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«Cuentos de la Alhambra» de Washington Irving, en traducción de Luis Lamarca (1833)

Villoria Prieto, Javier

Luis Lamarca (trad.)





En la trayectoria literaria de Washington Irving podemos distinguir tres etapas. La primera, la etapa inglesa, cubre un período de dieciséis años, desde la llegada de Irving a Inglaterra hasta su viaje a España. De este período forman parte tres títulos: The Sketch Book, Bracebridge Hall y Tales of a Traveller. Obras compuestas fundamentalmente de relatos fantásticos, de narraciones de viajes y de aspectos sociales de Inglaterra. El éxito de las mismas fue inmediato, los elogios abrumadores y la popularidad del escritor alcanzó cotas notables de reconocimiento.

La segunda etapa, de inspiración o temática española, comprende los cuatro años que Irving pasó en España. Podemos afirmar que fue la que más huella dejó en él, y se convirtió en el período más fecundo de su vida literaria; de hecho, una tercera parte de toda su producción tiene temática española. De esta etapa son los títulos A History of the Life and Voyages of Christopher Columbus, The Conquest of Granada, Voyages and Discoveries of the Companions of Columbus, Legends of the Conquest of Spain y The Alhambra. Estas obras tuvieron un éxito editorial y literario sorprendente, continuado y merecido. Se trata de narraciones noveladas que recreaban la historia con un estilo de elegante belleza, habilidad y destreza. Aunque Irving consideró siempre The Conquest of Granada como lo mejor de cuanto había escrito, los lectores y los críticos proclamaron a The Alhambra, como su preferida. Stanley T. Williams (1955: I, 376), experto en este autor, afirmaba que The Alhambra «sobrepasa a todos los restantes escritos de Irving, por la brillantez de su colorido y lo cálido de su tono».

Finalmente, la tercera etapa, la etapa americana, comprendió los últimos diez años de su vida en los que buscó la tranquilidad de Terrytown, en su mansión de Sunnyside. De este período son las obras A Tour of the Prairies, Recollections of Abbotsford and Newsted Abbey, Astoria, Captain Bonneville, Margaret Miller, Woolfert's Roost, The Life of Oliver Golsmith y Mohamet and His Successors. Son relatos que hablan de su encuentro con las gentes y los paisajes que amó y cantó. A estos hay que añadir Life of George Washington.

History of New York o The Sketch Book fueron obras que, a pesar de entusiasmar a sus lectores, nunca hubieran logrado para Irving la medalla de oro de la Royal Society of Literature, que anualmente el rey Jorge IV ponía a disposición de la sociedad con el fin de galardonar a literatos eminentes, ni el doctorado honoris causa por la Universidad de Oxford, parca siempre en estos favores. Sin embargo obras como La vida de Colón, La conquista de Granada, La Alhambra o la Vida de George Washington sí justificarían la buena opinión que el público se había formado de él, satisfarían las expectativas que sus obras más ligeras habían despertado y, finalmente, sentarían las bases para una permanencia duradera en el mundo de la literatura.

The Alhambra o Tales of the Alhambra es quizá la obra que vinculó a Irving de una forma más intensa con España. Es un compendio de leyendas y apuntes sobre árabes y españoles. Un libro de creación literaria con base histórica, en el que se mezclan fantasía y realidad, un pasado maravilloso y legendario y un presente cotidiano lleno de vida y animación. Todo impregnado de un notable componente romántico. El encanto de The Alhambra radica en el espíritu soñador con el que el residente norteamericano del viejo palacio árabe penetró entre las bellezas del lugar y en la magia con la que supo trasladar las asociaciones románticas que aquellas despertaban en su mente.

La obra vio la luz en Londres en mayo de 1832. Colburn y Bentley la titularon The Alhambra, by Geoffrey Crayon, Author of the Sketch Book, Bracebridge Hall, Tales of a Traveller, etc. Los impresores estadounidenses Carey y Lea (1832) la llamaron The Alhambra: A Series of Tales and Sketches of the Moors and the Spaniards, by the Author of the Sketch Book. La segunda edición de Bentley llevaba por título Tales of the Alhambra, pero no fue hasta ediciones posteriores cuando Irving impuso el título de The Alhambra y, a partir de la edición de Putnam de 1851, asumió también la autoría de la obra con su nombre y apellido, sin escudarse en la figura de Geoffrey Crayon.

