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Daniel Moyano: de navíos, exilios y regresos

Cristina Mucci





Hace siete años, a bordo del «Cristóforo Colombo», debió marcharse del país Daniel Moyano, uno de nuestros mejores narradores, como consecuencia de la represión desatada a partir del golpe militar de marzo de 1976. Sin ninguna explicación -e igual que Antonio di Benedetto-, sin cargos concretos, Moyano fue golpeado y detenido en La Rioja, su residencia por casi veinte años. Al recuperar su libertad, Moyano se embarcó con toda su familia y se radicó en España, donde estuvo cuatro años sin poder escribir. Hoy, está en Buenos Aires con la excusa de la presentación de su última novela, Libro de navío y borrascas, que, al igual que El vuelo del tigre, publicó la Editorial Legasa. Sin embargo, como él mismo reconoce en este reportaje para La Voz, el retorno temporario le está sirviendo para evaluar las posibilidades de una futura instalación en Buenos Aires. Libro de navío y borrascas, además de marcar un giro en la narrativa de Moyano, desde su primer capítulo, lo ubica definitivamente entre nuestros mejores escritores. Setecientos indeseados -argentinos, chilenos, uruguayos- se embarcan rumbo a Barcelona buscando otro destino, debiendo aceptar -por fuerza- otra vida.



En una entrevista publicada por La Voz el 8 de enero de este año, usted dijo que todavía no quería volver, que lo habían invitado a la presentación de su libro y no quería venir, que seis años es poco tiempo para cicatrizar la tristeza y la vejación que sufrió. ¿Qué le hizo cambiar de idea?

-No es que haya cambiado de idea. Lo que pasa es que me daba mucho miedo encarar la idea de volver. Pero las cosas se dieron y me pareció que no podía desaprovechar esta oportunidad. Vine solo, mi mujer no vino conmigo. Ella es profesora en el Conservatorio y tenía a sus alumnos próximos a rendir examen, pero en realidad lo que me dijo es que sufre mucho todavía por lo que nos pasa y ni siquiera se puede plantear venir por unos días. Y mi hijo mayor, Ricardo, de 21 años, no puede venir porque tiene un problema que tenemos muchos exiliados. Salió de la Argentina a los 14 años y a la edad militar yo me opuse terminantemente a que viniera a hacer el servicio militar aquí, así que ahora es un desertor. Yo espero que cuando entremos a la democracia haya una amnistía para este tipo de situaciones, si no esta gente hasta los 40 años no va a poder volver al país.

-¿Por qué a los 40?

-Creo que hay una ley, que a los 40 caduca esto. De modo que esta es otra de las cosas que tienen que suceder para que uno pueda volver.

-¿Y su hija qué opina?

-El caso de mi hija es distinto, porque ahora tiene 14 y se fue de aquí a los 7, así que la mitad de su vida transcurrió en España. Ella ya es bilingüe, digamos. Me dice cosas como «oye, no seas plasta». Yo le digo: «¿qué es eso?». Plasta viene a ser cargoso, pesado. «No seas plasta, tío», me dice. O si no está hablando con una amiga por teléfono y usa toda terminología española: «Oye», dice, «mira, te tomas el circular y te bajas... che, viejo, cerrame la puerta...», y sigue lo más tranquila: «sí, oye niña...». A ella también le va a costar la vuelta.

-Como seguramente hay gente que no leyó la nota anterior, me gustaría que volviera a contar las circunstancias en las que se fue.

-Yo le llamo siempre a marzo del '76 un terremoto. Fuimos muchos los de La Rioja que tuvimos que emigrar por el trato que se nos dio, por los castigos arbitrarios que sufrimos. A mí me llevaron al día siguiente del golpe. Vinieron tres del Ejército y me tiraron adentro de un calabozo del regimiento. Estuve 12 días encerrado sin que me interrogaran y sin que me dieran una explicación. Cuando me soltaron, y después de mucho insistir, pude enterarme de que la razón era mi ideología. Y ahí me puse a pensar cuál era, y me di cuenta de que mi única ideología era el idioma. Entonces decidí, que lo mejor para nosotros era irnos.

-¿Cómo encontraron España?

