Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

  —195→  

ArribaAbajo- XV -

De los españoles


1. La diferencia en el origen de los españoles indicada en el capítulo anterior número 5, ha producido otra en los idiomas de los gobiernos de Buenos Aires y Paraguay, porque en aquel solo se habla el castellano, y en este solo el guaraní, sucediendo esto mismo en la ciudad de Corrientes por su inmediación al Paraguay: solo los más cultos entienden y hablan el español. Esto tiene una excepción en la villa paraguaya de Caraguati, donde los varones hablan siempre entre sí español, y con las mujeres siempre el guaraní. Todos convienen en considerarse iguales, sin conocer aquello de nobles y plebeyos, vínculos y mayorazgos, ni otra distinción que la personal de los empleos, y la que lleva consigo el tener más o menos caudales o reputación de probidad o talento. Verdad es que algunos quieren distinguirse diciendo que descienden de conquistadores, de jefes y aun de simples europeos; pero nadie les hace más caso por eso, ni ellos dejan de casarse, reparando poco en lo que pueda haber sido antes el contrayente. Tal es la idea de su igualdad. De aquí viene que en las ciudades ni el virrey encuentra un lacayo blanco o español, y es preciso que se sirva de indios, negros o pardos.

2. Pueden llamarse únicas poblaciones españolas allí, las ciudades de Buenos Aires, Montevideo, Maldonado, Santa Fe, Corrientes y la Asunción; pues aunque hay otras villas y parroquias o pueblos de españoles, no están sus pueblos unidos en población, sino muy desparramados por las campañas en casas   —196→   solas: de modo que solo el párroco con algún herrero, tendero o tabernero viven junto a la capilla o iglesia. Aun cuando algunos otros tengan allí sus casas, se sirven de ella solo los días de grande fiesta. En las citadas ciudades, hay tal vez tantos españoles como en el resto de aquel país, en lo que hay un grave perjuicio pues quitan a las campañas los brazos que necesitan y. que realmente son la verdadera riqueza de todo pueblo o nación. Además el habitar en las ciudades o en los campos, ocasiona tan graves diferencias entre aquellos españoles, como creo deber describirlos con separación.

3. Como son las ciudades las que engendran la corrupción de costumbres, allí es donde reina, entre otras pasiones, aquel aborrecimiento que los criollos o españoles nacidos en América profesan a todo europeo y a su metrópoli principalmente: de modo que es frecuente odiar la mujer al marido y el hijo al padre. Se distinguen en este odio los quebrados de fortuna, los más inútiles, viciosos, holgazanes, y los que habiendo estado en Europa, regresan sin empleo y aburridos de las sujeciones y molestias de los pretendientes. Con poca reflexión conocerían sus muchas ventajas sobre los europeos; pues su país les franquea libertad, igualdad, facilidad de ganar dinero de muchos modos, y aun de comer casi sin trabajo ni costo; pues los comestibles son buenos, muy baratos y abundantes. No les dan sujeción las leyes sin vigor dictadas de tan lejos, ni las contribuciones, que son muy poca cosa, ni la precisión de servirse de esclavos y pardos a que están acostumbrados; lo único que alguna vez puede incomodarles, es la pasión o impertinencia de algún jefe.

4. Apenas nacen, los entregan sus padres por precisión a negras o pardas, que los cuidan seis o más años, y después a mulatillos, a quienes no verán ni oirán cosa digna de imitarse, sino aquella falsa idea de que el dinero es para gastarlo, y que el ser noble y generoso consiste en derrochar, destrozar y en no hacer nada; inclinándolos a esto último la natural inercia, mayor en América que en otras partes. Con tales principios, no es extraño que desdeñen toda sujeción y trabajo, aun los hijos de un marinero u otro artesano, y que no quieran seguir la ocupación   —197→   de sus padres. Como ven la dificultad de poder subsistir por sí mismos, toman muchos el partido de seguir aquella carrera u oficio que se les presenta más fácil y expedita. Mas no por eso dejan de tener vanidad, ni de desear de obtener empleos por más que aparentan desdeñarlos y agradecerlos poco.

