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ArribaAbajo12. Marzo 1894

Predominio de la cuestión económica sobre las demás cuestiones en Europa - Estado de Portugal.- Proyectos de contribución progresiva en Francia.- Reclamaciones de esta potencia a Portugal.- Italia.- El problema económico allí.- Tristezas y malandanzas.- Proposiciones del ministro de Hacienda.- Protestas de la oposición.- Temores de anarquismo.- Estudio de tal sistema y de sus sectarios.- Hechos capitales de éstos en Europa.- Uniformidad del tipo común anarquista en los individuos varios.- Sus diferencias de las demás escuelas socialistas.- Generación de su ideal.- Su teorizador.- Su jefe de acción. -Influjo moscovita.- Observaciones.


I

No hay que acariciar ilusiones. En todos los pueblos de nuestra Europa y en todos los momentos de nuestros días, no se ofrece más problema que la cuestión económica. Efecto de lo mucho que han subido los presupuestos, por lo caras que nos han costado revoluciones y guerras, todos los gobiernos se hallan apurados, y, por ende, todos metidos en el fastidioso problema de aumentar sus ingresos y disminuir sus gastos. Así, la política diaria y los partidos militantes a una se quedan rezagadísimos por las ventajas que les llevan en la atención general estos apuros económicos tan penosos y necesitados de un urgentísimo remedio. Por lo único que podría mezclarse la cuestión económica con la cuestión política en esta crisis, tan profunda, sería por extenderse la persuasión de que un cambio en la forma de cada Gobierno quizá trajese aparejado un ahorro en la suma de cada presupuesto. Pero las ganancias, que por un cálculo de probabilidades podrían los gobiernos más sencillos granjearnos, ora fuesen reaccionarios, ora progresivos, hállanse compensadísimas con lo costosas que resultan las instituciones nuevas y con los dispendios que trae consigo aparejado todo radical cambio. En Portugal hay muchos creídos de que si echaran el joven rey, echarían la siniestra fortuna. Y no solamente conspiran los partidos republicanos, conspiran los partidos gobernantes. Y así hay monárquico portugués que cree fácil un golpe como el asestado por Alejandro a los radicales de Serbia y un trastrueque rápido de la decoración política en el gobierno como en los teatros. Todos los partidos conspiran a una contra el monarca, con la sola excepción de aquel que gobierna; y mientras los republicanos proponen la panacea de su república, proponen las gentes de corte un régimen de regencia parecido al nuestro y al holandés, con regentes femeninas, sólo que una parte de los así confabulados quiere magistratura tal para la reina consorte y otra parte para la reina madre. Déjense los portugueses de tales soñaciones, y apechugando con el régimen vigente, huyan de sindicatos extranjeros e ingerencias extrañas en sus negocios por medio de una sabia economía.

II

No se liberta Francia del general embargo, que a todos los pueblos trae la penuria, o presente, o amenazadora. Esa radical extirpación de los sesenta y cuatro millones, que constituían su déficit, no ha podido conseguirse por el ministro de Hacienda, si no merced a un remedio quirúrgico tan radical, como la última conversión, cuyas consecuencias traen a los estadistas mayores de allí como enajenados en la contemplación del problema, recrudecido en Francia cual en todas partes. Y para persuadirse de la verdad de esta recrudescencia, no hay sino ponerse a pensar que proponen ya un remedio tan socialista, como el impuesto progresivo, republicanos de abolengo tan autoritario y conservador cual el diputado Cavaignac, cuyo nombre ilustre, o no significa nada, o significa la mayor victoria conseguida sobre los sectarios del socialismo en la corriente centuria. Para sostener y abonar su tesis, el hijo de general, tan republicano y conservador como el difunto general Cavaignac, presenta el ejemplo de Suiza, poco persuasivo en verdad, pues en Suiza pasa que, allí donde tal impuesto, como el progresivo, viene ya de años, se distribuye con equidad y se satisface con resignación; pero donde las escuelas comunistas o radicales han logrado establecerlo últimamente, adquiere una forma tal de violencia y despojo, que a veces paga por todo el pueblo un solo rico. Mas no hay para qué penetrar en las entrañas del problema: lo esencialísimo es aducir su aparición como en sí misma es, como una prueba de que la economía y el presupuesto embargan los ánimos, no sólo en los pueblos débiles y pobres, en los pueblos poderosos y ricos. Así también se trata por el gobierno y por el Parlamento de apresurar las maniobras diplomáticas, en reclamación débito que con los tenedores de papel francés tienen contraído el gobierno y el pueblo lusitano, por lo cual necesita Portugal mirarse mucho en lo que hace y precaverse con especialidad a todos los eventos.

