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De Delmira a Paulina: erotismo, racionalidad y emancipación femenina en el Uruguay, 1890-19301

Christine Ehrick




Introducción

En su introducción a una antología poética de Delmira Agustini, editada en 1944, Arturo Zum Felde escribió: «La obra y la personalidad de Delmira Agustini son una contradicción -y dolorosa, por cierto- con respecto al medio social en que nació y vivió, como exiliada» (33). Medio siglo después, el análisis feminista de Patricia Varas concluyó: «Leer a Agustini significa conocer mejor a la mujer de comienzos de siglo» (177). Sugerimos que estas dos afirmaciones aparentemente contradictorias son simultáneamente verdaderas y falsas. Agustini no fue una exiliada interna en el Uruguay del novecientos, y tampoco personificó a la mujer típica de su generación. En otras palabras, aunque era una mujer sumamente excepcional para su época, en mucho Delmira Agustini fue producto de una era marcada por una apertura importante en el discurso sobre la sexualidad femenina, una apertura que a su vez generó una contrarreacción poderosa para mantener las prerrogativas masculinas tradicionales. Nada mejor que las circunstancias en que murió la poetisa uruguaya atestiguan lo peligroso del momento histórico para mujeres empeñadas en aprovecharse de esta apertura novedosa y tentativa.

En este trabajo proponemos colocar la vida y obra de Delmira Agustini en su contexto histórico apropiado y, de esa manera, contribuir a una mejor comprensión de la relación que guardó con su ambiente social. La vida y obra de Delmira se desarrollaron en un periodo de profundos cambios sociales, económicos y políticos en el Uruguay. Esa transformación -de una nación plagada por violencia política e inestabilidad, al primer estado de bienestar de las Américas- está vinculada a la figura de José Batlle y Ordóñez (presidente de 1903 a 1907 y de 1911 a 1915), cuyo gobierno sentó las bases del llamado estado batllista. Pero como cualquier transformación social y política substantiva, fue un proceso que se sucedió en etapas. En términos sencillos, había un primer momento donde las ataduras de la sociedad tradicional se relajaron, y un segundo donde se institucionalizaron las bases de una nueva sociedad 'moderna'2. Todos estos cambios tuvieron un efecto profundo para las mujeres uruguayas. La expansión de la educación formal femenina, la entrada sin precedentes de la mujer al trabajo asalariado y su participación (pequeña pero importante) en el movimiento obrero, fueron a la vez causa y efecto de evoluciones en las relaciones de género en el Uruguay del novecientos. Estos cambios en las relaciones de género también pasaron por etapas definidas que reflejan las transformaciones de la sociedad en general: una donde las anteriores construcciones de género se desataron y otra donde comenzó a congelar un nuevo conjunto ideológico basado en los ideales liberales de racionalidad y disciplina. Durante esos años coexistieron y compitieron distintos tipos de feminismo en el Uruguay. La tradición había restringido la sexualidad de las mujeres lo mismo que su desarrollo intelectual; así es lógico que un movimiento de emancipación femenina siguiese por lo menos aquellas dos trayectorias. Sin embargo, a largo plazo la vía de la liberación sexual resultó más amenazante e incontrolable, por lo que, en general, la ventana del «amor libre» se cerró tan rápido como se abrió. En su lugar quedó un discurso feminista -escandaloso pero finalmente menos subversivo- enfocado en la obtención de la igualdad femenina dentro de la esfera legal y política, y apartado de los elementos más 'íntimos' y efímeros del anarquismo libertario.

