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ArribaAbajoLa obra narrativa de Enrique Gaspar: El Anacronópete (1887)

Mª de los Ángeles AYALA


Universidad de Alicante

Aunque la literatura de ciencia-ficción808 es una modalidad que alcanza su pleno desarrollo durante el presente siglo, es obvio que los avances científicos y técnicos que se suceden durante la centuria precedente posibilitan la aparición de algunos autores y obras que pueden citarse como precursores de los relatos de escritores tan célebres entre nosotros como A. Huxley, H. G. Wells, D. Lindsay, J. W. Campbell, A. C. Clarke, G. Orwell. Se suele admitir como precedentes de la literatura de ciencia-ficción las obras de Mary Shelley -Frankenstein (1818) o El último hombre (1826)-, algunos relatos de Edgard Allan Poe sobre el tema del fin del mundo -Las conversaciones de Eiros y Chamoir- y fundamentalmente los libros de viajes fantásticos de Julio Verne: Viaje al centro de la tierra (1864), De la Tierra a la Luna (1865), Alrededor de la luna (1867), Veinte mil leguas de viaje submarino (1869), La vuelta al mundo en ochenta días (1873), etc. Obras en las que su autor, conocedor de los avances y aparatos científicos de la época, fantasea e imagina posibles conquistas y progresos para la futura humanidad. De esta forma el tradicional relato fantástico y maravilloso de procedencia romántica conoce una nueva modalidad donde lo fantástico no está vinculado a un orden sobrenatural, sino a la propia realidad de la época, a los conocimientos científicos alcanzados hasta ese preciso momento histórico. Desde esa base científica real el escritor de relatos de ciencia ficción proyecta su imaginación hacia mundos desconocidos o viajes extraordinarios, que son siempre presentados como algo posible y hasta probable en un futuro más o menos inmediato de la humanidad gracias a los continuos avances y conquistas de las ciencias.

En España los relatos de Shelley, Poe y Verne corrieron desigual fortuna, pues mientras apenas hay rastro de las obras de la primera, las traducciones y las reseñas son numerosas en lo que respecta a Poe y Verne.809 El magisterio del novelista francés es evidente, pues sin olvidar un precedente español -la novela Lunigrafía, publicada por el catedrático de matemáticas Miguel Estorch bajo el pseudónimo de «Krotse» en 1855-1857-, es, precisamente, a partir de la década de los años setenta cuando comienza a aparecer una serie de novelas que guarda una estrecha vinculación con el tipo de ficción creado por éste: Una temporada en el más bello de los planetas (1870-1871) de Tirso Aguinaga de Veca, Un marino del siglo XIX o Paseo científico por el océano (1872) de Pedro de Novo y Colson, El Doctor Juan Pérez (1880) de Segismundo Bermejo, los relatos de Juan Ginés y Partagás -Un viaje a Cerebrópolis (1884), La familia de los Onkos (1888) y Misterios de la locura (1890)-810 y la novela objeto principal de este trabajo: El Anacronópete811 de Enrique Gaspar, obra escrita en 1881812 y publicada seis años más tarde.

La figura de Enrique Gaspar, ciertamente olvidada por la crítica reciente, aparece vinculada fundamentalmente al arte dramático, pues en este campo es donde logró sus mayores aciertos. Recordemos, sin ánimo de ser exhaustivos, el éxito alcanzado con Las circunstancias (1867), La levita (1868), Lola (1885), Las personas decentes (1891), Huelga de hijos (1893), La eterna cuestión (1895), obras que suponen en el teatro de su época un acercamiento al realismo escénico, tanto por el lenguaje dramático empleado como por los temas y preocupaciones sociales que en ellas afloran. El teatro de Enrique Gaspar es un decidido intento por renovar el teatro de finales del siglo, tal como en su día reconocieron críticos como E. Pardo Bazán,813 J. Yxart,814 J. Cejador y Frauca815 y más recientemente L. Kirschenbaum,816 D. Poyán Díaz o Juan Antonio Hormigón, responsable, éste último, de la única edición moderna existente de un texto del dramaturgo: Las personas decentes.817 Sin embargo el teatro no es la única parcela literaria ensayada por Enrique Gaspar, ya que también escribió numerosos artículos periodísticos y composiciones poéticas que aparecen diseminados en los periódicos de la época,818 dos narraciones de viajes -Viaje a China (1887) y Viaje a Atenas (1891)- y varios relatos novelescos, entre los que cabe citar los titulados Castigo de Dios (1887), Soledad (1887), La Metempsicosis (1887), Pasiones políticas (1895) y El Anacronópete.819 Toda esta última producción literaria casi siempre es fruto de un abandono temporal de su auténtica vocación: el teatro.