III

Pero, donde mayores proporciones toma y mayor espanto causa el problema económico, es en Italia. Cuando nosotros, desde la triste anudación de sus alianzas, le dijimos cómo se precipitaba en tal ruina, rióse de los augurios, y tomó, alentada por sus inverosímiles triunfos, el vértigo de las grandezas. Bien caro lo paga, En el pueblo reina una inquietud tal, que se ha necesitado la ocupación militar para devolver su paz material a Sicilia, y en el gobierno todas las fuerzas y todas las facultades y todas las ideas de los ministros se convierten hacia la cuestión económica por el fundado temor de que pueda coronarse obra tan excelsa, como la unidad itálica, con mácula tan triste, como una irreparable bancarrota. El informe de Sonnino acerca del estado económico aquél arranca lágrimas de sangre al empobrecido pueblo, y demuestra que precisa dar de mano a las alianzas y a las colonias y a la política para curarse únicamente del erario. Ciento setenta y siete millones de liras el déficit, quinientos los descubiertos del Tesoro, en descenso las aduanas, en ascenso las quiebras de Bancos y sociedades mercantiles, no queda otro remedio que volver directamente al curso forzoso, indirectamente al impuesto sobre la molienda; requerir mayores aportaciones del renglón de las utilidades al acerbo común de los tributos; aumentar los derechos de la sal; hacer una conversión como la francesa que descargue al Estado de gravámenes; quitar las provincias numerosas con las Universidades y las audiencias inútiles, y los dispendios en Guerra y Marina para obtener que tras tantos sacrificios por la independencia, pueda preservarse Italia de caer, no bajo los pies del Austria, como antes, bajo los pies, como Egipto ahora, de un sindicato extranjero. Mucho han gritado las oposiciones al sentir la exposición del cauterio único, que cabe a mal tan crudo ya; pero si meditan un poco llegarán a convencerse de que, sobresaltado el pueblo por la desgracia, puede llegar, dada la insania de su delirio, como se ha visto en Sicilia y Carrara últimamente, a caer en el anarquismo y apelar a los anarquistas.

IV

Uno de los más curiosos fenómenos que ofrece la historia contemporánea es el bárbaro y criminal carácter últimamente revestido por aspiración, tan duradera en los extravíos atávicos y hereditarios de algunas personas y aun de algunas gentes excepcionales, como la inclinación a separarse de la sociedad y maldecirla, creyéndola madrastra sin corazón y llegando a huir de su seno hasta refugiarse en ascetismo y en misantropía suicidas. El siglo de oro en que los hombres vivían a su grado, vistiéndose del vellón de las ovejas y alimentándose del fruto de las carrascas; el Joghi de la India, tan enajenado en su meditación eterna, que las golondrinas fabrican nidos sobre las espaldas suyas, semejantes a piedras; el ebionita nómada por el desierto inmenso, sin hogar alguno y sin familia, en requerimiento de la venida del Mesías y de sus revelaciones; el macerado penitente que habitó las cavernas y convivió con las bestias; el ermitaño recluido en esos sagrarios adonde únicamente llegan ecos de quejas y evaporaciones de lágrimas; el igorrote a quien tira la montaña, representan esos amores a la soledad, contradictorios del todo con los instintos de comunicación entre las criaturas, tan poderosos, como la cohesión de los cuerpos orgánicos y como la afinidad de los compuestos químicos y como la atracción de los orbes celestes, para componer y perpetuar la sociedad. Siempre ha existido en algunos el odio a los demás, alimentado por los males y por los inconvenientes que tienen las sociedades mismas en sí, como los tiene todo en el misérrimo planeta nuestro y en el género humano entero. Mas nunca se había visto entre los mayores misántropos de antaño esta inhumana idea y esta cruel inclinación de hogaño a destruir la sociedad en su conjunto, destruyendo por el hierro y el fuego, es decir, por la pólvora y por la dinamita, los individuos todos que la componen y que la perpetúan para cumplir fines humanos de progreso universal y realizar las grandes idealidades que Dios nos deja entrever desde aquí en su gloria, cual tipos y arquetipos de la belleza y del bien, realizables dentro de las condiciones restrictas en que nos pone y de los límites angostos en que nos recluye nuestra irremediable contingencia.

V

Yo no creo que los asesinos varios, cuyos crímenes hoy siembran por doquier el pánico popular, pertenezcan tanto a una secta doctrinal como a una enfermedad colectiva. Estudiando los fenómenos dimanados del instinto de imitación, obsérvase que, así como se someten al gusto de los demás las personas originales e independientes, hasta vestir y comer como le mandan sastres y cocineros de París invisibles y desconocidos, así también se someten a sofismas y superstición es que, a intervalos, producen una epidemia moral, cuyos miasmas corrompen las inteligencias y pervierten los ánimos, epidemia tan efectiva como las materiales que, a intervalos también, emponzoñan aires o aguas, y nos matan. Las neurosis de Rousseau, patentizadas en aquella elocuencia suya tan estética, poseyó a las mujeres que generaron y parieron a los titanes de la Revolución francesa; y las primeras aplicaciones del magnetismo por Mesmer difundieron una demencia colectiva tan intensa, que se creyó fácil cosa la transparencia de los pensamientos internos en las frentes al fulgurar de tales rayos y los dones de la inmortalidad conseguidos por los contactos de los dedos en las cadenas eléctricas que sacudían los nervios con choques fulminantes, los cuales eran tomados por espasmos y sobreexcitaciones de la vida. Yo no estoy lejos de creer que los ayunos forzosos y las emociones violentas del sitio puesto por los alemanes a París, engendraron aquellos apocalípticos exterminadores de la comunidad revolucionaria, más tarde aparecidos, cuya rabia de perros hidrófobos inmoló rehenes tan santos y benditos como el mártir arzobispo e incendió monumentos tan gloriosos como el palacio de la ciudad. No hay que dudarlo: las epidemias morales, en su significación más vulgar de calamidad o plaga reinante sobre gran suma de individuos atacados por sus miasmas, los cuales se ceban en tales víctimas si las encuentran predispuestas y propensas a contraer el mal, nos dan el por qué de la existencia de los anarquistas y de la enfermedad del anarquismo.

