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Descripción de Patagonia y de las partes adyacentes de la América meridional

Que contiene una razón del suelo, producciones, animales, valles, montañas, ríos, lagunas, etc. de aquellos países. La religión, gobierno, política, costumbres y lengua de sus moradores, con algunas particularidades relativas a las Islas de las Malvinas


Thomas Falkner




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Discurso preliminar la traducción castellana de la Descripción de Patagonia por Falkner



  -I-  

Cuando salió a luz el original de esta obra, cuya versión al castellano presentamos ahora al público, esta parte del continente americano empezaba a ser el objeto de las investigaciones de los sabios. Sometida nominalmente a la dominación española, se había mantenido en un estado absoluto de separación y de independencia. Sea que se le mirase con indiferencia; o más bien que se le considerase como una conquista ardua y superior a los exiguos recursos de que podían disponer, cierto es que muy pocas fueron las tentativas que se hicieron, en el curso de más de dos siglos, para extender hacia el sur los límites del virreinato de Buenos Aires.

La expedición más antigua, de que se ha conservado memoria, es la que hizo personalmente el Gobernador Hernandarias de Saavedra en 1605, para descubrir las ciudades de los Césares, de cuya existencia nadie dudaba entonces. Pero eran tan confusas las noticias que se tenían de ellas, y tan poco adelantados los estudios geográficos, que en vez de dirigirse al oeste para acercarse a la Cordillera, donde la voz común señalaba los establecimientos de éstas poblaciones misteriosas, siguieron el rumbo de la costa, y fueron a dar a la Bahía sin Fondo.

Los sucesores de Saavedra, no sólo no pensaron en penetrar en el territorio ocupado por los indios, sino que solicitaron su alianza, para mantenerlos en sosiego, y preservar a la provincia de sus irrupciones. Estas treguas, aunque efímeras y dudosas, abrieron el camino   -II-   a los misioneros, que desde muchos años anhelaban de predicar el evangelio en estas remotas regiones. Tuvieron sus entrevistas con algunos caciques, y cuando les pareció que podían confiar en sus promesas, fundaron una primera reducción en las orillas del Salado, a dos leguas de la mar magallánica cerca del cabo San Antonio. Empezaron sus trabajos evangélicos el 6 de Mayo de 1740, siendo Gobernador de estas provincias, el Sr. D. Miguel de Salcedo, que concurrió por su parte al buen éxito de esta empresa.

Los Jesuitas, que no sólo eran misioneros sino administradores, dieron a las tribus que se sometieron a su dirección, una especie de organización municipal, condecorando a sus jefes y caciques con el título y las atribuciones de corregidores. La mayor dificultad que encontraron fue acostumbrar a los indios a una vida más arreglada y laboriosa: pero ya lo habían conseguido, y los campos inmediatos a la Concepción (que tal era el nombre de la nueva colonia) fueron por primera vez labrados por mano de sus antiguos e inertes moradores.

Uno de los arbitrios, de que más se valieron los misioneros para acreditarse entre sus neófitos, era el ejercicio de la medicina. La primer prueba que daban de su habilidad en esta parte, bastaba a cimentar su crédito, y a extender su influjo más allá de lo que podían esperarlo de sus exhortaciones. Los PP. Strobly Querini, que estaban al cargo de la nueva doctrina, no tenían práctica, y tal vez faltaban de conocimientos en el arte de curar, y ya se habían visto en conflicto en algunos casos que se habían ofrecido de prestar su auxilio a los enfermos. Solicitaron, pues, del célebre P. Machoni, que, ocupaba en aquel tiempo el lugar de Provincial de los Jesuitas, la cooperación de un compañero que les ayudase en estos trabajos.

Precisamente acababa de entrar en la Compañía Tomas Falkner, joven inglés que había acompañado a Buenos Aires un buque de Cádiz en calidad de cirujano. Hijo de un hábil profesor de Manchester, empezó sus estudios bajo la dirección de su padre, y fue a perfeccionarse a Londres en la clínica de los hospitales. Su habitación,   -III-   inmediata al Támesis, le puso en contacto con la gente de mar, y lo proporcionó el conocimiento del capitán de un buque, que hacía el tráfico de negros en la costa de Guinea. La narración de sus viajes, de sus aventuras, y de sus mismos peligros inflamaron la mente del joven facultativo, que se decidió fácilmente a acompañarle en su próximo viaje. Poco después de su regreso a Inglaterra, emprendió otro a Cádiz, en donde se embarcó para Buenos Aires. Una enfermedad que le sobrevino, cuando el buque se preparaba a zarpar de esta rada, le hizo perder la ocasión de volver a Europa. Solo, aislado, falto de relaciones y de recursos en una tierra extraña, cuyo mismo idioma le era desconocido, tuvo que ampararse de los que por instituto profesaban la caridad y la filantropía. Hijo de irlandés, y católico, aunque nacido en un país disidente, invocó con confianza los auxilios que necesitaba. La aplicación que hizo de sus conocimientos médicos en su propio individuo, inspiraron a los jesuitas que lo asistían, el más vivo deseo de poseerlo; y sea que obrase en él la gratitud, sea que se hallase bajo el influjo de sentimientos más elevados, no tardó en decidirse a pronunciar sus votos.

La extensión que habían dado los jesuitas a sus trabajos evangélicos, mantenía en una actividad extraordinaria a sus operarios, y sobre todo a los que, como Falkner, estaban iniciados en los secretos de la higiene. Así es, que desde el día en que entró en la Compañía, hasta la supresión de esta orden, pasó del Paraguay a Tucumán, y de las pampas del sur a los bosques impenetrables del Chaco.

Encargado por el gobierno español de reconocer las costas del virreinato de Buenos Aires, empezó a mirar el país bajo un nuevo aspecto, y fue acopiando materiales para una obra que, según parece, destinaba al ministerio inglés. Nos es sensible hacer dudar de la lealtad de este escritor: pero son tan claras y evidentes las indicaciones que hace en varios párrafos de su obra, que no es posible equivocarse sobre sus intenciones.

Tal vez la persecución del gobierno español contra los Jesuitas influyó en esta conducta, que aun así no queda justificada. Sean cuales fueron los motivos de disgusto que tenga un extranjero contra   -IV-   el país que le acoge, nunca debe conspirar ni proporcionar armas a los que aspiran a invadirlo o y tal fue el objeto que se propuso Falkner al emprender la descripción de Patagonia.

«Si alguna nación intentara poblar este país, dice en un capítulo de su obra, podría ocasionar un perpetuo sobresalto a los españoles, por razón de que desde aquí se enviarían navíos a la mar del sur, para destruir en él todos sus puertos, antes que tal cosa o intención se supiera en España, ni aun en Buenos Aires. Fuera de que se podría descubrir un camino más corto para navegar este río, con barcos hasta Valdivia: podríanse reunir también tropas de indios moradores de sus orillas, y los más valientes de estas tribus, que se alistarían con la esperanza del pillaje; de manera que sería muy fácil el rendir la guarnición importante de Valdivia, y allanar el paso a la ocupación de Valparaíso, por las que se aseguraría la conquista del reino de Chile.» El cargo que hacemos a Falkner es tan grave, que nos hemos creído con la obligación de justificarlo.

Prescindiendo de las miras que tuvo en reunir estos apuntes, no se le puede disputar el mérito de haber sido el primero y el más exacto historiador de la región magallánica. En los antiguos tratados de geografía, y en la descripción general del mundo, esta parte del globo era representada como un vasto desierto entre el Océano y las últimas ramificaciones de la Cordillera de los Andes. D’Anville, acostumbrado a construir sus mapas con los materiales que encontraba en los libros, siguió el mismo método en la carta que publicó de la América meridional, la que sin embargo fue por mucho tiempo mirada como la descripción más exacta de estos países. Pero tan impuras eran las fuentes en que bebió aquel geógrafo, que se necesita todo el respeto que inspira una gran celebridad para disimular sus errores.

Cuando apareció este mapa, la Corte de España empezaba a despertarse de su letargo, y a mirar con menos indiferencia sus posesiones ultramarinas. La cuestión promovida por la Academia de las ciencias de París, sobre la figura de la tierra, había creado una noble rivalidad entre las Cortes de Madrid y de Versalles, empeñadas   -V-   ambas en facilitar la solución de este gran problema. Tres expediciones, salidas de los puertos de Francia y España, bajo los inmediatos auspicios de Luis XV y de Felipe V, se dirigieron al ecuador y al polo, para medir y comparar los arcos del meridiano. Estas operaciones fueron confiadas a los primeros astrónomos de aquella época, y basta recordar los nombres de Bouguer, Condamine, Maupertuis, Clairaut, Monnier, Camus, Godin, Jorge Juan, Ulloa, para hacer graduar el interés que inspiró esta empresa.

Pero, mientras que se desplegaba tanto celo en adelantar los conocimientos astronómicos que debían perfeccionar los geográficos, el hemisferio austral, por la naturaleza misma de estas investigaciones, quedó desatendido e inmóvil en medio de este gran impulso dado a los trabajos científicos. Desde el año de 1618, en que los Nodales, por orden de Felipe III, vinieron a los mares del sur a cerciorarse del descubrimiento hecho por los holandeses del Estrecho de Lemaire y del Cabo de Hornos, hasta 1745 en que volvieron a explorarse estos parajes por los PP. Quiroga y Cardiel, ningún paso se había dado para satisfacer, cuando menos, la curiosidad pública sobre la existencia de una nación de gigantes, que se decía habitar las costas de Patagonia; y fue menester que otra exigencia de la ciencia de los astros empeñase a los astrónomos a dirigir sus miradas hacia el polo antártico. En 1763, el gobierno inglés, tan propenso a extender la esfera de los conocimientos humanos, puso a las órdenes del célebre e infortunado capitán Cook, un buque de guerra para emprender un viaje circumpolar, y observar el tránsito de Venus por sobre el disco del Sol, desde alguna de las islas del gran Océano Pacífico. Las regiones australes, visitadas por Anson, Byron, Bougainville, fueron reconocidas por Carteret, Wallis y Cook, cuyos esfuerzos reunidos contribuyeron a desterrar los errores que se habían perpetuado hasta entonces en la configuración de nuestro país. El gobierno español, que hubiera debido tomar una parte principal en estas tareas, se contentó con destinar la fragata San Antonio a reconocer la costa, desde el promontorio de este hombre hasta el estrecho de Magallanes.

Pero todos estos trabajos eran meramente gráficos y exteriores.   -VI-   Las observaciones de los marinos no se extienden más adentro de la costa, y su rápida aparición en algunos de sus puntos, no les deja el tiempo necesario para estudiar la índole de sus habitantes. A este vacío suple la obra del P. Falkner, que, aunque no siempre exacto en sus detalles topográficos, merece crédito en lo demás, por haber vivido por muchos años entre las tribus que describe. El conocimiento, aunque superficial, que tenía de sus idiomas, era bastante a ponerle en relación con ellos, y a examinar con más esmero sus usos y costumbres. Puede creérsele, cuando se descubre cierta conformidad y analogía, entre lo que escribe, y lo que observó al cabo de cincuenta años el Señor Cruz, cuyos viajes hemos reunido de intento en el mismo volumen.

Estas nociones adquiridas a costa de grandes privaciones y de incesantes peligros, no deben mirarse con desdén, aunque se les note algún defecto. ¿Cuál es el libro de geografía que no manifieste sus errores al que lo compare con los que le son posteriores?... El de Falkner no medra por grandes conocimientos, pero no deja de presentar en sus páginas alguna indicación útil, y otras, que sin, serlo, tienen una importancia relativa, por señalar el estado en que se hallaba la geografía de estos países en la mitad del siglo pasado.

Otra prueba del crédito de que ha disfrutado esta producción, es el haber servido de texto para la formación del gran mapa de América Meridional, del que se ha valido el Sr. Arrowsmith, y que publicó en Madrid en 1775, D. Juan de la Cruz Cano y Olmedilla: nada hemos visto hasta ahora que deje en problema el mérito de estos mapas. Lo que sí parece destinado a eclipsarlos es el diario de la expedición al Colorado y al Río Negro; al mando del Ilustre General Rosas, que ha recorrido en triunfador los mismos parajes descriptos por Falkner. El espíritu de orden, que no es la menor prenda de este benemérito magistrado, ha presidido a todas las operaciones de su memorable campaña, y no dudamos que cuando las demás atenciones que le rodean lo dejen, el tiempo necesario para coordinar los materiales preciosos que tiene acopiados, se derramará una gran luz sobre el territorio y las tribus que ha conquistado. Lo que se ha impreso ya, aunque en trozos aislados, da una idea sumamente ventajosa de estos trabajos,   -VII-   que, a más de las operaciones militares, abrazan la topografía, los cálculos astronómicos y los reconocimientos hidrográficos. Sólo entonces podrán rectificarse las imperfecciones de los demás viajes existentes; porque esta nueva descripción de un país poco conocido, la hace el que lo ha examinado, y hecho examinar bajo los auspicios de la victoria.

La versión de la obra de Falkner, que publicamos por primera vez, fue emprendida poco después de haber aparecido el original en inglés, por D. Manuel Machón, oficial, como se titula, de la secretaría del Consejo de hacienda, por lo respectivo a millones. Se nos ha asegurado por personas inteligentes, que la Corte de Madrid se opuso a la reproducción de este escrito, y no podemos atinar con el objeto de esta prohibición: porque si fue, según se cree, por el recelo de que se divulgasen las noticias, de los puntos vulnerables de estas colonias, que daba el P. Falkner, de nada servía ocultarlas en España, mientras que circulaban libremente en el extranjero. Al contrario, importaba dar la mayor publicidad a estas tramas de los enemigos de la monarquía española.

Este escritor sobrevivió por muchos años a la destrucción de su orden, y murió tranquilamente en Spetchley, cerca de Worcester, llenando las funciones de capellán en casa de un católico. Su obra fue publicada en inglés con el título que le hemos conservado, traducida al alemán y al francés, quedando inédita la versión castellana que debió haberles precedido.

Pedro de Angelis





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Descripción de Patagonia, y de las partes adyacentes, etc.

No me propongo dar la descripción del reino de Chile, por haberlo ya hecho Ovalle, sino sólo la de aquellas partes que he visto, y que son menos conocidas en Europa.

He tomado la mayor parte de la costa que describo, en el mapa de la América meridional, formado por Mr. D’Anville, y perfeccionado por Mr. Bolton: las islas de Falkland según los últimos descubrimientos, y el estrecho de Magallanes, en el de Mr. Pernetty, capellán que fue de la escuadra de Mr. Bougainville.

He hecho algunas alteraciones en las costas del levante, y acerca del cabo de San Antonio, adonde he vivido algunos años. En la descripción del país adentro he seguido en general mis propias observaciones, habiendo caminado por gran parte de él, y apuntado la situación de aquellos parajes, sus distancias, ríos, bosques y montañas. Donde no pude penetrar, he seguido la relación que me hicieron los indios nativos, y los españoles cautivos que han vivido muchos años entre ellos, y logrado después su libertad: uno de los cuales fue el hijo del capitán Mancilla de Buenos Aires, que estuvo 6 años prisionero entre los Tehuelches, y que había viajado por la mayor parte del país: de lo que también me instruyó el gran cacique Congapol, que residió en Huichin, a la orilla del río Negro. He puesto también cuidado en sacar su semejanza y vestido, igualmente que la de su mujer Hueni, como está representado en el mapa. Los españoles le llamaban el cacique bravo. Tenía siete pies, y algunas pulgadas de alto, y era bien proporcionado. Su hermano Suaisman tenía cerca de seis pies. Los Patagones y Puelches son altos y corpulentos, pero no he visto ninguno de raza de gigantes, de quienes otros hacen mención, aunque vi personas de diferentes tribus de los indios meridionales.

Todas mis observaciones, y las informaciones de otras personas, me obligan a representar este país mucho más ancho, de poniente a levante, de lo que aparece en el mapa de Mr. D’Anville, lo que no puede conciliar   -4-   con las relaciones de los indios, ni con lo que yo mismo observé. Aun por lo que respecta al país de los españoles, me parece está equivocado, haciendo la distancia entre Córdoba, y Santa Fe cuarenta leguas menos de lo que es en realidad. El camino es un campo raso, sin el menor ribazo entre estas dos ciudades; y sin embargo no hay correo que se atreva a ir de una a otra en menos de cuatro a cinco días, andando en cada uno veinte o más leguas.

He caminado por entre estas dos ciudades, igualmente que por entre ellas y Buenos Aires, cuatro veces.

No creo que persona alguna haya hecho observación cierta de la longitud en estas partes, para que podamos fijar la diferencia de su meridiano: debiéndose atribuir los yerros de los geógrafos, que representan a este país más angosto de lo que es en realidad, a la dificultad de tener una cuenta exacta de las latitudes, en pasando el cabo de Hornos, por razón de la velocidad y variedad de las corrientes. En la traducción inglesa del viaje de D. Antonio Ulloa a la América meridional, tom. 2. capítulo 2, se podrá ver una razón particular de esto.




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Descripción de la parte más meridional de la América, con sus valles, montañas, ríos, etc., gran Río de la Plata, con sus brazos, pesca y puertos.

Aquella parte de la jurisdicción de Córdoba, que está al sur del río Segundo (país en otro tiempo ocupado por los Puelches septentrionales), se extiende más de cincuenta leguas, entrando en la de Buenos Aires, más allá de la Cruz Alta. La primera vez que fui a aquellos parajes, encontré algunas tropas de estos indios, que aún habitan a las orillas de los ríos Segundo y Tercero, y unos pocos a las del Cuarto y Quinto. Todo el país, entre el río Segundo y el Tercero, tiene cerca de doce leguas de travesía, siendo lo más selvático; pero acercándose al río Tercero cesan los bosques.

Los ríos que bañan este país nacen de las altas montañas de Yacanto, Champanchin y Achala, las cuales casi lo son tanto como los Andes de Chile, formando una especie de brazos de las del Perú. Todos estos ríos, excepto el Tercero, se vuelven salados a pocas leguas después de pasar por las quiebras de las montañas de Córdoba, y aquellas llanuras se disminuyen, por la sequedad del suelo arenisco, y se estancan, o se pierden finalmente en alguna laguna.

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El río Tercero es el más considerable de todos ellos. Antes de pasar las montañas de Córdoba (donde tiene un gran despeñadero), se engruesa con la unión de los ríos Champanchin, González, del Medio, Quillimsa, Cachucorat, la Cruz, Luti y del Sauce; pero llegando a las llanuras, parte de las cuales son muy areniscas, se sepulta durante el verano, y vuelve a salir a alguna distancia. En tiempo de lluvias crece, mucho, y lleva gran cantidad de madera en su rápida corriente. Hace muchas vueltas, encerrando grandes campos; y sus orillas, en más de veinte leguas después que deja las montañas, están cubiertas de sauces. El país por donde pasa, cría excelentes ganados, teniendo muy buenos pastos y tierra para trigo, y produce también en algunos parajes melilos, y una especie de zarzaparrilla selvática: al cabo de veinte leguas se vuelve salado, pero no tanto que sea del todo malo para beber. De este modo toma su curso hasta la Cruz Alta, donde le llaman Carcarañal, por sus muchas vueltas; y continúa desde el norte-noroeste al sur-sudeste, hasta que entra en el Paraná, en el rincón de Gaboto, cerca de dieciocho leguas de Santa Fe.

No hay cosa particular en los ríos Cuarto y Quinto. Su producto es casi el mismo que el de los primeros, excepto que hay grande escasez de madera en los parajes por donde pasan. Sus campos están llenos de ganado, muy bueno para la labranza. El río Quinto, cuando sale de madre, tiene comunicación por canales por el Saladillo, el cual se desagua en el de la Plata.

Entre este país, y las llanuras de S. Juan y Mendoza, (habitación de la segunda división de los Puelches septentrionales, o Tehuelches), están las montañas de Córdoba y Yacanto, que forman una larga cadena por entre sus quiebras, con muy malos pasos, subidas y bajadas, casi perpendiculares e inaccesibles para carruajes. Las cimas de estas montañas distan de 17 a 20 leguas unas de otras. El país intermedio contiene muchos valles fructíferos, regados con arroyos y riachuelos, y adornados con colinas y ribazos. Estos valles producen todo género de árboles frutales, como melocotones, manzanos, cerezos y ciruelos, y también trigo, si la tierra es cultivada: pero son más famosos por las crías de ganados, ovejas y caballos, y especialmente mulas. La mayor parte de estas últimas, que pasan anualmente al Perú, se crían en este país, y hacen su mayor riqueza, pues conducen en ellas la plata y el oro, desde las minas del Potosí, Lipes y el Perú.

