Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

  —83→  

ArribaAbajoCapítulo XXI

De las virtudes del Marqués


En tiempo que vivió en estos reinos fue castísimo y muy amigo que todos los de su casa, como es justo, lo fuesen, y mirando por esto y por el buen ejemplo que están obligados a dar los que gobiernan. Diré lo que dijo el padre Molina. Este padre Molina se consagró a servir a los españoles en el hospital llamado San Andrés; en él era capellán, mayordomo, y toda la casa quien la gobernaba, y todas las haciendas. El piadosísimo Marqués acudía a hacerle muy crecidas limosnas, porque le dio más de 10000 pesos de su hacienda; el padre Molina venía de noche a tractar con el Marqués las necesidades del hospital, y como de clérigo, los vestidos eran largos; díjole el Marqués: Padre Molina, ya sabéis que para vos no hay puerta cerrada, ni hora ocupada; no vengáis más de noche; traéis esas faldas largas; algún malicioso pensará sois mujer; mirad que en público y en secreto somos obligados a dar buen ejemplo.

Como se preciaba tanto de ser padre de pobres, fuera de las limosnas hechas al hospital de los españoles, y aun al de los indios y al convento de San Francisco, hizo otras en particular, no pocas, pero destas referiré dos o tres. Un buen hombre vino de México, casado y pobre; entró a pedirle limosna (para los pobres no había puerta cerrada);   —84→   mandole dar una barra; las limosnas luego se daban, sin réplica ni libramiento, porque luego mandaba a su mayordomo y mandábale diciendo: Dad tanto a este buen hombre; luego era cumplido. El buen hombre, muy contento con su barra, antes que saliese de la sala, tornolo a llamar el piadoso Marqués y dícele: Buen hombre, ¿sois casado? Respóndele: Sí, señor, y traigo mi mujer e hijos. Dice al mayordomo: Montoya, dadle otra barra; no tiene para zapatos. Y luego pregúntale: ¿Tenéis oficio? Y respondiole: Sí, señor; sé mucho de labranza y crianza. El buen Marqués dícele: Mucho me alegro de eso, porque agora mando poblar un pueblo 22 leguas desta ciudad, de muy fértil suelo; idos allá con vuestra mujer e hijos; yo os daré una carta para el capitán Zurbano; allí os dará solar para casa, tierras para pan y para viñas; hacedme allí una heredad muy buena para vos y para vuestros hijos, y cuando tuviéredes necesidad, no vengáis acá, sino escribídmela, yo os la remediaré. Con esto se fue el hombre muy contento, y de aquí a Cañete.

Levantábase muy de mañana, y sólo con un paje de guardia se iba al río arriba, rezando en unas Horas; prosiguiendo su camino oyó lloros como de mujer que se estaba acuitando, porque una sola negra que tenía, con que amasaba un poco de pan, lo sacaba a la plaza, y desto se sustentaba trabajosamente, se le había muerto aquella mañana. El pientísimo Marqués ¿qué pensó, cuando oyó los gemidos y voces? que la hacían alguna fuerza; alargó el paso y púsose a la puerta para oír lo que pasaba, y como entendió a la mujer que se lamentaba   —85→   y la cansa, diciendo: ¡Ay! cuitada de mí, que sola una negra que tenía, que me ayudaba a pasar mi trabajo, me ha llevado Dios; ¿qué tengo de hacer, miserable? y otras cuitas que las mujeres pobres en semejantes trances suelen hacer. Luego el padre de pobres y buen Marqués da la vuelta y con el paje que le acompañaba le envió una barra de plata de 250 pesos ensayados (entonces aún no valían tanto los negros bozales), diciéndola no se afligiese más, y que con aquella barra comprase otra negra y supliese su necesidad, y con las demás acudiese, que se las remediaría. Desta manera favorecía a los pobres y les hacía bien y mercedes y limosnas.

Otras muchas limosnas hizo a caballeros pobres y a personas necesitadas, que sería largo de contar, y nuestro intento no lo permite; pero decillas en breve, pídelo; finalmente de su hacienda dio de limosnas pasados de 80000 pesos, por lo cual su hijo, don García de Mendoza, bajando de Chile, bien pobre, hallando muerto a su padre y en el gobierno al Conde de Nieva, que consigo trujo a don Juan de Velasco su hijo, estando juntos los dos, don Juan de Velasco dijo a don García de Mendoza, como por baldón y mofando: ¿Qué hizo su padre de vuestra merced en este reino? Al cual con mucha prudencia respondió don García de Mendoza: Un monasterio de San Francisco, donde se enterró, y un hospital de españoles, donde como a pobre me den de comer; y guárdele Dios a vuestra merced no muera su padre en el Perú, y vuestra merced entonces se halle en él, porque se verá uno de los más desventurados caballeros del mundo. Parece   —86→   le fue profeta, porque se vio paupérrimo y con suma pobreza, y esto allí le vimos y tractamos.

En su tiempo los mercaderes de la ciudad de Los Reyes, juntándose, tractaron de pedir limosna para los pobres de la cárcel, que se iban multiplicando, no con título de cofradía, sino por vía de caridad; después se constituyó cofradía y creció como habemos dicho.

Concertáronse que dos cada semana pidiesen por amor de Dios para los pobres della, y les diesen de comer, y cuando las limosnas no alcanzasen, de su casa les proveyesen; la segunda semana cupo a dos, Juan Vázquez y Juan Vaz, hombres de caridad, casados y ricos; conocilos y tractelos mucho; convinieron en ir a pedir limosna al Marqués; entraron y dícenle lo que habían ordenado, y que suplicaban a Su Excelencia les mandase dar limosna; alaboles mucho la buena obra, y mandoles dar, para aquella semana (como tractando de la fundación desta cofradía dejamos dicho), cien pesos, y para cada mes cincuenta, y que no se los viniesen a pedir, sino a su mayordomo, lo cual infaliblemente el tiempo que vivió se cumplió así.

Diré otra, que fue graciosa. Pocos meses después de llegado a la ciudad de Los Reyes, cantó misa un clérigo llamado el padre Roberto; hallose presente el Marqués y el Audiencia y todo el pueblo; entonces de tarde en tarde se cantaban; salió el misacantano a ofrecer. El Marqués había pedido al mayordomo un pedacillo de oro de 25 pesos; ofreciolo; luego los Oidores, los cuales no ofrecieron, mandaron, y las mandas se escribieron; en las fuentes llevaban papel y tinta: hobo quien   —87→   dijo dellos (si no me acuerdo mal fue el licenciado Santillán, de quien arriba tractamos): Escriban 50 pesos. El Marqués casi corriose, y dijo: Pues dijéranme que se usaba mandar por escripto; yo también mandara; escriban 100 pesos, y así ofreció 125 pesos, los 25 en oro; y a quien era tan limosnero y liberal, no es necesario alabarle que jamás recibió dádiva, ni nadie se atreviera a ello, ni a cohechar al menor de su casa, y que esto se entienda ser así, es verdad lo que diré. Había en la ciudad un mercader rico y de mucho crédito, llamado Gonzalo Fernández, de cuya casa se proveía todo lo necesario para la del Marqués, y era como el cambio del mayordomo mayor, y el salario del Marqués todo entraba en casa deste mercader. Tractábase como criado del Marqués, y no perdía en ello nada. Quiso hacer un servicio a la marquesa, y tuvo para servirla un cofrecito de plata como el segundo del terno, y en él no sé qué sortijas con esmeraldas y otras piedras; no faltó quien se lo dijo al Marqués, ignorándolo Gonzalo Hernández, y un día llamole y díjole: Dícenme que enviáis a la marquesa no sé qué regalo; por mi vida ¿qué es? El mercader respondiole: Es verdad, señor, que a mi señora la marquesa tenía determinado servir con un cofrecito de plata, y otras cosas no de mucho valor, conforme a mi posible y no conforme a quienes mi señora la marquesa. Mandole lo trujese; holgose de verlo, y díjole: ¿Qué vale esto? El mercader respondió: Señor, no tracté, suplico a Vuestra Excelencia, deso; es muy poco; finalmente, dijo a su mayordomo que supiese de los oficiales lo que valía y lo pagase al mercader, y que él lo quería   —88→   enviar en nombre del mismo Gonzalo Hernández. Quien esto hizo no puede ser notado de avariento, ni cobdicioso, ni que jamás recibió cohecho.

Las vísperas de Pascua, en las visitas de cárcel, jamás ningún Virrey (sin les hacer agravio) dio tantas limosnas, pagando por los pobres que no tenían dónde pagar, lo cual con suma liberalidad hacía. Ninguna destas visitas le costaba menos de 1000 pesos, pues para cobrarlo no era necesario más que pedirlo al mayordomo. ¿Quién ha hecho tal? Pero no lo echaba en saco roto; Nuestro Señor se lo ha pagado cient doblado, y porque para todas las limosnas y mercedes que hacía de su hacienda no había libramientos, mandó en su testamento que no pidiesen a su mayordomo, sus herederos, más cuenta de la que él quisiese dar, ni libramiento para lo que hobiese dado de limosnas, y bien seguramente lo mandó, porque el mayordomo no le hiciera menos un grano.




ArribaAbajoCapítulo XXII

Cuán enemigo era de acrecentar tributos


Siempre miró mucho por la conservación de los naturales, para que con todo el descanso posible pagasen sus tributos. Sucedió así: proveyó por corregidor de la provincia de Chucuito a García Díez de San Miguel, hombre muy cuerdo, y benemérito y noble, al cual mandó que visitase toda aquella provincia; hasta entonces no se habían hallado   —89→   más que 17000 indios tributarios; estos pagaban del tributo 24000 pesos en plata ensayada y 12000 pesos en ropa de la tierra; visitados, parecieron mil indios más. García Díez de San Miguel, pareciéndole ganaría gracia con el Marqués, avisole del augmento de los indios, y que se les podía acrescentar el tributo, pues para tantos indios era poco, mayormente que para pagar los 24000 pesos de plata, en Potosí residían 500 indios que fácilmente los pagaban; a quien respondió: Escribiéradesme vos que abajara los tributos, de muy buena gana lo hiciera; pero augmentarlos, no haré tal; ¿qué cosa hay más grave que el tributo? Otro lo subió a 102000 pesos ensayados en plata y ropa, como diremos.

Decía que si su parecer se hobiera de seguir, que de toda la renta que Su Majestad tiene en este Perú se habría de hacer tres partes: una, que se llevase a Su Majestad: otra, para pagar los ministros de la justicia, así acá como de España; otra, que se quedase en este reino para lo que puede suceder y para casar hijas de conquistadores y pobladores pobres a quien Su Majestad no ha hecho merced ni gratificado sus servicios. Por lo cual, comenzó a edificar en el lugar donde agora es la Universidad una casa de recogimiento, a quien llamó San Juan de la Penitencia, a donde se recogieron algunas hijas destos conquistadores y pobladores, con renta para su sustento; mas como murió temprano cesó el edificio, y, agora no hay memoria dello; y para hacer puentes, hospitales, iglesias y otras obras pías y públicas, como los reyes han hecho en España, y para socorrer a   —90→   caballeros pobres que vienen de Castilla encomendados de Su Majestad, que le han servido y no les ha gratificado, mientras vaca en qué ocupallos. A los negros horros que había en Los Reyes, qu'es la ladronera de los cimarrones, sacó de la ciudad y envió al asiento de minas de Caravaya, que es tierra calurosa y lluviosa, y era tan humano con ellos, que no se desdeñaba de responder a las cartas que le escrebían.

Esto así en breve se ha dicho del magnánimo Marqués de Cañete, de buena memoria, padre de la patria y de los pobres, como epílogo de sus virtudes, dejando de tractar más difusamente a otros que sean dotados de más facundia y mejor estilo que el nuestro; concluyamos que fue gran vengador de los juramentos falsos en daño de tercero; mandó quitar los dientes a un Fulano de Quintana, porque juró falso delante de la justicia. También mandó que ningún negro cargase con botija de agua ni otra cosa a ningún indio, al negro so pena de caparle y a la negra de docientos azotes, y en quien primero se ejecutó la sentencia fue en un esclavo suyo; vio que traía a un indio con una botija de agua cargado del río; llamó al caballerizo; preguntole cuántos caballos tenía, y cuánto servicio de esclavos; respondiole que para los caballos tenía bastante servicio; ¿pues cómo esclavo mío ninguno a de cargar a indio libre? Luego mandó se ejecutará la ordenanza, y de allí adelante no se atrevió negro a cargar indio. Era lástima, y hoy lo es, que el negro y negra esclavos se vienen de las manos en el seno, y el indio libre las trae en la botija de agua, la canasta de la ropa   —91→   y la carne de la carnecería, o del rastro, como si ellos fueran señores y los indios los esclavos. Duró poco esta ley, no más de cuanto vivió el Marqués.




ArribaAbajoCapítulo XXIII

Del Conde de Nieva


Al liberalísimo y cristianísimo Marqués de Cañete sucedió el Conde de Nieva don... de Velasco, bonísimo caballero y buen gobernador, de quien no podemos decir cosas notables que en su tiempo subcedieron, no las hobo; el reino gozó de mucha paz y abundancia. Entre otras cosas buenas que tenía era ésta, gran paciencia para oír a los pretensores que les parecía estar agraviados del liberalísimo Marqués de Cañete por no les haber dado todo el Perú, y para los demás negociantes.

Diré una cosa de admirable paciencia para quien tenía la suprema del reino: acabando de comerse levantaba y oía a los negociantes y pretensores, arrimado a una ventana; llegó un pretensor, y por ventura fatigado de la hambre, y por otra parte demasiadamente atrevido, por sus servicios, y pidiendo remuneración dellos, levantó la voz más de lo justo; a quien el Conde con gran paciencia y con voz baja le dijo: Hablá más paso. El nescio pretensor, no curando del buen consejo, levantó más la voz, representando sus servicios; díjole otra vez el Conde: Ya os he dicho que habléis paso. Respondió el pretensor: ¡Oh, señor, soy   —92→   colérico! A esto respondió el Conde con la paciencia de que había usado: También soy yo colérico y me modero en mis palabras; andad con Dios, y otro día venid más moderado. Los circunstantes admiráronse de tanta paciencia y salieron alabándola. Después desto, dijéronle que un soldado escrebía a Su Majestad cosas del gobierno del Perú, y algunas no muy en favor del Conde; mandole llamar, y díjole: Dícenme que escrebís al Rey Nuestro Señor. El soldado respondió: Sí, señor, han dicho verdad a Vuestra Excelencia. A quien no dijo más palabra: En hora buena, escrebidle; pero advertid que le escribáis verdad, porque si no, la carta que le escribiéredes ha de volver a mis manos, y lo que no fuere verdad pagaréis.

Trujo buena casa y música, la cual ni hasta entonces ni después ningún Visorrey la ha traído. Con el Conde vinieron el licenciado Muñatones, Diego de Vargas Caravajal, el contador Melgosa, a tractar la perpetuidad de los vecinos y encomiendas, pero no se concluyó cosa alguna.

