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Curiosidades, y soluciones y respuestas a la multitud de enigmas y preguntas que plantea «El Quijote»

Antonio Sánchez Portero





Han transcurrido cuatro siglos desde que Cervantes alumbró la Primera Parte de la que es, quizás, la novela más divulgada del mundo; y faltan menos años de los que pueden contarse con los dedos de las manos para que se cumplan cuatrocientos de la aparición del otro Quijote de Avellaneda, y la Segunda Parte del Quijote de Cervantes, las obras que más polémicas han suscitado, originando océanos de tinta impresa durante este prolongado periodo.

Y lo curioso y sorprendente, a pesar de los centenares de libros, millares de ensayos y artículos, y millones de palabras, es que nos encontramos casi como al principio, con numerosas lagunas, puntos oscuros y enigmas relacionados con esta singularísima obra, la de Cervantes, a la que hay que adosar, indefectiblemente, quiérase o no, la obra de su contrincante Avellaneda, ya que se ha llegado a un punto en el que hay que considerar a ambas inseparables y complementarias y, al margen de la calidad literaria de cada una, hay que contemplarlas en conjunto para resolver las muchas cuestiones que se ciernen en torno a ellas. Y no es la menor averiguar de una vez la identidad del autor oculto.

No basta, para descifrar el enigma de Avellaneda y los múltiples problemas que plantea el Quijote de Cervantes, con confrontar a un candidato con Cervantes, ni con afincarse en un episodio determinado. Es preciso, sería mejor decir imprescindible, abordar la cuestión integralmente, afrontando todas las circunstancias en su conjunto, ya que todas ellas están íntimamente relacionadas entre sí.

Expuesto este preámbulo, se me ocurre traer a colación algunas cuestiones inéditas o que, aunque ya expresadas con anterioridad por distintos cervantistas, se han olvidado o quedado orilladas, no obstante encontrarse relacionadas con soluciones parciales del tema que nos ocupa. Y también, ofrecer conclusiones, aseveraciones y respuestas a los interrogantes que plantean ambos Quijotes y sus autores.

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Casi nadie sabe -y si lo ha leído no lo recuerda-, aunque él mismo Cervantes se encargó de decírnoslo en el Prólogo de sus Novelas ejemplares, que era tartamudo. ¿Y esto qué tiene que ver -se preguntarán muchos- con su oficio de escritor? Pues tiene que ver muchísimo, ya que esta particularidad afectaba directamente a su humor, a su personalidad y, por ende, a su talante. ¿Hasta qué punto? Es difícil de predecirlo; pero, acaso, impidiéndole progresar en el ejército, él que era soldado, si tenía para ello que desempeñar algún cargo que le obligara a dar órdenes de viva voz, salvo que sucediese algo excepcional; así como, también, este defecto, pudo coartar su participación en estrados y círculos literarios recitando sus poemas, al igual que sus colegas. Circunstancias que casi con toda seguridad afectarían a su carácter y repercutirían indefectiblemente en las normales relaciones que se suelen tener entre compañeros de letras, pudiéndole empujar, incluso, a las desavenencias e intolerancias que acaso se hayan materializado en los «sinónimos voluntarios» que posteriormente han salido a la luz.

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Otra cuestión: Es de dominio común que don Quijote se volvió loco leyendo libros de caballerías; pero ya no es conocido por la mayoría de los lectores que para poner Cervantes en este brete a su personaje principal se inspiró en el anónimo «Entremés de los Romances», en el que a Bartolo se le «ablandan los sesos» a causa del romancero. Y aún es más reducido el número de personas que admiten como muy posible la publicación como novela corta de los seis o siete primeros capítulos del Quijote que vio la luz «oficialmente» a principios de 1605, convirtiéndose esta fecha en patrón para centenarios, conmemoraciones y efemérides.

Pero desde mediados del siglo XIX hasta mediados del XX, muchos investigadores se enzarzaron en una disputa sobre si se había conocido antes de 1605 el Quijote impreso. El arranque de la controversia surgió por la carta de Lope, fechada en agosto de 1604, en la que decía: «De poetas nada digo: muchos en cierne para el año que viene, pero ninguno tan malo como Cervantes, ni tan necio que alabe al Quijote».

Según Jaime Oliver Asín1:

Cerca de cien años llevamos ya tratando de resolver el enigma, y esta es la hora en que todavía no se ha encontrado, a mi entender, la verdadera solución. Desde luego el problema se ha dado muchas veces como definitivamente resuelto, desechándose siempre la idea de que el Quijote se hubiera podido divulgar impreso en 1604. Pero la verdad es que el año de la publicación de la primera parte del Quijote ha sido siempre un misterio, aunque muchos no lo hayan estimado así, y que la carta de Lope, así como también otra conocida mención al Ingenioso Hidalgo, existente en La Pícara Justina, no han servido más que para dar origen a un verdadero mar de confusiones.



En efecto, en la obra impresa el Libro de entretenimientos de la Pícara Justina, cuyo privilegio está fechado en 22 de agosto de 1604 y, como es lógico, tenía que haberse redactado antes, en unos versos de cabo roto aparece una referencia al Quijote como libro ya famoso:


Soy la rein -de Picardí-
Más que la Rud -conocí-,
Más famo que doña Olí-,
Que don Quijó -y Lazarí-,
Que Alfarach -y Celeste-.



No obstante, estas evidencias eran rebatidas por algunos investigadores, aduciendo que Lope y el autor de La Pícara tenían noticias del Quijote por haber leído su manuscrito, o que la fecha de la carta de Lope era posterior, y que los versos habían sido incorporados cuando el libro estaba ya imprimiéndose. Las polémicas fueron largas e intensas, y en ellas intervinieron los más destacados cervantistas e investigadores de la época.

Pero Oliver Asín encontró un documento que debería dejar resuelto este asunto definitivamente. Se trata de un libro -del morisco Juan Pérez, como se le conocía en España, o Ibrahim Taibilí, en su patria y en Tazator, de Túnez, donde fue a parar cuando fue expulsado como los de su raza en 1609- en el que cita al Quijote. Oliver Asín recoge en su ensayo el texto de Taibilí y los microfilmes de las páginas con dichos párrafos, pero en vez de transcribirlos aquí, prefiero hacerlo con algunos párrafos de los comentarios de Oliver Asín, ya que de estos se deduce el contenido de aquel:

Que el Quijote era obra famosísima a mediados de 1604 está dicho aquí por el Taibilí clara y llanamente. Sus palabras no ofrecen duda alguna. «Un día de mil seiscientos cuatro», «estando en la feria de Alcalá de Henares», es decir, el 24, día más, día menos, del mes de agosto, que es cuando se celebra la feria desde tiempo inmemorial, este culto morisco entra en una librería de la calle Mayor.



En una nota aclara Oliver Asín, que hay «Otra feria de menor importancia el 15 de noviembre». Pero en el caso de que lo contado hubiese sucedido en esta última fecha, siempre es anterior a 1605. En dicha librería, se suscita el diálogo entre los presentes sobre Don Quijote. En este ensayo, de 37 páginas, que trato de resumir lo más acertadamente posible, añade:

No creo que sean necesarias muchas palabras para ponderar la importancia de este documento, gracias al cual es de esperar que ya nadie dude de la verdadera fecha y propia interpretación de la carta de Lope y de los versos de La Pícara Justina [...]