En las faldas occidentales de las montañas de Yancanto, o Sacanto, hay muchas cesáreas pertenecientes a los españoles; que convidados tanto por la fertilidad del terreno, susceptibles de todas suertes de labranza, estando bien regado por los riachuelos que bajan de las montañas, como por   -6-   la facilidad de criar ganado, no habiendo más bosques que los necesarios para fuego y edificios, han fijado allí sus establecimientos con la seguridad de no ser molestados por los indios, quienes incomodan a los que viven más hacia el mediodía.

Todo el resto del país hacia el norte, entre estas montañas y el primer desaguadero, consiste en llanuras, con sola la agua que dan los arroyos: tiene muchos y buenos pastos, pero está despoblado. Algunas veces van allí los Tehuelches y Peguenches en pequeñas tropas a cazar yeguas silvestres, o robar los pasajeros, o carromateros que pasan de Buenos Aires a S. Juan y Mendoza.

Este país rinde poco para exportar a Europa, excepto los cueros de bueyes y vacas, y algún tabaco que prospera muy bien en el Paraguay: pero no obstante es de importancia para los españoles, porque todas las mulas, o la mayor parte de las que tienen en el Perú, van de Buenos Aires y Córdoba, y algunas pocas de Mendoza; sin lo cual de ningún modo podrían traficar, ni tener comunicación alguna con los países vecinos, respecto de que solo las mulas pueden pasar por aquellas ásperas y altas montañas del Perú; en donde no es posible criar estos animales, siendo aun de corta vida los que pasan allí, por razón de su fuerte trabajo, malos caminos y falta de pasto, de manera que la pérdida de este país podría atraer la del Perú y Chile. El camino de Buenos Aires a Salta es bueno para carruajes; pero las mulas, conducidas de aquel paraje y Córdoba, están obligadas, después de una jornada tan larga, a detenerse un año en Salta, antes que puedan pasar a Potosí, Lipes o Cuzco.

La gente de estos países no sirve para soldados; fuera de que se halla tan disgustada con el gobierno español, por la pérdida de su comercio, la carestía de todos los géneros o mercaderías de Europa, y sobre todo por los exorbitantes tributos, etc., que se alegraría sujetarse a cualquiera nación que la librase de la actual opresión; y sin embargo en todo este país no hay más guarnición, que unas pocas tropas regladas en Buenos Aires y Montevideo; cuyas dos plazas tomadas una vez, asegurarían la rendición de las demás, con solo marchar por ellas: a cuyo fin sería asistido el enemigo por los navíos del país, acarreando a los españoles, la pérdida de aquellas dos plazas, la de los únicos puertos que tienen en estos mares, donde sus navíos, que deben pasar al Cabo de Hornos para el mar del sur, pueden recibir algún socorro. Antes de la expulsión de los Jesuitas de las Misiones del Paraguay, habrían podido tener muy grande auxilio de los indios guaraníes que estaban armados y disciplinados, y que los ayudaron a sujetar las sublevaciones del Paraguay, y a echar los portugueses de la Colonia del Sacramento, habiendo sido la mayor defensa de este importante país.

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La parte de la Cordillera, situada al poniente de Mendoza, es muy alta, y siempre está cubierta de nieve; por cuya razón llaman los indios a toda esta hilera de montañas, Pian Mahuida, esto es, montaña blanca, o Lil Mahuida esto es, montaña nevada. Pásase algunas leguas por valles muy grandes, cercados de altas montañas, antes de llegar a la mayor cumbre que es altísima y escarpada, con muchos y profundos precipicios, siendo el camino en algunos parajes tan estrecho, y sumamente peligroso, por razón de sus grandes y prominentes peñascos, que apenas hay bastante lugar para pasar por él una mula cargada. Los huecos y cóncavos, siempre tienen nieve aun en verano, habiendo en el invierno grande peligro de morir allí helado. Muchos han experimentado esta desgracia, intentando pasarlas antes que la nieve estuviese en algún grado derretida. Al pie de éstos precipicios hay muchos arroyos y ríos, que están, por decirlo así, encarcelados en orillas altas y perpendiculares; siendo tan estrecho el espacio entre ellas, que en algunos parajes se puede salvar de uno a otro lado con gran facilidad, bien que es imposible bajar por ellas, Estos ríos y arroyos dan muchas vueltas en las montañas y precipicios, hasta que salen a las llanuras, donde se aumentan considerablemente. Para subir y pasar la grande cumbre, se necesita un día de jornada en Mendoza y Coquimbo, y casi lo mismo en algunos parajes, según los informes que he recibido.

Estas montanas producen tan grandes pinos, como los de Europa, siendo su madera más sólida y más dura que la nuestra. Es también muy blanca, y se hacen de ellos diferentes mástiles, y otros materiales para fábrica de navíos: de manera que, como observa Ovalle, los navíos construidos en los mares del sur, duran frecuentemente 40 años. Del fruto cocido de estos pinos hacen provisiones para muchos días; teniendo el gusto muy semejante a la almendra cocida, aunque notan ser muy aceitosa. Producen también estos árboles mucha trementina o goma, que se cría en una masa algo más dura y más seca que nuestra resina, pero mucho más clara y trasparente, aunque no tan amarilla. Los españoles la llaman y usan como incienso, pero es un error, pues no tiene otra fragancia que la resina, bien que es un poco más fina.

Los valles al pie de la Cordillera son en algunos parajes muy fértiles, regados por riachuelos, pues producen, estando bien cultivados, excelente trigo, y variedad de frutos, abundando así mismo de manzanas silvestres, de que los indios hacen una especie de sidra para su uso diario, ignorando el modo de conservarla. Los volcanes, o montañas de fuego, de que abunda esta parte de la Cordillera, pueden competir con el Vesubio, Mongibelo, o algunos de los que conocemos en Europa, por su magnitud, o furiosas erupciones, Estando en el volcán bajo el cabo de   -8-   San Antonio, fui testigo de una gran porción de cenizas que llevaron los vientos, y obscurecieron toda la atmósfera, esparciéndose sobre una gran parte de la jurisdicción de Buenos Aires, y uno y otro lado del Río de la Plata; de manera que la yerba estaba cubierta de ellas. Prodújolas la erupción de un volcán cerca de Mendoza, llevando los vientos las cenizas más ligeras a la increíble distancia de más de 300 leguas.

El país de Buenos Aires, antigua habitación de los Querandis, está situado a la parte meridional del Río de la Plata. La costa es baja y húmeda, con muchos pantanos, y su orilla está cubierta de bosques, cuya madera sirve para el fuego. Este país es llano con tal cual ribazo, debiéndose admirar que, en toda esta vasta jurisdicción, en la de Santa Fe, y la de Santiago del Estero, no se encuentra una piedra, siendo el producto natural del país; sucediendo lo mismo hasta llegar a las montañas del volcán Tandil y Cayrú, al suroeste de Buenos Aires.

El país entre Buenos Aires y el río Saladillo (límites del gobierno español, al sur de esta provincia), es del todo llano, sin árbol ni ribazo alguno, hasta llegar a las orillas de este río, el cual dista cerca de 23 leguas de las colonias españolas. Este país tiene como 20 leguas de ancho, desde el nordeste al sudeste, confinando con los lugares de Matanza y Magdalena. Al norte del Saladillo hay muchas y grandes lagunas y valles profundos. Las lagunas que conozco son, las de la Reducción, Sauce, Vietes, Chascomus, Cerrillos y Lobos. Al sudoeste de este país hay una laguna larga y angosta de agua dulce, cerca del río San Borombon, cosa rara en este país, distante ocho leguas de las colonias españolas más inmediatas. Cerca de seis leguas más adelante, está el gran río, o por mejor decir, la laguna de San Borombon, formadas de las aguas que sobran a las de la Reducción, Sauce, Vietes y Chascomus. Cuando se hinchan con grandes lluvias, algunas veces se extienden a una milla de ancho, no teniendo orilla ni caída, sino un fondo llano. Cuando está más crecida esta laguna, sólo tiene una braza de profundidad en el medio, y la mayor parte del año suele estar enteramente seca. Después de correr doce leguas, desde la de Chascomus, entra en el Río de la Plata, un poco más arriba de la Punta de Piedra.

De este río al Saladillo hay doce leguas, caminando al sudoeste. El país intermedio es bajo y llano, como lo demás, y en algunas partes tiene abundancia de pastos, especialmente a las orillas del Saladillo. En años secos, faltando la yerba en las orillas del río de la Plata, todo el ganado, perteneciente a los españoles de Buenos Aires, pasa a las orillas del Saladillo, donde encuentra alguna yerba, por razón de la humedad y profundidad de la tierra.

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Estas llanuras se extienden al occidente hasta el Desaguadero o territorio de Mendoza, y no tienen más agua que la que cae del cielo, y se recogen en las lagunas, excepto la de los tres ríos: el Desaguadero, Hueyquey y el Saladillo. Este país no está habitado ni cultivado por indios ni españoles, pero abunda en ganados, caballos silvestres, venados, avestruces, armadillos, gamos, patos silvestres o ánades, y otras caza.

El río Saladillo, por razón de ser salado, sólo se bebe por el ganado: casi todo el año tiene tan poca agua, que en un paraje, llamado el Callighen, a ocho leguas de su boca, donde es muy ancho, no llegan las aguas a los tobillos, y aun a su boca no podría pasar un barquito cargado. Sin embargo, a principios de octubre, le he visto crecer tan prodigiosamente, que llegaba a sus orillas en veinticuatro horas, y con un brazo de agua, en el paraje mencionado, de un cuarto de milla de ancho, y esto sin caída de mucha agua en sus contornos.

Estas avenidas generalmente duran dos o tres meses. El Saladillo nace de una laguna, donde se descarga el río Quinto que pasa por San Luís. Esta laguna, cuando sobresale con lluvias o nieves derretidas que caen de las montañas, causa la inundación de aquel río: el cual, como toma su curso por el distrito de Buenos Aires, pasando hacia el mediodía, acercándose a las primeras montañas, volviéndose después al norte y otra vez al este, recibe las aguas de muchas y grandes lagunas, que salen de madre en tiempo de lluvias: pero cesando estas, aquel río est casi seco. A sus orillas, a cosa de ocho leguas de su boca, hay muchos bosques de un árbol llamado tala, que solo sirve para el fuego o hacer vallados. El último de estos bosques, llamado de la isla Larga, llega hasta cerca de tres leguas de la entrada del Río de la Plata.

Este río es uno de los mayores de toda la América, y traen el mar por una boca de setenta millas de ancho: algunos dicen que sólo tiene sesenta, y otros lo extienden a ochenta. Llámanle el Río de la Plata desde el paraje donde se junta con el Uruguay, corriendo con el nombre de Paraná más arriba de su principal brazo. En este río entran los del Bermejo, Pilcomayo, que pasa por Chuquisaca, y el Paraguay, (de donde toma aquella provincia el nombre), que va por la ciudad del Paraguay, o Asunción, comunicándose por brazos navegables, con las minas de oro portuguesas de Cuyabá y Matogroso, como también con el Perú, de la misma manera que el Paraná se comunica con las del Brasil, y montañas de San Pablo. En las orillas del río Carcarañal o tercero, cerca de tres o cuatro leguas antes que entre el Paraná, se encuentran muchos huesos   -10-   de un tamaño extraordinario que parecen humanos: algunos son mayores que otros, y con proporción a personas diferentes en edad. He visto huesos de muslos, costillas, y varias piezas de calaveras. Vi también dientes de tres pulgadas de diámetro, en sus bases.

Estos huesos, según me informaron, se hallan también en las orillas de los ríos Paraná y Paraguay, igualmente que en el Perú. El historiador Garcilaso de la Vega Inca, hace mención de haberse encontrado tales huesos en el Perú, diciendo que los indios tienen tradición de que los gigantes habitaron aquellos países antiguamente, y que Dios los destruyó por el crimen nefando.

Yo mismo encontré una concha de un animal de huesos exagerados, teniendo cada hueso lo menos una pulgada de diámetro, y la concha casi tres varas de ancho. Parecía en todo, excepto en el tamaño, a la parte superior de la concha del armadillo, la cual solo tiene una cuarta de ancho. Algunos de mis compañeros encontraron también cerca del río Paraná un esqueleto de cocodrilo, o lagarto, y yo vi parte de las vértebras, cada una de las cuales tenía cuatro pulgadas de grueso, y cerca de seis de ancho. Por la medida, o examen anatómico de estos huesos, está bien asegurado que este tamaño extraordinario no nacía de la adquisición de otra materia; porque halló que las fibras de estos huesos eran mayores, a proporción de aquel tamaño. Las bases de sus dientes estaban enteras, pero sus raíces gastadas, pareciendo exactamente a la figura de un diente humano. Estas cosas son bien sabidas de todos los que han vivido en este país, pues de otro modo no me atreviera a escribirlo.

El río Paraná tiene la extraordinaria propiedad de convertir muchas substancias en una piedra muy dura. Cuando fue la primera vez descubierto, era navegable por navíos pequeños, hasta la ciudad de la Asunción; pero desde entonces se ha llenado de tanta arena, que aun los menores barcos mercantiles, no pueden pasar de Buenos Aires. Los mayores, bajeles y navíos de guerra, están obligados a descargar en Montevideo, necesitándose de pilotos buenos en este río, para libertarse de los dos bancos, llamados el banco Inglés, y el banco de Ortiz, y de tropezar en la Punta de Piedras, que se extiende muchas leguas debajo del agua, y cruza todo el río. El canal del norte es más estrecho y más profundo; el del mediodía más ancho y menos profundo. El opuesto al banco de Ortiz no tiene tres brazas de agua, con un fondo áspero y pedregoso. Este río tiene dos inundaciones cada año, una grande y otra pequeña, provenientes de las lluvias que caen en aquellos vastos países, de   -11-   donde el Paraná y el Paraguay tienen su nacimiento. La pequeña sucede por lo común en julio, y se llama la avenida de los pejerreyes cubriendo las más veces todas las islas del Paraná. La grande inundación empieza en diciembre, y dura todo enero, y algunas veces febrero, subiendo de 5 a 6 varas sobre las islas de manera que sólo se pueden ver las copas de los árboles más altos de que abundan las islas de este río. En este tiempo dejan aquellos parajes, y nadan hacia tierra firme los leones, tigres, ciervos y aguará-guazú. En las avenidas extraordinarias algunas veces han pensado los moradores en desamparar la ciudad por miedo de un diluvio; bien que, cuando estas avenidas entran en el Río de la Plata, sólo cubren los países bajos que están a sus orillas.

Algunas de las islas del Paraná tienen dos o tres millas de largo con gran porción de madera, sirviendo de pasto o abrigo a los leones, tigres, capibaras, o cochinos de ríos, lobos de ríos, (los que me parecen ser como la nutria en Europa) aguará-guazú, y muchos cocodrilos. El aguará-guazú es una especie de zorra grande con la cola larga: aguará en lengua Paraguaya quiere decir zorra; y guazú grande. A la zorra común dan el nombre de aguará-chay.

Este río abunda de pescados de todo género, con escamas y sin ellas: algunos conocidos y otros no conocidos en Europa. Los que tienen escama son, el dorado, el packú, el corvino, el salmón, el pejerrey, el liza, el boga, el sábalo, el dentudo y otros de menor clase. Los que no la tienen, son el mongruyo, el zurubí, el erizo de agua, tortugas y bagres.

El dorado se halla en grande abundancia en la mayor parte de los ríos del Paraná, y suele pesar cada uno 20 ó 25 libras: su carne, es blanca y sólida.

El packú es el mejor y más delicioso pescado que se encuentra por estos ríos. Es grueso y ancho, semejante a nuestros rodaballos, de un calor oscuro y misto, con mezcla de amarillo. Es ancho de dos tercias de largo; sus escamas pequeñas, y su cabeza no tiene proporción con el cuerpo. Este pescado es de grande estimación, y rara vez se encuentra sino en la primavera y en el estío: estando bien salado se mantiene algunos meses seco; pero después, siendo muy gordo, se vuelve rancio. Me parece que es algo semejante a nuestra tenca, aunque mucho más ancho.

El corbino es también de grande estimación, y se encuentra a la boca   -12-   del río de la plata, donde se mezcla la agua salada con la dulce. Es del tamaño del bacalao, pero en figura semejante a la carpa, tiene muchas y grandes espinas, y sus escamas son anchas. De este pescado, en su estación, se toman grandes cantidades cerca de Maldonado y Montevideo para enviar a Buenos Aires, Córdoba, etc., es muy regalado, ya fresco ya salado.

El salmón no tiene semejanza con los nuestros, pues es seco e insípido sin comparación.

Los pejerreyes (o como lo llaman los españoles pescado de rey), es una especie, o muy semejante a nuestro smelt (pequeño pez de 3 a 4 pulgadas de largo, llamado por los ingleses smelt, cuya especie no me acuerdo haber visto en España) o sparling, en color, figura y gusto, y aun en el tamaño; solo que la cabeza y la boca son mayores. No frecuentan el agua salada, sin embargo que el Río de la Plata tiene abundancia de ellos. En las avenidas del Paraná, en el mes de julio, suben a este río en grandes cantidades, un poco más arriba de Santa Fe, y dejan sus huevos en los riachuelos que entran, luego en el Paraná. Los pescadores los cogen con anzuelos, los abren, secan y venden en las ciudades inmediatas: tienen excelente gusto; y su carne es muy blanca, y sin grasa. Cuando están frescos se tienen por gran regalo; se han de secar sin sal, porque ésta inmediatamente los consume, y si se mojan, después de colgados para secar, se corrompen son tan estimados como el packú y el corvino.

El liza en su figura, tamaño y gusto, parece a nuestra marcarela pero no tiene tan buen color, ni es tan delgado hacia la cola. Este pescado no pasa del Río de la Plata, en cuya boca, y en tiempo de avenidas, se encuentran millares. Sólo algunas veces suelen entrar con los novilunios y plenilunios en el río Saladillo; donde una noche en dos o tres redadas, saqué bastante porción para mí y mis compañeros para toda una cuaresma. El sábalo y boga son semejantes a nuestra carpa en los ríos Paraná y la Plata: pesan de tres a cuatro libras. Todos los ríos de estas provincias abundan de estos peces, así son muy baratos, haciendo los moradores gran provisión de ellos tanto salados como secos es necesario mucho cuidado al comerlos por la muchedumbre y pequeñez de sus espinas. La boga cuando fresca, parece mejor, que el sábalo, aunque este es más largo y ancho: el modo de cogerlo, es en red.

El dentudo (así llamado por sus grandes y agudos dientes) es algo inferior al sábalo: suele pesar ordinariamente de libra, a libra y   -13-   media, y aunque es de buen gusto, rara vez se come por el número, grande de sus espinas. Es el pescado más espinoso que he visto.

Además de estos hay un pescado ancho y chato, llamado palometas, lleno de espinas pero gustoso. Las alas con que bogan son feas y agudas, y llegan con ellas a los pescadores, que los cogen con demasiada prisa. Son intolerables las heridas que hacen con sus espinas; pudre e inflama de tal manera, que dan calentura, convulsiones, y tétanos, o extensión de nervios, terminando algunas veces en muerte.

Pescado sin escama

El mongrullo es el pescado más grande que se encuentra en este río; hay algunos que pesan un quintal, y tienen dos varas de largo: su piel es lisa, y el color ceniciento, algo inclinado a amarillo. Su cabeza está llena de espinas; su paladar áspero, y su gola o tragadero ancho: es muy fuerte y pesado, y pide una red firme, y gran fuerza para cogerlo.

El zurubí es casi del tamaño del mongrullo y nada inferior en el gusto: su cabeza es casi una tercera parte de su cuerpo, y toda espinas: tiene la boca muy grande y chata, y su tragadero ancho. Su piel suave y de color ceniciento, pintada como la de un tigre: su carne blanca, sólida, sana y de buen gusto, siendo el mejor de los pescados sin escama.

El patí no es de menor tamaño que los dos mencionados, aunque lo es su cabeza y tragadero. El color de este pez es como el del mongrullo, su carne es algo, amarilla, y se estima tanto como el zurubí.

