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Cultura y democracia : revista mensual. Núm. 2, febrero 1950


Redacción y Administración: 38, rue des Amandiers

París-XXe

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En este número:

  • EDITORIAL La Cultura y la Paz
  • *** En torno a la Carta de mister Acheson
  • SALVADOR BACARISSE La Cultura, la Democracia y la Música
  • PABLO NERUDA A Miguel Hernández
  • F. GANIVET Mariano La Gasca: Sabio, liberal y patriota y la ciencia michurinista soviética
  • JORGE SEMPRÚN Nada. La literatura nihilista del capitalismo decadente
  • EMILIO G. NADAL La traición permanente de los privilegiados
  • *** Tres veces (Cuento guerrillero)
  • J. STALIN... ...habla de Literatura
  • B. RODRÍGUEZ La falsedad de la llamada democracia occidental
  • *** Dos aspectos de la construcción del comunismo en la URSS
  • ANTONIO CORDÓN Panorama de China (II)
  • Nuestra portada «El Empecinado» (fragmento), por Goya
  • Precio del ejemplar, 50 francos. - Suscripción anual (Francia) 500 francos.
  • En las suscripciones para el extranjero y envíos por avión añadir los gastos de franqueo.


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ArribaAbajoLa Cultura y la Paz

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En las calles de Barcelona, en el paseo de San Juan, y en la barriada de Gracia, en Pueblo Nuevo y en el Arco del Triunfo, han aparecido letreros contra los planes de guerra de agresión de los imperialistas norteamericanos y de Franco. Estos letreros han sido pintados por los jóvenes de la Juventud Socialista Unificada de Cataluña. Los jóvenes socialistas unificados han expresado en esos letreros que «Los jóvenes catalanes no harán jamás la guerra a la Unión Soviética». ¿Podemos ver en este hecho un acto de agitación sin mayor trascendencia? No, porque es la expresión de una voluntad bien determinada, que no queda recóndita, sino que sale al aire libre, no importa el riesgo y la persecución, para que se vea y se comente, para que tome estado público.

Si en España se hiciese un plebiscito, con las garantías democráticas necesarias, para conocer la opinión de los españoles sobre la guerra, es seguro, segurísimo, que la casi totalidad de nuestros compatriotas dirían NO a la guerra. Por la guerra sólo votarían Franco y su camarilla de falangistas enriquecidos fabulosamente a costa del hambre del pueblo y de la ruina de España.

Los sentimientos del pueblo están invariablemente del lado de la paz, de una paz democrática y justa. Sólo en la paz el pueblo español puede encontrar su libertad, la democracia y volver a vivir en un régimen republicano.

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La guerra que preparan los imperialistas norteamericanos, y en cuya preparación participan Franco y los jerarcas falangistas, es una guerra de rapiña, de agresión en beneficio de los grandes multimillonarios de los Estados Unidos, y en la que Franco y los jerarcas falangistas tratan de encontrar un medio de prolongar la existencia de su régimen fascista y esclavista y de hacer mayores negocios.

La guerra, pues, representaría para el pueblo mayores sufrimientos y calamidades, una matanza horrible, y para España ruinas incontables, destrucciones que la reducirían a montones de escombros. Sus joyas y monumentos artísticos serían convertidos en promontorios de cenizas bajo el fuego devorador de las máquinas modernas de guerra.

Es fuerte y poderoso el movimiento por la paz dentro y fuera de España. Los españoles nos sentimos combatientes por la paz y formamos parte del gran ejército mundial por la paz, integrado por centenares de millones de seres humanos, de las más diversas clases, religiones, raza y color.

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Queremos dedicar una parte especial del presente artículo a los intelectuales y artistas demócratas y patriotas españoles. Fijamos la atención en los intelectuales y artistas, porque su saber, su pluma y su arte deben constituir una mayor contribución a la lucha por la paz. O sea, deben, con su palabra, con su pluma y con su arte, expresar y cantar, estimular la lucha del pueblo español por la paz. No puede inferirse de nuestro comentario que los intelectuales y artistas demócratas y patriotas españoles están ausentes de la lucha por la paz. Lo que debe deducirse es   —3→   que los intelectuales y artistas españoles demócratas y patriotas deben hacer más en la gran lucha por la paz. Y esto que decimos no se refiere en forma particular a los que viven amordazados por el terror fascista y sometidos a la censura negra en España, o a los que en forzada emigración disponen de mayor libertad. Consideramos que en cada caso, y con arreglo a las circunstancias, cabe actuar con eficacia, puesto que la lucha por la paz es tan variada, en cuanto a las formas que debe adquirir, que nos parece impropio el pretender recluirla a patrones determinados.

Recordamos el ejemplo -porque es imborrable- de Antonio Machado, durante la guerra nacional liberadora al lado del pueblo español, compenetrado, más aún, fundido con el heroísmo y la grandeza de los que con su sacrificio y su sangre cerraban el paso al fascismo en tierra española. Lo recordamos porque no hay mayor honor y gloria para un intelectual que servir a su pueblo en la defensa sagrada de la causa de la democracia y de la paz. Si Antonio Machado viviera hoy, los letreros de Barcelona alimentarían sus inquietudes, y su poesía cantaría al heroísmo de los que salen a la calle en España a dejar constancia escrita de lo que es el anticipo de su firme resolución de que no harán jamás la guerra a la Unión Soviética.

La intelectualidad española democrática y patriótica puede y debe hacer más en la lucha por la paz y contra los imperialistas y los franquistas que quieren convertir a España en cuarteles, trincheras y cementerios en beneficio del capital financiero ávido de más ganancias, de mayor dominio.

Los intelectuales españoles democráticos y patriotas pueden y deben hacer más en la lucha por la paz y contra los imperialistas norteamericanos y los franquistas que pretenden regimentar al pueblo para lanzarlo a la guerra.

La novela, el ensayo, el artículo, la poesía, la pintura, la música, toda manifestación intelectual debe estar inspirada por esta causa de la paz que, por añadidura, para España es también la causa de la libertad y la democracia, la causa de la independencia nacional, porque la lucha por la paz es   —4→   la lucha contra el tirano Franco y su dictadura fascista, y forma parte inseparable de la causa de la liberación del pueblo español.

Luchar por la paz es defender la cultura, porque la cultura no puede cultivarse sobre bayonetas y cañones al rojo vivo. No puede desarrollarse ni vivir bajo la oprobiosa tiranía del fascismo. El desarrollo de la cultura, su floración, está en la paz, que es donde encuentra su más amplio dominio de creación el pensamiento humano. Los imperialistas, los franquistas, son enemigos de la cultura.

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Una prueba evidente de que Franco es un enemigo encarnizado de la cultura está en que lo mejor de la intelectualidad democrática española vive en forzada emigración desde 1939. Está, igualmente, en que todo intelectual democrático ha sido arrojado de las universidades, institutos, centros de enseñanza, de la prensa y se encuentra en la cárcel o dedicado a ganarse la vida, los que pueden, en trabajos manuales para no morirse de hambre.

Médicos, catedráticos, profesores, abogados que no pueden ejercer; escritores, poetas, músicos, periodistas que no pueden escribir, porque nada les publican. Todo esto y mucho más no deja de mostrar, con perfiles de tragedia, a lo que ha quedado reducido lo mejor de la intelectualidad bajo la dominación fascista de Franco.

El puesto de la intelectualidad honesta, patriótica y democrática española está en las filas de los combatientes de la paz. La defensa de la paz está muy lejos de ser el eco de un pacifismo inoperante, porque exige la acción   —5→   contra los que preparan la guerra de agresión, exige que los defensores de la paz sean, por lo mismo, combatientes por la paz.

A esto tendemos, esto nos proponemos: a que cada intelectual español sea un combatiente por la paz para España, allí donde se encuentre, con los medios y posibilidades que tenga a su alcance, muy unido al pueblo, porque muy unido al pueblo se está, aunque físicamente haya una barrera de miles de kilómetros, si la causa que se defiende es la causa por la que lucha el pueblo.

No caben terceras fuerzas, ni escudarse en las falsas posiciones de los que, pretendiendo ser o denominándose «puros», no hacen más que rodar por la pendiente que lleva al abismo, al campo enemigo. Porque en literatura, artes, ciencias, música, poesía, etc., o se está en el campo de la paz o en el campo de los promotores de una nueva guerra de agresión. El campo de la paz es el campo de los pueblos; el campo de los promotores de una nueva guerra de agresión es el campo de los imperialistas, el campo en el que está Franco y Falange.

Y para todo intelectual honesto, patriota y demócrata, no debe haber duda ni vacilación en la opción, ya que es junto al pueblo, luchando con el pueblo, en el frente de la paz y de la democracia, donde está su puesto.

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A pesar del terror y del engaño el pueblo encontró su camino y dio la victoria al Frente Popular en las elecciones del 16 de febrero de 1936   —[7]→  

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ArribaAbajo16 / Febrero / 1936

Pocas fechas existen en la historia política contemporánea española que ofrezcan tantas condiciones para el recuerdo1 como la del 16 de febrero de 1936. Fecha que tiene una candente actualidad, pues es uno de los jalones de una etapa en nuestra vida nacional que aún está abierta.

En esa fecha triunfó en España el Frente Popular. Aquel día, el obrero y el campesino, el empleado y el intelectual, el español progresivo y patriota, unió su esfuerzo y su voluntad a la de los otros y derrotó a la reacción. Hizo uso del arma que poco antes se había forjado, del Frente Popular, y ese arma resultó ser de primera calidad en aquella batalla.

Y sin embargo, la lucha no se presentaba fácil para el pueblo. España llevaba dos años sometida a un gobierno reaccionario, período conocido como el «bienio negro».

30.000 españoles estaban en cárceles y presidios; centenares habían sido asesinados; millares de obreros y empleados estaban seleccionados de su trabajo; otros estaban en la emigración.

No había libertad de propaganda; las organizaciones obreras y democráticas, perseguidas. Los grupos de pistoleros de la Falange campaban a sus anchas asesinando obreros y republicanos, en un ensayo de la barbarie que habían de realizar después. Éste era, someramente expuesto, el panorama de España después de 1934.

El dilema para el pueblo español era claro. O derrotar a la reacción, o el fascismo abierto y descarado del cual ya había anticipos en los métodos del gobierno Gil Robles.

Había que derrotar a la reacción y la reacción estaba en el Poder. La batalla a emprender no era ninguna broma; pero la batalla se dio y fue ganada.

¿En qué residió la causa del triunfo? En la memoria de todos está: en la unidad del pueblo.

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Es una verdad histórica que aquella unidad, plasmada en el Frente Popular, se debió a un gran dirigente, a un hombre que en aquellos días difíciles pasó a ser de dirigente de un Partido, del Partido Comunista, a dirigente de la democracia española, a José Díaz.

Cuando a otros partidos y organizaciones, cuando para otros políticos la situación se les aparecía sin salida, José Díaz proclamó ante el pueblo que había salida. Que era posible cerrar el paso al fascismo, que era posible derrotar a la reacción. El medio: formar un bloque antifascista, unirse todos cuantos estaban interesados en sacar a España de la negra noche en que estaba sumergida.

Fue esa la idea central de los discursos y artículos de José Díaz desde el mismo instante que en nombre de su Partido invitó a todas las fuerzas obreras y republicanas a formar el Frente Popular.

Con ella dio al pueblo conciencia de su fuerza. Y así pudieron vencerse las incomprensiones y las oposiciones de hombres que militaban en el campo antifascista, pero que en lo más íntimo de su conciencia preferían la reacción en el Poder a la unidad de las fuerzas democráticas.

El triunfo fue posible porque los trabajadores vieron claro que había una salida, la de la creación del Frente Popular, e impusieron ese camino.

Aquella experiencia, ¿vale hoy? En su contenido fundamental, sí. El problema de entonces ha adquirido tremendas proporciones.

El Poder está ocupado en España por lo más sangriento y brutal de la reacción española, que supera en sus métodos a todo lo habido en nuestra historia de crueldad, de envilecimiento y de traición. Las incomprensiones y oposiciones de entonces al Frente Popular han adquirido hoy la categoría de abierta y descarada traición al pueblo y a la República.

La venta de España al imperialismo extranjero se hace por parte del franquismo con toda publicidad, poniendo en el saldo la tierra española y sus hombres.

Pero la forma en que está planteado el problema no indica la fuerza de la reacción fascista española, sino su debilidad.

España volverá a ser libre, independiente. La bandera de la República democrática es hoy, más que nunca, la de la libertad y dignidad de España, la de la tierra y el pan para sus hijos.

Los medios para alcanzarla, su unidad, su organización, penetran cada día con mayor fuerza en la conciencia del pueblo. Que ese camino es bueno, nunca más oportuno recordarlo que en el aniversario del 16 de febrero de 1936.



