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Descripción del Perú

Tadeás Haenke



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ArribaAbajoPrólogo

Entre los manuscritos del British Museum de Londres, y catalogado con el número 17.592, se encuentra uno titulado Descripción del Perú por Tadeo Haënke, socio de las Academias de Ciencias de Viena y de Praga, manuscrito del cual nuestro gobierno hizo, en 1890, sacar copia.

El nombre de Haënke no es el de un desconocido en el campo de la ciencia. A los doce años del fallecimiento de Haënke, esto es en 1830, se publicaron sus Reliquiæ Hænkeanæ, con descripción y grabados de árboles y plantas sudamericanas, obra que es hoy una rareza bibliográfica y de la que existe en la biblioteca de la Sociedad Geográfica de Lima un ejemplar, que fue propiedad del eminente geólogo y naturalista Raimondi.

El señor Manuel Vicente Ballivián, Director de la oficina central de inmigración, en Bolivia, dio a luz, en 1898 la Descripción de las montañas habitadas por los indios yurucares, y en 1900 la Introducción a la Historia Natural de Cochabamba, ambos trabajos inéditos de Haënke reproducidos, ha pocos meses y con caluroso encomio, en el primer volumen de los Anales de la Biblioteca de Buenos Aires.

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Débese a la iniciativa del Director de Fomento, el joven y ya muy notable ingeniero don José Balta, la publicación que, patrocinada por el excelentísimo señor don Eduardo López de Romaña, hacemos hoy de la interesante Descripción del Perú, a la que hemos agregado, por estimarla complementaria del plan de la obra, una Memoria que sobre los ríos navegables que afluyen al Marañón, presentó Haënke, en 1799, al Intendente de Cochabamba, pequeño manuscrito existente en la Biblioteca de Lima, y que antes de ahora ha sido publicado.

Debemos al afecto de nuestro ilustrado y laborioso amigo el catedrático bonaerense doctor don Pedro N. Arata, el retrato con que exornamos este libro, y que es fiel copia del que apareció en un periódico científico de Alemania. El doctor Arata, entusiasta admirador de Haënke, publicó, en 1896, en una Revista argentina, preciosas observaciones al informe de aquel sobre el salitre de Tarapacá.

La personalidad y vida de Tadeo Haënke merecen un estudio más serio y analítico, y de mayor esfuerzo, que el que nuestra incompetencia permite, por mucho que abundemos en buena voluntad. Tenemos a la vista diversos trabajos biográficos sobre el infatigable explorador, entre los que son culminantes el del señor Pedro Kramer, secretario de la Sociedad Geográfica de Bolivia, y el del Director de la Biblioteca de Buenos Aires, siendo también merecedores de loa los breves apuntes de Mendiburu y de Raimondi. Extracto de esas conceptuosas producciones es la sumaria biografía que ofrecemos al lector.


Tadeo Haënke nació en Treibltz (Bohemia) el 5 de octubre de 1761, e hizo sus estudios en el Seminario de Praga y en la Universidad de Viena.

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Alistando el gobierno español, en 1788, la expedición científica que, a órdenes del Capitán de Navío don Alejandro Malaspina, debía venir a América y Oceanía, solicitó Carlos IV de la Universidad de Viena que le proporcionase un naturalista cuya competencia estuviera ya cimentada. Haënke fue el designado por la sabia corporación, y contratado con el sueldo de ciento cincuenta pesos al mes.

Haënke llegó a Cádiz a los pocos días de zarpada la expedición de Malaspina, y sin pérdida de tiempo se embarcó en una nave mercante con rumbo a Montevideo. Un naufragio, en el que nuestro viajero corrió grave peligro, motivó el que llegase a Montevideo como los carabineros de la opereta -trop tard. Las corbetas iban navegando para las costas patagónicas y chilenas. Haënke emprendió el viaje por tierra, y fue en abril de 1790 cuando, en Santiago, se juntó con Malaspina y sus compañeros de exploración.

Uno de los biógrafos, a quien seguimos en este extracto, y que es el más minucioso y abundante en noticias, cree que fue ésta la única vez en que Haënke estuvo en Chile. Para contrariar nosotros esta afirmación, nos fundamos en las primeras líneas con que Haënke da comienzo a su Descripción del Reino de Chile, manuscrito que, según nos afirman, va a imprimirse en Santiago. Dice allí Haënke que no pudiendo continuar la navegación que, por el Cabo de Hornos, iban a emprender las corbetas Atrevida y Descubierta, a causa de haberse desarrollado el escorbuto en la marinería, tuvo que desembarcarse en el Callao con la salud muy quebrantada. Los médicos de Lima le recomendaron para convalecencia el clima de Chile, y obtenido permiso del Virrey, se embarcó el 16   —VI→   de octubre de 1793 en la fragata mercante el Águila. Haënke desembarcó en el puerto de Concepción (Talcahuano) en enero de 1794, según leemos en el estudio de Kramer.

Malaspina, con los entendidos expedicionarios de la comisión científica, después de corta escala en Coquimbo, Copiapó y Arica, llegó al Callao el 21 de mayo de 1790; y el 30 de diciembre del mismo año continuó su itinerario, tocando en Guayaquil y Panamá hacia la costa de México, islas Marianas, Macao, Filipinas y Australia, desde donde hicieron las naves rumbo al Callao, en el que fondearon el 23 de julio de 1793.

Después de su excursión por Chile en 1794, a fines de ese año, dio Haënke principio a sus exploraciones por las ríos Beni y Mamoré fijando, desde 1795, su residencia en Cochabamba, donde adquirió o formó una valiosa hacienda bautizada con el nombre de Santa Cruz de Elicona.

Dos de sus biógrafos aseguran que ejerció también la medicina en Cochabamba, que fue entusiasta propagandista de la vacuna, y que tuvo en laboreo una mina de plata.

Mendiburu, en la sucinta biografía que en su Diccionario figura, trae este interesante párrafo: -«El periódico Minerva peruana, publicado en Lima, dio noticia, en 15 de julio de 1809, de que en la provincia de Tarapacá se había descubierto nitrato de soda en un terreno que abrazaba cómo treinta leguas; que durante diez años, se trabajó por los químicos intentando separar la soda o álcali mineral para convertirlo en nitrato de potasa; y que habiéndose ocurrido a don Tadeo Haënke, que vivía en Cochabamba ocupado en la botánica y con renta por el rey, practicó la separación y enseñó el beneficio, anunciando que produciría grandes provechos y que   —VII→   el salitre sería una riqueza considerable, pues había de explotarse en grandes cantidades». El augurio de Haënke sobre la portentosa producción de las salitreras de Tarapacá fue, tres cuarto de siglo mas tarde, una realidad que despertó la codicia de nación vecina, engrandecida hoy con el tesoro que la Providencia nos diera, y del cual nos despojara la república que, en el pasado siglo de las luces, resucitó, para apoyar la expoliación, el injustificable derecho de conquista en el mundo americano.

En poco más de veinte años que vivió en Cochabamba, se consagró Haënke al arreglo de sus notas de viajero. He aquí la relación de los manuscritos de que tenemos noticias:

Introducción a la Historia Natural de Cochabamba.

Descripción del reino del Perú.

Descripción del reino de Chile.

Memoria sobre el Marañón y sus afluentes.

Observaciones sobre el volcán de Arequipa.

Estudio de las aguas termales de Yura.

Descripción de las montañas de indios yuracares.

Artículos sobre el molle y sobre un arbusto alcanforado.

Itinerario de Oruro a Jujui.

Planos de Chulamani y Omasuyos.

Haënke legó a su patria sus colecciones de plantas, cuya descripción y dibujo forman la obra titulada Reliquiæ Hankeanæ, publicada en 1830 por la dirección del museo de Praga. Don Antonio Raimondi, insigne y sabio   —VIII→   naturalista que se consagró al servicio del Perú durante más de cuarenta años, dice: -«Los autores de la Flora Peruviana et chilensis (Ruiz y Pavón) han transmitido a la posteridad la memoria de Tadeo Haënke, dando su nombre a una planta descubierta en los montes de Muña -la Haenkea multiflora- y otros naturalistas dedicaron también a Haënke gran numero de plantas».

Con fecha 25 de enero de 1810 el virrey de Buenos Aires transcribió al Intendente de Cochabamba una real orden que, a la letra, dice:

Con noticia de que el naturalista botánico, de nación Alemana, don Tadeo Haënke, destinado que fue a la vuelta del mundo por el Ministerio de Marina, reside ha más de dieciséis años en la jurisdicción de la Intendencia de Santa Cruz de la Sierra, gozando indebidamente el sueldo que se le asignó, ha resuelto el Rey Nuestro Señor don Fernando VII, y en su real nombre la junta Suprema gubernativa de estos y esos dominios, que inmediatamente disponga V. E. su regreso a esta Península, y de orden de S. M. lo participo a V. E. a fin de que disponga el cumplimiento.



El Gobernador Intendente de Cochabamba don José González de Prada, contestó al Virrey Cisneros apoyando la representación que le presentó Haënke, representación que íntegra copiamos de los Anales de la Biblioteca de Buenos Aires, por contener noticias autobiográficas que revisten positiva importancia.

Señor Gobernador Intendente.

Don Tadeo Haënke, naturalista botánico, residente en esta ciudad, como más haya lugar en derecho, ante U. S. parezco y digo: que con motivo de habérseme destinado por el Ministerio de Marina a la vuelta del mundo, con el sueldo y gratificación de un mil ochocientos pesos anuales, al arribo de las corbetas Descubierta y Atrevida desde las Filipinas a esta América, se me destinó por su comandante, y con anuencia del Virrey, de Lima a continuar mis investigaciones de Botánica e Historia Natural por [IX] las provincias interiores de este vasto continente, y me he mantenido en ellas ha el espacio de diez años, sin otro objeto que el de corresponder a la alta confianza que se hizo de mi persona y tales cuales conocimientos en el modo más prolijo, ingenuo, claro y luminoso. Cuantas hayan sido mis excursiones, mis trabajos, lucubraciones y fatigas, no es preciso que yo lo diga. A todo el reino hago testigo, y mucho más a este gobierno a quien le consta que, entregado a continuas agitaciones, no he sido dueño de mis días sino para consagrarlos al tan útil cuanto importante objeto de mi encargo. De modo que puedo decir con toda verdad, y sin encarecimiento, que yo abandoné el delicioso regazo de mi madre patria, la protección de un Príncipe soberano, un destino ventajoso y honorífico, y las dulzuras de una familia que tiernamente me amaba, para mantenerme con el amargo pan que me ha proporcionado la Providencia en la penosa ocupación a que se me destinó.

En un continente en donde la variedad de climas y la asombrosa diversidad de sus plantas y producciones, en los reinos animal, vegetal y mineral, presenta una fuente de abundancia donde pueden hallarse, y se hallan preciosos, inestimables tesoros, capaces de prolongar por mucho tiempo la corta duración de nuestra vida ¿qué lugar por más recóndito, qué clima por más rígido, ardiente e insano, y qué camino por mas áspero y fragoso que haya sido, no se han hecho para mí teatro de mis investigaciones botánicas? ¿Cuántos cientos, y aún miles, de leguas habré tenido que andar a pie herborizando, atropellando los más eminentes peligros, sin dar descanso ni a mis fatigados miembros, ni a mis cansados sentidos, empleado siempre en descubrir las propiedades de las plantas, ya por la vista, ya por el olfato, ya por el gusto, y ya por observaciones químicas?

A estas incesantes tareas, solicitudes y desvelos, que han gastado mi salud y consumido mi vida, ha debido este reino (en los tiempos más críticos en que por estar obstruídos los mares, con motivo de las guerras que no han cesado, no podían venir de Europa medicamentos) el que se hubiesen surtido y proveído sus boticas de muchas sales, yerbas, extractos y espíritus que he elaborado en los momentos destinados a mi descanso, a precios más cómodos y equitativos que los que corrían, logrando la utilidad y ventaja de tenerlos más activos y eficaces, por no estar disipados. Esto es a más de haber sido mi casa el refugio de los menesterosos, quienes han encontrado en mi compasión el más pronto auxilio a sus dolencias, sin tener que [X] gastar un cuadrante en los medicamentos precisos a su curación que graciosamente les he franqueado. Por estos principios, y por una conducta pura, desinteresada e infatigable en el cumplimiento de mis deberes (ya me es preciso decirlo, a pesar del rubor y encogimiento que me causa el ser yo mismo quien recomienda mis méritos) he logrado, no sólo la mejor aceptación de las personas y de los cuerpos de mayor representación del reino, sino que también me hubiesen llenado de elogios. Así lo verá U. S. por la adjunta Minerva que vino de la ciudad de los Reyes y se dio a luz el 15 de julio del pasado año de 1809, donde se describe el importante descubrimiento que se hizo en las costas de Tarapacá, de la Intendencia de Arequipa, del nitro cúbico que, por la proporción teórica y práctica de mis luces y conocimientos, pudo reducirse y se redujo a nitro prismático, materia tan importante y necesaria para la fábrica de pólvora y para la medicina, sin que lo interesase en más que en ser el instrumento de que reportase el público y el Estado un beneficio tan grande como el que allí se pondera.

Este casual acontecimiento, que obligó a don Matías de La Fuente a venir en mi solicitud hasta los desiertos e inhabitables montes de Santa Cruz de Elicona, puso a la ilustrada ciudad de los Reyes en conocimiento de que no he perdido de vista el cumplimiento de mis obligaciones en ningún paraje ni situación, abriéndole margen a aquel periódico para terminar con expresiones para mí tan honrosas como halagüeñas. Pero no sólo dentro de la esfera de mi profesión he procurado a la humanidad los posibles auxilios, mas también me he consagrado, en alivio del público, a ocupaciones ajenas de mi incumbencia, según le consta a U. S. y a toda esta ciudad, donde antes que llegase a ella la expedición filantrópica dirigida por la piedad del rey para la propagación de la Vacuna, yo introduje esta operación ya en el año de 1806, y me atareé en ella andando por calles y plazas, sin recompensa, gravamen ni molestia de los vecinos, y antes teniendo que costear los vendajes, de modo que cuando vino dicha expedición ya encontró en la mayor parte cumplido el objeto de su comisión.

El mismo año de 1806, con motivo de la invasión de la capital de Buenos Aires por los ingleses, escaseando la pólvora se me comisionó por este gobierno a instruir los oficiales de su fábrica, en las reglas y principios de la purificación de los salitres y de la exacta proporción de los ingredientes para elaborarla de superior calidad, como se verificó. Si fuera a analizar los beneficios y utilidades [XI] que he procurado a este reino, dando sobre cada uno de los hechos que adujere las mas cumplidas justificaciones, abusaría de la paciencia de U. S. y acaso me expondría a una justa repulsa, por no ser todavía del propósito a que se dirige esta representación calificar que no he percibido indebidamente el sueldo de mi consignación.

Y cuando para apurar esta verdad no se tenga por bastante la remisión de cuarenta y tantos cajones que, en el año de 799, hice a los reinos de España, con una disertación científica relativa a las materias y preciosidades que contenían, la que se publicó seguidamente en el Telégrafo de Buenos Aires, y de cuyo recibo no he tenido hasta el día razón alguna, mis propios escritos y colecciones que presentaré, y con que daré cuenta de mi comisión, serán el más seguro convencimiento de que no ha sido demasiado el tiempo que he empleado en disquisiciones y descubrimientos tan numerosos, y para los que apenas bastarían muchos Linneos, muchos Pitones de Turnifort, y otros sabios reputados por padres de la Botánica moderna que, connaturalizados con las plantas, diesen toda su atención al único objeto de examinar sus propiedades, en provincias tan dilatadas y con climas tan varios y diferentes.

Mucho tiempo ha que he deseado serenasen sus guerras y calamidades que han puesto en consternación y movimiento casi a todo el globo, para presentarme en la península de España y a todo el orbe literario; pero cuando más postrada y debilitada se hallaba mi salud, se me ha hecho saber la Real orden de 31 de agosto del próximo pasado año, comunicada a U. S. por el excelentísimo señor Virrey de estas provincias, con fecha 25 de enero último, por la que se manda que sin la menor demora me traslade a la capital de Buenos Aires para seguir mi viaje de regreso a la península.

Y porque de verificarlo inmediatamente me expondría indubitablemente a sacrificar mi vida, por hallarme en la actualidad enfermo de resultas de una contusión y golpes de una caída peligrosa de que se ha ido formando una llaga en el pie izquierdo, además de un quebranto general en todo el sistema de mi constitución, por sí misma delicada y endeble, siéndome preciso tomar el tiempo necesario para reparar estos quebrantos, cuya reparación debe ser ahora el principal objeto de mis desvelos, he juzgado conveniente suplicar a U. S. se sirva manifestar a la superior piedad de S. E., por medio del respectivo informe acompañado de esta representación original, la deplorable situación en que me hallo, para que inteligenciado su [XII] prudente ánimo de la causa que me impide dar el más puntual y debido lleno a la Real orden que se me ha intimado, tenga la bondad de concederme el plazo y dilación de un año, que es el tiempo que, por la parte que menos, considero necesario para la reparación de mi salud, protestando, como protesto, abstenerme desde este día de cobrar y percibir el sueldo de mi asignación, hasta que la piedad del Rey, que expresa y terminantemente no ha decretado su suspensión, con presencia de los escritos y colecciones que le presentaré, (y que instruirán a su real ánimo de que no he perdido un momento de tiempo en la ocupación a que se me destinó) se digne declarar si me he hecho o no acreedor a que se me acuda a todo el que corriere hasta el día en que me ponga a sus reales pies, debiéndose, sin esta circunstancia, abonárseme los gastos de transporte al emprender mi retiro de esta provincia, como es de justicia, hasta mi arribo a España. Sobre todo lo que, haciendo el más sumiso pedimento.

A U. S. pido y suplico así lo provea y mande, jurando no ser de malicia & &.

Tadeo Haënke.




Cochabamba, marzo 13 de 1810:

Vista esta representación con la Minerva que la acompaña, diríjase todo original al Exmo. señor Virrey con el informe que solicita, y espérense las resultas.

Josef González de Prada.



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Parece que el Virrey de Buenos Aires remitió a España el expediente, que fue como enviarlo al Limbo, pues Haënke continuó en Cochabamba (esperando las resultas) hasta el 17 de diciembre de 1817, día de su fallecimiento.

Haënke murió envenenado, por torpeza de la india que lo asistía en una ligera dolencia. La enfermera equivocó el frasco de un medicamento con otro que contenía un reactivo químico.

El sabio Tadeo Haënke, abnegado y entusiasta apóstol de la ciencia en Sud América, murió a la edad de cincuenta y seis años y dos meses.

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Tadeo Haënke





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ArribaAbajoIdea preliminar de Lima

El puerto del Callao se ha considerado en todos tiempos como el principal de los Reinos del Perú, ya por ser el paraje en donde estaban el Cuerpo de la Armada y sus Arsenales, ya también por ser el punto a donde concurren con más frecuencia los navíos del Comercio. Formase de una rada bien grande, en cuyo extremo meridional se halla la estéril Isla de San Lorenzo, de más de dos leguas de extensión, tendida del SE al NO y sirve de abrigo al puerto contra los vientos de la parte del Sur, que de continuo reinan en él. Fondean los navíos, distantes de la playa a cosa de un cuarto de legua del sitio donde se hallaba la playa antes de la inundación del año 1746, en seis o siete brazas de agua, fondo de arena y lama, y tenedero firme; pero las embarcaciones pequeñas no se acercan mucho más a la playa, lo cual facilita hacer cómodamente la aguada en un arroyo que corre inmediato al Castillo.

Al NE del paraje donde fondean los navíos, descarga en el mar el río Rímac que pasa junto a Lima, y que desagua insensiblemente por entre las chinas de la playa, formando varias lagunas en el rebalse de las aguas.

Aunque, como se ha dicho, los vientos que de ordinario soplan en este puerto son los Sures, inclinándose unas veces al SE y otras al SO, son tan templados que carenan los buques en todo tiempo, y dan de quilla sin peligro alguno; con todo, en la estación del invierno, en que suelen arreciar, hay en la playa tan fuertes resacas que no permiten   —2→   la aproximación de los botes. A legua y media del mar, y en medio del espacioso valle del Rímac, está situada la ciudad de Lima, capital del Reino del Perú.