VI

Mirad a cada cual de los más famosos y veréis cómo se halla el prototipo uno en ellos. Son criminales de nacimiento, que se sobreexcitan por borracheras de ideas, tomadas en libros y en discursos buenos o malos. Como al vino se sobreexcitan los locuaces hasta la garrulidad, ellos a la idea; concluyendo por trastornarlo todo y creer heroísmo el asesinato, martirio la pena consiguiente al crimen, déspotas o tiranos cuantos gozan de alguna comodidad o gastan frac. Ravachol sacrifica, malvado, a impulso tan vil como el impulso al robo, un solitario indefenso, y luego, al móvil de la idea, especie de ciclón o tromba que se le metió en la mollera, destroza y extermina lo que tiene delante. Pallás, otro filósofo práctico, quizá con aptitudes, en sociedad menos organizada de suyo, para negrero o pirata y bandido en cuadrilla, pero a quien los viajes y las lecturas ilustran un poco, y que se convierte, a la perversión contraída por tal envenenamiento, en vengador de la humanidad, y no encuentra más medio de vengarla que despedir una bomba de dinamita bajo el caballo de Martínez Campos y alardear luego en la capilla y en el patíbulo con valor sobrehumano, mantenido por las lecturas mismas, de grande trágico. El aragonés Salvador Franch, bebe sus ideas en el seno de las escuelas católicas, y adquiere sus costumbres en el regazo de una familia piadosa, y, sin embargo de las ideas cristianas aprendidas en tal enseñanza y de los ejemplos morales vistos en tal vida, perpetra el más horrible entre los atentados cometidos por todos estos infames, el atentado de Barcelona, en que caen destrozados, entre música y alegría y festejos, amén de los burgueses indefensos e inofensivos, que no le han hecho daño ninguno y de quienes quizá haya recibido algún beneficio, jóvenes hermosísimas, las cuales no escuda su inocencia y su candor, envueltas en sus trajes de fiesta o coronadas de flores, ceñidas de gasas, rientes de alma, en los albores del amor y en la florescencia del ser, sorprendidas por el inesperado estallido, como las mujeres de Pompeya y Herculano, cual si un solo individuo tuviera en su poder las fuerzas devastadoras del Universo y en sus puños explosivos tan terribles como las erupciones del Vesubio. Vedlos a todos y parecen una persona tan solo. Teaurihet, que clava su cuchillo de zapatero en el pecho del ministro serbio en París; Vaillant, que despide su canuto henchido de clavos con pólvora cloratada, deseoso de aniquilar la representación nacional; Henry, el de la explosión recentísima en los salones del Terminus, que hiere por herir y mata por matar; todos adolecen a una del trastorno llevado al seso por las lecturas mal digeridas, capaces de arrebatar los temperamentos neuróticos o desordenados hasta unos arrebatos y unas enajenaciones, como las célebres de Tiberio y Calígula y Nerón, pervertidos por la ciencia y por el arte, hasta creer naturales y hacederos los mayores y más horribles crímenes, para que más resalte la identidad del fondo y del espíritu comunes en la diversidad varia de personificaciones. Henry atribuye su perversión y su crueldad a una próxima pariente suya que se burló de un cromo representativo del rey San Luis, cuya efigie le hablaba con misterio en los oídos palabras oraculares o sibilinas; y Faure, otro jefe de exterminadores, al noviciado sufrido en los jesuitas, cuya enseñanza y doctrina por tal modo viciaron su ánimo que le hicieron pasar desde los ejercicios piadosos en el templo a los juegos de Bolsa en el mercado, y desde los juegos en el mercado a las explosiones de dinamita en el mundo. Ab uno disce omnes.

VII

Pero no puedo sufrir se impute a la civilización y a la libertad modernas un mal coetáneo con todos los tiempos y congénito a todas las sociedades. Las dictaduras, decía el profundo Aristóteles, degeneran en despotismo; las aristocracias en oligarquía; y en demagogia las democracias. Plagas sociales así no han faltado a edad ninguna de la historia. En Grecia existieron cual ahora entre nosotros. Cleón, que representaba la demagogia en Atenas, aquel Cleón zaherido por Aristófanes, se veía en el caso de halagar todos los malos instintos para vivir al calor de todas las malas pasiones. La temeridad considerada valor, la declamación elocuencia, la mesura engaño, el presentimiento certero y la previsión patriótica menguas; cualquier malvado soltaba el freno de todas las maldades, no contenidas por la virtud de Arístides ni por la inteligencia de Pericles, importándole poco despedazar Atenas, si con atarla a la cola de todos los crímenes, se granjeaba para sí mismo famoso renombre con segura medra. Y lo mismo pasó en Roma. La obra democrática y humanitaria de los Gracos no murió porque la hirieran los patricios; murió porque la hirieron los demagogos. Druso, el violento y exageradísimo, soltado por los nobles, exageró demagógicamente las ideas del redentor e incitó contra su propia redención al pueblo. Este se fue con sus enemigos contra sus amigos. La nobleza encontró en la demagogia su natural aliado. El demagogo Druso tomó sobre sí la traidora carga de perder a Graco exagerando promesas y reformas. Como Graco había de cumplir, formulaba lo posible; como Druso no había de cumplir, prometía lo imposible en connivencia con el Senado. Prometió Graco colonias ultramarinas; pues Druso colonias italianas. Mantuvo Graco la repartición entre los plebeyos de las tierras públicas; Druso de todas las tierras así particulares como litúrgicas. El populacho creyó a sus enemigos y dudó de su redentor. Amó a sus verdugos y aborreció a su héroe. La democracia sucumbirá siempre que degenere por su mal en demagogia. Así la república romana sucumbió cuando el espíritu de la humanidad penetrara en sus senos y trajo ella misma por el extravío de su pueblo al propio cuello la terrible coyunda del imperio. Mas no se crea esto privativo de los pueblos antiguos. Los comunistas en los municipios de la Edad Media que detuvieron la emancipación de los siervos del terruño; los dualistas que armaron guerras como aquellas de los albigenses y dieron al Norte de Francia el predominio sobre la hermosa Provenza y al Papa vencedor las bases de su absolutismo eclesiástico; los ciompis de Florencia que prepararon la monarquía de los Médicis y trajeron la noche con su búho al pie tan admirablemente delineada por Miguel Ángel; aquellos hussitas que cambiaban en sangre roja el vino de los cálices y hacían los tambores de humanas pieles para obtener la renovación religiosa; los labriegos alemanes, sublevados en apariencia contra los castillos y en realidad contra la Reforma, que amargaron los días de Lutero y sumergieron en tristezas profundas su agonía; los niveladores de Inglaterra poniéndose frente al protector en nombre del comunismo para que la sociedad echase de menos a los Estuardos; el apostolado de Babeuf al término de la primera República francesa y los socialistas de junio y los comuneros de Marzo al comienzo de la segunda y al comienzo de la tercera, dicen que tales protervias oscurecen y tales protervias manchan todas las épocas y todas las generaciones del mundo en toda la sucesión de los tiempos.