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ArribaAbajoLa carta de mister Acheson

Las razones de una declaración


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El 18 de enero de este año el Secretario de Estado norteamericano, mister Acheson, publicó una carta que constituye una verdadera declaración de amor del imperialismo yanqui al régimen fascista del general Franco.

¿A qué obedece esta encendida declaración?

Los argumentos que se invocan en la carta no pueden ser más taimados. Se dice en ella que en España «no hay alternativa al franquismo». Esto es falso. No hace mucho que mister Acheson, refiriéndose a China, decía que no había en ella más alternativa que la corrompida camarilla de Chang Kai Chek. El pueblo chino se encargó de demostrar lo contrario. Lo mismo ocurrirá en España.

El pueblo español presenta su propia alternativa al oponer al franquismo su lucha por la República democrática, por la paz y la independencia, por el establecimiento de relaciones amistosas, exentas de vasallaje, con los demás países. Y son precisamente los progresos realizados por el pueblo español en el camino de esta única alternativa lo que impulsa al imperialismo norteamericano a legalizar su viejo chalaneo con el fascismo español a fin de salvar a éste de la catástrofe que le amenaza y proseguir su penetración militar y económica en España, que tiende a hacer del país una colonia yanqui, una base de la agresión antisoviética.

Más de 100 aeropuertos al servicio de los yanquis en España...

Por orden de sus amos de Washington, con ayuda técnica y en parte económica de los Estados Unidos, el franquismo, desde 1945, ha construido o ampliado, o está construyendo y ampliando, más de 100 aeropuertos, el emplazamiento de 99 de los cuales fue denunciado con pruebas irrefutables durante el pasado año. Según estos datos, 73 aeropuertos están emplazados en el territorio peninsular, 6 en las Islas Baleares, 5 en las Canarias, 9 en Marruecos, 4 en África Occidental y 2 en Guinea.

Los aeródromos que los franquistas construyen en España son bases aéreas al servicio de la agresión que el imperialismo americano prepara contra la Unión Soviética, las democracias populares y todos los pueblos partidarios de la paz.

40 puertos...

Con vistas a su empleo militar el franquismo, con la ayuda yanqui, ha emprendido obras en 40   —10→   puertos; de ellos 20 se encuentran en la costa española del Atlántico, 14 en la del Mediterráneo, 1 en Baleares, 3 en Canarias, 2 en Marruecos y 3 en África Occidental.

En el Puerto de Cádiz, por ejemplo, se construye un dique seco de 30.000 toneladas. En el de El Ferrol se construye un dique seco de 350 metros de longitud por 50 de ancho. Todas las obras que se realizan en los puertos españoles son inspeccionadas por expertos yanquis.

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La catastrófica situación económica de España no justifica la ampliación y obras de modernización de los puertos. El comercio exterior se restringe de año en año, desciende asimismo la entrada y salida de buques en sus puertos. Si en 1932 entraron en los puertos españoles 11.632 buques y salieron 10.810, en 1948 entraron solamente 7.068 y salieron 6.924. Si el franquismo emplea miles de millones de pesetas en la construcción, ampliación y remozamiento de aeródromos y puertos, cuando las ramas de la economía de carácter pacífico se encuentran en la más completa ruina, es por acuerdo con el imperialismo americano   —11→   que prepara la agresión y cuenta con el franquismo para arrastrar a España a la guerra.

Y el sector decisivo de la economía...

Unido a la preparación de España para la guerra que los imperialistas yanquis realizan a través de sus agentes franquistas, se registra la desaforada penetración de los trusts y monopolios americanos en la economía española. Éstos controlan gran parte de la industria de combustibles líquidos, lubrificantes, sondeos petrolíferos, asfaltos, electricidad, maquinaria y material eléctrico, teléfonos, lineas aéreas y penetran rápidamente en los ferrocarriles, construcciones metálicas, automóvil, maquinaria agrícola, aluminio, minas de carbón, industria del caucho, fibras artificiales, química, del vidrio...

Entre las últimas pruebas de la penetración económica americana en España figura la concesión de la «Standard Oil Company», de 9.563 metros cuadrados en el Puerto de la Luz (Canarias), para la construcción de depósitos de combustible para el abastecimiento de los barcos. La concesión se hace por tiempo ilimitado por el pago de ¡47.815 pesetas anuales!; el control de las líneas aéreas «Iberia», por la «Trans-World Airlines»; Radio Tetuán ha sido entregada a la compañía Torres Quevedo, filial de la «International Telephon and Telegraph» (I. T. T.); la construcción con capital yanqui, de una fábrica de materiales fluorescentes cerca de Burgos; el proyecto de transformación de la Universidad de Murcia en un centro de investigaciones científico-militares americanos, el proyecto de construcción de la Central Térmica de Pasajes por la empresa americana «Norberg», y otras muchas más cuya mención haría muy extenso este comentario.

El 14 de diciembre de 1949 el representante en Madrid de la agencia norteamericana International News Service comunicaba: «...a menos que Franco reciba un empréstito antes de Navidad, o muy poco después, es fácil prever lo que pueda ocurrir en España en el año próximo...» El 19 de enero de 1950 el semanario inglés Tribune, comentando la carta de mister Acheson, decía: «...el cambio de actitud (?) de los Estados con relación a España llega precisamente en el momento que Franco se ve amenazado por la crisis más seria de toda su carrera».

Debe aparecer claro, pues, ante todos los españoles, que la carta de mister Acheson responde al propósito de los imperialistas yanquis de prolongar el régimen fascista de Franco que les asegura la entrega de España. Razón por la cual se ve con claridad que la acción del pueblo español por la República, la democracia, la paz y la independencia nacional está íntimamente ligada a la lucha contra los planes del imperialismo yanqui que, de acuerdo con el franquismo, trata de hacer de España una colonia y una base de la agresión antisoviética.



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ArribaAbajoLas ranas pidiendo rey


Fábula de Samaniego

Sin rey vivía, libre, independiente,
el pueblo de las ranas felizmente.
La amable libertad sólo reinaba
en la inmensa laguna que habitaba;
mas las ranas al fin un rey quisieron,  5
y a Júpiter excelso lo pidieron;
conoce el dios la súplica importuna,
y arroja un rey de palo a la laguna;
debió de ser sin duda buen pedazo,
pues dio su majestad tan gran porrazo,  10
que el ruido atemoriza al reino todo;
cada cual se zambulle en agua o lodo,
y quedan en silencio tan profundo
cual si no hubiese ranas en el mundo.
Una de ellas asoma la cabeza,  15
y viendo a la real pieza,
publica que el monarca es un zoquete.
Congrégase la turba, y por juguete
lo desprecian, lo ensucian, con el cieno,
y piden otro rey, que aquél no es bueno.  20
El padre de los dioses, irritado,
envía a un culebrón, que a diente airado
muerde, traga, castiga,
y a la mísera grey al punto obliga
a recurrir al dios humildemente.  25
«Padeced, les responde, eternamente;
que así castigo a aquel que no examina
si su solicitud será su ruina».



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ArribaAbajoLa Cultura, la Democracia y la Música

Por Salvador Bacarisse


No creo que ninguno de los colaboradores de Cultura y Democracia sienta la necesidad de tomar precauciones al plantear el tema que vaya a desarrollar en sus páginas. Lo aborda francamente, seguro de que el lector sabe, apenas enunciado el título, cuál es la materia sobre la que el autor va a discurrir.

Con la música no sucede lo mismo. Por lo menos así lo creo yo. Y sin embargo, es justo que se hable de ella y que los músicos empecemos por aclarar lo que entendemos que, en el arte de los sonidos, forma parte de la cultura de un pueblo, lo que no es mero vehículo de distracción, llamémoslo así. ¿La ópera, la música sinfónica y de cámara y, hasta cierto punto, la zarzuela?

(Con este «hasta cierto punto» empezamos a ver las dificultades de la discriminación apuntada. Precisamente la zarzuela -y no la mejor que, por ser ya antigua, se va olvidando poco a poco- es lo que para muchas gentes simboliza el arte de la música).

¿Y por qué no el guitarrista y el cantador flamencos, creadores muchos de ellos, ya que no todos, de un arte tan enraizado -y con razón- en el corazón de casi todo nuestro pueblo? Su lenguaje musical, popular, directo, comprensible, es, desde luego, legítimo. Mas entre el «cante jondo» y el cuplé   —14→   aflamencado existe la misma diferencia que separa al lenguaje popular andaluz de la grosería del señorito de colmado. El cuplé, la revista, no son más que bazofia que nada tiene que ver ni con la música ni con la distracción. Son un atentado contra la dignidad humana y sólo pueden crecer y multiplicarse en medios sociales envilecidos, propios de una sociedad burguesa corrompida y que se complace en su propio envilecimiento. (Con descaro lo dice un «crítico» franquista -Antonio Fernández Cid-: «el folklore está de moda; da dinero, gusta, se aplaude, llena los teatros...»). ¿El folklore? ¿Qué tienen que ver los adinerados autores de «zambras», «pasodobles» y «fandanguillos» que se exhiben en los teatros «ocupados» de España por los falangistas con los anónimos creadores de la admirable canción popular española, surgida del paisaje asturiano, murciano o catalán, del esfuerzo, del amor del minero, del campesino...?



Si la nieve resbala por el sendero
ya no veré a la niña que yo más quiero.
¡Ay amor!
Si la nieve resbala, ¿qué haré yo?

Déjame a la trasera del carro, Pedro,
por que vaya más cerca del bien que dejo.

¿Qué li donarem a la pastoreta,
qué li donarem per anà a ballà?
Yo li donaria una caputxeta
y a la muntanyeta la faria anà.

Cuando cantan n'el árbol los paxarines
ye que lloren cantando les sos penines.
Dexa, dexa que canten los paxarines
que también tienen penes los probitines.

Labradores de Castilla
vení a ver maravilla,
trigo blanco y sin neguilla
que de verlo es bendición.
Ésta sí que es siega de vida,
ésta sí que es siega de flor.

  —15→  

En cuanto a música que unos llaman «clásica», otros «sabía» y otros «seria», plantea una serie de problemas en su esencia, sus fines y su difusión, cuya solución interesa a cuantos se preocupen por la cultura y la democracia.

La música y el pueblo

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Es un hecho que la música llamada «sabia» se desenvuelve independientemente -paralelamente, podríamos decir- de la música popular. El pueblo no sólo no se siente interpretado por ella, sino que ni siquiera puede pretender a su comprensión y, lógicamente, se aparta, se separa de ella.

Lejos de molestar al compositor, esta inhibición popular le halaga, puesto que él escribe para una «minoría selecta». Si la mayoría de sus contemporáneos no le comprende, ya le comprenderá la posteridad. En todo caso, ellos no escriben para el pueblo, ni pretenden ser comprendidos por él porque, por reacción contra la mala música de inspiración popular, caen en la deformación «formalista», por cuya senda el pueblo no puede seguirlos.

Las consecuencias de esta desviación son catastróficas. El lugar que debieran ocupar en el corazón, en la sensibilidad de su pueblo, los sucesores de nuestros clásicos -de los vihuelistas a Manuel de Falla- lo ocupan los autores de tanta y tanta Leandra, Corsaria o Castigadora, cuya misión no es sino cooperar al intento de corrupción espiritual que llevan a cabo cuantos pretenden al mismo tiempo destruir la democracia y la cultura en España.

Si en vez de ello cuantos músicos honrados, engañados por el espejuelo del «arte por el arte», del «vanguardismo», del «intelectualismo», acordándose del carácter «realista» de toda nuestra música clásica, siguieran por el camino que les señala lo mismo Luis Milán o Esteve que Albéniz, Bretón, Falla o Chapí, no habría llegado a producirse el abismo que separa al pueblo del   —16→   compositor «serio», y que los músicos hemos de colmar si no queremos perder nuestra condición de españoles y de demócratas, pues evidentemente el «formalismo» es una tendencia no solamente ajena al arte español -y no sólo musical-, sino una tendencia fundamentalmente antiespañola y en el fondo reaccionaria.

El formalismo en música

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Antes de seguir adelante no creo impertinente decir unas palabras de la forma y del formalismo en música.

El arte de los sonidos, como cualquier lenguaje organizado, obedece a unas normas no sólo gramaticales: analógicas, fonéticas, sintáxicas; sino «preceptivas», pudiéramos decir, y análogas a las que rigen la forma poética. Si «haiga» está mal dicho y un «soneto» ha de tener 14 versos, ¿cuántas palabras mal dichas y sonetos torcidos (por no emplear otros términos de comparación más groseros pero más cercanos a la realidad) no encontraremos en tanta «blanca» más o menos «doble» como infecta el ambiente lírico español?

Ahora bien, del respeto de la forma a la deformación formalista no hay más que un paso. Y si una serie de palabras gramaticalmente correctas, pero sin ilación, son una monstruosidad y no una frase; una «Fuga», una «Sonata», una «Sinfonía» (formas musicales), que solamente respondieran a preocupaciones exclusivamente formalistas, se apartarían tanto de lo «normal», de lo «real», como ese engendro literario que hemos evocado.