Fundose el 18 de enero de 1535 por el conquistador don Francisco Pizarro, y derivó su nombre de cierto ídolo que había en aquel sitio en tiempo de los Incas, al cual hacían sacrificios los indios naturales, y le nombraban Rímac, que quiere decir en su lengua el que habla, por ser una especie de oráculo que contestaba a sus preguntas. Dieron también el mismo nombre al valle y al río, y los españoles, admitiéndole para su nueva ciudad, lo corrompieron en el de Lima. Carece de fortificaciones, aunque se halla cercada de murallas con treinta y cuatro baluartes que hizo construir, hacia el año de 1685, el Duque de La Palata Virrey de aquellos Reinos; pero siendo toda de adobes, y faltándole terraplenes y otros edificios propios para resistir la invasión de un poderoso enemigo, puede decirse que sirven sólo para estar a cubierto de las fuerzas de los indios contra cualquier inopinado acaso, que fue el verdadero objeto con que se construyeron las murallas.

Comprende la ciudad unos dos tercios de legua de largo, y casi lo mismo de ancho. Hacia la parte N corre el río que separa el arrabal de San Lázaro y se une a la ciudad por un puente de piedra, construido en tiempos del Marqués de Montes-Claros, y sirve de entrada a la ciudad y de tránsito a la plaza que se halla poco distante. Esta es de las mayores, y tal vez la mejor de todos los dominios españoles después de la de Madrid, a la cual se asemeja mucho, aunque no tienen tanta elevación los edificios que la componen. Es cuadrada, y cada lado lo componen 190 pasos regulares, constando por consiguiente su superficie de 36.100 pasos o unos 90.250 pies geométricos, computando cada paso por algo menos de dos y medio pies geométricos. Miran sus cuatro frentes a los cuatro vientos principales; al E cae la Catedral, con fachada de orden corintio, y el edificio Arzobispal; al N el Palacio del Virrey, edificio irregular y vasto, pero sin fachada ni adornos; avistan a la plaza algunas de las galerías de Palacio, y la entrada de las caballerizas,   —3→   y hay adelante un conjunto de tiendas pequeñas, que equivalen a las cobachuelas de San Felipe el Real de Madrid, y que se llaman, en Lima cajones de Ribera. En los lados de O y mediodía hay dos galerías de portales con tiendas de paños y sedas, las unas con cuatro arcos y las otras con treinta y ocho.

Consiste el principal adorno de la plaza en una muy primorosa fuente de bronce afiligranada, que se halla en el centro, pintada de verde, bastante capaz, y sobre la cual descansa la estatua de la Fama, de una y tres cuartas varas de alto, con las armas reales en una mano y en la otra el clarín, concurriendo también a darle cierto aire de grandeza el conjunto de gentes, vivanderos, compradores y caballerías de los indios, negros, mulatos y blancos, y de cuantas castas hay en la América, siendo esta plaza una de las más abastecidas del orbe, en donde se encuentran a un tiempo las frutas de América y Europa, a precios bastante cómodos y baratos.

Todos los géneros se conservan en parajes señalados, puestos con orden y aseo sobre mesas, o en el suelo sobre las anchas y frescas hojas del plátano. Suelen ser negras las vivanderas en la mayor parte de estos géneros, y a juzgar por su buena ropa y el modo conque se manejan, puede asegurarse que muchas de ellas pasan una vida cómoda, y las más se enriquecen.

Las calles de Lima son, en general, anchas y rectas; corren unas de N a S y otras de Oriente a Occidente, formando cuadras o manzanas de casas, de 150 varas cada una. Todas las calles están empedradas, notándose mucho aseo desde el nuevo establecimiento de carros de limpieza formado en el año de 1792.

Las habitaciones interiores tienen bastante capacidad y conveniencia. Las paredes son todas de adobes, y la techumbre de simples cañas cubiertas de argamasa de barro; la duración del adobe compite con la de las piedras sillares de otras partes, y el techo permanece como si fuera de robustas   —4→   maderas y de tejas bien cocidas. Dos circunstancias particulares obligan a los habitantes a preferir esta clase de edificios. La primera, que jamás se experimenta en este país otra lluvia que una llovizna a que llaman garúa, que corrompe las cañas con mucha lentitud, y nunca es tan abundante que disuelva la greda y tierra de que se compone; y la segunda, que hallándose esta ciudad sujeta a frecuentes terremotos (de que se dará noticia en otra parte) la misma fragilidad del edificio contribuye a su conservación, pues siguiendo éste en las conmociones el movimiento de la tierra, es menos factible la destrucción y ruina del edificio que si su robustez opusiese al ímpetu del estremecimiento un cuerpo más resistente, contra el cual sería mayor el choque y más terribles sus efectos.

Dentro de las murallas, y en los barrios más apartados, se cultivan varias huertas; y muchas casas principales tienen jardines para diversión y recreo.

Se cuentan en Lima 3.641 casas y 355 calles, repartidas en cuatro cuarteles, y éstos en 35 barrios, celado cada uno por un Alcalde elegido entre los vecinos de distinción, y sujetos a cuatro Alcaldes de Corte. Hállase también dividida en seis parroquias que son la del Sagrario, Santa Ana, San Sebastián, San Marcelo, San Lázaro y Santiago del Cercado, servidas por 16 curas. Ascienden sus rentas a 14.800 pesos anuales, y en los arrabales y en las grandes haciendas que ocupan su territorio, hay además otros ocho curatos cuyo total de renta asciende a 10.033 pesos.

Hay en Lima crecido número de Religiosos y Conventos. Cuéntase el de Santo Domingo, cuya provincia se erigió el año de 1.540 con el título de San Juan Bautista, y cuenta con cuatro fábricas que son: Convento grande del Rosario con 146 Religiosos y 35.389 pesos de renta anual; Santa Rosa con 9 Religiosos y 2.519 pesos; Recolección de la Magdalena con 19 religiosos y 8.869 pesos de renta; el Colegio de Santo Tomás fundado el año de 1.645, en donde se enseñan la Filosofía y la Teología, con 30 religiosos y renta de 6.802 pesos.

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La provincia de San Francisco de Lima erigida el año de 1.553 con el título de los Doce Apóstoles tiene tres conventos que son: Convento grande de Jesús con 161 religiosos; y el colegio de San Buenaventura de Guadalupe, con 20 religiosos, en donde se enseñan Filosofía y Teología; y la Recolección con 33 religiosos.

La provincia de San Agustín fundada el año de 1.551 con tres conventos: Casa grande, que tiene 129 religiosos y 34.150 pesos de renta; Recolección de Guía, con 9 religiosos y 1.928 pesos de renta; el colegio Universidad Pontificia de San Ildefonso, cuyo título se le concedió por el Papa Paulo V, para solo los frailes de la Religión, en el año de 1608. Se enseñan en él Artes y Teología, y tiene 30 religiosos, con la renta de 4.104 pesos.

La Religión de la Merced, cuya provincia se erigió en Lima, con el título de la Natividad de Nuestra Señora, el año de 1.534. Se dividió de la del Cuzco en 1557, y de la de Quito en 1606. Tiene tres conventos que son: Casa grande, fundada con el título de San Miguel, con 140 religiosos y 19.922 pesos de renta. La Recolección de Bethlem, con 16 religiosos y 2.945 pesos de renta. El Colegio y Universidad Pontificia de San Pedro Nolasco, cuyo título le concedió el Papa Alexandro VII en 1.664, tiene 34 religiosos y de renta 3.900 pesos, y se enseñan en él Filosofía y Teología.

La Religión de los Mínimos de San Francisco de Paula, que se fundó en Lima en el año de 1711, tiene 42 religiosos con 7.139 pesos de renta.

La provincia de los Hospitalarios de San Juan de Dios, erigida en 1591 con la advocación del Arcángel San Rafael, tiene 43 religiosos y 4.561 pesos de renta.

Los Agonizantes, fundados en el año de 1.736, dependen de la Provincia de Castilla y se conocen por el Convento de Nuestra Señora de la Buena Muerte. Mantiene 53 religiosos con la renta de 19.724 pesos, y en él se enseñan Matemáticas, Filosofía y Teología. Santa Liberata, con 5 religiosos y 2.500 pesos de renta.

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Además de los referidos hay un Oratorio de San Felipe Neri, fundado el año de 1674, con 41 congregantes y 3.283 pesos de renta.

Un hospicio de Benedictinos, bajo la advocación de Nuestra Señora de Monserrat, tiene 2 religiosos y 1.630 pesos de renta.

Los Beletmitas fundaron también en Lima, en 1671, dos conventos, uno que es la Casa grande con 22 religiosos y 3.649 pesos de renta; y otro con el título de Incurables, con 2 religiosos y 1.630 pesos de renta.

Hay también en Lima catorce Monasterios de Monjas, que tienen 572 religiosas, y gozan la renta de 119.504 pesos. Sus nombres y las rentas de cada uno son los siguientes:

La Encarnación, de canonesas regulares de San Agustín, fundada en el año de 1561. Gozan de renta 17.300 pesos cinco reales.

La Concepción, fundado el año 1574, tiene 26.400 pesos anuales de renta.

Las Bernardas, fundado el año de 1579, tiene 6.510 pesos de renta.

Las Descalzas de la Concepción, fundado el año de 1579, tiene de renta 8.143 pesos.

Santa Clara, fundada el año de 1605, goza la renta de 16.170 pesos.

Santa Catalina, fundada el año de 1624, cuenta de renta 8.279 pesos.

El Prado, agustinas descalzas, fue fundado el año de 1640; su renta es de 6.029 pesos.

Carmelitas Descalzas fue fundado el año de 1682; tiene de renta 5.316 pesos.

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Carmelitas Descalzas de Santa Teresa, fundado el año 1686; tiene de renta 5.000 pesos.

Santa Rosa de Santa María, fundado el año de 1708, tiene de renta 6.355 pesos.

Capuchinas fue fundado el año de 1.712.

Nazarenas Carmelitas Descalzas, fue fundado el año de 1730; tiene de renta 7.594 pesos.

Y las Mercenarias Descalzas, que se fundó el año de 1734.

Los más de los templos ocupan espaciosos terrenos. El templo de San Francisco puede compararse, por su magnificencia, a un vasto palacio.

En todos ellos se realiza el culto exterior de un modo magnífico, y en los días de fiesta se llenan los altares de luces de un modo extraordinario, según la multitud de velas, aunque la cera sea en el país un artículo de los más caros, pues vale la libra un peso. Los altares son de plata a martillo en lugar de dorado, y las andas de plata maciza, con otros adornos de pedrería y preciosos metales, que componen excesiva masa de riquezas.

Además de los Monasterios de Monjas se encuentran también varios Beaterios. La Real Casa de Amparadas de la Purísima Concepción, fundada el año de 1.679 para asilo de arrepentidas, comprende, además de 26 beatas de hábito, 184 entre arrepentidas, educandas y depositadas, de las cuales 101 son españolas y las 73 de otras razas. La casa mantiene 77, y el resto por sí o por sus parientes. Sube la renta de esta Real Casa 5.300 pesos.

Nuestra Señora de Copacabana, con 12 beatas.

Santa Rosa de Vitervo, en donde se sigue la regla de la Orden tercera de San Francisco, con 12 beatas y 1.141 pesos de renta.

Patrocinio, con 11 beatas.

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Camilas, con 5 beatas.

Real Casa de Ejercicios, fundada el año de 1752, para retiro espiritual de mujeres, con la renta de 1.200 pesos.

Son también muchos los Hospitales de esta Capital, fundados todos con objetos diversos.

El de San Pedro, fundado el año de 1595 para clérigos, está incorporado en la Congregación del Oratorio.

El de San Andrés, fundado el año de 1534 para españoles, tiene 9 salas, 236 camas y la renta de 29.730 pesos.

Santa María de la Caridad, fundado el año de 1562, para mujeres españolas. Tiene 8 salas, 149 camas y la renta de 9.889 pesos.

Santa Ana, fundado en 1549 para indios, tiene 10 salas para hombres y 188 camas, 6 salas para mujeres y 89 camas, y la renta de 18.837 pesos.

San Lázaro, fundado el año de 1563 para leprosos, goza de renta anual 3.212 pesos.

San Bartolomé, fundado el año de 1.561 para negros y mulatos libres, goza la renta de 4.390 pesos.

Espíritu Santo, fundado para marineros, con 109 camas.

Además, el convento de San Juan de Dios está destinado para convalecencia de los enfermos de San Andrés, y tiene 36 camas; y el de Beletmitas para los indios de Santa Ana.

Olvidábamos apuntar la Real Casa de Niños Expósitos, fundada en 1603; y hay además un hospicio de pobres establecido en el año de 1765.

Entre los establecimientos piadosos merece particular mención el hospital para mujeres y hermandad de la Caridad, del cual es patrono el Rey desde los tiempos inmediatos a su erección. Ascienden las rentas del hospital a 12.117 pesos, y depende de este mismo instituto el Colegio de la   —9→   Caridad, que está bajo la dirección de una abadesa y de un Mayordomo. Hay en él 18 colegialas de dotación, cuyo mantenimiento y crianza corren a cargo del Colegio; y se reciben también particulares, aunque a éstas sólo les da el colegio educación.

Los gastos de este establecimiento pasan a veces de 20.000 duros, y con frecuencia se ha recurrido a las limosnas de los habitantes. Contábanse el año 91, noventa camas: ochenta y cuatro ocupadas por mujeres, y las demás por dementes.

El edificio de las Niñas Expósitas es otro establecimiento que debe igualmente ocupar un lugar muy distinguido en la memoria de Lima. Fundose el año de 1654 por Mateo Pastor de Velasco, español, por cláusula de su testamento de aquella fecha. Corre a cargo del Tribunal del Santo Oficio, y su instituto es formar dotes y alimentar, hasta tomar estado, a las niñas desamparadas. El número de éstas varía, según los fondos del establecimiento. Actualmente es de 24, y están bajo el cuidado de una rectora y maestra. Ascienden sus rentas a 14.932 pesos, de los cuales se emplean 8.700 en la manutención y vestido de las niñas y otros gastos del Colegio, invirtiéndose lo restante en las dotes de las colegialas, que son arbitrarias según el estado que abrazan.

El particular esmero con que se cuidan todos estos establecimientos, y el anheloso deseo con que procuran perfeccionarlos cada día, son un testimonio del carácter generoso y humano de los limeños; y la verdad exige que hagamos de todos ellos el más encarecido elogio. Pero siendo muchas de estas mismas obras hijas de los primeros españoles que poblaron aquel país, faltaríamos a la justicia si dejásemos de hacer una mención honrosa de aquellos hombres magnánimos que, aún en medio del furor de los combates y de los atractivos de la riqueza, dieron estas grandes muestras de su espíritu de misericordia y caridad cristiana.

Siendo Lima la metrópoli del reino del Perú, es también la silla de sus Virreyes y donde residen sus   —10→   magistrados y tribunales. Divídese el Gobierno en Eclesiástico y Político. Aquel se compone de un Arzobispo que tiene por sufragáneos los cuatro obispados del Cuzco, Arequipa, Huamanga y Trujillo. Erigiose en Sede Episcopal la Santa Iglesia de Lima, con el título de San Juan Evangelista, el año de 1541; pero fue elevada a Metropolitana el 9 de setiembre de 1548. Ascienden las rentas de esta Mitra a 36.280 pesos, y se compone su Cabildo de cinco dignidades y nueve canónigos, seis racioneros y seis medio racioneros, cuyas rentas suben a 63.865 pesos, y además hay seis capellanes de coro con 4.650 pesos.

El Tribunal de la Inquisición se compone de dos inquisidores y un fiscal, con los demás subalternos correspondientes. Fundose el año 1570, y ascienden sus rentas anuales a 93.317 pesos, producidos de un fondo destinado por el Rey Felipe II, y de la supresión de ocho canonjías, por concesión de Urbano VIII, en las Iglesias Catedrales de Lima, Quito, Trujillo, Arequipa, Cuzco, La Paz, Chuquisaca y Santiago de Chile.

El Tribunal de la Santa Cruzada fundose el año de 1604. Se compone de un comisario, un asesor, un fiscal, que lo es de lo civil, tesorero y contador, que lo son de la Real Hacienda, y un notario mayor. En setiembre de 1786 se extinguieron los antiguos oficios de Cruzada, incorporándose este ramo a la Real Corona con ahorro de 800 pesos anuales. Los productos de Cruzada, en el año de 1790, ascendieron a 50.329 pesos, y los sueldos a 16.193

Hay también un juzgado de testamentos, capellanías y obras pías, que se compone de un juez y un notario. Asciende a setecientos sesenta el número de capellanías, así colectivas como legas, impuestas en la Capital, y que redituaban anualmente 120.952 pesos; mas el evidente deterioro de las fincas disminuye en mucho el valor del capital.

Hay también un juzgado Real de Cofradías compuesto de un Oidor de la Audiencia con un escribano. El número de Cofradías y Hermandades de la ciudad asciende a veinte, y sus productos anuales a 45.749 pesos que se invierten   —11→   en el culto del patrono, en sufragios y en dotes que se distribuyen por suerte, en diversas épocas, para doncellas pobres, y que se les entregan cuando toman estado o entran religiosas.

El Gobierno Político, Militar y Civil se halla en la persona del Virrey, como juez Supremo de todos los Tribunales que lo auxilian en la administración de la justicia y expedición de los negocios. El tiempo de la permanencia de los Virreyes es a voluntad del Rey, que los muda y elige a su arbitrio, concediéndoles S. M., para que puedan sostener su alta dignidad, y por sus diversas y vastas comisiones, varias rentas que ascienden al año a 60.500 pesos. Para la precisa ostentación que exige su vasta autoridad hay dos compañías de guardias; la una de caballería, creada el año de 1557, con la fuerza de 147 plazas, y que se redujo a un capitán y 24 hombres, en el año 1784; a una de alabarderos creada en 1551, y que se redujo también en 1784 a un capitán y 24 hombres. Estos últimos hacen la guardia en los salones de Audiencia a la persona del Virrey, cuando sale en público o pasa a las piezas de los Tribunales La de caballería hace la guardia en la puerta principal de Palacio y acompaña al Virrey, cuando sale, con un piquete de cuatro hombres que van delante del coche, y otros cuatro detrás. Los empleos de capitanes son de mucho aprecio, y del nombramiento de los Virreyes. Ascienden a 20.654 pesos anuales los sueldos de la guardia de alabarderos y de a caballo.

Dan audiencia pública los Virreyes, a toda clase de personas, en tres magníficos salones dispuestos para el intento. Reciben en el primero a los indios y gente de casta; en el segundo a los españoles; y en el tercero, o más interior, a los sujetos que desean hablarles en particular o privadamente.

Despacha los asuntos gubernativos con acuerdo de Asesor nombrado por él, y tiene una secretaría de Cámara y escribanía de Gobierno, Guerra y Real Hacienda, cuyos fondos y gastos de estas oficinas montan a 17.792 pesos.

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La Real Audiencia, que se erigió en 1543, ha tenido algunas alteraciones; y en la actualidad se compone de un Regente, ocho Oidores, cuatro Alcaldes de Corte y dos Fiscales. Son Presidentes los Virreyes. Divídese el despacho en tres salas, y se hace justicia, en juicios civiles, en dos compuestas de los Oidores. Los asuntos criminales se sentencian en la tercera por los Alcaldes de Corte, gastando S. M. anualmente en la Real Audiencia 90.900 pesos fuertes.

La junta Superior de la Real Hacienda se compone del Virrey, como Presidente, y de cinco Vocales, incluso el Regente de la Real Audiencia. Erigiose en el año de 1784, siendo su principal objeto reducir, en las provincias, a un método igual el Gobierno y la administración de justicia, en materias de Real Hacienda y en lo económico de la Guerra. Funciona un día de cada semana, según la ley.

Hay también un Tribunal Mayor y Real Audiencia de Cuentas, que goza de los mismos fueros y preeminencias que la Contaduría Mayor de Castilla. Corre a cargo de aquel Tribunal el examen de las cuentas de la Real Hacienda, de que estuvo encargada hasta el año de 1607 la Real Audiencia. Compónese de tres Contadores mayores y otros tantos de resultas, con otros varios oficiales, cuya oficina y sueldos cuestan anualmente 42.692 pesos. El juzgado general de Ultramarinos e Intestados se erigió en 1550, y se compone de juez, contador, abogado, escribano y depositario de bienes y muebles, componiéndose los fondos de este Tribunal del cuatro por ciento que cobra de todos los caudales que entran en él.

El juzgado General de Censos de indios se compone de un juez, fiscal, contador y varios oficiales, cuyos gastos y salarios ascienden a 13.083 pesos. Tiene este juzgado un fondo principal que reditúa anualmente 44.287 pesos, de los cuales se pagan los sueldos y se conserva el residuo para aumento de fondos y gastos contingentes, de ayuda de tributos, socorro de indios y reedificación de iglesias, cuyas atenciones les originan frecuentes desembolsos.