[...] porque su alusión al Quijote no cabe interpretarla más que como referente a un libro impreso sin discusión posible, [...]

[...], la fecha que el Taibilí atribuye a la fama del Quijote es indiscutible.

[...] A la vista de este documento nadie podrá, por tanto, dudar de que el Quijote se aludió en agosto «del año mil y seyscientos cuatro» en aquella librería complutense.

[...], el documento del Taibilí revela ya que el Quijote corría impreso en agosto de 1604. Porque de este morisco no se puede decir lo mismo que se ha dicho -aunque equivocadamente a mi entender- de Lope y del autor de La Pícara Justina. Del Taibilí no se puede decir que conociera el Quijote por referencias o lectura del original. Juan Pérez no pertenecía a una minoría selecta. No era de esos literatos de 1600 que se moviera dentro de un círculo privado de censores e ingenios que pudieran comentar la gran obra de Cervantes antes de su publicación. El Taibilí no ha podido gozar de ese privilegio. El Taibilí la ha tenido que conocer impresa en los momentos en que así se divulgara por España. Además, según este documento, no es sólo el Taibilí quien la conoce en agosto de 1604. La conocen también el librero y sus parroquianos, puesto que cuando el estudiante alude al Quijote, todos comprenden y ríen la humorística frase. Y todos ellos son de modesta condición como el morisco. Son individuos de los cuales no vamos a suponer que fueran a estar en el secreto de una próxima aparición de la obra sensacional. Son, en una palabra, gentes que no pueden haber leído el Ingenioso Hidalgo más que impreso.

Reconozcamos, pues, que el Quijote -en volumen estampado quizá por Juan de la Cuesta- lo leían desde antes de agosto de 1604, moriscos, estudiantes y gentes de toda condición. En el verano de ese año ya sabía Cervantes que su obra «la manoseaban los niños, la leían los mozos, la entendían los hombres y la celebraban los viejos».



El hecho de que el Quijote viese la luz en una fecha anterior a la que se tiene por oficial, tiene gran importancia, como veremos, a la hora de descubrir la identidad de Avellaneda.

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Se especula con que el móvil que impulsó al anónimo autor a componer el otro Quijote es, principalmente, la venganza; sin olvidar otros como el de «quitarle la ganancia», la envidia y la emulación. Sea el que fuere -alguno o todos-, lo cierto es que Cervantes animó y dio pie a su imitador, y hasta le facilitó el argumento de una tercera salida a Zaragoza a sus famosas justas, al final de la Primera Parte, al decir: «... y se animará a sacar y buscar otras [historias], si no tan verdaderas, a lo menos de tanta invención y pasatiempo».

Y concluye con la frase: «Forsi altro canterà con miglior plectro». Verso de Orlando el furioso, de Ariosto, que en castellano es: «Quizá otro cantará con mejor inspiración o estilo».

Sobre este punto, Rico2 opina que Cervantes, «Por más que falte un anuncio explícito, queda claro que el autor proyectaba narrar en otro volumen "la tercera salida de don Quijote"». Por mi parte, no veo esta claridad y sí que la tardanza al emprender esta tarea y la forma en que la lleva a cabo, espoleado por Avellaneda, no aboga a favor de esta hipótesis.

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Son muchos los candidatos propuestos como autores del otro Quijote. A algunos los recuerda Azorín3 recreando pasajes e inventando e imaginando situaciones y personajes en torno al Quijote y al propio Cervantes:

En este momento, Alonso Fernández de Avellaneda cierra los ojos e inclina la cabeza. Le sobrecoge un leve desvanecimiento. En la lejanía -una lejanía ideal. Lejanía del tiempo y de las cosas- Alonso ve un tropel de gente que pasa y le mira sonriendo burlonamente. Los que pasan son: Lope de Vega, Guillén de Castro, fray Luis de Aliaga, fray Luis de Granada, Tirso de Molina, Alfonso Lamberto, Ruiz de Alarcón, fray Andrés Pérez, Juan Blanco de Paz, Bartolomé Leonardo de Argensola, Gaspar Shoppe, Pedro Liñán de Riaza, Antonio Mira y Amescua, Juan Martí... A todos esos hombres ha sido atribuido el falso Quijote. ¡Cuánto desvarío! Edgardo Poe ha escrito el cuento de la carta robada. Un precioso documento, buscado con afán por la policía, está en una casa colocado a la vista de todos, entre papeles sin importancia. Como es sobremanera inverosímil que tan preciadísimo papel esté en tal sitio, al alcance de todas las manos, nadie sospecha en ello. El Quijote de Avellaneda es como la carta robada de Poe. Nada hay más claro y, sin embargo, nada más secreto. Un solo erudito ha dicho la verdad, y nadie le ha prestado asenso. Al autor del Quijote contrahecho lo tenemos ante la vista y no lo ven ni los más linces.



Me complace que entre los candidatos se encuentre Pedro Liñán de Riaza, quien creo es Avellaneda. Se le considera toledano, pero he encontrado pruebas muy sólidas de que es aragonés4, y cuando falleció en 1607 dejó escrito el otro Quijote, que circuló manuscrito antes de su impresión en 1614.

Quizás, en su momento, si no de dominio público, pero sí en los medios literarios y cultos, sería conocido el nombre del autor y de los posibles colaboradores que habían hecho factible que se publicase el denominado Quijote apócrifo -el otro Quijote-, bajo el seudónimo del Licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, para amargarle a Miguel de Cervantes el último periodo de su existencia.

Por este motivo, por no ser ningún secreto, nadie se molestó en plasmar fehacientemente este dato para la posteridad, y así se hubiesen evitado miles y miles de horas de incesante investigación, y miles y miles de páginas impresas. Salvo lo de los miles, lo anterior es una hipótesis. Pero lo que sí pude afirmarse como realidad, es que Cervantes, aprovechando que lo ocultaba su competidor, no tenía, por su parte, ningún interés en divulgar su nombre, aunque sólo fuese por una razón tan poderosa como la de evitar que su rival alcanzase a su costa la inmortalidad. Porque además de otros ejemplos, tenía bien cerca el de Mateo Alemán, quien al citar al continuador de su Guzmán de Alfarache -a Juan Martí-, lo catapultó a la fama, he hizo que su nombre, asociado al suyo, perviva en la actualidad.

Desaparecidos los actores y pasado algún tiempo, ante la falta de noticias y al amor de la universal proyección que adquiría paulatinamente una obra cumbre como es el Quijote, comenzó a fraguarse uno de los mayores arcanos de la literatura española y, acaso, de la universal: el enigma de la identidad de Avellaneda. Y como conclusión lógica, comenzaron a surgir las especulaciones en pos de conocer el nombre que se ocultaba tras el controvertido escritor.

Como he podido observar, por lo común, el impulso para iniciar la tarea puede surgir por varios motivos: Por asumir el investigador un reto, por responsabilidad profesional, por continuar otra investigación o simplemente por curiosidad; y puede ir precedido por un estudio más o menos minucioso, o ser motivado por la intuición o por la casualidad que llevan al descubrimiento de alguna pista nueva, conexión, relación personal o referencia textual relacionados con Cervantes, con Avellaneda o con sus obras.

