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De Cien años de soledad a El secuestro del General: la perversión del mando



En el ámbito americano, a pesar de todo, la novela de referencia sobre el tema de la dictadura sigue siendo siempre El Señor Presidente. Su sombra poderosa se proyecta sobre la novela hispanoamericana que trata el tema, hasta las manifestaciones de la llamada «nueva novela», que, por otra parte, justo es afirmarlo una vez más, el escritor guatemalteco inaugura ya claramente en el lejano 1932, fecha en que acaba la redacción de su texto, por el manejo inédito del tiempo, la modernidad de las técnicas expresivas y la conciencia de estilo.

Aunque no han dedicado ninguna novela específicamente al tema de la dictadura, las expresiones más relevantes de la nueva narrativa en Hispanoamérica, Rulfo, Fuentes, Arguedas, Vargas Llosa, Donoso..., aluden frecuentemente a ella y queda manifiesta su condena. Es el colombiano Gabriel García Márquez, en el grupo de los «nuevos» novelistas, quien más abiertamente se ha pronunciado contra el poder personal y sus aberraciones, en su famosa novela Cien años de soledad, que publica en 1967- En el coronel Aureliano Buendía él señala las características del hombre cruel, que gobierna duramente, rodeado de soledad. No se trata de un dictador, sino de un militar revolucionario que en su prolongada rebelión ha adquirido poder de vida y de muerte. En el momento en que todos le reconocen como jefe él experimenta un efecto extraño, enajenante:

Un frío interior que le rayaba los huesos y lo mortificaba inclusive a pleno sol [...]. La embriaguez del poder empezó a descomponerse en ráfagas de desazón [...]. Extraviado en   —66→   la soledad de su inmenso poder, empezó a perder el rumbo.1



En el coronel Buendía, García Márquez muestra cómo el poder llega a transformar al hombre en algo inhumano.; «asomado al abismo de las grandezas»2 el personaje pierde su equilibrio y se condena a un aislamiento que, si le protege materialmente de sus enemigos, lo destruye como hombre. Es cuando decide que nadie pueda acercársele a menos de tres metros, encerrado en un círculo que sus edecanes trazan con una tiza en el suelo, dondequiera que él se encuentre.

El aislamiento alimenta el terror, significa una irreparable destrucción interior. La advertencia del coronel Gerineldo Márquez, primera víctima de su compañero de armas, es significativa: «Cuídate el corazón, Aureliano [...]. Te estás pudriendo vivo»3.

Al poco tiempo de publicarse Cien años de soledad, el chileno Enrique Lafourcade publica, en 1969, su novela La fiesta del rey Akaib4, dedicada a contar los últimos días de Trujillo, dictador sangriento de Santo Domingo, ya duramente condenado por Neruda en el Canto General y más tarde execrado nuevamente en Canción de gesta. No se trata de una gran novela, pero sí significativa en el ámbito específico de la novela de la dictadura, y se   —67→   desarrolla en un ambiente tropical-africano más que caribeño, acudiendo con abundancia al elemento grotesco.

La postura del autor es abiertamente polémica contra las organizaciones internacionales que toleran la existencia de dictaduras, como aparece en el irónico enunciado:

Esta es una obra de mera ficción. Por tanto, el escenario y los personajes, incluido el dictador Carrillo, son imaginarios y cualquier semejanza con países, situaciones o seres reales es simple coincidencia.

En efecto, nadie ignora que ni las Naciones Unidas ni la Organización de Estados Americanos permiten regímenes como el que sirve de pretexto a esta novela.5



De más sólida envergadura y significativo alcance es El gran solitario de Palacio, novela del mexicano Rene Avilés Fabila, que se publica en 1971, centrada en los hechos de la matanza de Tlatelolco. En su tercera edición de 1976 el autor ha «mitigado» los «excesos barrocos» de la novela, «limado las asperezas», «tachado sensiblerías y vaguedades», pero no ha disminuido la virulencia contra un Estado al que define corrupto, dirigido por un caudillo que ya lleva, en sus periódicas transformaciones sexenales, cincuenta años gobernando.