El armado es grueso y fuerte, pero no grande: su espada y costados están llenos de puntas fuertes y agudas: cuando le cogen, gruñe y hace lo que puede por llegar. Por lo que es necesario darle en la cabeza antes de tocarle con la mano. Este pez pesa ordinariamente de cuatro a seis libras; su carne es blanca y sólida.

Las rayas son tan abundantes en el Paraná, que los bancos de arena están enteramente cubiertos de ellas: son de figura oval, de cerca   -14-   de tres cuartas de vara de largo. La espalda es negra, y el vientre blanco, son chatas como las nuestras; tienen la boca en medio del vientre, siendo ciertamente la mejor parte de la carne. Las faldas sólo tienen tres pulgadas de ancho, y son mucho más delgadas que las nuestras. Como ésta es casi la sola parte comestible, no tienen mucha estimación. La cola de este pescado es larga y angosta, a la raíz de la cual sobre la espalda tiene una cola puntiaguda con dos filos, semejante a una sierra de dientes pequeños, con que hiere a los que se le acercan. Las llagas hechas con esta espina, atraen algunas veces muy malas consecuencias, porque frecuentemente se quiebra la espina en la herida, y no puede sacarse sino por una incisión peligrosa en las partes tendinosas de los pies. La llaga es insufrible, inflámase y no supura, ocasionando calentura con convulsiones, que terminan en ofiótomos o tétanos, y causan al fin la muerte.

El erizo de agua es muy semejante al armado, y al erizo. Está armado de espinillas, pero no tan fuertes, ni tan numerosas como las de estos últimos: su piel casi de color gris, y parece llena de arrugas: gruñe como el armado cuando le cogen, y su carne es muy sabrosa: rara vez pesa dos libras, siendo aun menores los que se cogen en los pequeños ríos o arroyos, donde no pasan de media libra.

Los bagres son en todo, excepto en la magnitud, semejantes al patí: rara vez pesan libra y media, y los mas, mucho menos: tienen en cada ala, cerca de la cabeza, una espina fuerte y aguda, y se debe llegar a ellos con cuidado luego que son cogidos, porque viven largo tiempo fuera del agua. Su carne mollar y de buen gusto, y se pescan ya con redes o con anzuelos.

Daré, aquí razón de un animal extraño anfibio, que se cría en el río Paraná, cuya descripción jamás ha llegado a Europa, ni se ha hecho aún mención de él, por los que han descubierto este país. Lo que voy a decir nace de las declaraciones unánimes de los indios, y de muchos españoles que han obtenido varios empleos cerca de este río: fuera de que yo, durante mi residencia a las orillas de él, por el espacio de cuatro años, vi una vez uno de ellos, de manera que no se puede dudar de la existencia de tal animal.

En mi primer viaje a la costa de Madera el año de 1752 sobre el Paraná, estando a la orilla gritaron yaguarú, y mirando vi un grande animal al tiempo que se arrojó al agua desde la orilla; pero no tuve el necesario para examinarle, con algún grado de precisión.

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Llámanle yaguarú o yaguaruich, que en lengua de aquel país significa el tigre de agua. En la descripción de los indios, se supone ser grande como un asno, de la figura de un lobo marino, o nutria monstruosa, con garras puntiagudas y dientes fuertes, las piernas gruesas y cortas, la lana larga, muy velludo, con la cola larga con disminución hasta la punta.

Los españoles le describen de otro modo: con la cabeza larga, la nariz aguda, y recta como la de un lobo, y las orejas derechas. Esta diferencia puede nacer de que su especie se haya visto pocas veces, y aun entonces haya desaparecido tan repentinamente, que no habrá dado lugar a examinarle; o de que tal vez habrá dos especies de este animal: tengo por más segura esta última información, por haberla recibido de personas de crédito y reputación. Encuéntrase cerca del río, echado sobre la arena, de donde, oyendo el menor ruido, se arroja inmediatamente al agua.

Destruye el ganado que en grandes rebaños pasa todos los años, al Paraná, y sucede que, haciendo una vez su presa, no se ve más que los bofes y entrañas de lo que ha agarrado, flotando bien presto sobre el agua. Vive en las mayores profundidades, y especialmente en los remolinos causados por la concurrencia de dos corrientes, y duerme en las cuevas profundas que están a la orilla.




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Puertos del Río de la Plata

Los puertos de este río son Buenos Aires, la Colonia del Sacramento, la bahía de Barragán, el puerto de Montevideo, y el de Maldonado hay otros muchos para navíos menores, especialmente a las bocas de varios ríos que corren hacia él. Buenos Aires (hablando con propiedad) no tiene puerto, sino solo un río abierto a todos vientos: por lo cual están obligados los navíos a anclar a tres leguas de tierra por falta de agua en la costa. Los vientos, especialmente los del sur, son muy violentos, y por esto están los navíos por lo común provistos de cables y áncoras, de una fuerza extraordinaria para este paraje.

El puerto de la Colonia del Sacramento es algo mejor, por razón del asilo que recibe de la isla de San Gabriel y la tierra más alta, pudiendo los navíos anclar cerca de la playa; no obstante lo   -16-   cual está demasiado abierto, y expuesto a los vientos, y tiene algunas peñas y escollos, siendo absolutamente necesario un buen piloto para navegar por él con seguridad.

La bahía de Barragán, que está 12 leguas al sudoeste de Buenos Aires, es también muy ancha y abierta, y la tierra baja alrededor, no pudiendo los navíos de carga mayor llegar más que a dos o tres leguas de tierra. El abrigo que tiene (si tal se puede llamar) es sólo algunos bancos de arena que rompen la fuerza de las olas, pero al mismo tiempo son muy incómodos para los que entran y salen, y peligrosos en una fuerte tempestad, si se rompen los cables.

Montevideo es el mejor y el único puerto de este río. Bien manifiestan los españoles la importancia de esta plaza, por el extraordinario cuidado que han tenido en fortificarla, habiéndola hecho más fuerte que Buenos Aires.

La entrada de este puerto es angosta, y en medio de un estrecho formado por dos puntas de tierra. Sobre la occidental hay una montaña, que se puede ver a la distancia de más de doce leguas, de donde esta plaza toma su nombre: es muy peligroso navegar cerca de aquella punta, por las muchas peñas que tiene debajo. La entrada es muy profunda, y más segura por la parte oriental.

Detrás de la occidental, hay una batería graduada, construida muy cerca del agua. Cuando la vi era sólo de piedra y barro; pero creo que después ha sido reedificada con cal. La bahía tiene desde la entrada, más de legua y media de largo, y esta misma bahía es casi redonda: en ella, hacia el este, hay una pequeña isla abundante en conejos, llamada por los españoles, la Isla de los conejos. La tierra que la circunda es tan alta, que ninguna tempestad puede incomodar en este puerto (aunque las hay muy grandes en el río); estando la agua de él tan mansa como la de un estanque, y con la bastante profundidad para navíos de primera clase; de los cuales vi allí uno, perteneciente en otro tiempo a los estados de Holanda, y entonces al Marqués de Casa Madrid, que había entrado a descargar en aquel puerto el fondo de éste es un barro mole.

Detrás de la batería está la pequeña ciudad de Montevideo, la cual ocupa toda la parte de un promontorio que forma la oriental de la bahía. Sus fortificaciones están al norte, hechas según las reglas modernas de la arquitectura militar, consistiendo en una línea tirada de mar a mar, o del centro del puerto al río; y todo el promontorio se encierra en un baluarte, o ángulo en el medio, que hace cara   -17-   al lado de tierra: está bien provisto de artillería, y es muy fuerte con garitas para soldados, todo a prueba de bomba. Hacia la villa hay sólo una muralla con un foso a ambos lados. Esta plaza tiene un Gobernador, y una guarnición de 400 a 500 personas de tropa reglada.

El otro lado de la bahía está sin fortificaciones, y la gran montaña sin garita siquiera: si esta se tomara podría ser de gran perjuicio a la batería, ciudad y guarnición, por razón de su altura, aunque está 4 ó 5 millas distante de la ciudad.

El último puerto es Maldonado, el cual está abierto, con la entrada al norte del Plata, y al abrigo de los vientos del este, por una pequeña isla que tiene el mismo nombre. Aquí tienen los españoles un fortín con un destacamento de soldados. No sé más de este puerto.

El lado septentrional del Río de la Plata es desigual, con cuestas, montañas etc., regado por muchos arroyos y ríos, algunos muy grandes, pero los mayores, son los de Santa Lucía, el Uruguay, y el Río Negro. Este país es muy fértil, y produce toda suerte de ganados, cuando está bien cultivado, y tiene también mucha madera. Todos los ríos y arroyos son de agua fresca: hay muchas caserías pertenecientes a españoles; pero el país al norte de Montevideo es poseído por los Minuanes infieles.

Los Charonas y Garoes (dos de estas naciones) fueron en otro tiempo muy numerosos; pero han sido enteramente destruidos por los españoles. En este territorio había antiguamente mucho ganado silvestre y doméstico, procreando en él más que a la parte meridional del Río de la Plata. Aunque se ven grandes rebaños de ovejas y ganado vacuno, pero pocos caballos. El territorio español confina por el norte con el Río grande, que le divide de las colonias portuguesas en el Brasil.




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Continuación de la descripción del país indiano, con sus valles, montañas, ríos, etc., Tierras del Fuego, e Islas de Falkland

Al sur de la villa de la Concepción, que está sobre la parte meridional del Río de la Plata, está el monte de la Víbora, con dos   -18-   bosques espesos casi redondos. Cerca de cuatro leguas al sur de ellos está el monte del Tordillo, que consiste en un gran número de bosques situados sobre un ribazo rodeado de un valle. Sus árboles son como los de los bosques del Saladillo. Lo más es bajo y llano con yerba alta y aguanosa, donde se crían armadillos, ciervos, avestruces, caballos silvestres, así como en los bosques, leones y tigres.

Desde el Saladillo, hasta las primeras montañas no hay río ni riachuelo, ni más agua que la que se coge en las lagunas en tiempo de lluvias.

Cerca de 15 ó 20 leguas al sudoeste o este, por sur de los bosques del Tordillo, está el gran promontorio del Cabo de San Antonio, que forma la parte meridional del Río de la Plata. La figura de este cabo es redonda, y no puntiaguda como está representado en algunos mapas. Este es una península, y su entrada al occidente sobre una laguna pantanosa, que viene del mar, o de la agua, salada del Río de la Plata. La mayor parte es de barro con muy poca tierra encima, y está regado en invierno por unos pequeños riachuelos de agua salada, que generalmente se secan en verano. Sus pastos no son tan buenos, ni la yerba tan alta como la del Tordillo y Saladillo. Al mediodía de este promontorio entra un brazo del Océano occidental formando una bahía, y terminando en lagunas. No se sabe si esta laguna, o bahía puede servir para estancia de navíos, respecto de que jamás se ha sondeado, no atreviéndose a llegar allí los navíos por miedo de los bancos, que llaman Arenas Gordas, He rodeado alguna parte de esta laguna, y pasado los canales por los cuales otros tienen comunicación con la bahía; pero fue con gran peligro, no sólo por los pantanos, sino también por los tigres, que son más numerosos de lo que he visto en parte alguna. Sobre los bordes de estas lagunas hay bosques muy espesos, de tala y saúco, donde se refugian estos animales, cuyo alimento es el pescado.

Hacia la costa hay tres hileras de arena: la más cercana a la mar es muy alta y movediza a todos vientos, pareciendo montañas a alguna distancia; la segunda está a media milla distante de la primera, y no es tan alta; la tercera aún dista más, y está muy baja y angosta, no llegando la arena a dos pies de alto. La tierra entre estas hileras es estéril, y no cría yerba. La península abunda de caballos silvestres: es de advertir, que entraron en ella de los países vecinos; pero que jamás hallaron camino para salir, circunstancia que atrae allí a los indios para cazarlos. Este pequeño territorio se llama por los españoles Rincón de Tuyú, porque el país inmediato tiene este nombre   -19-   en más de 40 leguas al occidente. Tuyú en lengua india significa bárbaro, que es el suelo de aquel país, continuando así, hacia el mediodía, hasta cerca de 10 leguas de las primeras montañas.

Las hileras de arena arriba dichas llegan a tres leguas del Cabo de Lobos, teniendo al poniente pantanos bajos de dos o más leguas de ancho, que se extienden toda la costa antes de llegar a la tierra más alta del Tuyú, no lejos de los bosques del Tordillo. En este país hay muchas colinas pequeñas, que se extienden del levante al poniente, distantes unas de otras tres leguas. Comúnmente son dobles, habiendo al pie de cada una de ellas una latina de una, dos, y aun de tres millas de largo. Las más principales de estas lagunas, son las del Bravo, el Palantelen, Lobos, Cerrillos, etc. Las mencionadas colinas forman en general altos, y collados hacia las lagunas, las cuales sin tener ríos, riachuelos, ni fuente alguna que las supla, rara vez carecen de agua, sino en tiempo de gran sequía. Los españoles los llaman cerrillos, de que aun hay algunos al otro lado del Saladillo.

Este país, en ciertos tiempos del año, abunda de un número increíble de caballos silvestres, y por esto se juntan en él para hacer sus provisiones los Tehuelches, y algunos de las tribus de los Puelches, Guilliches y Moluches. Hacen sus pequeñas casas movedizas, sobre las referidas colinas, y van todos los días a la caza, hasta tener suficiente provisión para volverse a sus tierras respectivas.

Cerca del mar, y casi junto a las hileras de arena, hay una laguna grande, llamada la Mar Chiquita, que está cerca de cinco leguas del cabo de Lobos, teniendo otras tantas de largo, aunque solo dos o tres millas de ancho. Es salada, y tiene comunicación con el Océano por un río que atraviesa los bancos de arena. Hay dos, o tres ríos pequeños, que salen del norte de las montañas del Volcán y Tandil, y cruzan la llanura, de poniente a levante, causando algunos pantanos y vaciándose finalmente en dicha laguna. Estos ríos son de agua dulce, crían bagres, y gran número de nutrias, como ya he dicho. Los mayores vienen del Tandil, y entran en la punta septentrional de aquella laguna.

Al norte de estos ríos es mucho mejor el terreno, y la yerba alta y verde, hasta el pie de las montañas. No hay bosques ni árboles sueltos, pudiéndose ver las montañas en día claro a distancia de 20 leguas, sin embargo de no ser muy altas; tan llano y anivelado está este país.

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Estas montañas están dispersas, y sus valles intermedios son muy hermosos. Comienzan a 6 leguas de la costa, y continúan hasta 40 leguas hacia el poniente: desde su nacimiento empiezan a ser particulares, y están cubiertas de yerbas, hasta cerca de 10 varas de sus cumbres, en donde hay muchas piedras casi en forma de muralla que cerca la montaña, excepto un cabo que declina gradualmente. Esta parte declinante se divide en montecillos y valles, con sus riachuelos que se juntan en el llano, y forman un corriente común.

En las cimas de estos montes hay un grande espacio con variedad de peñascos, y colinas con profundos arroyos que corren entre ellas. Hay también bosques de árboles bajos y espinosos que sirven para el fuego. La variedad de este país es de dos, o tres leguas de largo, en algunas partes de una legua de ancho, y en otras más, especialmente hacia el cabo que declina. Al pie de estas montañas hay muchos manantiales que caen en los valles, y forman arroyos. Los senderos, por donde se sube a ellos, son pocos y muy angostos. Los indios los tapan o cierran para asegurarse de los caballos silvestres que cogen en el Tuyú, y los echan a pacer sobre estas cimas, de donde no pueden salir con facilidad por otra vía, que estos pasos estrechos.

Entre estas montañas hay un espacio llano de dos o tres leguas de ancho con tal cual ribazo, regado por riachuelos que corren, ya por medio, o ya alrededor, formados de las fuentes o manantiales que nacen de las montañas. Estos valles son muy fértiles, con el terreno negro y profundo, sin mezcla de arcilla: están siempre cubiertos de tan buena yerba, que el ganado engorda en poco tiempo. Estos pastos por lo común están bien cerrados por un lado con las montañas, pero muy abierto al norte y noroeste. No he visto en el distrito de Buenos Aires paraje alguno tan capaz de ser beneficiado como éste: el único inconveniente a que está sujeto, es la falta de maderas para la fábrica de casas; lo que en pocos años, y con no mucho trabajo se podría remediar, mayormente cuando hay materiales bastantes para fabricar casas, que podrían durar y servir, cubriéndolas de cañas, hasta que tuviesen lo necesario para hacerlas mejor.

Los riachuelos que salen de estas montañas, alguna vez entran en el mar, o forman lagunas, y de ellas son algunas de una legua y más de largo. Una es de figura oval, que se extiende de montaña a montaña, y es muy tempestuosa cuando la baten los vientos. Hay otra, que la llaman la laguna de Cabrillos, y tan larga, aunque más angosta que la primera. En esta laguna hay un gran número de patos de varios géneros y colores; algunos tan grandes como gansos. Vense   -21-   a un lado de ella colinas, y al otro una orilla alta y quebrada: por una punta le entra un pequeño río que sale de las montañas, y no teniendo canal por donde vaciarse, corre bajo de tierra, hasta la distancia de una legua entre la laguna, y la costa vuelve a salir.

La parte de las montañas, que están al este, y más inmediatas al mar, se llama por los españoles Volcán, por error o corrupción del nombre indiano Vuulcan, teniendo, al sur una abertura muy grande, que es lo que significa Vuulcan en la lengua moluca. No hay volcanes, aunque la palabra española manifiesta haberlos en este país.

La parte intermedia se llama Tandil, tomado de una montaña de este nombre, más alta que las demás. La última punta de esta hilera de montañas se llama Cairu.

Al este de aquel Vuulcan, o grande abertura hacia la mar, no está la tierra tan igual en el espacio de dos leguas; pero después es llana con sus riachuelos, donde, igualmente que en el suelo quebrado y costanudo, hay algunos bosques espesos y casi impenetrables, en los cuales se halla con abundancia un árbol bajo y espinoso, y saúcos de seis a siete varas: su fruto es como el del nuestro, pero bueno para comer, teniendo un poco de agrio con una dulzura agradable. En los países al norte de Buenos Aires y Córdoba, etc., este fruto es amargo y fastidioso, y el árbol no crece tanto. Junto a la costa, a cosa de tres millas el terreno es más alto, y continúa a lo largo de la costa por cuatro leguas, siendo muy fértil, con ricos pastos donde presto engorda el ganado.

Cerca de la playa en esta parte hay dos colinas pequeñas y redondas, llamadas los Cerros de los Lobas Marinos. La playa consiste en peñas altas, y grandes piedras. Hay muchos rebaños de lobos y leones de mar, que (como ha escrito Lord Anson en su viaje) duermen sobre aquellas peñas, en cuyas cuevas crían los cachorros.

Más abajo, hacia el sur, toda la boca del río Colorado, o primer Desaguadero tiene sus orillas perpendiculares, de tan grande altura que inspira horror al mirarlas; pero terminan en arenas, y bajíos. En esta costa hay muchos ríos y riachuelos que cruzan las llanuras, desde las dichas montañas y entran en el Océano.

Este país, entre las primeras montañas y el Casuhati, es llano y abierto, y los indios comúnmente necesitan cuatro días para pasarle   -22-   cuando andan sin tiendas. Los Pampas que van al río Colorado, se dirigen desde el volcán más cercano a la costa, y pasan entre el Casuhati y el mar, cerca de 15 leguas al este de la montaña, y casi otro tanto desde la mar el poniente, para evitar un desierto arenoso, llamado Huecubu-mapu, o país del Diablo; donde ellos y sus familias se perderían si hubiese viento al tiempo de pasarle.