Durante el curso de la historia de la publicación de The Alhambra aparecen cuatro textos distintos. Entre ellos las diferencias son notables ya que coinciden los títulos pero no el contenido. Cuantas versiones se hicieron en España durante el siglo XIX, y prácticamente en toda Europa, tienen como base las ediciones londinenses de Colburn y Bentley -la primera de 1832 o la segunda de 1835-. Las de los siglos XX y XXI se acercan al centenar y se basan generalmente en el texto de la edición revisada de Putnam de 1851.

El libro no fue lo que Irving había soñado. Su delegación en un miembro de la embajada de su país, William Westley, para revisar las pruebas no le valió de mucho. Los propios editores impusieron un estilo propio y una forma particular de hacer las cosas. El texto que salió de las planchas de Colburn y Bentley difiere del manuscrito inicial que entregó Aspinwall. Estamos convencidos de que no corrigió las pruebas, o al menos la mayor parte de ellas, ni vio la organización y presentación del libro.

En The Alhambra, Irving buscó crear en el lector una sensación de unidad donde fueran integrándose todas y cada una de las historias. Centró todo el protagonismo de las leyendas en el espacio temporal del palacio. La secuenciación de las historias no es ni caprichosa ni aleatoria. Responde a un ordenamiento pensado y a una estrategia calculada. La primera parte de la obra (volumen I) está formada por historias que narran acciones, la segunda (volumen II) está dedicada a las leyendas y las reflexiones. En la distribución de las treinta y una historias de la edición de Colburn y Bentley, el autor no siguió un orden lógico. La edición americana de Carey y Lea se hizo a partir de un manuscrito distinto al de la edición de Londres y muestra notables diferencias con aquél en el orden de secuenciación de las historias. Al hacerse cargo Putnam de la edición completa de sus obras, el escritor americano llevó a cabo una revisión profunda de todo el texto de The Alhambra. Lo revisó desde la primera página a la última. Corrigió minuciosamente todo el texto y reorganizó la obra, amplió algunas historias, añadió otras nuevas, así como parte de los manuscritos que originalmente había escrito y que nunca se habían incorporado al texto. Se estima que Irving añadió unas treinta mil palabras, aumentando de esta forma la extensión del libro en un tercio. Hay que decir que el resultado fue una obra nueva. Lo que se aprecia al leer las leyendas de la edición revisada de Putnam de 1851 es que éstas se organizan con arreglo a cierto orden topográfico más que histórico. La edición de Colburn y Bentley de 1832 tiene treinta y una leyendas, la de Putnam de 1851, cuarenta y dos.

El éxito de The Alhambra contribuyó en gran medida a difundir las maravillas y el encanto granadinos a los cuatro vientos, la Granada legendaria a la que años después llegarían nutridas expediciones de viajeros preguntando por los personajes de los Cuentos. Y es que Irving fue el inventor de la España literaria para uso de turistas y viajeros anglosajones.

La lectura de las cartas de Irving nos lleva a la conclusión de que éste demostró muy poco interés, por no decir ninguno, por las traducciones que en Europa se hacían de sus obras. A pesar de ello, todas fueron traducidas de inmediato y bien conocidas. Como las obras originales en inglés, las traducciones tuvieron un éxito sorprendente que proporcionó al autor una popularidad que alcanzó altas cotas de reconocimiento. De todas las versiones hay que destacar el éxito internacional de The Alhambra. Se cuenta que los primeros turistas americanos, ingleses, alemanes y franceses viajaban hasta Granada con una copia de los Cuentos de Irving en sus manos, deseosos de experimentar las mismas sensaciones, recorrer las estancias y visitar los apartamentos de la reina Isabel de Farnesio en el palacio de los reyes moros, buscando por patios y jardines los espíritus y fantasmas que los rondan y que un día creó Irving.