Para entender ambos momentos históricos conviene examinar la vida y obra de dos mujeres que simbolizan estos dos 'feminismos' relacionados pero distintos. En este artículo, compararemos a la poetisa Delmira Agustini con la médica sufragista Paulina Luisi, la figura más importante del feminismo liberal uruguayo. Cuando El libro blanco de Agustini se publicó en 1907, acababa de finalizar la primera presidencia de Batlle y Ordóñez, y Paulina Luisi estaba por concluir su carrera como primera estudiante femenina de medicina en la historia uruguaya. En 1916, dos años después de la muerte de Delmira, Paulina fundó el Consejo Nacional de Mujeres del Uruguay, la primera organización feminista liberal del país, y el grupo que encabezó la primera campaña en favor del sufragio femenino. La poesía de Delmira representa los aspectos más sensuales de la liberación femenina, reflejando ante todo una ética anarquista en cuanto a la sexualidad femenina. Lo anterior contrasta con la perspectiva más racional y científica de Paulina, donde se encuentra una visión del mundo y de la sexualidad que tiene su correlato en los 'revolucionarios científicos' del socialismo y de ciertos elementos del batllismo. Esta comparación nos permite señalar que, aunque Delmira no estaba sola en cuanto a sus representaciones de la sexualidad femenina, su breve carrera literaria coincide en mucho con un momento histórico, también brevísimo, que permitió un discurso como el suyo.






Los anarquistas: del amor libre al salario familiar

La investigación académica más reciente se ha alejado de la idea de Delmira Agustini como una «exiliada», señalando en cambio que su trabajo refleja «la sensibilidad libertaria que circuló con fuerza entre los poetas modernistas imbuidos de los ideales de amor libre» (Larre 24). Pero estas ideas no sólo resonaron en el ambiente bohemio de la comunidad literaria; por el contrario esa «sensibilidad literaria» se encuentra también en la ideología de ciertos sectores del movimiento obrero. Cuando Batlle llegó al poder en 1903, el movimiento obrero en Montevideo era amplio, bastante bien organizado, y en gran parte de orientación anarquista. Un elemento muy importante del análisis anarquista fue el vínculo analítico entre relaciones de propiedad capitalista y estructura burguesa de la familia, donde al poder del hombre en el hogar se le consideró como una manifestación del poder de la clase capitalista en la sociedad.

En su estudio sobre mujer y anarquismo en España, Martha Acklesberg expresa clara y elocuentemente el punto donde anarquismo y marxismo difieren en cuanto a su análisis del poder:

La dominación en todas sus formas -tanto ejercida por gobiernos, instituciones religiosas o a través de relaciones económicas- es para los anarquistas la fuente de todo mal social. Mientras el anarquismo comparte con muchas tradiciones socialistas una crítica radical de la dominación económica y una insistencia en la necesidad de una fundamental reestructuración económica de la sociedad sobre bases más igualitarias, va más allá del socialismo marxista al desarrollar una crítica independiente del estado, de la jerarquía, y de las relaciones de autoridad en general. Allí donde los socialistas han señalado las rutas de toda dominación en la división del trabajo en la economía, los anarquistas han insistido en que el poder tiene su propia lógica y no será abolido a través de la atención a las relaciones económicas solamente.


(16-17)3                


Esta ideología se refleja en el movimiento obrero del Uruguay de entre siglos, cuando en la prensa anarquista abundaron artículos relativos a la opresión de la mujer y la necesidad de subvertir la estructura burguesa de la familia. Aunque muchos artículos sonaban bastante paternalistas, consideraban que las mujeres obreras jugaban un papel fundamental en el proceso revolucionario pues, siendo víctimas de una doble opresión, eran ellas quienes saldrían ganando más con el derrocamiento del capitalismo. En este análisis el matrimonio y la prostitución eran sinónimos, instituciones cualitativamente indistintas. En enero de 1895, por ejemplo, el periódico anarquista Derecho a la Vida publicó un artículo bajo el título «Matrimonio y prostitución», cuya conclusión fue que no hay «[n]inguna diferencia apreciable entre esos dos términos estúpidos... La sola cuestión es la de saber si se amarán con el permiso del Señor Juez o con la autorización del Señor Jefe de Policía»4.