5. Aunque son inclinados al juego fuerte, la embriaguez solo se nota entre los más despreciables. A mi ver tienen mucho despejo, e ingenio tan claro y sutil, que si se dedicasen con la aplicación y proporciones que los europeos, creo sobresaldrían mucho en las artes, ciencias y literatura. En Buenos Aires y la Asunción, solo les enseñan gramática latina, teología y algo de cánones: además el consulado ha establecido escuelas de náutica y de dibujo. No hay fábricas, y las artes y oficios, que se reducen a los indispensables, se ejercen por algún europeo que llegó muy pobre, y por los pardos, indios y negros. Lo general de otras costumbres, de vestidos, modas y muebles es como en España; pero hay más lujo y mejores habitaciones y muebles en Buenos Aires y Montevideo, porque son más ricas que las demás ciudades, y están en puertos de mar. Generalmente son las mujeres limpias y se ocupan cosiendo y jugando en sus casas; pero solo hilan las de las ciudades interiores, el algodón que produce su suelo. Todas las ciudades tienen las calles tiradas a cordel menos la Asunción: la arquitectura no ha hecho progresos, y es rara la casa que tenga alto.

6. Principio a tratar de los españoles campestres, diciendo que me parecen más sencillos y dóciles que los ciudadanos, y que no alimentan aquel odio terrible que dije contra la Europa. Sus casas, por lo general, son unos ranchos o chozas desparramadas por los campos, bajas y cubiertas de paja, con las paredes de palos verticales juntos clavados en tierra, y tapados sus clavos con barro. Las más carecen de puertas y ventanas de tabla, y las cierran con pieles cuando les incomoda el aire o el frío. La capilla que en cada distrito les sirve de parroquia, es por lo común pequeña y fabricada como sus casas. En todas las del Paraguay, hay un maestro que enseña a leer y escribir a los niños, que van cada mañana y regresan por la noche a sus casas, distantes dos y cuatro leguas, sin haber comido sino las   —198→   raíces de mandioca asadas que llevaron. No hay tales maestros en las parroquias del gobierno de Buenos Aires y por esto son pocos los que allí saben leer.

7. Como las capillas o parroquias distan algunas veces, cuatro diez treinta o más leguas, rara vez oyen misa y muchos que van, la oyen a caballo desde el campo, estando la puerta abierta. Los bautismos se dilatan a veces muchos años; pero jamás omiten el enterrar los muertos en el cementerio. Para esto si la distancia no pasa de veinte leguas, visten al difunto, le ponen a caballo con estribos, etc., le aseguran atado a dos palos en aspa, y así le llevan a la parroquia; pero si la distancia es mayor o temen corrupción, dejan podrir al cadáver cubierto de ramas o piedras, o le hacen pedazos descarnando con el cuchillo la carne, y llevan los huesos para que el cura los entierre, metidos en un saco de cuero.

8. Los campestres del gobierno de Buenos Aires, no conocen más medicina que algún remedio que les aplica alguna vieja o cualquiera otro; pero en cada distrito del Paraguay hay un curandero. Este va los días de fiesta a la parroquia, y sentado a la puerta de la iglesia, espera que los enfermos le envíen lo que llaman sus aguas, que son unos orines en un cañuto de caña. Luego vierte unas gotas de ellos en las manos, las mira contra el sol, y las tira al aire, repitiendo lo mismo dos o tres veces: según le parece que caen en bolitas o en rocío, dice que la enfermedad es de frío o de calor, y entrega una de las yerbas que lleva para que las tome el enfermo en infusión. Estos curanderos no conocen otras enfermedades que las citadas, ni visitan a los enfermos, ni oyen la relación de sus dolencias; pero algunos, muy pocos, que han leído a Madama Fauguet o el recetario citado, cap. 5, núm. 30, visitan y recetan según su corta inteligencia. Este punto está tan descuidado en todo aquel país, como que solo en Buenos Aires y Montevideo hay médicos, cirujanos y boticarios que han ido de Europa, y en la Asunción otros. En los pueblos de indios cristianos, se elije como los alcaldes, el indio que por un año ha de ser médico, pero sirve solo para avisar al cura que vaya a confesar o enterrarle.