Y lo que decimos de la forma, lo decimos igualmente del lenguaje. El compositor formalista es un «innovador», un «vanguardista», un «izquierdista», y le acecha el peligro de no saber de qué «antigüedad», o más bien de qué «antigualla», tiene que alejarse y hacia dónde debe dirigirse. No todo lo viejo es malo, ni todo lo nuevo, bueno; y a fuerza de innovar no podemos atentar contra los fundamentos naturales de la música. Innovar no es sinónimo   —17→   de progresar, pero para muchos espíritus falsamente revolucionarios la idea es atractiva, aunque vana y engañosa. En arte como en todo el izquierdismo a ultranza no encubre sino una tendencia, más aún que reaccionaria, totalmente destructiva.

¿Quiere ello decir que hemos de inmovilizarnos en el tiempo y en el espacio, anclándonos en un nacionalismo fosilizado? El devenir constante de nuestra historia musical nos aconseja todo lo contrario, demostrándonos al mismo tiempo que si en algunos momentos ha alcanzado verdadera grandeza -Falla, el más cercano a nosotros, y Albéniz, unas décadas antes, ¿no son un ejemplo deslumbrante?-, esta grandeza se debe precisamente a la solidez, a la profundidad de sus raíces en la tierra y el alma española; como han profundizado en la tierra y el alma alemanas o rusas un Beethoven o un Mussorgsky. Éstos y aquéllos son de ayer, de hoy y de mañana; de España, de Rusia, de Alemania y de todas partes. ¡Cuántos innovadores cosmopolitas no se ha llevado, en cambio, el viento sin que su propia inconsistencia, su inutilidad, les permitiera fructificar en parte alguna!

El realismo musical

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El mundo asiste actualmente al espectáculo de dos tendencias musicales no sólo diferentes, sino antagónicas. Una de ellas está representada por la renuncia a la herencia clásica, por el apartamiento total del lenguaje musical natural (sustituido por otro tan bárbaro como el nombre que lo designa: «dodecafónico atonal»), por el desprecio absoluto hacia el canto popular, la emoción y la belleza. Sus promotores, sus cultivadores, se gargarizan constantemente con la palabra «libertad»: libres de hacer lo que les venga en gana -y cuanto más extraño, más deforme, más horrendo, mejor-, libres de ofender el sentimiento estético popular (tan alto siempre que nunca ha rechazado las verdaderas manifestaciones del genio artístico de todos los tiempos y de todos los pueblos), libres de degradarse a sí mismos creando -si   —18→   a eso se le puede llamar crear- en el vacío, renegando de sus progenitores e insultando a su pueblo con su desprecio.

Del otro lado están los que reconocen el valor eterno de las grandes creaciones de todos los siglos, nacidas del sentimiento popular o en función del mismo; los servidores de la simplicidad -que no sólo puede sino que debe aliarse a la más absoluta maestría-; los cultivadores de la belleza sana, natural, de ayer, de hoy y de mañana. En una palabra: los realistas. Los que aún creen que la música no es un lenguaje vano; que aún puede expresar sentimientos humanos; que es capaz de describir un paisaje, de ilustrar un texto poético intensificando su poder de sugestión, su emoción; los que aceptan la subordinación de la creación musical al objeto preciso que la motiva (nuestra música, la buena, está llena de este realismo: La Verbena de la Paloma como el Amor brujo o El sombrero de tres picos); los que, en cambio, no subordinan todos los géneros al género sinfónico o a la música de cámara so pretexto, precisamente, de liberar a la música de la subordinación a un texto literario, a una necesidad dramática o coreográfica.

El realismo nos conducirá a reanudar la tradición lírica popular española que, partiendo del Misterio de Elche -exaltación de los sentimientos populares en la Edad Media-, ha de llegar a la exaltación de las sublimes virtudes del pueblo y de sus héroes en lucha por su independencia, por su libertad, por su felicidad, por su honor. En este mundo sonoro, bello, emocionante, exaltado, limpio, alegre, de todos y para todos, ¿cómo podría prosperar la tristeza, la suciedad, la torpeza de esos engendros revisteriles o de tablado de café cantante con que una sociedad podrida pretende divertirse, arrastrando con ella a un pueblo sistemáticamente alejado de la belleza para mejor dominarlo y explotarlo?

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ArribaAbajoA Miguel Hernández, asesinado en los presidios franquistas

Pablo Neruda



Llegaste a mí directamente del Levante. Me traías,
pastor de cabras, tu inocencia arrugada,
la escolástica de viejas páginas, un olor
a Fray Luis, a azahares, al estiércol quemado,
sobre los montes, y en tu máscara  5
la aspereza cereal de la avena segada
y una miel que medía la tierra con tus ojos.
    También el ruiseñor en tu boca traías.
Un ruiseñor manchado de naranjas, un hilo
de incorruptible canto, de fuerza deshojada.  10
Ay, muchacho, en la luz sobrevino la pólvora
y tú, con ruiseñor y con fusil, andando
bajo la luna y bajo el sol de la batalla.
    Ya sabes, hijo mío, cuánto no pude hacer, ya sabes
que para mí, de toda la poesía, tú eras el fuego azul.  15
Hoy sobre la tierra pongo mi rostro y te escucho,
te escucho, sangre, música, panal agonizante.
    No he visto deslumbradora raza como la tuya,
ni raíces tan duras, ni manos de soldado,
ni he visto nada vivo como tu corazón  20
quemándose en la púrpura de mi propia bandera.
    Joven eterno, vives, comunero de antaño,
inundado por gérmenes de trigo y primavera,
arrugado y obscuro como el metal innato,
esperando el minuto que eleve tu armadura.  25
    No estoy solo desde que has muerto. Estoy con los que te buscan.
Estoy con los que un día llegarán a vengarte.
Tú reconocerás mis pasos entre aquellos
que se despeñarán sobre el pecho de España
aplastando a Caín para que nos devuelva  30
los rostros enterrados.
—20→
    Que sepan los que te mataron que pagarán con sangre.
Que sepan los que te dieron tormento que me verán.
Que sepan los malditos que hoy incluyen tu nombre
en sus libros, los Dámasos, los Gerardos, los hijos  35
de perra, silenciosos cómplices del verdugo,
que no será borrado tu martirio, y tu muerte
caerá sobre toda su luna de cobardes.
Y a los que te negaron en su laurel podrido,
en tierra americana el espacio que cubres  40
con tu fluvial corona de rayo desagrado,
déjame darles yo el desdeñoso olvido
porque a mí me quisieron mutilar con tu ausencia.
   Miguel, lejos de la prisión de Osuna, lejos
de la crueldad, Mao Tse Tung dirige  45
tu poesía despedazada en el combate
hacia nuestra victoria.
Y Praga rumorosa
construyendo la dulce colmena que cantaste.
Hungría verde, limpia sus graneros
y baila junto al río que despertó del sueño.  50
Y de Varsovia sube la sirena desnuda
que edifica mostrando su cristalina espada.
Y más allá la tierra se agiganta,
la tierra
que visitó tu canto, y el acero
que defendió tu patria está seguro,  55
acrecentado sobre la firmeza
de Stalin y sus hijos.
Ya se acerca
la luz a tu morada.
Miguel de España, estrella
de tierras arrasadas, ¡no te olvido, hijo mío,
no te olvido, hijo mío!
Pero aprendí la vida
 60
con tu muerte: mis ojos se velaron apenas,
y encontré en mí no el llanto
sino las armas
inexorables!
¡Espéralas! ¡Espérame!

México, diciembre 1949.                




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ArribaAbajoMariano La Gasca: Sabio, liberal y patriota y la ciencia michurinista soviética

Por Francisco Ganivet


Citaré aquí unas palabras del profesor S. Zhegálov. En su obra Introducción a la selección de las plantas agrícolas Zhegálov dice: «...Habitualmente no tiene uno que vérselas con formas puras, sino con 'variedades' que representan mezclas más o menos complejas de distintas formas... El primero, quizá, en prestar atención a este hecho, a comienzos del siglo XIX... fue el botánico español Mariano La Gasca, que publicó sus observaciones en español. Existe un relato muy interesante acerca de una visita hecha por él a su amigo, el coronel Le Couteur, en la finca que éste poseía en la isla de Jersey. Al recorrer los campos (de trigo) de la finca en compañía del coronel, La Gasca le hizo ver la gran heterogeneidad de las plantas y sugirió que algunas formas individuales deberían ser seleccionadas para su cultivo puro. Le Couteur hizo suya la idea de su amigo y seleccionó en su campo veintitrés formas diferentes para comprobar sus méritos relativos. Como resultado de la experimentación, una de las formas fue reconocida como la mejor en 1830, ofrecida al mercado como una nueva variedad, a la que se dio el nombre de Talavera de Bellevue. Desde entonces, semejante trabajo se ha repetido muchas veces, conduciendo a la obtención de muchas variedades valiosas».

(De «La situación de las ciencias biológicas», Actas taquigráficas de la sesión de la Academia Lenin de Ciencias Agrícolas de la URSS, Ediciones en lenguas extranjeras, Moscú, 1949 - Edición española, página 573).

¿Quién era Mariano La Gasca, este botánico notable sacado hoy a primer plano por sus colegas soviéticos después de más de un siglo? Porque hemos de decir que su nombre, aunque se hubiese cruzado alguna vez acaso en las lecturas de los hechos y hombres de nuestra patria, no aparece corrientemente entre los que forman la galería de las glorias de la ciencia española.

  —22→  

Mariano La Gasca nació en Encinacorva, provincia de Zaragoza, el 5 de octubre de 1776, y murió en Barcelona el 26 de junio de 1839. Su vida, que duró, pues, 62 años, de los cuales 40 fueron de constante labor, se halló repartida entre el estudio y la enseñanza de la Botánica y la Medicina, la acción política en el partido liberal y sus servicios en la guerra de la Independencia.

De familia medianamente acomodada, fue destinado por sus padres a seguir la carrera eclesiástica, para lo cual fue enviado a Tarragona a casa de un canónigo amigo. Se aplicó con afán a los estudios de filosofía, teología y latín; pero pronto se despertó en él un interés por las ciencias de observación, principalmente la Botánica, aplicando a ellas un sentido práctico y no especulativo que había de ser la característica de su trabajo durante toda su vida.

Alentado por el botánico Martí, y en abierta oposición al deseo de sus padres, que le retiraron todo apoyo económico, marchó a Zaragoza y más tarde a Valencia para estudiar Medicina, entonces estrechamente ligada con la Botánica.

En Valencia, con su exuberante agricultura y vegetación, su entusiasmo por la Botánica quedó definitivamente fijado. En el año 1801, contando 25 años, y habiendo ya allí casi completado sus estudios de Medicina, decidió marchar a Madrid, tanto por las ventajas que la capital ofrecía para los estudios médicos como atraído en buena parte hacia el lugar donde se concentraban las investigaciones botánicas más modernas.

Abundante de entusiasmo y corto de caudal, bien provisto de talegos y de los poco útiles necesarios a un botánico en campaña, allá salió La Gasca una buena mañana para recorrer a pie las 450 leguas que le separaban de la capital. El médico Soldevilla, admirado de sus vastos conocimientos, le presentó a su amigo Cavanilles, director y profesor del Jardín Botánico de Madrid, que hacía no mucho tiempo que había sido fundado, pasando La Gasca a ser bien pronto ayudante en la organización del Jardín y auxiliar de aquél en su cátedra, trabajos que aunque mezquinamente retribuidos le permitían dedicarse por entero a sus estudios preferidos.

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El botánico Cavanilles (Grabado de la época)

Por este tiempo comenzó ya a publicar trabajos originales en los Anales de Ciencias Naturales, que le valieron ser comisionado por el gobierno para recorrer la mitad norte de España, recogiendo en dos meses más de dos mil plantas diferentes, varios centenares nuevas, entre ellas una de importancia trascendental para la ciencia de entonces. El Liquen islándico, que descubrió en las montañas de Asturias y León, lo que se apresuró a comunicar a Cavanilles, quien dirigió al boticario real un oficio comunicándoselo, en el que le decía: «El alumno del Jardín, don Mariano   —23→   La Gasca, me avisa desde el Puerto de Arvás, en Asturias, haber descubierto entre un gran número de vegetales el 'liquen islándico', precioso para corregir las enfermedades del pecho y aliviar los ptísicos. Se creía esta planta peculiar de Islandia y era preciso recurrir allá por este remedio; recetábanlo con frecuencia los médicos sin encontrarlo jamás en nuestras boticas. Ahora lo tenemos gracias al conocimiento y celo de La Gasca».

Empezó entonces a acumular materiales para lo que él quería que fuese su obra magna, y que nunca vio ni verá la luz, la Flora Española, esto es, un estudio de todas las plantas del país, con el propósito, como hacía saber a sus discípulos y colaboradores, «de prestar un importante servicio a la ciencia y trabajar por el bien nacional».