-Está lleno de argentinos allá. Algunos se reúnen a veces a quejarse o llorar y a pensar en el regreso. Hay dos corrientes, digamos. Los que se la pasan llorando y los que se aíslan y tratan de integrarse al español. Yo trato de mantener un equilibrio, pero de todos modos no es fácil integrarse. En el ambiente intelectual español no hay integración. Nosotros, casi todos nosotros hemos salido a dar conferencias a otros países europeos, a mí me han traducido al francés, al inglés, al polaco y al búlgaro, y en España recién me invitaron a dar una charla hace 15 días. Allá hay una buena acogida de parte del pueblo, el carnicero, el verdulero, son muy afectuosos y te reciben muy bien, pero de los intelectuales españoles no se puede decir lo mismo. Muchos de nosotros tenemos que trabajar prácticamente de peones; yo dentro de todo tuve suerte porque soy constructor de obras sanitarias, igual que mi viejo, y conseguí trabajo de eso, pero hay una gran indiferencia. El intelectual español está bastante marginado también, ahora están cambiando las cosas porque con el gobierno socialista parece que hay un interés mayor, no sólo con los intelectuales españoles sino también con la colectividad latinoamericana. Por lo menos, hay una actitud positiva. Antes, incluso se han dado casos de expulsiones. Mucha gente no pudo conseguir trabajo ni cariño. Porque esa es otra cosa, el cariño es algo que también se necesita, claro. Otros se han tenido que ir a otros países; España no tenía una ley de protección al inmigrante ni nada, y en el pasaporte nos ponían «prohibido trabajar en España». Ahora, eso ha cambiando un poco. Para conseguir permiso de trabajo había que tener residencia y para tener residencia había que tener permiso de trabajo. Pero hay que pensar que España tenía un grave problema con los desocupados, los parados, como dicen allá. Ahora, por las medidas que ha tomado el gobierno, parece que la cifra empezó a reducirse, pero llegó a haber dos millones de parados. Es decir que no nos podían absorber laboralmente, eso también hay que comprenderlo. Así se dieron casos de matemáticas, biólogos, músicos, escritores, pintores, psicólogos, hay gran cantidad de psicólogos trabajando de cualquier cosa. A los que les fue muy bien es a los dentistas, que revalidaron los títulos y pudieron trabajar. También he visto a algunos sindicalistas: lo que no vi son obreros; hay que tener en cuenta que cuando fue lo del '76, había que tener dinero para irse.

-Parece una paradoja que las cosas empiecen a arreglarse justo ahora, que mucha gente está pensando en volver...

-Sí, es cierto. Recién ahora empieza a pasar algo; desde la época de la campaña electoral, o un poco antes, empezó a haber un interés muy grande en América latina. Se están haciendo proyectos, estudios etc., y nos están empezando a llamar, pero esto justo coincide con un momento en que pienso que muchos van a volver, allá casi todo el mundo se siente muy mal, todo esto hizo estragos. Hay casos terribles, como el de Antonio di Benedetto, que sigue muy deprimido y todavía no se ha recuperado totalmente. Los otros días me decía que tiene un problema, no sé cómo se llama en términos médicos, pero cree que aprieta la a y aprieta la b. Ahora dice que está trabajando, pero no ha sido muy claro al contarme si ha logrado terminar una novela o no.

-¿Hay alguna información en España sobre lo que sucede culturalmente en la Argentina?

-No, prácticamente nada. Los libros argentinos no llegan allá. Hay una librería argentina muy bien ubicada, pero los libros no llegan. Yo no he leído a los autores nuevos para nada. Esa es también parte de la gran desinformación que tenemos. A veces los sábados yo consigo el Clarín de los jueves y más o menos me oriento un poquito a ver qué pasa, pero estamos incomunicados. Y es muy difícil mantenerse así. Yo los primeros cuatro años no pude escribir nada y pienso que, además de por otras razones, era el por el entorno idiomático. Es muy peligroso que el idioma entre a disgregarse. Allá me dicen que por qué digo ustedes en lugar de vosotros. Mirá, yo no puedo decir vosotros. El tú a veces se me pega y no me molesta, pero otra cosa no. Donde yo trabajo están más influenciados por el argentino que yo por el español. Ya no dicen gilipolla, ahora dicen pelotudo, porque les suena mejor. Pero es muy difícil mantener el lenguaje. Por ejemplo, Cortázar muchas veces usa giros argentinos que ya no se usan más acá. Entonces yo trato de cuidarme mucho con eso, pero a veces me pasa lo de Julio, uso giros que ya no se usan más en argentino, por haber perdido el contacto fluido. Es un riesgo enorme que se corre al escribir allá, pero es un riesgo inevitable para el que no se quiere disgregar. Yo no podría de ninguna manera hablar en español. Pero ya te digo, algunas cosas se me han pegado, como el tú, el vale y la hostia.

-¿Qué es la hostia?

-La palabra hostia es la que más usan los españoles. Si una cosa es muy buena, es la hostia, y si es my mala también es la hostia. Esa palabra a mí me gusta. Lo que pasa es que no la sé decir bien. Digo hostia, con s, como los catalanes y los andaluces. Pero los madrileños la pronuncian con z. La hoztia.

-¿Qué es lo que más lo impresionó de esta vuelta?