El Casuhati es el principio de una hilera de montañas que forman una especie de triángulo, del cual este es el primer ángulo, y desde aquí se extiende un lado del triángulo, hasta la cordillera de Chile, y el otro termina en el estrecho de Magallanes: pero no de modo que no esté algunas veces interrumpido por valles y continuadas montañas, que corren del norte al sur haciendo varios rodeos. La parte que forma el Casuhati es la más alta. En el centro de algunas montañas menores nace una muy alta, que iguala a la cordillera, y está siempre cubierta de nieve, a cuya cumbre rara vez se atreven a subir los indios. De esta alta montaña se deriva el nombre de Casú, que en lengua de los indios de Puel, significa una montaña, y hati, alta. Los moluches o Molucas la llaman Uutyalel, montón grueso. De la parte del sur de esta montaña nacen algunos arroyos y corrientes, que tienen profundas orillas cubiertas de mimbres, de que se sirven los indios para hacer cestos, o corrales para encerrar sus ganados. Corriendo hacia el sur se junta y forma un pequeño río, que va al sudeste, y entra en el Hueyque-leubu, o río pequeño de los sauces, a cierta distancia de su boca. Las montañas de Casuhati, continuando tres o cuatro leguas hacia el poniente, tienen una abertura de 300 varas de ancho, por lo cual los que toman este camino, (y no el de Casuhati, o el río Colorado) están obligados a pasar. Llámase Huaminí, y tiene a los dos lados ásperas y casi perpendiculares montañas. Todo el país inmediato a ella está cubierto, y tiene buenos pastos. La disposición oportuna de estas colinas, para tener como encerrado en ellas el ganado, los arroyos, las llanuras del poniente, y la grande abundancia de caza, son la causa por la que los indios de diferentes naciones lo habiten siempre. Al poniente de este vasto país de Tuyú, hasta los bosques que están frente del Casuhati, está el país de los Guilliches, teniendo los bosques al sur, los Tehuelches y la jurisdicción de Córdoba al norte, y los Peguenches al poniente. La parte de este país que está hacia el este, está cubierta con muy pocos bosques, algunas matas y muy sujeta a inundaciones, por las grandes lluvias que caen en ella, y el sobrante   -23-   de muchas lagunas. Algunas de ellas que están al poniente y al sur de la tierra, producen una sal fina y cristalina como la de San Lucas. Los españoles de Buenos Aires van cada año a estas lagunas con su guardia de soldados para defenderse, y su ganado, de los ataques de los indios, y cargar 200 ó 300 carros de sal. La distancia entre Buenos Aires y estas lagunas es de 150 leguas. Son muy largas y anchas, y algunas de ellas rodeadas de bosques a buena distancia: sus orillas son blancas con sal, que no pide más preparación que ponerla a secar al sol.

Más adelante al poniente hay un río con muy altas y perpendiculares orillas, llamado por los españoles el río de las Barrancas. Los indios le llaman Hueyque-leubu, o río de mimbres, que nacen en sus orillas. Este río es muy grande, aunque no tanto, comparado con el Río Colorado, y el Negro. En general se puede vadear, pero también tiene a veces algunas avenidas de las lluvias y nieve derretida que recibe. Fórmase en un país llano, entre las montañas de Achala y Acanto, y el primer desaguadero, o Río Colorado, de un gran número de arroyos que salen de estas montañas; y toma su curso hacia el sur y sudeste, hasta que para a 12 ó 14 leguas al este de Casuhati, y entra en el Océano, después de haber recibido otro pequeño río que nace de aquellas montañas. Pero tengo algunas dudas, por relación de los indios, que este río se vacíe inmediatamente en el Océano, y no en el Río Colorado, poco más arriba de su boca. Todo este país abunda de caballos silvestres, sobre todo la parte del este, que está más cerca del Tuyú y las montañas.

El país entre el Hueyque-leubu y el Río Colorado, es casi lo mismo, aunque hay más lagunas y pantanos entremezclados con bosques.

El primer Desaguadero, o río Colorado, es uno de los mayores ríos de este país. Nace de un gran número de corrientes, que vienen del lado occidental de la Cordillera, casi tan alto como Chuapá, la villa más septentrional de Chile, y tomando un curso casi directo del norte al Sur, coge todos los ríos que nacen del lado de la Cordillera, y gran porción de nieve derretida. Tiene una corriente muy rápida y profunda, casi a diez leguas de San Juan y Mendoza. Cerca de este último recibe las aguas del gran río de Tunuyán, y otro llamado el río del Portillo, que se le junta, y se pierde poco después en las lagunas de Guanacache.

Estas lagunas son famosas por las muchas frutas que se cogen en ellas, pero aún lo son más, porque esconden en su seno tan grande río, pues parece que aquí se sepulta, terminando sólo en algunos riachuelos y pantanos, bien que a pocas leguas de ellas vuelve a salir, haciendo   -24-   muchos riachuelos, que se juntan otra vez, y forman un río común arriba dicho. El camino por este río consiste en montañas, valles y cumbres pedregosas con muchos bosques, y tan espesos, que sólo se pasan por dos senderos muy estrechos que conducen al río Colorado. Uno se dirige hacia el poniente y otro al mediodía, continuando dichos bosque más de 20 leguas al norte del Colorado, y extendiéndose al sur hasta el segundo Desaguadero, aunque no tan espesos, y al poniente hasta el río Sanquel, en donde disminuye notablemente su espesura. A cosa de 5 ó 6 leguas al poniente del río Hueyqué, y en medio de los bosques, hay un gran estanque de sal, y a la misma distancia, otro más adelante. Hay también otros dos, uno al mediodía y otro al norte, con abundancia de sal limpia, de que se proveen los indios en grandes cantidades para sus jornadas. Hállase así mismo otro gran estanque de sal no lejos de la costa, entre el primero y segundo Desaguadero.

Desde el río Hueyqué hasta el primer Desaguadero, o río Colorado, cuatro, y algunas veces cinco días de jornada con tiendas, cuyo camino, por la parte que se inclina al mediodía, va por entre bosques espesos y bajos. Desde allí, dirigiéndose aun al poniente sobre la orilla de este río, y dejando los bosques al norte por 5 ó 6 días, se podrá llegar a un paraje, donde se viene al norte, y se dobla al este, y allí se pasa, dejándose ver desde las montañas más altas, (después de una larga jornada directamente al mediodía por unos parajes peñascosos, ásperos y cubiertos de bosques donde apenas hay lugar para descansar) el río Negro, o segundo Desaguadero, que corre por un valle profundo y de cerca de dos leguas de ancho, por uno y otro lado de dicho río.

Este río es el mayor de Patagonia: se vacía en el Océano occidental, y es conocido por varios nombres; como el segundo Desaguadero, o el Desaguadero de Nabuelhuapí. Los españoles le llaman el gran Río de Sauces, algunos indios Choelechel; los Puelches, Leubu-comó, o el río por antonomasia, y Curú-leubú quiere decir río Negro, que es el nombre que le dan los Guilliches y Peguenches. El paraje por donde le pasan desde el primero al segundo desaguadero, Choelechel.

No se sabe exactamente la fuente u origen de este río, pero se supone tenerla del río Sanquel: compónenle muchos ríos y arroyos. Va escondido por entre peñas quebradas, y se estrecha en un canal profundo y angosto, hasta que finalmente se manifiesta otra vez con grande y rápida corriente algo más arriba de Valdivia, pero al lado opuesto de la Cordillera. A poca distancia de su aparición se descargan en él muchos ríos, algunos grandes que vienen de la Cordillera, y entran principalmente en el norte de ellas.

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Un Tehuel, o Cacique meridional, me describió sobre una mesa como unos dieciséis ríos. Díjome sus nombres, pero no teniendo a mano materiales para escribir, no pude apuntarlos, y se me olvidaron. Añadió además que no sabía paraje alguno de este río, aun antes que entrasen los menores en él, que no fuese muy ancho y profundo. Ignoraba donde nacía, y sólo dijo que venía del norte. Era hermano del viejo cacique Cangapol; parecía hombre de 60 años, y había vivido todo su tiempo a la orilla de este río.

De estos ríos, que entran por la parte septentrional, hay uno muy ancho y profundo, y nace de una gran laguna cerca de 12 leguas de largo, y casi redonda, llamada Huechun-lauquen, o Laguna del límite, la cual está dos días de jornada de Valdivia, y se forma de varios arroyos, fuentes y ríos que nacen de la Cordillera. Además de este río envía la laguna al levante y al mediodía lo que forma parte del gran río, y puede enviar otro brazo al poniente que comunique con el mar del sur, cerca de Valdivia: pero esto no lo puedo afirmar por no haberlo examinado suficientemente.

También viene de hacia el norte otro pequeño río, que sale del pie de la Cordillera, y cruza el país desde el noroeste, al sudoeste descargándose en el Desaguadero, en el espacio de día y medio de jornada al este de Huechun, país del cacique Cangapol. Llámanle Pichen Picurtuleubu, esto es, río pequeño del norte, para distinguirle del Sanquel, que también entra en el segundo Desaguadero; siendo cada uno de ellos llamado por los indios, el río del norte. La boca de este río dista de la del Sanquel, cerca de 4 días de camino.

El río Sanquel es uno de los mayores de este país, y puede pasar por otro Desaguadero de las montañas nevadas de la Cordillera. Viene del norte muy lejos, corriendo por entre montañas y precipicios, y engrosándose con los muchos arroyos que se le juntan en el camino todo. El paraje, donde primero se deja ver, se llama el Diamante, cuyo nombre le dan también los españoles. A corta distancia de su origen entran en él muchos arroyos que nacen del pie de la Cordillera más al norte, y más abajo hacia el mediodía, el río Solquen. Este río es tan grande, que los indios del río Negro, llaman indistintamente a su corriente, Lauquel-leubu, y Solquen: es ancha y rápida, aun en su primera aparición, y crece con la unión de muchos arroyos y fuentes que recibe de las montañas, y del país húmedo por donde pasa, por el espacio de trescientas millas, tomando un curso casi directo desde el norte al sur para el este, hasta que entra en el segundo Desagudero, o río Negro por una boca ancha.

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En el confluente de estos dos ríos, hay un gran remolino, por donde no obstante se atreven a pasar los indios nadando a caballo. Sus orillas están cubiertas de cañas, y de muy grandes mimbres.

Hacia el sur del grande, o segundo Desaguadero no entran sino dos ríos de alguna consideración. Uno se llama Lime-leubu por los indios, y por los españoles el Desaguadero de Nahuel-huapí, o Nauveli-vapí. Los chilenos dan el mismo nombre al río Grande, pero es un error, porque ignoran algunos de sus brazos, de los cuales este es solamente uno, y no tan grande como el Sanquel, y mucho menos que el principal brazo, aun en su primera aparición fuera de la Cordillera.

Este río continúa con grande y rápida corriente, desde la laguna Nahuel-huapí, casi al norte, por entre valles y pantanos, cerca de 30 leguas; recibiendo grandes arroyos de las montañas inmediatas, hasta que entra en el segundo Desaguadero, algo más abajo del que viene de Huechun-lauquen, o Laguna del límite. Los indios le llaman Lime-leubu, porque los valles y pantanos por donde pasa, abundan en sanguijuelas, y los Guilliches le llaman Lime, y al país Mapu-lime, y a sus moradores Limechées.

La laguna de Nahuel-huapí es la mayor que forman las aguas de la Cordillera (según la relación de los misioneros de Chile), pues tiene 15 leguas de largo. A un lado junto a la orilla está una isla baja, llamada Nahuel-huapí, o la isla de Tigres: Nahuel significa tigre, y huapí isla. Está situada en una laguna rodeada de bocas y montañas, de donde nacen manantiales, arroyos y nieves derretidas. También entra en esta laguna, por el lado meridional, un pequeño río que viene de Chonos, en el continente, en frente de Chile.

El otro río, que entra en el segundo Desaguadero, y viene del sur, es pequeño, y llamado por los indios Machil-leubu, o río de Hechiceros; pero no sé la razón porque sale del país de los Guilliches, y corre del sur al norte, descargándose al fin en el río principal, más abajo del Lime-leubu.

El segundo Desaguadero toma desde aquí su curso, haciendo una pequeña vuelta hacia el norte, hasta llegar a Choelechel, donde se acerca a 10 ó 12 leguas del primer Desaguadero, luego se vuelve al sudeste, hasta que entra en el Océano.

A corta distancia, más abajo de esta última vuelta, hace un grande círculo formando una península, que es casi redonda; cuyo cuello, o entrada   -27-   tiene cerca de 3 millas de ancho, de 6 leguas de travesía. Llámase el cercado de los Tehuelches, o Tehuel-malal. El río tiene, hasta la formación de esta península, altos ribazos, y montañas por uno y otro lado, pero tan distantes, que hay en muchos parajes entre ellas y el río, dos o tres millas de ancho, muy abundante, en pastos. En estos parajes se acercan más las montañas al agua: las orillas están cubiertas de sauces, y contienen unas pocas islas acá y allá, entre las cuales hay una muy grande en el país del cacique Cangapol, donde este y sus vasallos guardan sus caballos para que los Peguenches no se los hurten. Jamás he oído que haya alguna cascada en este río, o sea vadeable por alguna parte. Es muy rápido, y las avenidas muy extraordinarias, cuando las lluvias y nieves derretidas bajan de la parte occidental de la Cordillera; comprendiendo todas las que caen desde el grado 55 hasta el 44 de latitud meridional, haciendo una hilera o cadena de montañas de 720 millas. Las avenidas de este río son tan rápidas y repentinas, que, aunque se oigan a mucha distancia el golpeo y ruido que hacen entre bocas y penas, apenas da lugar a las mujeres para bajar sus tiendas, y cargar su bagaje, ni a los indios para asegurarse y pasar sus ganados a las montañas. Estas avenidas causan frecuentemente muchas desgracias, pues estando anegado todo el valle, arrastra su impetuosa corriente, tiendas, ganado y algunas veces ganados y niños.

La boca de este río, que se abre en el Océano Atlántico, creo que jamás ha sido fondeada. Llámase la bahía sin Fondo, por su gran profundidad, o porque no la tiene como algunos piensan. Cual de las cosas es, no lo sé, aunque me inclino que la llaman así por lo primero; porque no puedo pensar que un río tan rápido, que corre cerca de 300 leguas, desde el pie de la Cordillera, entre peñascos y piedras, pudiese llevar consigo gran cantidad de arena, ni que, aun llevándola, pudiese hacer asiento a su boca contra la fuerza de tan violenta corriente. Los españoles la llaman la bahía de San Matías, poniéndola en el grado 40 y 42 minutos de latitud meridional, aunque en el mapa de Mr. D’Anville está puesta dos grados más allá de Lineu. No pienso que la distancia es tan grande entre el primero y segundo Desaguadero, conviniendo todos los indios conmigo en cuanto el paraje donde uno y otro río entran en el mar, y por esto he tomado en mi mapa una distancia media.

En la expedición del año de 1746 para examinar la costa etc. entró el Río de la Plata y el estrecho de Magallanes, no se examinó la boca de este río, porqué aunque instaron al capitán de navío a que diese las disposiciones necesarias para ello, no hizo caso, ni tomó razón alguna cuando se acercó a su latitud, diciendo en defensa de su conducta: «Que sus órdenes sólo se extendían a ver si había algún puerto capaz de una colonia,   -28-   cerca o no muy lejos de la boca del estrecho de Magallanes, donde pudiesen abastecer sus navíos en su pasaje al mar del sur. Que él había bien mirado y medido todo, desde el puerto Gallegos, sin encontrar paraje alguno apto para formar en él una colonia, por la esterilidad del terreno, y falta de leña y agua. Que había hecho bastante para aquietar el ánimo del Rey de España, con respecto a los celos que podría tener de una potencia del norte, siendo tan loca, que intentaba hacer un establecimiento en donde todos debían perecer. Que la bahía sin Fondo estaba muy distante del cabo de Hornos, para que viniese dentro del círculo de sus instrucciones. Que su provisión de agua fresca no era bastante para llegar al río de la Plata, y que no estaba cierto de encontrar alguna más a la boca del río Sauces.»

Una colonia a la boca de este río sería mucho más conveniente para los navíos que van al mar del sur, que en Buenos Aires, donde un navío suele estar quince días o un mes antes que pueda salir, por razón de los vientos contrarios, y la dificultad de pasar sobre los bajíos sino con marea alta: necesitando además de esto una semana para llegar a la bahía sin Fondo, mientras que un navío, que saliese de esta bahía, podría llegar en dicho tiempo, doblar el cabo de Hornos, y pasar el mar del sur.

Si alguna nación intentara poblar este país podría ocasionar un perpetuo sobresalto a los españoles, por razón de que de aquí se podrían enviar navíos al mar del sur, y destruir en él todos sus puertos antes que tal cosa o intención se supiese en España, ni aun en Buenos Aires: fuera de que se podría descubrir un camino más corto para caminar o navegar este río con barcos hasta Valdivia. Podríanse tomar también muchas tropas de indios moradores a las orillas de este río, y los más guapos de estas naciones, que se alistarían con la esperanza del pillaje; de manera que sería muy fácil el rendir la guarnición importante de Valdivia, y allanaría el paso para reducir la de Valparaíso, fortaleza menor, asegurando la posesión de estas dos plazas, la conquista del reino fértil de Chile.

En este puerto de la bahía sin Fondo sería más practicable una colonia que en las islas de Malvinas, o de Falkland, o en los puertos Deseado, y de San Julián, por razón de la abundancia de leña y agua: de ser muy bueno para la agricultura, y capaz de mantener sus moradores. Son muy grandes las conveniencias que hay para fundar una colonia en las tierras de los Tehuelches, estando defendido por este grande y rápido río que forma, por decirlo así, un foso natural de 18 millas de largo, en un paraje fecundo y abundante en pastos, liebres, conejos, volalla silvestre, venados, etc. pudiéndose también coger en este río pescado de varios géneros.

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Débese también considerar que los nuevos colonos podrían proveerse de ganado, como vacas, caballos, etc. En el mismo paraje, y a poca costa podríase establecer asimismo un comercio con los indios, quienes por los vidrios azules, cuentas de rosario, cascabeles de latón, sables, puntas de lanzas y hachas, cambiarían su ganado para el uso de la colonia, y aun pellizas finas para enviar a Europa; siendo tan raro navío en estos mares, que todo esto se podría hacer y mantener muchos años, sin que los españoles lo supiesen. Los españoles, por ejemplo, estuvieron establecidos largo tiempo en las islas Malvinas, antes que nación alguna de Europa tuviese noticia de ello.

Los bosques de sus inmediaciones se componen el mismo género de árboles que ya se ha descrito, a excepción de uno que los indios tienen por sagrado; el cual produce una goma de la misma consistencia y color que nuestra cera amarilla. En quemándole despide un olor fragante muy diverso de nuestras gomas de botica: nunca vi este árbol, pero los nativos me dijeron que era pequeño. He tenido algunas porciones de goma, de la cual mezclada con cera hacen bujías.

Toda la costa, por cosa de 20 leguas al sur del segundo Desaguadero, es un país seco, estéril, con muy poco pasto, e inhabitado por hombres ni bestias, excepto algunos guanacos que bajan de cuando en cuando de las montañas vecinas al poniente. No tiene más agua en una parte del año, que la que se coge en las lagunas, después de las grandes lluvias, en cuyo tiempo bajan los indios a este país por encerrar los difuntos, visitar los sepulcros, recoger sal en la bahía de San Julián, o sobre la costa. Vense algunas colinas pedregosas, aquí y allá; en una de las cuales cerca del puerto Deseado, se halló también un mineral metálico de una especie de cobre.

En el viaje hecho en el año de 1746, no se descubrió en toda esta costa río alguno, aunque en todas partes (especialmente en los puertos descritos en los mapas antiguos) bajaron los españoles a tierra, y registraron alrededor de diferentes puertos. Convenciéronse del error en que estaban, siendo probablemente ocasionado por los remolinos que hacían las aguas, al volverse de la tierra en mareas menores. Por lo que mira al río Camarones, descrito en el mapa de Mr. D’Anville, con tres bocas al fondo de la bahía de San José (y no en la de Camarones, como lo he visto en mapas antiguos), lo he puesto así en el mio por su autoridad: pero se debe observar al mismo tiempo, que no se descubrió tal río en dicho viaje, aunque entramos en esta gran bahía. Quizá la distancia en que estaba el navío de la playa sería tan grande, que no podíamos hacer ciertas nuestras observaciones. Es verdad que los indios hablan de un río   -30-   del país Chulelaw; pero no pude descubrir de donde venía, ni a donde terminaba, ni si siendo pequeño, se sepultaba en aquellos desiertos, como sucede a otros grandes ríos descriptos en el mapa.

En la Bahía de los Leones, bajaron a tierra los españoles, y no encontraron río alguno. En la de Camarones, no había cosa notable, sino muchas y grandes peñas que parecían una ciudad anegada. Tenía tan poca agua esta bahía, que la fragata se quedó en la peña hasta que volvió la marea. En la de Gallegos también desembarcaron, pero los llamaron antes que pudiesen examinar si había o no río alguno.