VIII

Y con efecto, pocas veces se ha dado una teoría tan absurda como el anarquismo y una tan tangible gente como los anarquistas. En todas las escuelas y en todas las enseñanzas del socialismo tradicional existía un orgánico principio de poder semejante al Estado, y como el Estado, fiador de la seguridad universal. Ya sea el sacerdocio y el pontificado industrial de San Simón, ya la falange y el falansterio de Fourier, ya los talleres nacionales de Luis Blanc, ya la organización del trabajo de Leroux, ya el Estado cesáreo de Lasalle, ya el omniarca de los colectivistas, en tales doctrinas hay siempre una organización y un órgano arriba que, destruyendo la propiedad individual y levantando los gremios con las tasas de lo antiguo, errores crasísimos, hace veces de gobierno y organiza fuerzas de resistencia tales, que contra ellas habría de estrellarse por fuerza el desorden, quien, prolongado, retrotrae las sociedades al estado salvaje y las obliga, para sostenerse y conservarse en su natural pujanza y poderío, a erigir, como clave de su mantenimiento y sustentación, la horrible dictadura. Pero si hay en todas las teorías y en todas las escuelas socialistas un factor de organización que gobierna, siquier tenga facultades tan difíciles de practicar y ejercer, como la repartición de los productos del trabajo colectivo y de los intereses del capital común, en el anarquismo y entre los anarquistas no hay nada de esto. Mientras las escuelas socialistas, predecesoras suyas, elevan la fuerza del Estado en sus proyectos y planes hasta el despotismo, esta escuela conduce la libertad individual hasta la negación del Estado, y por consiguiente de la sociedad, que ni ha vivido, ni vive, ni vivirá, sin dirección y sin gobierno, pues cuando no sepa sacarlos de su propia voluntad y establecerlos en el derecho, descenderán la dirección y el gobierno de lo alto, imponiéndose por la conquista y por la fuerza. Creer cosa natural de suyo a la especie humana los desligues de los lazos sociales y la ruina de los organismos del Estado y la supresión de todo tribunal y la carencia de toda ley, equivale a creer posible la retrogradación a las edades de oro y a los ensueños de inocencia y a los jardines paradisíacos puestos por las teogonías y las leyendas en los orígenes de la especie humana, los cuales ocultan, tras un celaje de fantástica poesía el estado prehistórico, donde se hallaba en los últimos escalones de triste animalidad el hombre, armado de los pedernales que afilara el frote con otras piedras y habitante de las cavernas lacustres con escasa diferencia o separación de megaterio y del hipopótamo.