En Alemania sucedió un fenómeno curioso con The Alhambra en su versión original. Se ignora de dónde o de quién partió la idea, pero lo cierto fue que desde 1832 hasta finales de siglo se dio una pugna entre los principales editores alemanes por imprimir The Alhambra en inglés. Eran obras orientadas a la enseñanza del inglés, como texto o como libro de lectura, y debidamente preparado con introducciones y vocabularios.

Las traducciones francesas y alemanas fueron muy tempranas, ya que aparecieron el mismo año de la edición príncipe inglesa. En Francia se realizaron cuatro traducciones diferentes, la de Mlle A. Sobry, P. Christian, O. Squarr (seudónimo de Charles Flor) y Richard Viot. También en Francia se editaron leyendas sueltas en colecciones populares, ilustradas y de divulgación a precios muy módicos con el fin de llegar a amplios sectores de la sociedad. También en 1832 se iniciaron en Alemania las versiones de Tales of the Alhambra. Se encargaron de sus impresiones los editores Duncker und Humblot, Vieweg, P. Reclam, Johann David Sauerländer, Herold, W. Spemnn, Hendel y H. R. Mecklenburg. Además de las traducciones alemanas y francesas, se realizaron cuatro versiones al sueco, una al holandés, tres al danés, dos al italiano y una al islandés. Un simple recuento de las ediciones de The Alhambra en Inglaterra, América, Francia, Alemania, España, Suecia, Italia, Dinamarca, Holanda e Islandia durante el siglo XIX proporciona una cifra cercana a las ciento veinte.

No habían trascurrido diez meses desde la aparición de la primera edición londinense de The Alhambra cuando José Ferrer de Orga imprimió en Valencia, en 1833, la primera edición española de Cuentos de la Alhambra de Washington Irving. La traducción iba firmada por D. L. L.

W. R. Langfeld y Ph. C. Blackburn (1933: 32) apuntan que aparentemente existen variantes de esta edición. S. T. Williams (1933: 33) las cataloga como tres ediciones distintas de la misma obra. Lo cierto es que es un libro reducido que contiene portadas distintas, con diferentes pies de imprenta. Tal como recoge Villoria (1998: 237-239), en la primera portada se lee: Cuentos de la Alhambra de Washington Irving, traducidos por D. L. L., Librería de Mallén y Berard, frente a San Martín. En otra, el pie de imprenta reza: Imprenta de J. Ferrer de Orga, Valencia 1833. En una tercera, Cuentos de la Alhambra, Valencia, Librería de Mallén y Berard. Y en una cuarta portada, Cuentos de la Alhambra, de Washington Irving, traducidos por D. L. L., París, Librería Hispano-Americana, Calle de Richelieu, núm. 60, 1833.

Un análisis de estas portadas lleva a las siguientes conclusiones: que existe una edición realizada en Valencia para Mallén y Berard en 1833, que el impresor fue J. Ferrer de Orga, y que hay una portada completa con pie de imprenta de París, de cuya edición parece ser que se responsabilizó la Librería Hispano-Americana, sita en la calle Richelieu, número 60, de la capital francesa.

Pedro Salvá y Mallén (1872: II, 155) se encargó de aclarar estas dificultades de autor anónimo y portadas distintas, que no ediciones diferentes. En la obra Catálogo de la Biblioteca de Salvá, donde hace una descripción de las obras que editaba, al proporcionar los datos bibliográficos de Cuentos de la Alhambra escribe: «Irving (Washington). Cuentos de la Alhambra, de Washington Irving. Traducidos por D. L. L. Valencia, J. Ferrer de Orga, 1833, 16º, láminas. El traductor de esta obrita fue D. Luis Lamarca, y la edición la costeó en parte mi padre; así es que hay ejemplares que llevan en la portada la razón de comercio de su casa de París».

La edición está muy cuidada y aparece embellecida con dos grabados realizados por Téllez y Blasco. En ella se ofrecen, vertidos al castellano, los ocho cuentos más populares de la obra de Irving: «El viage», «Gobierno de la Alhambra», «Interior de la Alhambra», «Economía doméstica», «Tradiciones locales», «La casa del gallo», «Leyenda del astrólogo árabe» e «Historia del príncipe Ahmed Al Kamel, o el Peregrino de amor». Los siete primeros pertenecen al volumen I de la edición de Colburn y Bentley de 1832, y el último al volumen II. Los ocho cuentos de la edición de Mallén y Berard vertidos al castellano sólo representan un 26% del total de la obra de Irving. Eso, y poco más, sería lo que los españoles conocieran de The Alhambra hasta finales del XIX.

