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Del monje ávido de lectura al apuntador idealista: los «Quijotes» serbios a través de los siglos

Jasna Stojanović





La historia de la recepción de Don Quijote en la literatura serbia dura aproximadamente 250 años. El primer autor que descubre la obra de Cervantes y la presenta a sus compatriotas es Dositej Obradović, el fundador de nuestra literatura moderna, gran viajero y ciudadano europeo avant la lettre. Desde entonces, la novela cervantina ha sido para los intelectuales serbios de varias épocas un libro de sabiduría y de filosofía y, en lo puramente literario, una fuente inagotable y modelo plurivalente de inspiración.

En esta ponencia, dejando de lado los numerosos y diversos ejemplos de la presencia cervantina/quijotesca y de su aclimatación en nuestras letras, nos proponemos enfocar algunas recreaciones del héroe cervantino en novelas creadas en los siglos XVIII, XIX y XX, tomadas como ejemplos típicos de un momento específico, pero también como muestras de la personalidad artística de sus respectivos autores. Asimismo, nuestro propósito es investigar de qué manera y hasta qué punto el legado cervantino ha sido creativamente transfigurado y qué características constantes de la personalidad de Don Quijote han resistido el paso del tiempo1.

Dositej Obradović, un espíritu ilustrado quien renunció a la vida monacal para dedicarse a estudiar, viajar, y organizar el sistema escolar en Serbia, plasma numerosos elementos del arte narrativo cervantino en su libro Vida y aventuras (Život i priključenija, I, 1783) (Stojanović 2005: 17-33). Es una obra a medio camino entre autobiografía y novela en la que el autor narra su vida desde la infancia. Es considerada por Jovan Deretić como precursora de la novela realista serbia (Deretić 1981:192). Para nosotros, no hay duda alguna que se trata de una novela quijotesca (Marthe Robert, 1967: 7), o, dicho con palabras de otro investigador, de un libro sobre «lectores adictos» (addicted readers, Stephen Gilman, 1989: 2).

De hecho, el protagonista, un novicio llamado Dimitrije, es un lector apasionado. Nos cuenta cómo, en vez de correr y de saltar con los demás niños, ya de pequeño dedicaba cada rato libre a la lectura, cómo «engullía y devoraba» las vidas de santos («gutao i proždirao»; Obradović 1982: 97), y cómo se aprendía todo lo leído de memoria: «[...] cada vez que estaba en la iglesia, me ocultaba en el altar y agarraba unos cuentos valacos o consejas y me entretenía leyéndolos hasta el final de las Horas. A cualquiera que quería escucharme, le recitaba de la mañana hasta la noche (cursiva J. S.) los cuentos de las vidas de santos»2 (Obradović 1982: 89; todos recordamos que Alonso Quijano se pasaba también las noches leyendo «de claro en claro» y los días «de turbio en turbio»). La lectura preferida del joven novicio eran las hagiografías, única materia novelesca de nuestra literatura de entonces, tan atractiva por sus rasgos fantásticos y maravillosos. Igual que ocurre con don Quijote, en la mente de Dimitrije empiezan a solaparse la realidad y la ficción, o, como confiesa él mismo, la cabeza se le llenó de «pensamientos varios, de opiniones y contradicciones» («svakojakih ponjatija, mnjenija i protivrečija»), y de una «confusión babilónica» («smuštenija vavilonskoga»).

Como su primo manchego, Dimitrije fantasea irse por el mundo para encontrar - no castillos, sino algún desierto o una cueva donde pasar el resto de su vida. Intenta escapar del monasterio dos veces, a escondidas y muy de mañana. Elige su nombre monacal inspirado por la vida de su modelo, en este caso ya no de un caballero de la estirpe de Amadís, sino de un caballero de Dios -San Demetrio de Tesalónica, cuya vida leyó apasionadamente. Obradović apunta:

[...] entre todas las vidas, preferí de lejos la de mi homónimo. La historia dice que, siendo niño de siete años, él también dejó a sus padres y se hizo monje [...]. Me gustó su nombre y determiné, una vez tonsurado y habiendo dejado mi nombre de bautismo, elegir el suyo. Fue exactamente lo que hice3.