Al ser invadida España en 1808 por los ejércitos de Napoleón, José Bonaparte ofreció a La Gasca el cargo de Director del Jardín Botánico, con un sueldo de 12.000 pesetas, sueldo tentador y crecidísimo para aquella época, y más tentadora aún la perspectiva de ver colmada su legítima ambición científica; pero La Gasca no siente entonces otro deber ni otra ambición que ver a España española y libre. Sin perder momento logra escapar, atraviesa las líneas y se incorpora al ejército español para ofrecer sus servicios de médico.

Es destinado al tercer cuerpo de ejército, apostado en Andalucía, mandado por el general Castaños.

Durante seis años viste La Gasca el uniforme militar y recorre gran parte del Sur y Levante de España en campañas que utiliza, todo el tiempo que sus deberes militares le dejan disponible, para continuar sus estudios y observaciones botánicas y acumular datos y notas a la par que amplía también sus conocimientos como médico, puesto que desempeña con gran distinción.

Su actuación en la terrible epidemia de fiebre amarilla que asoló Murcia en 1811 y 1812 sirvió en buena parte para contener la terrible mortandad. La Gasca fue el primero en diagnosticarla y dictar precauciones y remedios; trabaja noche y día y se multiplica para acudir a donde más estragos causa la enfermedad, llegando a contraerla él mismo y toda su familia.

Publicó en Murcia, en 1812, un librito sobre la fiebre amarilla, su diagnóstico y prevención, que fue traducido en seguida a varios idiomas. Posteriormente, y ampliando sus observaciones, dio a la imprenta nuevos trabajos sobre el mismo tema, en Cádiz en 1813 y en Barcelona en 1821, con motivo de haberse desatado epidemias semejantes a la de Murcia en ambas ciudades, la primera de las cuales, la de Cádiz, paralizó la vida de las Cortes extraordinarias y cortó la vida de veinte de sus diputados.

Celebradas elecciones a Cortes, después de la Revolución de 1820, La Gasca, que militaba en el ala radical de los liberales, fue elegido diputado por Zaragoza. Impuesta de nuevo la reacción en   —24→   1823, con la invasión del ejército llamado los «100.000 hijos de San Luis», llegó el día más triste para La Gasca y uno de los de vergüenza eterna para las castas reaccionarias y oscurantistas. El 13 de junio de 1823 la comitiva de diputados y altos cargos, que aún representaba la voluntad del pueblo, llegaba a Sevilla. Los enemigos de su pueblo asaltaron las casas donde los diputados se habían alojado. Éstos pudieron defenderse y ponerse a salvo; mas no fue ésta la suerte de sus equipajes, con los que los antepasados de Franco y Falange hicieron una inmensa hoguera.

Parte de aquel montón de cenizas fue lo que quedó del equipaje de La Gasca, de él más de trescientas libras de manuscritos, la mayor parte de la obra que quería publicar bajo el título de Flora Española. «Allí -decía La Gasca años más tarde- se sepultaron para siempre lo más selecto de mi herbario y, lo que es más, todos mis manuscritos, fruto de 30 años de observaciones, a excepción de la Ceres Española que, todo íntegro, quedó en poder de Clemente».

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Michurin

A comienzos del año 1824 llegaba La Gasca a Inglaterra, donde pasaría once años de emigración.

Durante esos años La Gasca continuó trabajando. La Asociación de Farmacéuticos de Londres pone a su disposición un terreno en Chelsea para que continúe sus observaciones. Publica algunos volúmenes y asimismo algunos trabajos sueltos que aparecen en varias revistas científicas inglesas, principalmente en el Gardener's Magazine2 y también en la titulada Ocios de los españoles emigrados, que publicaban éstos.

En un trabajo aparecido en esta última sobre las plantas aparasoladas, dice: «Arrancar a la naturaleza el secreto de las reglas que deben seguirse en la formación de géneros, en cada una de las diferentes familias, es el problema que hay que resolver después de establecidas éstas».

La situación material de aquel sabio español emigrado en Inglaterra, le obliga a vender una colección de 1.383 dibujos iluminados de plantas europeas, americanas y africanas, «una de las poquísimas cosas que he salvado de las que poseía», dice en la carta   —25→   en que ofrecía la compra de la valiosísima colección al duque de Bedford, y añadía: «la serie de sucesos políticos de mi patria me han puesto en la triste necesidad de deshacerme de esta obra para poder atender a la subsistencia de una familia dilatada...»

El clima, el mucho trabajo, las privaciones y los sinsabores quebrantaron la salud de La Gasca. Se vio obligado a buscar un medio más benigno y en 1831 se trasladó a la isla de Jersey, donde permaneció el resto del tiempo que estuvo en la emigración: hasta 1834.

La estancia de La Gasca en Jersey dejó huella en la historia de Inglaterra y en la ciencia Agraria. Cuando llegó allí, existía una ley proteccionista inglesa que prohibía la importación de cereales procedentes de las Islas del Canal, aunque éstas pertenecían a la corona inglesa. Al salir La Gasca en 1834 para volver a España, la ley no sólo había sido revocada, sino que se consideró a Jersey como el semillero nacional. Tal fue la influencia de su trabajo en unos tres años «dedicado a enseñar a los labradores ilustrados los procedimientos para mejorar el cultivo de los cereales», forma sencilla en que él explicaba el extraordinario trabajo que allí había realizado.

Muerto Fernando VII, en 1833, y decretada una amnistía por la regente María Cristina, La Gasca vuelve a Madrid, aunque no muy viejo de edad, lleno de achaques. Es repuesto en sus cargos. Trabaja cuanto sus fuerzas le permiten, dedicando sus mejores esfuerzos a sus alumnos y a conseguir que se preste más atención y apoyo al estudio de las ciencias naturales.

Las envidias, las intrigas y, por otra parte, la falta de apoyo económico por parte del gobierno, hicieron que su trabajo no fuera nunca estable y su situación económica precaria. Sintiéndose viejo y sin fuerzas para luchar, se trasladó a Barcelona en busca de algún reposo y un clima más templado. Sus amigos y discípulos hicieron una colecta para ayudarle. Y allí murió seis meses después.

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T. D. Lysenko, Presidente de la Academia de Ciencias Agrícolas

De los rincones de la historia han sido ahora sacados su nombre y su labor por hombres que, como él trabajó, trabajan por   —26→   el progreso y el bienestar de la humanidad: por los agrobiólogos michurinistas soviéticos. Mas ellos tienen la tierra y no sólo sus mentes, sino también sus manos están libres, como lo están las de los 200 millones de seres que cooperan en su armonioso sistema socialista, preparando, con la abundancia que éste les rinde, el paso al comunismo.

Las enseñanzas de Michurin, sus descubrimientos y métodos para crear nuevas variedades de plantas más productivas que las existentes; los estudios de Williams para transformar todo el medio donde aquéllas crecen y viven, no tuvieron que esperar en la Unión Soviética larguísimo tiempo para ser incorporadas al progreso general de la Agricultura.

La Gasca, como otros hombres contemporáneos liberales, no pudo ver realizado en su patria el fruto de sus estudios. Lo impidió el régimen de las castas feudales latifundistas.

La Gasca, como otros hombres de la generación liberal de su época, queda en nuestra historia rodeado de la gloria que corresponde a sus grandes méritos y a su labor en aquel período; dejó la huella no de la «incuria liberal» que grazna el franquismo, sino de todo lo contrario, de un esfuerzo inmenso y heroico para hacer de España un país libre, rico y feliz.

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ArribaAbajoRecuerdos oportunos

La revolución rusa tuvo un eco profundo en la masa obrera y campesina española, en la que despertó las más vivas simpatías, así como también en numerosos núcleos intelectuales. En la revolución rusa veían los trabajadores de nuestro país la encarnación de sus ideales de redención de la explotación capitalista. Hablar de la revolución rusa en mítines o asambleas era promover oleadas de entusiasmo obrero y popular, provocar ovaciones clamorosas a «la revolución bolchevique», al gran Lenin.

Por eso los obreros y campesinos españoles, que veían en la Rusia soviética el primer país del mundo donde se realizaba la revolución socialista, manifestaban su solidaridad con la revolución socialista triunfante en Rusia. Esta solidaridad se mostró efectiva, materializada en la lucha de los trabajadores contra el intento de la burguesía de participar en la guerra de intervención y el bloqueo de los «14» Estados. En aquel entonces el gobierno de Francia pidió al gobierno español que participase en el reforzamiento del bloqueo contra la Rusia soviética. El pueblo tuvo conocimiento de esto. En protesta contra el intento de participación de España en el bloqueo, muchos sindicatos de transportes se negaron a cargar armas para las fuerzas contrarrevolucionarias de Denikin. Se produjeron manifestaciones de masas en las más importantes ciudades de España, protestando contra toda participación en la guerra y el bloqueo contra la Rusia soviética; fueron asaltados consulados en Barcelona y Valencia, y el gobierno español, ante tan importante manifestación de masas, se vio obligado a no acceder a la petición que le hizo el gobierno francés.

El gobierno español quiso contrarrestar la gran propaganda que se hacía en toda España a favor de la revolución rusa expulsando a los ciudadanos rusos que vivían en España. Las protestas contra estas expulsiones tuvieron también una amplitud enorme.

En el Parlamento español hubo un gran debate sobre los intentos de intervención de España en el bloqueo contra la Rusia soviética. El gobierno monárquico se vio obligado a declarar que no accedía a los requerimientos que se le habían hecho para participar en la guerra y el bloqueo. La presión popular era tan grande que los diputados socialistas protestaron contra toda intervención en   —28→   la guerra o en el bloqueo contra la Rusia soviética, declarando que el Partido Socialista haría todos los esfuerzos para impedir que se pudiese llevar a cabo todo propósito de agresión a la Rusia soviética.

Las manifestaciones del 1 de mayo de 1919 se hicieron bajo el signo de la amistad y la solidaridad con los obreros, campesinos y soldados soviéticos.

La presión de las masas era tan poderosa entonces, que arrollaba las infames propagandas de la burguesía y sus agentes contra la revolución rusa, hechas con la intención de desacreditarla ante los ojos del pueblo.

Fue bajo la presión de las masas trabajadoras que el Congreso del Partido Socialista Obrero español, celebrado en los días 11 y 12 de diciembre de 1919, acordó luchar contra la participación española en el bloqueo de la Rusia soviética.

También, y por la misma causa, el Congreso de la CNT, celebrado en diciembre de 1919, en el teatro de la Comedia de Madrid, y a propuesta del Comité Nacional, acordó que los obreros de las fábricas de armas y municiones de España se negasen a fabricar materiales destinados a la lucha contra el Ejército Rojo y que la Confederación tomase a su cargo la obligación de declarar la huelga general en el caso de que el Gobierno tratase de enviar tropas contra Rusia.

Los deseos y la voluntad de los trabajadores de manifestar sus simpatías hacia la Rusia soviética eran tan grandes que a comienzos de septiembre de 1920 el Partido Comunista convocó una manifestación con este fin, a la que acudieron muchos millares de trabajadores a pesar de haber sido prohibida por el ministro de la Gobernación.

Un mes más tarde, el 7 de octubre de 1920, el Partido Comunista convocó en Madrid una nueva manifestación de simpatía hacia la revolución rusa, despertando gran entusiasmo en los trabajadores madrileños. El gobierno la prohibió, pero temeroso concentró fuerzas del ejército en Madrid, patrullando estas fuerzas del ejército por las calles para impedir que el pueblo madrileño manifestara su cariño por la Rusia soviética.

Este recuerdo es oportuno, porque hoy también hay quien prepara la agresión contra la Unión Soviética, porque hoy también hay quien trata de arrastrar al pueblo español a la guerra antisoviética. Nos referimos a los imperialistas norteamericanos y a Franco.

Y estamos seguros que lo que no pudo conseguir entonces el imperialismo inglés y la odiosa monarquía borbónica, no lo conseguirán ahora los imperialistas norteamericanos ni la dictadura fascista de Franco.

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ArribaAbajoJuan Martín El Empecinado

Primer guerrillero de España


La figura del Empecinado se destaca, más quizá que la de ningún otro jefe de las guerrillas de 1808, como símbolo imperecedero de la lucha del pueblo español contra los invasores y por el establecimiento de un régimen político basado en la soberanía nacional y en las libertades constitucionales. Durante largos años, las llanuras y sierras de Castilla la Vieja, Aragón y Levante resonaron bajo los cascos de su caballería, y de aldea en aldea, hasta los más recónditos lugares de España, la voz del pueblo fue pregonando -a menudo, en coplas y romances, que siempre han sido un arma eficacísima de la resistencia popular- las hazañas de Juan Martín, a quien bien pronto se llamó, ¡y con cuánta razón!, «Primer Guerrillero de España».