Ante el matrimonio tradicional se propuso el llamado «amor libre» o «unión libre» que, lejos de «abogar por un libertinaje, fue el derecho de hombres y mujeres a formar parejas basadas en el amor y atracción mutuos, y a separarse en caso de que disminuyeran o desaparecieran esas dos características; básicamente el derecho a la monogamia seriada. Aunque la política de «amor libre» varía considerablemente, algunos autores sugirieron (tímidamente) que había una relación con el derecho de las mujeres al placer sexual. En setiembre de 1897, La Verdad publicó un artículo dirigido a la mujer bajo el título «La mujer: su vida y su esclavitud», que señaló:

Tú eres la mitad del género humano, y a la par de la otra mitad que es el hombre tienes derecho a ser libre, pensar, oír y gozar... ¿No es preferible la unión libre de dos seres que se aman, sin venderse como se vendían las esclavas de la edad media en los mercados?5


Estos ejemplos muestran que las «ideas libertarias» no se constriñeron a un círculo pequeño de intelectuales, sino que tenían años circulando antes de que Delmira Agustini comenzara a escribir. Ciertamente su poesía difería del discurso anarquista más politizado, pues su obra nunca se centró en la explotación del capitalismo ni en la necesidad de una revolución. Para Delmira, la emancipación era más bien una cuestión individual, algo profundamente auto reflexivo y ensimismado. Pero aún en esas fantasías idealizadas resuena el eco de los revolucionarios utópicos, quienes osaron imaginar un mundo libre de opresión, desigualdad y coerción, lo mismo para hombres y mujeres.

No fue, pues, una sociedad enteramente puritana y disciplinada la que vio salir a la luz pública El libro blanco en 19076. Sin embargo, durante ese tiempo, el «amor libre» tampoco fue la única corriente discursiva que se nota dentro de la prensa obrerista. Ciertas tendencias opuestas, presentes desde años atrás, se pusieron poco a poco a la cabeza durante la década de 1910. Durante esos años, el ingreso de las mujeres a puestos de trabajo semi-industrializado tuvo dos consecuencias importantes: primero, una competencia directa por puestos de trabajo entre hombres y mujeres, y segundo, más mujeres trabajando fuera del hogar. Esto último dejó a muchas mujeres jóvenes solteras fuera del control patriarcal, y con ello de la supervisión de su comportamiento (particularmente el sexual). Aún en la época más temprana puede verse una tensión en la prensa anarquista, entre las voces que abogan por la emancipación de las mujeres y aquellas que buscan preservar ciertos privilegios del patriarcado. En julio de 1896 apareció un artículo en Derecho a la Vida titulado «El grito de la mujer rebelde», donde el autor (¿la autora?) cuestiona el compromiso de ciertos camaradas masculinos para terminar con la opresión de las mujeres; una señal de que la ideología y retórica feminista anarquista toparon con cierta resistencia dentro del movimiento:

Sobre esta cuestión de la mujer [no] sólo los burgueses reaccionarios tienen ideas estúpidas, ciertos revolucionarios ... rebeldes pero no innovadores, no ven más que un lado, el más pequeño, de la cuestión social. El poder les atormenta, lo combaten, pero más bien competidores que enemigos, si se levantan es más para apoderarse que para destruir7.


Una publicación montevideana titulada La Voz de la Mujer, que apareció por primera vez en 1905, sirve también como testimonio de una ansiedad creciente generada por los cambios en el papel femenino8. Una versión impresa del chismero del barrio, el objetivo de La Voz fue velar por el 'comportamiento honorable' de mujeres trabajadoras, publicando sus supuestas indiscreciones sexuales. En su primer número, el editor explicó el objetivo de la publicación y el vacío que llenaba para la clase obrera de Montevideo. Señaló que: «[s]u misión no es otra, que la de defender, en todo y por todo, los hogares de gentes trabajadoras y honradas... seremos severos con la mujer indecente lo mismo que defenderemos sin tregua a las buenas»9. La publicación atacó a las mujeres de manera individual, señalando su nombre y dirección junto con la «falta» que supuestamente habían cometido, enfocado sobre todo en rumores de aventuras con los jefes, fuente indiscutible de ansiedad entre los trabajadores masculinos. Pero en otra indicación de que había algo más en juego que la «defensa del sexo débil», La Voz atacó categorías completas de mujeres obreras. En este mismo número, por ejemplo, hay un artículo sobre «Las corseteras», que apuntó:

Se nos ha dicho y repetido que entre las corseteras y sus señores ocurre exactamente lo mismo que lo que pasa con las fosforeras del R... Si eso es cierto ... será otra afrenta degenerada para las fuerzas sociales. Hay que convencerse vergonzosamente de que nuestra mujer no sabe guardar su reputación10.


