariote y ladrón, el propio embajador de los Estados Unidos, que Norte América es el Quijote del Continente Americano?) -¡Hola, camaradas! Y ahora yo escribo aquí, como un soldado de América que da cuanto tiene para ganar la guerra, primero este versículo de Whitman: Americano, ven que te limpie los ojos... Y acostúmbrate ya al resplandor de la luz. Y después estas palabras quijotescas: la justicia se defiende con una lanza rota y con una visera de papel. Me he buscado en la Biblia y por todos los rincones he encontrado mis huellas. He seguido esas huellas y he visto que mi éxodo, como el salmo, se habían salido del Libro. Luego he comenzado a caminar. A andar, a andar, hasta llegar al acantilado. El Viento me ha arrancado dolorosamente de mi patria como de la matriz y con las viejas raíces húmedas aún y lleno de arcilla española, he cruzado el mar. Y aquí estoy. Ahora soy un vagabundo sin patria, sin decálogo y sin tribu. No tengo una canción que podáis aplaudirme porque mi retórica está hecha de gritos, de blasfemias y de llanto. Además, como el aire está lleno de gases venenosos, nadie puede hoy cantar. He dicho también: no soy el filósofo porque apenas alcanzo a discurrir. Ni el sabio. Ni el gran buzo tampoco. Ni el historiador porque no tengo memoria. Me reconozco a   —259→   veces, sin embargo, por algunos indicios, en Edipo, en Fausto, en Prometeo, en Cristo... mas no soy irreverente ni orgulloso porque he visto mi imagen también en el gusano, en el lagarto y en la iguana.

Tengo un juicio ortodoxo con el que puedo caminar todavía por las calles. Pero me he encontrado muchas veces en el cerebro del loco y del imbécil y entre don Quijote y el Niño de Vallecas se ha movido mi péndulo. Esto no es literatura. Tengo documentos. Y mis poemas y mi prosa son anotaciones de experiencias inmediatas. He escrito en las sombras. Con una simple musiquilla de retreta alguna vez, pero abriendo bien las puertas y ventanas.


Para que entre el milagro
a caballo en el sol.



He dicho también que soy un conejillo de Indias. Después de todo el poeta y el aprendiz de poeta no es más que un campo de experimentación. Mi canción balbuciente se nutre de mi sangre. Y de mi carne podrida. Soy un zopilote que se devora a sí mismo. Soy también el fénix y me alzaré triunfante un día; no de mis cenizas sino de mi propio estiércol. He dicho algunas cosas en tono profético también. Alguien me ha llevado a decirlas. No sé si he acertado alguna vez. Mañana se verá. Sé desde luego que hay caminos en el universo para los cuales los pies y la pupila del hombre aún no están maduros. Y que soy un profeta sin madurar. Por eso he dicho que tal vez me llame Jonás. Y que acaso este libro es la aventura de Jonás: la noche oscura, su estancia en la ballena, la vida del hombre en el infierno. A pesar de todo, de mi experiencia y de mis múltiples caminos, aún tengo que crecer. El hombre en su proceso místico, todavía no ha pasado de la etapa purgativa. Ya vino el Cristo colectivo. Ahora marchamos todos hacia una mística colectiva. ¿O es que para la masa, para la humanidad, para el hombre, no hay más que Economía? Vosotros los políticos materialistas queréis que coman todos; pues el poeta quiere que   —260→   vean todos. En el mundo hay hambrientos, ya lo sé, y ciegos hay también, yo los he visto. Y hay que darle al hombre el pan y la luz, las dos cosas juntas. ¡Programa! ¡Programa! -¡Ah! ¿Queréis un programa? Pero esto es un programa. Este libro es un programa. ¡No habéis entendido! ¿Veis cómo es necesaria explicarse y decir en prosa lo que se insinúa en la canción? Escuchad y terminemos ya: más allá del mar, más allá de las lágrimas, más allá de mis ojos reventados y de mi canción hecha ceniza... más allá del cerebro roto y de las profecías vanidosas de la lengua... más allá de mi memoria y de mis sueños... al otro lado del infierno... en la puerta trasera del infierno, los que salgan encontrarán una tablilla con un nombre escrito, con un nombre escrito que no habrán oído jamás y con un itinerario desconocido hasta ahora para empezar a caminar. Hay que ir a buscar esa tablilla. Ya sabéis dónde está y cuál es el camino. Porque todo está aún sin madurar, la masa sin cocer, el mosto sin hervir y él hombre todavía sin saber cómo se llama. Y hay que volver otra vez a las entrañas profundas de la sombra a rescatar la luz, que se encuentra cautiva y encadenada en el infierno».