Nada se dice del origen del texto fuente. Pensamos que fue traducida del inglés, pues Lamarca conocía este idioma, pero cabe la posibilidad de que se vertiera desde el francés, idioma que también dominaba. Las traducciones de A. Sobry y P. Christian llevaban ya un año en el mercado francés y en España los traductores eran proclives, por comodidad y conocimiento del idioma, a utilizar dicha lengua. Contrastamos los textos de Sobry y Christian, muy fieles al original inglés, con el de Lamarca y tenemos que decir que éste no siguió muy de cerca su versión.

No estamos de acuerdo con el crítico norteamericano John de Lancey Ferguson (1916: 58) cuando afirma: «El traductor fue un desconocido D. L. L., del cual nadie sabe nada. Quizá no fuera más que un mero hack del editor». Afirmar con esa contundencia que Luis Lamarca no era más que un simple plumífero, chupatintas o negro al servicio de los impresores valencianos nos parece excesivamente atrevido. La mejor respuesta es la lectura atenta de la biografía que acompaña a esta introducción.

La obra lleva un prólogo del editor (1833: s. p.) en el que, en menos de veintidós líneas, ofrece al lector las claves de su edición. Se congratula, en primer lugar, de la aceptación que la obra de Irving ha tenido entre ingleses y franceses. Espera, con mayor razón, que logren en España un éxito aun más clamoroso porque «enlazadas estas fábulas con las tradiciones y consejas populares del país, es muy natural que produzcan aquel interés que inspiran al hombre de buen corazón las antiguallas de su patria, y la tierna memoria de los cuentos de la niñez». Las dos consideraciones le han llevado a sacar a la luz el presente tomo. Termina con una promesa (1833: s. p.): «Si el éxito nos diese motivo para juzgar que ha merecido el aprecio de los inteligentes, quizá pensaremos en publicar otra serie, y acaso todos los que restan del original». Parece ser que el éxito no debió sonreírles, ya que Mallén y Berard no volvieron a acordarse de los Cuentos de la Alhambra. Sin embargo, no puede hacerse de menos la edición, ya que va a ser el texto base para muchas publicaciones posteriores de los Cuentos, sobre todo en forma de folletín. J. Montesinos (1953: 251) afirma: «Luego aparecieron en algunas revistas algunos cuentos sueltos, a veces sin nombre del autor, de modo que los datos espigados en revistas (El Artista y El Semanario Pintoresco, entre otros) mostrarán que el español recibió por ellas algo de la obra más popular de Irving, sin saber siempre de quien se trataba».

El crítico De Lancey Ferguson (1916: 59) se muestra muy duro con la traducción, que califica de mala, y argumenta: «La promesa del editor no se cumplió nunca, quizá porque el libro recibió la acogida que se merecía, mala. El libro no fue traducido directamente del inglés, sino que se hizo de la versión francesa aparecida el año anterior. Este tortuoso camino, junto al método muy particular utilizado por D. L. L., ha hecho que la obra, en algunas partes, resulte más una parodia que una traducción de Irving. Ha suprimido numerosos párrafos, especialmente aquellos que pudieran ser considerados despectivos para España. Otros han sido distorsionados de su significado original, como resultado unas veces de la filtración del texto a través del francés, pero otras son el resultado de una opción personal».

Para demostrar su toma de posición, Ferguson (1915: 59) recurre al primer cuento («The Journey») y afirma: «La supresión de la frase the smuggler and the robber are poetical heroes among the common people of Spain se debe sin duda a un deseo de aplacar los sentimientos locales. La traducción de too wary and empty-handed traveller como los viajeros muy avaros o muy pobres se debe sin duda a tomar el texto fuente de un trabajo de segunda mano, del francés. Pero cuando las palabras del anciano mendigo a quien el grupo de Irving le dio un pedazo de pan están cambiadas de ¡Bendito sea tal pan! a ¡Bendito sea Dios!, estamos quizá enfrentados a correcciones intencionadas. Tenemos que decir también que las omisiones y los cambios deliberados son mucho menos frecuentes en los cuentos que en la narración introductoria».

