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ArribaAbajoEl Victor Hugo romántico en la España realista436

Francisco LAFARGA


Universitat de Barcelona

Aun cuando el estudio de conjunto sobre la presencia y la recepción de Victor Hugo en España -es decir, un estudio amplio y generoso en el tiempo y rico en profundidad y detalles- esté todavía por hacer, contamos ya con algunos estudios parciales, circunscritos a alguna época o a algún género u obra.

El período más atendido -como es natural- es el ocupado por el Romanticismo. Son conocidos -por su carácter fundador- los trabajos de Adelaide Parker y E. Allison Peers, de 1932-1933,437 que ofrecen un panorama bastante rico en detalles de la acogida de V. Hugo en España y de la influencia ejercida por su obra literaria hasta 1845, fecha que los autores justifican por su decisión de limitarse al período romántico y no adentrarse en la vasta cuestión de la inspiración más o menos directa que Hugo pudo ejercer en los neorrománticos.438 Con todo, la lista de traducciones que dan en apéndice llega hasta 1863.

Los trabajos de estos dos investigadores sirvieron de punto de partida a otros estudios que insistieron en los años sucesivos en aspectos -por lo general- concretos. El teatro aparece como el género privilegiado de la producción hugoliana, tanto en el ámbito de la teoría dramática como en el de las realizaciones, de un modo particularísimo Hernani.439

Son menos abundantes los estudios relativos a «Hugo en España» en la segunda mitad del siglo XIX y durante el XX. Salvo algunas excepciones, que abarcan períodos amplios,440 se trata de análisis puntuales, en relación con determinadas presencias hugolianas en escritores célebres, como Bécquer, Ayguals de Izco, Zorrilla o García Lorca,441 o con traducciones concretas, como las realizadas por Blanco Belmonte o por los Machado y Villaespesa.442

Tal vez la época más desatendida en el panorama de esta línea de estudio sea la segunda mitad del siglo XIX, y esa falta de atención resulta más llamativa cuanto que se trata de un período contemporáneo a V. Hugo, fallecido en 1885.

En las numerosas traducciones de nuestro autor publicadas a partir de 1850 -o sea, fuera de la época romántica- se encuentran versiones de obras contemporáneas -o casi-, aunque también las composiciones anteriores, del período plenamente romántico, tienen su lugar, tratándose en algunos casos de reediciones de traducciones anteriores.

Por el enfoque que me he propuesto en este trabajo y que queda reflejado en el título, no me ocuparé del primer tipo de traducciones mencionado, el de las obras contemporáneas, muchas de las cuales, como es sabido, contribuyeron a cimentar la imagen de un V. Hugo liberal, republicano y anticlerical que iba a tener amplia repercusión en los movimientos progresistas que se sucedieron en España a partir de los años 1860.

Me ceñiré a las versiones de sus obras realizadas entre dos fechas a mi modo de ver significativas en la historia de la traducción de V. Hugo en España: 1860 y 1886-1888. La primera corresponde a la publicación de las Poesías selectas de Victor Hugo por Teodoro Llorente, con prólogo de Emilio Castelar; la segunda, a la edición de las Obras completas de Victor Hugo en traducción de Jacinto Labaila.443 En el primer caso, se trata de un trabajo de juventud -tenía 24 años- de quien iba a ser uno de los grandes personajes del mundo literario español del último tercio de siglo; en el segundo, nos hallamos ante una obra magna y ambiciosa, ante uno de los raros ejemplos de traducción de obra completa de un autor extranjero moderno en España.

La versión de Llorente contiene, como valor añadido, un prólogo de Emilio Castelar -personaje, por otro lado, con distintas vinculaciones con V. Hugo-, en el que, tras hacer grandes elogios del autor francés («El nombre de V. Hugo eleva grandes ideas en la mente y despierta sublimes sentimientos en el corazón», p. 5), se refiere a la traducción del poeta valenciano, ponderando las dificultades que ha sabido vencer:

«En su traducción, que es bellísima, se conserva esa libertad, esa inagotable flexibilidad, esa riqueza de giros y de ideas que forman el carácter plástico del poeta. El que conozca a Victor Hugo en el original, su atrevimiento en las formas, su profundidad en el fondo, sus giros dificultosos, su originalidad, sus antítesis señaladísimas y profundas, su menosprecio de toda traba, sus continuos neologismos, la admirable facilidad con que pasa de un tono a otro tono, de un estilo a otro estilo; el que haya leído al autor en el original comprenderá cuántas dificultades habrá encontrado y habrá vencido su traductor para amoldarlo al genio acompasado, al metro armonioso, al ritmo grave, a la manera solemne y algo monótona, pero siempre majestuosa, de nuestra lengua. Pero ha salido de su empresa bien y la literatura española le debe este testimonio de agradecimiento.»