Los diecisiete años primeros de su vida son los que abarca el libro de memorias de Rafael Alberti, titulado La arboleda perdida (Edit. Séneca, México). Transcurrieron en Puerto de Santa María. «De muchos azules está llena y hecha mi infancia en aquel puerto de Santa María. Mas ya los repetí, hasta perder la voz, en las canciones de mis primeros libros: pero ahora se me resucitan, bañándome de nuevo. Entre aquellos azules delantales, blusas marineras, cielos, ríos, bahía, isla, barcas, aires, abrí los ojos y aprendí a leer». Libro delicioso es La arboleda perdida, por su estilo, por el ambiente que evoca y por su fina gracia. Los recuerdos de colegial con los jesuitas, la descripción de tíos y tías, fanáticamente religiosos y divertidamente extravagantes, nos son contados de modo insuperable. El andaluz paisaje marino, escenario de sus novillos de colegial, le inspira, al recordarlo, estas palabras: «Sólo los niños ciegos, buenos y tontos del colegio, no han conocido aquellas horas radiosas, llenas   —261→   de viento y sales, sembradoras del blanco de las salinas de Puerto Real, y la Isla, suficientes para empapar toda la vida de una infinita luz azul, ya imposible de desterrarla de los ojos. Cuando me muera, si es que a mi cuerpo no lo manda a la nada una bomba de Europa, que me abran los ojos suavemente: esos verán cómo se les albean los dedos de espuma de la playa y las uñas de fina arena; y en mis pupilas, igual que en dos minúsculos esteros de cristales, redonda y perfecta, la bahía, llena de velas gaditanas, con mis ciudades primorosas en círculo, balanceadas en mástiles y chimeneas». El pequeño libro en el que lo realista y lo poético se funden armoniosamente, termina de manera melancólica al recordar la hora en que hubo que abandonar el Puerto, cuando las vicisitudes obligaron a la familia a radicarse en Madrid: «¡Adiós calle de la Morería, calle de los sorbetes de colores y los helados veraniegos; vergeles de las orillas del río, puerta de San Alejandro, esteros y salinas; adiós infancia libre, pescadora, de patios y bodegas profundos! Seréis ya siempre en mi recuerdo como una barca de claveles con las velas de albahaca, cabeceantes por un mar de jazmines perdidos».

Pasos y sombras es el título -bien hallado, piensa el lector-, de la autobiografía de Juan Renau. El interés se acrece al leer el subtítulo: «Autopsia». La decepción es rápida. Nada en el libro responde a esa promesa de confesión valiente. Se nos escamotea la disección esperada. Pese a la prolijidad en el relato de los recuerdos infantiles, los capítulos del libro a ellos dedicados son, a mi ver, los más valiosos. Nos ofrece visiones muy animadas de los pueblos y el campo valencianos. Las memorias de Renau son excesivamente literarias a ratos, y en otros muy cargados de intelectualismo. Nos da cuenta de la situación de conflicto interior que en él se produjo entre su sentimiento de libertad espiritual y la obligación de obediencia perinde ac cadaver, a la ortodoxia del Partido Comunista. Entre las páginas mejores del libro figuran las dedicadas a los campos de concentración, donde Renau estuvo recluido a su llegada a Francia. En esas páginas muestra el autor positivas cualidades de narrador   —262→   vigoroso y emotivo. Nada he leído acerca de los famosos y terribles campos, tan impresionante como éste su relato.

Entre manzanos titula Alfonso Camín el primer tomo de sus memorias. En él nos cuenta su dura vida de niño y rapaz hasta el día en que, como tantos jóvenes de Asturias, embarcó para Cuba como emigrado. Fueron años de vida estrecha, de trabajos duros, de muchos trances dolorosos que no quebraban su temple, sino que lo encendían en rebeldía. Aparte de estos recuerdos tristes, todo lo demás de este libro de memorias, es viva descripción de la naturaleza, de una riqueza que acusa extraordinaria receptividad sensual y dotes nada comunes de observador. La niñez de Camín fue una viva comunión con la tierra, y los cielos asturianos. ¿Cómo, si no, por ejemplo, fuera posible esta descripción de cien variedades de aves? «El ‘ñervato’, que canta sólo en la cima del álamo y que parece tener en la garganta una fina flauta de plata; el jilguero, de canto redoblante y cristalino; el malvis, que derrocha sus notas parado en las argomas o en la cima del endrino; el pinzón, con cresta de gallo o corona de rey; el ‘veranin’, dulce y multicolor; el ‘reitan’, que alegra la huerta con su, canto; el ‘verderón’, el ‘verderón’ muy amigo de los valles y de los regatos; la ‘barbuda’ llamada así por su canto ronco y monótono; la ‘pioyina’, quejumbrosa, amable, sentimental; la ‘cerrica’, parda tirando a obscura, amiga de poner el nido en el castañedo, un nido muy grande hecho de musgo y pluma, la calandria corriente, llamada ‘carbonera’, porque pone unos huevos negros como el carbón; la verdadera calandria de Asturias, hermana o semejante a la alondra de Castilla; la ‘bruxa’ que anida al pie de las casas; el gorrión, de todos conocido; la golondrina; el ‘andaricon’, semejante al vencejo; la ‘pega’, que es la urraca o marica en castellano, pájaro sucio y carnicero; el ‘glayo’ que vive en los grandes bosques; el milano; el ‘ferre’, especie de cernícalo, más pequeño, más silencioso, más fiero; la ‘oruja’ y la ‘miaja’; y así siguen el murciélago, la codorniz o ‘parpayuela’, el ‘vicharchar’, el cuco, la perdiz, la arcea y el estornino». El libro de Camín es muy rico en descripciones de las costumbres y carácter de los campesinos   —263→   asturianos y de las faenas del campo en aquella tierra. El folklore que Camín evoca tiene todo el calor de lo realmente vivido. El libro termina, después del relato de la accidentada travesía hasta Cuba, con estas palabras: «En el horizonte limpio comenzaron a perfilarse los troncos y las copas de las palmeras. Estábamos frente a La Habana. Éramos carne nueva en el surco, al parecer, nuevo. Pronto nos mostrarían la vieja ceiba a cuya sombra oró Colón al tocar las tierras del Nuevo Mundo. El indiano viejo que retornaba de la Patria, por no hallar asiento en ella, nos dijo: ésta es una gran tierra. Pero hay que tener cuidado. En Cuba se planta un manzano y salen chirimoyas. Para evitar todo eso, yo no emigraba solo. Traía conmigo el roble, la fuente y la calandria».

