Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

De la alegoría como camino para penetrar la realidad

Elvio E. Gandolfo





Daniel Moyano, El vuelo del tigre, Barcelona, Legasa Literaria, 1981, 172 págs.

La principal preocupación de gran parte de la narrativa argentina publicada en los últimos años es enfrentar el tema espinoso y elusivo de la historia inmediata. En algunos casos (Jorge Asís, Enrique Medina) se hace una referencia precisa y verificable a ese período «del que no puede hablarse»: figuran nombres propios, fechas, siglas de agrupaciones políticas, jerga y temática urbana. Otros en cambio filtran el mismo material a través de estructuras narrativas menos transparentes. Es el caso de novelas como La vida entera de Juan Carlos Martini, o El vuelo del tigre de Daniel Moyano, donde entran a jugar elementos simbólicos y alegóricos, en un intento por penetrar desde otro ángulo esa realidad cuyo núcleo significativo se resiste tenazmente.

Lo que cuenta El vuelo del tigre es la destrucción de la vida cotidiana de la familia de los Aballay a partir de la llegada de un interventor, un Salvador, un dictador de reglamentos que Moyano llama Percusionista. Moyano es violinista, los Aballay hacen música, pero los Percusionistas que caen sobre Hualacato, aunque sean integrantes de la orquesta, están más cerca del ruido caótico que de la armonía.

Los trece primeros capítulos describen el dominio del interventor. Para hacerlo, Moyano ha construido una compleja alegoría musical y lingüística, apoyándose como pocos en el valor de juego de las palabas, y en su posibilidad de ser usadas para la opresión. Por momentos toca con claridad poco frecuente los matices menos tratados de la realidad a la que aludimos al principio, como la postura del Percusionista ante un mundo desarrollado que hasta poco fue su cómplice y ahora se transforma en algo distinto y por lo tanto temible (capítulo IX). También aparecen de inmediato los reglamentos limitadores de toda sana cotidianidad: una comida, un paseo por el patio, hasta el sueño, se transforman en operaciones dificultosas, vigiladas.

Los Aballay resisten, sin embargo. Obligados al silencio, van elaborando un diccionario propio de gestos y miradas, a costa de sudores y hasta bajas muy concretas: recuerdan, pelean por no olvidar todo lo que se opone al Percusionista. Paralelo al mundo familiar (que tanta importancia tiene en la narrativa de Moyano, desde varios de sus cuentos hasta novelas como Una luz muy lejana, donde se repiten las familias abundantes y pobres, plagadas de tíos, primos y abuelos), está el mundo natural y animal. Ante todo los gatos, cuya mera existencia desespera al Percusionista y que son puntualmente dinamitados cada noche; después los pájaros aún más lejanos e inaprehensibles.

La lectura de los trece primeros capítulos angustia de un modo especial: el lector a la vez reconoce las situaciones y las experimenta distanciadas por la compleja estructura simbólica que las ordena, aunque los Aballay no dejen de emplear el humor para corroer lo que la voz meliflua y violenta del Percusionista quiere venderles:

«Explosión demográfica de América Latina era uno de los pocos conceptos que a fuerza de repetición se les había quedado grabado sin mezclas extrañas, aunque se les escapase su sentido.

[...] Algo que en los chicos se había convertido en un juguete. Lo usaban cuando jugaban a la escondida. En vez de decir te encontré, te encontré, está dentro del ropero, decían explosión demográfica de América Latina, y la alegría era tremenda. Sentían que estaban nombrando cosas misteriosas y secretas, con una especie de joya sonora que los dejaba deslumbrados. Nada menos que Explosión Demográfica (para colmo) de América Latina, qué placer increíble».



Los dos últimos capítulos cierran magistralmente la novela con la liberación de los Aballay. Acorde con el carácter múltiple de los anteriores esta liberación se aparta de toda fácil programática, y va más allá de las circunstancias superficiales para exponer casi una cosmovisión, en la que importa tanto el papel de los pájaros y los gatos como el de los hombres, y en la que se expone con alto voltaje poético la necesidad de una armonía con el mundo que le está vedada por completo al Percusionista.

El resultado final no está apoyado en un fácil optimismo. Es el fruto de la trabajosa tarea de lucha y adaptación por la que pasaron los Aballay en los capítulos anteriores, una estrategia que ya estaba cantada en la segunda página del libro: «Todo prohibido en Hualacato, pero la gente afina sus instrumentos en otro tono para no perder la alegría. Y a medida que se va prohibiendo cualquier tono ellos suben o bajan sus cuerdas, ya se sabe que la música es infinita».

Moyano ya había intentado captar alegóricamente la compleja realidad argentina en su anterior novela, El trino del diablo. El vuelo del tigre concreta sólidamente lo que allí estaba esbozado, y se transforma en una de las mejores novelas de la reciente narrativa rioplatense.





Indice