El territorio de los Tehuelches y otras naciones patagonas, confina con las partes occidentales de este país inhabitado, y según la relación de algunos cautivos españoles que rescaté (uno de los cuales había vivido allí tres años), toda esta tierra consiste en valles cercados de hileras bajas de montañas, regados por fuentes y arroyos, que se estancan en pequeñas lagunas secas en verano. De manera que muchos de sus moradores se van en esta sazón a vivir al segundo Desaguadero, llevando consigo sus mujeres y familias, bagaje, etc. y aun algunos pasan al Casuhati, Vulcan, y el Tandil.

Estos valles abundan en pastos con pequeños bosques para el fuego. Hay muchos guanacos, de cuya piel hacen en algunas partes sus tiendas, y no menor número de antas, cuyas pieles venden los Tehuelches a los Puelches para armarse con ellas.

La anta es una especie de ciervo, pero sin astas; su cuerpo es como el de un asno, su cabeza larga, menguándose hasta que acaba en un pequeño hocico. Su cuerpo muy fuerte, sus hombros y ancas muy anchas, sus piernas largas y fuertes, y sus pezuñas hendidas como la del ciervo, pero algo mayores. La fuerza del anta es muy grande, pues es capaz de arrastrar un par de caballos: cuando está acosada abre su camino por entre los bosques más espesos, rompiendo todo lo que se le opone. No me consta que se haya domesticado este animal, aunque no es feroz, ni daña, sino a las chacras o plantaciones; pero no es dudable que sería muy útil, por razón de sus fuerzas, si se le pudiera hacer trabajar.

En este país no hay caballos silvestres, y los domésticos son muy superiores de hermosura y fuerza a los de la América meridional: aguantan largas jornadas, sin más provisión que lo que pacen en el camino, y exceden a todos en coraje y ligereza. Hay también mucha caza menor, de que viven principalmente los indios. Encuéntrase igualmente gran cantidad de bezoar occidental, no sólo en los estómagos de los guanacos y vicuñas,   -31-   sino también en los del anta, aunque el de este es más ordinario y común. Cuando se administra en cantidad considerable, promueve muy bien un diaphoresis. Experimenté que daba grande alivio en los dolores de estómago, desmayos, etc. Su dosis consiste en una dracma, o dos escrúpulos, tomado en cualquiera cosa; bien que se podría administrar mayor cantidad con toda seguridad. En muchos casos vale más que el polvo de oculi, cancron, o polvos de testáceos, y otras sustancias minerales. He tenido algunas de estas piedras que pesaban 18 onzas.

Hay mucha especie de volalla en esta tierra, como pichones, tórtolas, ánades, faisanes, perdices, etc., de las cuales hago mención, como útiles, aunque los indios no las estiman. Vense también aves de rapiña, como águilas, buitres, milanos, lechuzas y balcones, pero no leones ni tigres, sino en la Cordillera.

El país de los Guilliches, frente de Tehuel-mapu, y al sur de Valdivia, es según relación de los misioneros, muy pobre y destituido de todo lo necesario para vivir en él; sucediendo lo mismo a toda la costa más abajo de Chile hasta el estrecho de Magallanes.

Los moradores de esta costa viven principalmente del pescado, y se distinguen por el nombre de Chonos, Pay-yus y Rey-yus. De estas dos últimas naciones, los que viven lejos de la costa cazan a pie, siendo muy ligeros, y criados en este ejercicio desde la niñez. Envíase de Valdivia y de otros puertos del mar de Chile gran parte de los víveres necesarios para los misioneros, y guarnición española que está en Chile.

En esta isla hay una pequeña ciudad, o más bien villa, llamada Castros donde reside un capitán español, o teniente gobernador.

Las montañas de los Guilliches son mucho menores que las que están hacia el norte, de modo que se pueden andar en todos tiempos del año, a más de que tienen muchas aberturas. Están cubiertas de bosques, donde se halla un árbol peculiar a estos parajes, que los indios llaman lahuan, y los españoles alerce. No me han descrito lo que tiene de particular, pero me parece ser del género, del pino, teniendo la ventaja de poderse hender de arriba abajo en tablas de cualquier espesura de líneas rectas, quedando más liso e igual que si se aserrasen. Estos árboles, como me han dicho, son muy grandes, pero no puedo decir cual es por lo común su diámetro.

Si las plantas, o semillas de este árbol se transportasen a Inglaterra,   -32-   es muy probable que prosperarían en ese reino, por ser su clima tan frío, como el donde se crían.

Es de mucha estimación por su hermosura y duración; y no debo omitir que por medio de los ríos de Nahuel-huapí, Sanquel, y Longen, se podrían transportar grandes cantidades de éste árbol, pinos, etc., al gran río de los Sauces, y a la Bahía de San Matías, para la construcción de navíos, casas, etc.

Los Guilliches tienen, una especie de tabaco, que machacan cuando está verde, y le componen en rollos gruesos y cilíndricos. Es de color verde obscuro, y cuando le fuman despide un olor fuerte y desagradable, algo diferente del tabaco de Virginia. Es tan fuerte, que luego embriaga, y por eso pasan la pipa de uno a otro, tomando muy poco a, la vez, porque de otro modo aniquilaría los sentidos.

El país de los Tehuelches, que viven más cerca de los estrechos, como los Leuau-cunis, y los Yacana-cunis, es casi lo mismo que el de los otros Tehuelches. Tiene tierra adentro, bosques altos, y una pequeña mata, que produce una fruta semejante a nuestras moras, pero más caliente: comese, y es muy propia para el clima.

La Tierra del Fuego se compone de varias islas: las del occidente son pequeñas y bajas, llenas de pantanos e inhabitables, estando frecuentemente llenas de agua; pero las del este son mayores, y la tierra más alta, con montañas, y bosques habitados por los indios Yacana-cunis, quienes tienen frecuente comunicación con los españoles y franceses, que iban allí por leña desde las islas Malvinas, o Falkland. No sé si hay alguna caza en estas grandes islas fuera de la volalla; pero es muy creíble que los indios no viven en ellas con solo el pescado, porque es muy dificultoso, el cogerle en estos climas en tiempo de invierno.

En el año de 1765, ó 66, se perdió un navío español en la costa de la isla del Fuego, cerca de 14 leguas de la boca del Estrecho. La tripulación que se salvó, hizo por sí un barco de bastante porte para transportarse con sus provisiones a Buenos Aires, donde informaron al Gobernador D. Pedro de Zeballos, que los indios nativos de esta isla habían sido muy humanos y caritativos, ayudándoles a pasar madera para la construcción de su barco, y asistiéndoles en todo. Que asimismo habían sido muy liberales, en distribuir entre ellos los géneros de más valor, como sedas, brocados, tisúes, etc., estimando esta gente más los paños ordinarios para estar bien abrigados. Que al principio bajaron con sus armas, arcos y saetas, echándolas por tierra en señal de paz y amistad, inclinando   -33-   el cuerpo, y luego saltando, rascándose y palmoteando. El Gobernador envió relación de todo a la corte de España, y propuso establecer una colonia en esta isla; pero estando entonces los franceses tratando sobre la compra de las islas Malvinas, se frustró el prudente designio del Gobernador, quien tuvo orden de retirarse a España.

Tami, cacique de Yacana-cunis, me dijo que usaban de una especie de flota para pasar a veces los estrechos, y que tenían comunicación con los de su nación; de que se sigue que este país tiene las conveniencias de leña, agua y suelo; y que si se pudiera hallar algún puerto tolerable, sería mucho más conveniente, y auxiliaría mejor el pasaje al mar del sur, que las colonias de las islas de Falkland.

Estas islas son muchas, algunas pequeñas, pero dos muy grandes. Lo que puedo referir tocante a ellas, es conforme a la relación que me han hecho algunos oficiales españoles, (que fueron a tomar posesión de ellas de los franceses, y transportar allí a los españoles de Buenos Aires), y un artillero francés que navegó desde el Río de la Plata hasta el puerto de Cádiz, y había vivido muchos años en aquellas islas. Todos estos fueron testigos de excepción.

Son tan bajas y pantanosas dichas islas, que después de una lluvia no se puede salir de casa sin hundirse en el lodo hasta las rodillas. Las casas son de tierra, y están verdes y tomadas del moho por la excesiva humedad del país, no pudiéndose hacer ladrillos por falta de fuego. Los colonos han sembrado varios géneros de granos, como trigo, cebada, guisantes, habas, y otras cosas: pero la tierra es tan estéril, que todo se redujo a yerba y paja, sin rendir fruto alguno. Con toda la industria de los franceses por muchos años, sólo pudieron coger un poco de ensalada, y estercolándola con la basura de las vacas, puercos y caballos. Los únicos animales peculiares a estas islas son pingüinos, y butardas, siendo sólo estos últimos comestibles, matándolos con escopeta, y cuando hay pocos se venden muy caros: cójese también algún pescado, pero en tan corta cantidad, que no basta para los moradores. Es tan grande la pobreza de este país, que el gobierno español de Buenos Aires estuvo obligado a enviar navíos cada tres o cuatro meses, para mantener la gente y guarnición, sin que pudiese esperar retorno alguno; y aunque enviaron puercos, vacas, y caballos a estas islas, su clima es tan frío, húmedo y estéril que jamás criaban. De manera que estos gastos durarán mientras dure la colonia. No hay leña, ni cosa que sirva para el fuego, sino una mata baja como el acebo, y está en abundancia, por cuya razón están obligados los moradores a enviar los pequeños barcos por leña a la Tierra del Fuego. El agua es el único bien que tiene este país, además de un buen puerto, el cual no   -34-   obstante no responde al fin de este establecimiento, porque como este país de la Soledad es tan abierto al norte o nordeste, necesita un navío tener viento de este lado para entrar en él. Ahora pues, como un tal viento es el más favorable para pasar el cabo de Hornos para el mar del sur, sería perder tiempo entrar en dicho puerto, mayormente cuando debe esperar viento contrario para salir de él, y luego otro para navegar al Cabo mencionado; y esto en un paraje, donde no hay esperanzas de hacer otra provisión de agua.

Los franceses enviaron gente a estas islas en la última guerra, para asegurar un puerto a sus navíos, que venían de las Indias Orientales para el mar del sur, carrera necesaria para libertarse de los corsarios ingleses. Pero acabada la guerra, y cansados de una colonia tan pobre y miserable, y de tan grandes gastos, cesando su fin, determinaron fijarla, con la intención no obstante de cobrar o recobrar (si fuese posible) el dinero que habían expendido en ella: a cuyo fin representaron estas nuevas adquisiciones de una manera tan favorable a la corte de Madrid, que el Rey de España acordó pagarles 500.000 pesos, (otros dicen 800.000 y otros aun los alargan hasta un millón), para que cediesen esta colonia a España, de cuya cantidad había de recibir una parte el Rey de Francia, quedando el resto para Mr. Bougainville, su propietario, y la permisión de vender en Buenos Aires algunas mercaderías compradas con este dinero en Río Janeiro. Todo esto se hizo presente con grande libertad por el capitán de una fragata española al Gobernador de Buenos Aires, en presencia de Mr. Bougainville, quejándose del modo con que engañaban al Rey de España, y protestando que la persona encargada de recibir dichas islas, no podía, por el respeto y lealtad que debía a su soberano, y a las obligaciones de buen cristiano, aceptar dicha entrega hasta dar aviso, y recibir nuevas órdenes de la Corte de España; siendo evidente que la habían engañado. No pareció conveniente a Mr. Bougainville contradecir la exposición de este oficial, quien además de ser el mismo testigo de vista, podía corroborarla, si fuese necesario, con testimonios de cien personas, que habían arribado poco antes de la exportación de los franceses que estaban en aquella isla.

Los españoles transportaron a su colonia dos frailes franciscanos con un Gobernador, quienes luego que la vieron se llenaron de melancolía, el Gobernador, Coronel Catan, a la vuelta de los navíos para Buenos Aires, declaró con lágrimas, que tenía por dichosos los que habían salido de tan miserable país, y que él mismo se alegraría   -35-   mucho poder dar a otro su comisión, y volverse a Buenos Aires, aunque fuese en clase de grumete.




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Relación de los moradores de la parte meridional de América

Los indios que habitan estas partes, se distinguen por las denominaciones generales de Moluches y Puelches. Los Moluches, o Molucas, son conocidos entre los españoles por los nombres de Aucas y Araucanos. El primero de estos es un mote, que significa rebelde, salvaje o bandido. La palabra aucani, significa rebelar, levantar o amotinar, y se aplica a hombres y a bestias y así auca-cahual, significa caballo silvestre, aucantun, aucantul, gritería o levantamiento.

Llámanse Moluches de la palabra molun, que significa declarar guerra, y moluche es un guerrero. Están dispersos por el país, y lado oriental y occidental d e la cordillera de Chile, desde los confines del Perú hasta el estrecho de Magallanes, y se dividen en diferentes naciones de Picunches, Peguenches y Guilliches.

Los Picunches son los que viven más hacia el norte, y se dicen Picun, que significa en su lengua norte, y che gente. Habitan las montañas, desde Coquimbo hasta casi más abajo de Santiago de Chile. Estos son los más valientes y altos entre los Moluches, especialmente los que viven al poniente de la Cordillera, entre quienes están los de Penco, Tucapel y Arauco. De estos últimos llaman por error los españoles Araucanos a todos los demás indios de Chile. Los que viven al este de la Cordillera, llegan hasta más abajo de Mendoza, y se llaman, por los que viven al otro lado, Puelches; puel, significa este; pero por otros que viven hacia el sur, se llaman Picunches. Conocí algunos de sus caciques, cuyos nombres eran Tseu-canantu, Piliquepangí, Carupangí y Caruloncó.

Los Peguenches se acercan a los Picunches por el norte, y llegan desde frente de Valdivia hasta 35º de latitud meridional. Toman su nombre de la palabra peguen, que significa pino, porque el país abunda de tales árboles. Como viven al sur de los Picunches. algunas veces se llaman Guilliches o pueblo meridional, pero más generalmente se llaman Peguenches. Sus caciques se llaman Colopichun,   -36-   Amolepí, Nocolasquen, Guenulep, Cusuhuanqne, Colnancon, Iyalep, y Antucule: este último era joven, y a todos los conocí muy bien.

Estas dos naciones fueron antiguamente más numerosas, y mantuvieron largas y sangrientas guerras con los españoles, a quienes casi echaron de Chile, destruyendo las ciudades de Imperial, Osorno y Villa Rica, y matando dos de sus Presidentes, Valdivia y D. Martín de Loyola: pero están ahora muy disminuidas, no pudiendo hacer revista de cuatro mil hombres entre todos ellos, lo que nace de las frecuentes guerras que han tenido con los españoles de Chile, Mendoza, Córdoba y Buenos Aires, con sus vecinos los Puelches, y aun los unos con los otros; igualmente que del aguardiente que compraban a los españoles, y su pulcú o chicha, que hacen en su país. Muchas veces empeñan hasta sus mujeres o hijos a los españoles, por aguardiente con que se embriagan, y matan unos a otros; sucediendo rara vez que la parte ofendida aguarde largo tiempo la ocasión de vengarse. Las viruelas introducidas en este país por los europeos, causan mayores estragos entre ellos, que la peste, desolando villas enteras con sus malignos efectos. Este mal es mucho más fatal a estas gentes que a los españoles o negros, por razón del grosero vestido, mala comida, falta de cobertura, medicinas y cuidado necesario. Sus parientes más cercanos huyen de ellos para evitar el mal, dejándolos perecer aun en medio de un desierto. Ha cerca de cuarenta y cinco años que la numerosa nación de Guilliches, habiendo cogido este mal en las cercanías de Buenos Aires, hizo diligencia para huir a sus propias tierras, distante doscientas leguas, caminando por entre vastos desiertos. Durante su larga jornada dejaron tras de sí sus parientes y vecinos enfermos, solos y sin más asistencia que un cuero levantado contra el aire, para abrigo, y un jarro de agua. Este mal redujo tanto su número, que no tienen ahora más de trescientos hombres capaces de tomar las armas.

Los Guilliches y Moluches meridionales llegan desde Valdivia hasta el estrecho de Magallanes, dividiéndose en cuatro naciones. La primera llega hasta Chiloé, y más allá de la laguna de Nahuel-huapí, y habla la lengua chilena. La segunda son los Chonos, que viven cerca de la isla de Chiloé. La tercera se llama Pay-yuy, o Peyes, y viven en las costas, desde el grado 48 hasta 51 de latitud meridional; y desde allí hasta el estrecho de Magallanes, el país es habitado por la cuarta nación, llamada Rey-yus o Reyes. Estas tres últimas naciones son conocidas por el nombre de Buta Guilliches, porque son más altos y gruesos que la primera, llamada Pichi-Guilliches, o pequeños Guilliches. Parecen también diferentes gentes, porque su lengua es una mezcla de la de Moluche y Tehuel. Los otros Guilliches   -37-   y los Peguenches hablan del mismo modo uno y otro, diferenciándose solo de los Picunches en el uso de la letra S en lugar de la R, y de la D, donde otros el Ch.; por ejemplo: Romo por Somo. Una mujer Huaranca; por Huasanca, Mil buda, por bucha grande. Estas naciones son numerosas, especialmente los Vutu-Guilliches. Los caciques de la primera, o Pichi guilliches, eran Puelman, Paniacal, Tepuanca, a quienes vi, con otros muchos, de cuyos nombres no me acuerdo. Los Puelches o orientales, (así llamados por los de Chile, porque viven al oriente de ellos), confinan por el occidente con los Moluches, hasta abajo del estrecho de Magallanes, donde terminan por el sur con los españoles de Mendoza, San Juan, San Luis de la Punta, Córdoba y Buenos Aires por el norte, y con el Océano por el este. Tienen diferentes nombres, según la situación de sus respectivos países, o porque fueron en su origen de diferentes naciones. Los de hacia el norte se llaman Tehuelches; los del occidente y mediodía, Diviheches, los del sudeste Guilliches, y los del sur de estos últimos Tehuelches, o en su propia lengua, Tehuel-kuni; esto es, hombres del sur.

Los Tehuelches confinan por el occidente con los Picunches, y vienen al este del primer Desaguadero, hasta las latinas de Guanacache, en las jurisdicciones de San Juan y San Luis de la Punta, dispersos en pequeñas tropas, y rara vez fijos en un paraje: hay algunos en la jurisdicción de Córdoba, a las orillas de los ríos Cuarto, Tercero y Segundo; pero la mayor parte, o fue destruida en sus guerras con los otros Puelches, y Moscovios, o le refugió entre los españoles. En otro tiempo había alguno de esta nación en el distrito de Buenos Aires, a las orillas de los ríos Lujan, Conchas y Matanza, pero ya no los hay. Sus caciques eran Mugelup, Alcochorro, Galeliam y Mayú. Han quedado tan pocos de esta nación, que casi no pueden levantar trescientos soldados, haciendo sólo una especie de guerra pirática en pequeñas partidas, excepto cuando están auxiliados de sus vecinos los Picunches, Peguenches y Diviheches, y aun entonces no pueden poner en campaña más de 500 hombres. Esta nación y la de los Diviheches son conocidos por los españoles, con el nombre de Pampas.

Los Diviheches confinan por el occidente con el país de los Peguenches, desde el grado 36 hasta el 33 de latitud meridional, y se extienden a lo largo de los ríos Sanquel, Colorado y Huique, hasta 40 millas de Casuhati por el este. Tienen el mismo genio vagabundo que los Taluheches, y no son más numerosos, por haber sido destruidos en sus ataques con los españoles, tomando parte algunas veces con los Taluheches, otras con los Peguenches, y haciendo solo frecuentemente sus   -38-   incursiones, sobre las fronteras de Córdoba y Buenos Aires, desde el Arrecife hasta Lujan, matando los hombres, cautivando las mujeres y niños, y robando el ganado. Los caciques de esta nación eran, Concalcac, Pichivele, Yahati y Dunoyal.