(p. 8)                


Con todo, el propio Llorente, haciendo años más tarde examen de esta traducción, es muy severo consigo mismo y sus palabras contradicen el tono amable y benévolo de Castelar:

«Veía claras y patentes las faltas de mi traducción. Para expresar con exactitud el sentido de la poesía original, descuidé la forma; no brillaban en ella la galanura y la gallardía propias de la versificación castellana. Arrepentime de haber dado a la estampa obra tan imperfecta.»444


De hecho, en la antología a la que pertenece esta cita los poemas de V. Hugo (que ocupan 80 páginas) son distintos de los incluidos en la versión de 1860.

Entre las traducciones publicadas en el período considerado sobresalen por su número las de piezas dramáticas, fenómeno nada sorprendente si se tiene en cuenta la inmensa fama de Hugo como autor teatral y la importancia del teatro como lugar idóneo para la experimentación del Romanticismo.

Tres dramas -Lucrecia Borgia, María Tudor y Angelo- se publicaron en 1868 en una gran colección teatral.445 Al final del volumen puede leerse una amplia nota sobre V. Hugo en la que se pasa revista a su formación literaria, a los inicios de su carrera y a su producción -especialmente en el género teatral-, y se hace una severa crítica a sus ideas literarias y a los principios de «la que se llamó escuela romántica».446

La actitud más que distanciada de los editores de la colección respecto del Romanticismo no impidió que incluyeran en la misma tres dramas de V. Hugo, amén de otros de A. Dumas.

Actitud algo más favorable se vislumbra en las palabras de Josep Roca y Roca, traductor del Ruy Blas publicado en 1875.447 Tras tributar grandes elogios al autor en punto al estilo, disposición de los elementos, fuerza expresiva y caracterización de los personajes, el traductor adopta cierto distanciamiento respecto del Romanticismo, aunque salvando al poeta y a su composición dramática:

«Escrito el drama en una época en la cual el movimiento ha absorbido a la reflexión, cuando el teatro se llena más por el afán de sensaciones que por el de embelesarse en la admiración de galas poéticas y de bellezas literarias, se comprende que se pague en el Ruy Blas preferente tributo a la moderna escuela, uno de cuyos apóstoles es su autor, y que desde la primera escena se deslice hasta el desenlace sembrado de efectos, de contraposiciones, de contrastes, creciendo y engordándose su interés [...]. Mas esta cualidad, a la cual otros autores suelen sacrificar las restantes condiciones de toda obra dramática, no eclipsa en el Ruy Blas bellezas de un orden distinto.»448


Otras producciones dramáticas publicadas en traducción en la época -sin pretender agotar el tema- fueron Ruy Blas (1878), Los burgraves (1881), pieza escasamente traducida dado su fracaso inicial en Francia, y dos volúmenes de Dramas (1884-1887), que contenían ocho piezas en una edición bellamente encuadernada y con la efigie de V. Hugo coronada de laurel.449 Mención aparte merecen dos ediciones bilingües, en italiano y castellano, de distinto signo. Una de ellas es el libreto de la ópera María Delorme, con música de J. Bottesini, representada en el Liceo de Barcelona en 1864;450 la otra es una versión de Lucrecia Borgia realizada para que la representara la diva italiana Adelaide Ristori en 1874.451

Del mundo novelesco del Hugo romántico se publicaron en la época que nos ocupa dos traducciones de Nuestra Señora de París: una de 1861 atribuida por Palau a Joaquín María de Tejada (que no he logrado localizar),452 y la de J. Alonso del Real de 1885, publicada, según reza la portada, «a los ocho días de la muerte de su autor»,453 excelente ejemplo de aprovechamiento editorial de un acontecimiento ampliamente difundido y comentado por la prensa, aun cuando debemos creer que el proceso de traducción se habría iniciado un tiempo antes.454 Esta edición cuenta con unos «Apuntes biográficos» que contienen algunos rasgos de su vida, de sus últimos momentos y de su testamento, así como la relación de sus obras. Van precedidos por una ardiente declaración de republicanismo por parte del editor Alonso del Real:

«Si no temiéramos ofender la veneranda memoria del gran poeta de la república universal, cuyo espíritu acaba de explayarse entre las inmensidades del espacio, con una fórmula realista, exclamaríamos: «¡Víctor Hugo ha muerto! ¡Viva Víctor Hugo!». [...] V. Hugo ha gozado de la inmortalidad a la que acaba de nacer después de haber presenciado la muerte de dos Imperios, la de dos reinados y dos restauraciones, en el claustro temporal de la republicana Francia de 1885.»


