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De «Hora de España» a «Romance»: historia de un desengaño

Rosa María Grillo


Dipartimento di Studi Linguistici e Letterari
Università degli Studi di Salerno



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Gracias a una lista preparada por el escritor Waldo Frank para el Gobierno inglés, unos intelectuales españoles reunidos después de la caída de Barcelona en el campo de concentración de Saint Cyprien, pudieron embarcarse en el Sinaia1, con destino a Ciudad de Méjico, adonde llegaron el 13 de junio de 19392. En dicho elenco resaltaban los nombres de los miembros del llamado «grupo de Hora de España»3, los mismos que, otra vez juntos, en el Méjico liberal del Presidente Cárdenas, sólo seis meses después, habían de fundar la revista Romances.

Hora de España4 (23 números, Valencia 37-Barcelona 38), nacida, como rotula el subtítulo, «Al servicio de la causa popular financiada por el Ministerio de Educación Pública, Subsecretaría de Propaganda, sufrió en su vida sólo cambios mínimos, ocasionados por los sucesos bélicos, como el traslado de Valencia a Barcelona o la alternancia, en la redacción, de los fundadores (A. Sánchez Barbudo, R. Gaya, J. Gil Albert, R. Dieste, M. Altolaguirre) con los colaboradores y amigos (A. Gaos, A. Serrano Plaja, L. Varela, M. Zambrano, R. Alberti, J. Herrera Petere, E. Prados y Quiroga Pla).

Hora de España se caracteriza por la distancia que la separa de la guerra, aunque dos secciones fijas, Comentarios y Testimonios, traten de la situación política nacional e internacional. En el Propósito (N.º 1, enero 1937) los redactores reivindican el papel desempeñado por la revista:

Es cierto que esta hora se viene reflejando en los diarios, proclamas, carteles y hojas volanderas, que día a día flotan por las ciudades. Pero todas esas publicaciones5 (...) se expresan en tonos agudos y gestos crispados. Y es forzoso que, tras ellas vengan otras publicaciones que, desbordando el área nacional, pueden ser entendidas por los camaradas o simpatizantes esparcidos por el mundo, gentes que no entienden por gritos como los familiares de casa, hispanófilos, en fin, que recibirán inmensa alegría al ver que España prosigue su vida intelectual o de creación artística enmedio del conflicto gigantesco en que se debate.

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Quiere ser, en suma, una revista cuyo «objetivo central (...) que está logrado, fue el de cubrir el vacío que hubiera quedado sin ella al cesar de aparecer todas las publicaciones de índole intelectual en julio del 36»6.



En realidad, esas premisas parecen ser respetadas, gracias a un «momento mágico» que paradójicamente, vivió tanto el intelectual español durante la guerra civil en documentos colectivos (el ya citado Propósito, los editoriales, la Ponencia colectiva -leída en el II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas7 y publicada en el N.º 8 de la revista, firmada por A. Sánchez Barbudo, A. Gaos, A. Aparicio, A. Serrano Plaja, A. Souto, E. Prados, E. Vicente, J. Gil Albert, J. Herrera Petere, L. Varela, M. Hernández, M. Prieto y R. Gaya), como en artículos individuales, se reivindica para el intelectual un papel no subalterno con respeto a las exigencias de la guerra y de la política. Es posible adherir a la Revolución que se está realizando en España sólo por cuanto, según los redactores, constituye una revolución total que aspira a la realización integral de los valores del humanismo. La ya citada Ponencia colectiva, los escritos de A. Machado que encabezan cada número de la Revista, los intercambios de opiniones entre Gaya y J. Renau (N.º 1, 2 y 3, enero, febrero y marzo 37) y entre A. Sánchez Barbudo y Guillermo de Torre (N.º 7, julio 37 y «SUR». N.º 30, marzo 37 y N.º 36, octubre 37), reflejan la vital aunque efímera convergencia, entre compromiso político y tareas intelectuales y el deseo de crear un tipo de literatura popular artística, posible sólo, según Gramsci, «cuando el sentimiento popular sea vivido como propio por los artistas»8.

Las antinomias entre libertad de creación y necesidad de servir a la patria, también con sus propias elaboraciones artísticas, es decir entre arte culto y arte popular, arte sin adjetivos y arte dirigido, parecen resolverse en la práctica gracias a la identificación del artista con el pueblo y con el combatiente. M. Zambrano, que ya en aquel entonces9 lúcidamente señalaba los peligros de esa convergencia, ha reconocido sucesivamente que: «lo que de un modo privilegiado da a ver ante todo Hora de España es la creencia de que la suerte del pueblo y la suerte del pensamiento eran una y la misma en España»10.