Los redactores del periódico El Granadino, en la advertencia a la Colección de novelas, traducidas por Rafael García Tapia (1843: 6), y entre las que aparecía una historia de Irving, dieron asimismo su opinión al valorar las traducciones de Cuentos de la Alhambra aparecidas en España antes de 1856: «También en España se han publicado primero dos en Valencia, Casa de Cabrerizo, formando un tomo en 16º; después todos en una empresa tipográfica que tuvo mas osadía que buen éxito, La Unión Comercial: esta traducción es hecha del francés; entrambas versiones son tan poco exactas o tan descuidadas».

Por nuestra parte, hemos examinado paralelamente los textos de Washington Irving, A. Sobry y Luis Lamarca para compararlos. Salta a la vista que Lamarca ha eliminado párrafos enteros que, curiosamente, sí aparecen en el texto francés. Encontramos que su versión está dentro de los parámetros de una traducción aceptable. La versión, aunque correcta, no es lo que podría llamarse una traducción cuidada y precisa. Todo lo fundamental que aparece en el texto fuente se encuentra en la traducción castellana. Cuesta ver dónde está esa mala traducción de que habla Ferguson, aunque es cierto que ha omitido bastantes detalles que, aunque implícitos en el sentido del texto, le habría proporcionado mayor exactitud, pues privan al lector de detalles importantes en los que Irving parece insistir. Las ampliaciones no son muchas, aunque sí innecesarias y las podría haber evitado fácilmente. También es verdad que en ocasiones proporcionan al lector una información más precisa y clara. Hemos observado que suprime algunas palabras sueltas. También hemos detectado equivalencias incorrectas. No es lo mismo amenazar a la capital que amenazar sitiarle en la capital. Igual ocurre con el viaje que había realizado el astrólogo árabe. Irving habla de un viaje desde Egipto, para Lamarca el viaje es a Egipto. Pensamos que la crítica de los redactores del periódico El Granadino es mucho más precisa y responde a la realidad de los hechos: la versión de Luis Lamarca no está muy cuidada a la hora de verter todos los contenidos del texto fuente, lo que hace que en ocasiones le falte exactitud. El español es fluido y atractivo. Lamarca no ha realizado una buena traducción, pero es correcta y sin filtros del francés. Cuanto ha hecho, omitido, ampliado o mal vertido, fue una opción personal que hay que aceptar. No puede hablarse de prohibiciones o imposiciones. Los caminos y los métodos que utilizó para verter este cuento no son ni tortuosos ni particulares, sencillamente son usuales, aunque quizá le haya faltado brillantez.

Por otra parte, a la hora de valorar la traducción de Lamarca no podemos olvidar el concepto de traducción que tenían los románticos y el fin que perseguían los editores con estas versiones. Para el escritor romántico la traducción tenía unas connotaciones especiales. Resultaba ser un instrumento importante para el logro de sus aspiraciones literarias como creador. Para muchos, traducción y creación eran términos que mostraban una notable coincidencia. En numerosas ocasiones la creación no tenía otro soporte, inspiración o fuente que una traducción. De aquí que resulte muy difícil saber cuándo un escritor romántico traduce y cuándo crea. Por otra parte, existieron bastantes autores que a la hora de publicar sus propias novelas se escudaron bajo el título de traducción. A ello se debe que el traductor romántico traduzca novelas, las arregle, las adapte, las imite y las reescriba.

En cuanto al fin que perseguían los editores con estas versiones no era otro que introducir las ideas y cultura de otros países, responder a las aspiraciones culturales y lectoras de la gente, instruir o simplemente entretener. La clave estaba en el tema de la obra y lo atractivo de su narración para proporcionar encanto y recreo a los lectores. A éstos no les importaba la calidad del producto final o si la traducción era correcta y fiel al texto fuente. Sólo les interesaba lo atractivo del tema y el encanto de la fábula. Y en esta línea está la traducción que Luis Lamarca realizó de Cuentos de la Alhambra de Washington Irving.






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