Y a partir de este momento inicial, una vez «localizado» el posible autor, comienza la búsqueda de todos aquellos datos, motivos, elementos, matices, indicios que favorecen a éste, a «su» candidato, arrimando el ascua a su sardina, no siempre con la objetividad necesaria, empleando a veces métodos poco ortodoxos, aportando pruebas poco consistentes, incluso carentes de la más elemental lógica y, si se me permite el símil, sacando pelos de una calavera; con la mira puesta en llegar a «un» resultado, no al «bueno», al definitivo. Y claro que hay aproximaciones, y que se sacan unas conclusiones, pero, a la postre, se falla el tiro o este sale por la culata. Y se pueden poner muchos ejemplos.

No obstante, gran parte de estos trabajos, aunque no han conseguido su objetivo, son estimables y algunos muy meritorios, porque aportan gran cantidad de valiosos datos, que pueden ser aprovechados para ulteriores investigaciones. De hecho, reconozco que me han servido de valiosísima ayuda, evitándome mucho trabajo, lo que agradezco de verdad de la buena. Lo que pediría -no siempre se hace-, es que se cite la fuente de la que uno se beneficia.

Por otro lado, estimo que no se tienen en cuenta, a priori, unas premisas fundamentales -algunas determinadas por el propio Cervantes, y otras establecidas por la coincidencia de muchos investigadores en unas mismas conclusiones- que, de ser aplicadas, evitarían mucho trabajo y bastantes desorientaciones.

A la lista de candidatos de Azorín le faltan nombres que se han incorporado posteriormente5, y en el conjunto, manejado actualmente, algunos no deberían figurar. Hay, por ejemplo, un caso muy significativo: el de fray Luis de Granada, que falleció en 1588, diecisiete años antes de que Cervantes publicase la Primera Parte de su Quijote y, hasta el momento, no ha sido borrado de la oficiosa «lista» rutinaria.

Otros lo tienen difícil, como Mateo Alemán, quien en 1608 emigró a Méjico, donde falleció en 1614; o Juan Ruiz Alarcón, nacido en esta nación americana, a donde regresó en 1608, y no volvió a España, a Madrid, hasta 1613; o Tirso de Molina6, por más que algún investigador asegure que es el autor buscado. O como fray Andrés Pérez, natural del Reino de León, que es candidato por ser el autor de La Pícara Justina, obra que se atribuye también a otro candidato, a Francisco López de Úbeda, de Toledo; así como a Baltasar Navarrete, elevado por este motivo a la categoría de candidato por Javier Blasco.

A finales del siglo XIX y comienzos del siguiente, el candidato más avalado como autor del apócrifo era el dominico aragonés fray Luis de Aliaga; y en la actualidad, a quien más opciones le conceden destacados investigadores es a Jerónimo de Pasamonte7. Este soldado aragonés, que combatió en Lepanto -el galeote Ginés de Pasamonte, el personaje ficticio del Quijote-, por multitud de razones de peso -una de ellas que no se tienen noticias de él desde que firmó su biografía en Italia, en 1605-, no puede ser Avellaneda, es de todo punto imposible.

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Si preguntamos a Google en Internet por Cide Hamete Benengeli, nos encontramos con más de 35000 entradas (de una, de dos o más páginas, y hasta de varias decenas de ellas) que citan y elucubran sobre este «historiador arábigo» autor de la «Historia de don Quijote de la Mancha», según nos cuenta Cervantes. En este cúmulo de páginas hay opiniones e hipótesis, mejor o peor expresadas, con más o menos sustancia o fundamento, o sin ninguno, para todos los gustos.

En ellas, que contienen diversas y hasta divergentes consideraciones, se establece un paralelismo entre el hallazgo de los «libros de plomo» de Sacromonte con las circunstancias en que Cervantes «encuentra» en el Alcaná de Toledo los papeles manuscritos de Cide Hamete Benengeli. Se relaciona, a través de Sancho, a «Benengeli» con «berenjena» y se le aplica al apellido el posible significado de «hijo del ángel», «de la estirpe del ángel», y hay quien sostiene que quiere decir «hijo de ciervo», otros «hijo del bastardo» o, tal vez evocar el nombre de un moro llamado Bejarano. Los «autores» o «narradores» del Quijote, según unos u otros, son más o menos, y hay quien los conceptúa como «protagonistas» o como «personajes». Y hasta hay quien niega a Cervantes la paternidad del Quijote, atribuyéndolo a otros autores.

Por mi parte sospecho, con fundamento, por tener muchos visos de realidad, que el nombre del historiador árabe8 es un anagrama del nombre y primer apellido de su creador, pues todas las letras que componen CIDE HAMETE BENENGELI forman parte, se encuentran incluidas en MIGUEL DE CERVANTES, con la salvedad de que en éste no figura la «H» (que no se pronuncia); de que la «B» puede ser la «V» y ésta la «U» (Cervantes utiliza indistintamente la «B» y la «V» para escribir su apellido, y la «V» en los documentos antiguos tiene la misma grafía que la «U»). También en «Cervantes» hay una «R» y una «S» que no están en el seudónimo, y en éste una «N», dos «E» y una «I» se encuentran repetidas.

Pero estimo que no le importaron a Cervantes estas divergencias (más bien creo que las «consintió»), porque si en vez de «HAMETE» hubiese puesto AMET (que viene a ser lo mismo), habría prescindido de la «H» y «colocado» una «E» que sobra; y si en vez de BENENGELI el apellido hubiera sido BERENGELIS, (sustituyendo la primera «N» por la «R» y añadiendo la «S», el anagrama sería casi completo, y más aún si hubiese añadido la «U» para formar BERENGUELIS. Entonces sólo estarían repetidas una «E», y una «I» (hasta cierto punto unas letras necesarias para que el apellido resulte más eufónico y darle cierta apariencia árabe), pero, sobre todo, ante la posibilidad de que se pudiese asociar «-GUELI-» con «M -IGUEL-», quizás, al verdadero y único autor del Quijote, no le interesase o no quisiera facilitar una pista tan clara que pudiese llevar al descubrimiento del misterio en el que quiso y de hecho envolvió a su sabio «colaborador» moro, que resulta ser el propio Cervantes, o sea, un cristiano.

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Es muy posible que muchos personajes del Quijote estén inspirados en personas reales. Así lo atestiguan investigadores y biógrafos. El mismo don Quijote podría ser un hidalgo de Argamasilla de Alba, según se desprende del interesante testimonio de Cayetano Alberto de la Barrera:

La denominada casa de Medrano, edificio de Argamasilla de Alba que la tradición señala como cárcel de Cervantes, adquirida en mayo de 1862, con patriótico celo, por el serenísimo señor Infante don Sebastián, y en cuyo local ha reproducido la imprenta con nuevo y singular esmero la obra clásica de aquel grande ingenio, es en efecto de construcción muy antigua, y anterior a la época de principios del siglo XVII. Un sótano, donde no es posible actualmente escribir sin luz artificial, es el sitio de la casa que sirvió de encierro a Cervantes. Consérvanse asimismo en el pueblo, que perteneció, según allí se asegura, a don Rodrigo Pacheco, principal hidalgo de aquella villa en la expresada época, a quien la tradición argamasillesca designa como la persona representada y satirizada por Cervantes en la figura de Don Quijote. Parece confirmar esto el curiosísimo y hasta el día no historiado monumento de que vamos a hablar. Tiene la iglesia parroquial del pueblo una capilla, en cuyo altar (que parece del estilo de Juan de Herrera) se venera la imagen de nuestra Señora de la Salud (advocación de una ermita inmediata), representada en cierto cuadro, de buen dibujo y colorido, en el cual se ven colocadas a los lados de la Virgen, y en actitud de adorarla, dos figuras: la de un caballero de elevada estatura, carilargo y bigotudo; y en el opuesto lado la de una gentil y hermosa dama; ambos vestidos a la usanza del siglo XVII. Pintado al pie del cuadro, se lee la inscripción siguiente, que el señor Hartzcenbusch traslado con la más prolija exactitud, y que, reducida de sus abreviaturas a buena ortografía, dice así: «Apareció nuestra señora a este caballero estando malo de una enfermedad gravísima, desamparado de los médicos, víspera de San Mateo, año de 1601, encomendándose a esta Señora y prometiéndole una lámpara de plata, llamándola de día y de noche, del gran dolor que tenía en el celebro, de una gran frialdad que se le cuajó dentro». Es circunstancia muy notable, y puede atribuirse a estudiada omisión, la de no expresarse en esta inscripción el nombre del caballero favorecido por la Virgen, dedicante de esta memoria y retratado en el cuadro. Consta, sin embargo, que fue el hidalgo don Rodrigo Pacheco, y que la bella dama retratada era su sobrina doña Melchora Pacheco. Al ver la fisonomía del hidalgo, leer que adoleció del cerebro por una gran frialdad que se le cuajó dentro, recordar que Don Quijote vivía con una sobrina, y notar que cabalmente el año de 1601 está comprendido entre los cuatro (1599 a 1603) en que se conjetura que Cervantes desempeñó comisiones en la Mancha y comenzó a escribir su famoso libro, involuntariamente se inclina el observador a creer lo que en Argamasilla pasa por averiguado y corriente. Ha recordado luego el señor Hartzcenbusch haber oído en tiempos, con grande risa suya, a cierta criada que tuvo, natural de Argamasilla, asegurar con toda formalidad que en el altar de la iglesia de su pueblo estaba Don Quijote pintado.



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Para resolver el enigma de la identidad de Avellaneda9, tiene gran importancia conocer si Cervantes sabía o no quien era en realidad. Es esta una cuestión muy controvertida, pues mientras algunos investigadores sostienen que no, otros afirman lo contrario, aportando unos y otros sus razones. Un servidor se sitúa junto a estos últimos, aunque sólo fuese por un dictado de la lógica y el sentido común; pero es el caso, además, que Cervantes deja numerosos testimonios de que conocía muy bien a su adversario. Nos dice que era su «autor aragonés»; no compuesta la segunda parta apócrifa por «su primer autor, sino por un aragonés, que él dice ser natural de Tordesillas»; «que el lenguaje es aragonés»; «yo apostaré que ha leído nuestra historia, y aún la del aragonés recién impresa».

Como vemos, la opinión de Cervantes reiteradamente expresada es clara; pero algunos investigadores se escudan en la «inexactitud» en que incurre al afirmar: «... que el lenguaje es aragonés, porque tal vez escribe sin artículos». Sin embargo, por esta expresión no puede ponerse en entredicho su credibilidad, si se tiene en cuenta que en la época en que Cervantes redactó la frase no estaba muy definido lo que eran «artículos», pues se conceptuaba como tales a las preposiciones, adverbios, conjunciones e interjecciones; que la actuación de los cajistas pudo influir al componer las galeradas; y que para ser un magnífico novelista, no se tiene que ser necesariamente filólogo, ni experto en semántica. Por tanto, no debería ser tomada esta afirmación de Cervantes en un sentido estricto y riguroso como lo han hecho muchos especialistas del idioma, entre ellos Millé y Giménez, Carballo Picazo, Rico, Alvar, y algunos otros, tomando esta frase como bandera para llegar a la conclusión de que como el lenguaje de Avellaneda no es aragonés, él tampoco lo era. Mas, que yo sepa, nadie ha encontrado ningún testimonio, además del expuesto, contra la reiterada opinión de Cervantes de que su rival es aragonés. Así que mientras no se sepa quien es en realidad Avellaneda, no se puede demostrar y, por tanto asegurar, que no nació en este reino: así de sencillo.

Sin embargo, hay muchos indicios que abogan a favor de que sí lo es. Uno, y nada desdeñable, es que la mayor parte de la novela se desarrolla en Aragón, aportando una serie de datos que resultaría difícil que no poseyera alguien que no estuviera familiarizado con esta tierra. Y otros muchos testimonios más o menos acertados, más o menos convincentes, pero que al menos tienen juntos un poso de verídicos que he logrado reunir. Además, aunque no sea cierto lo del «lenguaje aragonés», por estar Cervantes equivocado, esta apreciación, en relación con la cuestión principal, es una consideración secundaria, que no debe anular la principal, reiteradamente expresada por él mismo.

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Pero esto no es todo. El mismo Cervantes deja pistas en El coloquio de los perros de que conocía el manuscrito del Quijote apócrifo. Una de ellas se materializa cuando, al principio de la novela ejemplar, cae en murmuración Berganza y dice:

  [...] y no con voces delicadas, sonoras y admirables, sino [cuando: «si los míos cantaban los pastores», lo hacían] con voces roncas que, solas o juntas, parecían, no que cantaban, sino que gritaban o gruñían. [Metafóricamente, se queja Cervantes de que se están metiendo con sus libros, y como sólo tiene dos, y uno es La Galatea -en la que alaba a los poetas que entonces, en 1583, florecían-, tiene que ser con el otro, el Quijote, y por eso está tan enfado Berganza-Cervantes]. Lo más delicado del día se les pasaba espulgándose, o remudando sus abarcas; ni entre ellos se nombraban Amarilis, Filidas, Galateas y Dianas [recuerda con algunos de estos nombres a Lope de Vega] ni había Lisardos [Luis de Vargas], Lausos [Luis Barahona de Soto], Jacintos ni Riselos [Pedro Liñán de Riaza]; todos eran Antones, Pablos o Llorentes [no conozco a quienes corresponden estos seudónimos, que si no han sido colocados para despistar, seguramente que un especialista les encontrará dueño inmediatamente]; por donde viene a entender lo que pienso que deben de creer todos: que todos aquellos libros deben ser cosas soñadas y bien escritas para conocimiento de los ociosos, y no verdad alguna [...]

CIPIÓN.-  Basta Berganza; vuelve a tu senda y camina.

BERGANZA.-  Agradézcotelo, Cipión amigo; porque si no me avisaras, de manera que se me iba calentando la boca, que no parara hasta pintarte un libro entero destos [de los citados unas líneas antes, del círculo formado y reunido en torno a Lope de Vega y, sin duda, se refiere al manuscrito de Avellaneda] que me tenían engañado; pero tiempo vendrá en que lo diga todo, con mejores razones y con mejor recurso que ahora». [En el prólogo y en el texto de la segunda parte de su Quijote, que piensa componer a marchas forzadas, porque quizás intuya que le queda poco de vida].



