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231

Vide Max Henríquez Ureña, Breve historia del modernismo, México, F. C. E., 1954 (esp. pág. 17). Valiosa también en este sentido es la opinión de Roland Grass, «Notas sobre los comienzos de la novela simbolista-decadente en Hispanoamérica», recogido en El Simbolismo, ed. de J. Olivio Jiménez, págs. 313-327 (esp. pág. 325).

 

232

Walter T. Pattison, El Naturalismo español, Madrid, Gredos, 1969, esp. págs. 140-177. Excelente visión de la evolución de la novela a lo largo de las tres últimas décadas del pasado siglo en Sergio Beser, Leopoldo Alas: Teoría y crítica de la novela española, Barcelona, ed. Laia, 1972.

 

233

José-Carlos Mainer, «Unamuno, personaje de una novela de Felipe Trigo», Literatura y pequeña-burguesía en España (Notas 1890-1950), Madrid, Edicusa, 1972, págs. 59-76; la cita corresponde a la pág. 64. Se ocupa también de definir el «segundo naturalismo» Sergio Beser en la Introducción a J. López Pinillos «Parmeno», La sangre de Cristo, Barcelona, Laia, 1974, págs. 7-24.

 

234

Tinieblas en las cumbres, ed. de A. Amorós, Madrid, Castalia, 1971, pág. 262.

 

235

Ibíd., pág. 281.

 

236

Ibíd., pág. 283.

 

237

Sobre esta idea versa el trabajo de Carlos Zamora «La angustia existencial del héroe-artista de Ramón Pérez de Ayala: la caducidad de la vida», Boletín del Instituto de Estudios Asturianos, n.º 83 (septiembre-diciembre, 1974), págs. 781-94.

 

238

Sobre esta oposición vide el fundamental trabajo de Doris King Arjona «La Voluntad and Abulia in Contemporary Spanish Ideology», Revue Hispanique, LXXIV, 1928, págs. 573-671. Imprescindible también el art. de E. Inman Fox «La crisis intelectual de los jóvenes de 1898», en La crisis intelectual del 98, Madrid, Edicusa, 1976, págs. 211-237.

 

239

«Yo soy un rebelde de mí mismo; en mí hay dos hombres. Hay el hombre-voluntad, casi muerto, casi deshecho por una larga educación en un colegio clerical, seis, ocho, diez años de encierro, de comprensión de la espontaneidad, de contrariación de todo lo natural y fecundo. Hay, aparte de éste, el segundo hombre, el hombre-reflexión; yo casi soy un autómata, un muñeco sin iniciativas; el medio me aplasta, las circunstancias me dirigen al azar a un lado y a otro. Muchas veces yo me complazco en observar este dominio del ambiente sobre mí: y así veo que soy místico, anarquista, irónico, dogmático, admirador de Schopenhauer, partidario de Nietzsche.» (J. Martínez Ruiz, La Voluntad, ed. de E. Inman Fox, Madrid, ed. Castalia, 1968, pág. 267).

 

240

En el comienzo de La pata de la raposa, que enlaza directamente con Tinieblas..., aparece por primera vez citado Schopenhauer, al que Alberto atribuye una parte de la culpa de su crisis: «Hasta entonces, había buscado en el arte, además de un estímulo, una mitigación de sus cavilaciones, un abrigaño adonde acogerse olvidándose de la vida, como quiere Schopenhauer. Ahora, se le presentaba a los ojos del espíritu, con inconcusa certidumbre, la enorme ridiculez del arte, y se avergonzaba de haberse adscrito en serio a un juego tan pueril y vacuo.

Levantóse de la butaca, se acercó a un pequeño armario de libros y cogió algunos volúmenes de Schopenhauer.

-¡Viejo lúbrico y cínico; qué necio eres y cuánto mal me has hecho! -Y los arrojó al patio de luces.» (Ed. de A. Amorós, Barcelona, Labor, 1970, pág. 50.)