IX

¿Quién dejará de condolarse del mal que adolora y apena con sus horrores al trabajador moderno tan infeliz? Quién, allá en las delicias de una posición cómoda no haya nunca respirado el aire infecto de las buhardillas, donde duermen como cerdos en montones de paja podrida criaturas infelices, envidiando el perro o el caballo de los palacios vecinos, jamás comprenderá todo el hedor moral mezclado a estos materiales hedores y todas las plagas que tales miasmas condensan en el espíritu de nuestros pueblos. Catorce y quince horas en una fábrica, entre las ruedas estridentes que dan vértigo y las emanaciones malsanas que dan muerte; días y días en las minas, en aquel abismo donde la blanca piel de los sajones se torna negra, y el calor y la suciedad y las tinieblas os hacen desear el infierno, pues parecen encerrados por una eternidad en las entrañas del suelo inhabitable los jornaleros, exhaustos por el derrame sobre las peñas, para romperlas y ablandarlas, de un sudor que les roba poco a poco la vida, todo esto y mucho más, apenas imaginable a causa de su horror, justifica las quejas exhaladas por la desgracia bajo una fatalidad a cuya pesadumbre se reniega del ser y se desea, en rapto de verdadera desesperación, el no ser, por si en la nada se concluye, al par de todo cuanto existe y respira, tamaños horribles males. Pero yo digo que las medicinas inventadas por el socialismo, lejos de curar todo esto tan terrible lo agrava y lo recrudece. Imputándoselo todo a las humanas sociedades y a los Estados que las personifican y las dirigen, olvidan los socialistas dos orígenes mayores del mal mismo: de un lado la naturaleza íntima del hombre y de otro lado las leyes ineludibles del universo. ¡Cuánto no contribuye a la miseria el vicio, el despilfarro, la imprevisión, el desmedido lujo, la grosera sensualidad, el juego de azar, y mil otras cosas dependientes de vuestra voluntad y que pudisteis impedir de haberlo así querido! ¿Qué culpa tendrá la sociedad si unos son económicos y otros despilfarradores? Pues así como hay miserias dependientes de vuestro libre albedrío, que nadie puede forzar, hay miserias dependientes de las fatalidades mecánicas, químicas, fisiológicas, que nadie puede impedir. Tan malo como ser pobre, peor cien veces que la pobreza, una enfermedad hereditaria, la ceguera de nacimiento que os impide ver la luz y la imbecilidad de abolengo que os impide ver las ideas y la sordera que os impide oír los rumores del universo con los acordes del arte y la fealdad que os hace revulsivos a todos vuestros semejantes y os condena por las vías del mundo a burlas, en las cuales, ya que no podáis extinguir el inextinguible amor propio, de rabia os revolvéis contra toda sociedad y la odiáis. Yo conozco el mal y me duele; mas repito que lo agrava el remedio: las leyes socialistas encaminadas a crearnos un ejército imposible de inválidos del trabajo; las cajas oficiales de socorros que sólo socorren a los empleados y covachuelistas del gobierno; las doctrinas que ha dispuesto el cesarismo alemán formular desde la cátedra y poner en las leyes; los planes y promesas de las escuelas militantes en sus programas electorales al proletariado de entregar a su disposición el presupuesto, cuando a la postre no hacen sino aumentarlo con tributos, que paga el proletariado mismo; los empeños de una gran parte del clero en que la caridad cristiana debe constar en leyes coercitivas, cuando no llegue a imponerla por la conciencia interior a la voluntad activa; el empeño de tanto publicista, sin excluir los conservadores, en que los Estados democráticos necesitan dar a las democracias, no el derecho de todos los tiempos, el pan de cada día; los aumentos cada vez mayores de las confesiones comunistas con símbolos henchidos de errores inexplicables; y como natural resultado dialéctico y substratum quintaesenciado de todo esto el anarquismo y los anarquistas.

X

¿Cómo surgieron la idea y el procedimiento anarquista en Europa? ¿Quién fue su verbo y de quién recibió el empuje de su acción? A la postre, todo aquello que vemos y tocamos en el universo, proviene de la luz y del calor; todo aquello que vemos y tocamos en la política, proviene del pensamiento y de la idea. Como Dios, motor inmóvil, impulsa el movimiento de los orbes; la idea, por su parte, impulsa el movimiento de los hechos. Así, estudiado el movimiento de las ideas anarquistas, estudiamos en último término el movimiento social contemporáneo. Las teorías anarquistas entran en la denominación común al socialismo. Hay que dividir las ideas socialistas contemporáneas en estas dos fases: fase, que tomaron desde la gran Revolución francesa en el siglo último, hasta la gran revolución de Febrero en mitad del siglo corriente; fase, que han tomado desde la mitad del siglo hasta nuestros días. El socialismo precedente al de ahora surge con una forma de Estado superior en fuerza y autoridad a la forma del Estado parlamentario vigente; así como con propensiones reaccionarias, no diré a las castas privilegiadas, porque su doctrina capital es la igualdad, pero sí diré a los gremios organizados en estirpes y clases como antes de la revolución. Alguien ha dicho que Platón y Aristóteles representan toda la ciencia humana en sus dos fases, que miran a lo ideal una, y a lo real otra; pues debe añadirse que representan las dos políticas eternas, la dogmática y la experimental. El pensamiento de Platón pesa todavía sobre las escuelas socialistas, que coinciden a una con los comienzos del siglo. Aquél su gobierno de los mejores se organiza por fuerza en una clase directora inteligente, la cual constituye, para desempeñar su dirección, un verdadero sacerdocio. Así las castas platónicas; así el clero teocrático; así el pontificado industrial; así el colegio positivista consagrado al culto de la humanidad enamoradísimo de las jerarquías eclesiásticas medioevales. Cuando las doctrinas de San Simón, Fourier, Leroux iban formulándose allá en las alturas del pensamiento abstracto, creíanlas todos destinadas a dirigir y gobernar el primer estado surgido de esas erupciones revolucionarias, tan frecuentes en esta edad, que ha merecido el dictado de edad de las revoluciones. Pero vino la revolución de Febrero; y la política, en vez de tomar hacia el socialismo autoritario, tomó hacia la democracia liberal. El aborto de los talleres nacionales, en mala hora ideados por Blanc y Albert, juntamente con las jornadas de junio, en que por un fantasma impalpable se inmoló al proletariado, mataron las viejas escuelas socialistas. Pero lo que nunca morirá es la perdurable aspiración del espíritu humano al perfeccionamiento absoluto social. Y aquí entran las dos políticas también, la experimental, atenta sólo a la mejora, y la dogmática, empeñada en la perfección. Pues bien; los teorizantes adheridos a este ideal utópico imaginaron haberse por completo engañado el socialismo antiguo por sus teorías referentes a Estado, a organización, a orden, a disciplina; y propusieron el desgobierno, la desorganización, el desorden, la indisciplina; es decir, la triste anarquía, la plaga horrible que hoy nos azota y nos apena. Proudhon se llamó ese genio del mal en quien todos estos principios se encarnaron. Así unos le creyeron forma revestida por el diablo en política, como puede revestirla en poesía. Por el demonio de Calderón ante Justina, y el demonio de Milton ante Eva, y el demonio de Goethe ante Margarita, lo tomaban las gentes al verlo ante nuestra sociedad contemporánea. El elocuentísimo Donoso llegó a proclamarlo Antecristo, cual a Nerón los perseguidos primeros cristianos. Parecía un arcángel esterminador sonando el estridente clarín que a los vivos mata y a los muertos resucita. Su divisa era: destruam, et aedificabo; es decir, buscar las reconstrucciones por la destrucción. Así pretende arrancar Dios del cielo y la religión del alma y el Estado de las sociedades humanas y el gobierno de toda colectividad y la emulación y la competencia de todo trabajo y el interés de los capitales y del suelo mismo la propiedad individual. Por esas antinomias, que Kant estudiara con tanta penetración, y Hegel pusiera en su célebre identidad de los contrarios, el socialismo antiguo se descompuso en una triple atomización de individuos como nunca pudo soñarla el más exagerado o violento individualismo. Ante tales resultados precisa reconocer que si los orbes se rigen por fuerzas componentes de la mecánica celeste, y los espíritus por leyes morales distributivas del premio y del castigo, las sociedades se rigen por una dialéctica tan real e implacable como la misma Providencia.

