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De los indios pampas


1. Aunque el hombre sea incomprensible y más el indio silvestre, porque no escribe, habla muy poco en idioma desconocido, al que tal vez faltan cien veces más voces de las que tiene, y porque no opera sino lo que le ordenan las pocas necesidades que experimenta: con todo como el indio por más bárbaro que sea, es la parte principal y más interesante de América, creo deber poner aquí algunas observaciones que hice sobre bastantes naciones de indios silvestres o libres que no están, ni jamas han estado sujetas a los españoles, ni a ningún imperio. No seré difuso por no fastidiar, y me limitaré a lo que permiten mi poco talento y menor perspicacia.

2. He vivido largas temporadas con algunas de aquellas naciones y con otras menos: aun hablaré tal cual cosa de algunas que no he visto, valiéndome de las mejores noticias que pude procurarme. De modo que me he propuesto hacer saber el número y la situación de casi todas las naciones que hay y ha habido en aquel país, para que se puedan entender y corregir las relaciones antiguas. Estas, como hechas por los conquistadores, multiplican el número de naciones y de indios, con la idea de dar esplendor a sus hazañas. Los historiadores que han copiado dichas relaciones, no las han corregido ni se han propuesto describir aquellas naciones. La mayor parte de las relaciones e historias convienen en asegurar, que casi todas las citadas naciones eran antropófagas, y que en la guerra usaban de flechas envenenadas; pero uno y otro lo creo falso, puesto   —100→   que nadie de las mismas naciones come hoy carne humana, ni conoce tal veneno, ni conserva tradición de uno ni otro, no obstante de estar en el pie de que cuando se descubrió la América, y de que en nada han alterado sus otras costumbres antiguas.

3. Llamaré nación a cualquiera congregación de indios que tengan el mismo espíritu, formas y costumbres, con idioma propio tan diferente de los conocidos por allá, como el español del alemán. No haré caso de que la nación se componga de muchos o pocos individuos; porque esto no es carácter nacional. Para certificarme de la diversidad de idiomas y de naciones, me valí de los mismos indios y de españoles que entendían las lenguas albaya, payaguá y otras, o que habían tratado con muchas naciones; resultando de sus relaciones, que los idiomas que diré ser diferentes, no tienen una palabra común, ni pueden los más escribirse con nuestro alfabeto, siendo muchos narigales, guturales y en extremo difíciles.

4. Todas las naciones son más o menos errantes, sin pasar por lo común al distrito de otras, ni aun al espacio desierto que media entre ellas. Así cuando se señale el sitio de su habitación, será para hacer conocer el centro de su destino.

Nación charrúa

5. Tiene idioma muy narigal, gutural y diferente de todos. En tiempo de la conquista corría la costa septentrional del Río de la Plata desde Maldonado hasta cerca de la boca del río Uruguay, extendiéndose por los campos como treinta leguas hacia el Norte yaro, mediando un grande desierto hasta entrar por el Norte algunas divisiones o pueblos de indios tapes o guaranís.

6. Los charrúas mataron a Juan Díaz de Solís, primer descubridor del Río de la Plata, sin comerle como dice equivocadamente Lozano, lib. 2, cap. 1. Con este hecho principiaron una guerra, que aun dura hoy sin haber tenido tregua, y que   —101→   ha costado innumerables muertes. Desde el principio quisieron los españoles fijarse en su país, haciendo algunas obras en la colonia del Sacramento, luego un fuertecillo y enseguida una ciudad en la boca del río de San Juan, y después otra donde el río de San Salvador entra en el Uruguay. Pero todo lo destruyeron los charrúas, quienes aunque no pudieron embarazar el que los portugueses se fijasen el año de 1679, en la isla de San Gabriel y en la costa inmediata a la colonia del Sacramento, nunca les permitieron salir un paso de sus murallas. Cuarenta y siete años después se edificó el fuerte y ciudad de Montevideo, cuyos valientes españoles rempujaron a los charrúas hacia el Norte a costa de mucha sangre.