Junto con las corseteras, eran las fosforeras las que generaban la mayor parte de las exposiciones. En un número posterior, La Voz informó que «todo ha quedado comprobado lo que a la mayoría de las fosforeras del R... se relaciona y por muy triste que sea tenemos que dar a las madres de familias una de las noticias más dolorosas»11. Cualquiera que haya sido el origen de esta publicación (de vida bastante breve), lo cierto es que La Voz respondió a una inseguridad masculina con respecto a las mujeres obreras, en una era donde la competencia con y la falta de control de esas mujeres fue creciendo. Con el avance de la década de 1910 y sobre todo la de 1920, esta voz ahogaría cada vez más la que había clamado una emancipación económica y sexual de la mujer. Fue en este contexto que Delmira Agustini escribió la mayor parte de su poesía.

Durante las primeras décadas del Siglo XX la ideología del movimiento obrero uruguayo trocó el anarquismo por anarcosindicalismo, con influencia creciente de un marxismo bastante ortodoxo. Esto reflejó un cambio de orientación en el movimiento obrero, que se desplazó hacia la gran industria vinculada con el sector exportador y se alejó de los pequeños talleres de manufactura donde laboraba la mayor parte del proletariado femenino. También dio origen al abandono de tácticas como la huelga general y el boicot, que dependían de la participación de las mujeres, como obreras tanto como parte de la comunidad. Ello permitió, entre otras cosas, que los dirigentes obreros dejaran temporalmente de lado la «cuestión femenina», para concentrarse en los lugares con mano de obra mayormente masculina. Esta era también significó un impulso a la institucionalización del «salario familiar» basado en la noción del hombre sustento del hogar y la mujer encargada exclusivamente del cuidado de la casa y de los hijos.

En consecuencia, el discurso sobre el feminismo y el amor libre casi desapareció de la prensa anarquista al finalizar el segundo periodo presidencial de Batlle en 1915. Se mantuvo en algunos lugares, notablemente en la publicación anarquista La Batalla que comenzó a publicarse en Montevideo el año 1915 bajo la dirección de la veterana feminista anarquista María Collazo12. Sin embargo, incluso en esa publicación la mayor parte de las referencias al amor libre u otros asuntos relacionados desaparecieron hacia 1920. Vinculado con eso era una asociación creciente del feminismo con 'la mujer burguesa'. Esta nueva contraposición construida entre la consciencia de la clase trabajadora y el feminismo fue producto de la política anti-feminista de los dirigentes obreros, tanto como de la realidad cambiante del feminismo uruguayo. En efecto, durante esos años el feminismo experimentó cambios que reflejaron, en gran medida, los valores de la burguesía. Como veremos, uno de esos valores fue la sexualidad controlada y disciplinada, que dejó muy poco espacio para voces como la de Delmira. Como la primera médica uruguaya, nadie mejor que Paulina Luisi simboliza este nuevo feminismo racional y científico.




Paulina Luisi: Una médica sufragista en la sociedad «disciplinada»

El Partido Socialista Uruguayo se fundó en 1910, en la víspera del segundo periodo presidencial de Batlle. En el esfuerzo participaron intelectuales progresistas y algunos sectores obreros que buscaron aprovechar el ambiente reformista para impulsar cambios legales y políticos importantes. En contraste con los anarquistas del periodo anterior, el Partido Socialista reflejó una vía distinta para el cambio social, con un proceso de reforma más gradual y ordenado. Aunque persiste cierto debate en cuanto a la relación que tenía Paulina Luisi con el Partido Socialista de aquellos años, no hay duda de que simpatizaba con los ideales del partido y el elenco intelectual con el que se le asociaba13. Pero Paulina fue ante todo una médica, parte de una élite que surgía como un nuevo tipo de sacerdocio secular dentro del estado batllista. Como médica feminista, Paulina dedicó la mayor parte de su vida a forjar un nuevo espacio para las mujeres, quienes, consideró, desempeñarían un papel fundamental en la construcción de una sociedad moderna y disciplinada. La batalla que libró toda su vida contra la doble moralidad sexual hizo hincapié en controlar la actividad sexual del hombre y no en una liberación sexual para la mujer. En este sentido, definitivamente representa lo puritano de la época. Pero al mismo tiempo; su clamor abierto por un discurso más público de varios aspectos de la sexualidad, chocó con ciertas sensibilidades de la época, y en eso Delmira y Paulina se parecían bastante (Varas 174).