XI

Pues como Proudhon fuera el Verbo de las ideas anarquistas, Bakounine fue su acción. Yo no conocí al francés Proudhon personalmente, pero al ruso Bakounine lo he visto y he oído varias veces en reuniones y congresos helvéticos, aunque sin tratarle como traté a Hertzen, por lo mucho que sus ideas y su historia distaban de la historia y de las ideas mías, democráticas y liberales. El fenómeno ya observado en todos los anarquistas, la demencia horrible que se contrae a la embriaguez causada por evaporaciones de ideas, no bien definidas y concretas, lo personificaba él en toda su verdad, arquetipo de un sofisma viviente. Nacido cuando nuestro siglo sólo contaba diez y seis años, entró en la mocedad por aquellos días, en que privaban las ideas exageradísimas de la extrema izquierda hegeliana, y entró en la madurez y plenitud de su vida por aquellos días en que privaban los procedimientos revolucionarios connaturales al voraz incendio de Febrero. Muy dado a la lectura y a las controversias, cogió los libros de filosofía que le cayeran en las manos, devoró primero y resumió luego las ideas en esos libros contenidas, y sólo acertó a recoger y asimilarse las negaciones terribles y los errores extravagantes. Aquel curso eterno de la idea sin principio y sin fin y sin objeto, moviéndose por moverse, a la manera del principio de Heráclito, el movimiento perpetuo; aquella invocación a la nada, hecha en los epílogos de sus volúmenes anti-teológicos por los neo-hegelianos ateos; aquella nirvana, que comenzaba entonces a despuntar proponiendo al Universo todo el aniquilamiento y a la humanidad entera el suicidio, penetraron como una peste intelectual en su mollera, y le dieron una neurosis que le tiranizó hasta la muerte. Cual todos los dementes, hallábase dotado al igual de calurosas pasiones, crecidas en la continua combustión del pensamiento que animaba la lectura, y de fuerzas hercúleas crecidas en los ejercicios del ejército, a cuya oficialidad perteneció de mozo. Y con estos errores en el cerebro, y con estos afectos en el corazón, y con estas fuerzas en los músculos, combatió como un titán en los tempestuosos días de la revolución del 48, siendo derrotado por las tropas prusianas, tras heroica lucha, concluida por triste rota, cuyos resultados le infligieron larga reclusión en los horribles calabozos austríacos, donde le cayeron en el alma sombras sin número, hasta que, reclamado y requerido por el emperador Nicolás a la pena y al castigo en Rusia, lo condujeron deportado hasta Siberia, de donde pudo escaparse con felicidad, y después de haber dado al mundo la vuelta, yéndose desde China y el Japón al Nuevo Mundo, y tornando desde los Estados Unidos al viejo continente nuestro, declaró la guerra de exterminio, no a todos los gobiernos, a todos los Estados, con especialidad a los Estados democráticos; y no a los Estados únicamente, a la sociedad entera, mereciendo su exterminador sistema el nombre hallado con tanta felicidad por Turgueneff, para calificar las teorías anarquistas, el nombre de nihilismo, y mereciendo también su persona, extraña como un vestigio, el apellido congruente con sus teorías, el apellido de nihilista. No conozco nada tan enlazado como los ideales de Proudhon y los actos de Bakounine el relámpago y el trueno. Proudhon, en el volumen llamado Ideas revolucionarias, aconsejaba un abandono completo de los intereses a sus relaciones naturales, impedidas por todos los gobiernos sin excepción alguna, y ponía en crueles alternativas al pueblo francés diciéndole fragorosamente que optara entre el cesarismo y la anarquía. Y en otro volumen, titulado La Creación del orden, decía que, para resolver el problema social y mejorar la condición del trabajador y la naturaleza del trabajo, no había sino prescindir de todo gobierno por haber muerto a los golpes de la filosofía el poder eclesiástico y a los golpes de la revolución el poder civil. Pues todas estas ideas tomaron carne y se hicieron hombre, al mismo tiempo que se difundían en los aires por la pluma fulminante del filósofo Proudhon, en la persona enorme del moscovita Bakounine. Lo primero que presentaba de anarquista era la herencia de complexión fisiológica o psicológica llamada hoy atavismo, por la cual creía condensación su alma y hechura su cuerpo del esclavón más antiguo y secular, del cosaco, nómada como todas las tribus apercibidas a fines progresivos, libre como el viento boreal en las estepas heladas, y tan individualista de suyo, al modo de los germanos genuinos, que juzga incomprensible quisicosa el Estado y convive con los suyos poniendo en acervo común la propiedad y el trabajo. Así tuvo aptitud maravillosa para usar la lengua de todas las naciones con el fin de combatirlas mejor y para fácilmente apropiarse la naturaleza de todos los Estados con el fin de más a sus anchas minarlos. No existen dos factores tan opuestos en el mundo, como un revolucionario de tal naturaleza moscovita y un republicano clásico europeo. Yo no he visto persona ninguna que sumase, cual Bakounine, al caos anarquista en la inteligencia con el poder despótico en la voluntad. Mandaba con imperio para destruir todo mando con violencia. Tenía tal desmedida estatura, que se levantaba su cabeza en los congresos populares sobre las demás cabezas, como diz que se levantaban las cabezas de los cimbrios en los campos pútridos sobre los legionarios y los trofeos romanos. Por sus luengas barbas parecía la imagen del patriarcado bíblico, y por sus pequeñuelos ojos, los mongoles de aquellos, conocidos con los nombres de Atila y Tamerlan, que llevaban los hunnos y los tártaros al asalto de Occidente. Y si, por lo alto y majestuosísimo era un patriarca, por lo nervioso y susceptible un esclavón. Cuando su mirada despedía relámpagos de cólera, sus labios dibujaban sonrisas de desdén, ignorando uno, al verlo, si aborrecía menos que despreciaba en lo interior de su espíritu a la mísera humanidad; y si en el anarquista se hallaba un déspota, en el ateo un Papa. Como nadie imponía los caprichos propios con la fuerza que este hombre, nadie las ideas con su autoridad. Seguíale numerosísima turba de hipnotizados, a quienes fascinaba como la serpiente al pajarillo y como el magnetizador a la serpiente. No quería oír hablar de familia, disolvíala en el municipio; ni de gobierno, disolvíalo en la sociedad; ni de Dios, disolvíalo en la Naturaleza; el mundo se trocaba en anónima compañía mercantil a sus ojos; la ley en relación lógica y natural entre los intereses; el Estado en mera gerencia; la propiedad en comunismo entre voluntario y forzoso; la religión y la metafísica en hondas enfermedades congénitas a la debilidad irremediable del espíritu de nuestros contemporáneos: había, pues, que destruir todo eso. Y para destruirlo, no se contentaba con el error teórico y abstracto; quería, como un Genserico, apelar al hierro y al fuego. El horrible látigo de la tiranía se le metió en los huesos y era tirano. El esbirro, que lo celaba tanto tiempo, le hizo a él también esbirro. Habíase contagiado en el contacto de la guerra con los czares, y absorbiendo el despotismo por sus combates continuos con él, metía a sus partidarios en cintura, hasta la disciplina ejemplar y la organización de un ejército. Experimentaba horror tal a todo progreso pacífico y ordenado, que no le perdonó al czar Alejandro II la emancipación de los siervos y estuvo metido en todas las conjuraciones encaminadas a matarlo; no le perdonó al pueblo francés la república del 70 e hizo lo posible para destruirla en los escandalosos motines de Lyon y en la comunidad revolucionaria de París; no le perdonó a España su gloriosa transformación de Setiembre y alentó los cantones con todas sus fuerzas y mandó a Cartagena sus legionarios anarquistas; no le perdonó a Italia su independencia y aún laten los rastros de sus conjuras en los horrores de Sicilia; no le perdonó al continente nuestro su libertad, y todos los criminales que cometen un crimen a nombre de la terrible anarquía, son espectros y reapariciones de su alma, cual todos los explosivos que revientan y estallan bajo nuestras plantas, están cargados de sus protervas ideas.