-Justamente eso: estoy muy impresionado porque lo más importante que me pasó desde que llegué es que siento que estoy en el centro de mi idioma. Es una maravilla poder utilizar el mismo código; uno allá dice río y se imaginan un riachuelo, una cosa finita, no tienen idea de lo que nosotros entendemos por río. Allá todo es distinto, los nombres de las comidas, de las herramientas. No sabés lo que son los nombres de las herramientas, nada que ver. Y lo peor es que ellos se creen que lo nuestro no es correcto. Hace poco fui jurado de un concurso de cuento y tuve la satisfacción de darle el primer premio a un argentino. Pero hubo problemas, porque nadie discutía que el cuento era el mejor, pero me decían: «mira, esto es incorrecto». Y yo les decía: «no, no es incorrecto; es argentino». Lo mismo con mi novela. Empieza con la frase «Hagamos de cuenta...». Así que imaginate si me empiezan a cuestionar desde la primera línea.

-¿Se está planteando ya la vuelta definitiva?

-Y, este viaje es un poco tentar cómo va a ser ese regreso que habrá que plantearse. No es sólo una cuestión personal; mirá, el otro día un diario de Madrid estaba haciendo una encuesta sobre los exiliados, y cuando me preguntaron les dije que creo que tenemos una obligación moral de volver. Creo que el país nos necesita como nosotros lo necesitamos a él, y es una tarea dura, pero hay que hacerlo. Mi mujer el otro día, me hacía acordar la maravilla que fue dormir con las ventanas abiertas la primera noche que llegamos a Madrid. Acá no podíamos, claro. Pero justamente hay que volver y luchar y hacer cosas para que eso no vuelva a suceder. Nosotros hemos sido indiferentes a la política durante muchos años, pero ahora ya no podemos. El que no haga lo que esté a su alcance después no podrá tener derecho al pataleo.

-La excusa de este viaje es la presentación de su nueva novela, el Libro de navíos y borrascas. ¿Por qué no nos habla de él?

-Ese libro surgió una noche que en Madrid garuaba. A mí me gusta mucho el tango y siempre me despierto con un tango en la cabeza. Ese día, claro, me había despertado con «Garúa». Ese tango se lo había oído cantar a Goyeneche hacía muchos años y anoche en Caño 14 lo volví a escuchar y se me cayeron las lágrimas, imaginate. Bueno, yo iba con el tango «Garúa» en la cabeza y en eso veo pasar a dos tipos, un matrimonio, con una bañadera. Eran como las 2 de la mañana y me acerco y eran argentinos. Les digo: «¿Qué hacen con una bañadera en Madrid?», y me contestan: «¿Viste que en Madrid tiran las cosas más insólitas a la basura? Bueno, encontramos esta bañadera y la queremos para plantar un sauce que tenemos en la terraza. El problema es que no hay ascensor. ¿Por qué no nos da una manito?». Y terminé subiendo con la bañadera, que ahora está en esa terraza con su sauce. Yo quería hacer una novela en la cual hablar del exilio, de todo lo que nos ha pasado, y este episodio me pareció interesante para empezar a contar. Estaba por empezar, cuando me dije: ¿pero cómo los meto de golpe en Madrid? Tengo que contarle al hipotético lector cómo llegaron; entonces dije, bueno, los voy a hacer salir en un barco desde Buenos Aires. Empecé a escribir ese capítulo y me salieron 316 páginas, que son este Libro de navíos y borrascas, donde la bañadera no entra, claro, pero va a entrar en otra segunda parte que ya llevo bastante adelantada, es decir, ya logré meter la bañadera.

-¿Hasta cuándo se queda?

-Depende, porque hay una gente que me vino a ver en Europa y me plantearon que quieren filmar un documental sobre mi exilio. A mí me gustó la idea, así que acepté. Es probable que ellos vengan ahora, y entonces me quedaría un poco más. Si no, me voy en menos de un mes y probablemente vuelva con esa gente en junio para filmar.

-¿Piensa ir a La Rioja?

-No sé, es demasiado fuerte para mí, me da bastante miedo. Gracias con que junté fuerzas para venir acá. Ahora me voy para Córdoba, porque vamos a presentar el libro también allá, y si junto coraje me largo para La Rioja. Ya hablé por teléfono con gente de allá y no podían creer que estaba en Buenos Aires, se creían que hablaba desde España.

-¿Por qué no vino a la Feria del Libro?

-Me hubiera gustado; Osvaldo Soriano me llamó desde París para que viajáramos juntos, pero le dije que no podía, que el libro todavía no estaba listo.

-¿No será que todavía no se animó?

-Sí, por ahí algo de eso hay.

-Capaz que el próximo año se viene.

-Capaz que ya estoy aquí, sí.

-Y con el libro nuevo terminado.

-Y con el libro nuevo terminado.





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