(Obradović 1982: 101)                


En su libro cuenta además varios episodios humorísticos, resultado de su afán de imitar a los santos de la Iglesia:

Había leído en las hagiografías que hubo ermitaños que no ponían nada en la boca durante una semana entera, y otros incluso durante cuarenta días. Me esforzaba intentando alcanzar hasta el séptimo día, pero en vano; no aguantaba más de tres y el cuarto ya me tiritaban las rodillas, sentía un dolor estridente en el estómago y perdía la conciencia4.


(Obradović 1982: 147)                


En su libro Reflections on the Hero as Quixote, Alexander Welsh habla de «Quijotes adolescentes», refiriéndose a los protagonistas jóvenes de la literatura americana e inglesa del XIX (Scott, Dickens, Thackeray, etc.). Son personajes con rasgos quijotescos que, sin embargo, van desapareciendo conforme los jóvenes van creciendo y entrando en el mundo adulto. Welsh no conocía a Dositej Obradović; no obstante, su autobiografía está ideada según la misma fórmula: los primeros indicios de la maduración de Dimitrije se notan cuando se da cuenta de la mala influencia de sus lecturas piadosas y cuando decide abandonar el monasterio, en busca de conocimientos nuevos. Su maduración espiritual es simbólica para la cultura y la historia serbias en general.

El siguiente Quijote aparece medio siglo más tarde, o sea en 1838, en la obra de Jovan Sterija Popović Roman sin novela (Roman bez romana). El clásico de la literatura serbia, poeta, dramaturgo y novelista, Sterija creó con su Roman sin novela una antinovela que permitió a nuestra literatura tomar un rumbo completamente nuevo, el paródico-humorístico. Roman sin novela es una imitación burlesca de la literatura idealista, serbia ante todo (obras de Milovan Vidaković y de sus epígonos), pero también extranjera.

El protagonista de Roman sin novela es un caballero cómico, apodado «nuevo don Quijote» y «nuevo Amadís» (aunque Sterija no se refiere al héroe de Rodríguez de Montalvo, sino al del alemán Wieland). El rasgo principal que le aproxima al viejo manchego es la pasión por la lectura. Roman, según dice su nombre (roman significa novela en serbio), era desde el nacimiento predestinado para las «historias románticas» («romantičeske povesti», es decir la ficción idealista), y hecho a ellas gracias al cura del lugar, quien se las suministraba con regularidad: «Traía a su querido pupilo [...] cualquier novela que podía encontrar y se las leía diciéndole que ésa era la mayor alegría para el hombre, así que Roman [...] se enamoró tanto de la lectura de los libros fantásticos que no podía separarse de ellos ni a la hora de comer»5 (Popović 1982: 27). Ambos don Quijote y Roman tienen una imaginación fuera de lo común («poetičesko voobraženije»), así como un fuerte deseo de convertir la ficción en realidad. El personaje de Sterija tiene dos ídolos que pretende imitar: Velimir (prototipo del héroe sentimental, sacado de Velimir y Bosiljka / Velimir y Bosiljka de Vidaković), y Burjam (modelo del caballero valiente, de la novela Ljubomir en Elíseo / Ljubomir u Jelisijumu, también de Vidaković) (Flašar 1982: 121). Asimismo, el joven siente un afán pujante por recorrer mundo para buscar aventuras. Estableciendo una comparación cómica con los preparativos de Alonso Quijano (I, 1), Sterija cuenta cómo Roman, antes de salir, intenta valerse de un sable de madera y de un sombrero de papel multicolor («drvena sablja» i «klobuk od šarene artije»; Popović 1982: 25):

Su vestimenta podría equipararse a la del caballero más insigne [...]. Los pantalones, de un azul inmaculado y hechos según la última moda, el jubón, llegándole casi hasta las rodillas y hermosamente bordado, el casco en la cabeza -todo indicaba que Roman era de alta alcurnia, y, como seña de caballero, llevaba botas con espuelas. Un caballo joven y excelente, que cada pachá pagaría 10000 monedas, el sable afilado como un diente de serpiente, y a su lado derecho la alabarda y la lanza6.