Estas dos naciones subsisten principalmente con la carne de las yeguas que cazan en pequeñas cuadrillas, de 30 a 40 cada una, en las vastas llanuras entre Mendoza y Buenos Aires, donde suelen encontrarse con grandes tropas de españoles, enviados a propósito, para ejecutar las leyes del talión, o a lo menos con igual crueldad: pero no es el único peligro que corren, porque si los Tehuelches o Guilliches han llegado al Casuhati, o al Vulcan y Tandil, al tiempo que los Diviheches y Taluheches están para retirarse con su presa, se echan sobre ellos (particularmente en parajes donde están obligados a pasar, para que descansen sus ganados), matando a todos los que se resisten, robando a los demás, y levantándose con la caza.

El país de los Puelches, o gente oriental, está juntamente entre el río Huique, y el primero Desaguadero, o río Colorado, y se extiende al segundo Desaguadero o Río Negro; pero vagan continuamente, moviendo sus habitaciones, y separándose por motivos frívolos, y muchas veces sin más razón, que su natural inclinación a vagar. Este país abunda en todo género de caza menor, como liebres, armadillos, avestruces, etc.; produce pocos o ningún guanaco. Cuando suben a las montañas del Tandil, y el Casuhati, por la escasez de caballos, son tan poco expertos en la caza, que se vuelven a sus casas sin cosa alguna, a menos que sus vecinos los Tehuelches no se la den, o no tengan la fortuna de sorprender algunas cuadrillas de los Peguenches, quienes vuelven generalmente bien provistos. Por otra parte es una pobre gente inocente y sincera, y más hombres de bien que los Moluches y Tehuelches; son muy supersticiosos, inclinados en extremo a la adivinación y hechicería, y fácilmente engañados. En general son altos y robustos, como sus vecinos los Tehuelches, pero hablan diferente lengua. Aunque en tiempo de paz es gente humilde y tranquila, son en el de guerra audaces y altivos, como experimentaron los Tehuelches y Diviheches, muy a su costa pero ya están reducidos a un pequeño número, habiendo sido la mayor parte destruidos por las viruelas. Sus caciques, que aún viven, son Geijeihu, y Daychaco.

Los Tehuelches que se conocen en Europa, con el nombre de Patagones, han sido llamados, por ignorar su idioma, Tehuelchus, porque chu significa, patria o morada, y no gente, lo que se expresa por   -39-   la palabra che, y más al sur por la palabra cuni. Estos y los Cheche-heches, se llaman por los españoles Serranos o Montañeses: subdivídense en varias ramas, como son los Leubuches, o gente del río, y Calilliches, o gente de las montañas, entre los cuales están los Chulilaucunis, Lehuau-cunis, y Yacana-cunis; todos estos, excepto los del río, se llaman por los Moluches, Vucha-guilliches.

Los Leubuches viven a las orillas del norte y sur del río Negro, o como ellos le llaman, Casu-leubu. Al norte tienen un vasto país; pero no habiendo, por razón de la espesura, posibilidad de ser habitado, sólo se encuentran bosques, lagunas y pantanos, llenos de cañas fuertes y espinosas, a las que llaman Sanquel, de forma que por allí está cerrada toda comunicación. Pero marchando hacia el poniente por el pie de la Cordillera, vi hacia el este, que por la costa está abierta. Parece que esta gente está compuesta de Tehuelches, y Checheheches; pero hablan más bien la lengua de estos últimos, con una mezcla de Tehuel. Extiéndese por el este hasta los Checheheches, y por el poniente se juntan con los Peguenches y Guilliches; confinan por el norte con los Diviheches, y por el sur con los otros Tehuelches. Caminando alrededor de la gran laguna Huechum-lauquen, llegan de Valdivia en seis días de jornada desde Huichun. Parece que esta nación es la cabeza de los Checheheches, y Tehuelches, y sus caciques Cancapol y su hijo Cangapol, como unos pequeños soberanos de los demás. Cuando declaran la guerra se juntan inmediatamente con los Chuchuheches, Tehuelches y Guilliches, y con los Peguenches, que viven, más al sur, poco más abajo de Valdivia.

Por sí mismos son pocos en número, teniendo gran dificultad en levantar 300 hombres capaces de tomar las armas, por causa de las viruelas, que redujeron el número de los Checheheches, y porque habiéndose juntado y pasado a las llanuras de Buenos Aires para atacar con una partida de Thaluheches cerca de la laguna de los Lobos al famoso D. Gregorio Mayu-Pilqui-ya, fueron vencidos por este, y obligados los que quedaron a retirarse al Vuulcan con los vestidos, que por desgracia, poco antes habían comprado en Buenos Aires inficionados de las viruelas. Disminuyéronse también mucho en las guerras con sus vecinos al norte los Picunches, Peguenches, y Taluheches, quienes aliándose, bajan algunas veces del lado de la Cordillera, y los sorprenden; en cuyo tiempo, no tienen otro recurso para librarse de los enemigos que atravesar el río nadando, lo que los otros no pueden hacer; pero con la prisa y confusión de la fuga, dejan sus hijos detrás, caen en las manos de los enemigos inhumanos, que los degüellan, sin perdonar aun los de cuna. Sin embargo, no son siempre estos ataques tan secretos que no   -40-   tengan algunas veces noticias de ellos, y no escapen entonces muchos de la furia de esta bárbara nación, cuyo cacique Cancapol hace vanidad de mostrar a sus huéspedes montones de huesos, calaveras, etc. La política de este cacique es de mantener la paz con los españoles para que su gente pueda cazar con seguridad en los campos de Buenos Aires, dentro las fronteras de Matanza, Conchas y Magdalena, y las montañas: no permitiendo que las otras tribus pasen de Lujan, para mantenerla también al sur; a cuyo fin se ponen sus caciques y confederados a cazar en los meses de julio, agosto y setiembre, en los parajes donde pueden observar los movimientos de sus enemigos, a quienes muchas veces atacan y destruyen, pero por esta razón jamás hicieron estos indios la guerra a los españoles (aunque son en extremo celosos de ellos), hasta el año de 1738 y 40, cuyos motivos fueron los siguientes.

Los españoles, con poco juicio y mucha ingratitud, echaron de su territorio a Mayu-Pili-ya, el único cacique Taluheche que los estimaba, obligándole a retirarse a tal distancia que no pudiese recibir socorro alguno, expuesto a sus enemigos, hechos tales, defendiendo los territorios de los españoles del resto de sus paisanos y Picunches. Después de la muerte de este cacique, algunas partidas de los Taluheches y Picunches atacaron las caserías del río Areco y Arrecife, guiados por Hencanantu y Carrulonco, adonde acudieron los españoles con su mariscal de campo D. Juan de San Martín para coger los ladrones. Pero como llegaron tarde, se dirigieron al sur para no volverse con las manos vacías. Allí encontraron las tiendas del viejo Caleliyan con una mitad de su gente, que no sabiendo lo que había pasado, estaba durmiendo sin la menor sospecha de peligro, y entonces sin examinar si estos eran o no los agresores, hicieron fuego sobre ellos matando, muchos con sus mujeres e hijos. Los demás despertándose, y viendo el triste espectáculo de sus mujeres y niños muertos, se resolvieron a no sobrevivir a tal pérdida, y cogiendo las armas, vendieron sus vidas tan caro como pudieron; pero al fin fueron degollados con sus caciques.

El joven Caleliyan estaba entonces ausente, pero teniendo noticia de lo que había pasado, se volvió en ocasión que los españoles se iban retirando; y viendo a su padre, parientes y amigos degollados, resolvió vengarse prontamente, a cuyo fin llevando como unos 300 hombres, se echó sobre la villa de Lujan, mató gran número de españoles, tomó algunos cautivos, y robó algunos millares de ganado. Sobre esto levantaron los españoles con toda brevedad, (aunque no bastante para correr un enemigo tan ligero) casi 600 hombres de su milicia y tropa reglada. No pudiendo alcanzarle se volvieron alrededor de las lagunas de sal, y bajaron al Casuhati donde estaba el cacique Cangapol   -41-   con algunos indios, que prudentemente se habían retirado. Hallándose chasqueados aquí, fueron por la costa hacia el Vulcan, donde encontraron una tropa de Guilliches, quienes no siendo enemigos, salieron sin armas a recibirlos, no teniendo la menor sospecha de peligro alguno. Pero sin embargo de esto, y de haber intercedido a favor de estos pobres, un oficial de la tropa española, fueron cercados, y tallados en piezas por orden del Mariscal de Campo, quien concluida esta victoria, marchó con su gente al Salado, que está cerca de 40 leguas de la ciudad, y casi 20 de las quintas o caserías de Buenos Aires, donde un cacique Tehuel, llamado Tolmichi-ya, pariente de Cangapol, amigo y aliado de los españoles, estaba acompañado bajo la protección del Gobernador Salcedo. Este cacique con la carta del Gobernador en la mano, y mostrando su licencia, fue muerto de un pistoletazo que le dio en la cabeza el Mariscal de Campo. Todos los indios tuvieron esta desgracia, quedando cautivas las mujeres y niños, con el hijo menor del cacique. Por fortuna el mayor había salido dos días antes a cazar caballos silvestres, con una partida de indios.

De tal manera exasperó esta cruel conducta del Maestre de Campo a todas las naciones de Puelches y Moluches, que tomaron al punto las armas contra los españoles, quienes se vieron de repente atacados desde las fronteras de Córdoba y Santa Fe, todo a lo largo del Río de la Plata, frontera de 400 leguas; de modo que les era imposible defenderse, porque los indios se echaban en pequeñas partidas volantes sobre muchas villas y caserías a un mismo tiempo, y la luz de la luna impedía el descubrir su número; y así mientras los españoles los perseguían por una parte, dejaban los demás sin resguardo.

Cangapol, que con sus Tehuelches había vivido hasta entonces en gran amistad con los españoles, se irritó sumamente al ver la maldad ejecutada con su hijo, la muerte de sus amigos los Guilliches, la de su amado pariente, y otros, y manera indigna con que trataron sus cadáveres; y aunque entonces tenía cerca de 60 años, salió al campo a la cabeza de mil hombres (otros dicen cuatro mil) compuestos de Tehuelches, Guilliches, y Peguenches: se echó sobre el distrito de la Magdalena, distante cerca de 4 leguas de Buenos Aires, y repartió sus tropas con tanto juicio, que limpió y despobló, en un día y una noche, más de 12 leguas del país más poblado y abundante. Mataron muchos españoles, e hicieron cautivas un gran número de mujeres y niños, y robando además, pasadas de veinte mil cabezas de ganado, fuera de caballos. En esta expedición los indios solo perdieron un Tehuelche, el cual apartándose de los demás con esperanza de hacer presa, cayó en manos de los españoles. Cangapol hijo, de Cacapol, fue perseguido y alcanzado; pero los españoles no se atrevieron a atacarle, aunque eran dos veces más numerosos, porque ellos y sus caballos estaban de tal modo cansados, en una marcha de 40 leguas, sin tomar refresco alguno.

Los moradores de Buenos Aires, teniendo aviso anticipado de este ataque, por los fugitivos, se vieron en la más terrible consternación. Muchos oficiales militares corrían por las calles, con la cabeza desnuda, en un estado de distracción, habiéndose llenado, de gente las iglesias y casas religiosas, a donde se refugiaban, como si el enemigo estuviera a las puertas de la ciudad. Los españoles humillados con este golpe, quitaron la comisión al Mariscal de Campo, y nombraron otro en su lugar, levantando un ejército de 700 hombres que marcharon al Casuhati, no para renovar la guerra, sino para pedir paz. Todo un año se pasó después de la última victoria, sin hacer cosa alguna: en cuyo tiempo los indios, con un joven cacique Cangapol a su cabeza, levantaron un ejército de cerca de 4000 hombres, compuesto de aquellas diversas naciones, con el cual pudiera hacer frente a todos los españoles; pero sin embargo de estas ventajas, dieron oídos a la propuesta del nuevo Mariscal de Campo, a quien tenían por su amigo. Éste, temiendo las consecuencias de una nueva guerra, ofreció entre otras condiciones, entregar todos los indios cautivos, sin más consideración que redimir los cautivos españoles. Un jesuita misionero, que fue al campo español con algunos Checheheches y Tehuelches convertidos, representó vivamente que aquella condición era indigna e inadmisible, no evitando por este medio un próximo rompimiento. Propuso un cambio recíproco de prisioneros; pero fue tan grande el miedo de esta guerra, que no se hizo caso de su proposición, aunque muchos indios no pedían condiciones más ventajosas. Algunos caciques de los Tehuelches, que habían llevado consigo sus cautivos, inmediatamente los entregaron haciendo la paz, no entendiendo la proposición del Mariscal de Campo en otro sentido, que el de la mutua entrega de sus prisioneros. Los Moluches fueron por fin a Buenos Aires, y redimieron sus indios, y los Tehuelches, sin entregar los cautivos españoles que tenían. Desde entonces los Tehuelches, tentados con las esperanzas de sus presas, han hecho cada año incursiones en el territorio de Buenos Aires, robando mucho ganado. No obstante este ha sido el mayor daño que han hecho hasta el año de 1767, en que habiendo sido insultados, renovaron la guerra y cautivaron mucha gente, de forma que de las escuadras españolas que los persiguieron, sólo dos se escaparon: siguiéndolos luego y alcanzándolos largamente con un cuerpo mayor de tropas, su coronel Catani;   -43-   pero les pareció más conveniente no molestarlos, temiendo les sucediese lo que a sus compañeros.

Los Tehuelches, que había desde el levante al poniente del río de los Sauces, donde aún hoy día habitan, confinan por el nordeste con los Checheheches, y por el este con un gran desierto, que empieza a cerca de 40 leguas de la boca del río Negro hacia el sur, y se extiende casi hasta el estrecho de Magallanes: por el poniente lindan con los Guilliches, que habitan las costas de Chiloé, y se extienden a 44 grados de latitud meridional. Todo su país es montuoso con valles profundos, pero sin ríos considerables, por lo que los habitantes están obligados a surtirse del agua de las fuentes y riachuelos, que terminan en lagunas, donde bajan sus ganados. Cuando estas lagunas se secan (lo que sucede en el rigor del verano) van por agua al Río Negro, o a otra parte. Esta nación no siembra ni planta, siendo su principal alimento los guanacos, liebres y avestruces, de que abunda esta tierra; y la carne de yeguas, cuando la pueden lograr.

La falta de este alimento hace que estén en perpetuo movimiento, de un país a otro para buscarlo, de manera que van en grande cuadrillas algunas veces al Casuhati, otras a las montañas del Vuulcan, o Tandil, y otras a las llanuras cerca de Buenos Aires, distante 300 ó 400 leguas de su país. Entre todas las naciones del mundo no se hallaría otra más inquieta, ni más inclinada a vagar que esta; porque ni una extrema vejez, ceguera, u otro cualquier mal, es capaz de contenerlos; son fuertes, bien hechos, y no tan cetrinos como los otros indios. Algunas de sus mujeres son tan blancas como las españoles: son corteses, civiles y de buen natural; pero muy inconstantes en guardar sus palabras y contratos; son robustos y guerreros, y no temen la muerte. Su número es mucho mayor que el de las otras naciones, y casi igual al de todas las que habitan estas partes. Son enemigos de los Maluches, a quienes temen mucho, y a quienes, sin embargo de ser tan terribles a los españoles, ha tiempo habrían arruinado, si hubiesen estado tan bien provistos de caballos como ellos, sin que los Diviheches, ni los Tehuelches pudiesen resistir a sus fuerzas.

Al sur de estos viven los Chichilau-cunis y los Sehau-cunis, que son los indios más meridionales que andan a caballo. Sehau, significa en lengua de Tehuel una especie de conejo negro, del tamaño de una rata del campo; y como su país abunda de estos animales, tal vez tomaría de aquí su nombre: cuni, significa gente.

Parécense mucho estas dos naciones a los Tehuelches, con tal cual diferencia en su idioma, lo que se puede atribuirá a la comunicación con   -44-   los Pay-yus, y Rey-yus que viven sobre las costas orientales y los estrechos.

Todos los Tehuelches hablan diferente lengua de los otros Puelches y Moluches; y esta diferencia no solamente incluye palabras, sino también las declinaciones y confusiones, aunque usan algunas de las dos naciones; por ejemplo, de una montaña, llaman calille, y, los Moluches calel, pero los Puelches casu. Pichua, en lengua de Tehuel, es el nombre del guanaco, pero no tiene semejanza con luchan o huan, de la de los Moluches, ni yagip, agua con coni yagui, aguaducho; con cohue, ni cani, gente, con che o hel. Inclínome a pensar que estas naciones de Tehuelches son los que los misioneros de Chile llamaban Peiyus, respecto que viven en el paraje de este nombre mismo, aunque es verdad que se acercan ya a la costa.

La última de estas naciones de Tehuel, son los Yacana-cunis, que significa gente de a pie, porque como no tienen caballos en su país, caminan siempre así: confinan por el norte con los Sehau-cunis. Por el poniente con los Rey-yus, de quienes se dividen por una hilera de montañas, por el este con el Océano, y por el sur con las islas de la Tierra del Fuego, o el mar del sur. Estos indios viven cerca del mar, sobre los dos lados del Estrecho, y se hacen muchas veces la guerra unos a otros. Usan de unas flotas ligeras, como las de Chiloé para pasar el estrecho. Son atacados algunas veces por los Guilliches, y por los otros Tehuelches, que los llevan consigo, como esclavos, como que no tienen nada que perder más que la libertad y la vida. Viven principalmente del pescado que cogen, ya zambulléndose, o echándole dardos: son muy ligeros y atrapan guanacos y avestruces con sus bolas. Su estatura es igual a la de los otros Tehuelches, excediéndose rara vez de siete pies, y algunas no pasan de 6: es gente inocente y de buena intención.

Cuando los franceses o españoles iban (como frecuentemente lo hacían) a la Tierra del Fuego a buscar leña para quemar en la colonia de Malvinas, esta gente les daba la asistencia que podía; y para convidarlos, y que fuesen conocidos, colgaban una bandera blanca, porque tenían tal horror a la encarnada de que usan los ingleses, que inmediatamente huían. Los franceses y españoles atribuyen esto a haberse tirado cañonazos de algunos navíos ingleses, con cuyo ruido espantaron de tal modo a los indios, que jamás se atreven a bajar, cuando ven la bandera colorada. Esto pudiera muy bien ser; pero es cierto que se han usado varios artificios, para que esta gente no tuviera comunicación con los ingleses. Un cacique de esta nación, que vino con otros Tehuelches a visitarme, me dijo que había estado en una casa de madera que andaba   -45-   sobre el agua. Como dijo esto pocos años después que el Almirante Anson había pasado el mar del sur, concebí que el cacique estaría en uno de los navíos pertenecientes a esta escuadra.

Todas estas naciones de Tehuelches se llaman por los Moluches, Vuck-Guilliches, o la grande gente meridional. Los españoles los llaman Monteces, aunque no saben de donde vienen: los demás de Europa los llaman Patagones.

He visto caciques de todas las naciones de indios, habitantes en la parte meridional de la América, y observado que los Puelches o indios orientales eran altos, pasando alguno de ellos de siete pies y medio de alto, siendo de la misma raza de los que no tienen más que seis. Los Moluches o indios occidentales que viven en las montañas, son generalmente de baja estatura, pero gruesos.

Los moradores de las montañas nubladas de la Cordillera, se matan frecuentemente a sí mismos, lo que no hacen los indios orientales.

Llamábanse sus caciques Cacapol, Cangapol, Yampalco, Tolimichiu-ya, Guelmen, Saaimiyan, Yepelche, Marique, Chuyentura, Guerquen, Clusgell, Millarsuel y Tamu.

La noticia de que hay una nación en estas partes, descendientes de los europeos, o del resto de los que naufragaron, es como ciertamente creo falsísima, y sin el menor fundamento, causada de no entender la razón que dan los indios: porque si se les pregunta en Chile, concerniente a alguna colonia interior de españoles, responden que hay villas, y gente blanca, entendiendo por esto Buenos Aires etc., y así viceversa, sin tener la menor idea de los moradores de estos dos países distantes, sean conocidos los unos de los otros.

Haciendo yo a los indios alguna pregunta sobre esta parte, vi que mi conjetura era cierta, pues reconocieron, nombrándoles Chiloé, Valdivia, etc., que estos parajes eran los que ellos entendían bajo la descripción de colonias europeas.