Delmira nunca recibió educación formal universitaria, y por ello su obra se desarrolló fuera de la disciplina de las reglas de conducta social, probablemente una razón por la que su poesía es tan sobresaliente. Por su parte, Paulina fue ante todo producto de la academia, y su éxito profesional y político se debió precisamente a que conocía bien las reglas del juego y aprendió a moverse en ellas. En 1887, la familia Luisi se mudó a Montevideo y Paulina ingresó al Internado Nacional de Magisterio, donde obtuvo el título de maestra en 1890. En 1908, se convirtió en la primera médica del Uruguay. La distinción de «primera médica» le trajo un cierto renombre, y en 1913 Batlle y Ordóñez la envió como representante del Uruguay a una conferencia sobre educación sexual en Europa. Así que en el mismo año que Los cálices vacíos escandalizó a la sociedad uruguaya, Paulina Luisi emergió como una portavoz oficial de la nueva sexualidad racional y disciplinada, base de formación para la gente joven, que sería educada, no para su desarrollo espiritual ni realización personal, pero para entender mejor su responsabilidad frente a «la raza»14.

En su libro Medicina y sociedad en el Uruguay del novecientos, José Pedro Barrán describe la formación e ideología de lo que llama la «clase médica»; un grupo imbuido en la idea de que representaba lo último y más elevado de la racionalidad y del método científico. «El poder médico», escribe Barrán, «fue el primero de los poderes tecnocráticos, pues basó sus conquistas precisamente en su identificación con la racionalidad y el profesionalismo, valores que aquella cultura burguesa y cientificista ... convirtió en absolutos» (Tomo 1, 101). Paulina Luisi internalizaba y encarnaba esa 'ideología de clase'. Tampoco es coincidencia que ella comparta la distinción de «primera médica» con muchas otras dirigentes del movimiento feminista liberal Sudamericano. En la comunicación epistolar de Luisi con sus homólogas de otros países vecinos asoma un segundo componente ideológico de las médicas, que solían verse como líderes naturales del feminismo liberal en sus países. Por ejemplo en 1918, año en que se fundó la rama chilena del Consejo Internacional de Mujeres, Luisi mandó una carta de felicitaciones a la Dra. Eloísa Díaz, presidenta de la nueva asociación, donde señala:

Cábeme personalmente la íntima satisfacción de constatar que por tercera vez en América del Sur se funda un Consejo Nacional, y que las tres veces, a nosotras las médicas que mejor que ninguna palpamos diariamente la dolorosa condición de la mujer15.


Aquí, la ideología del médico como vanguardia e ingeniero social se presenta con cierto matiz de género; acentuado, quizá, por el vínculo tan estrecho de estas profesionales femeninas con el feminismo liberal. Esta perspectiva de la «clase médica» hiperracional y secular, cuya ideología absorbieron la mayor parte de las dirigentes feministas en América Latina, se oponía francamente a la tradición de beneficencia y caridad de la Iglesia Católica, tanto como a las ideas de «amor libre» del anarquismo utópico. Uno podría resumir la ideología de la «médica», diciendo que se vieron a sí mismas como portadoras de la racionalidad «masculina» en el mundo femenino, o como una combinación de la mente masculina con el corazón femenino que personificó la identidad 'transgenerado' del estado de bienestar uruguayo.