(Popović 1982: 34)                


La verdad es que el caballo es una yegua, apodada «Rozinanta» (Rocinante, pronunciado a la alemana), y su dueño, a diferencia del manchego, un cobarde y un inútil, cuya única valentía consiste en roncar7 fuerte: «Tumbado sobre la oreja derecha, junto a sus armas, intrépidamente echa a roncar», se burla Sterija (Popović 1982: 34). Sus demás rasgos tampoco son muy caballerescos: es holgazán, soso, ingrato, cobarde y de poca moral. Lo demuestra cuando deja plantada a la hija del agá, Čimpeprič, quien le salvó la vida, enamorándose de él. En suma, Roman es exactamente opuesto al caballero leal y galán que pinta Cervantes en la figura de don Quijote.

En este libro humorístico, Sterija ridiculiza los esquemas narrativos de la ficción heroica y sentimental serbia (inspirándose en Cervantes, Sterne, Wieland, Rabener y Blumauer), proclamando que, en vez de esta literatura anticuada, ya era hora de escribir novelas según reglas más modernas.

Con el autor siguiente, ya nos adentramos en el período de la mayor popularidad de Don Quijote en nuestras tierras, el período romántico, que comienza en los años 60 del siglo XIX. Los héroes quijotescos se tiñen ahora de matices más serios e incluso trágicos, que revelan el cambio en la percepción del héroe cervantino, difundido por los románticos alemanes.

El novelista Jakov Ignjatović da vida a numerosos protagonistas siguiendo precisamente este modelo: crea individuos excéntricos que no encajan en la sociedad, unos incomprendidos y a veces rebeldes que, no obstante, son afables por naturaleza y amantes de la literatura. Pera Kirić, de la novela El novio eterno (Večiti mladoženja, 1878), es abiertamente comparado con don Quijote: es física y espiritualmente primo hermano del caballero manchego:

Era alto de figura. Derecho como un huso. El rostro alargado y extremadamente ovalado, enjuto y amarillento; los ojos negros, grandes, las cejas grandes, la frente larga; por delante bastante calvo; la mirada, altiva. Nada más verlo, diría uno: «Es el mismo don Quijote». Tanto se parecía a éste, o por lo menos a los retratos que de él hacían. Y lo más extraordinario es que tenía el mismísimo temperamento de don Quijote8.


(Ignjatović 1987: V, 261)                


Es un individuo original; vive solo, no tiene pareja y desatiende a su padre, a su hermano y al oficio familiar (el comercio). Tiene por única compañía a un criado, una especie de Sancho apenas esbozado. Sus rasgos más distintivos son su fuerte imaginación y su comportamiento insólito: «[...] las ideas de Pera, sus planes, eran raros, extraordinarios, que a menudo hacían reír a la gente, pero uno tiene que admitir que eran originales»9 (Ignjatović 1987: V, 261). Por dar un ejemplo, Pera decide construir una granja para curar caballos viejos y luego, una vez curados, venderlos; o este otro: después de morir su padre, insatisfecho con lo que ha heredado, determina serrar la casa familiar para dividirla en dos mitades, etc. El destino de Pera nos es contado con una mezcla de ironía y de compasión. Ignatović ve a su personaje como a un desdichado con vanas ilusiones; siente lástima por él, porque todo lo que emprende está destinado a fracasar: «Así vive Pera. De verdad, como Sísifo. Pero igual no desiste. Empieza para tropezar enseguida; empieza otra vez, y otra vez tropieza, y siempre así. Vivía una vida deplorable»10 (Ignjatović 1987: V, 261). Como don Quijote, una vez mayor, Pera despierta de su locura («Pod starost [...] došao k sebi»; Ignjatović 1987: V, 338).