Tiene también el Comercio de está capital su Consulado desde el año de 1613, cuyo tribunal exige para su subsistencia   —13→   el uno por ciento del derecho Real de Almojarifazgo de todos los géneros que entran, y el medio por ciento de los que salen por los puertos del Callao Guayaquil, Montevideo y Buenos Aires; pero este producto se emplea en cubrir el capital y réditos de millón y medio suplidos a la Corona en la guerra anterior. Ascienden los gastos ordinarios de este Tribunal a 36.443 pesos. Para los extraordinarios les están señalados 18.676 pesos.

Erigiose el año de 1786 en esta capital el importante Tribunal de Minería. Se compone de un juez de Alzadas, administrador, director, secretaría y oficina de cuenta y razón, y sus gastos ascienden a 17.913 pesos, componiéndose sus fondos de un real que cobra de los marcos que se quintan. Tiene este Tribunal varias diputaciones territoriales en los parajes de minas, como Huarochirí, Huallanca, Paseo, Huancavelica etc., etc.

Hay también Tribunal Real del Protomedicato, que se compone del protomédico, asesor, dos examinadores, un fiscal y un escribano.

La Real Casa de Moneda, fundada en Lima desde el año 1565, después de varias alteraciones se incorporó a la Corona en 1753, fabricándose casa y oficinas correspondientes para sus labores. Corre a cargo de un juez superintendente con los subalternos necesarios, cuyos sueldos montan anualmente a 48.000 pesos.

El ramo de Correos que, por concesión de la reina doña Juana de 14 de mayo de 1.514, se hallaba vinculado en los herederos del doctor Lorenzo Galíndez de Carbajal, se incorporó a la Corona en el año de 1569, y sigue en el día bajo la dirección de un administrador general y demás empleados necesarios, cuyos sueldos ascienden al año a 9.330 pesos.

Hay también un Tribunal o Dirección General de la Real Renta de Tabacos, naipes, papel sellado, pólvora y brea, de los cuales es superintendente y subdelegado general   —14→   el Virrey. Compónese este Tribunal de la Real junta de Dirección, Contaduría, Tesorería, Comandante de resguardo y otros empleados, cuyos sueldos suman todos 54.600 pesos anuales. Los ramos de naipes, papel sellado y brea, se incorporaron a esta Dirección en los años de 1770 a 83, pero el de tabacos se estancó en Lima desde los años de 1753. Véndese éste en los terrenos al peso, en mazos y rollos, quedando al cuidado del comprador el labrar los cigarrillos, siendo un arbitrio de subsistencia que ocupa a muchos pobres y que, aunque se les privó de él por algún tiempo para fabricarlos por cuenta de la Hacienda, se ha restituido al pie antiguo, con utilidad conocida del pueblo y del erario.

La Real Aduana, que como la mayor parte de los establecimientos de Lima ha sufrido un nuevo arreglo, consta en la actualidad de un administrador, asesor, contaduría, tesorería y alcaldía, con los oficiales necesarios para su despacho, además del Resguardo que se compone de 17 guardas montados y otros varios de a pie, y los sueldos ascienden al año a 51.550 pesos. Exige la Aduana de derechos, a la entrada del Callao, el seis por ciento de alcabala y el tres de almojarifazgo; pero los tejidos de lana pagan el cinco. Los frutos de salida pagan el tres por ciento en la mayor parte, y los del comercio interior el seis por ciento de todos los que entran en Lima, estando algo más recargados los licores, con especialidad el aguardiente.

Últimamente, hay en Lima una junta de Montepío para los Ministros de justicia y de Hacienda, aprobada por S. M. y establecida desde el año de 1.765 a imitación de la de España.

Merece también citarse el Real Tribunal del Sacro Monte de Piedad, fundado el año 1.798 a semejanza del de Madrid. Los progresos sucesivos de este Monte hacen por sí solos el elogio de su plantificación, y todo buen ciudadano debe aprobar esta clase de establecimientos que, si no sirven para arrancar al pobre de su indigencia, producen no obstante el incomparable beneficio de socorrerlo en sus apuradas necesidades.

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El Cabildo de Lima usa de los títulos de Muy Ilustre Ayuntamiento de la Nobilísima y muy leal Ciudad de Lima. Goza el particular privilegio de recibir la paz, de no tener corregidor, usar de alfombra en las funciones de tabal al igual del Virrey y Audiencia, y que entre ésta y él no se interponga cuerpo alguno. Elige dos Alcaldes ordinarios, los cuales administran justicia con los Alcaldes de Corte; y de entre sus capitulares nombra cada año un juez de aguas, que cuida de su distribución y del abastecimiento de las fuentes públicas. Tiene por armas la Ciudad un escudo concedido por el Emperador Carlos V en 1553, con tres coronas de oro en campo azul y una estrella encima, dos águilas con corona de oro y una orla con este mote hoc sigmum vere regum est, y además las letras J. K.

Compútase las ventas de sus propios y arbitrios en 47.756 pesos anuales, que se administran por un síndico, contador y mayordomo, sujetos a una junta Municipal. Valúanse los gastos en unos 15.000 pesos, y los arbitrios en 25.000 pesos anuales, que están destinados para los objetos de policía y demás que se juzguen útiles a la cosa pública.

Hay también un Juzgado de policía establecido desde el año de 1786, del que son superintendentes los Virreyes, funcionando por el Virrey un Teniente con un maestro mayor de arquitectura, un actuario, dos subalternos y cuatro celadores, gastando la ciudad anualmente en este juzgado 4.900 pesos. Desde el año de 1720 se ha concedido a los individuos de este juzgado el uso de un uniforme particular.

Ya dijimos anteriormente que se divide la Ciudad en treinta y cinco barrios, compuestos de 3641 casas; y ahora añadimos que según el último censo, formado en el año de 1790, asciende a 52.627 personas el número de los que la habitan. De estas hay 17.215 españoles, 3.912 indios, 8.960 negros, y el resto de las castas producidas de estas tres principales, sin contar los clérigos que suben a 292 y 99: religiosos, 572 monjas y 84 beatas. Compréndese entre las clases de españoles más de trecientas casas de nobles establecidas en Lima, y que pueden considerarse subdivididas en las tres clases: primera de los conquistadores y pobladores de aquel Reino, segunda de los sujetos que han sido empleados por   —16→   Su Majestad, hijos de casas solariegas e ilustres de la Península; y tercera, de los que se han formado por el comercio. Muchas de ellas han logrado títulos de Castilla; y se cuentan en el día hasta el número de 49. Mantiénense todas con gran opulencia, sosteniendo un crecido número de domésticos y esclavos con las grandes rentas que disfrutan unas, y otros con sus mayorazgos, y también por los varios puestos que ocupan, empleos políticos y militares, y los muchos consagrados al comercio, numerándose hasta 400 comerciantes.

Síguense a estos los hacendados, cuyo número sube a sesenta: los eclesiásticos, abogados, escribanos, médicos, los empleados en oficinas particulares y del Rey, los abastecedores y otras personas acomodadas, cuyos salarios, sueldos y emolumentos puestos en perpetua circulación mantienen y vivifican el tráfico interior, sustentando varios oficios mecánicos y liberales que sostienen 1.027 artesanos como plateros, herreros, zapateros, sastres, silleros de montar, pasamaneros, bronceros, pintores, carpinteros, hojalateros, relojeros, impresores, albañiles, canteros, escultores, guitarreros, tintoreros, chocolateros, cereros, sombrereros y botoneros, casi todos reducidos a gremio para el pago de alcabala, igualmente que los pulperos, que llegan a 130 con otras tantas tiendas.

Hallan igualmente motivo de ocupación muchas mujeres pobres en trabajar todo género de costura y bordados de hilo y seda, tejer trencilla, calcetas, hacer ramos y flores de mano, botones de hilo, bordar zapatos y componer medias de seda, hacer agua de rostro, aguarrica y aguardiente de ámbar, de lo cual se mantienen muchas, dedicándose otras (dentro y fuera de los conventos) a dulceras, bizcocheras y tamaleras, hacer plumeros y rizar mantos, con otros varios destinos en que se emplean muchas españolas pobres. Entre la gente baja o de color hay chicheras, arroceras, humiteras, carniceras al por menor, y cocineras de todo género de guisos de la tierra.

A pesar de todos estos recursos se encuentran en Lima innumerables personas de ambos sexos, que no hallando   —17→   ocupación se abandonan al ocio y corren precipitados, como es natural, por la carrera de los vicios.

Contribuye principalmente a esta falta de destino, la particular circunstancia de carecer enteramente de fábricas y manufacturas que entretengan y sustenten a crecidas masas de operarios, a excepción de algunos pocos telares de pasamanería que tiene el gremio de extranjeros, y la fábrica de sombreros que está mandada suspender. De aquí es que puede asegurarse sin temor de errar que no bajarán de tres mil personas, incluso los esclavos y criados, los que como meros jornaleros deben adquirir su alimento diario, cantidad excesiva para los pocos recursos que presenta esta gran capital, y medio inefable que arrastra a los peligros a muchas personas honradas, a quienes tal vez harán malas las circunstancias. Pero si esta falta se hace sensible entre los hombres, aún es más lastimosa entre las mujeres, cuyos menores recursos para vivir las exponen continuamente a ser las víctimas de esta misma falta de medios en un país que podía ser el más feliz de la tierra. Concurre mucho a aumentar las necesidades, entre las mujeres españolas, la fatal preocupación de considerar como deshonroso el ejercitarse en oficios destinados a gente de más baja condición, habiéndoles faltado también el medio de subsistir que proporcionaba a muchas la costura de camisas y otros géneros que llegan de Europa, y que en el día se remiten cosidos desde Cádiz. Así que aquellas que tuvieron la desgracia de perder a sus padres, o parientes, sin heredar de ellos algunos bienes, se ven reducidas a una condición ciertamente miserable y desdichada.

Se ofrece sin duda a primera vista la idea de que en un país tan falto de medios de subsistencia deben de ser por consiguiente baratos los jornales, y se encontrarán muchos operarios; pero, por el contrario, en ninguna parte son respectivamente más caros, y los edificios salen costosísimos por la exorbitancia de la mano de obra. Un palafrenero gana diariamente ocho reales de aquella moneda, que compone veinte reales vellón; el oficial doce, y a proporción todos los demás, habiendo también peones de seis, siete y ocho   —18→   reales que no pasan de tales. Con todo, no pueden mantenerse y andan siempre andrajosos, prueba cierta de que trabajan poco. Así me lo aseguraron en Lima, diciéndome que se ocupan sólo dos días a la semana, y que los restantes los emplean en jugar o enamorar. No parece que puede atribuirse este exceso de los jornales al precio de los comestibles, pues además de que todos se encuentran con cierta equidad, se dan los trabajadores por sí mismos una vida miserable, gastando apenas un real diario en la comida y cena. Es preciso convenir, pues, en que es sólo efecto de su ociosidad natural, fomentada en cierto modo por las circunstancias del país.

Habiendo hablado de la comodidad en que se venden todos los artículos de consumo diario, parece oportuno insertar aquí una lista de algunos de los principales, en comprobación de nuestra opinión.

Dan seis o siete papas por medio real: ocho camotes o batatas por medio real; una col, un real: una arroba de vaca, dos pesos: un cuarto de carnero, cuatro reales: una gallina, seis reales, y la polla cinco; un cabrito, doce reales; el borrego doce reales; un pavo tierno, dos pesos; un lechoncito, dos pesos, advirtiendo que estos dos últimos artículos no se venden regularmente en la plaza, y cuando se necesitan es necesario ir a buscarlos por las chácaras o huertas. Un par de pichones, tres reales; y lo mismo una docena de palomitas cuculíes, a real cada una; manteca a dos y medio reales la libra; un pedazo de tocino, como de onza y media, a medio real; un jamón de Chiloé, doce reales; uno de Jauja, dos pesos; un pavo, cuatro reales. Los garbanzos a cinco pesos la fanega; los fréjoles a tres y medio; cada botijuela de arroz, diez y ocho reales, y el costal que llena tres botijuelas, a seis pesos seis reales; las lentejas a cinco pesos la fanega; cada copal de quinua a siete pesos; la carga de carbón a tres pesos; la de aceite, de cinco a seis pesos; la carga de leña, a doce reales; un queso grande veinte reales, y el pequeño ocho reales. Encuéntrase igualmente el pescado con comodidad: cada bonito, a real; los lenguados, a tres y cinco reales, y aún más si excede el tamaño regular; pámpano (aunque éste es bien raro) a seis reales cada uno; bacalao de   —19→   Chile a tres reales la libra; congrio de Cobija a tres reales. La sal es baratísima, por la inmediación de las salinas de Chilca y Huaura. Esta última es sal piedra y se proveen de ella todos los minerales, en que hay un consumo prodigioso, embarcándose también mucha porción para Chile por el puerto de Huacho.

El pan es de dos clases y dan un panecito de a libra por medio real, y del otro más barato a que llaman semitostados, por medio real; la fanega de trigo vale dos pesos fuertes. Un toro de lidia vale de veinte y cinco a treinta pesos, y lo mismo el que se compra para el arado. Una yunta de bueyes ya hechos, ochenta pesos; una vaca diez o doce pesos; los caballos de cien a trescientos pesos, según su calidad y propiedades, aunque los que comúnmente se usan valen, por lo regular, cincuenta pesos. Una mula de calesa vale sesenta pesos, pero con otra pareja igual vale doscientos, y el mejor burro de los traídos de Valles vale diez pesos.

Esta breve, exposición del precio medio de la mayor parte de géneros de Lima, dará una idea de la abundancia de esta gran capital, no habiendo memoria de que se haya padecido en ella escasez, aunque por breve tiempo haya tomado algún incremento el precio del trigo, duplicando y aun triplicando el valor indicado; bien es verdad que goza de esta excelencia por un principio físico que procede de su situación. Ella está colocada en la costa, donde se goza por más de un espacio de quinientas leguas de un temperamento benigno, empezándose a experimentar el frío a diez o veinte leguas tierra adentro, en el país que llaman de Sierra. Por otra parte, la abundancia del Reino de Chile, y su temperamento igual al de Europa hacen a Lima feliz, pues lo que se siembra y cosecha en las costas y sus valles se cosecha también en la Sierra, y en Chile. Por esta razón, si el mal tiempo pierde la sementera en un paraje, se logra en otro; y aun cuando en todo se perdiese no se haría sensible la escasez por la diversidad de los temperamentos, pues sucediéndose las estaciones en diversos meses, cuando se está sembrando el trigo en la costa está ya en la Sierra en grano, y en Chile en las eras.



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ArribaAbajoCarácter, genio y costumbres de los limeños y estado de las ciencias en Lima

Entramos en un campo dilatadísimo, en que es fácil padecer extravíos.

Para delinear con perfección el carácter de un pueblo, no son sin duda las mejores circunstancias las que acompañan a un viajero. La rapidez con que éste debe formar sus juicios, la multitud de objetos nuevos que a cada paso distraen su atención, y el doble velo con que se ocultan las interioridades de los hombres, son otros tantos obstáculos que impiden se pueda formar juicio exacto sobre esta parte tan interesante, y que ocupa el primer lugar en la historia de cualquier viajero. Si semejantes impedimentos concurren aún en pequeñas capitales y en pueblos que, por su situación local, no tienen motivos de adquirir y de renovar continuamente con los frutos de otros países sus vicios o sus costumbres ¿qué diremos de Lima, de la opulenta Lima, adonde, según la expresión de un escritor, vienen a rendir tributo las otras partes del globo que habitamos? ¿Qué diremos también de Lima cuando tantos europeos enamorados y arrebatados por el halagüeño atractivo de sus habitantes, especialmente de las mujeres, han llevado sus encomios hasta llamarla el Paraíso, elogiando el dulce trato de sus habitantes? Sin embargo, obligados a presentar el resultado de nuestras observaciones, y conociendo que el menor desliz en esta senda peligrosa arrastra tras sí el concepto de un pueblo entero, expondremos con la mayor imparcialidad   —21→   el cuadro fiel de nuestras indagaciones, tal como nos lo ha hecho concebir la atenta observación de aquellas acciones que más repite el hombre, y cuya combinación manifiesta sus íntimos sentimientos y las pasiones que más le dominan.

Se dice comúnmente que el hombre es un animal disimulado e hipócrita, y que todos contrahacen su carácter mientras un interés muy grande los violenta. Con todo admite esta frase cierta restricción. El más diestro y político no puede sostener por mucho tiempo la simulación; es un estado forzado y contrario a la naturaleza que presto corre el velo en los momentos de su pasión. Si el que asecha aprovecha los instantes de descuido que tienen aún los hombres más grandes y disimulados, que con observar las costumbres y las acciones particulares sacan señas con las cuales al modo que por la diferencia de facciones se distinguen los rostros, así por las diversas pasiones e inclinaciones se distinguen las de los ánimos, son los limeños, en general, de buena disposición y de una viveza que generalmente los distingue de los habitantes de otras partes de América. Manifiéstase ésta en los movimientos de su mirada y aún en la pronunciación más suelta, sin aquella languidez que se advierte en Buenos Aires y Chile. Tienen una percepción muy pronta, y se nota en las conversaciones la peculiar facilidad con que, sin muchas preguntas, se imponen en los asuntos que se tratan. Generalmente tienen feliz memoria: se ven jóvenes de muy corta edad graduados en las ciencias que se enseñan en sus Universidades, y se oyen con frecuencia actos del mayor lucimiento; pero lo que se hace más reparable es el desenfado y poca timidez con que se presentan a los actos públicos. Esta desenvoltura, hija sin duda del método de su educación, hará tal vez resplandecer en ellos un mérito que, examinado en el fondo, estribará sólo en su buena memoria.

Uno de los caracteres que sobresale más entre estos habitantes es la generosidad; pues sin embargo de que en las grandes capitales o la frecuencia de los huéspedes, por una parte, o el lujo que cercena las facultades por otra, hacen gravosa la hospitalidad, en la capital del Perú se ejerce con   —22→   mucha facilidad en las casas de los amigos a personas para quienes se lleva recomendación. Se desprenden con facilidad de sus alhajas; son suntuosos en sus banquetes y pródigos del dinero; lo miran y gastan con la mayor indiferencia. Pero este mismo desprendimiento, que contenido dentro de sus justos límites haría el mejor elogio de los limeños, es por desgracia la causa de la mayor parte de sus ruinas. Llevan al exceso sus gastos, y lo peor es que, apoderándose este furor de derrochar de las clases más pobres, les acarrea incalculables daños, especialmente en los criollos. El chapetón es verdad que empieza a viciarse desde que llega a Lima, pero debe confesarse que a él se debe el tal o cual arreglo que se conserva en muchas familias. Acostumbraba decirnos un amigo que había puesto su estudio en conocer a los limeños: -El chapetón, decía, viene regularmente a edificar a este país; pero el criollo, su hijo, queda para destruir cuanto su padre edificó.

En efecto, cuando una casa se halla atrasada se busca al chapetón para que la levante. Este se afana, la adelanta y la pone en tono; pero he aquí que sus hijos acaban con todo, ayudados y aún instigados por la madre.

No se halla ni se experimentan delitos atroces en estos vastos reinos, donde puede ser tan fácil la impunidad con la fuga a países y pueblos que distan entre sí tanto, y se caminan centenares de leguas sin tener otros enemigos de temer que las estaciones, los malos caminos, la escasez y la lluvia. Son compasivos en extremo, y desde que se hace público un delito todos conspiran a ocultar al reo, a disculparle, y hasta a empeñarse en su defensa. Pero su humanidad en nada se conoce más que en el trato de sus esclavos: los visten, calzan y alimentan bastante bien, según su condición; y a pesar de que en éstos suele haber demasiado motivo para los castigos, el más riguroso es ponerlos en una panadería, donde los hacen trabajar y les dan algunas correcciones. Raros son los esclavos que se quejan de que sus amos los traten con severidad. Ellos con el poco castigo por el contrario, suelen ser consentidos y flojos servidores.

Hay en Lima toda la política y urbanidad que se adquiere   —23→   en el trato de una Corte. Los vicios que se les achacan son una especie de veleidad, que se suelen cansar de lo que emprenden, varían de dictamen, y con poca firmeza acostumbran arrepentirse de sus tratos. Con efecto, fatigan su viveza trabajos de mucho tesón y constancia.

Son fastuosos, aman los trenes y los vestidos ricos, y aunque en Lima se anda mucho de capa, la llevan de grana toda especie de personas blancas. Usan unas redecillas de hilo finísimo v medias de seda de las mejores fábricas. Las capas son bordadas, las casacas de paños finos, y así todo lo que se ponen. Las calesas son las más costosas que caben en este género de carruajes; las que destinan para el paseo público charoladas, cuestan hasta mil y dos mil pesos. En suma, el vestido de los hombres es lo más costoso que en América se gasta.