  —199→  

9. Los españoles campesinos se dividen en agricultores y pastores o estancieros. Estos dicen a aquellos que son mentecatos, pues si se hiciesen pastores, vivirían sin trabajar y sin necesidad de comer pasto como los caballos, porque así llaman a la ensalada, legumbres y hortalizas. En efecto solo cultivan la tierra los que no pueden proporcionarse tierras y ganados para ser estancieros o no encuentran otro modo de vivir. En este caso de ser agricultores, está más de la mitad de los españoles del Paraguay, y los que habitan las cercanías del Río de la Plata y de las ciudades. Estos se distinguen de los pastores en que sus casas están mucho más cerca una de otras, son más aseadas y con más muebles, y en que sus vestidos son algo mejores. Saben también hacer sus guisados de carne y de sus vegetales y comen también pan, que son cosas poco conocidas en los pastores. En el capítulo 6 dije lo que es aquella agricultura, y en mi obra de cuadrúpedos, expliqué lo que son allí las ocupaciones pastoriles cuidando de diez y ocho millones de cabezas de ganado vacuno, y tres millones del caballar con bastantes ovejas. A esto ascenden mis cómputos de aquellos ganados: la sexta parte en el gobierno del Paraguay, y el resto en el de Buenos Aires. Aunque en estos comprendo los ganados de los pueblos de los indios cuidados por estos, no incluyo en dicho número otros dos millones de ganado vacuno silvestre, ni las innumerables yeguadas alzadas o sin dueño.

10. Es de advertir, que cuanto se ha dicho y dirá de la gente campesina, no pertenece solo a la española, porque es de todas las castas de hombres. En las casas pastoriles es general no haber más muebles que un barril para llevar agua, un cuerno para beberla, asadores de palo para la carne y una chocolatera para calentar el agua del mate. Para hacer caldo a un enfermo, he visto poner pedacitos de carne en un cuerno y rodearle de rescoldo, hasta que hervía. No es común tener alguna olla y un plato grande con alguna silla o banquillo, porque se sientan sobre sus talones o sobre una calavera de vaca. Comúnmente duermen en el suelo sobre una piel, aunque otros arman su cama, que se reduce a un bastidor hecho de cuatro palos, atado a cuatro estacas o pies con una piel encima, sin colchón,   —200→   ni sábanas ni almohada, pero en el Paraguay se ven algunas hamacas. No comen sino carne asada en un palo, y para esto no suelen esperar hora, ni unos a otros, ni beben hasta haber comido. Entonces no teniendo mesa, mantel ni servilleta, se limpian la boca con el mango del cuchillo, y enseguida a este y los dedos en las botas. No gustan de las aves, y poco de la ternera, aun de la vaca apenas comen sino las costillas, la entrepierna y lo que llaman matambre que es la carne que cubre el vientre; arrojan el resto, atrayendo a las cercanías de la casa muchos pájaros, y la grande corrupción que engendra infinitas moscas, escarabajos y mal olor. En el Paraguay donde hay más economía, aprovechan la carne charqueándola, que es cortarla a tiras delgadas como el dedo para secarla al sol y al aire, así las conservan y comen cuando les acomoda.