La alusión es evidente: se trata del sistema de gobierno del Partido Revolucionario Institucional, que sigue gobernando México desde más de cincuenta años, acudiendo al solo cambio de Presidente en cada legislatura. Por eso Avilés Fabila habla de un «Partido de la Revolución Triunfante» que sigue en el poder y denuncia en los candidatos a la presidencia del país la presencia al fin y   —68→   al cabo de una sola persona, transformada, maquillada, para que parezca nueva cada seis años, con ocasión de las nuevas elecciones, «de acuerdo a los factores reales de poder (iglesia, banqueros, embajada estadounidense) y a las experiencias del momento».6

Alargándose en la sátira, el escritor advierte que el candidato recibe a la vez «dosis de glándulas de mono (tal vez por esta razón en ocasiones se comporte como orangután o su físico afiance las teoría darwinianas) y tratamientos rejuvenecedores que incluyen hormonas», de modo que «De la clínica emerge un hombre revitalizado para ir a la campaña y ganar las elecciones»7. Sostienen al sistema los intereses económicos y políticos sobre todo estadounidenses. La fuerza del mandatario reside en la policía, que ejerce duras y sangrientas represiones.

La posición política del novelista queda patente en su defensa del comunismo, perseguido en México, pero no se limita a defender una ideología, sino que responde a una preocupación moral realmente viva. La saña de Avilés Fabila contra las expresiones armadas del poder se revela en la animalización a la que en su novela somete a sus miembros:

Tres soldados penetraron bruscamente [en la prisión]. Los encabezaba un hombre de facciones caninas, de perro viejo y malvado, que comenzó a ladrar y unos segundos después o los ladridos se convirtieron en palabras o se hicieron inteligibles para Sergio.

- Arriba, desgraciado. Ya te toca.8



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Los militares son identificados con los gorilas, pero, al contrario de éstos, que son animales inofensivos y de buen carácter, escribe Avilés Fabila, más bien se parecen a los orangutanes, hasta físicamente: «de brazos en el suelo, tienen complejos a causa de su fealdad y sus cerebros poseen capacidades mínimas».9

La desconfianza del escritor en las instituciones de su país es plena. Él denuncia el periodismo vendido al poder, la corrupción imperante en los representantes del pueblo, a quienes acusa de camaleones, siempre dispuestos a cambiar de color10, y a los que considera de menor valor que el cerdo, al cual, afirma, el político se parece, tanto que «La Cámara de Diputados es una auténtica piara»11. A pesar de todo estima «correcto e inteligente salir en defensa del cerdo», porque este animal, si vivo no sirve para nada, sacrificado proporciona «manjares exquisitos», mientras el político «ni en vida ni en muerte tiene valor», y fallecido «no tiene mayor utilidad que la que tuvo en vida»12.

Una subcategoría negativa la constituye la policía, «que ejecuta tareas que el orgulloso ejército desdeña», y en ella el policía secreto, «todavía más peligroso», un «animal en cautividad», cuya mentalidad «es inferior a la del militar y a la del policía»13.

El gran solitario de Palacio se construye sobre estas acusaciones tajantes. El autor aprovecha la ironía, la nota grotesca, para dar vida a una sátira durísima contra los   —70→   responsables de la dictadura. Más que del dictador, a quien liquida apresuradamente, se demora en la denuncia de los ejecutores de sus designios. La novela tiene como objeto principal el de denunciar la matanza injustificada de estudiantes en Tlatelolco presentando una serie de espeluznantes episodios de la represión. Con este libro Rene Avilés Fabila discorre cruelmente el telón hipócrita con el que el gobierno intentó ocultar una realidad política de opresión. Realidad que había denunciado también el dramaturgo Rodolfo Usigli, no tanto en su lejana comedia El gesticulador14, como en ¡Buenos días, Señor Presidente!15, inspirada en los mismos acontecimientos.

