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Cito el Tercer Abecedario Espiritual de fray Francisco de Osuna por la edición de M. Mir, NBAE, vol. 16, Madrid, 1911, tratado XI, c. 5, p. 499; los Sermones de la Virgen María y obras castellanas de Santo Tomás de Villanueva están en la BAC, Madrid, 1952, n. 96, p. 524. Orcibal (San Juan de la Cruz..., pp. 76-77), como siempre, ve como fuente el capítulo XIV del Directorium de Herp.

 

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«... lo que me parece indudable es que lo que San Juan canta es cupiditas y concupiscencia, amor hereos. Y la belleza. Al menos en el Cántico, no hay desasimiento ni conflicto, escisión ni abandono» (D. Ynduráin, Aproximación, p. 138); para la diferenciación entre cupiditas y concupiscencia, remito de nuevo a Pedro M. Cátedra, Amor y pedagogía, pp. 57-84, 113-141; también puede verse, para todo lo relacionado con los apetitos y su conceptualización en San Juan, el reciente trabajo de Miguel F. de Haro Iglesias, «Los apetitos: ¿Tendencias desordenadas o fortaleza del hombre?», en San Ignacio, Fray Luis y San Juan de la Cruz = Letras de Deusto, L (1991), pp. 249-262.

 

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El primer texto corresponde a los Triunfos del amor de Dios, Zaragoza, 1590, fol. 178 r; el segundo procede de los Diálogos de la conquista del reino de Dios, que cito por la edición de A. González Patencia, RAE, Madrid, 1946, pp. 290-291. Véase, en general, P. Groult, Les mystiques des Pays Bas et la littérature espagnole du seizième siècle, Librairie Universitaire, Lovaina, 1927, pp. 187, 252, 263.

 

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La obra de Venegas puede verse en la NBAE, XVI, esp. pp. 325 y 335; es muy interesante el IV Tratado. Saco las referencias del artículo de Aurora Egido, «El silencio místico y San Juan de la Cruz», en Hermenéutica y mística: San Juan de la Cruz, eds. José Ángel Valente y J. Lara Garrido, Tecnos, Madrid, 1995, pp. 161-195, esp., 172-173.

 

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No se olvide que la concupiscencia es consecuencia del pecado original, que se transmite porque todo nacido nace de concupiscencia carnal, como afirma, por ejemplo, San Agustín (Enchiridion, caps. 26-45). Sirvan los siguientes versos del beato Nicolás Factor como muestra de la pretendida condición estrictamente intelectual del amor: «Súbese el entendimiento / poco a poco a inteligencia /... / y ajeno de aquesta audiencia, / sólo el amor obra allí, / subiendo en muy alto grado, / cuando el alma sube en sí / sobre sí / que en su Dios se ha transformado» (apud M. Morales Borrero, La geometría mística del alma en la literatura española del Siglo de Oro, p. 135); cf. la Transformación del alma en Dios, de fray Juan de la Trinidad.

 

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Edición de J. Martínez de Bujanda, FUE-Universidad Pontificia de Salamanca, Madrid, 1974, pp. 170 ss.

 

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Véase, por ejemplo, la Expositio in Hierarchiam coelestem de Hugo de San Víctor, VI; cf. capítulo I, nota 53.

 

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Una source de la Spiritualité péninsulaire au XVIe siècle: La «Théologie Naturelle» de Raymond Sebond, Academia das Ciencias, Lisboa, 1953. Cf. F. Rico, «Raimundo Sibiuda», en su El pequeño mundo del hombre, pp. 96-101 y 315-316; también puede verse la Apologie de Raimond sebond, de Montaigne, ed. R. Aulotte, SEDES, París, 1979.

 

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«Les facultés de l'âme n'ont pas une autre essence que la substance même de l'âme; elles ne peuvent donc ni différer de l'âme, ni différer les unes des autres comme différeraient des essences distinctes» (É. Gilson, La philosophie de Saint Bonaventure, Vrin, París, 19842, p. 277). En tal sentido, San Buenaventura sigue a su maestro San Agustín cuando afirma que «Anima... secundum sui operis officium variis nuncupatur nominibus. Dicitur namque anima, dum vegetat; spiritus, dum contemplatur; sensus dum sentit... dum consentit voluntas»; en realidad, el texto es de Alquero de Claraval, aunque atribuido al obispo de Hipona (véase, de Alquero, De spiritu et anima, PL, 40, col. 788). San Juan, por el contrario, sí parece diferenciar sustancialmente las potencias; al menos, las estudia y describe a partir de diferentes componentes y tradiciones filosóficas.

 

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No es demasiado probable que para delimitar este concepto estuviese pensando en «la Oratio mal llamada De dignitate hominis» (F. Rico, ibid., p. 123) de G. Pico della Mirándola, donde se insiste precisamente en que la indeterminación es una de las más marcadas características del hombre según la concepción humanista (véanse las pp. 122-128 de la citada obra de F. Rico); con todo, es posible que conociera la oratio por referencias.

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