Reunía El Empecinado -sobrenombre éste que se debía a un arroyo o «pecina» que hay en Castrillo de Duero, aldea natal de Juan Martín- todas las cualidades físicas y morales de un auténtico jefe militar nacido del pueblo. Su fuerza muscular era increíble. Una vez que, por traición, se hallaba en la cárcel de Burgo de Osma para ser entregado a los franceses, logró romper los grillos que le apresaban y salvarse en el último instante.

Pero El Empecinado no era sólo un hombre fuerte y valeroso. Implacable mientras duraba el combate, nunca permitió que se maltratara a un prisionero. Duro para con sus guerrilleros, de quienes exigía lo que de sí mismo, dándoles siempre el ejemplo de la tenacidad en las extenuadoras marchas y contramarchas de su partida que alocaban a los generales de Napoleón; su trato era, sin embargo, afable y humano y atendía de muy cerca a todos los problemas personales que pudieran surgir entre sus hombres. La más estricta disciplina reinó siempre en sus guerrillas y no puede atribuirse a éstas ni un sólo desmán, ni un sólo saqueo, ni una sola acción deshonrosa. No han de extrañar, pues, su renombre, la fama alcanzada entre las poblaciones campesinas, ni el afecto que le tenían.

Más sorprendentes aún son las genuinas dotes militares del Empecinado. Desde aquel día de mayo de 1808 en que, con tan sólo sus tres hermanos por compañeros de armas, se lanzó a hostigar los convoyes, correos y patrullas de los Imperiales, se crece paulatinamente Juan Martín hasta llegar a ser un general experto como pocos en la guerra de movimiento.

Bien pronto aumenta el número de sus guerrilleros, por acudir a su partida los campesinos de la región, sabedores de sus hazañas, y durante todo el año de 1808 multiplica Juan Martín sus acciones ofensivas.   —30→   Participa en el combate de Cabezón, en la batalla de Rioseco, hace que la carretera de Valladolid y Burgos sea intransitable para los convoyes franceses, aparece en Salamanca, cerca la guarnición de Aranda, pasa a Segovia, torna de nuevo hacia Ávila y Burgos, atacando siempre, haciendo prisioneros, desbaratando las guarniciones francesas. En 1809 la Junta Central le nombra capitán y en julio de ese mismo año participa en la campaña de Talavera, a la vanguardia del Ejército de la Izquierda. «Los movimientos del Empecinado», dice un ilustre historiador militar, «fueron tan hábiles y su acción tan eficaz, que nadie al observarlos hubiera dicho que eran ejecutados por un ignorante y rudo campesino». Más tarde penetra en Salamanca por sorpresa y hace prisionero al destacamento francés que en la ciudad se hallaba. Al frente de tres partidas pasa a continuación a la provincia de Guadalajara y desarrolla en ella una actividad prodigiosa. Hasta septiembre de 1811 permanece El Empecinado en esa provincia, al mando de guerrillas cada día más numerosas, siendo tanta su eficacia militar que se vio obligado el Estado Mayor francés a encargar especialmente al general Hugo que acabara con Juan Martín. No consiguiéndolo por las armas, y sufriendo descalabro tras descalabro, intenta el general napoleónico sobornar al Empecinado, limitándose éste a contestar con una soberbia y sencilla carta impregnada de altivo patriotismo.

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Guerrillero de Castilla

El 15 de septiembre de 1811 recibió orden El Empecinado del general en jefe del Ejército de Valencia, don Joaquín Blake, de pasar a Aragón y distraer fuerzas enemigas de las destinadas al mariscal Suchet para el sitio de Valencia. Durante tres meses acosa a los invasores, ocupa sus plazas, fuertes, les libra verdaderas batallas campales en las que acierta genialmente a combinar los principios de la guerra de posición con las posibilidades infinitas de la guerrilla, infundiendo su ciencia militar un santo temor y una sorprendida admiración a las Imperiales. Con mucha razón se denomina, pues, en los libros de historia aquel período de luchas con el nombre de «Campaña del Empecinado».

Vuelve Juan Martín a Guadalajara. Continúa sus acciones, participa en la liberación de Madrid, después de la victoria de los Arapiles. Los madrileños proclaman la Constitución de Cádiz y, habiendo tomado el nuevo Ayuntamiento disposiciones que hicieron bajar instantáneamente el precio del pan, el pueblo gritaba aquel día: «¡Viva el Empecinado y el pan a peseta!». Recorrió luego Juan Martín las tierras de Castilla la Nueva, con igual fortuna y acierto, hasta terminar la campaña y ser expulsados del territorio nacional los invasores franceses.

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Guerrillero de Ciudad-Rodrigo

Basta por sí sola esta escueta relación de las hazañas militares del Empecinado para que resalte su figura con el legendario relieve que le es propio. Y por si no bastara, pueden hallarse en las crónicas de la época, tanto españolas como extranjeras, mil anécdotas que atestiguan su renombre universal. Conviene, sin embargo, calar más hondo, no detenerse en esa imagen que la historia oficial y la leyenda nos presentan. Y conviene porque se corre el peligro de no ver más que un aspecto de la personalidad del Empecinado, y quizá el menos importante. Se corre el peligro de aislar a Juan Martín de su circunstancia histórica, de convertirle en   —31→   una especie de mitológico centauro, una encarnación fortuita del patriotismo español. La verdad histórica, pese a tantas y tan mixtificadoras explicaciones reaccionarias, es otra.

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Guerrillero catalán

La verdad es que la vida y los hechos del Empecinado tienen una profunda e inconfundible significación política, un sentido social altamente progresivo. Procedía Juan Martín de una familia de campesinos pobres, es decir, de la clase social que, en su conjunto, participó con mayor amplitud y heroísmo en la guerra de la Independencia. Y es que, para los campesinos, la defensa de la patria era al mismo tiempo la lucha por el pan de cada día, la lucha contra las requisas y robos de los jerarcas imperiales o «juramentados» (españoles pasados al enemigo).

Nacido en esa clase campesina y unido a ella por todas las fibras de su ser, El Empecinado defiende desde un principio sus intereses. Muchas de sus acciones guerrilleras tuvieron por objeto evitar que los franceses robaran las cosechas, las reservas de trigo y forraje o el ganado. Otras veces distrajo fuerzas importantes de sus guerrillas para exterminar las contrapartidas de bandoleros que, de acuerdo con los franceses, saqueaban la región. Pero no se limita a ese papel de protección la actividad del Empecinado. Cumpliendo una misión esencialmente política, Juan Martín, por dondequiera pasara, llevó a cabo una labor de organización de las poblaciones. En 1809, durante la campaña de Talavera, y a fin de impedir los robos de los imperiales, entusiasmó de tal modo al paisanaje de la Sierra de Francia que éste se alzó en número de cuatro a cinco mil hombres, evitando con su resuelta actitud la devastación del país. En Aragón, en Guadalajara, en Madrid, en todas las provincias por El Empecinado recorridas, se formaron nuevos batallones de guerrilleros, se organizó la resistencia activa, se crearon Juntas locales de gobierno.

Al ser arrollados los ejércitos liberales por la intervención extranjera en 1823, Juan Martín emigra a Portugal. Vuelve a España más tarde y es hecho prisionero por el corregidor de Riva. Durante más de dos años, cubierto de hierros y encerrado en una jaula, los absolutistas pasean al Empecinado por los pueblos y aldeas que antaño conocieron su purísima gloria de jefe popular, exponiéndole a las burlas y tormentos de los reaccionarios. Finalmente, el 19 de agosto de 1825 es conducido al suplicio, en Roa, pero hasta en ese momento sigue luchando El Empecinado por la libertad. Se hallaba ya sobre el cadalso, junto al verdugo, cuando, en un esfuerzo sobrehumano, rompe los grillos que sujetaban sus manos y salta entre los soldados, arrebatando la espada de un oficial realista e intentando abrirse paso. Pero cien bayonetas atraviesan su cuerpo y cae muerto.

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Guerrillero de León

Así murió El Empecinado, primer guerrillero de España, pero los empecinados viven. Por esas mismas sierras de Levante y Aragón, de Castilla y Galicia, de Asturias y Andalucía, los guerrilleros siguen empuñando la bandera de la libertad. Y abren con su sangre el camino del porvenir.

Los empecinados de nuestro siglo serán victoriosos.



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ArribaAbajoMadrid, ciudad de contrastes

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Hay en España 14.000 millonarios, de ellos cerca de 10.000 de nuevo cuño, hechos por el franquismo. 7.088 residen en Madrid; 2.932 con una renta anual de 100.000 pesetas, 2.263 de 15.000 pesetas, 1.610 con renta de medio millón de pesetas, 243 con 2 millones de renta y 40 con más de 2 millones anuales de renta.

Estos datos oficiales publicados en el diario falangista Arriba, con el título de «Madrid ciudad de los millonarios», silencian con cuidado el nombre de los millonarios y nuevos ricos, sin duda para no verse obligados a dar los nombres de Franco, Muñoz Grande, Saliquet, Carceller, Girón, Fernández Cuesta, Rein Segura, Monseñor Pla y Daniel, Monseñor Eijo y Garay y otros jerarcas de Falange, que acumularon millones de pesetas organizando el hambre y la miseria de millones de españoles.

Pero Madrid no es sólo la ciudad de los millonarios, de palacios, amplias y lujosas avenidas, calles y paseos del centro de la ciudad, de los grandes hoteles, clubs y cabarets, donde los señoritos falangistas y beneficiarios del régimen dilapidan con ostentación el fruto del robo, del pillaje, de la explotación y el estraperlo. Madrid es también la capital de los sórdidos arrabales donde reina la más negra miseria. Madrid es la ciudad de los bruscos contrastes.

De 1.400.000 habitantes que tiene hoy la capital de España,   —33→   400.000 viven en los arrabales de Vallecas, la Ventilla, Pinos Altos, La Elipa, Entrevías, etc., unos casi a la intemperie, otros en cuevas cavadas en los desmontes, en chozas de barro, latas y materiales diversos recogidos en los vertederos, y 500 familias en los nichos de los viejos cementerios del Oeste, donde fueron condenados por el régimen a sepultarse en vida a solas con su miseria. Allí, en sórdido hacinamiento, fueron a refugiarse millares de familias trabajadoras arrojadas de la ciudad por la miseria de un salario que no da ni siquiera para comer, cuanto menos para pagar el alquiler. Antes, lucharon a brazo partido con el hambre y la tuberculosis. Vendieron sus muebles, camas, mantas, y, cuando ya no había objeto de valor alguno que pignorar o mal vender, empeñados y desahuciados, marcharon con su último jergón y unos cuantos cacharros y bártulos de cocina a cualquier arrabal a cavar su cueva o a erigir su choza, maldiciendo al régimen que, siendo honrados trabajadores, les condena a arrastrar la vida de mendigos.

Tanta es la miseria que se alberga en los arrabales que circundan Madrid, que la prensa del régimen se ve obligada a tratar frecuentemente del tema.

Ya, del 19 de diciembre de 1949, escribe:

«El suburbio de Madrid es un hedor, una mezcla de hojalata, de solares con sórdidas chozas. Sus habitantes son obreros, gente pobre. Es una ciudad sin techo, un sumidero de miseria, hasta una vara de suciedad en el suelo, ratas, tifus, tuberculosis, promiscuidad. Y más que medicinas necesitan los habitantes del suburbio pan, leche, alimentos...»



El periodista falangista Javier Aleixandre, con el título de «El hombre que lleva la cal», describe de la siguiente manera los suburbios:

«Son un cinturón grasiento e incómodo que rodea Madrid. No tengo manía de pintar cuadros tremendos, pero ésta es una cruel realidad y caben todas las manchas en la tela de esta pintura, que lo único que no admite es el color, como no sea de la sangre de los tuberculosos. Entre cuatro paredes sucias, de lata, hay un montón de hombres y mujeres, sudor y llantos de niños nos miran con gesto hermético, dura, bestial; nos miran con ojos de fiebre, lanzándonos un reto blasfemo... La misión del párroco en tales condiciones es difícil, porque le odian, le tienen odio sin conocerle...»



Arriba, el órgano central de los hambreadores y asesinos falangistas, en sus números de diciembre, bajo el título general de «La Corona de Espinas de Madrid», describe la miseria de los barrios del Terol, Picaso y Entrevías y habla de:

«...los tugurios de latas y barro donde en uno de los cuales no había más que dos catres harapientos para un matrimonio y siete hijos, todos enfermos del pecho, y en otro sólo había por todo ajuar dos camas para once individuos de tres matrimonios».



Habla también de la «miseria moral», mayor aún que la «física», del odio de sus miradas, de la necesidad imperiosa de ayudarlas antes de que la «corona de espinas» clave sus sangrientas púas en el «centro de la ciudad confiada y lujosa».