Merece también mención aquí una novela del guatemalteco Jaime Díaz Rozzotto, que publica en París en 1971, Le general des Caraibes. El libro ha tenido escasa difusión en el mundo hispanohablante, puesto que sólo existe la edición francesa, en la traducción de Julián Garavito,   —71→   con una presentación de Miguel Ángel Asturias16. El Premio Nobel valora con entusiasmo la novela de su compatriota, la celebra como «roman de combat, de témoignage, de dénonciation», subraya que el autor denuncia la injusticia sin caer en el panfleto y da a su creación el sentido de una «satire aiguë, rire amer, cri vibrant», donde «le sens des réalités vécues ou rêvées» revela «toutes les possibilités d'un auteur en qui se rassemblent le philosophe, le poète, le narrateur, le libelliste, le politique»17.

Le géneral des Caraïbes es una novela donde domina, junto con la denuncia del protagonismo negativo de los militares, de los crímenes y los golpes de estado favorecidos por los intereses del capital norteamericano, la evocación sentida de Guatemala. Por encima de los bárbaros hechos narrados captan al lector las evocaciones intensamente inspiradas del paisaje guatemalteco, como ocurre en las mejores novelas de Asturias. El largo destierro del escritor explica su postura sentimental, que da lugar en la novela a páginas extraordinarias.

En 1972 aparece una interesante novela del nicaragüense Sergio Ramírez sobre el tema de la dictadura: De tropeles y tropelías18. Se trata de un texto curioso, en el cual se detecta inmediatamente, por su estructura y el tono irónico y satírico, la influencia del Cortázar de Historias de Cronopios y Famas y de Augusto Monterroso.

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De tropeles y tropelías presenta una serie de textos adversos al dictador, ciertamente el último Somoza, a quien Sergio Ramírez, y con él otros muchos, como Pablo Antonio Cuadra y Ernesto Cardenal, había declarado una guerra sin reservas, que desembocaría al final en la campaña sandinista.

Se trata de una serie de «fábulas» sui generis que conforman una especie de tratado sobre el gobierno del déspota y el sistema sobre el cual se rige. Por lo que se refiere a las aberraciones del poder el cuadro es impresionante. El narrador enjuicia duramente el sistema, como ya lo había hecho Cardenal en sus Epigramas de 1961, donde la dictadura de los Somoza se convierte en una presencia obsesiva y frustrante.

En el libro de Sergio Ramírez son de especial interés las páginas que tratan «De las propiedades del sueño (I)», donde se afirma que el sueño hace posible lo imposible, como la caída del dictador y la toma del poder de parte del pueblo: pero «los tiranos nunca duermen»19. Opinión general ésta entre los oprimidos, puesto que los déspotas velan por interpuesta persona, a través de sus espías. Del Señor Presidente escribía Asturias en su novela que «sus amigos aseguraban que no dormía nunca»20, y por otra parte tenía a su servicio un monstruoso aparato de espías, un «bosque de árboles de orejas que al menor eco se revolvían agitadas por el huracán», de modo que «ni una brizna de ruido quedaba leguas a la redonda con el hambre de aquellos millones de cartílagos», y

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Una red de hilos invisibles, más invisibles que los hilos del telégrafo, comunicaba con cada hoja con el Señor Presidente, atento a lo que pasaba en las vísceras más secretas de los ciudadanos.21



En la novela de Sergio Ramírez el poder singular del dictador lo representa eficazmente el capítulo que trata De la muerte civil, donde el déspota decreta funerales de estado a un general caído en desgracia y que todavía vive; cuando éste regresa a su casa nadie le hace caso, como si hubiera muerto, así que él mismo acaba por acostumbrarse a su condición de muerto oficial.