La hipótesis mantenida por algunos investigadores de que Cervantes conocía la obra de su rival, es cierta. La veracidad de esta aseveración se manifiesta desde el mismo Prólogo de la Segunda Parte, y se reitera durante todos los capítulos siguientes10, y vemos que si Avellaneda remedó, parodió y se inspiró en Cervantes, éste se inspiró, parodió y remedó a Avellaneda, y hasta le tomó prestado al caballero granadino don Álvaro Tarfe. Por otra parte, el haber llegado a la conclusión de que el «aragonés», el «fingido autor tordesillesco» es Liñán de Riaza, me ha permitido encontrar citas, referencias, alusiones, más o menos veladas, y hasta enmascaradas y ocultas, como, por ejemplo, en el capítulo XLVIII, cuando Sancho gobierna la ínsula y despotrica contra el médico porque lo mata de hambre:

-Pues señor Pedro Recio de Mal Agüero; natural de Tirteafuera, lugar que está a la derecha mano como vamos de Caracuel a Almodóvar del Campo, graduado en Osuna, quíteseme luego delante, si no, voto al sol que tomo un garrote y que a garrotazos, comenzando por él, no me ha de quedar médico en toda la ínsula, a lo menos de aquellos que yo entienda que son ignorantes; que a los médicos sabios, prudentes y discretos los pondré sobre mi cabeza y los honraré como a personas divinas. Y vuelvo a decir que se me vaya, Pedro Recio, de aquí; si no tomaré esta silla donde estoy sentado y se la estrellaré en la cabeza, y pídanmelo en residencia, que yo me descargaré con decir que hice servicio a Dios en matar a un mal médico, verdugo de la república. Y denme de comer, o si no, tómense mi gobierno, que oficio que no da de comer a su dueño no vale dos habas.



Creo con fundamento que Cervantes al denominar a este doctor y tratarlo de la forma en que lo hace, se está refiriendo a Pedro Liñán de Riaza. Veamos: Coincide en el nombre «Pedro», omite «Liñán» porque se descubriría; «Recio» es similar fonéticamente a «Riaza», y el segundo apellido «Agüero», que Sancho convierte en «Mal Agüero», son palabras fundamentales de la letrilla: «¡Qué mal agüero / trocar la libertad por el apero!» del romance n.º 11 de Liñán «Por las cañadas del pino», que incluye Randolph en su libro.

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Reparemos en que a los personajes que podemos llamar familiares de don Quijote: ama, sobrina, mozo de campo, cura y barbero, se une, pero en la segunda parte, un personaje clave: Sansón Carrasco. De esta particularidad, además de por otros muchos motivos, se puede deducir que Sansón Carrasco surge como consecuencia de la aparición del Quijote del Avellaneda.

Pasando por alto otros episodios, vamos a centrarnos en Alonso Quijano el Bueno, cuando encontrándose en el lecho ya cercano a su fin, «nombra por albaceas al señor cura y al señor bachiller Sansón Carrasco, que están presentes». Y en el testamento les suplica que:

Si la buena suerte les trujere a conocer al autor que dicen que compuso una historia que anda por ahí con el título de Segunda parte de las hazañas de don Quijote de la Mancha, de mi parte le pidan, cuan encarecidamente ser pueda, me perdone la ocasión que sin yo pensarlo le di de haber escrito tantos y tan grandes disparates como en ella escribe, porque parto desta vida con escrúpulo de haberle dado motivos para escribirlos.



En una nota a este párrafo, López Navío11, expone:

Advierte Clemencín que aquí, por boca de un moribundo restituido a la razón y naturalmente discreto vuelve [Cervantes] a zaherir al falso Avellaneda, y que lo hace «con mucha gracia y sin el acaloramiento de otras veces». Lo hace con gran ironía, y más si el autor fue el bachiller Sansón (Liñán) ya muerto hacía varios años, y por eso dice «si la suerte les trujere a conocer al autor», y con socarrona ironía pide perdón al autor de haber sido la ocasión de «tan grandes disparates como en ella escribe».



El protagonismo de Sansón Carrasco se pone de manifiesto, una vez más, cuando:

Déjanse de poner aquí los llantos de Sancho, sobrina y ama de don Quijote, los nuevos epitafios de la sepultura, aunque Sansón Carrasco puso éste:


    Yace aquí el hidalgo fuerte
que a tanto extremo llegó
de valiente, que se advierte
que la muerte no triunfó
de su vida con su muerte.
   Tuvo a todo el mundo en poco;
fue el espanto y el coco
del mundo, en tal coyuntura
que acreditó su ventura
morir cuerdo, y vivir loco.



En otra nota, comenta López Navío este epitafio:

«Yace aquí: Este epitafio carece de chiste si es de burla, y no es bastante claro si es de veras. De todos modos está muy lejos de corresponder al lugar que ocupa y al objeto que se dirige; y la inscripción puesta sobre el sepulcro de don Quijote debiera ser otra cosa. La dicción es rastrera, los versos desmayados, como casi todos los de Cervantes, y en cuanto a los conceptos, el de la primera quintilla peca de alambicado y falso, y el de la segunda por oscuro. Es desagradable por cierto ver deslucido el final de esta admirable fábula con un insulso epigrama». (Clemencín) Tiene razón el ilustre comentador, pero lo primero que hay que aclarar es si los versos son de Cervantes, o cita a otro autor o lo remeda, hilvanando sus versos en esta poesía. Ya nos dice que el epitafio lo hizo Sansón Carrasco (Liñán, como se ha indicado varias veces), y aunque Liñán tiene mejores versos, se puede admitir que Cervantes lo remeda, copiándole los conceptos y muchos giros. Lo malo es que de Liñán conocemos muy poco; casi toda la producción se ha perdido, y es muy difícil, por ende, hacer un estudio comparativo.



Y a continuación viene algo que puede tener suma importancia. Al menos, así lo estimo:

[...] el prudentísimo Cide Hamete, dijo a su pluma:

-Aquí quedarás colgada desta espetera y deste hilo de alambre, no sé si bien cortada o mal tajada péñola mía, adonde vivirás luengos siglos, si presuntuosos o malandrines historiadores no te descuelgan para profanarte. Pero antes que a ti lleguen, les puedes advertir y decirles en el mejor modo que pudieres:


¡Tate, tate, folloncicos!
De ninguno sea tocada
porque esta empresa, buen rey,
para mí estaba guardada.

Para mí sola nació don Quijote, y yo para él; él supo obrar y yo escribir; sólo los dos somos para uno, a despecho y a pesar del escritor fingido y tordesillesco que se atrevió, o se ha de atrever, a escribir con pluma de avestruz grosera y mal deliñada las hazañas de mi valeroso caballero, porque no es carga de sus hombros ni asunto de su resfriado ingenio.



Según el diccionario de la RAE, «deliñada» equivale a «compuesta», «aderezada». Lo de «pluma grosera», pase; pero no es lógico que la pluma esté «mal deliñada», o sea, esté «mal compuesta» o «mal aderezada»; pues no debe importar que la pluma sea imperfecta, lo trascendente de verdad es la escritura que realiza o sale de ella. Al usar Cervantes este vocablo, forzando, a mi modo de ver su exacto sentido, ¿no será porque desea citar sutilmente, de alguna manera a su enemigo Liñán, para dejar constancia de que lo ha descubierto? A este respecto puede ser o no casualidad que, en la segunda parte, emplea Cervantes palabras como adeliñado, socaliñar, adeliñase y adeliño, sobre las que no hay nada que objetar, aunque en alguna ocasión podían sustituirse por otras para simplificar el lenguaje; pero choca y resulta raro que en toda la primera parte no usa Cervantes ninguna palabra de esta familia que, ¡oh casualidad!, mientras la redactaba no había hecho acto de presencia todavía en el escenario quijotesco un otrora amigo y colega llamado Pedro Liñán de Riaza.