Entre palmeras es el título del segundo volumen de las memorias de Alfonso Camín. Lo considero inferior a Entre manzanos. Demasiado prolijo, demasiado cargado de referencias a personas. Sin embargo, no por ello deja de ofrecer una imagen viva de su lucha para abrirse paso en Cuba y de muchos de los episodios más salientes de la vida del país, durante los años que Camín residió en él.

Memorias de mi cadáver de Jesús Ibáñez (Ed. del autor) es una autobiografía esperpéntica, desconcertante, en la que se mezclan el realismo más crudo, los arranques de arrebatado lirismo, las disquisiciones filosófico-sociales, los relatos de fantásticas aventuras en Rusia, Alemania y otros países -las aventuras de un proletario que se movió en el campo internacional-, las descripciones, algunas de gran fuerza, de paisajes españoles: de Castilla y de Asturias, la prosa, el verso, la polémica política, la diatriba, la procacidad, la mordacidad y el humor. Todo esto hace de Memorias de mi cadáver, un libro sobremanera original ante el que uno no sabe a qué carta quedarse, un libro absolutamente fuera de lo común. Curioso personaje, este asturiano, anarco-comunista, antinomia simbólica de un hombre extraordinario.

Francisco Largo Caballero escribió un libro de memorias en el que en estilo llano, escueto, relata su vida de luchador socialista,   —264→   desde los tiempos heroicos del movimiento bajo la dirección de Pablo Iglesias hasta que dejó de presidir el Gobierno republicano durante la guerra civil. Son especialmente interesantes la parte inicial y la final del libro; la primera por la viva evocación que hace de los días románticos del socialismo español, y la final por relatar en ella su aprensión por la Gestapo al llegar los alemanes a París, su internamiento en un campo de concentración en Alemania, cerca de Berlín, las dramáticas, estremecedoras, increíbles cosas de que en él fue testigo, los días llenos de tensión cuando ya era inminente la entrada de las tropas rusas liberadoras, su salida del campo, enfermo, conducido en tropel, a golpes de culata, hasta caer exánime a un lado de la carretera, donde lo recogen los soldados rusos. Estas páginas finales son verdaderamente impresionantes. Las partes intermedias del libro son fundamentalmente polémicas y justificadoras de su conducta política durante la dictadura primorriverista y a lo largo de su actuación como Presidente del Consejo de Ministros de la República. Indalecio Prieto y Juan Negrín surgen con frecuencia en estas páginas centrales, señalados por Largo Caballero como sus principales antagonistas. Ellos y el Partido comunista que contribuyó decisivamente a su ascenso al poder y a su caída. Dejando a un lado lo discutible, el acierto o el error de sus actitudes políticas durante largos años en los que figuró como destacado dirigente obrero, de este libro se ve surgir la figura de un hombre austero, moralmente intachable, merecedora de un profundo respeto. El libro va precedido de un prólogo de Enrique de Francisco.

Ángel Osorio y Gallardo escribió una autobiografía y unas memorias en su característico buen estilo, sobrio, llano y salpicado de gracia. En estos libros relata todos los episodios de su bastante agitada vida política: la semana sangrienta barcelonesa, la pugna del Maura sí y Maura no, la crisis interna del Partido conservador, su actitud ante la dictadura de Primo de Rivera, la crisis final de la monarquía y el advenimiento de la República, acontecimientos en los que participó de manera destacada. Las memorias de Osorio y Gallardo son relato vivo de un tercio   —265→   de siglo de historia española, en el que campean la serenidad en el juicio y una completa ausencia de apasionamiento. Lectura por ello aleccionadora y que de seguro -soy generoso u optimista- hará enrojecer a más de un hombre de pluma español de los que la mojaron en la hiel de un bajo resentimiento y la dejaron desbocarse torpemente.

María Chopitea es autora de Sola, relato que abarca los recuerdos de su vida en Barcelona, el transcurso de la guerra civil en dicha ciudad, el éxodo al terminar la guerra, la estancia en Suiza y Francia, antes de dar el salto a tierras de América. Todo ello, visto por una muchacha muy joven y descrito con emoción y espontaneidad. La observación de hombres y cosas es aguda, la escritura sencilla y natural.