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D. Ángel Saavedra, Duque de Rivas

Juan Martínez Villergas





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Apareció el romanticismo, esa tempestad literaria que desplegando su imponente magnificencia en el cielo de la Francia, envió a nuestra patria alguno que otro relámpago, como el autor del trovador, algunas gotas de agua como el duque de Rivas, Vega, Escosura, Ochoa y Larrañaga, y algunos sapos cuyos nombres no hacen aquí falta. Quiero decir con esto, que la poesía española abriendo paso a la nueva escuela francesa, tuvo representantes de primera, segunda y última clase, hombres grandes, hombres medianos y cantidades negativas; en una palabra, poetas eminentes, poetas de segundo orden, que los franceses llaman pequeños poetas, y poetastros o copleros, copio aquéllos a quienes Quevedo daba el nombre de poetas hueros y chirles. Uno de los hombres más notables, entre los que formaron en la segunda fila en la aristocracia de la inteligencia, era el señor duque de Rivas, grande de España de primera clase, después embajador y ministro; persona muy apreciable, según dicen, porque yo no tengo el honor de conocer a dicho señor más que de nombre y para servirle.

He puesto al señor duque de Rivas a la cabeza de los   —168→   poetas de segundo orden, porque Su excelencia no merece estar más alto ni más bajo como hijo de las Musas, aunque su cuna y su posición social den derecho por otro lado a su pensamiento para cernerse en más elevada esfera, y creo no hacerle favor ni disfavor. Hombre de poca imaginación, pero inspirado alguna vez al pulsar las cuerdas de la lira oriental, carece del suficiente vuelo para alcanzar un lugar entre los grandes poetas, aunque lo repito tiene con ellos algunos puntos de contacto. Por otra parte sus versos generalmente robustos dejan ver muy frecuentemente el esfuerzo conque se han producido, y creo que en muchas ocasiones Su Excelencia habría tenido que renunciar a concluir una escena de sus dramas y algunas estrofas de sus composiciones sueltas a no contar con el auxilio de sus dedos y el diccionario de la rima, por lo cual, a pesar de mi buena voluntad, no puedo hacer otra cosa en favor de Su Excelencia, que colocarle entre los poetas de segundo orden, esto es, en un punto inferior a García Gutiérrez y superior a otros que no quiero nombrar.

Debo sin embargo decir, que si el señor duque de Rivas hubiera tenido tanto numen como inclinación a la moderna escuela literaria, habría llegado a ser el primer granadero del romanticismo. Una de sus primeras obras fue el famoso drama D. Álvaro o la fuerza de Sino, composición que nadie recuerda hoy y que en aquellos tiempos no hubiera el autor cambiado por muchas de las mejores obras del teatro antiguo. Verdaderamente, si por romanticismo debía entenderse el desorden, atropello de todas las reglas del arte, D. Álvaro podía reclamar el primer rango entre las producciones de clase, género o especie, porque difícilmente producirá el entendimiento humano cosa más excéntrica que dicho drama. En cambio, el asunto que se reduce casi, y sin   —169→   casi, al desarrollo de un carácter dramático, no tiene siquiera para su disculpa el prestigio de la novedad: es una pobre reproducción de D. Juan Tenorio, de ese magnífico tipo creado por Tirso de Molina y que Byron y Mozart han inmortalizado. Eso sí, el D. Álvaro del señor duque de Rivas podrá ser una parodia, pero no un plagio, porque el señor duque de Rivas, sino el talento, tiene la conciencia de los poetas que saben estimarse como hombres. No puede decirse otro tanto de Zorrilla, el cual, no contento con escribir un D. Juan Tenorio, que es también, una miserable parodia, ha tenido la debilidad de apropiarse todo lo más notable que ha encontrado en los autores que le han precedido, y para que no se diga que hablo al aire, remito a mis lectores a la escena cuarta del acto tercero del D. Juan de Marana que dio a luz en sus primeros tiempos Alejandro Dumas, que por cierto es una escena muy buena, la cual está traducida al pie de la letra en el D. Juan Tenorio de Zorrilla.

Después del D. Álvaro escribió el señor duque de Rivas otras producciones entre las cuales figuran en primer lugar El Moro expósito, los Solaces de un prisionero, y una comedia de magia que el editor no llegó a publicar temiendo no hallar bastante papel para su impresión en las fábricas del reino, y acerca de la cual no diría yo nada tampoco, aunque se hubiera publicado, por no exponerme a emprender un trabajo perpetuo. Generalmente las obras del señor duque revelan un poeta lírico en sus detalles, pero carecen de ese enlace y desenlace, de ese orden en el plan, en fin, de esa armazón tan necesaria para constituir ese conjunto en que el arte debe ayudar a la inspiración. Así los dramas que he citado a pesar de algunas bellezas poéticas, y de la animación de sus diálogos, son obras medianas bajo el punto de vista del arte; y en cuanto a la comedia de   —170→   magia, dicen los que han visto el manuscrito, que no saben como Su Excelencia ha tenido tiempo para escribirla, cuando tal vez no bastaría la vida de un hombre para leerla.

El señor duque de Rivas no sólo es un apreciable poeta, sino un estimable literato, y un regular artista. Más inclinado a la aristocracia del talento que a la de la sangre, a que también pertenece por su nacimiento, ha logrado tener una instrucción que no es común, ¿qué digo común?, que no tiene ejemplo entre los afortunados hijos de la grandeza española, y esta circunstancia honra mucho a Su Excelencia. Así, no satisfecho este señor con dar a luz obras literarias notables, en cierto modo, y alcanzar con ellas una fama que debe lisonjearle más que sus pergaminos, puesto que los títulos heredados no revelan por sí mismos el mérito personal, ha dedicado también algunos ratos de ocio a la pintura, logrando, según los inteligentes, manejar el pincel tan bien como la pluma; y al mismo tiempo Su Excelencia no debe ser enteramente extraño al arte encantador de la música, puesto que un periódico le atribuyó hace algunos años una ópera que no tuvo el mejor éxito, aunque abundaba en excelentes melodías. Por mi parte debo decir que ignoro si dicha ópera pertenecía al señor duque de Rivas como supuso el periódico a que me refiero, pero lo que me consta es que dicho señor ha pintado y escrito con bastante talento, logrando tan buena reputación de artista como de poeta; y me complazco en repetir que si como poeta no es de primer orden, merece no obstante figurar a la cabeza de los de segundos.





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