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Cuando la princesa Gaetani presenta sus hijas a Bradomín: «-¡Ya las conoces! -Yo me incliné: -¡Son tan bellas como su madre! -Son muy buenas y eso vale más. - Yo guardé silencio, porque siempre he creído que la bondad de las mujeres es todavía más efímera que su hermosura». (Sonata de Primavera, pág. 34. Todas las citas de la Sonata remiten al vol. V de Opera omnia. Madrid, edit. Rua Nueva, 1942).

 

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Bradomín no sabe qué es el miedo. En una sola ocasión siente algo parecido. Es cuando el capuchino le avisa del robo de su anillo: «No lo dudéis, Reverendo Padre: Vuestras palabras me han hecho sentir algo semejante al terror. Yo juro seguir vuestro consejo, si en su ejecución no hallo nada contra mi honor de caballero».

 

113

Rubén Darío, Divina Psiquis, en Obras, edic. Aguilar, Madrid, 1941, pág. 590.

 

114

El reino interior (Prosas profanas), en edic. cit., página 529.

 

115

Véase Melchor Fernández Almagro, Vida y literatura de Valle-Inclán, pág. 220. Hay que conceder, por lo menos, que Valle ha dado al trozo una exquisita dignidad literaria que no posee el original.

 

116

Comp. «Al caer de la tarde, llegaron aquellas dos señoras de los cabellos blancos y los negros y crujientes vestidos de seda» (111). «La princesa incorporose lánguidamente, volviendo hacia mí el rostro todavía hermoso, que parecía más blanco bajo una toca de negro encaje» (97).

 

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Es muy ilustrador este testimonio de Azorín: «Lo que da la medida de un artista es su sentimiento de la naturaleza, del paisaje... Un escritor será tanto más artista cuanto mejor sepa interpretar la emoción del paisaje... Es una emoción completamente, casi completamente, moderna. En Francia sólo data de Rousseau, de Bernardino de Saint-Pierre. En España, fuera de algún poeta primitivo, yo creo que sólo la ha sentido Fray Luis de León en sus Nombres de Cristo». (La Voluntad, pág. 95, ed. Barcelona, 1902).

 

118

La aparición de un jardín análogo en la galaica Sonata de Otoño nos prueba su valor de cliché. Algo análogo ocurre con los galleguismos que emplean los pobres socorridos por María Rosario.

 

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La rubeniana Divagación (Prosas Profanas, ed. cit., pág. 476) refleja exactamente esta peregrinación histórica de los sentimientos: «Amo más que la Grecia de los griegos / la Grecia de la Francia... -Verlaine es más que Sócrates..., etc.»- El largo viaje sentimental que la poesía refleja guarda estrecho parentesco con las Sonatas. Rubén explica los caracteres de amores diversos: griego, francés, italiano, alemán, español, chino, japonés, etc... ¿No encontramos ya un anticipo de lo que serán las diversas localizaciones geográficas de las Sonatas?

 

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El primitivismo alcanza a detalles insospechados, en abierta fusión con otros elementos. La visión del pavo real, por ejemplo, es primitivismo en varios aspectos. Lo es en sí, por lo que tiene de color vivo, atrayente, pueril a fuerza de lujoso. Pero es, además, recuerdo pictórico. El rubeniano: El jardín puebla el triunfo de los pavos reales, de la Sonatina, evoca, allí, con los elementos que le rodean, la vaga, imprecisa zona de ensueño de una princesa literaria. Valle-Inclán lo emplea también: «Desde el salón distinguíase el jardín, inmóvil bajo la luna, que envolvía en pálida claridad la cima mustia de los cipreses y el balconaje de la terraza, donde otras veces el pavo real abría su abanico de quimera y de cuento» (128). Aparte de la literatización del ave como símbolo, está su recuerdo plástico. Pavos reales hay en primerísimos ejemplares de la pintura italiana primitiva: la Anunciación de Carlo Crivelli, o el San Jerónimo de Antonello da Messina, por ejemplo. En el primero, concretamente, el pavo real se exhibe sobre una hermosa balaustrada renacentista, mientras un revuelo de palomas -también motivo de la Sonata- cruza el ángulo opuesto. Otros ejemplos, entre muchos, de inspiración plástica: «El tardo paso de las mulas me dejó vislumbrar una Madona: Sostenía al Niño en el regazo, y el Niño, riente y desnudo, tendía los brazos para alcanzar un pez que los dedos virginales de la madre le mostraban en alto, como en un juego cándido y celeste» (19). -«Al verla sentada al pie de la fuente, sobre aquel fondo de bojes antiguos, leyendo el libro abierto en sus rodillas...» (160). «-¿Tú acaso ignoras que mi mayordomo es un gran artista? -El viejo se inclinó: -¡Un artista!... Hoy día ya no hay artistas. Los hubo en la Antigüedad» (116). [Al preguntarle a Polonio qué artes cultiva]: -«Todas, Excelencia. -¡Sois un nieto de Miguel Ángel!» (116). Recuérdese cómo María Rosario, rodeada de mendigos suplicantes, evoca inmediatamente la Santa Isabel de Hungría, de Murillo, en el Museo del Prado hasta hace poco: «María Rosario era una figura ideal que me hizo recordar aquellas santas hijas de príncipes y de reyes: Doncellas de soberana hermosura, que con sus manos delicadas curaban a los leprosos» (89).