El pueblo, en cuanto depositario de la «sabiduría popular» y productor él mismo de cultura, representa el complemento de la intelectualidad republicana, el guía para recobrar la perdida integración entre hombre y artista, integración que ahora, como se dice en la Ponencia: «se produce espontáneamente, como un regalo, cosa que no podía suceder en tanto que no llegase este mismo momento».

Los jóvenes redactores de Hora de España aspiraban a realizar una revolución cultural y artística que fuera el reflejo de esa otra democrática y burguesa, que el país había intentado en el 800 y que parecía haber cuajado en los primeros años de la República. Según su punto de vista, el poeta podía ser el vate y el cantor de la revolución, ya que el arte verdadero tiene un   —187→   carácter intrínsecamente progresista, independiente de la consciente decisión de ponerlo al servicio de una causa o de un partido.

El último número de la revista, el 23, «acabado de imprimir en enero del 39, quedó encerrado dentro de la imprenta (...) Enterrada viva, pues, se quedó esta Hora (...) Sólo de ella podíamos llevarnos el aliento, el espíritu»11.

La convicción de los redactores de haber alcanzado su propósito está expuesta en el último editorial, dedicado a Madrid:

Un pueblo que por sí y ante sí, sabe enfrentarse con la muerte humana (...) Al saludar a Madrid en esta fecha abrigamos a nuestra esperanza en el pensamiento de que siempre que en una agonía con sangre y angustia, se ha conquistado algo trascendente, nunca se ha perdido por completo.



Esa esperanza los acompaña en las dolorosas peripecias en tierra francesa y en el exilio mejicano.

A. Sánchez Barbudo, J. Gil Albert, R. Gaya, L. Varela y J. Herrera Petere no bien llegaron a Méjico, empezaron a colaborar en la revista Taller12 en otras iniciativas culturales13. Muy pronto, consiguieron publicar Romance. Revista popular hispanoamericana (24 números, febrero 40-mayo 41), financiada por EDIAPSA (Edición y distribución Ibero-americana de publicaciones), empresa de capital mejicano pero dirigida por refugiados españoles, que impuso como director a J. Rejano, otro exilado que no era miembro del grupo de Hora de España. Redactores fueron Sánchez Barbudo, Varela, Prieto, Herrera Petere y Sánchez Vázquez. Nunca hubo problemas entre los fundadores y el Director: su único privilegio era el de escribir los editoriales («Espejo de las Horas»).

En cambio, poco a poco, se fue concretando un proceso de incomprensión entre la empresa por una parte, y el Director y los redactores por otra, que ocasionó primero el alejamiento de Sánchez Vázquez y Herrera Petere y culminó por fin en el abandono de la revista por parte de los demás. La empresa explica lo sucedido aludiendo a «imperiosas realidades de carácter económico» (N.º 17, octubre 40), en cambio Sánchez Barbudo ha revelado14 el intento de EDIAPSA de imponer como Director al escritor mejicano Martín Luis Guzmán. Aparentemente nada cambió, ni en el aspecto tipográfico ni en la estructuración de la revista. En realidad, el N.º 17 marca una fractura profunda. Sin embargo nosotros vamos a ocuparnos sólo de la primera etapa, porque la segunda ya no tiene ningún enlace con Hora de España15.

Carácter común a editoriales, artículos y ensayos es la tendencia enciclopédica, y no la afirmación de principios individuales de autónoma elaboración. Romance se proponía reflejar el mundo hispanoamericano, sea a través de sus intelectuales, que integraban numerosos el «Consejo de Colaboradores», sea desde el punto de vista del grupo de exilados, implicados,   —188→   a pesar suyo, en este «nuevo descubrimiento de América» en que «los nuevos descubridores no fueron (...) colonizadores, sino que se sintieron 'ganados' espiritualmente por los nuevos países en los que vieron una prolongación de la cultura de su país de origen»16. Un nuevo descubrimiento que permite superar definitivamente las contiendas seculares entre metrópolis y colonias y el antiguo concepto imperialista de hispanidad. Esa actitud se expresa ya en el título, Romance símbolo no sólo de un idioma común sino también de una estructura poética que une países tan lejanos y que renace cada vez que un pueblo lucha por su independencia17. Pero la aspiración a la dimensión continental no invalida la definición de Romance como revista «de neta fisonomía y condición exiladas»18. El compromiso político y cultural de sus redactores es evidente, sobre todo en las obras de creación, que, por obvias razones, no podemos analizar aquí. En cambio, cuando se habla de la guerra civil o del fascismo internacional, no se toma nunca una actitud definida. En los editoriales del N.º 8, «En defensa de la paz», y del N.º 2, «Democracia efectiva», se invoca la paz sin hacer distinciones entre los beligerantes y se expresa un concepto de cultura que ya no se identifica con la lucha antifascista y la revolución.