Son ambiciosos por los empleos, y tratan de adquirirlos por cuantos medios creen oportunos. Aman las riquezas para sus faustos; y por eso muchas casas ilustres, despreciando las perjudiciales preocupaciones que hay en la Península, ejercen abiertamente el comercio. Sujetos principales se emplean en la mercadería por menor, con tienda abierta; y se admiten en el trato y concurrencias de las principales sociedades a los maestres de las embarcaciones y a otros, que, no deben desmerecer, no se les eleva a tanto en otros países.

Saben disimular en el trato con los españoles europeos, a quienes llaman chapetones, y se ve cuan poco traspira el sentimiento que a veces tienen de la riqueza rápida, personas que, siendo inferiores en nacimiento y quizá en capacidad y aptitud, se les prefiere; sufren la fortuna de éstos y ahogan prudentemente sus quejas. Bien sea por lealtad o por respeto, en pocas partes se ve más obedientes vasallos. En la Corte de Lima, al modo que en las de Europa, predomina el mismo genio de adulación y de intriga.

Aquella se ejerce con frecuencia en muchas y pomposas ceremonias y arengas que se dirigen a los Virreyes. En   —24→   las que suelen hacerse al tiempo de su entrada no se economizan epítetos, ni se omiten las menores circunstancias que ilustren su familia. Por otra parte, una brillante soberbia los aparta de la concurrencia al Palacio de los Virreyes, se niegan a su obsequio hasta aquel punto que no haga reparable si este los distingue o no tiene cierto agasajo y popularidad que los encanta sobre manera. Resalta este espíritu de orgullo en la manía que todos muestran por mudar hasta el nombre de las cosas, ampliándolas siempre que conducen a su engrandecimiento. Así llaman caballero a todo hombre blanco, ópera a cualquier concierto de instrumentos, ayo al maestro de primeras letras santo y ángel a cualquiera que tiene alguna apariencia de devoción; y de este modo, siguen el mismo sistema con todas las demás cosas.

Son dados a los placeres, al juego y a una vida regalada y ociosa. Idólatras de las mujeres, casi siempre estiman poco la suya propia. Se ven sujetos de carácter y personas cuyo estado los aparta de ciertas concurrencias, asistir a ellas con el disimulo y empacho que en otras partes. Se ve hombres graves entregados al juego y otras disoluciones. La juventud se corrompe fácilmente, y en Lima es crecido el número de mujeres prostitutas, cuyo lujo y riqueza prueban los muchos hombres acomodados que con ellas viven y las mantienen, hasta que se arruinan y sacrifican sus caudales.

Es indecible lo que ganaría Lima con la sola providencia de recoger a tanto ocioso y vago como se encuentra a cada paso, aplicando muchos de ellos a grumetes de los navíos en las ocasiones de levas.

Nótase el genio de la intriga, al que contribuye mucho su espíritu inquieto y su gran viveza, en las ocasiones que vaca cualquier empleo que proporcione mando u honor. Se mueven entonces todos los resortes de la política y el favor, hasta para el nombramiento de elector de la Universidad, en los empleos del Consulado, en las prelacías de convento, y últimamente en todas las elecciones públicas toma   —25→   parte toda la ciudad, y no queda «persona grande ni chica, mujer u hombre, que no se mezcle con un fervor increíble por sus amigos, parientes, &. Discúrrense las más complicadas e ingeniosas estratagemas, y se oye con este motivo antecedentes tan singulares que, al paso que entretienen por mucho tiempo las conversaciones de las tertulias, dan a conocer de cuanto son capaces, y cuan peligrosos políticos serían si mudasen de objeto; pero, en Lima, todo se reduce (como ellos dicen) al número uno, esto es al individuo.

Sin embargo de tales defectos, veo que sus buenas cualidades aventajan en mucho a las malas. Son dulces en su trato, tienen afabilidad y buena explicación, especialmente en materias amorosas en donde despliegan todos sus chistes y gracias, distinguiéndose en esto con particularidad las mujeres. Diferéncianse éstas de los hombres aventajándolos, no solo en aquellas cualidades físicas que parecen como inculcadas en el varón, sino en las dotes del ánimo y sus propiedades morales. Al más ligero examen percibe un observador atento la superioridad de la limeña sobre el criollo, formando un contraste admirable y que la distingue de todas las demás de su sexo en otros países. Tienen el cuerpo más fornido (a proporción) que el de los hombres; el espíritu más sagaz y penetrante; las ideas más sólidas y permanentes; ejercen sobre los hombres un influjo casi general; son hermosísimas, agraciadas y tan halagüeñas que arrebatan y enamoran; muestran, en sus palabras y acciones, cierto señorío y grandeza que las realza sobre manera; tienen el alma y chiste de las andaluzas, con otros muchos atractivos, y una facilidad en el hablar que las hace muy recomendables. Parece que la fecunda naturaleza ha derramado sobre ellas sus más preciosos dones. Desde muy temprano despliegan todos los resortes de su alma, y aún más que la física perfección de su cuerpo se anticipa la de su espíritu. Se oye a las muchachas discursos, razones y proposiciones que manifiestan lo mucho que se les adelanta el uso de la razón. Una limeña de diez años exige, en la conversación de un hombre bien criado, el mismo respeto y atención que una de quince en Europa. Encuéntrase en ellas, por lo común, más formalidad y honradez que en los hombres, y son muy humanas   —26→   y compasivas. No tienen para con los hombres todo aquel amor y tesón con que éstos las aman, hasta parecer que las idolatran. Por Europa, en las ciudades corrompidas, las damas que pierden el respeto al público y a su reputación, hacen gala del sambenito. Pero en las damas americanas no sucede así: disimulan sus desórdenes, y rara vez admiten en sus calesas a quien no sea o su marido o su inmediato pariente. Puede decirse que más reina la hipocresía que el escándalo. Sin embargo, cuando se comparan las limeñas con las europeas, cuando se examina con atención el espíritu de beatismo e hipocresía tan difundido por Italia y Francia antes de su revolución, y aun por la misma España, fácilmente se prefieren las limeñas, y se conoce que llevan a aquéllas muchas ventajas. La práctica de los cortejos, que ha estado tan radicada en todos aquellos pueblos, sería en Lima la mayor degradación a que pudieran llegar el hombre y la mujer.

Acostumbran los caballeros visitarse desde muy temprano, y ocupan la mañana en tratar sus negocios. Los más de ellos entienden bien los judiciales, y han estudiado las leyes. Andan de capa y gorro los ancianos, y los mozos llevan también su capa con una redecilla blanca, y el vestido de género rico o muy buen paño. Aficiónanse algunos al uso de la patilla, y gastan sombreros redondos del mejor castor; el paño de la capa es de lo más exquisito, bien de grana o azul de San Fernando, con bordado en la esclavina.

Preséntanse igualmente las mujeres con una ostentación que no se conoce en Europa; y sea por imitación, sea por el mal ejemplo o por natural deseo de brillar o sobresalir, manifiesta la limeña sobre este punto un prurito particular. Con efecto, son costosísimos los trajes que usan desde la cuna; guarnécenlos de encajes de los más finos y ricos, usan sortijas, cintillos y brazaletes engastados en piedras preciosas, y nada cede a su magnificencia en el aparato de las camas y de los costosos ajuares de las casas. Pero los exorbitantes gastos a que obliga este lujo, aumentado por el indiferente aprecio y poco cuidado con que miran tan costosos adornos; las romerías bastante frecuentes a los varios pueblos   —27→   de las cercanías; la precisa asistencia al teatro, a los toros y a toda clase de diversiones, en un país donde los placeres se compran a precio demasiado caro, hacen que, en Lima, el mantenimiento de una familia principal exponga a la ruina la más opulenta casa.

Las tapadas, que ya no subsisten en España y con cuyo disfraz tenían las mujeres un velo para sus intrigas amorosas, como lo atestiguan nuestros cómicos, y con el que bajo de oscura nube del manto conciliaban, sin pérdida de su buena fama, los placeres de la libertad con la opinión de un aparente recato, se hallan todavía en la América meridional. Encubren sus ahuecados y el campanudo guardapiés, aunque en el día han variado de traje pues visten a la europea; pero conservan el traje de tapada con sayas o basquiñas de la misma hechura y tamaño; pliéganla, a lo largo con pliegues longitudinales y transversales, del mismo modo que el manto, con el cual se tapan perfectamente la cara, descubriendo sólo la órbita del ojo, de manera que al más celoso marido y al más vigilante padre es imposible, cuando no muy difícil, el conocerlas. Adquiere, con este ahuecado vestido, la figura femenina un volumen tal, que no da pie para inferir su arte y venir en conocimiento de la tapada, a menos que la voz, la figura de los brazos u otras semejantes señales den indicios de la persona.

Pero al paso que con tan cuidadoso esmero procuran taparse aquellas damas desde la cintura arriba, tienen otro no menor por descubrir los bajos, desde la liga hasta la planta del pie. La más recatada limeña descubre sin escrúpulo la mitad de la caña de sus piernas. Y por muy escandaloso que parezca a nuestras europeas este traje, el uso común de él en todo aquel país acostumbra insensiblemente la vista, y hace al fin que no cause la menor novedad, por extraño y chocante que parezca al principio.

Cuando van de guardapiés, traje que usan las personas blancas de noche, llevan sombreros blancos jerezanos con un cintillo, sus mantillas y rebozos. Con ellos se disfrazan perfectamente, y de este modo concurren a bailes las que no   —28→   están convidadas, o a cualquiera diversión pública, y a todas aquellas concurrencias en que tienen interés que no las conozcan.

La ocupación ordinaria de las mujeres es, por la mañana, los templos, y luego sus visitas. Atienden también a su familia y, excepto un corto número de señoras, pocas se ocupan en labores de mano, acostumbrando llamar oficiales de sastre que deshacen y remontan los vestidos, y se emplean en todas aquellas obras y reparos que se necesitan en un buen menaje.

Para que nada falte a la decencia y ostentación con que procuran portarse las familias más distinguidas de aquella capital, usan también de coche a la europea; pero la mayor parte se sirven de calesas que se diferencian de las nuestras en que su caja es cerrada, con asientos en ambos testeros a la manera de berlinas, tiradas por una mula sobre la cual va montado el calesero, y a la zaga un lacayo. Concurren en estos carruajes a los paseos públicos, y en ellos se conoce bien el carácter de presunción de todos los limeños. Confúndese frecuentemente el artesano con el poderoso; cada uno procura igualar al de más alta jerarquía; y como es consiguiente cuando el lujo ha subido a tan alto punto, reina mucho el capricho en esta clase de diversión. Se tiene por indecoroso presentarse a pie en el paseo, y muchas personas se ven obligadas a mantener calesa por no apartarse de los principios de la opinión. Así es que se consideran en Lima, por un cálculo juicioso, más de dos mil carruajes de esta clase.

Decoran y hermosean aquella gran capital varios paseos públicos compuestos de calles de altos sauces y naranjos, adornados con fuentes de bronce: cada una consta de dos calles para coches, y dos intermedias para personas. La Alameda, que es el más suntuoso de todos los paseos, es también el más concurrido; y en la estación, desde San Juan a San Miguel, el de los Amancaes. Este es un cerro situado al N de la población y a corta distancia de ella, en cuyas colinas y faldas nacen y se crían unas flores amarillas que   —29→   le dan nombre y le cubren a manera de una extendida alfombra. Concurren allí a divertirse, a almorzar y merendar. Mucha gente va a caballo, y en este variado cuadro se ve pintado con colores bien vivos el tipo del americano. Al son de una guitarrilla y de unas coplas mal cantadas, bailan, retozan y parecen como desterradas de su espíritu las taciturnas ideas del meditabundo europeo.

En Lima, a modo que en las ciudades de España, hay su plaza destinada para corrida de toros en los tiempos determinados. Los toreros, más ligeros que osados, tienen la costumbre de desjarretar al toro, si no embiste. Cuéntase, entre las diversiones públicas, la de la comedia, para cuya representación hay un teatro bastante capaz. Mantiénese en el teatro buen orden y aseo, a pesar de que no dejan de fumar los espectadores durante la representación; las decoraciones son medianas, y los actores bastante regulares. Por lo común no se representan otras comedias que las que llamamos de magia y de santos. Apláudelas mucho el público, y es de sentir que parezca todavía remota la época en que se destierren del teatro aquellas groseras producciones que, lejos de ilustrar, vician el entendimiento y arraigan el mal gusto.

Antes del año 1771 no se conocían en Lima los cafés. En el día hay varios, y son muy concurridos por la mañana temprano, y a la hora de la siesta. Encuéntrase en ellos toda clase de bebidas y helados, y cada uno tiene su mesa de trucos o de billar.

Hay también casa pública para el juego de pelota, en donde se atraviesa mucho dinero; pero entre todas las diversiones, las peleas de gallos es la que más llama la atención de los limeños, y puede mirarse como la diversión favorita de aquellos naturales Hay edificio construido al intento para la lid, y cada aficionado cría y mantiene en su casa, con el mayor esmero, un crecido número de estos animales. Con ellos acude al coliseo de gallos en los días permitidos para esta función; y sobre la más o menos confianza que cada uno tiene en su regalado animal, se atraviesan apuestas considerables. Asiste a estas funciones un juez. El concurso es inmenso   —30→   y de toda clase de gente, y el anfiteatro corresponde y a la pasión que tienen por esta diversión. Es de figura circular, por asientos y gradas para los espectadores; en el piso principal hay también varios cuartos y galerías que se ocupan igualmente por los asistentes. Págase a la entrada dos reales de América, uno por el asiento y cuatro por la galería. Corre este coliseo por el Gobierno, a cargo de un asentista que, en el día, paga siete mil pesos anuales. Concluido el tiempo del arriendo se saca nuevamente a pública subasta.

Aunque el aumento del lujo en Lima de muebles, mesas, coches, trajes, & ha desterrado en mucha parte los dulces y refrescos, sin embargo son estos frecuentes en algunas casas. Sírvense a la europea, a distinción de asistir los criados bien vestidos y calzados al uso del día, y de presentar primero una especie de toalla larga que sirve al mismo tiempo a varias personas.

En los saraos se bailan minués y bailes de escuela española, y otros que derivan su origen de los negros. Las personas de distinción aprenden la escuela francesa, y bailan tolerablemente, a pesar de que los maestros no tienen la mayor destreza. Muchas damas hay que sobresalen en el baile español. Los bailes de la gente más común se reducen a movimientos de los pies a compás, introduciéndose muchos pasos de la escuela inglesa. En algunos se acompañan con movimientos del cuerpo, que suelen ser más o menos indecorosos según el carácter de la persona que los baila. La variedad de las damas, sus ricos trajes y la peculiar belleza de que están dotadas, hacen muy interesantes y apetecibles estas horas de pasatiempo.

Las procesiones de Lima, parecidas a las de España en la ostentación y solemnidad con que salen las santas imágenes, cuyas andas y blandones son de plata a martillo y de la mayor riqueza, además del numeroso concurso de Comunidades religiosas, Tribunales, Cabildos, & con el mismo orden que en España, se diversifican en todo con las gracias grotescas de las danzas que hacen los negros, los que   —31→   tienen particular afición a ellas, ya por su humor para divertirse, ya por ahorrarse aquellos días de trabajo.

Estábamos en Lima a la sazón que se verificaba la procesión de Corpus, y tuvimos lugar de ser testigos de estas particularidades. Componíase la procesión de las comunidades de San Juan de Dios, la de los Mercenarios, la de Agustinos y la de los Franciscanos. Seguían después el Arzobispo y el Cabildo, y llevaba el palio la guardia de alabarderos del Virrey. Últimamente cerraba la procesión un regimiento de dragones y otro de infantería. En las demás funciones salen las santas imágenes, y se reducen a lo mismo con corta diferencia; pero en ésta sólo salió la magnífica Custodia que en dicha ciudad es de grande riqueza. Asistían los negros, unos con las cabezas adornadas con plumas de gallos, otros con tarjetas en los brazos y palos en las manos figurando una especie de batalla, pegándose golpes a compás de la música en los escudos unos a los otros, quienes repetían lo mismo a su vez. Hacían otros de reyes y de reinas, yendo debajo de un quitasol con su compañía de criados, y con una gravedad y mesura que excitaban la risa. No les falta gracia para bufones a estas pobres gentes, que se olvidan así de su esclavitud y presentan varias de las costumbres de su patria.

Los instrumentos que usaban eran también de bambú, llevados a espaldas de un negro, yendo detrás el que los toca. Además llevan una especie de salterio formado de varias tabletas de diferentes dimensiones puestas en series, en cuya parte inferior cuelga de cada una una calabacilla, cuyo conjunto suple la caja con cavidad que hay debajo de las cuerdas de cada instrumento para que se aumente el sonido. Éste se parece al zumbido del agua cuando cae de un pozo y retumba. Llevan también manojos de cascabeles y panderos, formando con todos estos instrumentos una música ruidosa y alborotadora.

La ilación de este episodio nos conduce naturalmente a tratar con más detención de los negros, ya por que su casta forma en aquel país una tercera especie de habitantes, ya   —32→   también por no privar a nuestros lectores de la curiosidad que ofrecen sus costumbres particulares. Las excelentes observaciones extendidas en el apreciable periódico que se publicó en Lima con el título de «Mercurio Peruano», nos servirán en mucha parte para derramar sobre este punto toda la luz necesaria.

Procede esta casta del permiso concedido para introducir negros, con el fin de reparar la falta de población y auxiliar al mismo tiempo al indio en sus necesarias tareas de las minas. Regúlase en quinientos individuos la internación anual del Perú, y sus castas principales se reducen a diez, a saber: la de los Terranovos, Sucumés, Mandingas, Cambundas, Carabalíes, Cangaes, Chalas, Huachiríes, Congos y Misangas, las cuales derivan su nombre del país originario, siendo muchos de ellos arbitrarios y otros procedidos del paraje de sus primeros desembarques. Los caracteres naturales de estos negros son: pelo como lanoso, ensortijado, y narices chatas; unos son barbudos y otros lampiños: la mayor parte tienen altas pantorrillas. Ócupase a estos negros, como esclavos, en el servicio doméstico de las casas, en las chácaras y haciendas de siembra o plantío, y muchos también en los ingenios de moler metales. Júntanse ellos por sí, y en cofradías, para el culto divino y recepción de los Sacramentos. Todas las cofradías obedecen a dos caporales mayores elegidos por ellos, y cuya dignidad conservan hasta la muerte. Hácese la elección a pluralidad de votos, entre unos negros que se llaman capataces y otros veinticuatro de cada nación que han sido elegidos de antemano con las mismas formalidades. Asiste a ellas, pero sin intervención alguna de la Real justicia, el padre capellán de la Cofradía, y se celebran en la capilla de Ntra. Sra. del Rosario que costean aquellas naciones en el convento grande de Santo Domingo. Elegido ya el caporal mayor, que procuran sea siempre uno de los sujetos más antiguos y descendientes de los fundadores, sientan su nombre en el libro que para este fin se tiene.

Cuando falta algún hermano Veinticuatro o el caporal subalterno de alguna nación, se nombra también bajo las mismas reglas, y contribuye el caporal con diez pesos y el   —33→   hermano con doce, cuyo dinero se invierte por mitad en el culto de Nuestra Señora, y de refrescos que se sirven a aquellos electores. Todas estas determinaciones se asientan en el libro insinuado.

Fomentan aquellas naciones el culto de Nuestra Señora del Rosario. Para este efecto cada individuo da mensualmente medio real, con cuyo monto costean la fiesta que se la hace todos los años, e invierte lo demás en cuanto se necesite para su culto. Sufrágase del mismo modo la función de finados; y subordinados todos a las determinaciones de los caporales mayores, se reúnen en juntas que mantienen los enlaces sociales de las diversas congregaciones y les proporcionan participar de sus recreos. Tienen comprados para el intento diez y seis cuartos, como hospicio, a que llaman Cofradías; una para cada tribu o más, según son éstas más o menos numerosas. Preside en cada una el Caporal de aquella nación. Comienzan sus juntas como a las dos de la tarde, y emplean la primera hora en arreglar las contribuciones de sus funciones, en presentar y decidir las quejas entre capataces, dar cuenta de la inversión de los fondos y proponer el destino de lo que ha sobrado. Lo que ofrecen de interesantes estas sesiones para un observador filósofo, dice el citado Mercurio, es la imponderable formalidad con que los jefes y los subalternos asisten, opinan, escuchan y obedecen. No es menos admirable el fervor con que disponen y confían la preferencia en los asientos de estas juntas, en lo cual se sujetan a un riguroso método de antigüedad. No pueden tolerar la menor injusticia sobre este punto y, aunque envilecidos con la esclavitud, adquieren en estos momentos a la vista de sus compañeros una elevación de sentimientos que transforma, si puede decirse así, su condición y naturaleza. Tan poderoso es el sentimiento de la opinión.