Quizás a este respecto convendría recordar algunos datos biográficos de Enrique Gaspar (1842-1902), autor que, como otros muchos escritores de la época, se vio obligado a recurrir a la carrera diplomática como única salida capaz de paliar la situación de precariedad económica en la que se encuentra a pesar del éxito teatral alcanzado en los años inmediatos a la Gloriosa. En 1869, gracias a la protección de Adelardo López de Ayala, ministro de Ultramar en aquellas fechas, inicia un periplo diplomático por Francia, Grecia y China, que le mantendrá, salvo cortos periodos de tiempo, alejado de España durante el resto de su existencia. Este alejamiento físico, que le desvincula de la vida teatral madrileña, repercutirá negativamente en su carrera literaria, tanto por verse alejado de la sociedad cuya observación directa le proporcionaba la materia dramática, como por las graves dificultades que encontrará a partir de este momento para estrenar las obras teatrales que escribe durante su estancia en el extranjero. De ahí que, ocasionalmente, Enrique Gaspar abandone el teatro y desplace su arte hacia otros géneros, como sucede con el relato que nos ocupa, El Anacronópete, escrito durante su larga estancia en China (1878-1885), al ver cómo las obras que envía a los escenarios españoles -El mono, La línea recta, etc.- son rechazadas casi de forma sistemática.820

Frente a las obras de Julio Verne, que trata de explorar con su fantasía espacios vedados hasta entonces para el hombre, Enrique Gaspar se propone la exploración del tiempo, adelantándose con su obra a novelas que tendrán una enorme resonancia, como Mirando hacia atrás 2000-1887 de E. Bellamy, publicada en 1888, o La máquina del tiempo (1895) de H. G. Wells, otro de los maestros indiscutibles del género en los inicios del mismo. Como veremos al analizar la novela de Gaspar, éste se anticipa a la noción de viaje por el tiempo expresada por Bellamy e imagina, antes de Wells, la posibilidad de que un ingenio mecánico, a merced de la voluntad del hombre, sea capaz de desplazarse hacia una determinada época histórica seleccionada de antemano. Aunque sólo fuese por estas anticipaciones, la novela de Enrique Gaspar merece ser recordada.

La acción novelesca se sitúa en París, 10 de julio de 1878, justo en el momento en el que un español, don Sindulfo García, doctor en ciencias exactas, físicas y naturales, va a presentar, durante la celebración de la Exposición Universal, un revolucionario invento que ha sido bautizado con el extraño nombre de anacronópete y cuya significación nos aclara el propio protagonista de la novela:

«El Anacronópete, que es una especie de arca de Noé, debe su nombre a tres voces griegas: Ana, que significa hacia atrás; crono, el tiempo, y petes, el que vuela, justificando así su misión de volar hacia atrás en el tiempo; porque en efecto, merced a él puede uno desayunarse a las siete en París, en el siglo XIX; almorzar a las doce en Rusia con Pedro el Grande; comer a las cinco en Madrid con Miguel de Cervantes Saavedra -si tiene con qué aquel día- y, haciendo noche en el camino, desembarcar con Colón al amanecer en las playas de la virgen América».821