Vasa Rešpekt (Vasa Rešpekt, 1875), otro personaje de Ignjatović, es un marginado que tampoco cuadra en la sociedad y que pasa buena parte de su vida en la cárcel. Tiene varias pasiones quijotescas, y la más destacada es la lectura. Vasa emplea las largas horas de encarcelamiento leyendo todo lo que le cae en las manos. Prefiere «las canciones heroicas serbias de los viejos "florilegios"» («srpke junačke pesme iz nekih starih "sobranija"»; Ignjatović 1987: V, 41) y los cantares sobre los jaiduks (insurgentes serbios que luchaban contra los Otomanos). Se enfrasca tanto en la lectura que identifica la ficción con la realidad: «Creía que todo lo que había leído sobre los héroes había acontecido justo como él lo había leído, aunque pareciera poco probable: Kraljević Marko matando a los árabes, las hazañas de Strahin-ban, Vasa no hubiera permitido que pudiera ser de otra manera»11 (Ignjatović 1987: V, 41).

Vasa es para su creador el prototipo del soldado perfecto. Es valiente y leal, apegado a ideales de libertad y de justicia, bondadoso y generoso con sus enemigos. Sin embargo, su carácter impetuoso e imprevisible hace que la gente le mire con recelo.

Otro primo de don Quijote podría ser Branko Orlić, protagonista de la primera novela de Ignjatović, Milan Narandić (Milan Narandžić, 1860-1862). Es un romántico par excellence, un idealista que se desenvuelve con dificultad en la vida real. Branko es diferente a los demás: afable en el trato con la gente, ingenuo en las cosas de amor, tolerante. Es un personaje que tiene en su compañero, el materialista Milan Narandžić, a su antípoda. Encontramos en las obras de Ignjatović numerosos casos de parejas donde se contrastan, casi según el mismo esquema, el idealista y el materialista12 y que demuestran cómo la tradición ha ido simplificando la compleja dialéctica de las relaciones amo-escudero de la novela de Cervantes.

Cien años más tarde, un patrón muy parecido todavía sigue en pie a la hora de imaginar héroes quijotescos. En la novela de Ratomir Damjanović La versión de Sancho (Sančova verzija, 1999) aparece otro inadaptado, también idealista y amante de la literatura, sólo que los tiempos ya no son heroicos (como a mediados del siglo XIX, cuando los serbios glorificaban el espíritu guerrero de la nación), sino más bien desgraciados. Este personaje, llamado Stefan Krilović, aborrece la guerra. Vive en los años 90 del siglo XX, en la época de la desintegración de Yugoslavia, cuando el conflicto bélico trae dolor y devastación en toda la región.

Stefan es apuntador en el Teatro Nacional de Belgrado. Su apellido es simbólico (krilo significa «ala»), y su aspecto perfectamente reconocible: Es «[...] alto, de ojos vivos, pelo corto, rostro enjuto, encorvado e inclinado al lado izquierdo, con una camisa amplia de color claro, que le cuelga en los hombros como en un palo»13 (Damjanović 1999: 10-11). Es un típico idealista que se consume por el arte, la belleza y la libertad. Se identifica con héroes de leyenda, de literatura y de vida; a ratos es Ícaro, Yoric o Hamlet, Colón o Van Gogh. No obstante, su identificación con don Quijote es la más fuerte: en el examen de entrada en la Escuela de Artes Dramáticas, pronuncia el monólogo del hidalgo cervantino14.