Acabada la hora de la consulta, pasan estos negros, con admirable rapidez, de un extremo de severidad a otro de gritería y bulla. Se ponen a bailar, y excitados a la vista de unas grotescas figuras que tienen en las paredes, y que representan a sus reyes originarios, sus batallas y regocijos, continúan de esta forma hasta las siete u ocho de la noche.

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Distínguense sus danzas con los nombres de Tarengo, Caballo cojo, Don Mateo, el Torito, el Matatoro, el Zango, el Agua de nieve, etc. Por lo general baila uno solo, y el mayor aguante constituye su habilidad. Otras veces bailan dos o cuatro personas, cantando al mismo tiempo y haciendo contorsiones ridículas y opuestas a la decencia, pero que no tienen la menor influencia entre estas gentes cuyas impresiones cesan con la diversión. Tocan durante esta sesión, además de los instrumentos ya citados, unas pequeñas flautas que suenan con la respiración de la nariz; golpean también con una quijada de caballo o borrico descarnada, con la dentadura movible, y frotando un palo liso con otro entrecortado en la superficie. Forman con todos estos instrumentos una música ruidosa y desapacible.

Congrégase la tribu cuando muere algún caporal o hermano veinticuatro, o las mujeres de éstos. Allí velan el cadáver, que alumbran con cuatro velas de sebo. Colócanse los hijos a los pies del féretro, y a los lados los parientes, apostrofando de tiempo en tiempo al cadáver. Los condolientes saltan y dan vueltas al rededor, parándose de cuando en cuando para recitar en voz baja ciertas preces de sus ritos e idioma nativo. Cada concurrente da medio real para los gastos del entierro y para comprar la bebida que se reparte, que generalmente es el guarapo. Antes de beber arriman la copa llena a la cara del cadáver, y le dirigen una larga conversación como para convidarle. Supuesta su libación, pasan el mismo recipiente a los dolientes más inmediatos, y de éstos se trasmite hasta el último, guardando la mayor escrupulosidad en la preferencia de antigüedad de cada uno. Al fin bebiendo, cantando y bailando, acaban la función con llanto.

Cuando quiere contraer segundas nupcias la viuda de algún caporal de la tribu, tiene antes que hacer constar el amor que profesó a su antiguo marido. Para esto llevan a la viuda, el día que llaman de quitaluto, en silla de mano, desde su posada hasta la cofradía. Entra llorando, y si no sabe sostener el papel se expone a que la castiguen con azotes por el criminal defecto de ser ingrata. En el acto de su entrada   —35→   degüellan un cordero, sacrificándolo a los manes del difunto, y la novia presenta una salvilla de plata con los zapatos que ha envejecido y roto durante su viudez. Concluidas estas ceremonias se verifican los preliminares civiles del casamiento, y todos se esfuerzan en obsequiar a los recién casados con licores y comestibles de todas clases. Pero no se necesita ninguno de estos requisitos cuando vuelve a contraer esponsales un viudo, porque entre estas naciones, como entre todas las tribus salvajes, es mengua mostrar dolor por la muerte de una mujer.

Las negras y mulatas andan en Lima, de día, con guardapiés parecidos a los de sus amas, aunque no de tanto diámetro. Otras llevan encima del traje una camisa hendida, a modo de sobrepelliz, con los brazos remangados. En general, estas esclavas, y la gente de servidumbre procuran adornarse y tener un lujo que no poco perjudica a las costumbres y a los intereses de sus amos, y engreídas por la excesiva confianza que acostumbran depositar en ellas sus amas, aspiran a igualarlas hasta en el lenguaje y los placeres, y en cierto modo dan el tono a las modas.

Concluiremos de una vez con las noticias relativas a los negros y negras, dando una idea del régimen que se observa en las haciendas.

El número que se encuentra en algunas constituye el de una mediana población: en varias llegan y pasan de cuatrocientos, y según las noticias que hemos podido adquirir, hay algunas hasta con mil. Como tan crecido número de hombres no podrían dedicarse a la labor ni a la fatiga sin una especie de policía y disciplina, hay además del administrador o propietario, un mayordomo, que es un esclavo de confianza a quien se le distingue en el trato. Es él encargado de reglar las labores y señalar a cada uno su tarea, además de nombrar dos alcaldes negros que celan el desempeño de sus compañeros, y los desórdenes que suceden por las noches. Sus alojamientos, según vemos en algunas chácaras,1 se reducen a una garita o celditas para los matrimonios; y los solteros se acomodan según las proporciones de la hacienda.   —36→   Entre dichos cuartos hay uno que sirve de cárcel, donde están los instrumentos de mortificación como grillos, etc.

El alimento ordinario es harina de maíz y fréjoles que ellos condimentan, y de que hacen un guiso particular a que llaman zango. Suelen también distribuirles charqui. Los domingos se les da tabaco o un real para que lo compren, y los días de labor trabajan desde las siete hasta las doce de la mañana, y por la tarde desde las dos hasta las cinco; por manera que emplean, ordinariamente, en sus labores nueve horas del día. En los trapiches2 acostumbran señalarles tareas cuya duración se abrevia según la agilidad del trabajador.

Consiste su vestuario en calzón y capotillo de cordellate o bayeta de la tierra, siendo de lo mismo el de las mujeres. Renuévase éste a proporción de la necesidad o del humor de los amos, y así en unas haciendas van decentes y cubiertos, y en otras van medio desnudos.

La mayor parte de estos negros son esclavos. El precio de cada uno varía desde quinientos a mil pesos, según sus talentos, robustez y habilidad; y a juzgar por lo que nos ha parecido no deja de propagarse esta casta.

Volviendo, pues, a coger el hilo de nuestra narración, finalizaremos estas noticias sobre los usos y costumbres de los habitantes de Lima dando una sucinta descripción del modo como reciben a sus Virreyes, y de los magníficos aprestos con que hermosean aquella majestuosa función, digna de un pueblo generoso y leal que lleva hasta el entusiasmo la veneración que profesa al soberano.

El Excmo. señor Don Antonio de Ulloa ha descrito, en la Relación de su viaje a la América Meridional, el pormenor de estas funciones, con tanta puntualidad y elegancia que sería temeridad describirlas nuevamente, tanto más que restituidas   —37→   a su antiguo lustre en la entrada del Excmo. señor don Juan Francisco Gil y Lemus, verificada durante nuestra primera estadía en el Callao, todas las ceremonias propias de esta ocasión que se habían menguado considerablemente en los años anteriores, en nada podía aquella narración quedar corta, sino en el número ya mucho mayor del pueblo, y en las aclamaciones procedidas ahora de un afecto mayor al Augusto Soberano, noblemente representado a tamaña distancia del trono. Pero como la escasez de aquella obra privaría a muchos curiosos de enterarse del pormenor de muchas funciones, poco conocidas en Europa por razón de las circunstancias locales, hemos creído oportuno insertar aquí su descripción, con muy cortas variaciones a las que pone dicho señor Ulloa en el tomo tercero, pagina 59, de su citado viaje.

Luego que desembarca el Virrey en el puerto de Payta, doscientas leguas de Lima, envía una persona de distinción que, con el carácter de embajador, participa al último Virrey su llegada a aquel Reino, cuyo mando le ha concedido el Rey. Recibe el Corregidor de Payta al Virrey en el mismo puerto, con la dignidad correspondiente a su persona, y suministrándole cuanto necesite para su viaje lo acompaña hasta el corregimiento inmediato, formando ramadas en aquellos despoblados en que ha de hacerse parada. Llega por último a Lima, y sin detenerse pasa como de oculto al puerto del Callao, donde lo reciben y reconoce uno de los Alcaldes ordinarios de Lima, nombrado para este fin, y los oficiales militares, hospedándole con toda la ostentación posible. Al día siguiente van a cumplimentarlo todos los tribunales civiles y eclesiásticos, y los recibe debajo de dosel, dando principio a la ceremonia la Real Audiencia, y después todos los prelados de las religiones, colegios y personas de lustre. Acompáñanle a comer este día los Oidores, en la suntuosa mesa que le hace servir el Alcalde, esmerándose todos los sujetos distinguidos en obsequiar igualmente a su familia. Por la noche se representa una comedia, y tienen libertad todas las señoras para entrar de tapadas a ver la cara del nuevo Virrey. [38]

El día siguiente, segundo de su llegada, sale en un magnífico coche que le tiene prevenido la ciudad, y llega hasta la capilla de la Legua, así llamada por estar en la mitad de la distancia desde el Callao o Lima. Allí se halla con el Virrey que acaba, y saliendo ambos de sus coches, hace éste la ceremonia de entregarle un bastón en señal de que le pasa el mando del reino. Concluido esto, y después de los cumplimientos regulares, se separan y sigue cada uno su camino.

Si el que llega tiene ánimo de hacer su entrada a los pocos días, se vuelve al Callao; pero siendo más regular que medie algún tiempo, ínterin se hacen los preparativos necesarios, pasa a Lima, y desde luego se aloja en Palacio, cuyo adorno está al cuidado del más moderno Oidor, y del Alcalde ordinario.

Señalado el día para la entrada pública, limpias y adornadas las calles y colgadas, y de distancia en distancia arcos de triunfo, en que no luce menos el arte que la riqueza, pasa el Virrey de oculto, a las dos de la tarde, a la iglesia y monasterio de Monserrate, y juntos ya los que componen el acompañamiento, monta el Virrey y toda su familia en caballos que le previene la Ciudad para esta ceremonia, y sale a incorporarse y cerrar la marcha del concurso que le sigue, en este orden. Dan principio las compañías de milicias, y después los Colegios, la Universidad, cuyos doctores van en el traje correspondiente, el Tribunal de cuentas, la Audiencia, a caballo con gualdrapas, y el Cabildo secular, con ropones de terciopelo carmesí forrados con brocados del mismo color, y gorras, traje que sólo usan en esta función. Los individuos del Ayuntamiento, que van a pie, llevan las varas de un palio, bajo el cual entra el Virrey: y los dos Alcaldes ordinarios, que también visten del mismo modo y sirven de palafreneros, llevan asida la brida del caballo. El Cabildo ha representado cuanto ha creído conveniente para eximirse de esta costumbre; pero por real cédula de 7 de Mayo de 1794 se permite aquella prerrogativa, para imprimir en el pueblo, por estas exteriores ceremoniales, la justa veneración que se debe a la Real Persona representada por el Virrey.

El paseo que hace el Virrey en esta forma es algo dilatado, [39] porque rodea varias calles, hasta que últimamente entra en la Plaza donde la tropa ocupa la fachada opuesta a la Catedral. Apéase a su puerta, y lo reciben el Arzobispo y Cabildo eclesiástico, y entrando en la Iglesia se canta el Te Deum solemnemente, para lo cual el Virrey y los Tribunales ocupan los lugares que les corresponden. Y concluida esta función vuelve a montar a caballo. Y se encamina a Palacio, desde el cual es conducido por la Audiencia al Gabinete, donde se le sirve un magnífico refresco, que también es general a toda la nobleza que se halla en los salones.

Al siguiente día vuelve a la Catedral por la mañana, en su coche, con el séquito y ostentación que se acostumbra en todas las fiestas de tabla o funciones públicas, y se reduce a marchar toda la compañía, guardias de caballería, los Tribunales en sus coches, y últimamente el Virrey y su familia, seguidos por la compañía de alabarderos. La iglesia se adorna para este acto con la mayor suntuosidad y grandeza que es posible. El Arzobispo oficia de pontifical la misa de gracias, y uno de los mejores oradores de aquel coro predica. De allí se vuelve a Palacio, donde le cortejan la nobleza, y lucen con emulación las galas y riquezas. En la noche de este día, y en la de los dos siguientes, se repite el refresco, con la mayor abundancia y delicadeza que es imaginable, y los dulces y helados siendo exquisitos, se sirven a los señores y caballeros con grande magnificencia, en primorosa vajilla de plata. En ellos hay permiso para que concurran al palacio, a sus salones, galerías, y jardines, todas las señoras tapadas de la ciudad.

A todo este obsequio y cortejo sigue el de la diversión de corridas de toros, que duran cinco días. Los tres primeros por el Virrey, y los dos últimos en obsequio del embajador que envió dando aviso de su llegada. Concluida la celebridad de los toros, siguen después las ceremonias de reconocerlo por Vice-Patrón Real la Universidad, los Colegios y todas las comunidades de Religiosos y Monjas, donde no menos que en la antecedente brilla la ostentación y liberalidad en los premios con que se recompensa a los ingenios que más se distinguen en los elogios al Virrey, en cuya [40] presencia se celebran certámenes, cuyos asuntos y premios se publican después. El Rector los reúne en un libro forrado de terciopelo con cantoneras de oro, que obsequia el Virrey, acompañado de una alhaja que nunca baja de ochocientos a mil pesos.

Con el mismo orden que la Universidad siguen los Colegios, con la diferencia que no hay certamen poético, continuando después las religiosas por el orden de antigüedad, y las superioras de los conventos de Monjas le envían la enhorabuena; y cuando va a visitarlas le regalan las comunidades aquellas cosas de más curiosidad que se fabrican en ellas, según lo permite el instituto de cada una.



Pasaremos a dar una idea de las ciencias, empezando por manifestar los Colegios y Seminarios en que se cultivan aquéllas. La primera es la Universidad denominada de San Marcos, la más antigua del Nuevo Mundo, fundada en el año de 1551. Hállase cimentada bajo el mismo pie que la de Salamanca, y dotada con crecidos fondos para el entretenimiento de sus empleados y la dotación de sus catedráticos, que llegan hasta quince. Ilustran sus claustros 344 doctores: -178 juristas, 146 teólogos, 16 médicos y 14 maestros de artes. Se le ha agregado en los últimos años una copiosa y escogida librería de todas las obras que dejaron los expulsados jesuitas; pero sería de desear que disfrutase de ella el público, auxilio que contribuiría mucho a la propagación de las luces, y del que se carece enteramente en aquella capital. Siguen luego los colegios nombrados de Santo Toribio y el Convictorio de San Carlos. Fundose el primero por el santo arzobispo de aquel nombre cuando regía la silla del arzobispado de Lima, por cuya razón corre a cargo de sus sucesores. Tiene veinticuatro becas, y se enseñan en él la Filosofía, el Derecho civil y la Teología. Cúrsanse en el segundo las Matemáticas, la Filosofía, Teología y Derecho; y de las 17 becas que componen las de su dotación doce son de merced, costeadas por el Rey, y las restantes por particulares. Creose este colegio el año de 1770 de la reunión del de San Martín, que estaba a cargo de los Jesuitas, y del mayor de San Felipe que se fundó el año de 1592 para los descendientes de los conquistadores.   —41→   Corre inmediatamente bajo el auspicio del Real Patronato, pidiendo en los que no sean hijos de conquistadores la necesaria buena calidad de sus personas. Hay además un colegio de estudios gratuitos de latinidad, con la denominación de El Príncipe, fundado por el príncipe de Esquilache para los hijos de los indios nobles. Un anfiteatro anatómico, concluido el año 1792, destinado para la enseñanza de Anatomía a los profesores de Cirugía y Medicina, conforme se practica en el Hospital General de Madrid; y últimamente una academia de Pilotaje que, por orden del Rey, se ha establecido desde el año de 1791 en el Callao, bajo la dirección del capitán del puerto, con su correspondiente ayudante y maestro de aquella ciencia. Esta Academia, erigida en un pueblo como Lima, que, por su situación local y las extendidas relaciones de su comercio, necesita más que otro de pilotos hábiles y diestros en el dificultoso arte de navegar, desterrará sin duda las perniciosas y envejecidas prácticas que la ignorancia había difundido con grave daño por todas aquellas regiones.

Si juzgamos de los progresos de las ciencias por el número y mérito de las obras que se publican, es menester confesar que en Lima son muy pocos los adelantos que se hacen. Esta especie de contradicción, cuando por otra parte ensalzamos las ventajosas condiciones que tienen los naturales y su particular facilidad para las ciencias, las artes y a cuanto se aplican, tiene origen en la constitución del país y en otras varias circunstancias morales y políticas. Lima ha producido, un siglo después de su conquista, un muy largo catálogo de escritores y hombres doctos, poetas, dramáticos, históricos, teólogos etc., etc. que escribieron en su patria y fuera de ella, aunque incurrieron en los vicios que traía consigo el gusto de su siglo, como sucedió en Italia, Francia y España. Este amor a las ciencias era efecto de los conatos que pusieron en adornar a aquel país los primeros conquistadores y sus inmediatos sucesores. A principios del siglo XVII, y aún entrado éste, al paso que decayó la Metrópoli cayó también la América en una languidez, de que sólo ha despertado en otros ramos por las incesantes providencias de la Corte.   —42→   Pero la educación, este primer cimiento de la prosperidad y felicidad pública, quedó como envuelta en la obscuridad de una profunda y larga noche. Todo hombre sensato confiesa, en Lima, que en vano oponen los niños su ingenio natural a los vicios de la educación.3

La perniciosa costumbre de entregar los niños a unos hombres sin instrucción que, bajo el título de ayos, los rigen y mal instruyen, causa más males que una absoluta ignorancia. Derramados otros por los conventos y casas particulares, no siguen en sus estudios un sistema fijo ni uniforme, y faltos de ser vigilados por personas instruidas aprenden muy poco o nada. Últimamente, aunque de la enseñanza de los colegios salen algunos bien aprovechados en las ciencias mayores, pocos continúan el estudio, abandonándolo desde luego que abandonaron sus cursos. Este descuido y el no salir de su patria enmohecen y debilitan aquellos resortes de su espíritu que, puestos en acción, harían ver a cuánto se extiende el sublime ingenio de los limeños. Así lo dejan inferir, en cuanto a la poesía, en las infinitas composiciones que llevan a cada paso en cualquier certamen o con cualquier otro motivo, y en donde muestran la facilidad para la composición y su fertilidad para los conceptos.

Estas reflexiones, debidas en su mayor parte a los hombres instruidos que nos honraron con su amistad en Lima, bastarán por sí solas a manifestar las causas de aquel atraso; y guiados nosotros de un verdadero deseo por la gloria de aquel venturoso país no nos detendremos en asegurar, al concluir este capítulo, que convendría cultivar más las útiles ciencias exactas con preferencia a las meramente especulativas. Con efecto, un reino como el del Perú, lleno de   —43→   preciosísimas producciones que utilizar, de montes que abrir, de pantanos que desecar, de metales que depurar, &, necesita más de sujetos que sepan conocer y observar la naturaleza y manejar el cálculo, el compás y la regla, que de quienes entiendan de filosóficas disquisiciones.



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ArribaAbajoComercio interior y exterior del Reino del Perú, modo de ejecutarlo y estado de él

Ya sea que el comercio deba su origen al gusto de la comodidad y de las superfluidades, más bien que a la invención de la moneda, o que por el contrario haya sido éste el fundamento de aquél, lo cierto es que al comercio se debe que todos los ramos de la industria se hayan elevado, en nuestros días, al alto grado en que los vemos hoy de finura y delicadeza. Por esto es que interesa tanto a la Europa comerciante el examen de los fondos y recursos de los países adonde tiene o puede establecer su comercio, y que se ha ocupado con tanto esmero en todo tiempo en formar balanzas exactas de las plazas con quienes trafica. La América Meridional, por las inmensas riquezas y frutos preciosos que abriga en su seno, y por el comercio activo que tiene con la península y otros puntos de la misma América, es con razón merecedora de que nos detengamos a establecer la balanza de aquel comercio. Con este ánimo examinaremos la variedad de los primeros elementos que lo constituyen, las diversas épocas y formas que ha tenido, y comparando éstas entre sí, manifestaremos cual ha sido la más ventajosa al Perú, ilustrando el todo con las reflexiones que proceden de los mismos asuntos, y con la brevedad que exigen la naturaleza y los estrechos límites de esta obra.

Bien pedía el orden que nos hemos propuesto seguir en la recopilación de nuestras observaciones, que anticipáramos   —45→   la descripción de las diversas provincias que componen el Virreinato, dando idea de su situación, de sus frutos, producciones e industria antes de tratar del comercio general de todas ellas; pero siendo Lima el centro de todo el Reino, a donde van a parar no sólo los efectos del mismo Virreinato sino los de Buenos Aires, Santa Fe y Chile, y beneficiando recíprocamente aquella capital a todas sus provincias, a las unas con frutos de las otras, y a las más con su plata acuñada, de tal modo que si faltase alguna vez en aquella ciudad quedaría suspenso y estancado todo el comercio del Reino, no es posible por tanto tratar del giro de Lima sin abrazar al mismo tiempo el de las provincias; y otra cualquiera división, lejos de traer método y claridad, envolvería aquella materia en obscuridad y confusión. Para evitar también ésta, en cuanto al modo de tratar el comercio en general, lo hemos subdividido en el orden y método que sigue:

1.º Comercio recíproco del Reino con la capital.