7. Poco antes del último año citado, exterminaron los charrúas las dos naciones llamadas yaros y bohanes, y tal vez habrían practicado lo mismo con la de minuanes, pero hicieron alianza y estrecha amistad con ellos para sostenerse y atacar a los españoles que acababan de principiar las obras de Montevideo. Hiciéronlo en efecto muchos con valor y suerte varia, hasta que creciendo mucho los reclutas españoles y teniendo un diestro y valiente caudillo, forzaron a los charrúas a alejarse hacia el Norte, dejando muchos campos libres que poblaron los de Montevideo con dehesas o estancias de ganados, ganándolas y sosteniéndolas a costa de mucha sangre. Últimamente una porción de charrúas y de minuanes forzada por los españoles, se ha incorporado a los pueblos más centrales de las Misiones del Uruguay, y otra está hoy tranquila en la Reducción de Caiasta. Pero otra porción que hay libre por los treinta y treinta y un grado de latitud, hade la guerra a sangre y fuego a veces a portugueses y siempre a los españoles; como que de las partidas que yo enviaba de cincuenta y cien hombres, me mataron muchos soldados.

8. El arma de los más, es una lanza de cuatro varas con la moharra de fierro, comprada a los portugueses cuando están en paz. Otros usan las flechas comunes y cortas que llevan en carcax a la espalda y jamás han conocido las bolas del núm. 43 como dice Barco, Canto 10. Crían yeguas y caballos montando en pelo los varones, y usando freno de fierro, si lo han podido   —102→   robar o comprar: las mujeres usan enjalma muy sencilla, y montan con las piernas abiertas. A nadie presta su caballo el charrúa, sino a sus hijos y mujer, esto cuando tiene muchos: porque si tiene uno solo, le monta él, y hace le siga a pie toda su familia, y que lleve a cuestas todos sus muebles.

9. Cuando han resuelto una invasión, ocultan las familias en algún bosque, y anticipan seis leguas a lo menos algunos bomberos o exploradores bien montados y separados. Estos adelantan con suma precaución. Se detienen a observar y van siempre echados a la larga sobre los caballos dejándolos comer para que si los ven se crea que los caballos están sin jinetes. Con esta mira no usan freno, sino que atan la mandíbula inferior con una correa, de la que salen dos que sirven de riendas. Como nos aventajan mucho en la extensión y perspicacia de la vista y en el conocimiento de los campos, logran observar nuestros pasos sin ser descubiertos. Cuando llegan a una o dos leguas del objeto que quieren atacar, traban sus caballos al ponerse el sol, y se aproximan a pie agachados y ocultos con el pasto para imponerse bien de la casa o campamento, de sus avenidas y avanzadas, centinelas, caballada etc. Los mismos reconocimientos y precauciones usan en todos sus viajes; aun cuando piensan no atacar, siguen siempre sus bomberos a los españoles, si los hay en campaña: de modo que, aunque no se vea un indio, debe el que manda tener por cierto que le cuentan todos los pasos, y que será atacado si no le preservan sus precauciones; cuales son estar quieto de día y marchar de noche. Además debe tener partidas avanzadas que observen, si el ganado vacuno principalmente el silvestre huye, o si los caballos cimarrones atacan en columnas, porque sucede lo primero cuando se acercan jinetes, y lo segundo cuando se aparecen caballos mansos con pasajeros.

10. Bien impuesto de todo los bomberos, vuelven a dar el aviso: pero si han sido descubiertos, escapan con rumbo opuesto del que trae su gente, y no hay que esperar alcanzarlos porque llevan caballos superiores, y en pelo que corren más que con aparejo. Hecha la relación a su tropa, determinan si les conviene más desviarse de la derrota de los españoles, o atacarlos.   —103→   En este caso se reparten según los puntos que se proponen, marchando despacio pero en llegando a tiro, gritan dándose palmadas en la boca, y se arrojan como rayos, matando irremisiblemente cuanto encuentran, menos a las mujeres y a los muchachos menores de como doce años. Los despojos son del que los coge porque nada reparten. El que pilla mujeres o niños, los lleva a su toldo o choza, y los agrega a su familia, para que le sirvan, dándoles de comer hasta que se casan. Entonces si es mujer se va con su marido, y si es varón forma familia y casa aparte, quedando tan libre e independiente como si fuese charrúa, y es reputado por tal. Esta libertad y nueva vida acomoda tanto a los cautivos, que es raro quieran volver a estar con sus padres y parientes. A esto alude Rui Díaz, lib. I, cap. 3, diciendo que son humanos con los cautivos. Aunque los citados ataques son poco antes del alba, también los hacen de día si advierten inferioridad, miedo o mala disposición en el que manda. No ignoran el hacer ataques falsos, emboscadas oportunas y fugas fingidas: y como llevan ventaja en lo jinete y en los caballos, no se les escapa ninguno de los que se separan para huir, ni de los que vuelven la espalda en retirada. Por fortuna no continúan la victoria y se contentan, logrado el primer golpe: de no ser así, quizás las campañas al Norte del Río de la Plata no estarían aun pobladas de españoles. Barco, canto 10, dice falsamente, que desollaban la cara a los enemigos muertos, y que por cada uno se daban una cuchillada.