Es posible que estas primeras médicas supieran mejor que otras contemporáneas cómo negociar el reino masculino de la política. La escuela de medicina fue para Luisi una arena de formación que seguramente la curtió en las técnicas que usaron los hombres para mantenerla fuera de lo que ellos veían como la esfera de lo masculino. Se dice que siendo estudiante de medicina Luisi recibió el hostigamiento de sus condiscípulos, quienes, en cierta ocasión dejaron el pene mutilado de un cadáver humano en el bolsillo de su túnica. Según cuenta la misma historia, el hecho no causó ninguna repulsa en Luisi y en lugar de sentirse avergonzada y horrorizada, esperó al final de la clase para preguntarle a sus compañeros -con la parte pudiente en mano- «¿alguien de ustedes perdió esto?»16. Parece que Paulina nunca abandonó estas técnicas de agresividad frente a la hostilidad masculina, debido, probablemente, a que le fueron de utilidad y porque no aceptó que le hicieran sentirse «avergonzada» o sumisa. Amalia Polleri confirmó esta imagen de Paulina:

... practicaba el «terrorismo», porque en todo iba derecho al grano, nada de cautela ni nada de diplomacia, nada de nada, si tenía que gritar a los hombres les gritaba, si tenía que insultarlos los insultaba, no tenía las «barreras femeninas» que tenían las otras mujeres... tú la ves en las fotos, transmite seguridad, a veces podía parecer un poco viril, pero era una mujer agradable, era muy tierna...17.


Quizá el mejor ejemplo de este 'terrorismo' es la sátira en forma de poema que Paulina le dedicó a Aureliano Rodríguez Larreta, Senador Blanco y conservador de aquella época. En efecto, con el poema Luisi buscó confrontar uno de los oponentes más acérrimos del voto femenino que participó en el Congreso Constituyente de 1917, donde se debatió en extenso la cuestión del sufragio femenino. Ananké, pseudónimo de Paulina Luisi, es quien firma el poema:




Sobre el voto femenino


Al doctor Aureliano Rodríguez Larreta
Constituyente en 1917

Señor:
Si mi memoria no yerra
Declaró el Doctor Larreta
Que la mujer no podía
Dejar su voto en las urnas
Porque el sexo carecía
«De la capacidad completa»
Y entonces, don Aureliano
Cuando los años, pasando,
Como no pasan en vano
Van poco a poco gastando
La capacidad para ... el voto.
No le parece, paisano,
Que le ha llegado la hora
De poner violín en bolsa
Porque a sus años, amigo
Querido amigo Aureliano...
«Llora, llora urutaú»,
Cantaba un canto paisano...


Ananké18                


Parece que nunca le envió el susodicho poema a Rodríguez Larreta ni se publicó en ningún periódico. Pero sirve como un ejemplo del comportamiento político de Paulina. Como médico, para Luisi la diferencia entre hombre y mujer es puramente biológica (y esencialmente genital). Al igualar a los hombres viejos (e impotentes) con las mujeres señala lo absurdo de hacer tales distinciones físicas al discutir el derecho al voto y, al mismo tiempo, aprovecha la oportunidad para devastar con un ataque incisivo la virilidad de un oponente tenaz al feminismo liberal. El impacto es poderoso además de escandaloso, sobre todo porque proviene de una mujer. En breve, es Paulina.

Este poema también demuestra que, para Paulina, el apropiarse de un discurso masculino tenía como correlato abandonar la prudencia asociada con las mujeres burguesas. Una razón por la cual persistía la esclavitud sexual de las mujeres, argumentó Paulina, era su gazmoñería, pues el riesgo de que estos tópicos dañaran su honor y pureza las hacía ignorarlos. Por el bien de la sociedad y de sus hermanas (y hace hincapié en este punto), urgió a las mujeres para que abriesen los ojos y observasen lo que sucedía a su rededor. En 1918, Luisi escribió en su panfleto Un crimen social: la trata de blancas:

Es necesario, pues, que se desvincule nuestro espíritu de las pesadas cadenas que oprimen sus alas, y libre de preocupaciones y prejuicios busque, combata y destruya cuantas costumbres, conceptos, disposiciones y leyes, que hacen del ser femenino el eterno desheredado de la vida. La buena educación ha convenido que la cuestión de que tratamos debe ser ignorada. ¿Cerramos pues, los ojos a tantos y tan desesperantes males?... No gritará alguna vez nuestra consciencia para decirnos severamente: ¡Mujer de su hermana se trata!... Escúdate en esa tu virtud, en tu honestidad segura, y sé bastante fuerte para vencer cobardes prejuicios; domina la rebeldía de tu delicadeza ofendida, y baja conmigo al abismo, para escrutar las causas de esa dolorosa situación que ha transformado una mujer, ¡como tú!, en un repugnante harapo de la vida.