En el tiempo que gobernó fue amado de todo el reino por su mucha nobleza y afabilidad, si no fue de algunos pretensores porque no les daba de comer, no habiendo cosa vaca. Murió al fin de los cuatro años de su gobierno, teniendo ya nueva que el gobernador Castro venía y estaba en el reino por subcesor suyo. Su muerte fue de mucha lástima en toda la ciudad; murió de una apoplejía. No bebía vino, sino agua, y muy fría con nieve. Es así que el licenciado Álvaro de Torres, médico muy experto, estando comiendo, le dijo: Vuestra excelencia no beba tanto y tan frío, porque si   —93→   frecuenta esa bebida, dentro de pocos días morirá de apoplejía y dejará a todo el reino muy lloroso; hizo burla dello, y murió en breve. Su hijo don Juan de Velasco se halló presente, y muerto su padre se vio en la ciudad de Los Reyes uno de los caballeros más pobres que se ha visto en él; saliole el prognóstico de don García verdadero.




ArribaAbajoCapítulo XXIV

Del gobernador Castro


Dende a pocos meses de la muerte del nobilísimo Conde de Nieva, entró en la ciudad de Los Reyes, con título de Gobernador, el licenciado Lope García de Castro, del Consejo de Indias, y aunque con título de gobernador, con todo el poder que traen los Visorreyes, hízosele el recibimiento que a los Visorreyes se suele hacer. Gobernó poco más de cinco años, con mucha paz y tranquilidad, y aunque en su tiempo hobo algunos rumores de motines, y no eran rumores, sino más, con todo eso los apaciguó sin derramar gota de sangre. Fue gran cristiano y afabilísimo, y muy amigo de hacer merced a los hijos, nietos y demás descendientes de los conquistadores, porque como vacase repartimiento destos tales, no lo había de quitar a los hijos segundos, nietos o tataranietos de los conquistadores, y así lo decía, como lo hizo con don Juan de Ribera, el viejo (hijo de Nicolás de Ribera), el cual muriendo, y por su muerte heredando   —94→   el hijo mayor, Alonso de Ribera, que murió sin heredero, los indios de la encomienda dio a don Juan de Ribera, hijo segundo, mandándole se llamase don Juan de Ribera, y no de Ávalos, como se llamaba, porque la memoria de su padre no pereciese, pues los indios no se lo encomendaba por ser Ávalos, sino, por ser Ribera; y lo mismo tenía determinado hacer, y la cédula firmada, si muriera el capitán Diego de Agüero, el mozo, de una enfermedad de que estaba desafuciado, para dárselos al mayor de sus hijos, porque las dos vidas en él se concluían, en lo cual mostraba bien el ánimo suyo para con los conquistadores y sus descendientes. Tuvo algunos émulos en los pretensores, y no pudo satisfacerlos, porque en el tiempo que gobernó vacaron muy pocos repartimientos, y no vacando no tenía que encomendar, por lo cual para entretener, con acuerdo de la Audiencia y del ilustrísimo Arzobispo y prelados mayores de las Órdenes, instituyó corregidores en partidos de los indios, que por entonces pareció convenía; mas dende a poco tiempo se vieron grandes inconvenientes, y no tantos como agora; señalábales salario repartido por cabezas de los indios, para los que eran corregidores; no los sacaban de las tasas como agora se sacan. Por lo cual en nuestro convento de Los Reyes nos mandaron los prelados, a los que podíamos confesar, no confesásemos a corregidor, ni que lo hobiese sido, ni lo pretendiese; buscasen otros confesores; destos corregidores por ventura volveremos a tractar adelante, y no será muy tarde, cuando tractáremos del gobierno de don Francisco de Toledo.

  —95→  

En su tiempo despachó a un sobrino, llamado Álvaro de Mendaña, caballero de 25 años, pocos más, de grandes esperanzas, nobilísimo y de muy buenas partes, con dos navíos y muchos y muy buenos soldados antiguos y modernos, al descubrimiento de las islas de Salomón, con título de gobernador y capitán general, y por su maese de campo a Pedro de Ortega Valencia, hombre de mucho gobierno, a quien, si Álvaro de Mendaña faltase, le instituía en el mismo cargo; con próspero viaje, en breve tiempo caminando, o por mejor decir navegando al Poniente, sin se apartar de la finca equinoctial más que a doce grados de la una y otra parte della, descubrió cantidad de islas, todas pobladas, y algunas muy grandes, y en particular una que, por descubrirla el maese de campo, natural de Guadalcanal, le puso el nombre de su patria. Esta es muy grande y pobladísima; la gente es morena, y alguna que come carne humana; bien dispuesta y valiente; usan arco y flecha, qu'es el arma más antigua del mundo, y dardos de palma arrojadizos, con los cuales fácilmente pasan una rodela; los que fueron eran pocos para poblar, y se habían de dividir, porque el un navío necesariamente había de volver con la nueva y relación de lo descubierto, y en él algunos de los soldados, y los que quedaban eran pocos para sustentarse; determinaron dar la vuelta al Perú, donde aportaron. Después fue Álvaro de Mendaña a España, hizo relación de lo que había visto y descubierto; hízole merced Su Majestad del Adelantamiento dellas, y diole cédulas y recados para que el Visorrey le diese lo necesario.

  —96→  

Vino con ellos a tiempo que gobernaba don Francisco de Toledo, el cual dilató el cumplimiento de las cédulas. Lo mismo hicieron sus sucesores, hasta que don García de Mendoza las cumplió, el cual, partiendo del puerto del Callao con dos navíos y una fusta para correr la costa y reconocer los puertos, con su mujer y la gente que pudo juntar y le pareció bastante para su intento; el piloto que llevaban no tan experto como el primero, erraron la derrota, aunque dieron en otras islas pobladas, creo mucho más adelante de las que descubrió primero, por lo cual, o por no sé qué ocasión, su maese de campo, Fulano Merino, se le quiso amotinar con parte de los soldados, de quien hizo justicia, y de los más culpados. Pero dende a poco murió el pobre caballero, y su mujer, con parte de la gente, aportó a las islas de Manila, adonde se casó segunda vez con un hermano del gobernador de aquella isla, y dio la vuelta para este reino, y desta suerte se desbarató y perdió aquella jornada. Vi una carta en que decía les había Nuestro Señor ofrecido muy buena y gran ocasión para que tuviera buen fin este viaje, pero no la supieron conocer, porque no llevaba capitanes expertos, y por eso la perdieron; algunos de los soldados que fueron, han vuelto pocos; no los he visto para informarme de lo sucedido; otros lo escribirán.

Un año antes o poco más, en la ciudad del Cuzco se tractó una rebelión contra la Majestad Real, por un soldado llamado Fulano de Tordoya, emparentado en el Cuzco, el cual, no se atreviendo ponerla en ejecución, se salió de la cibdad y con   —97→   sus valedores, unos por una parte y otros por otra, en número más de 130 se fueron a una provincia llamada de los Chunchos, indios de guerra, adonde en alguna manera se hicieron fuertes, teniendo tractado con un Fulano Galván, que residía en la provincia de Chucuito, valentón, que había de ser maese de campo, que juntase los más soldados que pudiese en aquella provincia y otras comarcanas al Cuzco y avisase al Tordoya, con quien se comunicaba, de la gente que tenía persuadida a la rebelión, y entonces Tordoya con los suyos había de salir, y juntándose con Galván tiranizar la tierra.

Descubriose este tracto y llegó la nueva11 a la ciudad del Cuzco, de donde por la posta salió el capitán Sotelo, vecino de aquella ciudad, a dar favor a Diego de Galdo, corregidor que a la sazón era de la provincia de Chucuito, donde Galván solicitaba traidores; el cual capitán Sotelo cuando llegó, ya el corregidor Diego de Galdo había hecho cuartos a Galván y puesto la cabeza en el rollo de Chucuito, y hecho justicia de algunos traidorcillos que halló culpados, a cuyo castigo salieron también el corregidor con los vecinos de la ciudad de Arequipa, que dista del pueblo de Chucuito cuarenta leguas, poco más. El capitán Sotelo tenía comisión, desde el Cuzco para adelante, del gobernador Castro, hasta la provincia de Chucuito, para cognocer de semejantes delitos y castigar los culpados; mas como halló hecho el castigo, componiendo algunas cosas se volvió a su casa.

  —98→  

Sabido por el Presidente de la ciudad de La Plata, Licenciado Juan Ramírez de Quiñones, y Oidores, despacharon al licenciado Recalde, Oidor de aquella Real Audiencia, con poderes bastantes para cognocer y hacer justicia y lo demás necesario; el cual, llegando a la provincia de Chucuito, y poniéndose lo más cerca que pudo de la provincia de los Chunchos, donde estaba Tordoya con sus secuaces, los curacas de los indios Chunchos le enviaron sus mensajeros a decir qué quería que hiciesen de aquellos españoles que allí se habían recogido; les respondió que los matasen todos; lo cual los indios hicieron de muy buena gana, porque ninguno dellos jamás salió de aquella provincia.

Proveyó Su Majestad por Visorrey destos reinos a don Francisco de Toledo, el cual, llegando a la ciudad de Los Reyes, tomó residencia al gobernador Castro, contra quien no halló en qué condenarle, porque Su Majestad le mandaba que, dada la residencia, subiese a visitar el Audiencia de la ciudad de La Plata, subió a visitarla, lo cual hizo con toda la rectitud y cristiandad posible; yo me hallé entonces en aquella ciudad; a unos privó, a otros condemnó, a otros de los Oidores suspendió. Contra quien no halló querella ni otra cosa fue el fiscal, el licenciado Rabanal, que hacía su oficio muy cristianamente. Hecha esta visita volvió a la ciudad de Los Reyes, y dende a España con próspero viaje, donde dentro de pocos meses murió (dicen) Presidente del Consejo de Indias, loablemente.



  —99→  

ArribaAbajoCapítulo XXV

Del Visorrey don Francisco de Toledo


Sucedió (como acabamos de decir) al humanísimo gobernador Castro don Francisco de Toledo, caballero del hábito de Alcántara, de bonísimo y delicado entendimiento; fue recibido en Los Reyes con la solemnidad acostumbrada. Luego dentro de pocos meses procuró reformar algunas cosas en la ciudad dignas de reformación, de servicio de Dios Nuestro Señor, que fueron ciertos públicos amancebamientos, los cuales reformados, y aún castigados, y acabada la residencia del gobernador Castro, en la cual tuvo poco que entretenerse, salió a visitar todo el reino, como traía orden de Su Majestad para ello, cosa necesarísima para todo el reino, de Lima hasta Potosí, que es lo principal, y siendo informado, y viéndolo en muchas partes por vista de ojos, cuán derramados vivían los indios en poblezuelos pequeños, si no eran los del Collao, que estos tenían sus pueblos grandes y formados, y aun aquí se redujeron no pocos que había en la Puna, o Xalca (Puna o Xalca llamamos a la tierra fría donde se cría el ganado), mandó hacer esta reducción, de muchos años por los sacerdotes deseada; obra de mucho trabajo, por la dificultad que en los indios se halló para dejar sus casillas donde sus antepasados habían vivido, pero de gran bien para la instrucción de los naturales   —100→   en la doctrina cristiana, porque antes pueblos que hora son de trescientos vecinos y cuatrocientos, y más, estaban divididos en más de diez y doce poblezuelos, en circuito de más de tres leguas; por lo cual el sacerdote vivía en perpetuo movimiento, fuera de que, como en esta miserable gente ha entrado tan mal la fe y ley evangélica, volvíanse fácilmente a sus idolatrías y ritos antiguos. Agora, viviendo el sacerdote con ellos y ellos con el sacerdote, evítanse grandes inconvenientes, y acúdese a las confesiones y administración de sacramentos con mucha facilidad. Tasó de nuevo la tierra, y en muchas partes, por hallar multiplicados los indios, o por ser la tierra más rica, subió los tributos. Pocos, creo, rebajó; a la provincia de Chucuito (como habemos dicho) lo que va a decir: de 36000 pesos ensayados a 102000, en lo cual si acertó o erró, Nuestro Señor lo ha ya juzgado. En las tasas señaló el salario, a los sacerdotes, a los corregidores de los partidos, porque antes pagábanlo los indios fuera de la tasa, y al curaca principal; luego al encomendero. Las más de las tasas redujo casi a plata, quitando no pagasen los indios tributos en cosas que en sus tierras tenían conforme a las cédulas de Su Majestad hasta entonces usadas y guardadas; por lo cual la tierra ha venido a carecer de las menudencias que antes andaban rodando.

La tierra estaba más harta, y las casas de los vecinos más abundantes y llenas, y los indios con menos trabajo pagaban sus tributos, porque como parte fuese en plata, parte en ropa, parte en trigo, maíz, sogas, alpargates, gallinas, huevos, cebones,   —101→   etc., si no era la plata, lo demás tenían en su tierra salir della; agora en las partes donde las redujo a plata, han de salir los miserables a buscarla a otras partes, a donde no pueden ayudarse de sus mujeres, y así las dejan, y hijos, y unos se mueren, otros se quedan, otros se meten en valles apartados de su natural, donde ojalá y no se casen otra vez; y con estos y otros inconvenientes, los más de los pueblos padecen detrimento, lo cual experimentamos con evidencia, porque en pueblos de 1000 vecinos tributarios no se juntan a la doctrina, los domingos y días para ellos forzosos, 250, y al respecto en lo demás. Allégase a esto para que acudan menos los triunfos y contractos de los corregidores, que ocupan los indios enviándolos lejos de sus tierras, particularmente los del Collao, por trigo e maíz, más de treinta y cuarenta leguas, y por vino a la ciudad de Arequipa y a otras tierras de los Llanos, adonde corren riesgo de salud; por lo cual lo que se pensó que poner los corregidores había de ser para bien de los naturales y para librarlos de las tiranías de los curacas, y malos tractamientos de algunos españoles, y para el augmento de sus haciendas, es la total destruición de las haciendas de los indios, y mayor cuando se les ponen administradores, como los más los tienen, y para diminución de los naturales.