Miseria inaudita y odio inconmensurable hacia el régimen; tal es el ambiente de los suburbios madrileños, el de toda España. La miseria que rodea a Madrid, en terrible contraste con el   —34→   lujo de la ciudad, no ha sido descrita por los bandoleros de la pluma para apuntar el remedio, sino para tratar de ganar un puñado de pesetas ofrecido como premio a un concurso de relato sobre la misión catequista de la Iglesia en los suburbios. Con ello los falangistas unen el ultraje al crimen.

La campaña es dirigida por uno de los fariseos más redomados del régimen, Monseñor Eijo y Garay, arzobispo de Madrid y Alcalá, Patriarca de las Indias y destacado falangista que, por orden de los explotadores, de los organizadores del hambre del pueblo, de los bandidos franquistas creadores de la miseria de las masas, ha lanzado a los curas y párrocos de la diócesis a predicar resignación y mansedumbre, prometiéndoles a cambio el reino de los cielos. Reino que prometen al mismo tiempo a los causantes del hambre y la miseria, a cambio de una limosna para «esos desgraciados», por «principio religioso» incluso -como dice textualmente en una alocución-, «por instinto de conservación». Limosnas que se han empleado ya en la construcción de 25 iglesias y parroquias en los arrabales y que constituyen un insulto más a la miseria de los trabajadores albergados en cuevas y chozas, que vienen a atizar más el odio de los trabajadores contra el franquismo y sus abominables servidores.

El «instinto de conservación», en otras palabras, el pánico que los franquistas tienen al levantamiento del pueblo, impulsa a éstos a poner al desnudo las propias lacras del régimen, para hacer de ellas vil instrumento de su demagogia y tratar de conjurar, con ella, la tormenta de la cólera popular que les amenaza y cuyo estallido no podrán impedir. Llegará el día en que los millones de parias de España entera se alzarán sobre la miseria para poner fin al brutal contraste que ofrece el lujo y la ostentación de un puñado de explotadores enriquecidos a costa de la penuria de la mayoría de los españoles.

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ArribaAbajoLa traición permanente de los privilegiados

E. G. Nadal


En poco más de un siglo España ha conocido tres intervenciones militares extranjeras. Y estas tres invasiones de 1808, 1823 y 1936 no se produjeron solamente por un espíritu agresivo existente en ciertos regímenes extranjeros contra nuestro país, sino que fueron además solicitadas, acogidas o apoyadas por un determinado sector social español. El mismo siempre.

En efecto, cada vez que la casta formada por los privilegiados de la riqueza y del poder temió por sus ventajas, cada vez que hubieron de elegir entre sus intereses particulares y los de la nación, la Monarquía, la aristocracia, las altas jerarquías del ejército y de la Iglesia recurrieron a todos los medios, incluso al de la intervención extranjera, para conservar sus ventajas.

Para estas gentes el «patriotismo» ha significado siempre y sigue significando la sumisión del interés superior del país, del conjunto del pueblo español, a su interés de clase.

La primera ocasión en la historia contemporánea en que la casta de los «señores» hubo de elegir entre la fidelidad a la patria y su egoísmo de clase se presentó al estallar la Revolución Francesa en 1789 y en los años siguientes que vieron el esplendor militar de Napoleón Bonaparte.

El primer impulso de un Carlos IV y de sus cuadros de gobierno fue unirse a los otros regímenes reaccionarios de Europa para intentar aplastar a los revolucionarios franceses. Pero cuando una serie de derrotas les llevó a confesarse vencidos y a firmar el Tratado de Paz de Basilea en 1795, los grupos sociales que detentaban el poder en España cambiaron radicalmente de actitud.

Puesto que la Revolución Francesa parecía invencible, sólo les quedaba un medio de conservar su situación privilegiada en España: convertir nuestro país en una colonia del extranjero a cambio de que les fuera garantizado el disfrute de su antigua posición material.

Así, la casta dirigente española hizo de nuestro país un instrumento de la política de expansión de la gran burguesía francesa y de su representante el emperador Napoleón, que se había asegurado las riendas del poder en Francia y en una buena parte de Europa.

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De 1796 a 1807 la monarquía española, y la casta que gobernaba en su nombre, exprimió aún más al país para poder satisfacer las crecientes exigencias de dinero de su «aliado» Napoleón. España terminaba así de arruinarse, mientras su flota de guerra, puesta al servicio de la política expansionista de Napoleón, era destruida en Trafalgar en 1805.

Y cuando el 17 de marzo de 1808 las dos camarillas, una dirigida por Godoy y la otra simbolizada por el príncipe de Asturias, que más tarde fue Fernando VII, y que se oponían en el seno de la clase gobernante, hicieron pública su oposición de intereses con el «motín de Aranjuez», que obligaba a abdicar a Carlos IV en su hijo Fernando VII, los dos bandos recurrieron al arbitraje extranjero para entrar en posesión de los despojos arrancados al pueblo español.

Carlos IV y sus partidarios, que habían aceptado la entrada en España de numerosas divisiones francesas con el pretexto de ir a conquistar Portugal, desde 1807, tomaron el camino de Bayona a donde llegaron el 30 de abril. Fernando VII y sus defensores habían llegado diez días antes. Unos y otros abandonaron allí España en manos de Napoleón: Carlos IV por una pensión de treinta millones de reales. Fernando VII por mucho menos. Y fue el pueblo quien tomó en manos la defensa de los intereses generales del país.

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Cuando el pueblo hubo expulsado a los invasores, la antigua casta dirigente, con Fernando VII a la cabeza, volvió a ocupar los puestos que le aseguraban la riqueza y la influencia social. De mediados de 1814 a comienzos de 1820 una represión brutal se desencadenó sobre el país. La reacción más feroz, dueña del Poder, se dio como objetivo hacer desaparecer hasta el recuerdo de esos años de la guerra en que ciertos sectores del pueblo y de las clases medias, sobre todo en las ciudades, habían comenzado a intervenir en la dirección de los asuntos del país.

Esta represión encontró resistencias cada vez en aumento. En 1814 el famoso guerrillero Francisco Espoz y Mina, mariscal de campo, intentó sublevar Pamplona. En 1815 otro guerrillero, el general de brigada Juan Díez Porlier, se levantaba en La Coruña. En Valencia el coronel Joaquín Vidal, junto con otros liberales entre los que figuraba Félix Bertrán de Lis, no fueron más afortunados. En 1819 era descubierta en Cataluña la conspiración dirigida por el teniente general Luis Lacy. De todos estos patriotas progresistas tan sólo Mina consiguió salvar la vida.

Al fin, el levantamiento de Rafael Riego en Cabezas de San Juan, el 1º de enero de 1820, restableció el régimen liberal que había surgido en Cádiz bajo el fuego de la lucha por   —37→   la independencia de la patria. La Constitución de Cádiz era proclamada de nuevo en marzo, y el 9 de julio se abrían las Cortes.

Pero el nuevo régimen parlamentario y democrático no fue nunca aceptado sinceramente por el rey, la clase privilegiada y los sectores por ellos influenciados.

Una nube de emisarios secretos trabajaba en el extranjero cerca de las potencias reaccionarias para preparar una intervención por las armas contra el régimen liberal español y contra las capas, cada vez más importantes, de hombres del campo y de la ciudad que le sostenían.

La «Santa Alianza», constituida por los gobiernos reaccionarios de Rusia, Prusia, Austria y Francia después de la caída de Napoleón, acogió calurosamente las demandas de los absolutistas españoles. El agente fernandino Antonio Vargas Acuña intrigaba en Roma con el Vaticano, mientras que en París el general Eguía y el duque de Fernán Núñez daban los últimos toques para la invasión, con Luis XVIII.

De octubre a diciembre de 1822 la «Santa Alianza» reunía uno de sus Congresos periódicos en la ciudad italiana de Verona y tomaba en él las últimas disposiciones para responder a la llamada de los traidores españoles. En enero de 1823 el gobierno constitucional español recibía sendas notas de los embajadores en Madrid de Francia, Rusia, Austria y Prusia. Estas notas constituían un verdadero ultimátum y exigían la disolución de los organismos constitucionales y la devolución a Fernando VII de sus poderes absolutos.

Esta intromisión directa de la reacción europea en los asuntos nacionales fue rechazada por los liberales españoles, que se aprestaron a hacer frente a la invasión inminente. Las autoridades democráticas organizaron cinco ejércitos, poniendo a su frente jefes militares forjados en la Guerra de la Independencia y en las luchas de emancipación de las antiguas colonias de la América española. Los ejércitos mandados por Morillo, Ballesteros y La Bisbal no ofrecieren gran resistencia; el de Villacampa, a pesar de los sentimientos progresistas de su jefe, no pudo oponerse eficazmente al adversario. Sólo el general Espoz y Mina, el viejo guerrillero, en Cataluña, y algunos otros jefes subalternos en Valencia y Extremadura, lucharon encarnizadamente, acaso porque en estas regiones el despertar político del pueblo había comenzado antes, gracias al desarrollo creciente (sobre todo en los territorios catalán y valenciano) de una burguesía cuyos intereses estaban en pugna con los de las castas feudales y reaccionarias, quienes una vez más entregaban la patria al invasor.

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Espoz y Mina

El gobierno liberal, con las Cortes y el rey (al que hubo de imponerse   —38→   el viaje) abandonó Madrid en marzo, en dirección a Sevilla, de donde pasó a Cádiz. El ejército francés de invasión, mandado por el duque de Angulema, atravesaba la frontera el 7 de abril, y ayudado por los reaccionarios entraba en Madrid el 23 de mayo y ponía cerco a Cádiz el 24 de junio. Tras unos meses de bloqueo, las fuerzas francesas entran en el Trocadero, fuerte de la bahía de Cádiz, y los patriotas liberales encerrados en esta ciudad hubieron de capitular el 1º de octubre.

De esta manera, una casta social incapaz y corrompida, movida por la apetencia de riquezas y de poder abusivo, imponía al pueblo español su dominio con la ayuda de las bayonetas extranjeras.

Más de un siglo después de estos hechos, cuando el pueblo español había ido avanzando a fuerza de sacrificios y de tesón por el camino de la libertad, la traición renovada de las castas privilegiadas volvió a sumir a España en el desastre, al llamar a los nazis alemanes y a los fascistas italianos a intervenir en los asuntos interiores españoles.

La sublevación militar-fascista de 1936, promovida por los grandes capitalistas y terratenientes del país para mantener la injusticia social existente, sobre la que se basan sus privilegios, contaba desde antes de estallar con el apoyo del nazismo alemán y del fascismo italiano.

Las fuerzas reaccionarias españolas habían comenzado su conspiración apenas proclamada la República en 1931. El pronunciamiento fracasado del general Sanjurjo en Sevilla tenía ya lugar en 1932. Hubo inmediatamente después el «bienio negro», y durante el mismo la represión de Asturias y de Cataluña en 1934. Para combatir una vez más al pueblo, las gentes que se atribuían a sí mismas el monopolio del «patriotismo» no tuvieron el menor escrúpulo en utilizar entonces los mercenarios extranjeros del Tercio y los rifeños.

Por añadidura, las fuerzas que han disfrutado tradicionalmente en España del Poder y de la riqueza recurrieron contra la República a los mismos métodos usados por sus antecesores en tiempos de Fernando VII. Ahora la antigua «Santa Alianza» llevaba otro nombre: el de «Eje Roma-Berlín», y hacia éste partieron las gentes de la reacción española para solicitar una ayuda directa y la intervención militar contra sus propios compatriotas progresivos.

Los grandes terratenientes, los financieros, las altas jerarquías del clero y del ejército enviaron a Roma al general Barrera y a Berlín al general Sanjurjo y a José Antonio Primo de Rivera; y desde 1935 este conglomerado de fuerzas enemigas del pueblo recibió la promesa de una intervención militar, por parte de los gobiernos de Hitler y Mussolini, para sostener sus privilegios.

Continuaban con ello la tradición antinacional de las castas dominantes españolas de todos los tiempos. Su política en el siglo XIX había hecho de España un campo ideal de explotación para los capitales extranjeros, ingleses y franceses especialmente. Desde 1935 la camarilla militar-fascista se dispuso a transformar España en una colonia germano-italiana, a imitación de sus antepasados que la habían convertido en colonia anglo-francesa. Y de 1936 hasta la caída de Hitler en 1945, la tierra española fue asolada y saqueada   —39→   por las fascistas germano-italianos, secundados por los hombres de la reacción española.

Y en 1950 aún la clase privilegiada española sigue obrando como ya obraba bajo Carlos IV; para mantenerse en el Poder, para seguir explotando a su pueblo, busca nuevos protectores en el extranjero a quien entregar el país, para guardar una parte del botín. En los tiempos de la «Santa Alianza» la reacción veía en el zar de Rusia la mejor garantía de «orden» y le atribuía el papel de «guardia civil de Europa». De 1933 a 1945 nuestros reaccionarios creyeron encontrar en Hitler el guardián de un «orden nuevo». Y hoy se vuelven hacia los Estados Unidos, en el que esperan encontrar ese «guardia civil del planeta» que les garantice sus privilegios.