(136-37)                


Así que, al igual que con Delmira, se ve con Paulina el rechazo de las tradiciones de gentileza e inocencia femenina como necesario para superar la opresión y subyugación de la mujer. Sin embargo, sus visiones de la sexualidad eran a la vez muy distintas. A diferencia de la obra de Delmira, en que se ve la sexualidad femenina como un instrumento de liberación, Paulina utilizó la sexualidad masculina como un arma contra los hombres y, por extensión, la asexualidad femenina como evidencia de su superioridad moral. Para Delmira «la luz» fue muchas veces una metáfora para la liberación, a través del descubrimiento de su propia sensualidad. Ahora bien, lo que fue «la luz» para Delmira, fue «el abismo» para Paulina. Para la poeta, había que liberar las fuerzas del amor y la sexualidad; para la médica el sexo era una fuente de desorden y contagio que debía ser disciplinada y controlada. Vale la pena señalar que ambas mujeres rechazaron las convenciones tradicionales de la religión, sólo que, mientras Delmira reflejó el sacrilegio de la primera época, Paulina encarnó la racionalidad atea posterior. Sin embargo, ambas utilizaron un lenguaje religioso y hablaban con imágenes de cielo e infierno, de salvación y condena. Todo ello refleja otro aspecto de esa época histórica y de la construcción del estado batllista: no se destruyeron las imágenes religiosas ni los constructos teológicos, sino que se refractaron en una nueva pantalla secular, tomando una forma distinta pero todavía reconocible.

Uno de los aspectos más difíciles al analizar los vínculos de una figura histórica con su ambiente, es descifrar la interacción (a veces contradictoria) entre la vida pública y la vida privada. Muchos han comentado sobre las aparentes dislocaciones entre Delmira-poeta y Delmira-mujer y han teorizado sobre los vínculos entre la sexualidad abstracta de su obra y su vida real19. De la misma forma, a pesar de su inmersión en la pedagogía sexual y la ginecología, la figura que Paulina ofrece más bien es asexuada, y diremos que ella parece haberse quedado en un mundo de sexualidad bastante clínica. Al igual que muchas dirigentes feministas de la época, Paulina nunca se casó, no tuvo hijos y no hay sino rumores relativos a aventuras amorosas20.

Sin embargo, nada de ello significa que Luisi y otras como ella no sentían la carencia de un feminismo 'delmiriano' dentro de su visión más científica y casta. Se ve evidencia de esto en la comunicación epistolar que recibió Paulina desde Argentina, escrita por una vieja amiga y colega suya, la médica socialista Petrona Eyle. Varias cartas de Eyle tienen contenido sexual, como la de 1915 que cuestiona la falta de experiencia sexual en Paulina. Eyle escribió «¿Cuándo te vas a decidir a probar del fruto prohibido? ¿No dijiste tú una vez, que no pensabas morir sin haber probado? ¡Hay que probar en plena madurez y no en la vejez!»21. Es gracioso (y de alguna manera irónico) que Eyle recurriera a la naturaleza científica y curiosidad clínica de Paulina para tratar de convencerla que debía abandonar su castidad, aunque sólo fuese temporalmente. Pero en otra carta de Eyle, escrita diez años más tarde, cuando ambas ya estaban «en plena madurez», el tono es más serio:

... ¿pero tendremos alguna vez las mujeres derecho a ___ sin perder la reputación? ¿Será posible? Una mujer tenía una hija, y alguien le preguntó quién era el padre y ella con toda ingenuidad contestó «cómo voy a saberlo, he gustado tanto»!! Mientras tanto pienso que la mejor desgracia es nacer mujer22.