A continuación de la cita anterior del texto de Cervantes, que es el párrafo final de su libro, dice:

A quien advertirás [al lector fingido y tordesillesco], si acaso llegas a conocerle, que deje reposar en la sepultura los cansados y ya podridos huesos de don Quijote [acaba de morir y mal podrían estar podridos], y no le quiera llevar contra todos los fueros de la muerte, a Castilla la Vieja [se refiere a las aventuras proyectadas por Avellaneda al final del Quijote apócrifo], haciendo salir de la fuesa [fosa] donde real y verdaderamente yace tendido de largo a largo, imposibilitado de hacer tercera jornada y salida nueva; que para hacer burla de tantas como hicieron tantos andantes caballeros, bastan las dos que él hizo, tan a gusto y beneplácito de las gentes a cuya noticia llegaron, así en estos como en los extraños reinos. Y con esto cumplirás con tu cristiana profesión [Liñán era sacerdote], aconsejando bien a quien mal te hizo, y yo quedaré satisfecho y ufano de haber sido el primero que gozó el fruto de sus escritos enteramente, como deseaba, pues no ha sido otro mi deseo de poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías, que por las de mi verdadero don Quijote van ya tropezando, y han de caer del todo, sin duda alguna.

Vale. FIN.



Estimo que tratándose de un ser de ficción, de don Quijote, es excesivo e inexacto decir «haciéndole salir de la fuesa donde real y verdaderamente yace tendido de largo a largo, imposibilitado de hacer tercera jornada y salida nueva». ¿No querrá más bien referirse Cervantes a Liñán, que bien sabía él se encontraba en la situación que describe? Porque a un ser ficticio se le puede «resucitar» o no darlo por muerto, y continuar la historia.

Abona mi convicción de que Cervantes sabía que Liñán era el autor del otro Quijote lo que aquél aduce a continuación: «Y yo quedaré satisfecho y ufano de haber sido el primero que gozó el fruto de sus escritos enteramente, como deseaba...» ¿Por qué dice algo tan obvio? Sabe, como escritor, que algo pudo gozar Liñán de sus escritos mientras los componía, pero no enteramente, pues no pudo verlos publicados.

Observo que es una norma en Cervantes, en el Quijote, la parquedad, o mejor aún la ausencia de rasgos físicos de sus personajes. Así, algunos muy importantes sólo merecen los siguientes detalles: «Tenía en su casa un ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera». Y no es más explícito con otros personajes más o menos secundarios, quienes generalmente son sólo un nombre: «Tomé Celial», «Basilio», «Altisidora»; o una profesión: «pescadores», «ventero», «doncella del aguamanil», «sacristán», «virrey»; o ambas en alguna ocasión: «recitantes de la compañía de Angulo el Malo», «Condesa Trifalda», «lacayo Tosillos»..., etc.

Las contadas excepciones las constituyen el propio personaje capital, don Quijote, de quien dice: «Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza». Aporta Cervantes alguna breve pincelada física de don Diego de Miranda, el caballero del verde gabán: «la edad mostraba de ser de cincuenta años, las canas pocas y el rostro aguileño, la vista entre alegre y grave»; y el del bandolero Roque Guinart: «el cual mostró ser de hasta treinta y cuatro años, robusto, más que de mediana proporción, de mirar grave y color morena».

Y la excepción a la regla se materializa en Sansón Carrasco: «Era el bachiller, aunque se llamaba Sansón, no muy grande de cuerpo, aunque muy gran socarrón, de color macilenta, pero de muy buen entendimiento; tendría hasta veinticuatro años, carirredondo, de nariz chata y boca grande, señales todas de ser de condición maliciosa y amigo de donaires y de burlas, como lo mostró en viendo a don Quijote, poniéndose delante del de rodillas, diciéndole: [...]».

Si como he apuntado es Sansón Carrasco una personificación de Liñán (del Liñán que regresa de Salamanca recién terminados sus estudios de Cánones), puede ser que nos encontremos ante un retrato fidedigno de este poeta a quien se atribuye, con bastantes visos de realidad, ser Avellaneda, el autor del Quijote apócrifo, del otro Quijote.

No sé hasta qué punto sería posible encontrar entre los textos de sus contemporáneos, e incluyo hasta en los suyos, algún rasgo físico de Liñán para poder cotejarlo con la descripción de Cervantes. Sería un camino para establecer la identidad de Avellaneda. Otro, en el caso de existir el manuscrito original del Quijote apócrifo (algo que pongo en duda), sería el de cotejarlo caligráficamente con manuscritos originales de Liñán (que pueden existir o descubrirse). Son dos vías difíciles, pero hay que dejar un resquicio abierto a la esperanza.

*  *  *

Otras pruebas de que Cervantes sabía quién era Avellaneda y quiénes sus colaboradores «necesarios» las tenemos en el Viaje del Parnaso, especialmente en lo significativo que resulta que cite a multitud de poetas, algunos mediocres y a otros con quien su enemistad era manifiesta, y se «olvide» de Liñán de Riaza, a quien en el «Canto de Calíope» lo ensalza en una octava: «De Pedro Liñán la sutil pluma / de todo el bien de Apolo cifra y suma».

Por este motivo y otros muchos, sostengo la hipótesis de que un Cervantes quemado y soliviantado, que había ido salpicando de pistas sus escritos aludiendo a su mayor enemigo -quien le amargó los últimos años de su vida-, le vino muy bien que existiese un poeta desconocido que se llamaba Francisco de Calatayud, para dejar constancia de su odiado rival sin desvelar abiertamente su nombre en los tercetos que siguen:


[...] y estotro que enamora
las almas con sus versos regalados,
cuando de amor ternezas canta o llora
es uno que valdrá por mil soldados
cuando a la extraña y nunca vista empresa
fueren los escogidos y llamados;
digo que es DON FRANCISCO, el que profesa
las armas y las letras con tal nombre
que por su igual Apolo le confiesa.
Es de Calatayud su sobrenombre:
con esto queda dicho todo cuanto
puedo decir con que a la invidia asombre.



Estos versos podrían hacer mención al mismo Garcilaso; pero referidos a Francisco de Calatayud son desmesurados, pues se conservan de él muy pocos y entre ellos no hay ninguno que justifique el elogio. Por otra parte, el breve periodo que dedicó al servicio de las armas (cinco años) en edad juvenil, no justifica el encomio. Sin embargo pueden amoldarse a Liñán pues éste, es cierto que «enamora con sus versos regalados» (así opinan reiterada y elogiosamente sus coetáneos); «profesa las armas» (fue capitán de las Guardias Reales de Felipe III) y, por supuesto, con especial donosura «las letras», quizás hasta el punto de «que por su igual Apolo le confiesa». Esto no es nuevo. Antes, en el «Canto a Calíope» de La Galatea, ya hemos visto como Cervantes elogia a Liñán.