Una vez más, España es sacada a subasta sobre el mercado internacional por la misma casta social que desde hace siglos pesa sobre nuestra patria como un yugo de plomo. Pero todos los signos visibles del mundo de hoy dicen que esta vez será la última.

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ArribaAbajoEl obscurantismo elevado a ciencia

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El franquismo hace todo cuanto puede para retrotraer la vida Española a los tiempos de la Inquisición. Durante el pasado año organizó el homenaje nacional a la virgen de Fátima, el traslado del dedo meñique de San Fernando desde Sevilla a Madrid, el envío de la víscera cardiaca de San José de Calasanz a las Américas, y al Japón los restos de San Francisco. Hizo aparecer varias veces la virgen a pobres pastorcillos, mientras que su prensa encanallada ensalzaba la milagrería frente a la ciencia. Veamos:

A mediados de noviembre, Arriba, con el título de «Un milagro de la Virgen Mediadora», dedicaba casi media página a relatar el siguiente hecho que reproducimos en forma abreviada:

«Uno de nuestros redactores se personó en unas importantes oficinas de la Gran Vía para entrevistarse con la señorita María Teresa Vasserot, que trabaja de secretaria en ellas y que ha sido objeto de un maravilloso milagro.

»La señorita María Teresa padecía terribles trastornos orgánicos, había sido desahuciada por los médicos y donde no pudo la ciencia pudo el milagro. María Teresa, al borde de la desesperación, decidió escribir a la señorita Quirino, hija de su Excelencia el Presidente de Filipinas, rogándola el envío de uno de los pétalos milagrosos que llovieron sobre el convento de las Carmelitas de la Lipa, cuando a la novicia Teresita Castillo se le apareció en forma corpórea la Virgen Mediadora de todas las Gracias.

»La señorita Quirino envió a María Teresa un valioso medallón de oro conteniendo un pétalo milagroso en el cual se aparece la Virgen.

»La señorita María Teresa me afirmó que la Virgen se le aparece frecuentemente en el pétalo, y que desde que recibió éste desaparecieron totalmente sus terribles trastornos. ¿Ustedes pensarán que es ilusión? Pues no lo es. Yo mismo he visto aparecer a la Virgen Mediadora en el pétalo...»

Después de esto, ¿qué tiene de extraño que haya en España más seminaristas que estudiantes de medicina, ingeniería, física y química tomados en su conjunto?

Con ello se pone en práctica la consigna dada por Franco en el aniversario de Nebrija de «desterrar las ciencias utilitarias de nuestras universidades para retornar a la teología» y se lleva adelante uno de los objetivos de la ideología falangista: embrutecer al pueblo, retraer España a los tiempos de la Edad Media, para mantener en ella los privilegios de los grandes terratenientes, de la Iglesia, del Ejército, de los grandes capitalistas, por medio del terror y la opresión, del obscurantismo y la milagrería.



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ArribaAbajoNada. La literatura nihilista del capitalismo decadente

Por Jorge Semprún


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La novela elegida hoy para esta sección de crítica, y el análisis de la cual merece nuestra atención, es la obra de una joven escritora de la actual generación literaria, coronada por el premio «Eugenio Nadal» en 1944, siete veces editada hasta abril de 1949. Nada, de Carmen Laforet, es una novela característica, cuyo éxito vertiginoso nos obligaría por sí sólo a su alcance verdadero, su significación profunda.

Que conste ante todo, y quede sentada de una vez para siempre, la afirmación de que, en esta revista, la crítica literaria no tendrá ningún parecido con la que suelen practicar los «especialistas» de las publicaciones reaccionarias. Esto quiere decir que no será una crítica personal, que no nos importa saber si Carmen Laforet es rubia o morena, si prefiere Faulkner a Dostoievski, o Vicki Baum a Somerset Maughan, si escribe por la mañana o por la noche, si necesita café para poder trabajar. Tampoco nos importan las intenciones de la escritora, los móviles que la alentaron. Sólo importa la significación objetiva de la novela, o sea su contenido real, hoy en la España franquista, y sus consecuencias posibles, tanto entre los lectores en general, por la visión del mundo que en ellos despierte, como entre los jóvenes escritores de la última generación que quizá intentan, en la soledad de su alma, buscar una salida a la angustiosa situación moral en que se encuentran.

Y eso, ¿por qué? Porque «uno de los principales medios de combate de los escritores y artistas es la crítica literaria artística». Esto decía, en 1942, ante un congreso de escritores y artistas progresivos, en la ciudad de Yenan, un gran poeta chino de nuestro siglo, un heroico luchador, un gran dirigente político, un general victorioso, el jefe del Partido Comunista chino, Mao Tse Tung. Y añadía en su informe al trazar el papel que debe desempeñar la crítica literaria democrática: «Todo lo que favorece la resistencia, la unión, todo lo que puede alentar al pueblo, exaltar su entusiasmo, sostener su moral, todo lo que permita impedir una retirada eventual ante el enemigo o ante el progreso, debe ser aprobado; y, en cambio, ha de rechazarse todo lo que sea desfavorable a la resistencia, a la unión, lo que desmoralice al pueblo e impida el progreso».

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Eacute;stos son, pues, concisamente expresados, los criterios de la crítica literaria progresiva que aquí intenta llevarse a efecto. Ninguna consideración personal, sino el examen de la significación moral y política de la obra. Y, en segundo lugar, ninguna apreciación «puramente» artística. Y esto, porque en el incesante proceso de muerte y creación, la lucha entre lo viejo y lo nuevo, entre el pasado y el porvenir, que es la característica del mundo espiritual, tanto como del natural y del social, los destinos del arte y de la cultura, sus posibilidades de desarrollo y de descubrimiento de nuevos valores y nuevas formas, dependen del éxito de las fuerzas vivas de la historia, están en manos de la clase ascendente. Pues bien, ¿qué espíritu objetivo puede poner hoy en duda que las fuerzas históricas vivas son las masas populares, con la clase obrera a su frente? Los destinos del arte y la cultura, en nuestro país, dependen de la victoria del pueblo. Éste es hoy el depositario de las tradiciones progresivas de nuestra cultura, en él recae la misión de enriquecerlas, de llevarlas a su pleno florecimiento.

En ese frente de combate, por consiguiente, la crítica literaria democrática debe asignarse estas tareas fundamentales: desenmascarar las ideologías y tendencias artísticas que podríamos llamar de «repliegue», es decir, las ideologías y tendencias mistificadoras que la clase opresora en decadencia inventa o reanima para cubrir y esconder su retirada; y, finalmente, participar de una manera constructiva en la elaboración de una auténtica literatura popular, realista y optimista.

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La trama de la novela de Carmen Laforet es bastante tenue y puede resumirse en pocas frases. Andrea, joven estudiante, viene a Barcelona a seguir los cursos de la Universidad. Vive en casa de unos parientes suyos; la abuela, medio loca; la tía Angustias, beata histérica y malvada; el tío Román, falangista depravado y estraperlista; el tío Juan, falangista, verdadero residuo humano. En definitiva, una bonita colección de monstruos, una verdadera basura moral. Andrea permanece un año en esa casa. Por diversas razones la familia se disuelve en la deshonra y el crimen, y finalmente Andrea se va a Madrid con su mejor amiga, Ena, cuyos padres se trasladan a esa ciudad. En resumen, no ocurre gran cosa.

No sería difícil determinar cuáles son las influencias literarias que se reflejan en Nada. Pero eso no es en sí importante. Lo principal es que al cerrar el libro, sin hablar siquiera del sentimiento como de vergüenza ajena que uno tiene, ni de las ganas de salir a   —43→   pasearse al aire fresco, una impresión se destaca imperiosamente, que un análisis más detallado permitirá precisar. Y es que, en fin de cuentas, la primera parte de la novela, unas cien páginas, es la única que presenta algún interés (ya se verá luego qué clase de interés). Lo demás está como añadido superficialmente, sin necesidad interna, como si hubiese la autora diluido largamente un relato más breve. En rigor podría no haberse escrito la última parte. Ahora bien, las cien primeras páginas son casi exclusivamente documentales -sin duda autobiográficas. Allí se esboza la situación, se presentan los personajes. Pero se trataba precisamente de desarrollar esa situación, de hacer vivir esos personajes, pues en eso consiste el trabajo de creación propio de un novelista. ¿Lo consigue la autora? En modo alguno. Los personajes no viven, los aspectos específicamente novelescos de la obra fracasan rotundamente. Y que no se busquen para explicar esto razones complicadas. Es sencillamente que una novela lograda plenamente tiene que ser la expresión realista de una concepción del mundo, el reflejo de las aspiraciones auténticas de los hombres avanzados de nuestro siglo. Esa familia de la calle de Aribau, de Barcelona, no puede ser para un novelista tema de creación y de vida, porque es precisamente la expresión de una sociedad moribunda y sanguinaria.

Si ya es significativo de por sí solo el fracaso de la novela, en tanto que obra de creación, más significativas aún son las constataciones que un análisis profundo permite hacer. ¿Cuál es, en efecto, el contenido real de Nada, o sea, qué fuerzas sociales se expresan en ella y con qué perspectivas?

Con bastante claridad pueden distinguirse en Nada dos medios sociales diferentes. La familia de la protagonista principal, de Andrea, es típica representación de aquella fracción de la pequeña burguesía vacilante que no ha sabido comprender cuáles son sus intereses verdaderos, intereses que coinciden, de hecho, en la etapa de la revolución democrática que tenemos que realizar en España, con los de la clase obrera, los campesinos, los intelectuales, y que se ha vendido a la reacción fascista. Esta fracción de la pequeña burguesía se encuentra en un estado de descomposición. Ésta es económica, primero, y moral como consecuencia inevitable. Porque en la casa de la calle de Aribau no trabaja nadie. Juan pinta unos cuadros muy malos que nadie le compra; su mujer, Gloria, «gana» unos duros jugando a las cartas con trampa; Román hace «negocios» de contrabando y estraperlo -después de haber sido espía falangista en la zona republicana durante nuestra guerra-, y el resto del tiempo lo dedica al chantaje o a intentar seducir a las jovencitas tocando románticamente al piano a la luz de un candil; Andrea vive de una beca miserable. Familia de parásitos, familia sin principios morales de ningún género, en que las palizas del marido a la mujer, el odio entre los hermanos, los turbios sentimientos de Román por su sobrina y su cuñada, la hipocresía de la beata, crean ese «clima asombrosamente nuevo» que saludaba la crítica franquista, ese ambiente irrespirable como -y ahora cito textualmente a la autora- «como si el aire estuviese estancado y podrido».

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Más lejos dice uno de los personajes: «Aquello es como un barco que se hunde. Nosotros somos las pobres ratas que al ver el agua no sabemos qué hacer». Y, en efecto, el barco se hunde, ¿qué duda cabe? Y las ratas franquistas no saben qué hacer. Su actividad se limita al crimen y al escándalo.

Igualmente aparece en Nada, aunque de manera más episódica, el gran capitalismo financiero. Algunos de los amigos de Andrea pertenecen a las ricas familias de Barcelona y a través suyo se puede atisbar su mentalidad. Ésta es, claro está, muy distinta de la que reina en la casa de la calle de Aribau. La concentración financiera, la posibilidad de explotar sin freno a la clase obrera y los prodigiosos aumentos de los beneficios capitalistas que trae consigo la dictadura franquista, hacen que en esas familias parezca la vida fácil y agradable. Sólo se piensa en paseos, bailes y excursiones. Los padres se ocupan de negocios, venden, compran, calculan las ganancias que podrán obtener con motivo de la guerra mundial. Los hijos se las dan de «bohemios», llevan «chalina y pelo largo» -textualmente. Si escriben, es en estilo surrealista; si pintan, sólo les interesa el arte «abstracto». Ningún sentimiento humano se refleja en ellos. Con la inconsecuencia brutal de los explotadores edifican sobre la miseria y la sangre de la clase obrera una vida de engañosa apariencia feliz. Engañosa porque en esta vida, y en este siglo, todo se paga. Habrá en España mucho trabajo para todos, muchos puentes, pantanos, carreteras y estaciones de tractores que construir. Esos jovencitos aprenderán a trabajar. Y, ¿quién sabe?, aunque pierdan chalina y pelo largo, quizá descubran en el trabajo el sentido auténtico de la vida.

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Sentido de la vida que la protagonista principal, Andrea, aún está lejos de sospechar cuando se cierra el libro. Su actitud merece ser analizada, porque encierra en ella todos los síntomas del confusionismo, del pesimismo individualista. Andrea asiste a todas las depravaciones de sus familiares sin una palabra de protesta y acaba eligiendo la fácil solución de hacerse mantener por la rica familia de su amiga Ena. Y es que para Andrea nada tiene importancia, nada vale la pena de luchar. Conviene recordar aquí lo que en cierta ocasión escribió Máximo Gorki criticando la obra de Dostoievski. Decía así: «Su filosofía (la de Dostoievski) alimenta hoy a la reacción, la orienta hacia el individualismo y el nihilismo; en ella se basa el 'enemigo interior' de la democracia. Ha llegado   —45→   la hora de pronunciarse contra todos los puntos de la doctrina de Dostoievski».