11. La experiencia ha hecho conocer, que es muy bueno cuando acometen, echar pie a tierra, y esperar bien unidos delante de los caballos del diestro sin disparar sino uno u otro tiro de muy cerca. Solo así respetan las armas de fuego, y se retiran después de haber hecho algunas morisquetas, porque si la descarga es general, no dan lugar a segunda, y todo perece. Quizás han derramado los charrúas hasta hoy más sangre española que los ejércitos del Inca y de Motezuma, y sin embargo no llegan en el día a cuatrocientos varones de armas. Para sujetarlos se han despachado muchas veces más de mil soldados veteranos ya unidos ya en diferentes cuerpos; y aunque   —104→   se les ha dado algunos golpes, ellos existen y nos hacen continua guerra. Nos llevan muchas ventajas, en lo jinete, en la economía, cuidado y descanso que procuran a sus caballos; en montar en pelo, en no llevar equipajes ni víveres, comiendo lo que encuentran, en pasar más tiempo sin comer ni beber; en soportar mejor toda especie de fatigas y trabajos, y en no detenerse por embarazos de ríos, lagos ni esteros o cenagales. Mas no son ni han sido tan veloces a pie que pillen a correr los ciervos y avestruces como quiere Barco, canto 10.

12. Regulo la estatura media de los Charrúas una pulgada superior a la española; pero los individuos son más igualados, derechos y bien proporcionados, sin que entre ellos haya contrahecho o defectuoso, ni que peque en gordo ni en flaco. Son altivos, soberbios y feroces; llevan la cabeza derecha, la frente erguida, y la fisonomía despejada. Su color se acerca tanto o más al negro que al blanco, participando poco de lo rojo. Las facciones de la cara varoniles y regulares; pero la nariz poco chata y estrecha entre los ojos. Estos algo pequeños, muy relucientes, negros, nunca de otro color, ni bien abiertos. La vista y el oído doblemente perspicaces que los de los españoles. Los dientes nunca les duelen ni se les caen naturalmente aun ten la edad muy avanzada, y siempre son blancos y bien puestos. Las cejas negras y poco vestidas. No tienen barbas, ni pelo en otra parte, sino poco en el pubis y en el sobaco. Su cabello es muy tupido, largo, lacio, grueso, negro, jamás de otro color, ni crespo, ni se les cae: solo encanece a medias en edad muy avanzada. La mano y pie algo pequeños y más bien formados que los nuestros: el pecho de las mujeres no tan abultado como el de otras naciones de indios.

13. No se cortan el cabello, y las mujeres le dejan flotar libremente: pero lo atan los varones, y los adultos ponen en la ligadura plumas blancas verticales. Las charrúas y todas las indias que conozco, y aun las mulatas del Paraguay, buscan los piojos y las pulgas con afición y gusto, por el que a ellas les resulta de tenerlos un ratito pataleando en la punta de la lengua sacada de la boca, y de comerlos y masticarlos después. Los varones no se adornan con pinturas ni las mujeres   —105→   usan sortijas, arracadas ni adornos, pero el día que aparece la primera menstruación, las pintan tres rayas azules obscuras: la una cae verticalmente por la frente desde el cabello a la punta de la nariz siguiendo el caballete de esta, y las otros dos una al través de cada sien. Estas rayas son indelebles; porque las ponen picando la piel y poniendo arcilla negrizca. A pocos días de haber nacido un varón charrúa, le agujerea la madre el labio inferior de parte a parte a la raíz de los dientes, y en el agujero le introduce la insignia viril que es el barbote, que no se quita en toda la vida ni para dormir, sino para poner otro si se rompe. Es un palito de más de medio palmo con dos líneas o la sexta parte de una pulgada de grueso hecho de dos piezas. La una tiene cabeza como clavo, ancha y plana en un extremo para que no pueda salir por el agujero en el cual la meten de modo que la cabeza toque la raíz de los dientes, y la otra extremidad apenas salga fuera del labio. La otra pieza más larga del barbote se introduce a fuera, y se afianza en un agujerito que tiene la primera en la punta exterior.