XII

La teoría del anarquismo es obra de Proudhon, y el apostolado y el ejército de esa teoría es obra de Bakounine. A las sectas rusas, y solamente a las sectas rusas, debemos ese regalo. Y no podía por menos que despedir tales miasmas una semejante mancha de ponzoñoso despotismo en Europa. Por mucha bondad que le reconozcamos al czar Alejandro III, y yo la reconozco, no puede desconocerse que dirige un pueblo conquistador opuesto del todo a los pueblos industriales. Los pueblos conquistadores, huelgan; los pueblos industriales, trabajan. Los pueblos conquistadores, gastan; los pueblos industriales, ahorran. Los pueblos conquistadores, destruyen; los pueblos industriales, crean. Comparad las especies industriales con las especies carniceras; comparad leones y tigres con abejas y hormigas y mariposas. Mientras el león y el tigre parecen hermosísimos, aquél con su guedeja de oro, y éste con sus manchas pintadísimas, apenas parecen perceptibles el bombix y la abeja; sin embargo, el león, el tigre, la hiena, el águila, sólo sirven para combatir, mientras el insecto imperceptible os da la seda que os orna, la miel que os regala y la cera que os ilumina y esclarece. Para comprender mejor esta verdad, no hay como comparar los dos extremos de la civilización cristiana. En el Norte de nuestro continente los panslavos y en el Norte de América los anglo-sajones. Pues bien; los Estados Unidos arrancan el rayo de las alturas celestes y lo transmiten a la mano del hombre para demostrar su dominio sobre la Naturaleza; presienten y adivinan el genio de Watt, ignorado así por Inglaterra como por Napoleón, y traen la caldera de vapor que ha trastornado la industria; con la feliz audacia del inventor Evens ponen la primera locomotora en pie; con la mano de Morse tienden el cable y el telégrafo; con la luz del revelador Edison disipan las tinieblas; mientras los panslavos acechan Germania por Varsovia, Viena por Galitzia, las dos Bulgarias por Besarabia, Constantinopla por Crimea, por Armenia los valles del Jordán, por los valles del Jordán Egipto, por el Turquestán y el Afghanistán, por la Bactriana, donde Alejandro celebró sus bodas y Semíramis tuvo sus ensueños, por la Tartaria el desagüe de ríos, como el Éufrates, en los golfos pérsicos, y el Ganges, en los mares índicos, soñando así tener bajo sus pies Alejandría, Bizancio, Cachemira, Jerusalén, aunque para tenerlas, necesiten declarar al universo la guerra y valerse de la conquista universal.

