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De las exhortaciones que dexó escritas de su propia mano [fragmento]

Sor Francisca de Jesús






ArribaAbajoDe la paz y amor

La concordia y la paz de las unas con las otras, suplico de rodillas a los pies de cada una; y no lo escribo sin lágrimas, porque en esto está todo el bien de una congregación, y sin ello todo lo demás vale poco. Lo que a esta paz me parece que podría ayudar, sería hacer cada una muy de veras examen, a lo menos una vez en la semana, de las siete afecciones de su alma, y ver qué ama, qué aborrece, qué teme, qué espera, de qué se duele, de qué se alegra, y de qué se corre; y considerando para qué se las dieron, y cómo las ha empleado y emplea, hallará los daños que le han acarreado, y la mezcla que han hecho los vicios con las virtudes, y que lo que piensa ser celo, puede ser pasión; y lo que pensaba ser discreción, hallará que es disolución; y lo que pensaba ser prudencia, hallará ser soberbia; y lo que pensaba estar en orden, era puro desorden. De este conocerse el alma, nacen muchos bienes que causan la paz, porque viendo sus males, no cuida de los ajenos. Consérvase y crece en la humildad, con la perseverancia de este ejercicio; mortifícanse las pasiones que son causa de la discordia. Si con el ejercicio espiritual no se curan las entrañas, poco aprovecharán las cosas exteriores; como aprovechan poco las medicinas para la salud si el cuerpo no está vacío de humores.

Ayuda también a la paz y caridad el considerar cuán encomendadas nos las dejó Cristo; no parece que la ama quien por alcanzarla no hiciere todo lo que pudiere de su parte, como es pedirla en la oración, rogar mucho más por los próximos, a quien sintiere su voluntad menos inclinada, y que más le han agraviado: por los cuales no sólo en general debe rogar, sino también en particular por las necesidades suyas, procurando sentirlas y pesándole si no las siente.

También crece la caridad considerando lo que Dios ama a todos, lo que hizo por todos, y lo que a todos sufre: y que es bien amar lo que él ama, y tener en mucho los que él ha tenido en más que a su vida, y sufrir los que él sufre.

Ayuda también a esto considerar que en ello consiste nuestra salvación, y que sin amar a los prójimos, y perdonar a los enemigos, nadie se puede salvar. Y si esto es generosidad, ¿qué será en particular de nuestras hermanas, que Dios ha escogido de todo el mundo, para que juntas le sirviésemos y amásemos, y que por esto ha dejado cada una su padre y su madre, hermanos y todos los bienes temporales? Debemos, pues, con más razón amarlas íntimamente, teniendo por propio lo que a sus almas y a sus cuerpos, y a sus famas tocare, echando de nosotras todo pensamiento de sospecha, y contra la caridad, y tomando por costumbre rezar una Avemaría, por la que tuvimos tal pensamiento; porque el diablo se vaya confuso.

Callar los pensamientos y no darlos crédito, es gran bien, y mayor traer siempre a Cristo apasionado en la memoria, andando intenta el alma a no curarse de otra cosa. Nunca entran moscas en la olla que hierve, y entran siete demonios, como dice Cristo, en el alma que está vacante y ociosa, por más que esté limpia por la confesión, y aderezada por buenas obras.

También ayuda mucho, cuando vemos algún defecto en nuestro prójimo, usar del remedio que Cristo nos da, que no miremos tanto la pajuela en el ojo de nuestro hermano, que olvidemos la viga que tenemos en el nuestro.

Ejercitarse también en obras de caridad, hacer placer unas a otras, ayudarse en los trabajos, ofrecerse a ellos, y admitir con agradecimiento los que se ofrecen todo esto cría la caridad.

Dice nuestra madre santa Clara, en su Testamento, que el amor que se tienen las religiosas le muestren con obras.

En fin, el querer de veras tener paz es causa de la paz. Y sobre todo del amor de Dios, y del aborrecimiento de sí mismo, nace la paz que nunca se rompe. Porque de faltar estas dos cosas en las religiones, procede la falta de paz.

Aprovecha también, para conservarla, juntarse las religiosas en comunicaciones espirituales, y que sepan las unas lo que Dios obra en las almas de las otras; porque de aquí nace la propia confusión, y el tenerse en estima y reverencia las unas a las otras. Y también aprende la una de la otra lo que no sabía, y ayudan al provecho común, como miembros de un cuerpo el uno al otro.