Esa actitud, que hubiera podido constituir un punto de arranque privilegiado, una afirmación apriorística sobre el primado de la cultura y su internacionalismo, en cambio nos revela el talón de Aquiles, ya que es el resultado de una racional decisión de quedarse al margen de todo compromiso y de no tomar posiciones definidas.

En efecto la orientación de los redactores oscila entre el deseo de dirigirse al mundo hispanoamericano y la voluntad de no perder su identidad de grupo. Sánchez Barbudo recuerda cómo, recién llegados, los exilados quisieron imponer sus gustos y opiniones:

Era el nuestro (...) un españolismo absorbente, incluyente, declarado; y aunque nada imperial, claro es, era arrogante (...) Pronto hubimos de advertir que (...) no era posible seguir manteniendo esa actitud, y que había que disimular, no espantar demasiado. Esa decisión de cortar las alas a ciertas fantasías se refleja en Romance bastante bien19.



Pero ese cambio de orientación deja en el lector la amarga impresión de un silencio forzado, de un desarraigo y, en fin, de una disimulación.

El lema que acompaña al título, «La cultura no se hereda ni se transmite, se conquista», inspirado en la frase famosa de Malraux20, es el último grito de una inteligencia ya vencida por las fuerzas reaccionarias, que continúa su lucha, en el plano intelectual, para rehuir otra derrota, la de la subordinación a intereses extraartísticos.

Se puede definir Romance como una revista cultural en sentido amplio, pues gracias a su carácter enciclopédico propuso una noción moderna y popular de la cultura que incluyera, además de la literatura, las ciencias y las artes, la economía y la política, es decir, las materias que alimentan la   —189→   compleja estructura del humanismo moderno. Por lo ya dicho, la revista no fue sectaria ni en la esfera política ni en la cultural, no quiso ofrecer certidumbres o soluciones definitivas, sino sólo interpretar los temas fundamentales de la tradición y de la historia española e hispanoamericana a la luz de la nueva situación social, política y cultural internacional. Como ya en aquel entonces notó J. Marinello:

Las calidades concentradas de Romance han logrado un difícil, un inesperado equilibrio. La revista está a igual distancia de la mala publicación política hecha por literatos -vaguedades generosas, gritos que no maduran ni en el hombre ni en el arte- que del periódico especializado y circunspecto, que huye, como los archiveros, del sol y del mar. Por primera vez en América y en España tenemos una revista en que el aire del tiempo, inquieto, ágil, cambiante, no se lleva en su curso gracioso la firme preocupación investigadora y ensayista21.



Difícil equilibrio, posible sólo por cuanto los redactores habían renunciado a su compromiso, directo, político y cultural:

No teníamos en verdad ningún programa claro, viable que presentar, y menos en América y recién llegados. Pretendíamos que nos uniera un declarado amor y respeto al «pueblo» y un vivo deseo de paz y de justicia y un vago y general antifascismo22.



Acabada la guerra, se ha quebrado el sueño de las ósmosis entre los intelectuales y el pueblo, mágicamente realizado gracias no sólo al acercamiento del intelectual a las masas, sino sobre todo gracias al renacimiento, de matriz romántica, del pueblo-poeta, de la poesía anónima y popular. «El cemento político de la guerra civil» había conseguido, sólo por un momento, conducir «a rápidas y transitorias convergencias» dos mundos, dos lenguas destinadas, a pesar de todos los esfuerzos hechos, «a quedar mutuamente inalcanzables»23. Una barrera se había interpuesto no sólo entre los exilados y su patria, sino también entre una experiencia vivida cabalmente, sufrida y entusiasta, y la situación del momento. Realmente se ha agotado un ciclo, se ha interrumpido una parábola24, se ha vuelto atrás, a una postura menos arraigada en el tejido sociocultural. Es decir, entre Hora de España y Romance es posible percibir un retroceso hacia posiciones más moderadas: el empuje revolucionado causado por la irrupción de las masas en la vida cultural y política, la ecuación simplificadora pero simbólica cultura-pueblo, han sido remplazados por decidida diferenciación entre la individualidad creadora y la «inmensa minoría» y entre activo compromiso de lucha y genérico antifascismo democrático. Aquella revolución ideal, tendida hacia una sociedad en que todo podía coincidir con el pueblo y en que era posible actuar en su nombre, ha dejado amargamente su puesto a una más madura conciencia de los límites de aquella juvenil adhesión.