Pues bien; el imperio, que por un lado nos detiene y para en el estado de guerra perdurable, por otro lado nos envía el anarquismo, negrísima telaraña de sus cavernas, y nos suelta los anarquistas, aves nocturnas de sus sombras. ¿Dónde se cuenta el número de creencias inverosímiles y de sectarios endiablados que hay en Rusia? Los gnósticos, los trémulos, aquellos que se despojan de su sexo por mutilaciones voluntarias, aquellos otros casi magos que adoran al demonio, los que piden a voces la muerte y desean la nada patentizan cómo la parálisis del raciocinio y del pensamiento genera visiones inverosímiles y fantasías absurdas. Así, no debe maravillarnos que haya crecido entre sus sectas una secta enemiga de toda verdad, de toda estética y de todo bien. En semejantes sectas, los poetas nihilistas proclaman preferible un mal queso a un buen libro. En ellas se califica de trapero chocho a Macaulay81, aconsejando el triste olvido de la historia y el amacebamiento con la sensualidad. En ellas se muestra como un despojo codiciable al proletariado el Occidente. En ellas se torna por el delirio en favor de la novedad al convento antiguo y se convierten los sectarios en comunidades ambulantes. En ellas las mujeres exceden a los hombres en furor y se arman del puñal de Carlota Corday82. En ellas se hace saltar el comedor imperial y se despedaza al emperador que había emancipado los siervos. En ellas el primer escritor moscovita contemporáneo llega delirante a presentarnos como el Cristianismo verdadero una sociedad sin gobierno coercitivo ninguno, sin leyes positivas, sin tribunales, sin medios de perseguir al criminal que no merece pena sino piedad, como si el anarquismo se respirara por todos en los aires. Yo creo al ruso fundamentalmente bueno, lo creo idealista, lo creo humanitario, lo creo caritativo, lo creo religioso y moral; pero creo también que un Estado arbitrario y despótico, aunque personifique y ejerza ese despotismo un czar de la bondad inagotable y de la clarísima inteligencia que distinguen al czar Alejandro, amigo de la paz y del pueblo, contra la voluntad y el propósito de todos, se torna en cenagal, que despide las sombras del error sobre los entendimientos y sobre las voluntades los miasmas del mal. Yo no hago a Rusia y a los rusos, no hago a los Czares y a sus ministros responsables de lo que allí pasa; imputo el origen de todo a un despotismo, que acaso resulte fatal en la evolución de aquella sociedad, pero que a todas luces también resulta perverso y corruptor. El ha engendrado ese apocalipsis que anarquismo se llama y esos exterminadores que se llaman anarquistas. En tiempo de Nerón surgió también un apocalipsis, como resultado y consecuencia natural de la tiranía neroniana. Para el nihilismo los rusos podrán y deberán renovar el ministerio designado en los apocalipsis judío y cristiano a los ángeles exterminadores de la proterva Roma y de la inmunda Babilonia. Aunque nuestros tiempos no son tiempo de visiones místicas; aunque ninguno de estos renovadores contemporáneos habla desde Patmos ni ve los siete candeleros de oro; el varón envuelto en blanca túnica, semejante a la nieve, de ojos semejantes al fuego, llevando en las manos guirnaldas de estrellas; los troncos, a cuyas plantas brilla un océano de cristal y en cuyas cimas un arco iris de mil varios matices; los ángeles que retenían a los cuatro puntos cardinales el respiradero de los vientos; y las maldiciones que, mezcladas con el estridor de la trompeta del juicio y las ráfagas del huracán universal, caían, como lluvia de fuego, sobre la impura Babilonia, sobre aquella ciudad que, corrompida y corruptora, abrevó al mundo en la copa de sus orgías, y lo envenenó con el viejo vino de sus vicios; aunque no veían este grande apocalipsis religioso, veían verdadero apocalipsis social. Y he ahí el origen y la explicación de todo cuanto nos pasa con el anarquismo y los anarquistas. Así, creyendo yo todo esto consecuencia natural del despotismo, y a todos éstos generación legítima del despotismo también, ¡ah! los creo incapacitados de vivir en el medio ambiente nuestro, inadaptables a nuestra luminosa libertad, incompatibles con la democracia progresiva, y por lo mismo no quiero que un cobarde pánico nos despoje de aquello que ha de concluir con la utopía y con los utopistas, de nuestros sacratísimos derechos. Nada de terror y nada de reacción; jamás tan ineludible y necesaria como ahora la santa libertad.