Lo que hace más increíble haber esta colonia de los Césares, es la misma imposibilidad moral, de que 200 ó 300 europeos, casi todos hombres, pudiesen sin tener comunicación alguna con un país civilizado, penetrar por medio de tantas naciones belicosas, y mantenerse como una república separada en un país que no produce cosa alguna, y donde los moradores subsisten sólo con la caza, y todo esto por espacio de 200 años, (según nos dice la historia);   -46-   sin haber sido extirpados, muertos, o hecho esclavos por los indios, o sin perder las apariencias de europeos, entremezclándose con ellos: fuera de que no hay un pie de tierra de este continente, por donde las gentes vagabundas, no pasen cada año; pues aun el desierto inhabitado que está a la orilla del Océano Atlántico, es frecuentado como paso, así para enterrar los huesos de sus difuntos, como para coger sal. Sus caciques y otros de reputación y crédito entre ellos, me aseguraron que no había gente blanca en todos aquellos parajes, excepto los que son muy conocidos de toda Europa, a saber, los de Chile, Buenos Aires, Chiloé, Mendoza, etc.




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De la religión política y costumbres de los Moluches y Puelches

Los indios creen en dos potencias superiores, la una buena, y la otra mala. A la buena llaman los Moluches Toquichen, que quiere decir gobernador de la gente. Los Taluheches, y Diviheches, la llaman Soychu, que significa en su lengua el Presidente de la tierra, de la venida fuerte. Los Tehuelches, Guayava-cuni, esto es, Señor de los difuntos.

Han formado un número de deidades, creyendo que cada cual preside sobre una raza, o familia de indias, de quién se supone haber sido el Criador. Unos le hacen de la raza de los tigres, algunos del león, otros del guanaco, y otros del avestruz etc. Imaginan que estas deidades tienen sus moradas separadas debajo de alguna laguna, montaña, etc., y cuando algún indio muere, va su alma a vivir con aquella deidad, que preside sobre su particular familia, y que goza la dicha de estar enteramente borracho.

Creen que sus buenas deidades crearon el mundo, y que primero criaron los indios en sus cuevas, dándoles a cada uno una lanza, arco y saetas con sus bolas de piedra para pelear y cazar, y echándolos luego, al mundo para proveerse a sí mismos. Imaginan también que las deidades de los españoles hicieron otro tanto con ellos, pero que en vez de proveerlos de lanzas, arcos, etc., les dieron escopetas y espadas, y suponen que las bestias, aves y animales menores fueron criados; que los más ligeros salieron inmediatamente de sus cuevas; pero que los toros y vacas, siendo los últimos, espantaron de tal modo los indios, por razón de sus astas, que inmediatamente taparon las bocas de las cuevas con piedras grandes, a lo cual atribuyen la falta de ganado vacuno en aquel país, hasta que los españoles lo llevaron allí, quienes con más cordura los dejaron salir de sus cuevas.

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Formaron también otra creencia, que después de la muerte han de volver otra vez a sus cuevas divinas, añadiendo que las estrellas son los indios antiguos, y que la vía láctea es el campo donde van a cazar los avestruces, cuyas plumas son las dos nubes meridionales. Llevan la opinión de que la creación aún no se ha acabado, ni que todo haya venido a la luz del día en este mundo superior.

Sus hechiceros, tocando sus tambores, y haciendo ruido con sus calabazas llenas de conchas, pretenden ver debajo de la tierra hombres, ganados, etc., con tiendas de aguardiente común, cascabeles, y otras varias cosas: pero estoy bien asegurado que todos ellos, o la mayor parte, no creen en esta tontería, porque el cacique tehuel, llamado Chechuentuya, me vino a ver una mañana, y darme razón de un nuevo descubrimiento hecho por uno de sus hechiceros de países subterráneos, que estaban debajo del lugar donde vivíamos. Pero riéndome de él, y exponiéndole su simplicidad de dejarse engañar de tales fábulas, respondió Epucungeigu, esto es, cuento de viejas.

La mala potencia se llama por los Moluches Huecusú, esto es, el vagador; por los Tehuelches y Checheheches, Atikan, Nakannatz, y por los otros Puelches, Valichu.

Confiesan haber un gran número de demonios vagando por el mundo, a quienes atribuyen todo el mal que se hace, sea a hombres o a mujeres, y aun a bestias; estando tan obstinados en esta creencia, que aseguran que todo el cansancio o fatiga de sus largas jornadas o trabajo, viene de estos demonios. Suponen que cada uno de sus hechiceros tiene dos demonios familiares, que les asisten continuamente, y les avisan todo lo futuro, y aun lo que pasa al presente, a gran distancia de ellos; que los ayudan a curar sus enfermos, peleando y echando fuera, o apaciguando los otros demonios que los atormentan. Creen también que las almas de estos hechiceros, después de muertos, son otros tantos demonios.

Dirigen enteramente su culto a esta mala potencia, exceptuando algunas ceremonias particulares que usan con respecto a sus difuntos. Para practicar su culto se juntan en la tienda del hechicero, el cual está escondido en un rincón de ella, donde tiene un pequeño tambor, una o dos calabazas rodeadas de conchas, y algunas bolsas de piel pintadas, en que guarda los materiales de sus encantos: comienza la ceremonia haciendo un gran ruido con el tambor y calabazas; finge luego una epilepsia en que lucha con el diablo, que supone entra en él, teniendo los ojos levantados, las facciones torcidas, echando espuma por la boca, y sus coyunturas   -48-   descompuestas; hasta que después de varias y violentas mociones, queda recto y en disposición de un hombre que se halla con epilepsia: después de lo cual vuelve como que ha ganado la batalla contra el demonio, fingiendo dentro de su tabernáculo una voz desmayada, chillona y dolorida, como si fuera de un mal espíritu que se supone vencido; y finalmente, tomando una especie de asiento en tres pies, responde de allí a todas las cuestiones que se le proponen: que sea bien o mal nada quiere decir, por que en caso de suceder lo último, se echa la culpa al demonio. En todas estas ocasiones se pagaba bien al hechicero.

Sin embargo, la profesión de estos hechiceros es muy peligrosa, porque sucede muchas veces que cuando muere algún jefe indio, matan algunos hechiceros, y especialmente si habían tenido disputa con el difunto, respecto que los indios echan por lo común la culpa a estos hechiceros, y a sus demonios. En caso de haber pestes y epidemias, de que mueren muchos, también lo pagan los hechiceros. Por las viruelas que sucedieron a la muerte de Mayupiqui-ya y su gente, que casi destruyen enteramente los Checheheches, Cangapol mandó matar todos los hechiceros, para ver si por este medio cesaba el mal.

Los hechiceros son de ambos sexos. Los hombres están obligados (por decirlo así) a dejar su sexo, y vestirse de mujer, no siéndoles permitido casarse, aunque sí a las hechiceras. Son elegidos para éste oficio desde niños, dándose la preferencia a los que están más dispuestos desde su primera edad a condición femenina. Vístense muy temprano en traje de mujeres, y se les da un tambor y matraquillas, como pertenecientes a la profesión que han de seguir. Los que padecen el mal de epilepsia, o chorea sanabita, se eligen inmediatamente para este oficio, como si fuesen los demonios, de quienes se supone están poseídos, causándole las convulsiones, y contorsiones comunes en los parasismos epilépticos. El entierro de sus difuntos, y reverencias supersticiosas hechas en su memoria tienen muchas ceremonias. Cuando un indio muere, una de las mujeres más distinguidas, es nombrada inmediatamente para hacer el esqueleto del cuerpo, sacándole las entrañas, y quemándolas hasta que se hagan cenizas; descarnando los huesos, y enterrándolos luego, hasta que la carne esté del todo consumida, o hasta moverlos, (lo que se debía hacer al año de su entierro, aunque algunas veces lo ejecutan a los dos meses), al lugar propio en que fueron enterrados sus antecesores. Los Moluches, Talhueches y Diviheches, guardan fielmente esta costumbre.   -49-   Pero los Checheheches, y Tehuelches o Patagones, ponen los huesos en alto, sobre cañas entretejidas, hasta que se sequen, y se blanqueen con el sol y la lluvia.

Durante la ceremonia de hacer los esqueletos, se visten los indios de mantos largos de pieles, cubriendo las caras con hollín, y andando alrededor de la tienda, con unas adargas o lanzas en las manos, cantando tristemente, o hiriendo la tierra para espantar los valichos, o demonios. Algunos van a visitar y consolar a la viuda, o viudas y parientes del difunto, esto es, si hay algo que ganar, porque nada hacen sin interés. Durante esta visita de pésame, lloran, aúllan y cantan de una manera muy dolorosa, forzando las lágrimas, y punzando los brazos y muslos; con espinas agudas, hasta sacar sangre. Por esta muestra de dolor se les paga muy bien, con cuentas de vidrios, cascabeles de bronce, y otras niñerías que tienen grande estimación entre ellos. Los caballos del difunto se matan inmediatamente, para ir a caballo a Alhuemapu, o país de los difuntos, reservándose sólo unos pocos para adornar la pompa funeral, y transportar sus reliquias a sus propias sepulturas.

Las viudas están obligadas al llanto, y al ayuno, por todo un año después de la muerte de sus maridos, reduciéndose a estar encerradas en sus tiendas, sin comunicación con persona alguna, a no salir de ellas sino para lo necesario de la vida, a no lavarse las manos ni la cara ennegrecidas con el hollín, y abstenerse de carnes de caballo y vaca: y tierra adentro, donde no hay abundancia de las de avestruz y guanacos, aunque pueden comer cualquiera otra cosa.

No pueden durante el año casarse mientras el luto, pues si en este tiempo ha tenido alguna viuda comunicación con algún hombre, los parientes del difunto matan a ambos, si no resulta haber sido ella violentada. No he descubierto que los hombres estén obligados al mismo llanto en la muerte de sus mujeres.

Cuando transportan los huesos de sus parientes, los ponen en una piel, sobre los caballos más favorecidos del difunto, que dejan vivos a este fin, adornándolos a la moda, con mantos, plumas, etc., y caminando de esta manera muchos días, hasta que llegan a la sepultura propia, a donde hacen la última ceremonia.

Los Moluches, Tahueches y Diviheches, entierran sus difuntos en hoyos grandes y cuadrados. Juntan los huesos y los guardan, atando cada uno en su respectivo lugar, y cubriéndolos con las mejores telas que pueden encontrar, adornadas de cuentas, plumajes, etc. Todo lo cual se   -50-   limpia o muda una vez al año. Estos hoyos están cubiertos de vigas, árboles o cañas entretejidas, sobre lo cual echan la tierra. Escogen una matrona antigua de cada tribu, para cuidar de sus sepulturas; por cuya razón se tiene este empleo en gran veneración. Su oficio es abrir cada año estas tristes moradas, cubrir y limpiar estos esqueletos, echando entonces en ellas algunas vasijas de chicha que hacen, y de que beben a la buena salud de los difuntos. Estas sepulturas no son siempre muy distantes de sus ordinarias habitaciones: colocan alrededor de ellas los esqueletos de sus caballos muertos, en pie, apuntalados o sostenidos con palos.

Los Tehuelches o Patagones meridionales, se diferencian en alguna cosa de los otros indios. después de haber secado los huesos de sus difuntos, los llevan a gran distancia de sus moradas al desierto, y poniéndolos en su propia forma con los adornos ya dichos, los dejan en una choza erigida a este fin, con los esqueletos de sus caballos al rededor.

En la expedición de 1746, algunos soldados españoles, caminando cerca de treinta leguas al poniente del puerto de San Julián, encontraron uno de estos sepulcros, que contenía tres esqueletos, y los de tantos caballos apuntalados alrededor.

No es fácil figurar una forma regular de gobierno o constitución civil entre estos indios. El poco que tienen parece que consiste en un pequeño grado de sujeción que deben a sus caciques. El oficio de estos es hereditario y no electivo, teniendo todos los hijos de un cacique derecho para tomar esta dignidad. Se encuentran algunos indios que la dejan por su poca importancia.

El cacique tiene poder de proteger a cuantos se le acogen; de componer, o hacer callar en cualquiera diferencia o disputa, o de entregar al ofensor para ser castigado con pena de muerte, sin estar obligado a dar razón de ello, porque en estos casos su voluntad hace ley. Generalmente es susceptible de cohecho, entregando sus vasallos, y aun sus parientes cuando le pagan bien. Según sus órdenes acampan, y marchan los indios de un país a otro para morar o cazar, o hacer la guerra. Frecuentemente los cita a su tienda, donde les hace sus arengas relativas a su conducta, las exigencias del tiempo, las injurias que han recibido, y las medidas que se deben tomar; etc. En estas ocasiones ostenta, y exagera sus proezas, y mérito personal. Si tiene elocuencia es muy estimado, pero si le falta este talento, emplea por lo común un orador que supla sus veces. En casos de importancia, especialmente de guerra, cita un consejo de los principales indios y hechiceros, con quienes consulta sobre lo conducente, ya para defenderse, ya para atacar a sus enemigos.

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En una guerra general, cuando muchas naciones se alían con su común enemigo, elijen un Apo, o Comandante en jefe de entre los viejos, y más celebrados caciques, cuyo honor aunque electivo, ha muchos años que en alguna manera se ha hecho hereditario en la familia de Cangapol, quien va a la cabeza de los Tehuelches, Checheches, Guilliches, Peguenches y Diviheches, cuando se unen sus fuerzas. Acampan regularmente a 30 ó 40 leguas del país de los enemigos, para no ser descubiertos, y enviar sus espías a examinar los parajes, y plazas que quieren atacar. Escóndense de día, y salen de noche para señalar todas las casas y quintas de los lugares que se proponen atacar, observando con la mayor exactitud su disposición, número de sus moradores, y modos de su defensa. Informados bien de todo, lo participan al grueso del ejército, para que luego que se pase el plenilunio, y tengan la luz necesaria para su trabajo, marchen al ataque. Al punto que se acercan al paraje señalado, se separan en diferentes cuerpos pequeños, teniendo cada uno determinado a su ataque sobre tal casa, o tal quinta. Empiézanle a pocas horas después de media noche, matando a todos los hombres que se les oponen, y cautivando a todas las mujeres y niños. Las de los indios, siguen a sus maridos armadas con porras, varas, y algunas veces espadas, para desbaratar y robar cuanto encuentran en las casas, como vestidos, utensilios domésticos, etc. y cargadas con su presa, se retiran lo más presto que pueden, sin pararse de día ni de noche, hasta hallarse a gran distancia, y fuera del peligro de ser alcanzados por sus enemigos. Aquí paran, y reparten su presa, lo que rara vez hacen sin perder las amistades, terminando por lo común en riñas, y efusión de sangre.

Otras veces hacen una especie de guerra volante, con cuadrillas de 50 ó 100 hombres en cada una; pero entonces no atacan sino las quintas o casas de campo, manejándose con mucha aceleración, tanto en el ataque, como en su retirada.

Sin embargo no tienen los caciques poder de imponer contribuciones, ni quitar cosa alguna a sus vasallos, ni aun obligarlos a servir tal o tal empleo, sin que se les pague, debiendo por el contrario tratarlos con la mayor benignidad, y algunas veces aliviarlos en sus necesidades, si no quieren que se sometan a algún otro. Por esto, muchos Ghúlmenes, o hijos de caciques, no quieren tener vasallos, costándoles caro, y sirviéndoles muy poco. Ningún indio, o cuerpo de ellos puede vivir sin la protección de algún cacique, según la ley de aquellas naciones, y si algunos de ellos se atreviesen a hacerlo, le matarían, o cautivarían al punto que fuese descubierto.

En caso de recibir alguna injuria, la parte agraviada usa de todos   -52-   los medios posibles para hacerse justicia, sin embargo de la autoridad del cacique. No conocen más castigo, o satisfacción que la de pagarles o remitirles la injuria o daño hecho, con alguna cosa de valor en su estimación, porque no usan dinero, ni castigan de otro modo que quitándoles la vida, No obstante, cuando la injuria es despreciable, y el ofensor pobre, se contenta el ofendido, con sólo castigarle en las espaldas con sus bolas de piedra. Si el ofensor es poderoso, le dejan, a menos que el cacique no medie, y le obligue a dar satisfacción.

Las guerras, que estas diversas naciones tienen unas con otras, y con los españoles, nacen algunas veces de las injurias recibidas, porque son inclinados a la venganza, aunque más frecuentemente provienen de la falta de víveres, o deseo del pillaje.

Aunque dichas naciones tengan entre sí continuas disputas y desavenencias, muchas veces se juntan contra los españoles, eligiendo un Apo, o Capitán general otras. Cada nación hace la guerra por sí misma. En las guerras con los españoles de Buenos Aires, los Moluches asisten en calidad de auxiliares, siendo elegidos sus jefes de entre los Puelches, porque conocen mejor el país. Por la misma razón, en las guerras con los españoles de Chile, se eligen jefes Moluches.

Sus casamientos se hacen por ventas, comprando los hombres a las mujeres, a sus parientes más cercanos, y muchas veces muy caras. Su precio son cuentas, cascabeles, vestidos, caballos, o cualquiera, otra cosa de estimación entre ellos. Hacen su contrato con ellas, pagando parte del precio, cuando, son muy jóvenes, y muchos años antes que tengan la edad competente, para casarse. A cada indio es permitido tener cuantas mujeres pueda comprar o mantener. Las viudas o huérfanas tienen libertad de casarse con quien quieran, las demás están obligadas a someterse al contrato de venta, aun contra su inclinación. Rara vez sucede, no obstante, que un indio tenga más que una mujer (aunque algunos han tenido dos o tres a la vez, especialmente los Ghúlmenes, o caciques), ocasionado de no haber muchas; y estas tan caras, que ni aun una quieren.

Gastan poca o ninguna ceremonia en sus casamientos. Al tiempo señalado, los parientes conducen la novia a la habitación de su esposo, y la dejan con él, o la esposa se va por sí misma, estando cierta de ser bien recibida: la mañana siguiente la visten sus parientes, antes de levantarse, y encontrándola en la cama con su esposo, el casamiento está concluido; pero siendo forzados muchos de estos casamientos, por parte de la mujer, se desgracian ordinariamente. La contumacia de la mujer apura algunas veces la paciencia del marido, quien entonces suele echarla   -53-   de casa, o venderla al sujeto que ella más quiere; pero rara vez la hiere, o trata mal. Otras veces la mujer huye de su marido, y se va a su galán, el cual, si es más poderoso, o de casa más alta que su marido, obliga a éste a estarse quieto, y aguantar la afrenta, y pérdida de su mujer; a menos que algún amigo más poderoso, no haga que el galán la restituya, o componga la materia, en que por lo común se acomodan fácilmente.

Las mujeres que una vez aceptaron sus maridos, son generalmente muy fieles y trabajadoras, sus operaciones y fatigas no tienen intervalo, porque ademas de criar sus hijos, están obligadas a someterse a toda especie de trabajo y servidumbre, excepto cazar y pelear; y aun de esto último no están siempre exentas. El cuidado de los negocios domésticos cae enteramente sobre ellas. Traen la leña y el agua, hacen la cocina, componen la casa, remiendan y limpian las tiendas, y cosen las pieles, haciendo de las menores sus mantillas o carapas: hilan, y hacen ponchos o macuñes: cuando caminan lían cada cosa, aun los palos de sus tiendas que están obligadas a quitar y poner todas las veces que es necesario, cargando, descargando y acomodando el bagaje, atando las cinchas a las sillas, y llevando las lanzas de sus maridos, que no pueden aliviarlas jamás, aun en el mayor aprieto, sin incurrir en grande ignominia. Las mujeres de distinción, o las parientas de los caciques pueden tener esclavos que las ayuden, aun en lo más penoso de sus trabajos; pero si carecen de ellos, deben aguantar como las demás. Corresponde al marido hacer las provisiones de caballos, avestruces, guanacos, liebres, jabalíes, armadillos, antas, etc., o lo que el país produce. También provee a su mujer de pieles para la tienda, y para vestirse; aunque algunas veces compran a los españoles paños, mantillas, o géneros de Europa, igualmente que pendientes, cascabeles, cuentas de vidrio azules, que son entre ellos de la mayor estimación. Les he visto cambiar una poncha, o mantilla de pieles de zorras pequeñas, tan finas y hermosas como las de armiño, de cinco a siete pesos cada una, por cuatro hilos, u órdenes de cuentas, que no valían más de cuatro peniques, o poco más de real y medio de España de vellón. Los Moluches tienen grandes rebaños de ovejas, por razón de su lana, y siembran una pequeña cantidad de trigo; pero los Puelches dependen absolutamente de la caza, y por esto mantienen muchos perros, que llaman thehua.