11. Los que tienen algunas conveniencias, visten regularmente, pero los jornaleros y criados suelen no tener camisas ni calzones, aunque no les falta nunca el poncho, sombreros, calzoncillos blancos y el chiripá, que es un pedazo de jerga atado a los riñones que les llega a la rodilla. Llevan también botas de medio pie, sacadas de una pieza de la piel de las piernas de potros o terneras, sirviéndoles la corva para talón. Nunca tienen ropa de remuda, y cuando llueve, suelen muchos poner la puesta bajo de la piel en que van montados, y acabada el agua se la ponen enjuta. Si llueve y quieren comer en el campo, entre dos extienden un poncho y otro hace fuego, y asa la carne debajo. Llevan la barba bastante larga porque ellos mismos se afeitan, muchas veces con el cuchillo. Sus mujeres son puercas y van descalzas sin más vestido que el tipós o camisa que dije de las indias en el capítulo 13, núm. 18. Las más no la tienen de remuda, y se la quitan, lavan y tienden al sol, y enjuta vuelven con ella puesta del río a su casa. Sus ocupaciones son por lo común, barrer, hacer fuego para asar la carne, y calentar el agua para tomar el mate, sin hilar ni coser.

12. Apenas nace un niño entre los campestres, le toma su padre o hermano, y le lleva delante a caballo por el campo, hasta que llora y le vuelven para que le den de mamar. Esto   —201→   dura hasta que pueden dejarle ir solo en un caballo viejo. Así se crían, y como no oyen reloj, ni ven medida ni regla en nada, sino largos ríos, desiertos, y pocos hombres cuasi desnudos corriendo a caballo tras de fieras y toros, les imitan sin apetecer la sociedad de los pueblos ni conocer el pudor, ni la decencia ni las comodidades. Por supuesto que no tienen otra instrucción que la de montar a caballo, ni sujeción ni amor patriótico; y como se ocupan desde la infancia en degollar reses, no ponen el reparo que en Europa en hacer lo mismo con los hombres, y esto con frialdad y sin enfadarse. Son en general muy robustos: se quejan poco o nada en los mayores dolores; aprecian poco la vida y se embarazan menos por la muerte. Nadie se mezcla en disputas ajenas ni pendencias, ni arrestan a ningún delincuente. Miran estas cosas fríamente, y aun tienen por maldad descubrir a los reos, y el no ocultarlos y favorecerlos. No ponen reparo en servir en el campo mezclados con indios negros o pardos, y aun a la orden de estos; pero cuando les da la gana, le dejan sin el menor motivo; porque no se les nota afición a sitio ni a amo, ni hacen más que su antojo presente. Son hospitalarios, y al pasajero dan comida y posada aun sin preguntarle quién es, ni adónde va: nunca le dicen que se vaya aunque se detenga meses, y si pide caballo para continuar, se lo dan. Sin embargo conocen poco la amistad particular.

13. Para jugar a naipes a que son muy aficionados, se sientan sobre los talones, pisando las riendas del caballo para que no se lo roben, y a veces con el cuchillo o puñal clavado a su lado en tierra; prontos a matar al que se figuran que les hace trampas; sin que por esto dejen ellos de hacerlas siempre que pueden. Aprecian poco el dinero, y cuando lo han perdido todo, muchas veces poniéndolo a una sola carta, se juegan la ropa que llevan puesta, siendo frecuente quedarse en cueros, si el que ganó no le da algo de la suya, si es peor que la del que perdió. Las pulperías o tabernas, que hay por los campos, son los parajes de reunión de esta gente. No beben vino sino aguardiente; y es su costumbre llenar un vaso grande y convidar a los presentes pasando de mano en mano, y repitiendo hasta que   —202→   finaliza el dinero del convidante, tomando a desatención el no beber siendo convidado. En cada pulpería hay una guitarra, y el que la toca bebe a costa ajena. Cantan yarabis o tristes que son cantares inventados en el Perú, los más monótonos y siempre tristes, tratando de ingratitudes de amor, y de gentes que lloran desdichas por los desiertos.