Sí, ha llegado la hora de pronunciarse contra todos los aspectos del nihilismo, del pesimismo, que sólo sirven a la reacción franquista, porque desvían de su cauce de lucha y protesta a las jóvenes generaciones descontentas -mil hechos lo demuestran- de la atmósfera asfixiante del régimen. Y conviene hacerlo con el mayor vigor. Porque no es el nihilismo un tema nacional, nada tiene que ver con las tradiciones auténticas de nuestra cultura. El nihilismo de la literatura actual en España es un mero reflejo del proceso general de corrupción ideológica del imperialismo. Es un tema del cosmopolitismo reaccionario con el que conviene enfrentarse sin demora.

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Y conviene hacerlo también porque hay en nuestro campo antifranquista quienes, después de haber leído Nada, reaccionan diciendo: «Desde luego, el contenido es una basura, pero, hombre, como novela no está mal. Desde el punto de vista artístico no está mal». ¿Qué es eso del punto de vista artístico? Con ese criterio puede justificarse una novela tan monstruosa como la de Hemingway sobre nuestra guerra, puede intentar justificarse cualquier barbaridad, cualquier obra de corrupción y desmoralización. Que mediten los que eso dicen las palabras más arriba citadas de Mao Tse Tung. Que reflexionen sobre el sentido auténtico de la literatura y sus influencias. En su lucha de liberación, las fuerzas populares tienen que rechazar todas las obras que difundan, aunque sea de soslayo, la ideología de sus adversarios por bella que sea, y éste no es el caso, la forma literaria que la revista y encubra. Y, por su parte, la crítica literaria democrática tiene que ayudar a esas fuerzas, que representan el porvenir de la cultura, de una manera positiva, a fin de esclarecer más y más cada día el papel y los objetivos de la literatura progresiva.

También puede haber quienes piensen que, por el mero hecho de revelar la corrupción del régimen franquista, la novela de Carmen Laforet reviste un carácter positivo de acusación. Ésas son, a mi parecer, ideas de otros tiempos, de una época lejana en que las fuerzas populares se hallaban en una situación defensiva y que podían reforzarse ideológicamente con la lectura de obras que mostrasen la corrupción interna e inevitable del sistema capitalista. Hoy día ha sido superada la etapa dialéctica de la sola negación. Hoy día se ha construido en la sexta parte del mundo una sociedad   —46→   radicalmente nueva, basada en la justicia, basada en la desaparición de la explotación del trabajo humano. Hoy día las fuerzas populares de paz y de progreso se encuentran en lucha por un mundo mejor, mientras se desmorona la estructura económica y la superestructura ideológica del imperialismo. Desde Pekín hasta las llanuras suramericanas, el hombre nuevo forja las armas luminosas de la felicidad en que soñaban nuestros antepasados. En esas circunstancias no tiene valor alguno la exposición puramente negativa de la decadencia capitalista. A la clase obrera, al campesinado, a las fuerzas populares, ya en lucha contra el franquismo, no sirven obras como Nada. Y por otra parte, puede esta novela difundir, en las capas sociales menos decididas, pero que han de incorporarse y se incorporarán a la lucha, una ideología de derrotismo sumamente nefasta. En modo alguno puede justificarse, por consiguiente, una novela como ésta.

Habla en cierto momento Carmen Laforet de «los arrabales tristes, con la sombría potencia de las fábricas». Y en efecto, los arrabales obreros de las grandes ciudades capitalistas son tristes, son miserables. Pero la potencia de las fábricas y de los hombres en ellas explotados no es sombría. Es la potencia decidida y firme de la justicia, de la certidumbre de la victoria. Porque hoy, la poesía, el arte, la ciencia -la cultura en una palabra- es como la libertad: se conquista cada día, se da a luz cada día en la lucha y por la lucha popular contra la dictadura del franquismo.

En todo caso, y para terminar, no puede negarse que el título de la novela sea un acierto. ¡Nada! Más que un acierto, un programa, la profesión de fe, es decir, de falta de fe, de una sociedad condenada por la historia.

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ArribaAbajoLa tragedia de los pequeños propietarios

«Valencia.- En la calle de Adresadors puso fin a su vida, arrojándose desde un tercer piso, el señor García Cantó, dueño de una sastrería que había cerrado recientemente sus puertas por falta de negocio».



La «falta de negocio» producida por la ruina y la crisis económica sacudió en 1949 con singular fuerza a los pequeños industriales y comerciantes, muchos de los cuales liquidaron con pérdidas irreparables, cerraron las puertas de sus negocios y, en muchos casos, buscaron en el suicidio el saldo de sus deudas.

Sí, malos tiempos corren para los pequeños propietarios en la España franquista donde sólo prosperan los grandes Bancos, monopolios y compañías transformados por el régimen en resortes de inicua explotación. Disminuyen los negocios, aumentan las cargas fiscales, las multas, el acoso implacable de los Bancos. Con el aumento del 20% del recargo transitorio que desde hace años grava la contribución, ya de por sí desmesurada, y que ha sido elevado al 98,32% equiparándose casi a la contribución. Mientras tanto, el volumen de las ventas desciende de día en día...

Según declaraciones de El Economista, del 7 de enero de 1950, el volumen de venta realizado por el comercio madrileño en 1949 descendió en un 25% con relación a 1948, que ya había descendido en un 40% con relación a 1947. Las causas de esto están a la vista de todo el mundo y no hay por qué ocultarlas. Los precios, añade la citada revista, «se remontan por las nubes y los ingresos de las familias permanecen estancados o disminuyen».

El empobrecimiento continuo de los trabajadores afectados por el paro total o parcial, o por la insignificancia de los sueldos y salarios, se refleja de manera catastrófica en el pequeño comercio. Según un escrito elevado a las autoridades por los pequeños comerciantes «se suceden en voluminosa multiplicidad las suspensiones de pagos, las quiebras y devoluciones de letras de comercio por cantidad de cientos de millones de pesetas mensuales».

No es mejor la situación en la pequeña industria. Acosada, al igual que el comercio, por impuestos, multas y contribuciones, sufriendo además las restricciones eléctricas y la ilícita competencia de las grandes compañías que gozan del apoyo oficial, multitud de pequeñas empresas y talleres se vieron abocados a la ruina. He aquí un juicio bien significativo de la revista Economía Mundial:

«Este año la pequeña industria no tuvo posibilidad de hacer frente a las dificultades. Reducida a jornadas de trabajo mecánico de uno o dos días por semana, infinitos talleres e industrias trabajaron con pérdidas».

Trabajar con pérdida, a la larga, significa la quiebra, la ruina, el embargo. En Cataluña y otros centros industriales multitud de pequeños patronos se tornaron en deudores de sus propios obreros y finalmente tuvieron que desmontar sus talleres y vender las máquinas como chatarra para pagar los salarios y cerrar el negocio.

En estas circunstancias, duras y difíciles, el crédito bancario podría haber salvado de la quiebra a buena parte de los pequeños comerciantes   —48→   e industriales arruinados. Pero el crédito no pertenece a la nación. Está en manos de los Bancos, propietarios y copropietarios, de los monopolios y compañías, interesados en la ruina de todo posible competidor por insignificante que sea.

Además, cada letra protestada, cada quiebra significa un cierto beneficio para el Banco, tras los cuales están los accionistas, y entre ellos los jerarcas franquistas que a mayor ruina del país obtienen mayores beneficios particulares. El gobierno franquista cursó orden a los Bancos de restringir el crédito, de prestar sólo a las grandes empresas solventes. Así lo descubre El Economista en el siguiente comentario:

«Los Bancos han resistido cuanto han podido a la avalancha de peticiones (de crédito) y han concedido todo el crédito posible cuando este crédito estaba legítimamente respaldado, plegándose a las normas de la política de créditos dada por el Banco de España».

Es decir, haciendo del crédito un arma de coacción y chantaje, el régimen franquista contribuyó conscientemente a la ruina de multitud de pequeños propietarios de establecimientos comerciales e industriales afectados por la crisis, sobre cuya ruina, así como de la explotación de los trabajadores, crecieron más aún las escandalosas fortunas amasadas por los jerarcas del régimen de ocupación franquista que padece España.

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La ruina y la crisis económica afecta también a las empresas importantes. La quiebra de establecimientos industriales y comerciales, siempre en progresión desde que el franquismo usurpó el Poder, revistió caracteres de catástrofe en el segundo semestre de 1949 al acentuarse la crisis económica que prosigue sacudiendo a España con singular fuerza   —[49]→  




ArribaAbajoLa mentira... tiene piernas cortas

1949 fue un año extraordinariamente duro y penoso para la mayoría de los españoles. A la ruina del país, causada por el régimen franquista, se unió el despliegue de la crisis económica. En medio del hambre general de los trabajadores, cuando la agricultura y la industria apenas alcanzan en su conjunto el 50% del nivel de producción de 1931-1935, cuando se derrumba el transporte y en el país falta de todo, divisas y materias primas, maquinaria e instrumental, viviendas y energía eléctrica, y millones de españoles carecen hasta de los más elemental, de pan, lumbre, e incluso de techo donde cobijarse, ¡se produce la crisis de superproducción!, prueba irrefutable de la miseria inaudita de la inmensa mayoría de los españoles, estigma de un régimen que lleva en sí el germen de la devastación y la miseria.

En 1949 descendió bruscamente la producción y el consumo, quebraron multitud de pequeñas empresas, centenares de miles de obreros fueron lanzados al paro, la crisis ganó a la agricultura, al transporte, a las finanzas, la economía nacional fue situada frente a la más estrepitosa bancarrota. En estas condiciones, el 31 de diciembre, Franco, máximo responsable del caos y la ruina del país, en su mensaje de la Noche Vieja salió hablando de los grandes éxitos (?)... en la reconstrucción de Cádiz y Tarancón (cuya destrucción fue motivada por la política de guerra de su propio régimen) y la construcción de 3 centrales térmicas (cuando una gran parte de la industria trabajó durante todo el año uno o dos días por semana por falta de energía) y todo ello, según él, gracias a la «pródiga bendición de Dios que disfruta España por estar tan compenetrada con la Santa Madre Iglesia».

Examinemos la «pródiga bendición» a la luz de la propia prensa técnica, en cuestiones económicas del régimen, y veremos a ésta decir «Diego» donde su caudillo dijo «digo».

«1949 fue corto en dones naturales. Poco grano en las eras. Mala cosecha, restricciones eléctricas, descenso y carestía de la producción industrial, caída del consumo, contracción en los negocios, dificultades para colocar la producción... Por primera   —50→   vez desde 1939 surgieron los problemas de saturación del mercado que trajeron de la mano la necesidad de almacenar».


(El Economista del 7-1-1950)                


«Como consecuencia de la crisis que se está desarrollando en los últimos tiempos, amplios sectores de la población han visto reducir sensiblemente sus ingresos, disminuir su capacidad de consumo y se da el caso de que una de las cosechas más corta de los últimos años, y que normalmente hubiera sido deficitaria, terminará con toda seguridad en sobrante, ya que el consumo ha quedado reducido en más del 40%».


(Economía Mundial)                


«La pequeña industria textil sólo trabajó uno o dos días por semana durante 1949. Claro que la calamidad se ha convertido en suerte, porque de haber trabajado a rendimiento normal hubiera aumentado considerablemente el almacenaje. La depresión general se agravó más y más. En 1949 se encareció el mercado, sobraron mercancías».


(El Economista)                


«El comercio ha vivido un año difícil. El volumen de ventas en Madrid descendió en un 25%. El aumento de precios ha sido velocísimo, el de sueldos muy lento».


(El Economista)                


«La Bolsa está enferma y no registra más que calamidades. Si comparamos las cotizaciones actuales de la Bolsa con las de hace dos años, nos encontraríamos con una diferencia de muchos miles de millones. 100 acciones del Banco Hispano Americano que entonces valían 477 duros, valen hoy 318. Las 100 acciones de la SNIACE que en 1947 se cotizaban a 525 pesetas, se cotizan hoy a 270».


(Economía Mundial)                


«Por lo que se refiere a nuestros mercados, su clara impotencia para remontar la situación se agrava al persuadirse de que en el horizonte no hay faro que les muestre las cercanías del puerto de salvación».


(Economía Mundial)                


Así aparece en la práctica la «bendición» que, según Franco, prodigó Dios sobre España, y que en realidad cayó en los bolsillos de los accionistas de las grandes compañías y Bancos, entre los que figura él y el resto de los jerarcas que, en medio de la ruina, siguen acumulando millones, mientras España se hunde en la crisis y la inmensa mayoría de los españoles en la más espantosa miseria.



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