Libráronlos, y no quedaron muy libres de las manos de los curacas, pero los malos corregidores apodéranse dellos, y si no digo la provincia de Chucuito, que es fama pública en el reino haberse ido della, dejando sus mujeres, hijos y haciendas,   —102→   más de 8000 indios a la provincia de los Chunchos, indios de guerra, de donde han enviado a decir no volverán a sus tierras mientras así los tractaren; no es posible sino que sean apóstatas, y se vuelvan a sus idolatrías; yo he visto muchas veces esta tierra desde Los Reyes a Potosí, donde la obediencia me ha enviado a servir con lo que mi pobre talento alcanza, y he tenido muchos dares y tomares con los corregidores de los partidos, y administradores, sobre las haciendas de los indios y sus menoscabos, y no hay hacerles creer a los administradores que son como tutores de los indios, y que así como el tutor no puede sacar para sí, ni por sí, ni por tercera persona, la hacienda de la menor, ellos tampoco la pueden sacar, por más razones que se les traigan delante, porque están persuadidos que, dando lo que otro diera por ella, ellos la pueden sacar, y no hay sacarlos de aquí, y corregidores, preguntándoles si juran guardar las ordenanzas de corregidores, me han dicho que no, y por esto los tractos y contratos son no pocos, en sus distritos, con gran detrimento de los indios, de los cuales pusiera aquí algunos si fuera deste intento tractarlo, los cuales he visto con mis propios ojos; también para los caminantes es inconveniente, porque como los corregidores malos vendan en ellos todo lo necesario, pan, maíz, vino, tocino y otras cosas, ¿cómo han de poner los precios en el arancel? lo más subidos que pudieren, de suerte qu'el arancel y lo en él contenido es del12 corregidor. Los bienes de las comunidades   —103→   que se sacan a vender en pregones, cuales son carneros de los nuestros, carneros de la tierra, coca, maíz y otras cosas, los que los han de rematar lo sacan para sí, echando terceros, y luego se sabe es para el corregidor, protector o administrador, y por ventura para todos tres; porque el lobo y la vulpeja, si alguno lo quiere poner en precio, luego le dicen a la oreja: no hable en ello, porque es para el corregidor, so pena que si lo hace se malquista con los tres, y lo echan del repartimiento, donde el pobre anda afanando un tomín, y desta suerte ¿cómo no se han de menoscabar las haciendas de los indios? Diré lo que me dijo un indio, agora catorce años, yendo a Potosí, y llegando a la venta llamada de En Medio; pedile una frezada para una noche, que es como bernia de marinero, y es uso darla a los pasajeros; respondiome no la tener; díjele: ¿Tú no eras del general Lorenzo de Aldana? Respondiome: Sí. Díjele: Pues ¿qué es de tanta hacienda como os dejó, vacas, ovejas y otras más, para que me digas no tienes un chusi? Así se llaman estas frezadas. Respondiome: Estos administradores lo han destruido todo. Pues es así verdad, que tenían tanto ganado de todo género, y principalmente vacas y ovejas nuestras, cuando los padres de San Agustín que doctrinan a estos indios eran los administradores de sus haciendas, por institución del general Lorenzo de Aldana, que viviendo yo en la ciudad de La Plata, donde cae este repartimiento, que es el de Paria y Capinota, se vendieron en la plaza, en pública almoneda, 3000 cabezas de vientre, de vacas, a 30 reales, puestas donde el comprador las   —104→   quiso. Pues de donde se sacan 3000 cabezas para vender, ¿cuántas han de quedar? Más habían de quedar de 6000; si agora tienen ganado, sea testigo la experiencia. En esto que vamos tractando no culpamos al Visorrey don Francisco de Toledo, porque esto es cierto que no puso los corregidores para la destruición de los indios, ni para que se aprovechasen de la plata de la comunidad, como parece por las ordenanzas que hizo, muy justas y buenas, y por las penas puestas a los corregidores, tractantes y administradores, sino para el bien de los naturales; pero la avaricia ha crecido tanto que por ventura convernía quitarlos; porque yo sé de un corregidor, proveído por el mismo don Francisco de Toledo, hijo de un Oidor de Lima, y corregidor del repartimiento que vamos tractando, que diciéndolo tractaba con la plata de la comunidad, envió a hacer información secreta contra él, y le castigara, por más hijo de Oidor que fuera, por las penas puestas, sino que fue avisado, y cuando el que había de hacer la información llegó, halló las cajas llenas y enterradas. Poner administradores para las haciendas de los indios no sé si fuera tan acertado, porque más haciendas tenían cuando ellos las gobernaban, puesto un indio de razón por administrador, y también sé que gobernando don Francisco de Toledo, no se atrevían los corregidores a tractar ni contractar tan públicamente como agora. Oí decir a uno y delante de muchos: El Visorrey no me envía para que me esté mano sobre mano, sino para que me aproveche; y así, juro a tal, que en viendo la   —105→   ganancia al ojo no se me ha de ir de las manos, y en dos años sacó con que vive honradamente.




ArribaAbajoCapítulo XXVI

De la guerra que hizo al Inga


Prosiguiendo su viaje don Francisco de Toledo, Visorrey destos reinos, desde Guamanca al Cuzco, y llegando a esta ciudad, fue recebido solemnísimamente por el cabildo della y demás ciudadanos, y en la puerta de la ciudad, jurando de guardar los fueros y derechos della; al tiempo de firmar, el escribano de cabildo le dio una pluma de oro con que firmase. El primero día de fiesta se hicieron muchas con toros y juegos de cañas guarnecidas con plata. Descansando allí unos pocos de días del trabajo del camino, que lo es y muy áspero, aunque para Virreyes, obispos, prelados y otros personajes desta calidad no lo es tanto, llevando desde Guamanga noticia de los daños que los ingas que se quedaron en los Andes y no quisieron salir cuando el Marqués de Cañete el Viejo, de felice memoria, sacó al Inga (como dijimos), determinó por bien o por mal sacarlos, allanarlos y reducirlos al servicio de Su Majestad, porque salían con mano armada y hacían particularmente daño, robando y matando en los términos de Guamanga y el camino Real que hay desde allí al Cuzco; por lo cual nombró sus capitanes a Martín de Arbieto de Mendoza, capitán general, a Martín   —106→   de Meneses capitán, vecino del Cuzco, y a otros, e publicó la guerra con toda solemnidad acostumbrada; envió algunos criados de su casa, lanzas y arcabuces, que salieron desde Lima acompañándole, como tenían obligación, mal pagados; entraron en las montañas de los Andes; los ingas habían alzado y jurado a su modo por rey a un Inga, muchacho de 18 a 20 años, de la casa de los ingas señores, porque viejo ni otro no había más cercano; los cuales, viendo la pujanza de los españoles, ni los esperaron a batalla ni acometieron; antes se fueron huyendo un río grande abajo, en pos de los cuales en balsas los nuestros se echaron; alcanzáronlo y prendieron al pobre muchacho y los principales de sus capitanes, con los cuales se volvieron al Cuzco muy victoriosos, porque ni de la parte de los nuestros ni de los ingas hobo derramamiento de sangre.

Llegados al Cuzco, mandó el Visorrey que en que la fortaleza que llaman del Cuzco, casa de don Carlos Inga, hijo de Paulo Inga, el cual ayudó a los españoles a conquistar el Collao con 40000 indios, que traía consigo, e fue con don Diego de Almagro, el viejo a Chile, que no es muy fuerte, le mandó poner preso, creo sin prisiones; empero a sus capitanes todos en ellas y a buen recado con guarda de españoles lanzas y arcabuces, y de indios cañares. Procedió contra el Inga y sus capitanes, y mandó a religiosos de nuestro convento del Cuzco los industriasen y enseñasen las cosas de la fe, para que si quisiesen ser cristianos los baptizasen, y lo mismo al Inga, los cuales, particularmente el Inga, como era de poca edad, en breve   —107→   deprendió las oraciones, y persuadiéndole fuese cristiano y pidiese el sacramento del Baptismo, lo hizo e fue baptizado. El Visorrey procedía y hacía sus informaciones contra el Inga e los demás, que cometió al capitán y por lengua a un mestizo que consigo traía para este objeto, muy gran lengua y en la nuestra muy ladino, llamado Fulano Jiménez, empero en común llamado Jimenillo; hechas, pareció, conforme a lo que el Jimenillo interpretaba, tener mucha culpa el Inga de los robos o muertes que los suyos hacían, saliendo a hacerlos al distrito de Guamanga, y camino Real de allí al Cuzco, y condenole el Visorrey a cortar la cabeza; hicieron en la plaza su cadahalso para el día señalado, y aunque fue importunado el Virrey por el reverendísimo de Popayán, augustino, que se halló en el Cuzco, varón religiosísimo, temido en su obispado y acá por un hombre perfecto, no quiero decir sancto, amado de todo el reino, que, de rodillas, no es encarecimiento, le suplicó no le justiciase, sino lo enviase a Su Majestad, porque era muchacho y había poco tiempo le habían jurado por rey, y no era posible que entendiese ni mandase hacer aquellos robos ni muertes que se habían hecho, y cargando los prelados de las Órdenes, no fueron poderosos para que no ejecutase la sentencia dada; sacáronle, y subiéndole al cadahalso para cortarle la cabeza, y viendo el pobre muchacho que no había remedio, sino que había de morir, dijo: Pues ¿para matarme me persuadieron me baptizase y fuese cristiano? Lo cual en los que se hallaban presentes causó muchas lágrimas y sentimiento, pero no aprovechó   —108→   cosa alguna para que se le otorgase la vida. Cortáronle la cabeza y a los capitanes ahorcaron, y en una frontera llamada Villcabamba mandó el Visorrey poblar un pueblo, donde puso por capitán general de aquella frontera y provincia al mismo Martín de Arbieto, y el día de hoy está poblada, y la tierra pacífica; empero Martín de Arbieto es ya muerto y el Visorrey también, los cuales de la justificación han dado cuenta, y si fue justa, lo habrá Nuestro Señor pagado, y lo mismo si injusta.

De las informaciones hechas por la interpretación de Jimenillo, resultó alguna culpa contra los ingas que vivían en el Cuzco, y en particular contra don Carlos, casado con una española, de la cual tenía entonces un hijo niño, llamado don Melchior; decían que los ingas de los Andes y los demás del Cuzco le habían jurado por rey destos reinos, por lo cual se procedió contra don Carlos. Quitole el Visorrey la casa y puso en ella guarnición de soldados lanzas y alguna artillería, e indios cañares, en la cual se guardaban las costumbres que en las fortalezas, y por castellano a don Luis de Toledo, caballero muy principal y deudo suyo.

Privó a don Carlos de los indios que tiene perpetuos; empero apelando por vía de agravio, el Audiencia de Los Reyes se los ha vuelto, y casas y demás haciendas, y por su muerte las posee su hijo, ya hombre, casado con una española; a los demás ingas desterró para Lima, y no sé si aun para Tierra Firme, los cuales apelando como don Carlos, los más murieron en Los Reyes, como mueren muchos de los serranos, y de los que volvieron   —109→   de sus casas al Cuzco libres por el Audiencia, venían tales de la tierra que en llegando acabaron sus días; de suerte que de los ingas descendientes de Guaina Capac, ninguno, o pocos, ha quedado.




ArribaAbajoCapítulo XXVII

El Visorrey en su viaje se encontró con el gobernador Castro


Todas estas cosas concluidas y dado asiento en otras, salió el Visorrey don Francisco de Toledo del Cuzco, prosiguiendo su visita para el Collao, en el cual, en el pueblo llamado Pucara, famoso porque allí se desbarató el tirano Francisco Hernández, se encontró o halló al gobernador Castro, que bajaba de la visita de la Audiencia de la ciudad de La Plata, a quien preguntando el Visorrey y diciendo: ¿Qué le ha parecido a vuestra señoría de la tierra que ha visto, o yo tengo de ver? Respondió: Paréceme, señor, que Su Majestad debe hacer merced a los hijos e descendientes de los conquistadores, muy crecidas, porque si nosotros, que caminamos en hombros de caballeros (y es así, en lo llano caminaban en literas de acémilas, y en los malos pasos, o cuestas, en literillas de hombros), comiendo a cada paso gallinas, capones, manjar blanco, con todo el regalo posible, y no nos podemos valer del frío por la destemplanza del aire y altura de la tierra, los desventurados que   —110→   andaban por aquí a pie, descalzos, las armas acuestas, con un poco de maíz tostado y papas cocidas, conquistando el reino a Su Majestad ¿qué no merecen, y por ellos sus hijos? Palabras verdaderas que procedieron de un ánimo cristiano, benignísimo, muy prudente y gran servidor de Su Majestad, pues conocía las mercedes que Su Majestad, para descargo de su conciencia, debía hacer a los descendientes de los conquistadores; pero es la desventura de los conquistadores, pobladores, y de los que de muchos años en estas partes vivimos, o por mejor decir, son nuestros pecados, y de nuestros padres, que no hay quien venga de España, en la cual, no se saben tener en una burrica, ni limpiar las narices, ni en su vida echado mano a la espada (helos visto, en todo género de estado), que no les paresca, los que vivimos en estos reinos de antiguo, que somos poco menos que indios, y merecen ellos más en venir, que los miserables conquistadores, pobladores, ni sus hijos e nietos, ni los que ayudan a sustentar este reino y lo han ayudado a sustentar de cincuenta años a esta parte; pero hase de cumplir como se ha cumplido y se va cumpliendo, que por ser un discurso notable lo quiero escrebir.

En el reino de Chile hay una ciudad llamada Valdivia, de la cual tractaremos cuando de aquel reino tractáremos; poblola don Pedro de Valdivia, el primero gobernador de aquella tierra; fue muy rica de oro y de indios; estaba el don Pedro de Valdivia en la plaza sentado en un poyo arrimado a la pared de la iglesia, en buena conversación, alegre, con otros vecinos conquistadores con el allí   —111→   asentados; levantose a deshora y comenzose a pasear delante dellos, la cabeza baja y mustio; admirados los vecinos, uno dellos le preguntó: Señor, ¿no estaba vuestra merced agora (no había señoría para los gobernadores) aquí con nosotros en buena conversación y alegre? ¿qué tristeza es esa? Respondió: Rueguen vuestras mercedes a Nuestro Señor por mi salud; paréceme tengo de vivir poco (y no vivió seis meses), y la causa de parecer estoy triste es que se me ha representado aquí agora que están en Valladolid (la corte residía allí entonces) los niños en las cunas y otros que se andan paseando o pasearán por ella muy pintados con medias de aguja y zapatos acuchillados, que han de venir a gozar de nuestros trabajos, y nuestros hijos e nietos han de morir de hambre; si así pasa, testigo es todo el reino, éste y el otro, y el otro.




ArribaAbajoCapítulo XXVIII

El Visorrey don Francisco de Toledo llega a Potosí y de allí a la ciudad de La Plata


Despidiéndose de Pucará el Visorrey del gobernador Castro, el uno para España y el otro para Potosí, el Visorrey llegó a Potosí, donde se le hizo un costoso recibimiento y muy bueno, como en las demás partes, y deteniéndose allí poco tiempo, no creo fueron tres meses o cuatro, por la destemplanza del asiento (entraba ya el verano, que es el tiempo más frío) para dar asiento a las cosas de   —112→   aquel pueblo, muchas y muy grases, vínose a la ciudad de La Plata, temple más moderado mucho, y donde a todo tiempo y todas horas se puede negociar, y donde reside el Audiencia, y los vecinos de aquella provincia; presidía en el Audiencia el licenciado Quiñones; los Oidores, licenciado Haro, licenciado Matienzo, licenciado Recalde, doctor Barros; fiscal, licenciado Rabanal, todos en sus facultades eminentes y buenos jueces; hízosele al Virrey muy bueno y costoso recibimiento; sirviole la ciudad con un caballo en que entrase, del más galano pellejo que se ha visto; no parecía sino un brocado de tres altos, crin y cola blanca, y muy bueno, en quien entró debajo de su palio. El Audiencia (esto vímoslo todos los religiosos y otras personas eclesiásticas, prebendados y los demás que allí estábamos aguardando para recebir en la Iglesia con la Sede vacante al Visorrey); el Audiencia, digo, había mandado llevar sus sillas con asientos y respaldares de terciopelo carmesí, fluecos grandes de oro y seda; no faltó quien dello dio aviso al Visorrey, y viniendo ya cerca de la ciudad envió un criado o portero que las quitase y pusiese una de las más comunes con guarniciones de cuero, y no muy nuevo. Es el Audiencia avisado desto; envían un portero y quitan las mandadas poner por el Visorrey, e pone las de la Audiencia, las cuales se quedaron. Los que allí estábamos, viendo quitar unas sillas e poner otras, admirábamos; en la rueda estaba el licenciado don fray Pedro Gutiérrez, su capellán, que fue del Consejo de Indias, y dijo: como su excelencia fue criado del Emperador Rey nuestro señor, es muy ceremoniático (propias   —113→   palabras) y así quiere que todo se guarde muy puntualmente; pero el Audiencia se asentó en sus sillas, y dende adelante sin innovarse otra cosa.