14. Por allá llaman toldo a la casa o habitación del indio silvestre, y toldoría al pueblo o conjunto de muchos toldos. El charrúa o más bien su mujer, corta tres o cuatro varas verdes poco más grueso que el dedo pulgar, y las dobla clavando entrambas puntas en tierra. Sobre estos arcos apartados unos de otros, tiende una piel de vaca, y queda hecha la casa o toldo para un matrimonio y algunos hijos; pero si estos no caben, hacen al lado otro. Entran como los conejos y duermen boca arriba sin almohada, como todo indio silvestre, sobre una piel. Es ocioso decir que no conocen sillas, mesas, etc., y que sus muebles son casi ningunos: hacen la cocina fuera de casa.

15. Nadie cubre la cabeza y los varones van totalmente desnudos sin ocultar nada; pero para abrigarse cuando hace mucho frío, suelen tener una camiseta muy estrecha de pieles sin mangas ni cuello, que no siempre llega a cubrir el sexo. Los que en la guerra han pillado un poncho o sombrero se sirven de este contra el sol muy ardiente y de aquel en vez de la camiseta. El poncho es un pedazo de tela muy ordinario de lana, ancho como siete palmos, largo diez con una raja en medio   —106→   por la que sacan la cabeza. Las mujeres no hilan, quizás porque su país no produce algodón, ni crían ovejas. Se envuelven en el citado poncho, o se ponen una camisa sin mangas de lienzo ordinario de algodón, cuando sus maridos o padres la han podido adquirir o robar. Jamás lavan su vestido, ni las manos ni cara; pero se bañan alguna vez cuando hace calor. Nunca barren el toldo; son muy puercas, huelen muy mal y también sus casas.

16. Nada cultivan, ni comen sino algún animal y vacas silvestres. Las mujeres arman y desarman los toldos, y hacen la cocina que se reduce al asado. Para esto ensartan la carne en un palo, cuya punta clavan en tierra de modo que quede algo inclinado: así le arriman el fuego, y cuando notan que la carne está asada de un lado, dan vuelta al palo para que se ase del otro. A un mismo tiempo ponen muchos asadores, y cualquiera de la familia que tiene gana saca uno sin avisar a nadie, le clava en tierra aparte y come sentado en sus talones. Aun cuando se congregan padres e hijos, nadie habla mientras comen, ni beben hasta haber comido.

17. No tienen juegos, bailes, cantares ni instrumentos músicos, tertulias ni conversaciones ociosas; y les es tan desconocida la amistad particular, como que nunca se avienen dos para cazar, ni para otra cosa, que para la común defensa. Su semblante es inalterable, y tan formal que jamás manifiesta las pasiones del ánimo. Su risa se limita a separar un poco los ángulos de la boca, sin dar la menor carcajada. La voz nunca es gruesa ni sonora, y hablan siempre muy bajo, sin gritar aun para quejarse si los matan: de manera que si camina unos diez pasos delante, no le llama el que le necesita, sino que va a alcanzarle.

18. No hay un charrúa ni de otra nación celibato, y se casan luego que advierten la necesidad de este enlace. Como son silenciosos y no conocen riquezas, jerarquías, bailes, lujo, adornos ni otras cosas que entran en la galantería, los negocios del amor se determinan entre ellos cuasi con la frialdad que entre nosotros el ir a la comedia. Se reduce, pues el matrimonio   —107→   a pedir la novia a sus padres, y a llevársela con su beneplácito, porque nunca se niega la mujer a esto, y se casa siempre con el primero que la pide, aunque sea feo o viejo el pretendiente.

19. En el momento que un soltero se casa, forma familia aparte y trabaja para alimentarla, porque hasta entonces vive a expensas del padre, sin hacer nada ni ir a la guerra. La poligamia es permitida, pero muy raro el que dos hombres se avengan con una mujer; y las muchas mujeres dejan al polígamo luego que encuentran marido con quien estar solas. También es libre el divorcio, mas se verifica rara vez si hay hijos. La resulta del adulterio es dar el agraviado algunas puñadas o cachetes a los cómplices si los pilla in fraganti; y aun esto cuando es celoso el marido, que es cosa poco común. Nada mandan, enseñan ni prohíben a sus hijos, ni estos respetan ni obedecen a los padres sino en lo que quieren, haciendo siempre lo que les da la gana sin respeto ni sujeción. A los huérfanos, cuando los hay los recoge algún pariente, o algún indio más compasivo que los otros.