2.º Comercio de Lima con los puertos de la mar del Sur.

3.º Balanza del comercio de España y aquella América.

I

Comercio recíproco del reino con la capital

Empezando por el N concurren a Lima de los países que allí llaman de Valles, y se comprenden desde Trujillo hasta Paita con tráfico de muchos arrieros con jabón, arroz, tollos, cordobanes, tocuyos, añil de Piura, mantelería, algodón en bruto, sombreros de totora, colchas y calcetas de algodón, zapatos hechos, alguna azúcar, cajetas de varios dulces, borricos y algunas mulas, tabaco de Saña y Lambayeque, etc.

Siendo todos estos géneros de consumo, su acarreo es continuo, y se venden a plata de contado cuando los trae algún particular. Siendo por comisión, vuelven en retorno géneros de Castilla. En cuanto a la balanza de este comercio,   —46→   parece que se halla a favor de Lima, pues se nota que envían siempre alguna plata aquellas provincias, prueba evidente que excede en los efectos europeos que en ellos se gastan a lo que remiten de sus frutos e industria.

De las provincias confinantes a Valles, pertenecientes al obispado de Trujillo, que son Huamachuco, Pataz, Cajamarca, Chachapoyas, Moyobamba y Jaén de Bracamoros y la de Loja, pertenecientes estas dos últimas al obispado de Cuenca, remiten parte de la cascarilla que allí se consume, y se remite a España, tabaco, frazadas, ponchos, bayetas, panetes e hilados de algodón; y de Cajamarca, alguna mantelería fina, tocuyos, lanas y otros géneros de los que se fabrican en los obrajes.

Acercándose al arzobispado de Lima, y entrando en él la parte de Valles, no presentan comercio particular; y los pocos pueblos que hay en la carrera se mantienen del producto de los pastos, para las recuas que pasan frecuentemente, y de algunas sementeras. Envían sal a Lima y a los minerales, y la embarcan también para Chile desde el puerto de Huacho; Chancay, último pueblo hacia Lima, que cría puercos en abundancia, y de ellos sale toda la manteca que se gasta en la ciudad.

De las provincias confinantes con esta parte de los Valles, que son Conchucos, Guamalíes, Guailas, Cajatambo y Canta, remiten igualmente frazadas, ponchos, bayetas, pañetes, lonas, dulces, quesos, la mejor azúcar, lana para colchones y casi todo el carnero que se consume en Lima.

De Huánuco envían también algunos de estos artículos y cascarilla muy estimada. De Tarma remiten carneros, lanas y varios hilados de algodón; pero especialmente la mucha plata que da el Cerro de Pasco. Jauja da buenos tocinos y jamones, y harinas, que remite a Pasco, Tarma, y otros parajes, jergas, pañetes negros, muchos carneros y semilla de alfalfa y papas. La provincia de Huarochirí da plata de sus minas, frutas, legumbres, carbón, quesos, y otras menudencias que le proporciona la inmediación a Lima.

Habiendo en la mayor parte de esta provincia, particularmente en Conchucos y Huamalíes, minerales de plata y   —47→   oro, se forma del producto de éstos y de los frutos que manufacturan en todas ellas, un cúmulo en el mismo Lima, donde residen ordinariamente los dueños de minas, vinos, aguardientes y mucha ropa de Castilla. La balanza de este comercio les es favorable a dichas provincias, porque sin duda producen y remiten más de lo que se les retorna; pero ha de notarse que, como residen en Lima los dueños de obrajes, queda en la capital todo aquel sobrante, y aún quedan alcanzados los serranos (como se llaman allí a los de aquellas provincias); porque regularmente están debiendo a los dueños o habilitadores. Entran también en Lima los productos de los curas y de las haciendas de manos muertas. Aquellos envían todas las rentas de sus curatos, y de éstas vienen los frutos para la manutención de sus dueños. A todo lo cual debe añadirse el diezmo de los frutos y el producto de la cuarta funeral que también han de parar en Lima, ya sea para el Arzobispo o mesa Capitular, o bien para la Real Hacienda, igualmente que el producto de bolsa y papel sellado y los censos de la Inquisición. Otro ramo, y de los más principales, es el dinero que remiten de aquellas provincias a sus apoderados, abogados y protectores, ya para sus dependencias en Lima, ya para remitir a la Corte por sus pretensiones. Últimamente piden negros para las haciendas o su servicio, y en esto viene a invertirse finalmente el sobrante de los hacendados de todo el Reino. Réstanos sólo advertir que todas estas provincias tienen su comercio recíproco entre sí, y particularmente con los minerales, a donde acuden con sus efectos; pero no siendo posible fijar exactamente su valor, y siendo además éste en tan corta cantidad que nada influye en la balanza de comercio, dejaremos de hablar de él para cuando lo hagamos particularmente de cada provincia.

Dirigiéndonos ahora hacia el Sur empezaremos por el Cuzco. Éste no tiene otros efectos que pellones, alfombras, y alpacas; y de estos ramos, el de pellones es de más consideración. De Huamanga viene alguna suela, vaquetas y vaquetillas, tapices dorados para espaldares de sillas y canapés baúles forrados en lo mismo, papeleras, frontales y algunas pinturas. Huancavelica produce sus azogues; y Arequipa y   —48→   sus partidos remiten algún aceite, vino de Moquegua y botijas de aceitunas.

Provee Lima a estas cuatro capitales de hierro y ropas de Castilla, de cuyos envíos recibe aquélla anualmente más de un millón de pesos en plata sellada. Digo en plata sellada, porque viene en barras o tejos de oro, por haberla cambiado en reales en el mismo Cuzco, Arequipa, Huamanga, y Huancavelica. Aclararemos esto: traen por ejemplo 200 pesos los correos del Cuzco y Arequipa; como en estas dos ciudades y en sus jurisdicciones hay algunos minerales y no Casa de moneda, los mineros que llevan barras a quintar a las Cajas Reales las dejan en ellas, cambiándolas por el menudo que han adquirido las cajas de las sucesivas pagas de sus entradas, como son tributos y derechos. Hacen lo mismo Huamanga y Huancavelica cuando pasan los correos, y de aquí que llegan a Lima de dichas cuatro ciudades barras y tejos de oro y mucha plata menuda, todo ello producido del comercio activo que tienen con algunas provincias del Virreinato de Buenos Aires. Debe tenerse presente que por este mismo conducto compra y paga la ciudad de Lima todas las mulas del Tucumán, de que se sirven en el Virreinato casi exclusivamente, y cuyo importe ascenderá cada año a unos 30.000 pesos en efectivo, y muy pocos en efectos.

De las provincias más cercanas a Lima, también por la parte del Sur, como las de Castrovirreina dan alguna plata, y en retorno llevan ropa de Castilla así como de la tierra. Ica, que fabrica mucho aguardiente, remite de él no sólo a las provincias del Norte, sino también a Lima, además de algunas frutas secas y verdes como uvas, sandías, higos secos y pasas; y de una fábrica que tiene de vidrios ordinarios envía grandes porciones, que se gastan entre la gente ordinaria de Lima y otras provincias. Lo mismo puede decirse de Pisco y Nasca, añadiendo que éstas abastecen a la ciudad con gran copia de vinos.

El retorno de estos efectos es en ropas de Castilla, negros y en muchos utensilios domésticos y de sus haciendas.

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Las provincias de Chincha y Cañete surten la mayor parte de la azúcar que se gasta en Lima y se embarca para Chile, y toda ella pertenece a gente, acaudalada que reside en Lima, o a comunidades en la misma ciudad. Los indios de estas provincias llevan pescado y sal de Chilca, y suelen remitir algún fríjol, garbanzo, maíz y otras semillas o frutas; pero en poca cantidad, por la pobreza y corto número de los indios. Sucede lo mismo a la provincia de Yauyos, que envía queso y chalonas, siendo pobrísima y de terreno tan fragoso que apenas hay uno que otro pueblecito de cría de ganados.

Como la mayor parte de los efectos que recibe Lima consiste en comestibles que introducen para abastecerla, su pago lo hace regularmente en numerario. Sin embargo, tiene también, aunque pocos, algunos artículos propios que remite a las provincias, y con lo cual aumenta la deuda de ellas. Tales son muchos sombreros que salen para todas partes, franjas de oro, de plata y seda, que aprecian mucho en los países que llaman de Sierra, chocolate, vinos, botica, añil del Brasil, campanas, ollas, utensilios de cobre, almadenetas para los ingenios de azúcar, y otros renglones de las cosas más comunes y usuales.

Hecha ya la enumeración de los principales artículos que constituyen el comercio recíproco de la capital con las provincias del Virreinato, falta ahora determinar el monto total de la cantidad a que asciende el valor de cada uno. Aunque no parece todavía de los datos suficientes relativos a este último punto, sin embargo, por documentos fidedignos que existen en nuestro poder, hemos formado un estado que, aunque por sí solo no basta a fijar formal concepto de su comercio, especificándolo, como corresponde, sirve no obstante a fundar una idea bastante exacta del estado en general de aquel comercio del Perú. En dicho estado se individualizan los géneros que, por las vías del Cuzco, Arequipa y Valles, han entrado en Lima en frutos, plata y oro en pasta, en el quinquenio de 1775 a 79, sin incluir lo amonedado que igualmente entra, por no ser posible calcular este artículo careciendo de los datos precisos para verificarlo. Resumiendo el todo, se halla que, en el quinquenio de 1775 a 79, entraron en Lima por aquellas tres sendas:

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En efectos del país conducidos a Lima pesos 7.504.393-7 ½ reales.
En lo amonedado y pastas, en el quinquenio pesos 20.939.459-3 reales
Totalpesos 28.443.853-2 ½ reales

Y por las mismas vías salieron:

En efectos de Castilla, en el quinquenio dicho19.420.342-6 reales
    32.859.820-6 3/4
En efectos del país 3.439.478 3/4

Para este tráfico salen, habilitadas por los principales comerciantes de Lima, diferentes personas que bajan con su dinero y crédito a comprar las mercaderías de Europa, licores y otras del país. De este modo se abastecen las plazas principales del interior, y de ellas, por lo común, se surten luego de cuanto necesitan los demás pueblos, según su situación. Algunos individuos se ocupan en hacer viajes a la Sierra con géneros; allí los venden como pueden, y se restituyen a Lima; y a esto se reduce el método que tienen los comerciantes de la capital para proveer sus propias provincias y las ajenas.

II

Comercio de lima con los puertos de la mar del sur

Procediendo del mismo modo que anteriormente, vamos ahora a manifestar el mutuo tráfico que tiene Lima con las provincias y reinos de Chile, Santa Fe y México. Verifícalo con el primero por los puertos de Valparaíso, Concepción y Coquimbo; pero como de estos puertos, igualmente que de su comercio hablaremos en otro libro con la extensión correspondiente cuando tratemos de aquel Reino, omitiremos por tanto extendernos ahora en la materia, contentándonos con hacer una breve enumeración de los artículos que remiten y reciben, manifestando igualmente la balanza de aquel   —51→   giro a fines del año de 1789. Remite Chile trigo en abundancia, charquis, sebo en bruto y labrado, cobre de Coquimbo, algunos ponchos, jarcias y cáñamos, vinos, nueces, orejones, dulces de varias frutas, lenguas, bacalao, rejas de hierro para ventanas, romanas, quesos, mantequillas, grasa, estribos, cordobanes, algodón, canarios y alpiste. De estos artículos los principales son el trigo, sebo y cobre, y además envía otros de menos consideración.

Recibe en cambio mucha azúcar y miel, bastante ropa de tierra y de Castilla, añil, arroz, piedras de sal, zapatos pintados para mujeres, estaño, todo el tabaco que consume y varios otros artículos de poca importancia.

En el estado siguiente se manifiesta el monto total del valor de estos ramos de importación y exportación, en cada uno de estos años comprendidos en el quinquenio corrido desde 1785 a 1789, y hecho el resumen correspondiente resulta:

Importación total pesos 5.537.775-1 real
Exportación pesos 4.686,423-3 reales
Diferencia en favor del Reino de Chile pesos 847.351-6 reales

Hacen este comercio los buques de aquellas costas que van, tres veces al año, a los puertos referidos. Regúlase para cada expedición el tiempo de tres meses; y los tres restantes, que son de invierno, paran en el Callao.

No será inoportuno añadir aquí que, en el siglo pasado, necesitaba Chile ser sostenido por la capital de Lima, de tal manera que anualmente le enviaba un situado de doscientos mil pesos. Pero la notable esterilidad que padecieron los valles inmediatos a Lima, por el terrible terremoto acaecido a fines del mismo siglo, lo que dio origen al comercio de granos, el cual fomentando al de Chile y agregándosele luego el ramo de cobres, hacen que ya en el día se baste a sí mismo, y aún remita para España.

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Además es muy del caso tener presente que, en este quinquenio, están comprendidos 1416 esclavos remitidos a Lima, que importan 584.499 pesos, cuyo producto se reputa por de aquel Reino; pues, aunque se trasladan algunos que nacen en aquel país, el mayor número procede de los que introducen los portugueses por el Río Janeiro y se conducen después por Buenos Aires.

Los puertos de la mar del Sur, con que comercia Lima y pertenecen al Reino de Santa Fe, son Guayaquil y Panamá.

De Guayaquil recibe Lima el cacao, cuyo artículo es bien sabido constituye el principal fruto de aquella ciudad y su provincia. Provéela también de toda la madera que se gasta en Lima y sus contornos, parte de ella manufacturada en taburetes, papeleras, mesas pequeñas y balaústres, baúles, sillas, catres, molinillos, carena de buques &. Envían también mucha suela, pita torcida y floja, cordelillos, sombreros de jipijapa, cera, cocos, hamacas, mantequilla de cacao, café, alguna cascarilla de sus inmediaciones; y en suma, pasan de doscientos renglones los que regularmente envía a Lima, sin incluir el mucho tabaco que remite a aquella factoría por cuenta de su Real Renta, que puede valuarse en el quinquenio a 120.000 pesos, cuyo artículo, aunque producto de su suelo, no debe comprenderse en la balanza, por no ser ramo de comercio.

Quito, perteneciente también al dicho reino, envía paños azules, trencilla de todas clases, puntos de rengo de la tierra, sencillos y labrados, cortes de alba de Latacumba, y trae de allí mismo tocuyos, bayetas, sayales azules, ordinarios, finos y superfinos, para los frailes de San Francisco; pita torcida blanca, rosarios, y cedazos finos y ordinarios.

Para dar una idea clara y expresiva de la cantidad y valor de los ramos de importación y exportación, cuyo total está señalado en cada año respectivo, extractaremos a continuación lo perteneciente a los artículos más principales.

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Importación
En 210.610 cargas de cacao de 68 lbs. pesos 977210
En maderas pesos 507.106
En 85.100 suelas pesos 124,330
En otros diferentes frutos y efectos menudos, café, cocos, ropas de Quito, ajonjolí, muebles, etc. computados a los precios de plata en Lima pesos 652341
Suma total de la importación pesos 2260987
Exportación
En efectos de Europa pesos 2235719
En 1.107 botijas de aguardiente pesos 22.146
En 6.377 ídem de vino pesos 66.770
En 644 ídem de vinagre pesos 3.220
En 1.822 arrobas de aceite pesos 4.489
En 3.516 arrobas de azúcar pesos 9.230-6 reales
En 64.323 arrobas de harina pesos 96.485-2 »
En otras especies menudas, de costos y derechos hasta aquella plaza pesos471.250-7»
Balanza a favor de Lima en dicho quinquenio pesos358.661-7 »

Aunque por el cálculo antecedente resulta la ventaja, a favor de Lima, de 358.661 pesos en el quinquenio, ofrece sin embargo este comercio varias consideraciones. En él no están comprendidos los aguardientes remitidos después del Estanco puesto últimamente a este articulo; mas no por eso deja de ir de el Pisco e Ica, y siempre viene a ser lo mismo para Lima. Por otra parte, como muchos de los efectos que giran para Quito, por la vía de Guayaquil, retornan por tierra parte de su valor, ya en oro de Popayán o del Chocó, de que se remite bastante cantidad, o en frutos, y recíprocamente   —54→   Lima le envía muchas ropas, a pesar de las que también recibe Quito por la vía de Cartagena y Santa Fe, por tanto es muy aventurado el cálculo exacto de la balanza entre ambas plazas; y siguiendo la común opinión de todos los conocedores del comercio, se vencen, cuando menos mutuamente, los alcances de ambos Virreinatos. En su comercio recíproco hacen entrar en cuenta 80.000 pesos que, por real orden, deben ir igualmente a Quito en moneda menuda, por la escasez que hay de ella en aquel reino donde falta para la precisa circulación.

En cuanto, al comercio de Panamá con puerto del Callao, es poco frecuente; no tanto por la falta de artículos útiles como por lo penoso de la navegación a la subida del Perú, y teniendo Guayaquil efectos casi iguales a los que allí se producen, no tiene tanta cuenta su conducción por la mayor distancia.

Los efectos que envía directamente a Lima son algunas maderas, pitas, bálsamo, algún cacao, que aunque caro lo consumen en Lima por su excelencia las personas acomodadas, escobas, hamacas, baúles y otras menudencias.

Recibe en cambio algunos aguardientes, harinas y ropa de la tierra, y el situado anual de 26.000 pesos; y hecho él resumen de los valores de importación y exportación en los cinco años, desde 1781 a 1789, resulta:

Importación pesos 59.036-5 reales
Exportación pesos 20.163-7 ½ reales
Diferencia a favor de Lima pesos 142.595-2 ½reales

Este es, en suma, el corto valor del comercio qué hacen ambas plazas, cuyo artículo principal consiste en el ramo de negros de la costa de África; y ha cesado en mucha parte por la reciente internación que hacen los portugueses por Buenos Aires, para mayor comodidad. El ramo de perlas no puede valuarse, pues la fácil ocultación de aquel artículo hace que su comercio sea siempre clandestino, por mucha vigilancia que se ponga en impedirlo. Cerraremos de una vez las noticias   —55→   pertinentes a este puerto diciendo que, desde el año 1794, ha cesado el envío del situado anual con que socorría Lima a Panamá. La regeneración del ramo de Real Hacienda en el Virreinato de Santa Fe, a que pertenecía aquella plaza, la ha puesto en disposición de acudir a las atenciones de todo el Reino sin necesidad de aquellos socorros precarios, regularmente tan gravosos como pocos útiles cuando penden de tamañas distancias.

El comercio con la Nueva España se practica por los dos puertos de Sonsonate y Realejo; pero no sólo es de poca importancia sino que tampoco es anual, por el corto consumo que pide su población y porque lo que pudiera remitirle Lima se lo proporcionan más cómodamente otros países.

Consiste la importación en el añil, palo del Brasil, cedros, alquitrán, algún poco de cacao de Soconusco, pimienta de Chiapa, petates, sombreros, y batea. En el quinquenio de 1785 a 1789 (en el cual se cuentan tres años de vacío) han ascendido estos artículos a 210.295 pesos 7 reales y la exportación en efectos, aumentados un 13% por costo y derechos, a 29.416 pesos 4 reales. Resulta diferencia contra Lima 180.879 pesos 3 reales

Este exceso que hacen los productos naturales de Guatemala a las exportaciones de Lima, se les compensa con continuas remesas de plata.

Resumiendo el todo hallaremos que ha ascendido la importación en Lima, en el quinquenio de 1785 a 1789, procedente del mutuo comercio entre el Callao y los reinos de Chile, Santa Fe y México a 8.350.749 pesos 6 reales. Y la exportación en la misma época a 7.823.776 pesos 6 reales. De que resulta diferencia contra el comercio de Lima 526.973 pesos.

Será muy del caso notar aquí que este empeño contraído por el comercio de Lima, lejos de disminuirse en adelante,   —56→   hay fundamentos para creer que crecerá en los años sucesivos. Digo esto porque, atento siempre el comerciante a sus particulares ventajas, ha descubierto que le proporcionaría muchas los envíos directos de la Península a los Reinos de Chile y Guayaquil de los efectos de Europa que allí se consumen; y en efecto, es claro que aquellos géneros formaban un útil equilibrio a los del país con los frutos de dichas plazas. Faltando ellas por el nuevo rumbo del comercio, cesarán también las ventajas que sacaba Lima de aquel círculo, bien es verdad que, en la misma proporción, refluirán directamente a beneficio de los comerciantes de la Matriz y de los puertos con quienes trafica. Además, la ropa de la tierra que ha sido un artículo considerable, es natural que decaiga, pues cuanto más abunden los efectos europeos más se aumenta el lujo, en perjuicio de aquellas rústicas manufacturas. El comercio del azúcar, otro artículo de mucho consumo en Chile, variará ciertamente de aspecto, pues en su perjuicio han establecido los habitantes el trasladarlo a Acapulco, de donde sale a un precio más cómodo.