Aunque sus casamientos sean voluntarios, sin embargo una vez que están de acuerdo y tienen hijos, con dificultad se separan aun en la extrema vejez. El marido protege a su mujer contra cualesquiera injurias, tomando siempre su partido aunque ella no tenga razón, lo cual causa frecuentemente efusión de sangre. No obstante, no le quita esta adhesión el derecho de reprenderla en secreto. Rara vez le pone las manos, y si la   -54-   sorprende en un trato criminal echa toda la culpa al galán, a quien corrige con toda severidad, si no satisface la injuria con un buen regalo.

Tienen tan poca decencia, en estos asuntos, que muchas veces envían supersticiosamente al mando de los hechiceros, sus mujeres a los bosques para prostituirse con los primeros que encuentran: pero también hay algunas que no quieren obedecer al marido, ni tampoco a los hechiceros.




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Razón del idioma de los moradores de éste

Son diferentes las lenguas de estos indios. Yo solamente aprendí la de los Moluches, por ser la más cultivada y la más universal; y sin embargo de que una larga ausencia de los mencionados países, hizo muy dificultosa esta recolección, procuraré dar la mejor razón de ella que me sea posible, para satisfacer al curioso e inquisitivo.

Esta lengua es mucho más copiosa, enérgica y elegante de lo que se debía esperar de una gente no civilizada: los nombres tienen sólo una declinación, siendo todos de un género, común. Los tres casos dativo, acusativo y ablativo, tienen la misma terminación con su adición o posición. No hay en aquellos, sino dos números, singular y plural; pero los pronombres tienen tres, debiéndose expresar el dual, anteponiendo la palabra (que significa dos) a la adición. También los adjetivos preceden a los substantivos, sin mudar sus terminaciones en caso, ni en número, como cúme, bueno: cúme huenthu, un buen hombre u hombre de bien, cúne-huentuengni, buenos hombres u hombres de bien. Y así lo demás.

Declinación de los nombres
Singular Plural
N. Huenthu....el hombre N. Huenthu o huenthu engn.............. los hombres.
G. Huenthu....del hombre, etc.. G. Huenthu o huenthu engn.............. de los hombres.
D. Huenthumo Y así en adelante como se ha hecho en el singular
A. Huenthunio
V. Huenthu
A. Huenthumo o huenthu-engu

Pronombres

Ynche, yo, cime, tu, vie, él, tuu o tuachi, este, velli, aquel, inei, a quien,   -55-   quisu, él solo o él mismo, inchequisu, yo mismo, inchui, nosotros dos, inchin, nosotros pasando de dos.

Y en la misma forma cimitu, cimitu, vosotros dos, eimn, vosotros. En los pronombres posesivos se une el genitivo de ellos, o el signo del genitivo, como ni, mío o mía, mi, tuyo o luya. También ni solo, o solamente, está en uno algunas veces como adjetivo o pronombre, y otras como adverbio.

Los verbos sólo tienen una conjugación, y jamás son irregulares o defectivos. Fórmase de alguna parte de la oración, ya dándole la terminación de un verbo, o añadiéndole el verbo gen, como se pronuncia nigen, el cual corresponde al verbo latino sum, est, fui, etc.

Ejemplos

1.º Pile, cerca, p’llen o p’llenguen, estoy cerca. p’lley o p’llenguey, estoy cerca.

2.º Cume, bueno, cumen, cumengen, cumelen, ser bueno.

3.º Ata, mal o malo: atan, atangen, ser malo, atal’n o atalcan, corromper o hacer malo.

Los verbos tienen tres números, singular, dual y plural, y tantos tiempos como en la lengua griega, los cuales se forman por la interposición de ciertas partículas, delante de la última letra del indicativo, y de la última sílaba del subjuntivo, como

Tiempo presente Elun dar Primer aoristo Eluabun.
Imperfecto Elubun Segundo aoristo Eluye abun.
Perfecto Eluye en Primer futuro Elnan.
Pretérito perfecto Eluye elun Segundo futuro Eluyean.

Los subjuntivos terminan con la partícula li, suprimiéndose la letra n del indicativo, y variando todos los tiempos como, los de arriba, v.g.

Tiempo presente Eluli Primer aoristo Eluabuli.
Imperfecto Elubuli Segundo aoristo Eluye abuli.
Perfecto Eluye eli Primer futuro El vale.
Pretérito perfecto Eluye ebuli Segundo futuro Eluye ali.

Adviértese que los Guilliches usan frecuentemente eluvin y eluvili en eluyeen del perfecto del indicativo, o del eluye eli del subjuntivo. Obsérvese que para el imperativo usan frecuentemente del futuro del indicativo, y algunas veces en la tercera persona, como elupe, que él dé, o déjale dar.

  -56-  

Un indio moluche que estaba comiendo huevos de avestruz, y necesitaba sal para ello, la pidió en mi presencia con estas palabras: cha simota iloavinquin, dejáme comerlos con sal; iloavin es el primer futuro, y no sé, si quin es más que una partícula de adorno, como en la palabra chasimota, en que las dos últimas letras ta son superfluas, y sólo usadas por la euphonia o razón del sonido: chasimo, sin adición alguna, es el ablativo de chasi, sal. Los tiempos se conjugan por todos sus números, y con estas terminaciones en el presente de indicativo.

Singular ni mi y.
Dual yu imu igu.
Plural in im n’ngn.

Ejemplo En el subjuntivo
Singular elun Eluinil, eluy Singular li lime liy.
Dual eluy Eluimu, eluingu. Dual liu limu lingu.
Plural elun Eluimin, el venga Plural lim lim’n ling’u.

Ejemplo
Singular Eluli Elulimi Eluliy.
Dual Elulio Elulimu Elulingu
Plural Eluluin Elulim’n Eluling’n.

Del mismo modo se conjugan los demás tiempos.

Adviértase que el segundo aoristo, y el segundo futuro, están solo en el uso entre los Picunches, y no entre los Guilliches.

El infinitivo se forma de la segunda persona del indicativo, con el genitivo del pronombre primitivo, puesto delante a un pronombre posesivo, para significar la persona que hace o padece, pudiéndose tomar de algunos de los nombres, como: Ni elun, yo dar; ni elubun, tu dar; ni elubin, el dar.

Los demás posesivos son mi, tuyo o tuya; yn, suyo o suya; estos sólo se usan en el singular.

Hay dos participios que se forman lo mismo que el infinitivo, para conjugarlos por todos tiempos, uno activo, y el otro pasivo: activo, elu lu, dando la persona, pasivo eluel, la cosa dada, de donde se derivan.

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Elubulu el que dio.
Eluyelu el que ha dado.
Elualu el que dará.
Eluabulu el que me debía dar.
Elubuel la cosa que fue dada.
Eluyeel la cosa que ha sido dada.
Elual, etc. la cosa que será dada.

De todos estos, y de los verbos activos, se forman los positivos, añadiendo el verbo gen, y entonces muda la variación o declinación dicho verbo en todos los tiempos, quedando invariable el verbo adjetivo.

Ejemplo
Elugen Yo he dado.
Elugebun Yo fui dado.
Elugeli Yo puedo ser d.
Elungeuyeeli Yo hubiera podido ser dado.
Elungeali etc. Yo habré sido dado.

Usan también frecuentemente de la transición, con que significan tanto la persona que hace, como la que padece, por la interposición o adición de ciertas partículas para expresarlo. También lo hacen los del Perú; pero estos se sirven de las más difíciles, y en gran número. No creo que las lenguas de las naciones de los Puelches, de los de Chaco, o Guaraníes tengan esta particular propiedad, ni que pueda acordarme del todas ellas para satisfacer debidamente; pero sin embargo procuraré dar la mejor razón posible de estas transiciones.

Las transiciones son seis

De mí a ti, o a Vds.; de V. a mí; de él a mí; de él a V., y de mí a él. La otra cuando es recíproca.

La primera transición se expresa por eymi, eymu, y eim’n en el indicativo; y elmi, elmu, elmin, en el subjuntivo, y esto en todos los tiempos, como

Elun Yo doy.
Elueymi Doy a V.
Elueymu Doy a Vds. dos.
Elueymin Yo, o nosotros damos a Vds.

Y el subjuntivo eluelmi, eluelmu, eluelmin, con los otros tiempos, subderivativos.

La segunda transición es de Vd. a mí, y se expresa con la partícula en, como eluen, Vd. me da: la cual tiene eluein, y eluein, dual y plural. La tercera transición es de él a mí, y se expresa así

Singular Elumon
Dual Elumoin
Plural Elumoún (cuando somos muchos)
  -58-  

Y en el subjuntivo

Singular Elumoli
Dual Elumoliyu
Plural Elumoliin

La cuarta transición de él a ti, o a Vds. Se forma añadiendo eneu a la primera persona singular, como elueneu, él te da, y eymu mo, eimin mo, en el dual y plural. Y en el subjuntivo, elmi mo, elmu mo, elm’n mo.

La quinta transición, de mi a Vd., a él, a esto, o aquella, se forma con la interposición de la partícula vi, como

Eluvin Yo le doy.
Eluvimi Tú le das.
Eluvi Él le da.
Eluviyu Nosotros le damos.
Eluvimu Nosotros le damos.
Eluviu Nosotros le damos.
Eluvim’n Nosotros le damos.

El subjuntivo es eluvili.

Me parece que esto es algo equívoco con perfecto de los Guilliches: no obstante hacen uso de él, aunque conocen su impropiedad, y de otras muchas palabras susceptibles de varios sentidos; especialmente en las proposiciones, cuya inteligencia es muy difícil, por comprender cada una muchas significaciones, como puede verse en la declinación de sus nombres.

La sexta, y última transición se conjuga por todos los números, modos y tiempos, del mismo modo que los verbos simples, y se forma con la interposición de la partícula huu, o como se pronuncia, vu; por ejemplo.

Eluhuun o eluvun Yo me doy.
Ayuwini Tu me das.
Ayuhui Él se ama.
Ayuhuim’n Vds. se aman.

Tienen otro modo particular de componerlos verbos, alterando y expresando como, y de que manera se ha hecho sus significaciones, y de algunas proposiciones, adverbios, adjetivos, etc. como cúpan venir, naucúpan bajar, naghn caer, nagcumen, hacer caer; payllacudun, recostarse de espaldas. Este se deriva de paylla,   -59-   que significa boca arriba, y c’non, poner o levantar, aucan, rebelarse, aucatun, rebelarse de nuevo, aucatuln, hacer que se rebelen, lan, muerte, lagúmn matar, lagúmnchen, matar indios, se componen de lagúmn matar, y che, indio, ayún, amar, ayulan no amar.

Pen significa ver, pevin, yo le vi, vemge de esta manera, y la, la negativa. Y así unidas estas palabras en pevemgelavin, quiere decir, no le vi de esta manera.

Los nombres de número en esta lengua son completos, y propios para expresar cualquier cantidad que sea; como, quiñe, uno, epu, dos, cúla, tres, meli, cuatro, kechu, cinco, cayu, seis, relge, siete, para, ocho, aylla, nueve, mari, o masi, como los Guilliches, diez. Pataca, ciento; huaranca, mil.

Los números intermedios se componen de la manera siguiente: mariquiñe, once, mariepu, doce, mariquila, trece; epumari, veinte, epumariepu, veinte y dos, epumariquila, veinte y tres; cúlapataca, trescientos, selge-pataca, setecientos.

Los adverbios son:

mu, no, may, sí, chay o chayúla, hoy o ahora, vule, mañana, tvou, aqui, vellu, allí, p’lle, cerca, allu-mapu, lejos, nau, debajo, huenu, sobre, p’ule, contra, allupule, distante, chumgechi, de aquella manera; vemgechi, o vemge, de esta manera; mo, o meu, equivalen a las proposiciones latinas, in, contra, cum, per, ob, propter, intra. Cay y chay, puestos después de un nombre, significan, quizá; huecu, sin. Para dar alguna idea más clara de esta lengua, añadiré lo siguiente:

La señal de la Cruz

Santa Cruz ni gnelmeu, inchin in pu cayñemo montulmoin. Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos. Dios, inchiñ in Apo; Chao voteh’m cay, Spiritu Santo cay, ni wimeu. Amen. Dios Señor en el nuestro, nombre del Padre, del Hijo y del Espirítu Santo. Amen.

Inchiñ in Chao, huenumeuta, m’leymi; ufchingepe mi wi. Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Eymi mi toquin inchiñmo cupape, eymi mi piel chumgechi vemgey huenu mapumo, vemgechi cay vemengepe tue mapumo. Tu reino a nosotros venga, tu voluntad como es hecha en el cielo, así lo sea en la tierra, etc.

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Principio de la doctrina cristiana

P. ¿Chumtem Dios miley? ¿Cuántos dioses hay? R. Quiñenitem; uno solamente. P. ¿Cheum leyta Dios? ¿Dónde está Dios? R. Pumo sumecay; en los Cielos. P. ¿Yney can Dios? Quién es Dios. R. Dios chna; Dios Padre; Dios Votc’hm, Dios hijo; Dios Espíritu Santo. Cayquila persona geyun, y siendo tres personas; quieney Dios nitea, no son sino un solo Dios.

Todo lo cual concluiré con manifestar las significaciones de las palabras más comunes en dicha lengua1.

Alma, o espíritu, púllú.
Cabeza y cabello, lonco.
Cara, age.
Boca, uún.
Lengua, queuún; y cuando es idioma, dugun.
Nariz, yu.
Dientes y huesos, voro.
Cuerpo, anca.
Vientre, pua.
Mano, cúu.
Pie, o pierna, namun.
Corazón, piugue.
Niño, hueñi, o piñeñ.
Hijo, volum, cuando lo llama el padre; y si es la madre, coni.
Hija, ñahue, cuando la llama el padre; y si es la madre, coni.
Hermano, peñi.
Hermana, lamgen, o lamuen.
Marido, vuta, o piñom.
Mujer, cure, o piñom.
Español, esto es, cualquier que no sea indio, huinca.
Amigo, huenúy.
Camarada, cachú, o cathú.
Enemigo, cayñe.
Cinta de seda, llipi.
Cinta de lana, huincha.
Mantilla, o rebozo, icúlla.
Gargantillas, o cuentas de vidrios, llancatu.
Pan, cofque.
Comida, yal, o yaghel.
Comer, in; comer carne, ilon.
Palabra, dugu.
Carne, iló; carne humana, calúl.
Bebida, o beber, putun.
Carta, o papel escrito, chillca.
Escribir, chillcan.
Lanza, huaiqui.
Cuchillo, huynu.
Herir, chúgarn.
Soldado, cona; y cuando es por desprecio, chapi.
Ir, o irse, amun.
Sentarse, anún.
Asiento, anúhue.
Entrar, conn.
Salir, thipan, y cuando es dejar un lugar por otro, chumúl.
Traer, cupaln.
Quitar, o sacar, entun, y arrebatar, múnlun.
Aborrecer, ghúden.
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Querer, ayun, o ayúntun.
Vivir, mogen, o lihuen.
Voluntad, duam.
Poder, pepin.
Aprender, gúneytun, o quimquimtun.
Enseñar, quimúln, o gúneln.
León, pagi.
Avestruz, huanque.
Gallo, alca achau.
Gallina, achahuall.
Lagarto, palúm, o quirque.
Lagartija, villcun.
Lago, o laguna, mallin.
Piedra, cura; y piedra azul, llanca.
Flor, rayghen.
Oro, milla.
Plata, lighen.
Pagar, y paga, cullin.
Huérfano, cuñival.
Cobre, o metal colorado, cumpañilhue.
Bronce, o metal amarillo, chodpañilhue.
Color, chem.
Día y sol, antú.
Mes, y luna, cúyen.
Año, thipantu.
Fuego, cúlhal.
Frío, uthe.
Temblar de frío, thúnthún.







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Extracto de una carta escrita en Gottorp, en 16 de Setiembre de 1774

En 30 de Enero de 1774 salió de las Dunas, creyéndose que iba a Boston en América, el navío de S. M., nombrado el Endeavour, su comandante el teniente Jaime Gordon: pero al llegar a Lizard, punta occidental de este reino, abrió el comandante su pliego en el que halló la orden de que sin pérdida de tiempo navegase en derechura a las islas de Falkland, aunque no tenía entonces más provisiones que para cuatro meses. Así lo ejecutó, y el día primero de Febrero llegó a la isla de la Madera, adonde encontró otros navíos ingleses que iban a las Indias Orientales. Allí tomó algunas barricas de vino, y al día siguiente continuó su viaje hasta el 22 de Abril, en que se verificó su arribo al puerto de Egmont, donde el teniente Guillermo Clayton, comandante del navío Pinguin, y de aquella plaza, recibió las órdenes del almirantazgo, para poner a borda del Endeavour las municiones que pudiesen servir, y para que él y su tripulación se embarcasen también para Inglaterra. En cuyo cumplimiento envió el teniente Gordon sus carpinteros a tierra para deshacer el navío Pinguin, y embarcar en el Endeavour todo lo que pudiese aprovecharse de él, como las áncoras, cables, velas, y demás municiones y pertrechos; lo que se ejecutó hasta cargar el Endeavour, poniendo el resto en diferentes almacenes, y dejando varias láminas con la inscripción siguiente:

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«Sepan todas las naciones, que las islas de Falkland con su fuerte, almacenes, desembarcos, puertos, bahías y ensenadas, pertenecen sólo a Su Majestad Jorge III, rey de la Gran Bretaña, Francia e Irlanda, Defensor de la Fe, etc., en testimonio de lo cual y en señal de posesión tomada por Samuel Guillermo Clayton, oficial comandante de las islas de Falkland, se ha puesto esta lámina, dejando desplegadas las banderas de Su Majestad Británica, en 22 de Mayo de 1774.» En cuyo día pasaron a bordo Mr. Clayton con 25 marineros y oficiales, el teniente de marina Olive, un sargento, un caporal o cabo de escuadra, un tambor y 25 personas particulares.

El día anterior entró en la bahía un navío grande, que venía de la isla de Rhode, en la Nueva Inglaterra, para la pesca de ballenas. Había cuatro meses que estaba ausente y en gran miseria por la pérdida de todas sus áncoras, menos una pequeña, y el capitán quiso pasar el invierno en Egmont, donde había tres navíos más de Boston, que fueron también a la pesca de la ballena, y tuvieron la fortuna de coger tres cada uno, aunque sufrieron algunos trabajos por la falta de velas, jarcias, y otros materiales, de que los proveyó Mr. Clayton de los almacenes del rey. Estuviéronse cuatro semanas en el puerto de Egmont, y cargaron aceite, pieles y lobos marinos, con que volvieron a su tierra. Sin embargo dejó el Endeavour en el puerto el navío de la isla de Rhode, y estando el 23 toda la gente a bordo, se hizo a la vela para Inglaterra.

Como el tiempo era malo y tempestuoso, y el navío hacía mucha agua, tuvieron mucho que sufrir: pero la mayor desgracia fue la pérdida de su contramaestre Jaime Allen y de otros dos, a los ocho días de haberse hecho a la vela. Este contramaestre era diligente y exacto en el cumplimiento de su obligación, y había servido el mismo empleo en la expedición al norte, en compañía de otros. El Endeavour sin embargo salió de aquel clima tempestuoso, sin más pérdida, no viendo tierra desde el 23 de Mayo hasta el 29 de Agosto, que descubrió a Fyal, una de las islas de Azores, a donde se dirigieron para proveerse de agua, porque no tenían más que dos cuartillos cada uno al día, y esto por algún tiempo. El día siguiente entraron en Fyal, donde tomaron agua, y algunas otras provisiones, y el 31 salieron para Inglaterra estando obligados a cortar su cable y dejar la ancla.

Tuvieron buen pasaje de Fyal a Spithead, adonde llegaron el viernes. El pequeño Pinguin se embarcó deshecho el año pasado en el referido Endeavour, con carpinteros para volverlo a construir en el puerto de Egmont. Su buque era de 35 toneladas, y tenía ocho   -63-   cañoncillos. Dejaron gran cantidad de municiones en dicho puerto, con pedazos de mástiles, y dos o tres botes grandes, habiendo puesto a, su entrada sobre una altura las banderas de S. M. B.

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