20. Los varones cabezas de familia se juntan todos los días al anochecer, formando círculo sentados en sus talones, para convenirse en las centinelas que han de apostar y vigilar aquella noche, porque nunca las omiten, aun cuando nada teman. Dan cuenta allí de si en lo que han caminado aquel día han descubierto indicio de enemigos, y hace cada uno relación de los campos adonde irá a cazar o a pasearse el día siguiente para deducir quién le ocasionó la muerte u otra desgracia si le sucede. Si alguno forma un proyecto común como mudar a otra parte la toldería, atacar a otra nación o defenderse de ella, lo propone. La asamblea de[l]ibera, y verifican la idea los que la aprueban, sin asistir los que no aprobaron, y muchas veces tampoco algunos de los aprobantes, los cuales no incurren en pena ni están obligados a cumplir lo que ofrecieron. Las partes interesadas componen las diferencias particulares que rara vez les ocurren, sin que nadie se entrometa en ellas. Pero si no se avienen, se acometen a puñadas ensangrentándose las narices y alguna vez arrancándose o rompiendo algún diente, hasta   —108→   que cansados vuelve el uno la espalda, y nadie habla más del negocio. En estas cosas nunca intervienen armas ni he visto ni oído que un charrúa ni otro indio silvestre haya muerto a otro de su misma nación por ningún motivo.

21. Aunque las mujeres y los hijos de familia solo beban agua, los varones cabezas de familia se emborrachan siempre que pueden con aguardiente, y en su defecto con chicha que preparan desliendo miel en agua y dejándola fermentar. No he notado ni sé que padezcan enfermedad particular ni la de gálico y creo que viven aun más que nosotros. Tienen sin embargo sus médicos que a toda especie de enfermedades aplican el mismo remedio, que es chupar con mucha fuerza el estómago del paciente, persuadiendo que así extraen los males para que les gratifiquen.

22. Cuando muere alguno, le llevan al cementerio común, que tienen en un cerrito, y le entierran, matando sobre el sepulcro su caballo de combate (que es lo que más aprecian) si así lo ha dejado dispuesto, que es lo común. La familia y parientes lloran, o más bien gritan por los difuntos, y les hacen un duelo bien singular y cruel. Si el muerto es padre, marido o hermano que haga cabeza de familia, se cortan las hijas, la viuda y las hermanas casados un artejo o coyuntura por cada difunto, principiando por el dedo chico o meñique: se clavan además el cuchillo o lanza del muerto repetidas veces de parte a parte por los brazos y por los pechos y costados de medio cuerpo arriba. A esto agregan estar dos lunas tristes y ocultas en su casa comiendo poco. Barco, canto 10, dice que se cortan un dedo por cada pariente muerto, pero es como yo digo.

23. El marido no hace duelo por muerte de su mujer, ni el padre por la de sus hijos; pero si estos son adultos cuando fallece su padre, están desnudos ocultos dos días en casa comiendo poco, y esto ha de ser yuambu o perdiz o sus huevos. La tarde segunda de este entierro, les atraviesa otro indio de parte a parte la carne que puede pillar, pellizcando el brazo con un pedazo de caña larga un palmo, de modo que los extremos de la caña salgan igualmente por ambos lados. La   —109→   primera caña se clava en la muñeca, y se pone otra a cada pulgada de distancia siguiendo lo exterior del brazo hasta la espalda y por esta. Las cañas son astillas de dos o cuatro líneas de anchura sin disminución sino en la punta que entra. En esta miserable y espantosa disposición se va solo y desnudo al bosque o a una loma o altura, llevando un garrote punteagudo con el cual y con las manos escava un pozo que le llegue al pecho. En él pasa de pies el resto de la noche, y a la mañana se va a un toldo o casa, que siempre tienen preparado para los dolientes, donde se quita las cañas y se echa dos días sin comer ni beber. Al siguiente y en los días sucesivos hasta diez o doce, le llevan los muchachos de su nación agua y algunas perdices, y sus huevos ya cocidos, y se los dejan cerca retirándose sin hablarle. No tienen obligación de hacer tan bárbaras demostraciones de sentimiento, y menos ellos que quizás miran con indiferencia la falta de los que mueren, sin embargo rara vez las dejan de practicar. El que las omite en el todo o en parte, se reputa por flojo, pero esta opinión no le causa pena ni perjuicio en la sociedad con sus camaradas.