ArribaAbajoCapítulo XXIX

El Visorrey dio asiento a las tasas y cosas de Potosí


En esta ciudad de La Plata concluyó la tasa de los indios a ella subjetos, y los de la provincia de Chucuito, y dio asiento a muchas cosas acerca del cerro de Potosí y azogue; tasó los jornales que se habían de dar a los indios señalados para el cerro; hizo muchas ordenanzas acerca del buen gobierno de los naturales y españoles, justas, aprobadas después por el Consejo Real de las Indias; empero pocas se guardan y no nos admiramos, porque la ley de Dios es más justa y a cada paso la13 traspasamos. En estas ordenanzas manda se castiguen con rigor las borracheras, que si los corredores de los partidos las ejecutasen, no habría tan poca cristiandad en los indios.

En este tiempo se descubrió el beneficio de los desmontes, que es el metal desechado de los señores de las minas, y sacado fuera dellas sin hacer caso del lo más que de escoria, y por el tiempo que duró, que fue poco, se sacó mucha cantidad de plata, lo cual viendo, hizo una o dos ordenanzas acerca   —114→   desto, muy buenas y justificadas: la una, que los declaraba por bienes comunes, pero que ninguno pudiese recoger más metales de aquellos que en quince días pudiese beneficiar, so pena de tanto; ley bonísima para que los que tenían muchos indios, beneficiasen como muchos; los que no tantos, como no tantos; y porque los que tenían muchos indios no se ocupasen en amontonar, y a los pobres no dejasen desmontes, mandó también que los señores de minas no se pudiesen aprovechar de desmontes ni los beneficiasen, aunque estuviesen dentro de sus pertenencias y les hobiese costado su plata sacarlos fuera de sus minas.

Ésta entre teólogos no se tuvo por tan justa, pues de los bienes comunes nadie debe ser privado sino por delito; si otro se puede aprovechar de la escoria del herrero, aunque la haya echado al muladar, ¿por qué no el herrero? Esta hizo diciendo que los señores de minas labrasen sus minas, y los que no las tienen, los desmontes, y así se sacaría más plata.

Estos desmontes fueron de mucha riqueza, porque algunos dellos, y todos generalmente, acudían a cinco pesos por quintal, que es mucho, y hobo algunos de a siete y a más; y porque no volvamos a ellos, cuando el Visorrey salió de los chiriguanas halló que muchos (aunque les predicábamos no lo podían hacer sin injusticia) habían recogido, a 20000 y a 30000 y dende arriba quintales de metal, traspasando su ordenanza: penolos a tres tomines por quintal, de donde sacó más de 40000 pesos, con que enteró la caja Real de lo que había gastado della, y satisfizo a algunos que fueron con   —115→   él, que gastaron mucho en la jornada, sin hacerse cosa de provecho, por nuestros pecados. Asimismo en esta ciudad, como en las demás, había algunos amancebados con indias; quísolos castigar públicamente, y cierto día a deshora vemos entrar en el gato14 al presidente Quiñones, licenciado Matienzo y licenciado Recalde, y ellos propios sacar las indias de los tales españoles, y entregándolas a los alguaciles las llevaron a la cárcel; a unos pareció poca autoridad de Presidente y Oidores: a otros no pareció tan mal; otros Oidores reían grandemente dello.

Así las desterró y condenó a plata a los españoles, y algunos revueltos con mujeres casadas, no de calidad alguna, los desterró del pueblo. También en esta ciudad concluyó las cuentas que había, comenzado a tomar en el asiento de Potosí a los oficiales reales, a dos particularmente, el tesorero Robles y al factor Juan de Anguciana, que eran propietarios; el contador había poco era proveído por el mismo Visorrey por muerte del contador Ibarra, contra quien no hobo las cosas que contra los dos, a los cuales privó de los oficios, quitoles las minas e ingenios que tenían en Potosí; túvolos presos y aun a canto el uno dellos que se le volara el juicio, e los desterró a España, o envió, o ellos apelando de la sentencia fueron, donde les mandaron volver sus oficios y haciendas, y condenados en costas, a lo menos al factor Juan de Anguciana (vi la ejecutoria) como no pasasen de 400 ducados de Castilla. Pero el pobre caballero   —116→   viniendo murió en Panamá; el tesorero Robles llegó a Potosí; volviéronle sus haciendas y le vimos servir en su oficio.




ArribaAbajoCapítulo XXX

Salieron los chiriguanas a besar las manos a don Francisco de Toledo


En esta misma ciudad salieron ocho indios chiriguanas, no llegaron a diez, a besar las manos al Visorrey don Francisco de Toledo; alegrose dello, recibioles muy bien y agasajoles, y fingidamente (como es su costumbre) le dijeron no querían ya más guerra ni enemistad con los cristianos, ni les hacer mal en las chácaras, como dos años antes lo habían hecho, sino toda paz y concordia, a lo cual salían para que si Su Excelencia la quería admitir, volverían a sus tierras y traerían curacas y indios principales con quien se asentase. El Visorrey admitió su demanda y envió con algunos dellos, quedando otros como en rehenes de que no harían mal, a un soldado, por nombre Mosquera, mestizo del Río de La Plata, hombre de bien, y en la lengua chiriguana, y en la nuestra, bien experto; entre los chiriguanas que quedaron fue un muchachón de 18 a 20 años, que se comenzó a hacer medio chocarrero, a quien, aunque no le baptizaron, llamaron en palacio don Francisquillo; vistiéronle como a español, y entraba e salía en palacio, y comenzaba a gorjear en nuestra lengua,   —117→   agudo y vivo como un fuego; fue Mosquera y volvió, y con él más de treinta naturales, chiriguanas como veinte, y los demás de servicio indios chaneses, y entrellos dos chiriguanas más principales, el uno llamado Marucare y el otro por excelencia inga Condorillo, y otro indio de nación chicha, que confinan con estos chiriguanas, de los cuales habemos tractado y habemos de tornar a tractar cuando prosiguiéremos el camino de Talina a Tucumán; este indio se llamaba Baltasarillo, baptizado, a quien desde niño le crió en este reino el capitán Baltasar Velázquez, hombre principal y rico, teniendo a su cargo las haciendas de Hernando Pizarro, de cuyo repartimiento era este indio, porque las chichas eran de Hernando Pizarro, digo de su encomienda; bien dispuesto y en la lengua general y en la nuestra bien ladino. No le pareciendo bien vivir como cristiano, ni en su natural, se pasó a los chiriguanas, y había ya tomado sus costumbres, y los capitaneaba contra nosotros y contra su propia nación y sangre. A estos chiriguanas se les señaló casa por sí, y proveyóseles de mucha comida y bebida, entre los cuales no chiriguanas salieron dos de servicio, varón e mujer, que si fueran bien proporcionados eran de género de gigantes; eran de nación chaneses. El Visorrey fue deteniendo a estos indios más de lo que ellos quisieran, y los parientes que allá en sus tierras los esperaban, aunque es así que a cabo de los meses casi a la mitad dellos dio licencia para que se volviesen, y entrellos a Marucare, detuvo al inga Condorillo y al Baltasarillo. Como los de acá se tardaban, los chiriguanas que allá   —118→   en sus tierras vivían, deseando saber si los suyos eran muertos o vivos, hacen y componen una fictión, y con ella envían cuatro indios mozos, bien dispuestos, a la ciudad de La Plata, para que con ella engañando al Visorrey los dejase volver a todos y la fictión fue: los cuatro indios chiriguanas que vinieron, cada uno traía una cruz hecha de madera, colorada, de una pieza, tan grande y gruesa como un bordón, y lisas que no parecían sino bruñidas; realmente bien hechas. Con éstas partieron de sus tierras, y entrando en los términos de la cibdad de La Plata, por los valles que habemos dicho ser poblados de chácaras de españoles, aunque pasaban por las chácaras pedían comida y eran conocidos ser chiriguanas, ninguno les hacía mal, antes les daban matalotaje, principalmente viéndolos con cruces en las manos, y preguntando por el Apo, que es decir el Virrey, y encaminaban de valle en valle, hasta que entraron en la cibdad, en la cual cuando los indios de la plaza los vieron se alborotaron como quien vía a enemigos capitales y comunes, y de algunos nuestros españoles se alborotaban, no para tomar armas, sino por verlos con cruces, y preguntando por el Visorrey, con esta palabra: Apo, Apo, no decían más, y esta no es de su lengua, de la deste reino la han tomado, con la cual bien se entendía, buscaban o preguntaban por el Visorrey. Digo, pues, que los nuestros españoles se admiraban verlos con cruces en las manos, como cosa nueva. Preguntando, pues, por el Apo, encamináronlos a la casa del Virrey, donde llegados, aunque el Virrey estaba enfermo mandó se les diese entrada;   —119→   en la cuadra donde yacía enfermo tenía un adoratorio bueno como de Visorrey, en un encaje de una pared, guarnecidas las paredes con paños de seda; en entrando y viendo el adoratorio, ningún caso hicieron del Visorrey, sino del adoratorio, hincándose de rodillas; no rezaron mucho, no son muy amigos de saber las oraciones; levantándose a su modo hicieron su reverencia al Visorrey; esto le admiró mucho, y a sus criados y a otros que a la sazón con el Visorrey estaban, y entre ellos al padre fray García de Toledo, deudo muy cercano del Visorrey, y religioso nuestro, de quien dijimos haber sido provincial, pero fuelo después desto. La cibdad aguardaba saber esta novedad, y en la sala y patio había mucha gente de toda suerte.




ArribaAbajoCapítulo XXXI

Refiérese la fictión chiriguana


Vistos por el Visorrey los chiriguanas, mandó llamar un lengua, y fue uno de dos, o Mosquera, de quien dijimos haber sacado los treinta chiriguanas, o aquel mestizo Capillas, que habemos referido vive agora con los chiriguanas, que junto a las casas de la morada del Visorrey vivía, creo fue éste, por estar más cerca; venido, sea o el uno o el otro, proponen su embajada y dicen que los curacas de los chiriguanas y demás indios los envían al Apo para hacerle saber cómo ellos no quieren guerra con los cristianos ni   —120→   ya comer carne humana, ni tener acceso a sus hermanas, ni casarse con ellas, ni los demás vicios que dejamos referidos, de que son contaminados, sino servir a Dios y al rey de Castilla, y ser baptizados y cristianos, porque Dios les había enviado un ángel, a quien después llamaron Sanctiago, que de parte de Dios les dijo se apartasen destos vicios y enviasen al Apo del Perú a pedirle hombres de la casa de Dios, que son sacerdotes, para baptizarlos e industriarlos en cosas de la fe; y en señal desto ser verdadero traían aquellas cruces, y pues no dijeron se las había dado aquel ángel fueron inadvertidos, porque también fueran creídos. Visto e oído por el Visorrey y de los de su casa allí presentes, y el padre fray García, lloraban de gozo dando gracias a Nuestro Señor por tantas mercedes como a estos bárbaros había hecho. Luego el Visorrey mandó tomar por relación lo dicho por estos come hombres, lo cual hizo el secretario Álvaro Ruiz Navamuel, y mandó se diese aviso a la Sede vacante, para que salgan a la puerta del Perdón, de la iglesia mayor, cercana a la puerta de palacio, con cruz alta, un prebendado con capa reciba las cruces y las ponga en el altar mayor al un lado y otro del altar, porque estos chiriguanas vean la reverenda que los cristianos hacemos a la cruz, lo cual así se hizo, y el arcediano, que a la sazón era el doctor Palacio Alvarado, se vistió, recibió las cruces y las puso en el altar mayor, y allí estuvieron muchos días a vista de todo el pueblo.



  —121→  

ArribaAbajoCapítulo XXXII

El Visorrey don Francisco de Toledo convoca Audiencia, Sede vacante y prelados de las Órdenes, y pide parecer