Otros pasajes inciden en lo grotesco, como el capítulo titulado Del mal olor de los cadáveres, que trata de la muerte de la madre del presidente. Parece que los tiranos sólo tienen un culto, a su propia madre; por consiguiente el dictador decide mantener a su lado su cadáver, para que todos le sigan rindiendo homenaje, mientras va aumentando de día en día un olor insoportable a putrefacción y pedazos de piel y de carne se desprenden de la difunta. Representación macabra que recuerda a Juana la Loca, paseando por vario tiempo el cadáver de su adorado marido Felipe el Hermoso por los ardientes páramos castellanos. En este mismo episodio se inspirará más tarde Gabriel García Márquez para la madre del vetusto dictador en El otoño del Patriarca.

En otro pasaje de su libro, Del olvido eterno, Sergio Ramírez presenta a la reina de un país todopoderoso -probablemente en las intenciones del escritor se trata de los Estados Unidos-, la cual para vengarse del mal trato hecho a su embajada, decide cancelar del mapa a   —74→   un pequeño país dominado por un tirano. Superado el primer fastidio el déspota acaba por apreciar las ventajas de este olvido político, en cuanto puede seguir tranquilo con su sistema, sin que ninguna organización internacional para la defensa de los derechos humanos intervenga. Mundo aberrante éste de De tropeles y tropelías, dominado por personajes cínicos, sin cultura, que sólo ejercen acciones inhumanas y se imponen a sus súbditos por medio de medidas sangrientas.

Novela de notable categoría es, sobre el tema, la que el ecuatoriano Demetrio Aguilera Malta publica en 1973, El secuestro del General22, comienzo de la serie que los más afirmados exponentes de la «nueva novela» dedican en los años 70 a la condena de la dictadura. En su libro el autor afirma una singular novedad de estilo y presenta un mundo deforme y duramente real. Aprovechando la lección de Asturias elimina datos geográficos y temporales, sitúa su infierno en un trastornante país de Babelandia, disfraza a sus personajes bajo eficaces nombres simbólicos, con los que define ab initio su dimensión moral.

Resumiendo esquemáticamente, la trama se concentra sobre el secuestro del general Jonás Pitecántropo, de quien depende en Babelandia la existencia misma del dictador -el Oseo, alias Esqueleto-disfrazado-de-hombre, alias Verbofilia, alias Calcáreo, alias Holofernes y para los íntimos Holo-, por parte del capitán guerrillero Fúlgido Estrella y su ayudante Eneas Roturante. El suceso   —75→   trastorna la vida de la capital, Babel. El rescate que piden los secuestradores para liberar al general consiste en la libertad de los presos políticos, trescientos entierros de primera entre personajes escogidos por los raptores y una libra de los huesos del dictador.

De repente entramos en un clima dislocado, que atrapa al lector. Los altos mandos de la dictadura no se preocupan por los presos políticos y sí por los trescientos entierros pedidos y cada uno intenta salvarse a sí mismo pactando con los secuestradores y vendiendo a los demás. Pero la radio de los guerrilleros difunde por todo el país sus palabras y el resultado es el triunfo de la revolución, con la condena popular de todos los culpables.

En la trama expuesta intervienen dos novelitas de amor: la de Fúlgido con María y la de Eneas con Ludivinia. El amor de la primera pareja triunfa, a pesar de las malas intenciones del padrastro de la joven, enamorado de ella; el de la segunda pareja fracasa, debido a la intervención del cura Laberinto, o Polígamo, que se adueña de la muchacha, la cual al final muere dando a luz un diablo.

Es un mundo decididamente anormal, a través del cual se afirma la denuncia del novelista. En Babelandia la dictadura origina todo trastorno y se mantiene reinando sobre un mundo completamente animal. El cascajo óseo representado por el dictador está a su vez sometido a la voluntad del general secuestrado, el cual experimenta continuos y violentos regresos hacia sus orígenes de hombre de la selva, de simio.