Podemos leer este pasaje como una lamentación y un reconocimiento de lo que se perdió, o se dejó de lado, en la lucha feminista centrada en lo político y legal, y como un reconocimiento de que la visión de mujeres como Delmira tiene que formar parte de una comprensión más amplia y completa de la emancipación femenina. Pero al mismo tiempo, en la época en que vivía y luchaba, esta vía de la liberación era todavía (o de nuevo) muy arriesgada. Parece significativo que en el archivo particular de Paulina Luisi se encuentren muchos recortes donde se informó del asesinato de Delmira; las fotos del escenario del crimen, ensangrado y desordenado, sirviendo quizás como un recuerdo del precio que muchas veces pagan las mujeres que se dejan salir del control de sus pasiones y sentimientos.




Conclusión

Establecer la relación entre una persona y su contexto social es una tarea ardua. Esto resulta más cierto cuando se discuten figuras con significado histórico, que se encuentran en los anales de la historia justamente porque se apartaron de la norma. En este caso, entender la relación entre estas mujeres particulares y su contexto histórico específico requiere de la comprensión más profunda del papel que desempeñó el discurso feminista en la sociedad uruguaya en las primeras décadas del Siglo XX. A pesar de que Delmira y Paulina vivieron fuera de la norma de lo que se consideró aceptable en su respectiva época, reflejaron los deseos cambiantes, yuxtapuestos y a veces contradictorios de mujeres que buscaron crear nuevos espacios para sí y su género en esa sociedad tan cambiante. Tanto Delmira como Paulina representan voces disidentes de mujeres que se rebelaron contra las restricciones que la sociedad les puso, aunque expresaron su desacuerdo de manera distinta. Si se coloca la voz de Delmira Agustini en su contexto ideológico e histórico y luego se le compara con la voz de Paulina Luisi, tenemos una mayor comprensión del trabajo de Delmira, lo mismo que algunas ideas del lugar complejo, contradictorio, pero sin duda central, que desempeñó la sexualidad en el discurso feminista de la época. Finalmente, vislumbramos algo de lo que se ganó y perdió en el proceso de forjar el movimiento feminista liberal moderno a principios del Siglo XX en América del Sur.






Bibliografía

  • Fuentes primarias y archivos:
    • Archivo Conamu, Montevideo.
    • Archivo Paulina Luisi, Biblioteca Nacional, Montevideo.
    • Derecho a la Vida, Montevideo.
    • Polleri, Amalia, Entrevista personal, 37 de Marzo de 1995.
    • La Verdad, Montevideo.
    • La Voz de la Mujer, Montevideo.
  • Libros y fuentes secundarias:
    • Acklesberg, Martha A. Free Women of Spain: Anarchism and the Struggle for the Emancipation of Women. Bloomington: Indiana University Press, 1991.
    • Agustini, Delmira. Correspondencia íntima. Montevideo: Biblioteca Nacional, 1969.
    • ——. Poesías completas. Buenos Aires: Editorial Losada, 1944.
    • Barrán, José Pedro. Medicina y sociedad en el Uruguay del novecientos. 3 tomos. Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 1993-1995.
    • ——. Historia de la sensibilidad en el Uruguay. 2 tomos. Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 1991-1992.
    • Larre Borges, Ana Inés, et al. Mujeres uruguayas. El lado femenino de nuestra historia. Montevideo: Alfaguara, 1997.
    • Luisi, Paulina. La enseñanza sexual. Montevideo: El Siglo Ilustrado, 1916. Un crimen social: la trata de blancas. Buenos Aires-Tribuna Libre, 1918.
    • Sapriza, Graciela. Memorias de rebeldía: siete historias de vida. Montevideo: Puntosur, 1988.
    • Varas, Patricia. «Lo erótico y la liberación del ser femenino en la poesía de Delmira Agustini». Hispanic Journal, 15:1 (1994), 165-184.
    • Zum Felde, Alberto. Prólogo, Delmira Agustini: Poesías completas. Buenos Aires: Editorial Losada, 1944.


 
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