Aún hay más: Dice Cervantes que «es de Calatayud su sobrenombre», el de don Francisco, y esto no es rigurosamente exacto, porque debería haber dicho «su apellido». De ser así, hubiese quedado excluido automáticamente Liñán, cuyo apellido no es ese, pero, en cambio, sí puede atribuírsele a éste el «sobrenombre». Así mismo, la construcción del terceto (en la edición príncipe se encuentra separado del anterior por un punto) avala mi hipótesis: «Es de Calatayud su sobrenombre: / con esto queda dicho todo» (no con todo lo dicho anteriormente, sino con «esto»: «con es de Calatayud su sobrenombre», queda dicho «todo») «cuanto / puedo decir que a la invidia asombre». Para mí está muy claro que Cervantes juega a confundir, como en muchísimas otras ocasiones.

Creo que es relevante la alusión de Cervantes a la «invidia». Yo traduzco que para Cervantes la «invidia» ha sido el motor que ha impulsado la realización de algo extraordinario (como lo es escribir el otro Quijote) que, sin ninguna duda, es causante de asombro. En un caso similar, Mateo Alemán, en el prólogo de su Segunda parte de Guzmán de Alfarache, achaca a la «invidia» el que su contrincante «por haber sido pródigo [Alemán] comunicando mis papeles y manuscritos, me los cogieron al vuelo» y Juan Martí publicase con seudónimo su versión de una apócrifa segunda parte.

Reconozco que esta hipótesis, por muy razonada y verosímil que parezca, por sí misma, no tendría ningún valor probatorio. Sin embargo, después de los razonamientos apuntados en el sentido de que Liñán es aragonés, natural de Calatayud, y autor del otro Quijote, esta apostilla adquiere la categoría de apodíctica12.

*  *  *

Este artículo, que agrupa diversos retazos, podría ser tan extenso como un libro de más de trescientas páginas; por ejemplo, como el titulado Cervantes y Liñán de Riaza. El autor del otro Quijote atribuido a Avellaneda, al que he puesto el punto final que me han traído los Reyes Magos de este 2008. Libro que con las magníficas cubiertas con las que lo ha engalanado Alberto José Sánchez Gracia, se encuentra en buenas manos con vistas a su próxima publicación en papel. Y ahora, para concluir este trabajo, que sólo pretende ser un anticipo, voy a exponer, con la máxima brevedad que me sea posible, sin disquisiciones, un resumen de lo que a mi modo de ver sucedió a partir de la publicación de la Primera Parte del Quijote de Cervantes:

Liñán de Riaza, con conocimiento de Lope de Vega, y hasta cabe que auspiciado por él, escribe el Quijote apócrifo. Liñán fallece en 1607 y, posteriormente, el manuscrito circula por los círculos literarios. Cervantes se entera de su existencia antes de componer El coloquio de los perros, y -como expongo unos párrafos antes- anuncia la réplica: «pero tiempo vendrá en que lo diga todo con mejores razones y con mayor recurso que ahora». Un anuncio que se materializa en el Prólogo de las Novelas ejemplares: «y primero verás, y con brevedad dilatadas, las hazañas de don Quijote y los donaires de Sancho Panza», antes de los Trabajos de Persiles.

Ante esta confesión, los depositarios del manuscrito apócrifo, Lope de Vega, fray Luis de Aliaga13 y algún otro de este círculo, decidieron anticiparse a Cervantes, arremetiendo contra él de la forma que más podía dolerle, que fue la publicación del que se ha dado en llamar Quijote apócrifo, el otro Quijote.

El libro, según mi opinión, lo pone Liñán, acaso a falta de algún retoque. Sin embargo, el «Prólogo» con el que se publica, no puede ser de él en lo referente a las Novelas ejemplares, y a algún otro suceso que no pudo conocer, ya que éstas se imprimieron años después de haber fallecido. Además, por las primeras líneas del texto del prólogo, cabe deducir que no era un prólogo original, ya existente, sino retocado y ampliado, al menos eso presumo, quizá hilando muy fino: «Como casi es comedia toda la Historia de don Quijote de la Mancha, no puede ni debe ir sin un prólogo...», por tanto -añado yo- había que acondicionar uno. Y quien pudo retocarlo y adaptarlo, o, incluso componerlo como pudiera haberlo hecho Liñán, fue Lope de Vega, y a éste puede referirse Cervantes en el «Prólogo» de su Segunda Parte cuando, en son de queja, dice:

[...] y siendo esto así, como lo es, no tengo yo de perseguir a ningún sacerdote, y más si tiene por añadidura ser familiar del Santo Oficio; y si él lo dijo por quien parece que lo dijo, engañóse de todo en todo, que de tal adoro el ingenio, admiro las obras, y la ocupación continua y virtuosa. Pero, en efecto, le agradezco a este señor autor el decir que mis novelas son más satíricas que ejemplares, pero que son buenas, y no lo pudieran ser si no tuvieran de todo.



En este «Prólogo» algunos investigadores -y yo estoy de acuerdo con ellos- creen que se refiere a Lope de Vega, que se hizo sacerdote en 1614 y fue nombrado familiar de la Inquisición. El elogio está lleno de maliciosa ironía, dada la licenciosa vida de Lope.

Faltaba ponerle al libro la firma. Si se tratase de un libro «normal», debería ser la de su autor, aunque hubiese fallecido. Pero en este caso concreto que podía -como de hecho ha sucedido- levantar gran polémica, no era oportuno. Tampoco podía ir con la firma de quienes promovieron y llevaron a cabo su publicación. Era preciso buscarle un seudónimo. ¿Cuál? Vemos que escogieron el de Licenciado Alonso Fernández de Avellaneda. Y acaso los motivos pudieron ser los siguientes:

  • Licenciado: Lo era su autor, Pedro Liñán de Riaza.
  • Alonso: Forma parte del seudónimo Juan Alonso Laureles, que firma el opúsculo Venganza de la Lengua Española contra el autor del «Cuentos de cuentos», con el que fray Luis de Aliaga mortifica a Quevedo.
  • Fernández: Era el apellido de Lope de Vega por parte de su madre.
  • Avellaneda: Era el apodo con que era injuriado el encopetado Aliaga, a quien también se conocía con el epíteto de «Sancho Panza», que puede ser un «sinónimo voluntario».

Y ahora viene otra cuestión intrincada, porque en este negocio todo es misterioso. En la portada del apócrifo reza que se imprimió: «Con licencia, en Tarragona en casa de Felipe Roberto, Año 1614». Pero hasta el lugar y el nombre del impresor pueden ser ficticios, como lo es el nombre del autor al que se atribuye la obra. Según una nota de Francisco Lozano Polo:

Juan Canavaggio ha señalado que la aprobación y el permiso de Avellaneda son falsos ya que sus firmantes no eran competentes para firmarlos; falsa es, así mismo, según este estudioso la mención de Felipe Robert, ya que este personaje había cerrado su negocio hacía un año; y, tal vez de en Tarragona, se imprimió en Barcelona. Vid. Cervantes, Madrid, Espasa y Calpe, S. A., 1997.