Hecho esto, otro día el Visorrey, para las dos después de medio día, convocó el Audiencia, Sede vacante, prelados de las Órdenes, cabildo de la ciudad y letrados del Audiencia, y los más principales del pueblo, para leerles la relación que se había tomado de los chiriguanas que trujeron las cruces; en nuestra casa a la sazón, porque el superior estaba ausente, el vicario del Convento mandome fuese a ver lo quel Visorrey quería; no sabíamos qué. Llegada la hora y entrando en la cuadra donde el Visorrey yacía en su cama, a la cabecera se asentó el Presidente Quiñones, y luego los Oidores por su antigüedad: de la media cama para abajo corrían las sillas para los prelados de las Órdenes; yo tomé el lugar de mi Orden; luego el guardián de San Francisco, prior de San Augustín, y comendador de Nuestra Señora de las Mercedes. Leyose la relación, de tres pliegos de papel; los que viven a placebo, admirándose, muchos visajes con el rostro y cuerpo; otros, los menos, reíanse que se diese crédito a15 indios chiriguanas; finalmente, el Virrey habló en general,   —122→   refiriendo algunas cosas de las en la relación puestas, y luego volvió a hablar con las Órdenes, pidiendo parecer sobre lo que los indios pedían, haciendo grande hincapié en la veneración y reverencia que hicieron al adoratorio, y la que tenían o mostraban tener a la cruz, y repitiendo cómo, visto el adoratorio, se humillaron sin hacer caso del mismo Visorrey ni de los demás que allí estaban, y pidió parecer si sería bien enviar a la tierra chiriguana algunos sacerdotes, creyendo ser milagro la fictión destos come gente; porque pedir parecer si era fictión, no le pasó por el pensamiento; siempre el Visorrey, y los de su casa, creyeron ser verdad. Es así cierto, que como se iba, la relación, y viendo el crédito que se daba a estos más que brutos hombres, come gente, me carcomía dentro de mí mismo, y quisiera tener autoridad para con alguna cólera decir lo que sentía, sabía y había oído decir de las costumbres de los chiriguanas y sus tractos. Empero, guardando el decoro que es justo, luego que el Visorrey pidió parecer a las Órdenes, yo, aunque no era prelado, sino representaba el lugar de nuestra religión, levantándome, y haciendo el acatamiento debido, sin saber hasta aquel puncto para qué éramos llamados, y tornándome a sentar, dije: No se admire Vuestra Excelencia qu'estos indios chiriguanas hagan tanta reverencia a la cruz, porque yo me acuerdo haber leído los años pasados dos cartas que el reverendísimo desta ciudad, fray Domingo de Santo Tomás, que está en el cielo, de nuestra sagrada religión, llevó consigo a Los Reyes, yendo al Sínodo episcopal, de un religioso Carmelita,   —123→   scriptas al señor obispo, el cual entre estos indios andaba rescatando indios chaneses. En diciendo estas palabras, no habiendo concluido una sentencia, sin dejarme pasar más adelante, el Presidente de la Audiencia, el licenciado Quiñones, dice: No hobo tal Carmelita. Empero, estando yo cierto de la verdad que quería tractar, respondí: Sí hobo. El Presidente, por tres veces y más contradiciendo, e yo por otras tantas, no con más palabras de las dichas, afirmando mi verdad; en fin, el licenciado Recalde, Oidor de la Audiencia, volvió por ella, y dijo: Señor Presidente, razón tiene el padre fray Reginaldo: un religioso Carmelita anduvo cierto tiempo entre ellos. Callando el Presidente, y esta verdad declarada, prosigo mi razonamiento y dije: Estas dos cartas, el Reverendísimo, cierto día, después de comer y de una conclusión que cuotidianamente se tiene de Teología en el general della, las sacó al padre prior, que a la sazón era el padre fray Alonso de la Cerda, después obispo de esta ciudad, y dijo: Mande vuestra paternidad se lean estas cartas, que dará gusto oírlas a los padres. El padre prior me mandó las leyese, y en ellas el padre Carmelita, después de dado al Reverendísimo alguna cuenta del sitio de la tierra, le decía haber no sé cuantos años, de tres o cuatro, que entraba y salía en aquella tierra, tractaba con estos chiriguanas y les predicaba, y no le hacían mal alguno, antes le oían de buena gana, a lo que mostraban, y tenía hechas iglesias en pueblos, a las cuales llamaba Santa María, en cuyas paredes hacía pintar muchas cruces, más que no se atrevía a baptizar   —124→   a ninguno, ni decir misa, ni para esto llevaba recado; dejábalo en la tierra de paz. A los niños junctaba cada día a la doctrina, y se la16 enseñaba en nuestra lengua, y la letanía. Delante las iglesias había hecho su placeta, en medio de la cual tenía puesta una cruz de madera, muy alta, al pie de la cual en cada pueblo enseñaba la doctrina, y otras veces en la iglesia. Persuadía a todos los indios, grandes y menores, que pasando delante de la cruz hiciesen la reverencia; y más decía, que faltando un año las aguas, y las comidas secándose (no es tierra muy lluviosa), vinieron a él los chiriguanas del pueblo donde residía, y le dijeron: Las comidas se nos secan; ruega a tu Dios nos dé aguas; si no, te mataremos. El cual oyendo el amenaza, dice que se recogió en su corazón lo mejor que pudo, encomendose a Dios, junctó los niños de la doctrina, púsose con ellos de rodillas en la plaza delante de la cruz, comenzando la letanía con la mayor devoción que pudo. Al medio de la letanía revuélvese el cielo y llovió de suerte que no pudiendo acabarla donde la había comenzado, se entró con los niños en la iglesia para acabarla, y dende entonces les proveyó Nuestro Señor de aguas; el año fue abundante de sus comidas; hecho esto y pasada aquel agua, luego hizo su razonamiento a todos los indios que a la letanía se hallaron presentes, persuadiéndoles diesen gracias a Nuestro Señor, se enmendasen y reverenciasen mucho a la cruz; decía más, que entre otras cosas que les procuraba persuadir, y   —125→   algunas veces salía con su intento, era no comiesen carne humana, por lo cual, viendo que ya tenían a pique de matar al chanés para se lo comer, se lo quitaba, y aun casi por fuerza, y no se enojaban contra él; otras veces no podía tanto; reprehendíales gravemente el ser deshonestos con sus hermanas, y refería que un chiriguana, enamorado de su propia hermana, y ella no arrostrando a esta maldad, hallándola un día aparte donde le pareció poner podía su maldad en ejecución, ella se le escapó de las manos y corriendo se le entró en la iglesia, donde el perro chiriguana y bestial no se atrevió a entrar, y visto por la hermana le dijo: Bellaco, yo diré al padre te castigue; ¿no se te acuerda que nos dice que manda Dios no hagamos esta maldad? La muchacha diciéndoselo reprehendió al hermano ásperamente. Reprehendíales gravemente el vicio bestial de comer carne humana, a lo cual algunas veces le respondían que si la comían era asada o cocida, pero que no treinta leguas de allí había otros indios muy dispuestos, llamados Tobas, que la comen cruda; estos eran malos hombres, y no ellos, porque cuando van en el alcance, al indio que cogen, echándoselo al hombro y corriendo tras los enemigos, se lo van comiendo vivo a bocados; y que si quería, le llevarían a la tierra destos gigantes, a los cuales por verlos hizo le llevasen allá, y decía que los habían visto desde un cerro, mas que no se atrevieron a bajar al llano, y a su parecer serían de estatura de tres varas y media, o cuatro de alto, fornidazos, y visto, dio priesa a los chiriguanas se volviesen antes de ser sentidos,   —126→   y este valle dista, a su parecer, no cien leguas de la ciudad de La Plata. Todo esto, dije, yo leí, en el lugar referido; por lo cual, no es milagro reverencien tanto a la cruz, enseñados por aquel padre carmelita. En lo tocante, al milagro que dicen Dios les ha enviado un ángel que les predica y ha mandado vengan a Vuestra Excelencia a pedir sacerdotes, y lo demás, téngolo por fictión, y aun por imposible, porque esta es una gente que no guarda un punto de ley natural, tanta es la ceguera de su entendimiento; y a estos enviarle Dios ángel no es creíble, porque es doctrina de varones doctos, que si hobiese algún hombre que en la edad presente, gentil, que guardase la ley natural, volviéndose a Nuestro Señor con favor suyo, Su Majestad le proveería de quien le diese noticia de Cristo, porque dice San Pedro que en otro no hay ni se halla salud para el ánima, como envió a San Pedro a Cornelio, y a Filipo diácono al eunuco, y a los Reyes Magos trujo con una estrella; aunque no niego que Nuestro Señor, usando de su infinita misericordia, no pueda hacer con estos lo que dicen, pues los hombres igualmente le costamos su vida y sangre; mas los que agora estos dicen téngolo por falsedad y fictión. En lo que toca a irles a predicar, si la obediencia no me lo manda (no me atreveré a ofrecerme a ello) iré trompicando. Lo que estos pretenden es: saben que Vuestra Excelencia hizo guerra al Inga, le sacó de las montañas donde estaba, trújolo al Cuzco e hizo dél justicia, y temen Vuestra Excelencia ha de hacer otro tanto con estos, por los daños que en los vasallos de Su Majestad   —127→   los pobres inocentes han hecho y hacen, y quieren entretener a Vuestra Excelencia hasta que tengan todas sus comidas recogidas y puestas en cobro, y los chiriguanas que están agora en esta ciudad, a la primera noche tempestuosa se han de huir y dejarán a Vuestra Excelencia engañado. Dicho esto y otras cosas, hecho mi acatamiento, concluí mi razonamiento. El padre guardián de San Francisco, llamado fray Diego de Illanes, pidiéndole su parecer, dijo: No parece, Excelentísimo señor, si no queremos negar los principios de Filosofía, sino que Nuestro Señor ha guardado la conversión destos chiriguanas para los felicísimos tiempos en que Vuestra Excelencia gobierna estos reinos; y poco más dicho, cesó. El padre prior de San Augustín, fray Hierónimo, no era hombre de letras, buen religioso, remitiose al parecer de los que mejor sintiesen; lo mismo hizo el padre Comendador de las Mercedes. El padre fray Juan de Vivero, que acompañaba al padre prior de San Augustín, dijo que iría de muy buena gana a predicarles, como en público y en secreto lo había dicho muchas veces.

El Visorrey, oído esto, pidió parecer al padre fray García de Toledo, de quien habemos dicho ser hombre de muy bueno y claro entendimiento, que un poco apartado de nosotros tenía su silla, diciéndole: y a vuestra merced, señor padre fray García, ¿qué le parece? No respondió palabra al Visorrey, sino vuelto contra mí, dice: con el de mi Orden lo quiero haber; yo púseme un poco sobre los estribos, viendo ser una hormiguilla, y mi contendedor un gigante, y dijo: ¿cómo dice vuestra   —128→   reverencia lo afirmado? ¿No sabe que Dios envió un ángel a Cornelio? Respondí: Sí sé, y sé también que antes que se lo enviase, ya Cornelio (dice la Sagrada Escriptura) era varón religioso y temeroso de Dios, y cuando llegó San Pedro hacía oración al mismo Dios. Luego nos barajaron la plática, e yo quedé por gran necio y hombre que había dicho mil disparates, sin haber quien por la verdad ni por mí se atreviese a hablar una sola palabra. Es gran peso para inclinarse los hombres, aun contra lo que sienten, ver inclinados a los príncipes a lo que pretenden, por ser necesario pecho del cielo para declararles la verdad. No digo lo tuve ni lo tengo, mas diome Nuestro Señor entonces aquella libertad cristiana.




ArribaAbajoCapítulo XXXIII

Hace el Virrey información del milagro


Persuadido el Visorrey don Francisco de Toledo que los indios chiriguanas le tractaban verdad, para más en ella confirmarse y confirmar a otros determinó hacer una información de todo lo dicho por los indios que trujeron las cruces, y los testigos que tomaba y examinaba eran los mismos que dijeron la fictión, y algunos de los que estaban acá; hízose la información con esta solemnidad; hallose presente a ella el mismo Visorrey, el Presidente de la Audiencia, Quiñones; el deán de La Plata, el doctor Urquiza; el licenciado Villalobos,   —129→   vicario general por la Sede vacante, un hombre gran cristiano; tres secretarios: el de gobernación, Navamuel; el del Audiencia, Pedro Juanes de Valer; el de la Sede vacante, Juan de Losa. Tres lenguas: un religioso nuestro nacido y lego en el Río de la Plata, llamado fray Agustín de la Trinidad; Mosquera, de quien habemos tractado, y el mestizo Capillas. La hora señalada era de las cuatro de la tarde hasta las ocho de la noche; yo me hallé a toda ella, porque iba por compañero del religioso lego, y así lo pedí para ver en qué paraba esta fictión. Los indios que vinieron con las cruces fueron los primeros examinados, y declararon como habían referido en su embajada. Luego llamaron a otros de los que estaban acá que decían saber lo propio, y nunca tal dijeron hasta venidos los de las cruces; declararon también el don Francisquillo, y sucedió lo que diré: declaraban dos juntamente, y disparaban de lo que los otros habían declarado; a este tiempo el don Francisquillo, haciendo fuerza al portero del Virrey, como lo tenían por medio truhán, y el Visorrey gustaba de verle tartamudear en nuestra lengua, entró dentro de la sala donde el Visorrey y los demás estábamos, y arrimose a la pared frontera de donde era el examen; el cual, oyendo cómo disparaban de lo quél y los demás examinados habían declarado. Díjoles: Hermanos, ¿no os dije ayer todo lo que habíades de decir? ¿cómo decís al contrario? Y todos tres lenguas fueron tan cortos, que no advirtieron al Visorrey de lo que aquel don Francisquillo les dijo, para que se entendiera la fictión destos. Dijéronlo ya que   —130→   nos veníamos a nuestras casas acompañando al deán, porque era todo camino entonces, y aún más de una cuadra; lo dijeron porque veníamos tractando que era fictión y mentira, y ellos para confirmarlo dicen lo que el Francisquillo dijo a los que disparaban de los demás encaminados, y fue promisión de Dios porque aunque lo dijeran, no fueran creídos. Con mi poco talento yo me deshacía viendo lo que pasaba, y que el Visorrey nos detuviese allí tanto tiempo, y otra noche siguiente díjele: Suplico a Vuestra Excelencia sea servido oírme. Respondiome: Decid; Señor, dije, si es verdad lo que éstos dicen que aquel ángel les predica, y afirman que unas veces le ven, otras no, y cuando le ven entra en la iglesia muy resplandeciente y hermoso, no hay duda sino que, para confirmación de que es ángel, o Sandiago, como ellos dicen, enviado de Dios, que para que le crean habrá hecho algún milagro. Porque esta es orden de Dios, como consta de Moisés, con los hijos de Israel, que para que le creyesen hizo milagros delante dellos, y lo mismo hicieron los apóstoles y otros muchos sanctos para confirmación de la fe y predicación evangélica; mande Vuestra Excelencia se les pregunte si ha hecho algún milagro. El Visorrey dijo: Bien decís; pregúntenselo. Pregúntanles las lenguas si aquel ángel o Sandiago ha hecho algún milagro; responden haber hecho tres; el primero fue que le llevaron una yegua picada de una víbora, que era de un curaca, para que la sanase, y la sanó; este buen milagro es, porque convenía no se perdiese la casta de los caballos en los chiriguanas. El otro, que   —131→   a un muchacho picado de otra víbora, llevándoselo, lo sanó. El tercero fue, que no queriendo unos chiriguanas salir de las casas donde estaban, a oírle su predicación, les dijo: ¿así, no queréis oír la palabra de Dios? pues yo haré venga del cielo fuego y os abrase, y descendió fuego del cielo y los abrasó; y aun añadieron otro, que son cuatro, que en un pueblo llamado Cuevo, no le queriendo oír, les dijo: Pues yo me iré, y os dejaré; e se fue, y la cruz que estaba en la plaza de la iglesia se levantó y se fue en pos de Sandiago y se plantó en la plaza del otro pueblo. Examinando a otros dos indios, y preguntándoles destos milagros, en los dos primeros confirmáronse; en lo del fuego de la casa, dijeron haberse quemado acaso, pero que dentro della nadie pareció, y lo de la cruz de Cuevo no hobo tal, sino que allí está, y en el otro pueblo los indios del pusieron una cruz delante de la iglesia; y con todo esto se pasó adelante con la fictión, y se creyó, y en la información se escribieron ochenta hojas, o pocas menos; empero, cuando se huyeron los chiriguanas (como en el capítulo siguiente diremos), ya entonces se creía la fictión ser mentira, e yo me atreví a hablar cerca desta materia y que había salido verdad lo por mí dicho, que no querían sino engañar al Visorrey, y a la primera noche que sucediese tempestuosa, huirse a sus tierras, como lo hicieron.



  —132→  

ArribaAbajoCapítulo XXXIV

Los chiriguanas se huyen


El Visorrey don Francisco de Toledo, hecha la información, fue deteniendo a los indios chiriguanas, sin dejarles volver a sus tierras, lo cual ellos sintiendo determinaron de huirse; esto fue descubierto, y el Visorrey mandó que de una casa que les había dado, un poco apartada del pueblo, en la perroquia de San Sebastián, se mudasen a otra dentro del pueblo, donde se tuviese un poco de más recaudo con ellos, y si se huyesen luego fuese sabido; subcedió, pues, así, que venida una noche muy tempestuosa, como las suele hacer en aquella cibdad y en toda la provincia, se huyeron todos los que habían quedado, y entre ellos Baltasarillo y el chiriguana llamado inga Condorillo. Sabido en casa del Visorrey por sus criados, antes que amaneciese dispiertan al Visorrey, a quien ni en aquella hora ni en otra, como durmiese, se atrevían a despertar, y dícenle: ¡Oh! señor, los chiriguanas se han huido. Entonces díceles: No me quede ninguno de vosotros en casa que no los vaya siguiendo y me los traya; sale la voz por el pueblo, de donde algunos de los criados del Visorrey y otros de la ciudad, con sus vestidos negros, sin esperar a más, toman sus caballos, y aun los ajenos, que hallaban a las puertas de sus amos, y sin más detenerse, unos por una   —133→   parte y camino, otros por otra o por otro camino, se parten en busca de los chiriguanas, sin saber el camino que llevaban; diose aviso luego a los chacareros de los valles por donde necesario habían de pasar, y a los que a las riberas de los ríos tenían sus haciendas, que velasen e procurasen haberlos a las manos. Prendieron al Baltasarillo y a otros tres, que trujeron al Visorrey. El inga Condorillo con los demás aportó al valle de Oroneota, donde hay un poblezuelo pequeño de los indios llamados churumatas; en el paso estaban un mulato con dos indios, a donde llegando el inga Condorillo con sus compañeros, con un cuchillo carnicero hirió al mulato, que luego huyó, y luego acometen a los indios, hiérenlos a ambos, al uno de muerte, de que dentro de breves días murió; al otro más livianamente, con lo cual se escaparon hasta hoy, de suerte que lo que yo dije salió verdad; pero primero que saliese andaba como corrido, sin atreverme a hablar, ni haber quien se atreviese de los pocos que conmigo concordaban y sentían, aunque después que los recogieron a la cibdad, algunos libremente decían su parecer.