Un cuidado deseo que tuviésemos todas, y es, de excusar todo lo que puede dar pena a nuestra hermana, aunque no sea más que el trocar una escoba en su lugar; porque es el demonio tan astuto, que se atreve a perturbar una alma con una niñería: y así debemos andar quitando siempre las ocasiones al demonio, cuánto más que parece imposible haber paz en congregación, donde la que es ofendida no tiene paciencia, y todas no se guardan en ofender la una a la otra. No pueden excusarse caídas en camino que está lleno de piedras si no procura cada una por su parte quitarlas, como la regla lo encarga.

El pedirse perdón las unas a las otras es muy necesario, y lo ruego por la pasión de Dios. Lean la regla, rúmienla, hablen de ella, que toda está llena de caridad; ella las enseñará por dónde se pierde la paz.




ArribaAbajoDe la oración

En la oración yo no oso hablar como mal ejercitada, sólo suplico la frecuenten con perseverancia, que si se allegan al Señor, él será su maestro. Pues yo que lo había de ser, aún me estoy en el deseo de ser discípula. Esto les suplico y pido tengan siempre en memoria aquellas palabras de la regla, que enseña el camino para la oración, donde dice: Amonesto, y mucho amonesto en el Señor Jesucristo, que se guarden las Sorores de toda soberbia, y vanagloria, y avaricia, envidia, cura y solicitud de este siglo, detracción y murmuración, disensión y división, y sean siempre solicitas de conservar y haber entre sí unidad de amor, que es el vínculo de la perfección. Y que sea ésta la preparación para la buena oración, muéstrase claro por lo que dice después (mostrando que ninguna cosa se debe preferir a la oración), y las que no saben letras, no se curen de aprenderlas; más miren que sobre todas las cosas deben desear haber el espíritu del Señor, y su santa operación, orar a Dios de puro corazón. Miren dónde viene a parar y adviertan cuán delicado es el espíritu del Señor, y cuán fácilmente se impide su santa operación, y la pura oración. Si el aprender a leer para el Oficio divino, sentía nuestra madre santa Clara ser impedimento, ¿qué será de las otras cosas? Estas palabras de la regla, y las que se siguen hasta el final del capítulo, deberíamos todas tener escritas en el alma, y mirarnos en este espejo, y ver cuán cerca o cuán lejos estamos del consejo de nuestra santa Madre; porque tanto le seremos hijas, y no más, cuanto obedeciéremos a sus palabras.

Con ellas doy fin a esta plática, suplicándoos, cuanto puedo, no las olvidéis, y las rumiéis, y tratéis de ellas, porque en ellas está la verdadera fundación, la cual plega a aquella piedra angular Cristo, en el cual toda edificación fundada crece, fundarla en sí mismo, para que sea firme y estable, y eternamente le sea dada gloria por ella, Amén.




ArribaA las oficiales

A las que tienen particulares oficios, pido lo hagan con toda fidelidad, acordándose que es cosa que Dios y la regla les ha encomendado y que han de dar estrecha cuenta de todo lo que tratan, espiritual o temporal. La casa es de Dios y de su bendita madre; grande será el mérito de la sierva fiel, y también por el contrario.

En tres cosas puede mucho merecer la que tiene oficio: la primera es ofrecer a Dios aquellos actos de obediencia, de manera que no se le pase un punto sin alguna ganancia espiritual. La segunda es traer a Cristo por compañero de sus trabajos, teniendo en la memoria cuán fielmente cumplió el su obediencia, cuán a gloria de su padre, y al común provecho nuestro. La tercera, que cada una, en su obediencia, revea en qué podrá cada día hacer caridad a sus hermanas, de manera que Dios sea servido, y el prójimo no sea escandalizado, pues somos obligadas a amar más las almas de nuestros prójimos que nuestros propios cuerpos. Más, suplico a las mismas que sigan el coro todo lo que pudieren, porque aunque la Abadesa les dé licencia (pensando que pues la pide hay necesidad), el supremo Juez pedirá la cuenta más estrecha. También les pido repartan el tiempo de tal manera en sus trabajos, que puedan algún rato después de comer, o en otra hora, recogerse a lo interior de su alma (aunque sea por espacio muy breve), sólo que no pase día en que el alma deje de abrir los ojos espirituales, para ver a su Dios, y conocerse a sí misma, y ver si va adelante por la gracia de Dios, o torna atrás por su miseria.





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