(p. V)                


También Bug Jargal, una de sus novelas de juventud, conoció dos ediciones en la época: una de ellas a partir de una versión anterior, publicada en 1840, y otra nueva, de 1881.455

La obra que, curiosamente, alcanzó enorme difusión, tanto en la época romántica como posteriormente -si nos atenemos al número de traducciones y ediciones- fue Le dernier jour d'un condamné. Su carácter de alegato contra la pena de muerte justifica su inclusión en un compendio carcelario, la Historia del Saladero de Francisco Morales Sánchez, publicada en 1870.456 Por otra parte, su carácter literario facilitó, a ojos de traductores y editores, su publicación conjunta con dos poemas de Espronceda de temática vecina (El reo de muerte y El verdugo). Así apareció, por ejemplo, en la versión de 1875 de Mariano Blanch, reeditada en 1879.457

Para terminar este rápido -e incompleto- repaso a la presencia editorial de V. Hugo en la España de la época mencionaré un curioso volumen de Perlas literarias, conjunto de pensamientos elegidos y traducidos por Eusebio Freixa en 1884, con el que se propone «popularizar en España por medio de un pequeño libro al alcance de todas las inteligencias y fortunas la esencia de las inmortales obras literarias producidas por el más grande de los pensadores contemporáneos».458

La obra que, según lo dicho más arriba, me servirá para cerrar esta época es la edición de Obras completas publicada en 1886-1888 en 6 volúmenes de gran formato con un total de 4.630 páginas. La obra va precedida de un «Estudio crítico-biográfico» (t. 1, pp. v-viii) fechado en octubre de 1886 y se concluye con una «Postdata» de octubre de 1888. En la primera, el traductor y editor Jacinto Labaila,459 tras establecer un paralelo entre Voltaire y V. Hugo, insiste en la relevancia del autor en los distintos géneros literarios, aduciendo citas de Zola, Castelar y otras autoridades, Y termina continuando un símil que Hugo había escrito en Notre Dame de Paris: «Si el Dante es en el siglo XIII la última iglesia bizantina y Shakespeare es en el siglo XVI la última catedral gótica, Víctor Hugo es en el siglo XIX el palacio de la Exposición Universal: en él se encuentran esparcidos en diferentes departamentos todos los elementos de la inteligencia en su estado de progreso» (t. 1, p. viii). La «Postdata» consta de varias partes en las que alude al proceso de traducción, a la estructura de la obra y al carácter y al genio de V. Hugo. En este contexto la más interesante resulta la primera, en la que Labaila enmarca su traducción y pondera las dificultades de la misma, empezando por la propia finalidad de su trabajo:

«Creemos haber dado a conocer a Victor Hugo en España bajo todos sus aspectos, siendo conocido hasta ahora sólo por las novelas, por algunas poesías y dramas, por fragmentos, por traducciones descoloridas o recortadas, o por su fama de apóstol de la democracia europea.»


(t. 6, p. 669)                


Se pregunta luego qué es traducir a V. Hugo, y responde:

«No creemos que sea traducir, literariamente hablando, concretarse a poner en castellano el significado material de cada palabra francesa y muchísimo menos tratándose de autor tan excepcional: traducirle literariamente es sorprender sus pensamientos al través de sus nebulosidades, sacarlos de la oscuridad en que están sepultados muchas veces, apoderarse de ellos y verterlos al idioma patrio. Traducir a Victor Hugo es no olvidar nunca el alto vuelo de su estilo y procurar que en castellano no aparezca nunca bajo y rastrero: esto en algunas ocasiones es dificilísimo de evitar, porque entremezcla con palabras marquesas palabras plebeyas -como él las llama-, palabras que si en francés, por la índole de la lengua, no deslucen el estilo, en castellano le hacen decaer y le empobrecen.»


(t. 6, pp. 669-670)                


Y alude luego a los conocimientos que se necesitan para traducirlo: «no basta poseer medianamente la lengua francesa para traducirle a conciencia; es necesario tener conocimiento de las palabras arcaicas [...]. No basta tampoco poseer el francés antiguo; se necesita además poseer varios idiomas: el latín, el castellano, el inglés, el alemán y el italiano [...] el que se atreva a traducirle debe ser literato y además de literato poeta...» (t. 6, p. 670). Dificultades que recuerdan las que el propio Hugo encuentra en la traducción de Shakespeare y a las que se refiere en el prólogo que escribió para las versiones shakespearianas hechas por su hijo François-Victor.460

La traducción de Labaila, a pesar de su carácter de «obra completa»,461 no agotó ni todas las posibilidades de la obra hugoliana ni el interés de las generaciones sucesivas por seguir traduciendo o retraduciendo a V. Hugo. Su relevancia radica en su propia magnitud y en el hecho de haber aparecido en los años inmediatamente siguientes a la muerte del autor, cerrando un período en la historia de la traducción de Victor Hugo en España.