Ramón D. Perés dice, a este respecto:

Recientemente han vuelto a agitar esta cuestión un artículo de don Emilio Cotarelo, publicado en el boletín de la Academia Española, sosteniendo que el autor del Quijote de Avellaneda era Guillén de Castro y que el libro se imprimió en Valencia [por Mey, por la igualdad en el grabado que se ve en la portada de Cervantes impreso en este punto], no en Tarragona, como se fingió, y otros dos artículos de Vicente Vindel, afirmando, por el contrario, que la obra fue impresa en Barcelona, por Sebastián Cormellas, y que el autor fue Alfonso de Ledesma, un segoviano de quien hasta ahora no solía hablarse más que como poeta.



En el Quijote II, capítulo LXII, hay un párrafo que puede tener su importancia en este punto oscuro. Estando don Quijote visitando una imprenta en Barcelona:

[...] pasó adelante a otro cajón, donde vio que estaban corrigiendo un libro que se titulaba Luz del alma [de fray Felipe de Meneses], y en viéndole, dijo:

-Estos tales libros, aunque hay muchos deste género, son los que se deben imprimir, porque son muchos los pecadores que se usan, y son menester infinitas luces para tantos deslumbrados.

Pasó adelante y vio asimesmo estaban corrigiendo otro libro; y preguntando su título, le respondieron que se llamaba la Segunda parte del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, compuesta por un tal, vecino de Tordesillas.

-Ya yo tengo noticia deste libro -dijo don Quijote-, y en verdad y en mi conciencia que pensé que ya estaba quemado y hecho polvos, por impertinente; pero su San Martín se le llegará, como a cada puerco; que las historias fingidas tanto tienen de buenas y de deleitables cuanto se llegan a la verdad o a la semejanza della, y las verdaderas, tanto son mejores cuanto son más verdaderas.



En la edición de RBA Coleccionables, 2002, viene esta nota: «No se sabe de ninguna edición del Quijote de Avellaneda publicada en Barcelona a que pudiera referirse Cervantes». Y en la edición de Florencio Sevilla, 2004: Como hemos dicho, se imprimió en «Tarragona, sin que fuese impreso hasta 1732 (Madrid) y sin que se conozca reimpresión alguna hecha en Barcelona, por lo que Astrana Marín conjeturó que Cervantes debía saber que el Quijote apócrifo había salido clandestinamente en Barcelona».

Gómez Canseco, en la «Introducción» de su edición del Quijote de Avellaneda (p. 140), expone:

Desde principios del siglo [XX] se apuntó la posibilidad de que el libro hubiese sido impreso en Zaragoza o en Barcelona, y también desde entonces se alzaron voces de eruditos tarraconenses reivindicando la paternidad del apócrifo para su ciudad. En 1916, el arzobispo de Tarragona don Antolín López Peláez, sacó a la luz los documentos que demostraban la existencia de Rafael Ortoneda y de Francisco Torme y de Lliori, firmantes respectivamente de la aprobación y de la licencia.

[...] No hay que olvidar en este caso -prosigue Gómez Canseco- el vínculo de un Lope de Vega que andaba detrás del asunto Avellaneda y que mantenía por entonces una estrecha relación con Cormellas, de cuya imprenta salieron, por esas fechas La Arcadia (1620), El peregrino en su patria (1605), La segunda parte de las comedias (1611), La primera parte de las comedias (1612) o, en ese mismo año de 1614 las Doce comedias y la Tercera parte de las comedias. Por si fuera poco, también Astrana Marín defendió que la obra tenía aprobaciones también falsas y había sido impresa en Barcelona.



Maldonado de Guevara cree que las citas de Cervantes a Reinaldos de Montalbán son «sinónimos voluntarios» de Alonso Pérez de Montalbán («Ahí anda el señor Reinaldos de Montalbán con sus amigos y compañeros, más ladrones que Caco» Quijote I, 6), a quien por esta y otras razones propone como autor del apócrifo. Al igual que digo de Aliaga que no creo lo sea, lo mismo opino de Pérez de Montalbán; pero dada su condición de editor y su amistad con Lope de Vega («... si hubo alguna disensión entre autor [Lope] y editor, esta desapareció muy pronto entre los que a lo largo de su vida fueron amigos constantes e inseparables»; y «Alonso Pérez fue siempre amparador económico de Lope, a quien éste acudía en todos sus apuros»); y por su relación con otros editores (la estafa y la ocultación que presiden la aparición del falso Quijote es tan complicada y tan hábil que sólo por «las correspondencias que hay entre unos y otros impresores» es explicable. Roberto es socio de Cormellas. Cormellas es socio de Alonso Pérez. El falso Quijote se imprime en Barcelona. La portada indica la impresión en Tarragona, a nombre de Roberto. «Entre impresores, editores y libreros anda el juego»), cabe la posibilidad de que participase de alguna manera en la publicación del apócrifo. Puede ser que en Pérez de Montalbán se encuentre el eslabón perdido que resolvería muchas incógnitas. López Navío, en una de sus notas añade más leña al fuego insinuando «... la aparición del falso Quijote (en Madrid, seguramente, como he indicado, y no en Tarragona, aunque así lo diga el pie de imprenta)».

Seguro que Cervantes conocía todos estos manejos, porque según expone Gómez Canseco, y estoy completamente de acuerdo con él, como he manifestado en varios artículos:

Sería sorprendente que, en un ambiente tan reducido como el de la vida literaria de la corte española a principios del siglo XVII, pudiera pasar incógnita a Cervantes la identidad del rival, y hasta que el mismo Avellaneda no hiciera alardes en esos círculos literarios de la dudosa hazaña. Más bien parece que todo quedó entre ambos escritores en un fingido anonimato de alusiones y sobrentendidos que acaso hoy se nos escapen.



Pero Cervantes no quiso desvelar el secreto abiertamente por no inmortalizar al colega que le metía el dedo en los ojos y le amargaba la última etapa de su existencia. Además, estaba maniatado por temor a enfrentarse a poderosos enemigos, familiares del Santo Oficio, capitaneados por el omnipotente fray Luis de Aliaga, todo un confesor del Rey. Él, Cervantes, en entredicho por considerársele con antecedentes judíos, quien tenía motivos para ocultar ciertos episodios personales de dominio público, con una vida conflictiva que lo había llevado a la cárcel en varias ocasiones, no podía atacar abiertamente a sus adversarios.

Estoy convencido de que Avellaneda es Liñán de Riaza, y de que Lope de Vega tuvo una participación activa en el seguimiento de la obra que escribía su amigo a favor suyo, y en su publicación, y me reafirma en esta hipótesis el que muchos años después de muerto Liñán, le dedique Lope de Vega encendidos y reiterados elogios en Jerusalem conquistada (1621); Epístola 3 de El Jardín, en el mismo volumen: en La Circe (1924); en Laurel de Apolo (1629); y en La Dorotea (1632), como si estuviera en deuda con él y quisiera recordarle y recompensarle por algún motivo trascendente, al margen de la amistad que se profesaban.

En un asunto tan intrincado como éste es difícil alcanzar la verdad matemática o absoluta. Acaso se podría llegar a ella por la aparición de algún documento cuyo contenido no ofreciera dudas. Algo que creo imposible que se produzca. Pero la posibilidad de que se encuentre el manuscrito del Quijote apócrifo, abre un portillo a la esperanza. Si este manuscrito fuese el original redactado por el propio Avellaneda, podría cotejarse caligráficamente con los manuscritos que se conservan o pueden encontrarse de Liñán. Sería ésta la prueba de fuego. La confirmación que pondría fin a uno de los mayores arcanos de la literatura universal.





 
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