Los tres primeros capítulos están destinados a exponer las lucubraciones que dieron origen a la sorprendente máquina y que su inventor expone en una conferencia que pronuncia pocas horas antes de iniciar su desplazamiento por el tiempo. Enrique Gaspar en estos capítulos se apresura a justificar científicamente su invento, aludiendo los descubrimientos y avances astronómicos que el hombre ha alcanzado desde Galileo hasta el presente momento. En esta justificación pseudocientífica se observa el conocimiento que Gaspar posee de las teorías del célebre astrónomo y escritor francés Camilo Flammarion, personaje al que conoció en 1876 y con el que mantuvo una estrecha amistad. Las principales ideas científicas con que justifica el anacronópete proceden de este astrónomo preocupado en sus investigaciones por la topografía y constitución física de la Luna y de Marte, el movimiento propio de las estrellas y su distancia entre sí, el color intrínseco de los astros, las fluctuaciones de la actividad solar, las corrientes aéreas de la atmósfera... Conocimientos y conclusiones que Gaspar utiliza a su conveniencia para asentar el principio científico descubierto por el protagonista de su novela: el tiempo es la atmósfera que nos rodea, así que

«[...] Elévome, pues, al centro de la atmósfera, que es el cuerpo que se trata de descomponer y al que seguiré llamando tiempo. Como el tiempo para envolverse en la tierra camina en dirección contraria a la rotación del planeta, el Anacronópete para desenvolverlo tiene que andar en sentido inverso al suyo e igual al del esferoide, o sea de Occidente a Oriente».822



Enrique Gaspar reconoce de forma explícita la influencia de Flammarion en su novela, cuando en el capítulo IX de la misma incluye la siguiente referencia:

«Y efectivamente, los viajeros observaban la batalla de Tetuán con el orden cronológico invertido; como el héroe de Lumen de Flammarion veía la de Waterloo, al remontarse en espíritu a la estrella Capella».823



En las justificaciones pseudocientíficas también se puede observar que Enrique Gaspar se apoya en un profundo conocimiento de las teorías de Darwin sobre la evolución de las especies y que, de nuevo, convenientemente utilizadas le sirven para justificar filosóficamente el objetivo que persigue en su fantástico viaje: estudiar el pasado de la humanidad, ya que «mientras no tengamos conciencia del ayer, es inútil que divaguemos sobre el mañana».824 En el conocimiento del pasado está, para don Sindulfo, la clave del futuro. Este personaje no ofrece demasiados datos justificativos del funcionamiento de la máquina, dado que los asistentes a su conferencia conocen de sobra los componentes de los artefactos que se deslizan por el espacio gracias a los libros de Julio Verne. Sólo afirma que el motor del anacronópete se alimenta de electricidad, fluido que él ha logrado someter a su voluntad al lograr controlar su velocidad de propagación, lo que le permite que mientras

«el globo emplea veinticuatro horas en cada revolución sobre su eje; mi aparato navega con una velocidad de ciento setenta y cinco mil doscientas veces mayor; de lo cual resulta que en el tiempo que la tierra tarda en producir un día en el porvenir, yo puedo desandar cuatrocientos ochenta años en el pasado».825



Asimismo el aparato que neutraliza los efectos de viajar hacia atrás en el tiempo y que acarrearía irremisiblemente la desaparición de los viajeros, no es objeto de explicación científica alguna. Lo único que sabemos es que se trata de un artilugio capaz de generar unas corrientes de un fluido misterioso que tiene la propiedad de mantener la inalterabilidad de los viajeros.

Desde el inicio de la novela se aprecia un velado tono irónico y humorístico en la presentación del protagonista y su sorprendente invento. Registros que se manifiestan de forma rotunda a partir del capítulo IV, titulado, significativamente, de la forma siguiente: «Bajo una conquista científica se esconde un objeto mezquino». El narrador olvida los principios filosóficos, científicos y altruistas expuestos por don Sindulfo en los capítulos precedentes y ofrece al lector el motivo real que ha llevado al sabio español a promover semejante aventura: separar a su sobrina Clara de su novio, capitán de húsares, y obligarla a casarse con él en una época histórica en la que la mujer no hubiese alcanzado el derecho a oponerse a los dictados del hombre. Igualmente presenta a todos los integrantes del viaje, tanto a los que a hurtadillas se introducen en la máquina del tiempo -Luis y los diecisiete soldados que le acompañan-, como a los que de manera oficial participan en el mismo: el políglota Benjamín, amigo y colaborador de don Sindulfo, la desconsolada sobrina acompañada por su ingeniosa criada y un grupo de mujeres de vida alegre con las que el gobierno francés, aprovechando las posibilidades que ofrece el anacronópete, pretende experimentar una fórmula conducente a lograr la regeneración moral de su país:

«El plan del gobierno es rogar a usted que acepte en la expedición una docena de señoras que frisen en los cuarenta [...] y ofrecerles que en sesenta minutos van a reconquistar sus veinte abriles. De este modo, es indudable que, aleccionadas por la experiencia, y arrepentidas por el fracaso, al encontrarse dueñas de sus hechizos por segunda vez, sigan la senda de la morigeración y abandonen el vicio».826



A partir de ese momento la fantasía de Enrique Gaspar se desborda, introduciendo todo tipo de situaciones humorísticas a la par que describe las insólitas aventuras que recorre este heterodoxo grupo de viajeros, que, al desandar el tiempo, se convierten en testigos presenciales de distintos acontecimientos históricos ocurridos antes y después de Cristo. Desde la batalla de Tetuán (1860), rendición del reino de Granada (1492), los conflictos que afligen a la ciudad de Rávena en el año 696, sustitución de la dinastía Quei por la de los Ouei en la China imperial (220), hasta la destrucción de Pompeya y alcanzar, finalmente, tierras bíblicas.

Durante el viaje Benjamín se erige en la figura más relevante, obsesionado con la inscripción grabada en una argolla que don Sindulfo y él compraron en Madrid tiempo atrás y que dice así: «Yo soy la esposa del emperador Hien-ti, enterrada viva por haber pretendido poseer el secreto de ser inmortal». Enigma que constituye la motivación particular de este personaje y lo que le lleva, tanto a alentar y colaborar en el proyecto del anacronópete, como a realizar todo tipo de acciones alejadas de principio ético alguno. Benjamín expondrá la vida de los integrantes del viaje en innumerables ocasiones hasta lograr completar la frase que conduce al secreto de la inmortalidad: «Si quieres ser inmortal anda a la tierra de Noé y... -Y él -prosiguió el viejo interpretando la escritura- enseñándote a conocer a Dios, te dará vida eterna».827 Frase que subraya la inutilidad de los sinsabores vividos.

Gaspar se revela como un excelente narrador, con una obra aparentemente de mero pasatiempo y que, sin embargo, pone de manifiesto el dominio técnico que posee el escritor, capaz de encajar con suma habilidad toda la serie de datos y elementos de apariencia superflua que aparecen en los primeros capítulos y que cobran su auténtico sentido en la segunda parte de El Anacronópete. De igual forma sus personajes, sin grandes desarrollos psicológicos como es usual en este tipo de relato, ofrecen una variada gama de intereses, preocupaciones y formas de ser. Personajes que se expresan cada uno de ellos con un lenguaje propio, que al mismo tiempo que los individualiza refuerza su personalidad. Es evidente que el excelente dominio del diálogo escénico que Gaspar poseía se transparenta en los ingeniosos y frecuentes diálogos que salpican las páginas de la novela y que proporcionan al relato una vitalidad y amenidad notables.

El humor no enmascara la mirada irónica que Gaspar dirige a sus contemporáneos y en este sentido se podría afirmar que las preocupaciones éticas que se aprecian en sus obras dramáticas no difieren sustancialmente de las ofrecidas en su novela, donde Gaspar cuestiona aspectos tan diversos como interesantes: el papel del hombre de ciencia, los intereses particulares y egoístas que subyacen en comportamientos aparentemente altruistas, la sustitución de los saberes humanísticos por las ciencias experimentales,828 la problemática de la mujer... Crítica social, reflexión profunda bajo la envoltura de un ameno relato pleno de ironía, mordacidad y humor. No importa que al final de la obra el viaje aparezca como fruto de un sueño, pues Gaspar al despedirse de sus lectores subraya con sus palabras la novedad de su obra y su carga crítica de manera harto elocuente:

«Cuando por el camino [D. Sindulfo] contó el sueño a su familia, todos rieron grandemente; lo que dudo mucho que haya acontecido a mis lectores con este relato. Y no obstante hay que reconocer que mi obra tiene por lo menos un mérito: el de que un hijo de las Españas se haya atrevido a tratar de deshacer el tiempo, cuando por el contrario es sabido que hacer tiempo constituye la casi exclusiva ocupación de los españoles».829