Los caminos de La Mancha que surca Stefan son en realidad las olas de un océano inventado. El joven tiene un caballo imaginado que en tierra se llama Rocinante, y en el agua Santa María (como la carabela de Colón). Es más, en su casa ha construido «un cachivache que se parece a un barco». Su mapa náutico, dibujado por su propia mano, registra islas que llevan nombres de escritores, pintores y descubridores: Poe, Vincent, Sézanne, Camus, Fiodor, Jozef K., Blake. En consecuencia, su historia es una historia de viajes y de aventuras, parecida a la de don Quijote; Stefan está en busca de su orilla, en busca del sentido de la vida. Detesta la dura realidad que le rodea e intenta evadirse de ella como sea. Por desgracia, sus «magos» no son imaginarios ni bienintencionados (como el párroco, el barbero o el bachiller Carrasco): se trata de los nacionalistas que propagan el odio y de la policía militar que envía a los muchachos al frente contra su voluntad: «Ellos quieren hacer la guerra. Yo, lo único que puedo hacer, es cantar cantos guerreros, interpretarlos como escenas teatrales [...]. Pero hacer la guerra -nunca»15 (Damjanović 1999: 201). Stefan intenta huir, primero refugiándose en el barco construido en su habitación, luego en el parque zoológico, en Nueva York y, finalmente, en la droga. Termina trágicamente.

Concluyendo, podemos deducir que en las letras serbias el modelo del héroe quijotesco se sigue utilizando desde finales del siglo XVIII hasta nuestros días. Resulta que en las novelas analizadas los rasgos preferidos de su carácter, por supuesto preformulados, han sido: 1) el amor por la lectura, 2) el deseo de convertir lo leído en realidad, 3) la inadaptación al entorno, 4) el idealismo (cualidad desarrollada especialmente por los románticos).

Cada uno de los Quijotes analizados refleja una época de nuestra literatura y su maduración a través del tiempo. Según hemos visto, la novela cervantina y su protagonista han servido de base para idear la historia de Dimitrije, novicio ávido de vidas de santos en el siglo XVIII (Ilustración), del caballero burlesco Roman a principios del XIX (Prerromanticismo), de varios inadaptados trágicos en la segunda mitad de la misma centuria (Pera, Vasa, Branko, Romanticismo), así como de un pacifista idealista a finales del segundo milenio (Stefan, Literatura moderna). Gracias a su carácter abierto y a su fuerza poética, el caballero cervantino, símbolo universal, ha servido y sirve todavía de matriz válida para la más variada gama de protagonistas y de narraciones.






Bibliografía

  • Damjanović, R. (1999): Sančova verzija. Beograd: SKZ.
  • Deretić, J. (1981): Istorija srpske književnosti. Beograd: Nolit.
  • Flašar, M. (1982): «Filološke i književno-istorijske beleške». En: Jovan Sterija Popović: Roman bez romana. Beograd: Nolit, 115-174.
  • Gilman, S. (1989): The Novel according to Cervantes, Berkeley: University of California Press.
  • Ignjatović, J. (1987): Odabrana dela, 1. Novi Sad: Matica srpska, Jedinstvo: Priština.
  • Obradović, D. (1981): Život i priključenija. Pismo Haralampiju. Beograd: Prosveta, Nolit, ZUNS.
  • Robert, M. (1967): L'Ancien et le Nouveau. De «Don Quichotte» à Kafka. Paris: Payot.
  • Popović, J. S. (1982): Roman bez romana. Beograd: Nolit.
  • Stojanović, J. (2005): Servantes u srpskoj književnosti. Beograd: ZUNS.
  • Stojanović, J. (2008): «El conflicto balcánico en una novela de corte cervantino: La versión de Sancho del escritor serbio Ratomir Damjanović». En: Tus obras los rincones de la tierra descubren. Madrid, Alcalá de Henares: Asociación de Cervantistas, Centro de Estudios Cervantinos, 709-718.
  • Welsh, A. (1981): «Adolescent Heroes». En: Alexander Welsh: Reflections on the Hero as Quixote. Princeton: Princeton University Press.


 
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