ArribaAbajoCapítulo XXXV

El Visorrey don Francisco de Toledo determina ir a los chiriguanas en persona


Sintió gravemente el Visorrey la huida de los chiriguanas, como a quien unos indios bárbaros   —134→   así burlaron, por lo cual, y porque convenía hacerles guerra, subjectarlos, o echarlos a lo menos de aquellas montañas y carnecerías donde vivían, dende a pocos días determinó él en persona ir a castigarlos, y de allí entrar en Santa Cruz de la Sierra y sacar a don Diego de Mendoza y justiciarle, como lo hizo después, y de un tiro matar dos pájaros; sacó tiendas, las cuales armaron delante de su casa, en la cuadra de la iglesia mayor; nombró por capitán general a don Gabriel Paniagua, vecino de la ciudad de La Plata, hombre muy rico, comendador de Calatrava; por maestre de campo, a don Luis de Toledo, su tío. Antes de se determinar tuvo muchos acuerdos y consejos, en los cuales por el Audiencia siempre fue contradicho su parecer de ir en persona, y se lo requirieron, porque para aquella guerra era suficiente un capitán general con ciento y cincuenta soldados y tres capitanes, a quien mandase ir al puesto del río de los Sauces, donde el capitán Andrés Manso tuvo poblado, y de allí hiciese la guerra como convenía hacerse a estos come hombres, lo cual mejor que otro lo haría Pedro de Segura, de nación vizcaíno, cursado en guerra contra los chiriguanas, a quien ya tenía perdido el miedo; enviole a llamar, que vivía pobremente con su mujer y hijos en un valle llamado Sopachui, más de veinte leguas de la ciudad de La Plata, el cual venido y ofreciéndose a servir a Su Majestad y al Visorrey en lo que le mandase, conforme a su obligación de hijodalgo; empero pidiéndole algún socorro para dejar a su mujer y hijos, no se le dio, y le despidió diciéndole se volviese a su casa.

  —135→  

Determinose, pues, el Visorrey, contra el parecer del Audiencia y de los demás vecinos y hombres que tenían experiencia cómo se había de hacer aquella guerra, de ir en persona, y así aderezó y mandó aderezar las cosas necesarias.




ArribaAbajoCapítulo XXXVI

El Visorrey don Francisco de Toledo pide parecer si dará por esclavos a los chiriguanas


Determinado el Visorrey de entrar en persona contra estos come hombres, enemigos comunes del género humano, llamó a consulta al Audiencia, Sede vacante, Cabildo de la ciudad de La Plata y a las Órdenes, y en particular a estas, y letrados, si podía lícitamente dar por esclavos a los chiriguanas que se prendiesen en aquella guerra; juntos a la hora señalada, y pidiendo parecer, y dando las causas que le movían a poderlo hacer, hablando primero el doctor Urquizu, deán, le dijo que en la guerra justa, como era la presente, era lícito al rendido captivarle, por ser ya Derecho y común consentimiento de las gentes, porque si a un enemigo, en la tal guerra, teniéndole rendido, le puedo quitar la vida, gran beneficio le hago, dándosela, hacerle mi esclavo; empero porque él había visto una cédula del Emperador y rey nuestro señor Carlos V, en que mandaba que a ningunos indios, por delictos gravísimos que tuviesen, ni porque se hobiesen rebelado contra su corona   —136→   Real, ni por comer carne humana, ni por otros ningunos de sus Virreyes, gobernadores, ni capitanes generales, les pudiesen dar por esclavos, ni a los ya reducidos a su servicio, ni a los que de nuevo se reduciesen, y así ponía en su libertad a todos los indios que como esclavos servían, vendidos y comprados; por lo cual, conforme a esta cédula, usada e guardada, no era lícito darlos por esclavos, por ser ley de nuestro Rey y príncipe, en la cual para con estos indios moderaba la ley y Derecho de las gentes de que arriba hicimos mención que en la guerra justa al rendido justamente se hace esclavo; a esto respondió el Virrey, aquella cédula haberla Su Majestad despachado y establecido aquella ley para los vecinos de México, donde el Visorrey don Antonio de Mendoza tuvo muchos esclavos indios con sus ingenios, y que no se entendió en estos reinos. Oído esto por el doctor Urquizu, dijo: Si Vuestra Excelencia esa ley puede así interpretar, con justo título los puede dar Vuestra Excelencia por esclavos. Con este parecer fueron todos los demás prelados de las Órdenes, y casi concluida la consulta, y en este parecer resuelta, viéndome el Visorrey, mandome decir lo que sentía, y es cierto que no siendo yo sino un muy simple y sencillo religioso de mi Orden, era compañero de mi prior, me había asentado muy abajo, y aun casi me escondía, porque ni me viesen ni me preguntasen, pareciéndome ya en este particular de los chiriguanas me tenían por sospechoso. Pero no me pude esconder qu'el Visorrey no me mandase decir mi parecer, al cual dije (no parezca a nadie alabo mis agujas; tracto verdad   —137→   coram Deo et Christo Jesu): Señor, si la ley del Emperador y rey nuestro señor, de gloriosa memoria, no se entiende en estos reinos, lo que a Vuestra Excelencia se ha respondido se puede justísimamente hacer; pero aunque sea así, Vuestra Excelencia debe mandar se modere este rigor desta suerte, pareciendo conviene que los niños y mujeres inocentes, excepto las viejas, porque éstas son malditas, por cuyo consejo estos chiriguanas van a la guerra, no se den totalmente por esclavos, sino que el que los captivare se sirva dellos toda su vida como de tales, no los pudiendo vender ni enajenar, y que si algún otro se los hurtare o sosacare, sea castigado como si cosa propia se le hobiera hurtado; los demás inocentes queden libres como vasallos de Su Majestad, para que Vuestra Excelencia los encomiende a quien fuese servido. Muévome a esto, porque todos estos reinos se han de reducir a la corona de Castilla, y en contorno de los chiriguanas hay indios, y lejos dellos, que no están reducidos. Pues si estos tales oyeren decir que los cristianos han hecho esclavos, compran y venden y han destruido a estos come hombres, no sabiendo la razón e justicia de parte de Vuestra Excelencia para mandarlo, tenernos han más aborrecimiento del que nos tienen, y el nombre de cristiano se hace más odioso. El Visorrey dijo era piadoso parecer; empero, no lo queriendo admitir, mandó al general don Gabriel saliese a la plaza y con la solemnidad acostumbrada publicase a fuego y a sangre la guerra contra estos chiriguanas, declarándolos y dando por esclavos a todos cuantos en ella se rindiesen y prendiesen;   —138→   lo cual hizo luego, y en la plaza públicamente se publicó y pregonó como el Visorrey lo mandaba.




ArribaAbajoCapítulo XXXVII

El Visorrey manda al general don Gabriel entre contra los chiriguanas por el camino de Santa Cruz


Publicada la guerra a fuego y sangre, y dados por esclavos los chiriguanas, mandó el Visorrey al general don Gabriel que con 120 soldados, sin la gente de su casa, entre contra estos enemigos comunes por el camino que va a Santa Cruz de la Sierra, y procure allanar al cacique Vitapue, que está en medio del camino, o a lo menos impedirle que no pueda ir a socorrer a los demás contra quien el Visorrey entraba. Apercibiose el General de lo necesario, y con los soldados dichos, muy buenos y bien aderezados, tomó su camino. Lo que le subcedió diremos cuando hobiéramos concluido con lo que aconteció al Visorrey.




ArribaAbajoCapítulo XXXVIII

El Visorrey nombra capitanes y entra en la tierra chiriguana


Nombró también otros capitanes: por la ciudad de La Plata, a don Fernando de Zárate, vecino   —139→   della; por la villa de Potosí, a Juan Ortiz de Zárate, su criado. Mandó que todos los vecinos del Pueblo Nuevo viniesen a servir a Su Majestad en esta jornada, o enviasen personas en su lugar con sus armas y caballos; los más vinieron; los otros enviaron soldados a su costa: otros muchos hijosdalgo, conforme a su obligación, se ofrecieron a servir y fueron sirviendo sin interés ni socorro alguno. Partió, pues, el Visorrey llevando en su compañía los lanzas y arcabuces para la guarda de su persona, y para hacer lo que se les mandase. Por justicia mayor del campo, al licenciado Ricalde, con buena casa de soldados vizcaínos y mucho gasto. Salieron con él de la ciudad de La Plata pocos más de 400 soldados, todos deseosos de concluir con esta maldita canalla y de vengar la injuria hecha al Visorrey, engañándole como le engañaron; fueron también con él otros soldados que tenían sus haciendas en los valles fronteras desta gente, y que aquella tierra la habían visto muchas veces.

La primera jornada fue legua y media de la ciudad, a un valle llamado Sotala, a donde se acabaron de juntar las cosas necesarias de mantenimientos, y carneros para llevarlos; vinieron también allí indios de servicio y de los chichas, que es gente buena y belicosa, con sus arcos y flechas. En este valle quisieron algunos criados del Virrey saber qué tan fuerte era el arco chiriguana, y tomando una cota la pusieron en un costal de paja y a los indios chiriguanas que llevaban para guías hiciéronlos tirasen a la cota, y a los chichas; los chichas desembrazaron primero, pero sus flechas   —140→   resurtieron. Los chiriguanas desembrazando pasaron la cota y costal de banda a banda, de lo cual fueron no poco admirados; es el chiriguana bravo hombre de arco y flecha, como dejamos dicho, y aunque es así que se llevó gran cantidad de comida, porque siempre se temió hambre, y temiéndola, los cursados en aquella tierra y el camino que llevaban, dijeron al Virrey que para tal tiempo proveyese, a lo menos dejase proveído, que de la ciudad de La Plata y sus términos, en el río de los Sauces, o asiento de Condorillo, le tuviesen comida, porque sería necesaria; no los quiso oír, y subcedió así como diremos, que si lo dejara proveído, no se viera el campo en la necesidad que se vio. Llegando, pues, a las puertas de las montañas chiriguanas, luego despachó al capitán Juan Ortiz de Zárate con su compañía de cincuenta soldados, sin otros diez que le dio viejos y cursados, a un pueblo, creo llamado Tucurube, el primero por aquel camino; el cual llegó a tan buen tiempo, que no halló indio en él que le pudiese hacer resistencia sino las mujeres y niños, por haber tres o cuatro días se habían partido a cazar indios chaneses para su carnicería, y entre las mujeres vivía una mestiza que dijimos haberse quedado en los chiriguanas cuando mataron al capitán Andrés Manso y a todos los que con él estaban, la cual con las demás indias se huyó al monte, y conocida por algunos, llamándola, no quiso volver, tiró su camino con las demás y hasta hoy se quedó hecha chiriguana. Hallose aquí mucha comida de maíz, frísoles, zapallos, yucas y otras suertes de mantenimientos de que se sustentan y hacen sus brebajes   —141→   en mucha cantidad; oí certificar a algunos que con él fueron serían de todas comidas más de 3000 fanegas. Apoderose del pueblo, que no era más de tres casas como las usan, muy anchas y más largas. Los del pueblo van al monte y avisan a los chiriguanas den luego la vuelta, porque los cristianos se han apoderado de las casas y comidas; los cuales dentro de pocos días volvieron y entraron como de paz, no todos, sino los más principales, que a escondidas preguntaban quién era el capitán; si era conocido dellos, viejo o chapetón, o si por ventura era el capitán Hernando Díez de Recalde, que allí como soldado iba. El capitán Hernando Díez era dellos muy conocido por muchas y muy buenas suertes que había hecho con ellos; temíanle y deseaban haberle a las manos; mas como supieron era chapetón, y dellos no conocido, luego le tuvieron en poco y engañaron, comenzándole a servir y traer agua y leña y lo que les pedían. El capitán Juan de Zárate despachó luego al Visorrey un soldado con la nueva de la presa de la comida que tenía; el capitán alojó sus soldados a lo largo de los buhíos, de suerte que por las espaldas estaban seguros; empero los chiriguanas lo persuadieron se metiese en uno dellos, porque las indias que traían leña y agua y demás cosas para guisar de comer tenían miedo de los soldados, y no venían de buena gana, ni se atrevían a entrar dentro del buhío: persuadiose a ello, aunque por algunos soldados le fue rogado no lo hiciese ni desamparase su alojamiento; con todo eso se metió dentro de la casa, a donde por algunos días le aseguraron los chiriguanas sirviéndole con mucho   —142→   cuidado. Empero no eran tan recatados que los que tenían alguna experiencia de sus malas costumbres, por los ademanes y otras cosas, entendíanles los pensamientos, por lo cual avisaron al capitán se velase y no hiciese tanta confianza de aquella gente sin Dios, sin ley y sin rey; no quiso admitir este buen consejo, diciendo no era él hombre a quien los chiriguanas habían de engañar, no se acordando habían engañado al Visorrey, con todo su buen entendimiento. Los que se recelaban, que fue el capitán Hernando Díez de Recalde, con un hijo suyo y un negro, y otros tres o cuatro que se le llegaron, no dormían en el buhío, sino fuera, las espaldas seguras con unas piruas de maíz juncto al buhío, (pirua es un cercado como de dos varas y media, redondo, de cañas, donde se encierra el maíz), y la noche de cierto día que conocieron lo que había de hacer la gente enemiga, se repararon lo mejor que pudieron y estuvieron apercebidos velándose; esta noche, el capitán descuidado, dan los chiriguanas en él y en los demás que dormían a sueño suelto y sin centinelas; mataron a un español y a uno o dos mulatos, y no sé cuántos indios, y hirieron a otros, y a soldado hobo, y lanza, que lo pasaron un muslo con una flecha, revuelto con su frezada. Los que estaban fuera, éstos detuvieron a los indios que no entrasen tan de golpe, y mataron algunos con sus arcabuces, porque los que hicieron daño en el buhío fueron los que allí se habían quedado, como ellos decían, a dormir, y a la hora señalada tomaron las armas que entre la leña metieron, y con ellas hicieron el daño dicho, y al capitán hirieron livianamente en   —143→   una mano. Los chiriguanas, como los de fuera les daban priesa, huyeron al monte; llegó el día; curaron los enfermos y enterraron los muertos, y el capitán fue a buscar los enemigos, pero no hallándolos, se volvió; los cuales se entiende haber recebido no poco daño, por la sangre que a la mañana se vio juncto a la casa. Dende a pocos días determinó el capitán dejar el pueblo y comidas, y dar la vuelta en busca del Visorrey, a donde llegando, y sabido el subceso, no le quiso ver ni hablar por muchos días, y no sin mucha razón, porque si el capitán Juan de Zárate siguiera el parecer de los expertos en la guerra chiriguana, casi la había acabado; pero, como dijimos arriba, los que vienen de España tiénennos por más que bárbaros; dijéronle no desamparase la comida sin orden del Visorrey, ni el pueblo, la cual, si no dejara, era fácil llevarla al real y no se padeciera la hambre que después se padeció, a lo menos no tanta.