El mandatario está rodeado de seres serviles, como Baco-Alfombra, alias Rastreante, alias Bueno-para-todo, el cual cuando entra en el salón al llamado del dictador se acuesta boca abajo, estira la lengua y la pasa «por el empeine   —76→   de las extremidades inferiores de su jefe»23. O bien como el secretario a la Defensa, Equino Cascabel, cuya vocación irresistible es a cabalgadura del omnipotente general Pitecántropo:

Ya le estaba creciendo la quijada. Por más que lo intentase, ¡inútil! Pies y manos se le convertían en cascos. La esclavitud -infeliz caballo esclavo- le clavaba sus cadenas más adentro. Le nacía la ondulante cola. ¡Inútil! ¡Todo inútil! ¡Todo inútil! Siento que me curvo.24



O como el joven secretario de Gobierno, Cerdo Rigoleto, «albóndiga con cabeza de merengue»25, o el Almirante Neptuno Río-del-Río, o Panfilo Alas-Rotas, comandante de la detartalada Fuerza Aérea, o Plácido Ruedas, secretario de Obras Públicas o, en fin, el jefe del Protocolo, Narciso Vaselina: «los envidiosos lo llamaban la vaselina del protoculo»26.

El elemento paródico desacralizador domina en El secuestro del General. El que forma el gobierno es un mundo bestial. La reunión de emergencia convocada para tomar medidas después del secuestro ve presentarse en palacio a una serie de seres animalizados, que el novelista describe haciendo uso de la ironía y un humor amargo:

Los altos funcionarios lo rodearon [al dictador], aves de rapiña ante escasa mortecina. Iban llegando en formas diferentes. Unos, con bozal. Otros, en cuatro. Varios, de rodillas. Muy pocos, erectos y tranquilos, sobre sus dos extremidades.   —77→   Ya estaba el Gabinete, en pleno. La crema y nata del Ejército, la Aviación y la Marina. La fofa burocracia que digería, como siempre, los banquetes opíparos del Presupuesto. Por su parte Baco Alfombra -ardilla prodigiosa- daba saltos de un lado para otro, realizando múltiples funciones [...].27



La técnica de destrucción del personaje llega, en El secuestro del General, a extraordinarios resultados a través de un juego inventivo intenso, incansable. La crítica del escritor a la clase dominante de la dictadura no admite justificaciones. Babelandia ha llegado a ser el «país políglota, donde cada babelandense, usando el mismo idioma, habla un lenguaje diferente. Donde la comunicación es un tabú perenne: nadie se entiende con nadie...»28. Opinión del mismo dictador, el cual ha hecho del poder «un negocio», del país «su hacienda», de sus súbditos «peones con cadenas29; un país donde «¡Su palabra es la ley!», el Congreso está formado por «hombres-camaleones» que emiten, en vez de «vocablos polifónicos», «ronquidos peristálticos»30.

Babelandia es, en la sustancia, el «paraíso de los confundidos y de los incomunicados»31. En la ocasión de festejar al dictador por haber escapado tiempo atrás a un atentado, el acto público sube a ofrecérselo un hombre-animal, un buey. Lo que recuerda el papel desarrollado en ocasión semejante por la «Lengua de Vaca» en El Señor   —78→   Presidente de Asturias, motivo para denunciar el clima negativo de la dictadura. Aguilera Malta elabora aun más la escena, hasta alcanzar el resultado destructivo que pretende, a través de una animalización completa del personaje. Si comparamos los dos momentos presentes en las distintas novelas vemos como la «Lengua de Vaca» va hilvanando en El Señor Presidente un discurso vacío e incomprensible; en El secuestro del General el «buey» que ofrece el acto de homenaje al poderoso en realidad no habla, mueve solamente las mandíbulas como si rumiara. La denuncia de la perversión de las conciencias debida a la dictadura, que Asturias realiza valiéndose del lenguaje, la obtiene Aguilera Malta a través de la mueca grotesca.





 
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