Estas fundadas razones que evidencian el decaecimiento que experimenta aquel comercio, ha hecho discurrir a algunos que si se le permitiese al comercio de Lima la libre introducción, especialmente de licores, en el puerto de San Blas, como pudiera verificarse sin perjuicio de los intereses de la Metrópoli, contaría desde luego con crecidas ventajas y podría equilibrar el exceso que, en el trabajo, le hacen los puertos de Nueva España sin desposeerse del numerario, como en el día sucede.

Contrayendose otros a que la mayor utilidad del comercio marítimo de aquel reino consiste en que abunden destinos y cargamentos, han pensado que será muy conveniente abrir un nuevo giro en el puerto de Realejo, por el cual se extrajesen las tintas de añil, tan abundantes y exquisitas, que posee el Reino de Guatemala, y pasasen al Callao con destino a España, en lugar de dirigirlas directamente a la Península por los puertos de Omoa y el Golfo, como hasta aquí. No faltan algunas razones en apoyo de esta opinión.

Con efecto, el considerable comercio de aquel ramo que   —57→   han mantenido las provincias de Guatemala, se halla reducido al corto número de cuatro mil tercios, poco más o menos, cuando en otro tiempo pasaba de nueve mil. Esta decadencia procede, en mucha parte, de las incomodidades que ofrecen el puerto y todo el Golfo, tanto por lo malsano de su temperamento (en donde se sacrifican cuantos europeos van destinados), cuanto por la mala calidad del puerto y de los caminos que conducen a él, en cuyos atolladeros perecen recuas enteras.

El puerto de Realejo no ofrece estos inconvenientes. Ese puerto es bueno, de benigno temperamento, y está situado en las inmediaciones de las haciendas en que se fabrican los añiles, y cercado de caminos llanos, poblados y abastecidos, cuyas circunstancias disminuirían mucho los excesivos costos que tiene ahora la conducción de las tintas por dichos puertos. Y no quedaría, dicen, unidas a estas solas ventajas la nueva dirección de este giro, pues en tal caso podrían hacerse también las introducciones de todos los efectos de Cádiz por el Callao, y la frecuencia de trato con aquellos puertos ofrecería cada día nuevos renglones de tráfico, principalmente en Acapulco, de que se seguiría un recíproco comercio en que se emplearían muchas embarcaciones.

Lo que ahora se gasta en la conducción al Golfo de cada tercio de ocho arrobas, que se fabrican en la provincia de León, es lo siguiente:

Por la conducción desde las haciendas al puerto de San Vicente 2 pesos
Por el depósito que en dicho pueblo fundó el señor Gálvez con el nombre de montepío 4
Por el flete de tierra hasta Guatemala, a 2 pesos arroba 18
Por el de Guatemala al Golfo 30
Total 54 pesos

  —58→  

Los costos que tendría hasta ponerse en el Realejo, son:

Por la conducción al puerto de Amapala, desde 1 hasta 4 pesos, según las distancias4 pesos  
Por 6 reales de flete de mar, desde Amapala al puerto del Viejo 6 reales 19....4
Por la conducción en carretas, desde este puerto al Realejo 2 reales
Por el flete de mar del Realejo al Callao, a 12 reales arroba14 pesos  
Resultan de ahorro por el Realejo 34 pesos 4 reales  

De modo que en una cosecha de cien tercios, como lo sería teniendo extracción y abundancia de mulas, de que tanto necesitan en sus fábricas, resulta a aquellas provincias por el nuevo giro un ahorro, del que utilizarían, la mayor parte, con sus buques los individuos de Lima.

Como todas las especulaciones mercantiles, por muy ventajosas que se presenten en los cálculos, ofrecen sin embargo en la práctica unas nulidades y perjuicios con que no se había contado, y que sólo las enseña la experiencia, nosotros, sin entrar en el análisis de las que ahora presentamos, las exhibimos tal cual han llegado a nuestra noticia; para que el público instruido haga de ellas el aprecio que merezcan. Únicamente nos ocurre decir que la conducción por el Callao demorará las remesas algún más tiempo, y que sería bueno tener presente para los viajes las estaciones del   —59→   Realejo, aunque estos plazos deben aminorarse mucho por los nuevos conocimientos adquiridos de aquellos mares. Y además que siempre que aquel artículo de comercio pague en Lima los derechos de alcabala o almojarifazgo, de consulado, etc. estos mismos derechos disminuirán en bastante cantidad la ganancia que ofrece; pero atendido a que sólo es de tránsito, y que el impuesto debe más bien facilitar que obstruir las vías del comercio, es de juzgar que no se le sujete a aquel gravamen.

Habiendo dado una idea del comercio mercantil de Lima con los puertos de la mar del Sur de distinta jurisdicción, resta hablar del que tiene con las plazas marítimas del mismo Virreinato, pero formando los efectos que en él circulan parte del fondo general que sirve al comercio externo de la Capital, es evidente que no debe comprenderse aquel giro en la balanza general, y que su aplicación sólo es como un suplemento para completar la idea del tráfico que tiene Lima. Por esta razón no nos dilatamos sobre este punto, ciñéndonos a lo absolutamente preciso.

Empezando por la isla de Chiloé, no circula en ella otro dinero que el del situado que se le remite; y los frutos que envía a Lima, computados en el quinquenio, ascienden a 286.114 pesos 6 reales, en esta forma:

En tablas y lunas203.392 pesos 6 reales
En ponchos y tordillos 54600
En jamones y pescado salado 28144
Total 286.136 pesos 6 reales

La exportación compuesta de efectos de Castilla y del país, licores, sal, lana, alguna menestra y otras especies menudas, ascendió en el mismo tiempo a 334.579 pesos.

  —60→  

Los puertos frecuentados son al sur de Lima: Arica, Ilo, Iquique, que se llaman de intermedios, correspondientes a la Intendencia de Arequipa; y Pisco del partido de Ica.

Estos hacen su comercio en vino y aguardiente, aceite, aceitunas, pasas, dátiles y otras frutas secas, dulces, cascarilla, cobre, plomo, estaño, algunas obras de madera para carruajes, y estiércol que llaman guano para el beneficio de las tierras de labranza.

Por la parte del Norte están los puertos de Chancay y Huacho, e inmediatos a ellos los puertos de Huanchaco, Pacasmayo y Paita, de la Intendencia de Trujillo. Éstos llevan azúcar y sal de Chancay, y de los demás crecida porción de cascarilla; de Jaén y Quito, ropas de la tierra, lana, pabilo y otras hilazas de algodón y en rama, cordobanes, jabones, arroz y varias legumbres, pescado salado, cacao y diversas obras de mimbres, con otras especies de corta entidad.

Los efectos que de Lima se dirigen son los de Castilla, en su mayor parte para los de intermedios, frutos que recibe de los situados al Norte, y así, respectivamente, surte a estos con los que vienen de aquellos.

Hecho el cómputo correspondiente del valor de estos artículos, ascendió la importación en el quinquenio a 1.658.439 pesos - 1 real. Y la exportación a 725.119 pesos - 7 ½ real.

De todos los artículos, el principal es el de la cascarilla, cuya importación subió a 2.106 arrobas, y toda ella se remite a la Península, igualmente que el plomo y el estaño.

El segundo artículo de más crecido valor consiste en los licores que importan del Sur, y también los que se extraen para el Norte.

Para este continuo y extendido tráfico tiene el comercio una respetable marina mercante. En el día se compone de diez navíos, once fragatas, diecinueve paquebotes y una balandra, que todos cargan 351.500 quintales, y los tripulan 1.460 hombres.

  —61→  

III

Balanza del comercio de España y aquella América

En el estado que sigue se manifiesta, con la expresión correspondiente y general, la importación y exportación de los frutos, plata y oro que han girado entre los puertos de Cádiz y el Callao, en los dos quinquenios corridos desde 1785 a 1789 y el inmediato de 1790 a 1794, y hecho el cotejo correspondiente entre las dos épocas, resulta la siguiente demostración:

Quinquenio Importación Exportación Deuda
Desde 1785 a 17899 42.099.313 6.5/8 35.979.339 6.7/8 6.119.973 7.6/8
De 1790 a 1794 29.091.290 5.½ 31.889.500 6.1/8 2.798.210 1.1/8
 13.009.023 1.1/8 4.089.839 6/8 3.321.763 6.5/8

Analizando este estado se halla que la importación de géneros extranjeros excede en ambos quinquenios a la de los nacionales, evidenciándose por ellos la gran parte que aún toman en el abastecimiento de aquella América; pero atendiendo a que a mediados del siglo pasado no llegaba la internación de nuestros frutos a una décima parte de la del extranjero, y que en el día sólo excedieron los valores de los efectos extranjeros a los nacionales en millón y medio el primer quinquenio, y en poco más de uno en el segundo, es menester confesar igualmente el progresivo aumento que han tenido nuestras fábricas, habiendo dado un paso considerable en estos últimos años.

Nótase igualmente grande variedad en el total de la importación, no sólo en la respectiva a cada quinquenio, sino también en la de cada año particular. Con efecto, en el primer quinquenio ascendió la importación a 13 millones más que en el segundo, habiéndose internado en el solo año de 1786 por valor de más de catorce millones de pesos, cuando en los años siguientes no pasó de dos millones. Esta disparidad   —62→   que haría juzgar que no había un método reglado en los envíos de la Península, tuvo origen en la guerra del año de 81. Al fin de aquella guerra se hallaba Lima escasísima de géneros. Encargaron mucho los comisionados, ponderaron la escasez, y arrastradas del deseo de ganar concurrieron tantas embarcaciones que la internación del año de 1786 puede más bien considerarse como una inundación de géneros, que como regla de comercio. Advertido luego de ello el comercio de Cádiz, disminuyó consiguientemente los envíos de los años sucesivos de tal modo que en el segundo quinquenio de 1790 al 94 fue menor la importación en 2.798.280 pesos 1 1/8 rs. De estos antecedentes se deduce el nivel que va guardando el comercio, pues casi vemos igualada la importación con la exportación en este último quinquenio, conservando como debe el verdadero equilibrio con los fondos del Reino, como manifestaremos después, resultando a Cádiz la moderada ganancia de un 50%; pues de cuatro millones que pueden computarse van anualmente de España, se hallan a la vuelta de los navíos con más de seis millones efectivos, ventaja proporcionada y en la que nos parece debe quedar.

No obstante este resultado es necesario advertir que, desde los tiempos inmediatos a la conquista, recibe la Metrópoli el peso de 170 quintos, en cambio del de 128 cuartos. Esta sola ventaja produce un aumento de 33 ½ por ciento; pero como los caudales en retorno se costean, en su remisión, por cuenta de que los franqueos en España tienen que satisfacer los fletes, derechos y demás gastos, quedando así libre un 21 por ciento.

Si el comercio de España no hubiese tenido esta ventaja y la de un 6 u 8 por ciento por el interés de la plata, habría sido grande su atraso, por los crecidos caudales que en todos tiempos le ha retrasado la América.

Por lo que toca a la deuda de la Metrópoli cabe, a pesar de lo dicho, alguna variedad en su exactitud; pues debe tenerse presente que muchas partidas de la exportación, aunque dirigidas por cuenta y riesgo de particulares, no habían   —63→   sido de comercio y para pago de las importaciones, y tampoco puede fijarse el exacto valor del contrabando; no pudiendo suponerse que sea tan común e igual a la entrada como a la salida, por deber ser mayor el número de los inclinados al contrabando del oro y plata que sale de la América y que proporciona mayor valor en poco volumen, que los que negocian en efectos de Europa que, por lo general, les sucede lo contrario.

Reunidas, por último, las demostraciones del giro que en sus comercios ha hecho Lima con la matriz, con los puertos de América y el interior de sus provincias, en el quinquenio desde 1785 a 1789, resulta:

 Importación Exportación Diferencia
Comercio con la Península 42.099.313...6 3/8 35.979.339...6 7/8 6.119.973...7 5/8
Íd. con los puertos del Sur 83507496 78237766 526973
Íd. con las plazas internas del Virreinato 28.443.853...2 ½ 22.859.820...6 3/4 5.584.032...3 3/4
Balanza y deuda contra Lima - 1.223.079-3 3/4

Aunque, a primera vista, parezca este resultado ser un verdadero alcance contra Lima, sin embargo, apreciadas las existencias de todas clases que en fin de aquella época tenía en mayor suma que los referidos doce millones, según la opinión y avalúo de los comerciantes más instruídos de aquella capital, e igualmente el aumento de utilidad que aquellas debían producir y no es posible puntualizar, se desvanece dicho empeño o deuda pasiva en que parece quedaba aquella capital en el fin del citado año de 1789.

En cuanto a los artículos que constituyen este comercio en la Península, como tendremos en adelante motivo para tratar de ellos, no nos detendremos ahora sino a demostrar la parte que en este giro toman las casas establecidas en   —64→   Lima, y la que es peculiar de los comerciantes de España.

Antes del año 78, en que se estableció el reglamento que en el día rige del comercio libre, todas las embarcaciones que iban de España volvían cargadas, por cuenta de sus dueños, tanto del cobre y estaño como de la cascarilla y cacao, con tal rigor que los particulares comerciantes de Lima sólo remitían de su cuenta algunos de estos efectos, cuando había navíos de guerra de retorno, o por la vía de Chile, remitiendo alguna vez la cascarilla para que fuese por Buenos Aires; pero siendo pocos en aquel tiempo los navíos que llegaban de Montevideo, era por consiguiente también poco lo que enviaban por aquella vía.

Después del año 1778 ya quedó más expedita la extracción por Chile, por el mayor número de navíos en Montevideo, y advirtiéndolo los comerciantes de Cádiz, abrieron desde entonces el fletamento para cualquier particular que quisiese embarcar de su cuenta dichos efectos. En este punto no han hecho la menor novedad ni aún los cuerpos poderosos, como son los de los Gremios y Compañía de Filipinas; pero tal vez no admitirán a los demás en ocasión que hallen interés de embarcarlo todo por su cuenta.

Ya queda apuntado, en otro lugar, el singular afecto que tienen al comercio todos los habitantes de Lima; y con efecto, puede decirse que nadie se exceptúa de comerciar, ya sea con su dinero, ya con los géneros de España o con los de la tierra. No obstante, hay su distinción en los comerciantes. Los principales son los que se llaman cargadores o almaceneros: se puede computar que comercian por su cuenta dos millones de los cuatro que van anualmente de España, teniendo también parte en estos dos millones que comercian los de Lima, los del Cuzco, Arequipa, Trujillo, etc. Los otros dos millones son de los de Cádiz, españoles o extranjeros.

Otros comerciantes hay que se llaman encomenderos, casi todos viven en el barrio de San Lázaro. Éstos regularmente son comisionados para vender géneros de la tierra como aguardientes, azúcares, etc. por cuenta de los dueños   —65→   que están fuera de Lima, y si tienen algún fondo propio lo invierten también en el comercio de géneros de Castilla o en los de la tierra, lucrando al mismo tiempo en el tráfico de sus comisiones y en el de su comercio. Otros comerciantes de que hemos hecho ya mención se ocupan en hacer viajes a los países de Sierra, donde despachan sus géneros y se restituyen a la ciudad.

No siempre ha sido el presente sistema de comercio libre el que ha regido en aquella América Meridional, y se cuentan, desde el tiempo de la conquista, tres épocas bastante determinadas en que ha variado el régimen del nuevo comercio entre la Metrópoli y el Perú. La primera empezó desde los tiempos de la conquista, trasladando los frutos y efectos de la Península, por la ruta de Cartagena, en las famosas flotas que, con el nombre de galeones, navegaban desde Cádiz a Portobelo, excitando al mismo tiempo la envidia de los extranjeros y el vivo deseo de tomar parte en las grandes riquezas que retornaban en su vuelta a la Península. En la segunda, variándose ya esta ruta a mediados del siglo pasado, se dirigían los efectos directamente al Callao por el Cabo de Hornos o por el Estrecho de Magallanes; pero limitado el número de embarcaciones a la determinada por el Soberano; y en la tercera, que actualmente se sigue y tuvo principio en el año de 1778, es permitido el libre comercio y navegación por cuantos quieran ejecutarlo por el mismo rumbo, desde los puertos habilitados en la Península a los que también lo están en aquella América.

Este nuevo y útil sistema, conocido con el nombre de libre comercio, encierra en su mismo título el mayor elogio que de él pudiera hacerse; y no necesitaría los débiles apoyos de nuestra apología, si la opinión de muchos que piensan por un sistema anticuado no exagerase la pobreza de Lima, suspirando por los tiempos y las costumbres antiguas, siendo así que sólo el terror que inspiraba, a mediados del siglo pasado, el nombre del Cabo de Hornos, puede disculpar el dirigir las expediciones marítimas por la vía de Portobelo. Con efecto, a más de la opresión en que gemía el comercio del Perú en tiempo de las Ferias, son incalculables los males   —66→   que ha traído a la humanidad la insalubridad de aquellos países, sepultando muchos millares de españoles llevados allí por las urgencias del servicio. Por otra parte, el método mismo que se observa en el giro del comercio estaba envuelto en vicios capitales, que apartaban del beneficio de las ganancias al mayor número de individuos. Transportábanse los cargamentos por tierra desde Panamá, y los comerciantes del Perú que celebraban en él las Ferias con los europeos, los conducían en sus armadas hasta el del Callao, y surtían con ellos a aquella parte de la América Meridional. De aquí que el giro de la plata efectiva, sobre escritura de retorno, era un arbitrio seguro en el comercio con España, y formando la habilitación de los Corregidores el recurso principal de las negociaciones de la capital con sus provincias, circulaban y se confundían en pocas manos los capitales más crecidos, estancándose la utilidad del comercio entre los poderosos, constituyendo a los demás miembros del Reino en la precaria situación de surtirse a los precios que arbitraba la codicia de los dueños, seguros de que ellos eran los únicos abastecedores.4

Verdad es que no se encuentran aquellos caudales gigantescos que había a principios, y aún a mediados del siglo; pero, si se atiende a la felicidad común, ha ganado mucho aquella capital en cuanto a los recursos para la manutención y comodidad de la vida. En el día experimentan los miembros del comercio, como antiguamente, la demora de cuatro años para emprender nuevas negociaciones, cuyo perjuicio trascendía generalmente como un obstáculo a la activa circulación que el comercio exige. La navegación directa, la erección de la Aduana, el aumento de la tropa, han multiplicado los manantiales de la circulación, y son todos fruto de las franquicias del comercio. En suma, desde la época en que se usó libremente de ellas, ha crecido Lima en cerca de una quinta parte de su grandeza local. Otra ventaja que ha logrado el Perú de esta comunicación y trato más frecuente, ha sido su mayor cultura, y el cambio del lujo de las preseas   —67→   de oro y plata, propias de su terreno, por el de las telas y piedras preciosas de que carecía; así el adorno de las casas el traje de los hombres, los carruajes, etc. son más aseados, más cómodos y brillantes que lo eran antiguamente. Poco importa, pues, que intrínsecamente no sean tan ricos.

Tampoco puede negarse que la extinción del crecido contrabando que se hacía cuando se ejercitaba el comercio de Panamá, se debe al feliz paso del Cabo de Hornos, porque siempre estuvieron por demás las precauciones y el desvelo, llegando el desorden a tal punto que de quince toneladas permitidas a cada expedición de galeones, absorbía trece el giro fraudulento, con gravísimo perjuicio del Estado, siendo bien notorio que el navío inglés que, con el título de permiso, asistía a las Ferias, no cesaba su descarga en todo el tiempo de ellas, recibiendo nueva carga por un costado, al paso que descargaba por el otro.

Examinando los datos de las remisiones a Europa, en las tres épocas a que vamos refiriéndonos, se convence uno palpablemente del sucesivo aumento que han tenido aquellas, y resulta una nueva prueba de las ventajas que se han logrado por la perfección de sus sistemas. Reducida a un quinquenio la suma registrada por el comercio de galeones, en los 16 años contados desde el 1714 al de 1739, corresponde la cantidad de 10.625 pesos. La exportación de los que navegaron por el Cabo de Hornos, en el quinquenio de 1775 a 1779, época del restringido comercio, ascendió a 21.302 pesos 2 reales. La de los 10 años de libre comercio, contados desde 1785 a 1794, asciende a 62.887.566 5 reales que corresponde en cada quinquenio 31.443.783 pesos 2 ½ reales.