ArribaAbajoCapítulo XXXIX

El Visorrey nombra capitán a Barrasa, su camarero, y lo envía al pueblo de Marucare


Prosiguiendo la tierra adentro el Visorrey con su campo, lo asentó en cierta parte cómoda, de donde nombrando por capitán a Francisco Barrasa, su camarero, le mandó escogiese cincuenta hombres en todo el ejército, y con ellos fuese a un pueblo del curara Marucare, que dijimos haber salido a   —144→   la cibdad de La Plata con Mosquera, pero el Visorrey le dio licencia para volverse a su tierra.

Antes que pasase más adelante, se me podría preguntar por qué el Visorrey no quiso recebir el consejo de los vaquianos. A esto respondo lo que oí a un personaje con quien el Virrey tractaba lo íntimo de su corazón, que era el padre fray García de Toledo: el Virrey se persuadió a que viendo, los chiriguanas la pujanza con que entraba él propio en persona, y que por ninguna via se podían huir de sus manos, se le habían de venir a entregar sin tomar armas; que no se pudiesen huir, era como demostración, porque los de17 Vitupue habían de caer en las manos de don Gabriel, general del campo; si huían a Santa Cruz, en las de don Diego de Mendoza, a quien mandó saliese hasta tal puesto con sesenta soldados y algunos amigos indios, cual lo hizo; si la tierra adentro, habían de dar en los Tobas, que dijimos ser gigantes y enemigos capitales de los chiriguanas; persuadido con estas conjeturas no hizo caso de los buenos consejos; digo también que la gloria de la conquista de los chiriguanas se la quiso atribuir a sí y a los suyos, y no a los capitanes y soldados viejos, como la del inga, porque al mismo padre fray García oí decir que si los chapetones no fueran a ella, no se hiciera el efecto que se hizo, porque estos se echaron el río abajo, pidieron y sacaron al Inga y a sus capitanes.

Volviendo a nuestra historia, el capitán Barrasa escogió los más principales del ejército en linaje   —145→   y no en trabajo, ni en ejercicio de guerra, que fueron a los vecinos de la cibdad de La Paz y otros. Desta suerte salieron en sus caballos hasta el pie de una cuesta por donde no se podían aprovechar dellos, y el pueblo estaba fundado en lo alto della; la cuesta agria y larga, el calor mucho, los cuerpos cargados de armas y no acostumbrados a traerlas, hobo algunos que dieron señal, y muy baja; finalmente, llegaron a lo alto; los indios, que antes que subieran la cuesta los habían visto, no se atreviendo a resistirlos se metieron en la montaña con sus hijos y mujeres, dejando las casas desamparadas; los nuestros, cuando llegaron ya llevaban alguna hambre, y entrando en las casas buscaban qué comer; dieron en una olla grande llena de maíz cocido; metían las manos y a puñados sacaban el mote (mote es maíz cocido), lo cual con mucho gusto comían; empero uno, metiendo la mano un poco más adentro, encontró con un brazuelo de un niño; sacolo a fuera sin saber lo que sacaba; en viendo los nuestros la carne humana, fue tanto el asco que recibieron, que lo comido y lo que más tenían en el cuerpo, con grande asco lo lanzaron fuera, y sin hacer otro efeto se volvieron al real. No hallaron alguna comida porque los indios la tenían en la montaña puesta en cobro, y si fueran hombres de guerra y dieran sobre los nuestros cuando andaban sin orden buscando la comida, no sé cómo volvieran.



  —146→  

ArribaAbajoCapítulo XL

De la hambre que comenzaba en el real y enfermedad del Visorrey


De aquí partió el Visorrey, donde tenía alojado el campo, la tierra adentro, y prosiguiendo su camino dio en el río llamado de Pilaya, a quien algunos llamaron el río no lo siendo; muchos iban en el real que le habían visto antes. Ya en este tiempo se comenzaba a sentir falta de comida en el real, porque la tierra no la lleva sino en los lugares donde los chiriguanas siembran sus comidas, y siendo la tierra montosa, los árboles son infructíferos, si no son unos llamados cañares18 que son los azofeifos nuestros; otros no sé que lleven fructa, sino muchas garrapatas, a los cuales arrimándose, a un hombre caen tantas que le cubren de arriba abajo. Los chiriguanas, sus comidas habíanlas metido en la montaña, y aunque las buscaban los nuestros, no las hallaban. El Visorrey, o por la destemplanza de la tierra del mucho calor o por otras causas que descomponen los cuerpos humanos, comenzó a enfermar de unas bravas y recias calenturas que le iban creciendo y enflaqueciendo mucho, por las cuales e no poder caminar el Virrey en su literilla   —147→   de hombros (la tierra no sufría litera de acémilas que llevaba) se detenían en los alojamientos más de lo necesario para pasar adelante; su médico todo lo posible hacía para su salud, y día de Nuestra Señora de Agosto, cuando se pensó tener acabada la guerra, le desafució, y con todo esto el Visorrey no quería sino proseguir su jornada. Lo cual visto por el licenciado Recalde, entrando a visitarle en la tienda le dijo el estado de su enfermedad, y que si Nuestro Señor disponía dél en aquella tierra, allí le habían de sepultar, aunque esto no hacía al caso, porque la común sepoltura de todos los hombres es la tierra. Lo que más se había de advertir, y por lo que más se había de mirar, era que todos se perderían cuantos con él entraron, y el reino del Perú corría mucho riesgo (como era verdad) de perderse con alguna tiranía, y subcediera así si Nuestro Señor otra cosa no ordenara. También le puso delante de los ojos la hambre que se augmentaba en el real, y quien más la padecían eran los pobres indios; por tanto, le suplicaba mirase los grandes inconvenientes que se siguieran, irremediables, por los cuales perdería el crédito que con Su Majestad había ganado hasta allí, y no permitiese que los miserables indios, a quien sacó de sus tierras, tan miserablemente murieran, porque acosados de la hambre se huían del real, sin saber camino, los cuales cayendo en las manos de los chiriguanas, luego eran comidos, y cuando no, daban en manos de tigres, de que es aquella tierra poblada, y los despedazaban; lo cual siendo como era así, Su Excelencia mandase dar la vuelta al Perú, pues ya se había hecho   —148→   todo lo posible y los chiriguanas no parecían en el mundo.




ArribaAbajoCapítulo XLI

El Visorrey manda volver el campo al Perú


Viendo, pues, el Visorrey su poca salud, y lo que el licenciado Recalde le aconsejaba era lo justo, bueno y sancto, y el riesgo qu'el reino corría, determinó mandar se diese la vuelta al Perú, y a todo el campo muerto de hambre, y los que más la padecían eran los pobres indios, los cuales si encontraban con algunas sillas se comían los cordobanes y guarniciones; los más se aventuraban a salir de este reino, y salieron algunos; vi in indio en la cibdad de La Plata, del repartimiento del capitán Hernando de Zárate, que a su ventura se atrevió a salir y llegó a la cibdad, y fuese derecho a casa de su amo; donde a la sazón estábamos dos religiosos; doña Luisa, mujer del capitán don Fernando, cuando le vio compadeciose grandemente y todos nos compadecimos; regalole, acariciole, mandó que le diesen de comer; no parecía sino la estatua de la muerte, en los puros cueros y en los huesos; al cual preguntándole el estado de los nuestros, dijo lo que habemos referido. Preguntámosle más: ¿cuántos chiriguanas traían en colleras? Lleváronlas chichas de acá. Respondió estas palabras: Ni solo una uña de chiriguana traen los cristianos.

  —149→  

Todo el real casi venía a pie, porque los caballos, pasaron de más de 1600, se quedaban estacados de cierta yerba que comían, haciendo espumarajos; salieron cual o cual, y como no había en qué traer la ropa, quedábanse los toldos armados y las petacas llenas.

El licenciado Recalde se mostró gran cristiano para con los indios, y Nuestro Señor se lo pagó, porque encontrando al indio arrimado o a la peña, transido de hambre, le hacía dar de comer, lo traía en su compañía, y si no podía caminar, en sus caballos o mulas lo mandaba subir; dejando su caballo, y quitándolos a sus criados y a los de su casa, los daba a los indios; albergábalos, curábalos en sus toldos, con lo cual libró no pocos de la muerte y sacó a esta tierra; finalmente, sus toldos eran las enfermerías de los pobres indios. Con mucho trabajo salió el Visorrey y el campo a la tierra del Perú, a un valle llamado Tomina, sin que en el camino recibiese algún daño de los chiriguanas, que fue no poca merced que Nuestro Señor hizo a todo el reino, y si bien se considera confesaremos que el mismo Dios puso19 en las manos de los nuestros a los chiriguanas, y los cegó para que no conociesen la oportunidad, creo por la gran soberbia con que entraron.

Si el capitán Juan de Zárate siguiera el consejo que le daban, habría preso y captivado muchos de los principales chiriguanas, enseñándoselos con el dedo en el pueblo donde dijimos llegó y no   —150→   halló resistencia alguna. Fue señor de la comida, y si no la desamparara no se padeciera en el real la penuria, que della hobo, ni hobiera hambre, y la guerra casi era acabada, y si no acabada, se habría puesto en término de acabarla presto. Puso también Nuestro Señor a los españoles en las manos chiriguanas; empero, usando de su acostumbrada misericordia con ellos, cegó a los chiriguanas para que no conosciesen el tiempo, ni se aprovechasen dél ni de sus propias costumbres de pelear, porque con ser gente que no pelea sino a traición y de noche, con nosotros pocas veces de día, sí de noche; si fueran dando arma en el campo, de suerte que los desvelaran y hicieran estar en arma toda la noche, hambrientos, sin fuerzas para tomar armas, y desvelados, ¿cómo volvieran a este reino? ¿por qué camino?

Abriéndolo venían; cegolos Dios, y olvidáronse de su orden de pelear. Del campo diose aviso al Audiencia y a la ciudad cómo salían y cuán destrozados y hambrientos. Salió con la brevedad posible el Presidente Quiñones a les llevar refresco, el cual llegando al valle de Tomina y sabiendo cuánta más necesidad traían de la que en las primeras cartas se había significado, y que los gastadores estaban cerca, ya casi arrimados a los árboles, tomando su mula y en ella, unas alforjas, y los demás que con él iban haciendo lo mismo, con la priesa posible llegaron donde los gastadores entre los cuales hallaron dos o tres ya arrimados a unas peñas, los ojos vueltos en blanco, de hambre; animoles y dioles el refresco que llevaba, con lo cual los volvió en sí y avisó   —151→   al campo cómo había llegado con bastimentos y otro día sería con ellos; con esto los unos y los otros se animaron y llegaron al valle nombrado Tomina, sin que se perdiesen tres soldados, a donde fueron muy caritativamente recebidos de los que en él habitaban, españoles chacareros, que con gran liberalidad daban de comer a todo el campo, vaca, ternera, cabritos, ellos y sus mujeres amasando de día y de noche el pan para los que a sus casas llegaban con no poca pérdida del crédito español.




ArribaAbajoCapítulo XLII

Lo que subcedió al general don Gabriel Paniagua


El general don Gabriel Paniagua, prosiguiendo su viaje por donde le fue mandado, con 120 soldados (como dijimos), entró en la tierra chiriguana sin que los indios se le atreviesen a salir al camino, ni estorbar el paso; sólo un día, en un pajonal crecido, le tenían armada una celada, que si no se descubriera acaso, le hicieran algún daño; llegó a este pajonal ya tarde, donde, alojando la gente, ya comenzaban a armar sus toldos, atar los caballos y el bagax ponerlo en medio del alojamiento; un soldado iba en busca de su caballo, que se le había apartado un poco, de trecho del alojamiento, el pajonal adelante, y era hacia aquella parte donde los estaban   —152→   acachados y escondidos, para en comenzando a cenar, o al primer sueño, dar en los nuestros.

Los indios como vieron que el soldado iba para ellos con su escopeta al hombro, pensaron ser sentidos, levántanse y descúbrense de la emboscada. El soldado, vistos, disparó su arcabuz contra ellos y volviose al campo tocando arma.

A esto los demás tomaron sus escopetas, y puestos en orden, como mejor pudieron se defendieron y ofendieron al enemigo, sin que ellos recibiesen en la persona daño alguno; al ruido de los arcabuces, los caballos, que no estaban atados, se metieron en la montaña y se desaparecieron, pocos de los cuales volvieron a la compañía; esta fue la mayor pérdida que subcedió al general don Gabriel, ni tuvo otro encuentro. Puesto, pues, enmedio de las montañas chiriguanas, no sabía cosa alguna del Visorrey; no le avisó, ni pudo, como estaba concertado; indios no le molestaban ni los hallaban; el tiempo del verano era acabado; las aguas comenzaban, hasta que desde un cerro le dijeron los enemigos todo lo que pasaba, en el campo del Visorrey: la enfermedad, la hambre, y que ya el Visorrey había dado la vuelta al Perú; que se saliese, por ser ya tiempo de sembrar, y no les impidiese las sementeras, porque si aguardaba a las aguas ni él podría salir, y le faltarían las comidas, ni ellos sembrar, y así perecerían todos; el consejo no fue errado.

El general, pues, viendo, y sus capitanes, ser posible lo que los chiriguanas decían, considerando el tiempo y lo demás, determinó de dar la vuelta al Perú, y saliendo sacó toda su gente   —153→   sana y salva, sin más pérdida de aquellos pocos caballos que se huyeron en la refriega dicha; en llegando a tierra de paz, luego fue cierto de lo que los chiriguanas le habían dicho ser verdad, y viniéndose para la cibdad de La Plata halló en ella días había al Virrey muy enfermo.




ArribaAbajoCapítulo XLIII

Despide los soldados el Visorrey y llega a la cibdad de La Plata


En este valle de Tomina despidió los soldados, dándoles licencia, en donde descansó el Visorrey hasta adquirir unas pocas de fuerzas, las cuales, en dándole los aires del Perú comenzó a recobrar, y la enfermedad a disminuírsele, pero no de manera que se pudiese tener en pie ni andar un paso; mas sintiéndose ya con algunas fuerzas se puso en camino para la ciudad de La Plata, adonde llegó en una literilla de hombros en que le traían dos lacayos, tan flaco y desfigurado, que se tuvo muy poca esperanza de su salud: mas Nuestro Señor se la dio enteramente, y todo el pueblo dio muchas gracias a la majestad de Dios porque le sacó vivo. Alcanzada esta salud y compuestas algunas cosas tocantes al buen gobierno de aquella provincia, dende a cinco o seis meses tomó el camino para Potosí, a donde, hallando que muchos de los que tenían indios para sus ingenios se habían ocupado más en recoger metales de los desmontes   —154→   montes, y en traspasar la ordenanza por él hecha (como dejamos dicho), que en beneficiar y labrar sus minas, los condené a tres tomines ensayados por quintal, con los cuales enteró la raja Real de lo que della había sacado para la guerra chiriguana, y lo demás repartió en los que más habían gastado, como fue al licenciado Recalde aplicó cierta cantidad y a otros.

Pudiera escrebir otras cosas particulares que en esta provincia sucedieron, mas déjolas porque no paresca se tratan con alguna manera de pasión, de la cual estamos muy lejos; empero la verdad de la historia, no se ha podido dejar. Partió de Potosí, asentado todo lo necesario, para su buen gobierno, para la ciudad de La Plata; de allí a Arequipa, de donde se fue a embarcar, creo son 22 leguas, a la playa de Quilca; embarcado, en breves días llegó al puerto del Callao, de la ciudad de Los Reyes, adonde fue muy bien recebido.