14. Son inclinados a robar caballos, y les repugna tanto caminar a pie, que cuasi no lo saben hacer. Aun para pasar una calle montan, y cuasi todo lo hacen a caballo. En sus juntas o tertulias en el campo, están horas hablando sin apearse. Si necesitan barro, por poco que sea, van y vienen, haciéndolo amasar al caballo. Un ejercicio tan continuado no les cansa jamás, y les da una destreza increíble en el montar, no obstante que estriban largo y ensanchan mucho los muslos. No reparan montar a cualquier potro, aun de los silvestres, y seguro está que los derribe, ni que pierdan el equilibrio, no obstante que sus estribos son triangulares de palo, y tan pequeños, que solo meten la punta del dedo pulgar. Cuando cae el caballo, se quedan sin lesión en pie a un lado, con las riendas en la mano, para que no se les escape. Es increíble el conocimiento de los caballos: basta ver a doscientos o más por dos minutos paciendo en el campo, para que digan al día siguiente si falta uno y de qué color es. No es menos admirable el tino con que los prácticos baqueanos conducen al paraje que se les pide por terrenos horizontales, sin caminos, sin árboles, sin señales ni aguja marítima, aunque disten cincuenta y más leguas.

15. Además de los dichos hay por aquellos campos, principalmente por los de Montevideo y Maldonado, otra casta de gente, llamados más propiamente gauchos o gauderios. Todos son por lo común escapados de las cárceles de España y del Brasil, o de los que por sus atrocidades huyen a los desiertos. Su desnudez, su barba larga, su cabello nunca peinado, y la obscuridad y porquería de semblante, les hacen espantosos a la vista. Por ningún motivo ni interés quieren servir a nadie, y sobre ser ladrones, roban también mujeres. Las llevan a los bosques, y viven con ellas en una choza, alimentándose con vacas   —203→   silvestres. Cuando tiene alguna necesidad o capricho el gaucho, roba algunos caballos o vacas, las lleva y vende en el Brasil, de donde trae lo que le hace falta. Yo recogí entre otras, a una de tales mujeres española; me contó que hacía diez años que la había robado un tal Cuenca: que a este le había muerto otro; que a este había muerto un tercero; y a este el que la estaba poseyendo.

16. Añadiré después de haber hablado de todas aquellas especies de gentes, que las gobierna un virrey, cuya autoridad se extiende a muchos más países de los que he descrito y terminaré este capítulo con una breve noticia de su comercio.

17. Como aquel país no produce oro ni plata, le despreció al comercio de España, pero temiendo que por allí se internasen mercaderías del Perú en perjuicio de las flotas y galeones, logró que al Río de la Plata se le prohibiese todo comercio exterior. Clamaron los agraviados, y en 1602 se les concedió, por seis años, extraer en barcos propios y de su cuenta dos mil fanegas de trigo en harina, quinientos quintales de cecina y otros tantos de sebo; conduciéndolo todo al Brasil y a Guinea, y no a otros puertos, y llevando en retorno sus necesidades. Finado este permiso, se solicitó prórroga sin limitar tiempo, ampliándolo sin límite en los granos, ni en los buques propios o fletados, y además poderlos conducir a España. Se opusieron mucho a esto los consulados de Lima y Sevilla; pero en 8 de setiembre de 1618, se concedió por tres años al Río de la Plata dos registros que no pasasen de cien toneladas cada uno bajo ciertas condiciones. Y para que nada se internase en el Perú, se estableció aduana en Córdoba del Tucumán, que cobraba cincuenta por ciento de lo que se introdujere, sin permitir se llevase hacia Buenos Aires oro ni plata, ni aun el que les resultaba de la venta de mulas. Concluido el tiempo de este permiso, continuó el propio comercio sin limitación de tiempo por orden de 7 de febrero de 1662. Así siguió el comercio, aunque una u otra vez se permitió a algún navío cargado, hasta que el 12 de octubre de 1778, se permitió allí todo comercio libre, y también la internación.

  —204→  

18. En el día el gobierno del Paraguay solo comercia con Buenos Aires, Santa Fe y Corrientes, y podrá formarse idea de su comercio por la tabla siguiente que formé por el quinquenio de 1788 al de 1792 ambos inclusive. También se formará juicio del de Buenos Aires y demás puertos del Río de la Plata, por la tabla que acompaña formada del quinquenio desde 1792 al de 1796 ambos inclusive.

Tabla del comercio del Paraguay

Tabla del comercio del Paraguay

  —205→  

Tabla del comercio del Paraguay