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Del aprovechamiento que se puede sacar de leer el libro de la llaga del costado de Jesús Nazareno [fragmento]

Sor María de Santo Tomás de Villanueva





Resta sólo le pongamos en la mano al contemplativo el principal libro para su meditación. Este libro, como llevamos dicho, es el libro de Jesucristo Señor nuestro; pero deseo y encargo ahora sea meditado con la reduplicación de Jesús Nazareno puesto en la cruz. Célebre y misterioso libro, escrito no en papel, sino en la misma carne; no con tinta, sino con sangre; no con pluma, sino con azotes, espinas y lanza, y que está escrito dentro y fuera en el alma con afrentosa muerte en las dos tablas, que son los dos maderos de la cruz; y en el que se leen sus virtudes, con especialidad su profunda humildad, su total desprecio, su continua paciencia, su ardentísima caridad, y, como dije, en cifra todas las virtudes; y que con todo ello se está presentando al Padre Eterno como memorial divino, pidiendo por la salud eterna de los hombres, por su justificación, y que también se presenta a ellos como mediador entre Dios y los hombres, y que quiere que no se olviden éstos de lo que tanto les va, sino que pongan en él los ojos como en un espejo, reconociendo lo mucho que les cuesta su salvación.

Así pues, entiendan todos en este libro que el apóstol san Pablo así decía: No me precio de leer en otro libro sino en el de Cristo Crucificado, ni sé ni pretendo otra ciencia sino ésta, y ésta me enseña, y ésta es la que siempre predico, porque yo predico a Cristo Crucificado.

¡Oh mi Jesús Nazareno! Este es aquel libro por el cual decís: En mis manos le tengo, Esposa mía, Iglesia santa. A lo cual se puede muy bien responder: ¿qué llagas son esas que tenéis en medio de vuestros pies, y vuestras manos, y divino costado? A lo cual dirá él: Estas no son llagas para mí, sino una escritura de mis amigos, y memorial suyo, que por no olvidarme de ellos los escribí en mis manos. De manera que la vida del Cordero Crucificado es libro donde los nombres de los escogidos se escriben, porque ella es la regla de todas nuestras acciones, y con ella nos debemos conformar. En efecto: a los que el Padre predestinó, quiso que fuesen conformes a la imagen de su Hijo; y es de advertir que predestinar es lo mismo que escribir en el libro de la vida, y nadie será escrito en él si no fuera semejante al Cordero; y si con gran dificultad alguno escribe en el mundo en libro de su honra a los mundanos, demandando para éstos grandes averiguaciones, y al cabo son pocos los aprobados, con no ser libro de vida, sino de muerte; no es mucho cueste algún trabajo y cuidado el escribirse en este libro de la vida verdadera, donde no se aprueban los leones ni los lobos, sino los corderos; y advierte que cuando se llegare al fin de esta caduca vida, y haya de comenzar la eterna, y se abra este libro, y no se halle allí tu nombre, te has de ver con gran confusión, aunque acá hayas tenido cetro y tiara, poseído riquezas y gozado de deleites; y entonces más te holgarás de haber sido cordero muerto que león vivo; y así, para no verte atajado entonces, bien te importa ahora algún cuidado en conformarte a la imagen de Cristo Crucificado, como lo hacía san Pablo.

Pero sepamos: ¿por qué no dice seamos escritos en el libro de la muerte de Cristo, y sí en el libro de la vida? Porque aunque el Cordero fue muerto, tiene libro de vida, y su muerte lo fue por nosotros: convino que muriese para que nosotros fuésemos escritos en él, de manera que no haya vida sino en él, mediante su muerte; y este libro de la vida se entiende según doctrina, y a la manera de lo que acá pasa, que aquello decimos que está escrito en nuestro entendimiento, que firmemente retiene la memoria; y así en Dios aquel conocimiento, con el cual firmemente a aquellos que están predestinados, da aquella firmeza, se llama libro de la vida; y como lo que está escrito en el libro me enseña lo que tengo que hacer, y por él me gobierno, así el conocimiento que «ab eterno» tiene Dios de los que se han de salvar, y de los medios por los cuales han de alcanzar la vida eterna, es sólo para Dios.

¡Oh Amado! ¡Oh Amado! ¡Oh Amado! ¡Oh dulzura de mi corazón! No por mis merecimientos, sino por tu infinita bondad, enséñanos; alúmbranos, a fin de que aprendamos a leer en el libro de la sabiduría de la llaga de vuestro amorosísimo y amantísimo costado. ¡Oh Amor dulce! ¡Oh deleite! A todos convido, de suerte que nos abraséis con la llaga de vuestro divino fuego. Y así abrasados y derretidos, y traspasados con la eficacísima suavidad, ¿cuándo abrirás a estos pobres mendigos, y les descubriréis el hermosísimo Reino que está dentro de ti, el cual eres tú con todas tus riquezas? ¿Cuándo me arrebatarás, y anegarás, y transportarás, y esconderás en ti, donde nunca más parezca? ¿Y cuándo, quitados todos los impedimentos y estorbos, me harás un espíritu contigo, para que nunca ya me pueda jamás apartar de ti, y que en solo ese divino pecho se me guarde justicia de amor?





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