Cotejadas, pues, las extracciones respectivas en las tres épocas referidas, resulta que en la de restringido comercio   —68→   por el Cabo de Hornos, se adquirió en el aumento 10.677.385 pesos 2 reales, que es lo mismo que un ciento por ciento en igual tiempo de comparación. Comparada esta misma segunda época del primer giro por el Cabo con la última, resulta igualmente el aumento de 10.141.398 pesos ½ real. Y últimamente, hecho el cotejo de esta última época con la primera de galeones, resulta el admirable exceso a favor de la exportación de 20.818.783 pesos 2 ½ reales. Allí se prueba, demostrativamente, el aprovechamiento sucesivo que ha tenido el comercio en toda la duración de cerca de un siglo, y el que tendrá en lo sucesivo, teniendo presente a lo que sube el patrimonio del Perú para la debida regulación de sus abastos.

De la falta de este conocimiento provienen las declamaciones infundadas de los que ignoran que la libertad mal ejercitada enerva a todo cuerpo civil, y hubo tiempo en que el Consulado y todo el comercio de Lima atribulan su decadencia a la libertad que se les concedió por el reglamento de 1778, fundándose en los planes de importación de los dos quinquenios de 1775 a 1779 y de 1785 a 1789. Pero como siempre saldrán mal las especulaciones que se forman sobre datos falsos, puede servir de regla al quinquenio de 75 a 79, pues en este tiempo era notorio el contrabando en Lima y Cádiz.

Suficiente prueba nos da el navío «Buen Consejo», que salió de Lima a principios de 1779, con dos millones en plata registrados, y dos y medio sin registrar, y habiendo adquirido en el camino la noticia de que la guerra estaba declarada, entró en el Fayal, echando a tierra la plata registrada. Hizo la casualidad que se desamarrase el navío, y saliendo fuera del puerto lo apresaron los ingleses, que andaban por allí cruzando, con los dos millones y medio de pesos en plata y oro, y toda la carga de frutos. He aquí una pérdida, ocasionada por el contrabando, que fue la causa de las muchas quiebras que se experimentaron en Cádiz, y que, a nuestro propósito, destruye el cómputo del primer quinquenio. Lo que admira más y prueba de un modo irrefragable las ventajas de la navegación directa por el Cabo de Hornos, es que   —69→   a pesar de todo este contrabando ejercitado en aquella época, hubo en la exportación el aumento de más de diez millones de pesos, como acaba de demostrarse con respecto a la primera época del comercio de los galeones. En cuanto al reparo de las excesivas importaciones que hubo en el quinquenio de 85 a 89, por la libertad concedida al comercio, ya hemos hablado de él anteriormente; y tampoco puede servir de regla, pues los muchos navíos que llegaron en el año de 86 debe más bien considerarse, según dijimos, como una inundación de géneros que como regla de comercio. Pecaba el primero por el contrabando, y el segundo, por la abundancia; pero una abundancia voluntaria a que nadie les obligaba, así como en el primero se les prohibía el contrabando.

Arregladas, pues, las importaciones en el quinquenio de 90 a 94 al cálculo de los habitadores del Reino, a sus usos y costumbres, a la consideración de que sus principales recursos consisten en las minas, y en el corto acopio de los frutos de sus cosechas y esquilmos, se nota, como lo hemos manifestado en su lugar correspondiente, que moderándose los envíos a proporción de los consumidores y de las demás combinaciones que forman al diestro comerciante, se disfrutan ya los útiles efectos de la libertad del giro. Bien es verdad que los 74 partidos que antiguamente componían aquel Virreinato se redujeron a 51, para componer con los 23 restantes el nuevo del Río de la Plata; pero también lo es que aquéllos consumen y negocian en efectos de Europa una tercera parte más de lo que antes consumían todos juntos, siendo así que las provincias segregadas son de mayor población que las dependientes. Las minas de aquel gobierno rinden en el día, como se verá después, mayores sumas que en lo antiguo, y se deja percibir que ésta es la causa del mayor consumo de las especies europeas; pero este mayor consumo, repito, no se habría verificado si la benéfica libertad del comercio no hubiera dado al Perú cierto grado de prosperidad que no conoció hasta la época de su restablecimiento.

Sin insistir más sobre unas necesidades tan palpables, pasaremos a examinar el patrimonio y riquezas del Perú y lo que de ellas acopla la Real Hacienda, para que este conocimiento   —70→   nos conduzca después a manifestar el equilibrio que, en el día, va guardando el comercio con los fondos de aquel Reino. Por el estado que sigue se manifiesta que en el quinquenio corrido desde 1790 a 1794 se han sellado, en la Real Casa de Moneda, 27.967.566 pesos 6 reales que corresponden al año a 5.593.513 pesos 2 ½ reales, cantidad que puede mirarse como fondo propio, y al cual debe también agregarse lo que adquiere y utiliza en la balanza de su comercio con las provincias del nuevo Virreinato de la Plata, y que se computa en un millón de pesos anuales. Por igual razón, deben también unirse cien mil pesos, poco más o menos, en que se conceptúa el valor de las lanas de vicuña, alpaca, algodones, cascarilla y otros frutos propios que produce el Virreinato y dirige a la Península; de modo que asciende su patrimonio universal a la considerable suma anual de 6.693.513 pesos 2 ½ reales, la cual, después de circular en el Perú donde nace, sirve para pagar a la Europa el precio de las manufacturas y demás efectos que dirige a aquella América.

Para este pago, se remitieron a España, en el mismo período, en los navíos de su libre comercio y de guerra 27.908.266 pesos 7 reales, de los cuales 23.780.977 5/8 fueron en plata y oro, y los 4.127.249 pesos 6 3/8 restantes en frutos que, repartidos en el quinquenio, corresponde a cada año común 4.756.195 pesos 3 1/8 reales en moneda, y 825.449 pesos 7 6/8 en frutos, resultando de todos (como lo demuestra con mayor extensión el estado siguiente) la diferencia de 5.559.339 pesos 5 1/8 reales a favor de Lima, que le sirven para las compras de cacao, cobre, trigos de Chile, maderas para construcción de buques, y situados que paga fuera del distrito del Virreinato.

  —71→  

Estado que manifiesta la riqueza natural del Perú, fundado sobre lo amonedado de los metales de sus minas y de los frutos y efectos de su propio suelo, relativo a un quinquenio, contado desde 1790 a 1794, y de lo que en igual época se ha remitido a la península.

AñosFondo a producto del reino
 Utilidad de Buenos Aires y valor de los frutos AmonedadosTotal
1790 1100000 5.206.906...1 ½ 6.306.906...1 ½
1791 1100000 5.120.334...7 ½ 6.220.334...7 ½
1792 1100000 56055816 67055816
1793 1100000 59417066 80417066
1794 1100000 60930371 801930371
Totales 5500000 279675666 334675666

Extraído para España
Caudales Frutos Total
5.220.387...2 3/4 4480951 ç5.668.482...3 3/4
4.962.698...5 3/4 736.891...7 3/8 5.669.590...5 ½
8.825.840...4 1/4 955.111...2 ½ 9.240.951...6 3/4
1.408.706...5 ½ 344.020...5 ½ 1.752.727...3 7/8
3.963.343...5 ½ 1641306 5.546.474...3 ½
Total23.780.977...5/8 4.127.249...6 3/8 279082267

Cotejo
Fondo del Reino 33.467.566...6
Extracción 27.908.226...7 Diferencia a favor de Lima 5.559.339...7

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Un punto de grande consideración, y que ha dado materia a varias reflexiones, es la existencia de la moneda llamada macuquina, que siendo peculiar de aquel Reino formó por muchos años un depósito estancado, superior en nuestro juicio al necesario para la circulación. Parece, por tanto, propio que nos detengamos en este lugar a exponer nuestro parecer. Antiguamente, ya sea por los intervalos de la guerra en que no venían registros para España, o por la mucha plata que se acuñaba según el método que había entonces, quedó en aquel Reino una masa grande de macuquinos que, por real orden, se debe convertir a la de Real Busto, sin duda con el objeto de preparar de este modo al comercio el medio más eficaz para extraer los abundantes tesoros que tenía la América estancados. Veamos la cantidad que circulaba en aquel Reino, comprendiendo ahora por esta palabra los dos Virreinatos de Lima y Buenos Aires.

En la Real Casa de Moneda de Lima se han acuñado, desde el año de 71, hasta doce millones en plata macuquina; y aunque no tenemos razón puntual de lo acuñado en Potosí, donde estuvo parada por muchos años la amonedación, ha vuelto a acuñarse; y cuando más se puede suponer en ocho millones la cantidad acuñada en aquella Casa de Moneda. Hay, pues, aquí veinte millones acuñados, que con unos seis que han pasado a la Península en partidas de registro, por ser su extracción libre de derechos en uno y otro continente, y otros cuatro millones de macuquinos existentes en todo el Reino, aún no componen treinta millones, que era el total que se dice circulaba en aquellos dominios antes del nuevo cuño. En cuanto a las dos suposiciones primeras de lo acuñado en Lima y Potosí, se deben considerar bastante exactas; pero en las otras dos creemos excedernos en mucho. Sin embargo, puede compensarse este exceso con aquellas cantidades que suelen estar guardadas en cajas, así de obras pías, depósitos y cajas de censo, como de muchos particulares que llevan la mira de guardar en ellas algún dinero, además del que tienen en actual giro. De estas cantidades algunas pequeñas porciones se guardaban en oro, otras en barra, y todo fruto entra en nuestro cálculo por la compensación del exceso que consideramos en los seis millones que damos por extraídos y en   —73→   los cuatro existentes. Decimos esto porque la extinción de aquel fondo se considera por algunos como una calamidad pública. Este fondo, dicen, servía (como que no salía del Reino) para el laboreo de las minas, fomento de la agricultura y demás comercios internos; su reposición se tiene por difícil. Para crearse éste han pasado cerca de trescientos años. Él se formó de la moneda menuda, y la que en el día se labra anualmente asciende sólo a 2.000 marcos con la circunstancia de que los comerciantes los extraen para Europa, punto de mucha consideración; porque, si carece de capital el minero o hacendado ¿con qué pagará al jornalero?... la mina no produce y la hacienda se atrasa... Estas reflexiones, que son de algún peso, han hecho dedicarse a algunas personas instruidas a observar si es cierta la falta de plata en la circulación y si, en los minerales y otros parajes donde se necesita, hay en realidad más falta de plata menuda de la que había en otros tiempos. El resultado de estas indagaciones muestra que hay, sin duda, y corre menos plata menuda de la que había y corría antes del nuevo cuño; pero que también hay más pesos que facilitan el tráfico, y la circulación está más expedita. No hace muchos años, y casi siempre ha sucedido en los minerales, que tenían los mineros que dar cien mil pesos en barra por cincuenta mil en menudo; pero, en el día, rara vez hay falta de plata sellada en los minerales, y si ocurre es por muy pocos días, y nunca obliga a hacer aquellos sacrificios.

Obsérvase también, como consecuencia de lo dicho, que en otros tiempos, a la salida de los navíos, no quedaba un peso ni cortado ni redondo, y todo caminaba para España; pero en el día corren pesos fuertes todo el año por todas partes, lo cual prueba que, poco más o menos, circula igual masa de plata acuñada de la que circulaba en otros tiempos; pero que hoy es más fácil la circulación, y que son infundados los clamores de los que echan de menos el fondo del macuquino.

No es necesario advertir, por ser demasiado evidente, que después de la salida de los navíos va cayendo poco a poco la plata de un año hasta formarse la remesa del siguiente,   —74→   y así circula esta cantidad más (que podrá ascender a cuatro o cinco millones) entre remesa y remesa, cuando en tiempo de las armadas, que salían cada tres años para Panamá, quedaban estancados y sin circulación, lo menos por dos años, todos aquellos caudales.

Resta sólo que digamos algo de la plata y oro labrado que hay entre particulares y la del culto de las iglesias; y aunque carecemos de datos fijos para este cálculo, es fácil con todo aproximarse a él regulando por mayor lo que se ve en Lima, y las noticias adquiridas del Cuzco, La Paz, Chuquisaca, etc. Extendiendo la vista por todo el Reino, se puede computar que asciende a veinte millones lo que hay entre iglesias y particulares, sin hacer mención de las ponderadas perlas y diamantes de las peruanas, por considerarlo un renglón muy corto que no merece contarse en la riqueza interior del reino.

Regularmente hablando, tienen menos plata labrada las iglesias del Perú que las de Europa, o a lo menos las de España. Tenemos, pues, unos cincuenta millones de riqueza en el opulentísimo Reino del Perú, cantidad muy corta respecto de lo que poseen muchos reinos de Europa, pero quizá la correspondiente a la población, a sus usos y necesidades. -Una réplica ocurre, al parecer bastante fuerte. -En el año de 1650 el Presidente de Charcas don Francisco Nestares, obligó con pena de la vida a todos los vecinos del Potosí a que hiciesen patentes sus caudales. Ocultaron éstos cuanto pudieron, como era regular en vista de un mandato tan extraño, y con todo llegaron a manifestar treinta y seis millones de pesos.5 Cabe mucha duda en la veracidad de este hecho, y muchos lo desmienten como apócrifo, tanto más cuanto que en dicho año estaba ya el Cerro del Potosí muy decaído de su anterior riqueza; pero si allí fuere, puede decirse que aquella plata estaría almacenada para conducirse en la armada próxima de galeones. Tal vez esta noticia, combinada con otras, podrá dar alguna luz para acercarse a   —75→   la verdad; pero en el entretanto nuestra opinión, que es la de las personas instruidas, y el resultado de la experiencia, y nuestras combinaciones, manifiestan que ni gira ni contiene hoy menos plata el Reino del Perú de la que giraba y contenía en dicho año de 1650.

Acabamos de considerar la riqueza del Perú con respecto a la masa circulante. Examinemos ahora lo que la Real Hacienda recauda anualmente de esta misma riqueza, siguiendo los progresos sucesivos de la renta desde su establecimiento en los tiempos inmediatos a la conquista. Gozaron de inmensas riquezas los primeros conquistadores del Perú, y de ellas daban el quinto al Rey. Como esta contribución ascendió a crecidas sumas, de aquí procede la extensión de su nombre por todo el mundo. Utilizaron al principio los tesoros que tenían los Reyes Incas y sus caciques, y los que adornaban los templos del gentilismo que fueron en gran cantidad, y de ellos se mantenían los españoles, además de las encomiendas de indios que se les señalaron por los gobernadores que fueron a aquellas provincias.

Advirtiose luego la disminución de estos tesoros, así por la saca que pertenecía al Rey como por lo que se gastaba en la compra de vestuarios, etc. y recurrieron los pobladores a beneficiar las minas del país de que habían ya muchas descubiertas, dedicándose también con fruto a la labor de la tierra, de la cual sacaban todo lo necesario para el mantenimiento de la vida. Descargaron después las labores de las minas y sacas de plata, al mismo tiempo que con el nombramiento de virreyes, gobernadores, etc. se aumentaban los gastos; y la necesidad hizo ver que era preciso recurrir a nuevos medios para la conservación de aquellos dominios.

A este fin envió el Rey don Felipe II, en 1569, al Virrey don Francisco de Toledo, con órdenes particulares para que visitase y redujese a poblado a todos los indios y les formase sus ordenanzas municipales. Con efecto, consiguió aquel Virrey la reducción de los indios, arregló la tasa de lo que debían pagar por sus tributos, determinó el número de   —76→   ellos que constantemente habían de servir en las minas, y expidió otras provisiones relativas a su gobierno doméstico.

Así se mantuvo aquel Reino hasta el año de 1594 que entró en el mar del Sur el pirata Drake, y robó los tesoros que se enviaban a S. M. Ocasionáronse también muchos gastos para defender y socorrer al Reino de Chile que se había poblado, además de los dispendios que originaban las continuas sublevaciones de los indios, para mantener ejércitos y hacer fortificaciones que los contuviesen y escarmentasen. Y como por estos tiempos descendieron ya los quintos de las minas, al paso que crecían las necesidades del Reino, se resolvió vender las tierras realengas, lo cual empezó a verificarse y se repitió en distintas ocasiones, habiéndose dado las últimas comisiones en 1642, bajo el gobierno del marqués de Manera, cuyas composiciones produjeron más de 1.200.000 pesos y no se prosiguieron por el perjuicio que de ello resultaba a los indios.

Por el mismo año de 1594, siendo virrey el marqués de Cañete, se introdujo la paga de dos por ciento de alcabala de lo vendible para poder mantener armada para defensa de aquel Reino, a que se agregó después otro dos por ciento para la unión de armas, en el gobierno del conde de Chinchón, en 1636. Con el mismo objeto de sustentar armada en aquel mar, adquirió S. M. derecho para cobrar el de almojarifazgos, de todos los géneros que navegaban en él. Este derecho lo tuvo en administración por muchos años el comercio, dando por él anualmente 52.800 pesos; pero, en el asiento celebrado en 1690, quedó reducida dicha cantidad a 50.000 pesos. En todos los demás puertos se administraba esta renta por los Oficiales Reales, y su monto total nunca excedió de cien mil pesos.

Tuvo también en administración el comercio la renta de alcabalas y unión de armas de la ciudad de Lima, y en el asiento de 1690 quedó arrendada la renta en 140.000 pesos; pero habiendo el Rey relevado de su pago a los vecinos de dicha ciudad, en atención a las calamidades padecidas en el temblor de 20 de octubre de 1687, sólo se cobraba la alcabala   —77→   del viento (sic) que causaban los forasteros, y que no llegaba a 40.000 pesos al año. Las alcabalas de los demás pueblos del Reino importaban 98.700 pesos; por manera que la recaudación de este impuesto subía en todo el Perú a 138.700 pesos. Se deja entender que, en la época a que nos referimos, comprendía el Reino del Perú, a más de las provincias que hoy le pertenecen, el Reino de Chile y los dos nuevos virreinatos de Santa Fe y Buenos Aires.

Esta es, en resumen, la Historia del origen y progresos de los primeros impuestos establecidos en la América Meridional con el fin de ocurrir a su defensa.

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Estado general de los valores, gastos que tuvo ordinarios y extraordinarios la Real Hacienda, ya propios, ya ajenos de ella, en la comprensión del Virreinato del Perú, en el quinquenio corrido desde 1790 a 1794.

Ramos de Real Hacienda pesosreales
Cobros y diezmos 368232 6
Diezmo de plata labrada 31685 0 ½
Tres por ciento de oro 75.839 6
Derechos de fundición y ensaye 106052 6
Venta de minas 1.092
Venta y composición de tierras 106.193 6 ½
Comisos 10.100 2 ½
Estanco de nieve 69.200
Composición de pulperías 46.001
Multas 344 3
Tributos 4.495.984 33/4
Arrendamiento de cajones de Palacio 9759 3 ½
Coliseo de gallos 34.605 5
Lanzas y títulos 18.872 4 ½
Media anata secular 54.173 4   —78→  
Productos de Cruzada 288.608 7
Alcances de cuentas 55.899 7
Oficios vendibles y renunciables 112.402 0 ½
Azogue de Huancavelica 829.398 5 ½
Reales novenos 222267 4 ½
Donativo ordinario 18.658 7 ½
Derechos de toma de razón 3.175 6
Aprovechamientos 20.243 1 ½
Productos de la Casa de Moneda 2.268.027 5 ½
Mitas de Huancavelica 92.802 5 ½
Almojarifazgos 1.234.654 1
Alcabalas 4.047.030 3 ½
Nuevo impuesto sobre el aguardiente 683819 4 ½
Almacenajes 15.262 4 ½
Fábrica de cuarteles 10.114 6
Inválidos 97590 5 ½
Imposición de principales 287.216
Real Hacienda en común 408553 6 ½
Suma 18123864 6

Ramos particulares pesos reales
Vacantes mayores 40496 7
Íd. menores 69787 7 ½
Mesada eclesiástica 35.087 2 ½
Azogue de Euro 1.134.399 7 1./2
Ferretería 155 4
Asignaciones y reintegros para España 2e+05 1 ½
Donativo para la guerra 22.384 4
Suma 2e+06 5

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Ramos ajenos pesos reales
Productos del ramo de suertes 16.420
Media anata eclesiástica 37.827 4
Montepío militar 49.011 36922
Subsidio eclesiástico 136.168 3
Real orden de Carlos III 47.229 4
Sisa 111.023 4
Contribución a hospitales 139.852 5 ½
Cuarta parte de Comisos del Supremo Consejo y Ministerio de Indias 19076 1
Suma 564.608 2 ½

Resumen de las entradas pesos
Por los ramos de Real Hacienda 18.123.864-6
Íd. de particulares 1.546.785-5
Íd. ajenos 556.608-2 3/4
Total 20.227.258-5 3/4



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