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Vamos a comparar, para ejemplificar lo dicho, los Propósitos de ambas revistas. En el primero, notamos una vibrante participación emotiva al clima de guerra, que se refleja en la elección del nombre:

Quede, pues, en Hora de España, y sea nuestro objetivo literario reflejar esta hora precisa de revolución y guerra civil... Nuestro pensamiento es esto: si es la hora del alba, nuestros actos serán levantarnos, agarrar las herramientas y empezar la tarea de esta hora... Si fuera la hora del mediodía o la del ocaso, nuestros movimientos serían otros, y también los sonidos. Creemos, en suma, que la hora manda. Y debemos atender lo que nos manda la Hora de España.



En el Propósito de Romance, en cambio, notamos un firme rechazo de la posible implicación de la microestructura de lo cultural en la macroestructura de lo social:

Sin carácter de grupo ni de tendencia, pero claramente partidaria de un aspecto esencial de la cultura: su popularización, Romance aspira a recoger en sus páginas las expresiones más significativas (...) del movimiento cultural hispanoamericano. Quisiéramos (...) hacer que renazcan las condiciones en que se creó (el romance) y es la más importante de todas, creemos, la comunión leal entre los pueblos y los hombres, que en las diferentes manifestaciones de la cultura dan forma a su sensibilidad, universalidad a su pensamiento.



Pero pacifismo y universalidad de la cultura son utopías, y esos mismos intelectuales ya los habían rechazado, colectivamente, en la citada Ponencia colectiva:

Porque, efectivamente, somos humanistas, pero del humanismo éste que se produce en España hoy. Del que recoge la herencia del humanismo burgués, menos lo que este último tiene de utopía, de ilusión engañosa sobre el hombre y la sociedad, de pacifismo, de idealismo en desuso y casi pueril; no podemos fiarnos de esta época de guerra, que sólo nos permite, entrever el fin de las guerras capitalistas y el advenimiento efectivo de la paz, por la revolución.



En el campo específico de la cultura y de la función del intelectual, ese cambio resulta evidente al comparar dos escritos de Sánchez Barbudo que, por ser promotor y fundador de ambas revistas, ejemplifica no sólo su actitud individual, sino también la de las dos revistas. En Hora de España había afirmado que:

Existe una mecánica de la Historia; el arte y el artista tienen un fundamento material y responden, por tanto a una época, a una clase social, a unas condiciones de vida, pero esto en nada cohíbe ni decide la inspiración, el último soplo, lo único que el artista defiende como propio e intangible es como si en una gran red que fuese la historia,   —191→   en un complicado mecanismo, una malla, una parte acotada, se destinaran al arte25.



En un artículo publicado en Romance, en cambio, Sánchez Barbudo señala como deber del artista el de:

enriquecer al pueblo con el fruto de su pensamiento o de su sensibilidad. La obra de arte sólo tiene sentido cuando va dirigida al hombre, a todos los hombres, aunque sea a los hombres de un remoto porvenir. El consuelo de un artista, lo que palia su tormento, es saber que su obra sirve. Que sirve, naturalmente, al espíritu26.



La circunstancia orteguiana, pero también el concepto de estructura y superestructura, el reconocimiento del deber de obedecer a «lo que la hora manda» han desaparecido de la poética del escritor español.

Existe, es cierto, una semejanza entre las dos revistas, y no sólo por la presencia de los mismos hombres sino porque, como una vez más recuerda Sánchez Barbudo:

Lo mismo que en Hora de España luchábamos por apartarnos (...) de los dos polos opuestos del esteticismo desvitalizado y de la demagogia, superficialidad y tosquedad. Y aspirábamos a menudo a una síntesis entre lo objetivo, la descripción y el espíritu, la impresión personal27.



Pero, mientras que en la revista del 37 la búsqueda de la calidad y de la síntesis se alimentaba con una fortísima participación y una real identificación con el pueblo, en el 40 la elección de «popularización de la cultura» se parece más a un racional planteamiento que a una exigencia vital.

Hora de España y Romance ejemplifican la parábola humana o ideológica no sólo de aquel grupo de intelectuales que las había creado, sino de la misma España republicana. Es por eso que quien ve en la segunda una continuación de la primera, tan entrañablemente atada a su «hora» y no obstante tan universal y atemporalmente válida, nota una modificación, una renuncia, quizá una derrota.





 
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