ArribaAbajoCapítulo XLIV

Del capitán Francisco Draque, inglés, que entró por el estrecho de Magallanes


El año de 77, así como en España y toda Europa, pareció en la media región del aire el más famoso cometa que se ha visto; también se vio en estos reinos a los 7 de octubre con una cola muy larga que señalaba al estrecho de Magallanes, que duró casi dos meses, el cual pareció ser anuncio   —155→   que por el Estrecho había de entrar algún castigo enviado de la mano de Dios por nuestros pecados, como sucedió; que dende a dos años, poco más o menos, que se acabó, y el Visorrey don Francisco de Toledo residiendo en la ciudad de Los Reyes, entró en el puerto della un navío inglés, enemigo, con un capitán llamado Francisco Draque, de noche, sin que hobiese imaginación que tal pudiese subceder, en el cual tiempo en la ciudad de Los Reyes no había un grano de pólvora, ni gentilhombre lanza que tuviese lanza, ni gentilhombre arcabuz que tuviese arcabuz, por se los haber comido y no les haber pagado lo situado por el Marqués de Cañete, de buena memoria. El ejercicio de las armas se había olvidado, no sólo en aquella ciudad, sino en todo el reino, por haber mandado el Visorrey ningún hombre caminase con arcabuz, so pena de perdido, y a los corregidores de los partidos tenía mandado lo ejecutasen. En esta sazón, pues, llegó este pirata, que robase y afrentase y le diese un bofetón de los grandes que han recebido, ni creo recibirán tan presto los leones del Perú.

El capitán inglés, luterano, con orden de la reina María, inglesa, también luterana, una de las malas hembras y crueles que ha habido en el mundo, se aventuró con tres navíos a salir de Inglaterra y venir a estos reinos a robarlos y a hacerse de la mar, caso jamás imaginado, y de ánimo más que inglés, porque salir de su tierra y venir por mares y temples tan contrarios al temple inglés, y seguir derrota que tantos años no se seguía, ni otra que la nao Victoria no había hecho,   —156→   porque de las que con ella salieron sola ésta volvió, las demás se perdieron, y de las del obispo de Plascencia don Gutierre de Caravajal, ni una sola se salvó: atreverse este capitán inglés a renovar esta navegación, ya casi olvidada, y a meterse en las manos de sus enemigos, como se metió, tan apartado de donde le pudiese venir socorro, fue más que temeridad, sino que como venía para castigo destos reinos por nuestros pecados, todo le subcedía bien. Partió, pues, de Inglaterra con tres navíos, según algunos referían habérselo oído; piérdense los dos a la entrada del Estrecho, o a la salida; sólo él desembocando de la vuelta sobre mano izquierda, costeando la tierra y costa primera de Chile, donde en el puerto Valparaíso, viniendo falto de comida, halla dos o tres navíos con oro, aunque poco; no fueron 30000 pesos; halla comida, y vino, y proveyéndose de lo necesario, costeando, sondando los puertos y las caletas, sin que hallase resistencia alguna, viene hasta el puerto de Coquimbo, adonde, no hallando qué pillar, treinta leguas de allí, o poco más, llegó a la bahía Salada, donde estuvo dos meses y más dando carena a su navío y haciendo una lancha, sin que le diesen la menor pesadumbre del mundo, pudiéndosela dar y facilísimamente. No parece sino que todo le subcedía al sabor de su deseo, y a los nuestros les faltaba el consejo, como es así realmente. Era azote enviado de Dios; había de azotar. En Chile, a la sazón, Rodrigo de Quiroga, de quien tractaremos adelante, bonísimo caballero, estaba en Arauco con la gente de guerra; despacha al capitán Gaspar de la Barrera, y deshace el campo,   —157→   pero no fue de ningún efecto, se tardó mucho (y no pudo ser menos) en aprestar el navío, y cuando llegó a Coquimbo ya el capitán Francisco había salido de la bahía Salada con su navío y lancha, y no fue seguido porque el capitán Gaspar de la Barrera no llevaba más comisión de hasta los términos de Chile. Sale de la bahía Salada y llega en breve al puerto de Arica, donde halla tres navíos, y como tal no había caído en entendimientos de los nuestros, viéndole venir de arriba, que es decir de Chile, alegráronse todos los del puerto diciendo: ¡navío de Chile, navío de Chile! de donde había días ninguno bajaba; sólo un piloto, nombrado maese Benito, en viéndole dijo: No, aquel no es sino navío enemigo. Hacían todos burla dél, y él más se afirmaba en decir era navío enemigo. Conociole, como dijo después, en las velas; las nuestras son blancas mucho, las de los ingleses son pardas, no son tan blancas como las nuestras. Pues como el navío enemigo se viniese llegando al puerto, antes de surgir dispara una pieza de artillería; luego se entendió ser verdad lo que decía Maese Benito. La poca gente del pueblo, con el corregidor y tesorero del Rey, Pedro de Valencia, pusiéronse en arma para se defender; a las mujeres enviáronlas la tierra adentro, pero el enemigo no curó saltar en tierra (ni supiera, porque, como habemos dicho, no tiene sino una caletilla muy angosta para desembarcar; lo demás es costa brava, llena de peñascos); en surgiendo con la lancha y batel llenos de gente armada vase a los navíos, que sin gente estaban, y en el del pobre maese Benito, que había tardado del puerto del   —158→   Callao hasta Arica de seis meses y no había aún descargado el vino de Castilla que llevaba; entra en él y halla 150 botijas de vino de Castilla; en los otros dos solamente halló; en el uno, 191000 pesos en barras que había embarcado un buen hombre, llamado Céspedes, que con su mujer se embarcaba para se ir a España; tenía embarcada la plata, y él con solos 500 pesos estaba en tierra, y su mujer, aguardando a que el maestre con el navío se partiesen, llevose el capitán Francisco esta plata y vino; los navíos quemolos, no curando de saltar en tierra; no le convenía.

Luego el corregidor despachó un hombre al puerto de Arequipa, que por la posta fuese a dar aviso de lo que pasaba, y si algún navío había en el puerto, avisase luego alzase velas y se fuese, y si tenía, algunas barras, las echase en tierra; fue Nuestro Señor servido que, con no ser de viaje por la mar más de un día natural de Arica, al puerto de Chile, así se llama el de Arequipa, por falta de tiempo tardase el capitán Francisco Draque tres días: llegó el aviso por tierra; en el navío que era de un Fulano del Río, donde yo estaba fletado para bajar a Los Reyes, estaban embarcadas 1200 barras del Rey y de particulares. Luego a gran priesa las desembarcaron, y a la última batelada el Francisco con el navío, y la lancha con el batel, el cual con la mayor priesa que pudo se metió en la caleta, en la cual echó todas las barras, que eran las últimas, por miedo de la lancha, que le venía, ya en los alcances, la cual no se atrevió a entrar dentro de la caleta. La caleta es angosta, fondable, y el agua tan clara que parece   —159→   se pueden contar las arenas, y muy segura20.

El capitán Francisco entró en el navío, y no hallando sino el casco, lo tomó y llevó consigo, y en alta mar lo dejé con sus velas altas y prosiguió su camino y viaje para el puerto del Callao. Del puerto de Chile luego dieron mandado a la ciudad, que son 18 leguas, y no de buen camino, y sin agua, la cual se alborotó grandemente, y el corregidor despachó tres o cuatro vecinos en muy buenas mulas al puerto, para que viesen lo que había y avisasen; creyeron que el otro había de ser tan necio que había de saltar en tierra y venir a robar la ciudad.

Los que tenían registradas sus barras, que eran no pocos, luego con sus armas caminaron al puerto, mas cuando a él llegaron hallaron sus barras en tierra y el enemigo partido. Sola una barra de más de 1200 faltó, de un soldado que en mi compañía había venido desde Potosí a aquella ciudad, para se ir a España con 3500 pesos que en breve había ganado. La barra valía más de 380 pesos ensayados; el cual para cobrar su barra fue discreto: hizo un anzuelo de cincuenta pesos de plata; echolo a la mar y halló su barra, que es decir dijo públicamente: mi barra no se puede esconder, el que la tomó de la a tal persona; yo no quiero saber quién es, y he aquí cincuenta pesos, que él da luego los cincuenta pesos; diolos a la persona señalada, y otro día pareció su barra. De aquí del puerto se despachó otro español por tierra por la posta que diese aviso al Visorrey en la ciudad de   —160→   Reyes, que son 160 leguas; fue con toda la brevedad posible, y en todos los valles luego le daban recado de cabalgaduras para pasar adelante, hasta dos leguas de Los Reyes, en un pueblo llamado Surco, donde halló al corregidor, que no debiera, llamado Puga, portugués, o gallego, el cual diciéndole a lo que venía, y que le diese un caballo para ir de allí a Los Reyes para avisar al Visorrey, le tuvo por loco y que venía borracho, y aún dicen le echó en la cárcel; finalmente, no le dando recado, un día que le detuvo y más, en este tiempo llegó el capitán Francisco con su navío; no pudo antes, porque en este tiempo, que navegó por nuestra mar a Los Reyes era verano y hay muchas calmas en la mar, y por esto llegó el mensajero por tierra primero que él por la mar; si el corregidor le diera crédito, el puerto estuviera apercebido, y no se fuera el enemigo riendo, ni robara lo que robó; pero era azote de Dios, y había de azotar. El Puga tenía en casa del Virrey amigos que ataparon la boca al mensajero para que no dijese nada al Visorrey. Llega, pues, el capitán Francisco al Callao, y aunque le vieron sobre tarde, entendiose era navío, que bajaba principalmente de Arequipa, a quien aguardaban por momentos; fue cuerdo, entró de noche por no ser conocido y se atrevió a mucho a entrar aquella hora por el estrecho, que será de una legua, que hace la isla con la tierra firme, porque aunque es limpio y fondable, han de entrar por cuatro brazas de agua casi al medio dél. Pero es fama traía desde el paraje de España un portugués por piloto, que lo había sido en esta mar; de otra suerte no   —161→   se atreviera a entrar; porque yo he venido de Arica al Callao, y con ser el piloto muy bueno y muy cursado, llegando a boca de noche no se atrevió a entrar, y nos quedamos mar en través a la boca de la isla; finalmente, él entró, y anduvo picando cables, y aun preguntando si el navío de San Juan de Antón estaba en el puerto, que no sabemos quién le dijo se había fletado en él la cantidad de plata que le tomó. Pero de un maestro o piloto fue conocido, el cual de su navío echándose a nado salió a tierra diciendo: ¡arma, arma! Alborótase toda la gente, que sería poco menos que a medianoche; luego despáchase al Visorrey, no diciendo ni sabiendo si eran luteranos, o si era navío de tiranos, alzados en el reino o en Chile. El Visorrey, oída la nueva, y la ciudad, tocan cajas, y en las calles ¡arma, arma! sin saber contra quién, y como no había armas en la ciudad, hallose grandemente confuso. Con todo eso, al amanecer entró en el puerto, y toda la ciudad con él, sin arcabuces ni artillería, que ni en la ciudad, sino una poca y sin municiones había, Pero ¿qué había de hacer? y es así que en toda esta costa en todo tiempo, en anocheciendo, casi cesa el viento, y no torna a ventar hasta las ocho de otro día. El Francisco no se atrevió, ni le convenía, saltar en tierra, porque en las ventanas de las casas, rompiendo sábanas, y por las puertas, hicieron mechas y las encendieron para que el luterano creyese eran arcabuces; habiendo picado muchos cables, y los navíos sin amarras andando de aquí para allí, él se apartó y pretendió salir del puerto, y seguir su viaje, sino que le faltó el viento, y cuando el Visorrey   —162→   llegó al Callao le vio y todos los demás, en calma, las velas pegadas a los mástiles. Empero, como no tenía armas ofensivas más que espadas, cotas pocas, no se atrevió a enviar contra él algunos bateles grandes y barcos de pescadores; que si hobiera con qué esquifarlos y arcabuces para ofender al enemigo luterano, armando cinco o seis contra él, antes que viniese la marea, pudiera ser lo rindieran y le hicieran pedazos el timón; pero no habiendo un grano de pólvora en la ciudad, no se podía hacer esto. El enemigo, a vista de todo lo mejor del reino, en comenzando la marea sigue la mar abajo su derrota. Los mercaderes que en el navío de San Juan de Antón, que había pocos días se había partido del puerto para Tierra Firme, que enviaban en él sus barras, así para aquel reino como para España, dijéronle al Virrey; Señor, en el navío de San Juan Antón enviamos nuestras haciendas; dadnos licencia para que despachemos de aquí un barco grande destos de pescadores a avisarle; ya nos habemos concertado con el señor del barco, y dice él irá y avisará por dos o tres barras que le demos; con vuestra licencia lo enviaremos a nuestra costa, porque el Rey no pierda 300000 pesos que allí iban ni nosotros nuestras haciendas. El Visorrey no quiso dar la licencia; por ventura entendió era imposible que el enemigo alcanzara al navío de San Juan Antón; esto a uno o dos de los mercaderes que allí enviaban su plata, y al mismo pescador que se ofrecía a ir, lo oí como lo tengo referido, y es así. No siendo, pues, avisado el navío de San Juan de Antón, como se fuese deteniendo por los puertos, y el enemigo en busca   —163→   suya, finalmente le alcanzó en la punta llamada de San Francisco, ya que quería atravesar para Tierra Firme, y aunque nuestro navío le vio, no imaginó tal, antes, creyendo era navío de los que quedaban en el puerto del Callao, que bajaba también a Tierra Firme, le aguardó.

El capitán Francisco, llegándose cerca dél, dispárale una pieza de artillería y dícele: Amaina, por la tierra de Inglaterra; los nuestros pensaron ser burla, y dijéronles una palabra, afrentosa, sin saber eran luteranos; entonces el enemigo afierra con el navío nuestro; entró, ni llevaban armas los nuestros para ofender ni defenderse; ríndense, roba el luterano cuanta plata en él baña, más de 400000 pesos ensayados; a los nuestros no les hizo otro daño que quitarles las haciendas; no venía por más. El Visorrey, como mejor pudo despachó uno o dos navíos contra el enemigo, y metió en ellos los vecinos criollos sin armas, sin artillería, sin munición, con sus capas negras y medias de punto y vestidos de ciudad; siguieron al enemigo sin verle dos o tres días, al cabo de los cuales volvieron al puerto. El Visorrey mandolos poner en carretas, y así los trujo a la ciudad afrentosamente, y no sé si con prisiones, y los tuvo algunos días en la cárcel.

Después de lo cual armó dos navíos como mejor pudo; nombró por capitán a un criado suyo llamado Frías, y por almirante al capitán Pedro de Arana, con orden que siguiese al enemigo hasta la costa de la Nueva España; salieron del puerto, y muy buenos soldados y hombres de vergüenza en   —164→   ellos; pero como el enemigo había pasado adelante, sin hacer otro efecto se volvieron al Callao.

El capitán Francisco Draque prosiguió su viaje a la costa de México, donde tomó otro navío que del puerto de Guatulco había salido para estos reinos cargado de mercaderías, y como no venía por ropa, sino por plata, dejole seguir su derrota, tornando algunas cosas de que tenía necesidad, cuales eran velas y jarcias, y sus soldados tomaron algunos fardos de ropa, no en mucha cantidad, y pasando adelante siguió la derrota a la China; de allí, la que hacen los portogueses, y la volvió a entrar en el mar Océano, y de allí a Inglaterra, cargado de barras de plata.