24. Los que se figuran que ninguno obra sin motivo, y pretenden averiguar el porqué de todo, pueden ejercitar su sagacidad discurriendo de donde sacaron los charrúas y otras naciones la idea de unos duelos tan extravagantes y crueles por los padres, maridos y hermanos, a quienes se nota poco que amen ni respeten cuando viven.

Indios yarós

25. Cuando descubrieron los españoles el Río de la Plata, vivían los yarós de la pesca y caza en la costa oriental del río Uruguay entre los ríos Negro y San Salvador internándose poco en los campos rasos, y sin acercarse a los que corrían los charrúas. Son tan escasas las noticias de esta nación, que apenas se comprende que tenía idioma diferente de todos; que usaba en la guerra garrotes, dardos y las flechas que se describirán en el número 60, y que era sumamente diminuta, no componiendo apenas cien familias. Sin embargo tuvieron valor   —110→   para acometer y matar algunos españoles con su capitán Juan Álvarez y Ramón primer descubridor del río Uruguay En el siglo XVI fueron exterminados los yarós por los charrúas; pero estos conservaron, según acostumbraban los indios silvestres a las mujeres y muchachos que están hoy mezclados sin poderse distinguir.

Indios bohanes

26. Son aun más escasas las noticias de esta nación que de la precedente con quien confinaba. Yo la creo menos numerosa, y que tenía idioma diferente de todas. Habitaba la costa oriental del río Uruguay al norte de los yarós: vivía como estos, y una parte de ella creo fue conducida al Paraguay por los españoles que desampararon a San Salvador, y el resto exterminado por los charrúas cuando los yarós y por el mismo tiempo.

Indios chanás

27. Al arribo de los primeros españoles, habitaba una nación en las islas del río Uruguay enfrente de la boca del río Negro, y cuando despoblaron los españoles la ciudad de San Salvador, pasaron los chanás a establecerse en la costa oriental del mismo Uruguay por debajo de la costa del río de San Salvador. Acosados después por los charrúas, volvieron a sus islas, fijándose principalmente en la llamada de los Vizcaínos. Pero temiendo padecer el exterminio de los yarós y bohanes que era reciente, solicitaron que los españoles de Buenos Aires los defendiesen, ofreciendo ser cristianos. En efecto el gobernador de dicha ciudad los sacó de las islas, les formó el pueblo de Santo Domingo Soriano, y les dio una guardia dejándoles vivir con la misma libertad que tenían los españoles sin sujetarles a encomiendas ni al gobierno en comunidad. De esto ha resultado naturalmente que estos indios han vivido contentos, y que se han civilizado a la par de los españoles, perdiendo su idioma, costumbres, etc. y mezclándose   —111→   con los españoles, de modo que casi todos pasan hoy por tales. Existen sin embargo algunos chanás, y entre ellos uno de más de cien años. Por lo que este y otros cuentan, y por algunos papeles antiguos se sabe que su nación apenas componía cien familias, que tenían idioma diferente de todos, que usaban canoas y vivían de la pesca, y que no ceden a los charrúas en la estatura y proporciones. Se ignoran sus antiguas costumbres, porque los viejos nacieron de padres ya cristianos.

Indios minuanes

28. En tiempo del descubrimiento, vivía esta nación en los campos del Norte del Paraná, sin apartarse de este río sino como treinta leguas, y extendiéndose desde donde el Uruguay se junta al citado río hasta enfrente de la ciudad de Santa Fe de la Vera-Cruz. Por el Mediodía confinaba con los guaranís que habitaban las islas del Paraná: por el Norte tenía grandes desiertos; y por el Levante mediaba dicho Uruguay entre los Minuanes y las naciones ya descritas.

29. Se equivocan Barco canto 24 y Lozano, lib. 3, cap. II, diciendo que nada valían, pues mataron a Juan de Garay famoso capitán y a muchos que le acompañaban. Cuando los Charrúas se internaron hacia el Norte, ajustaron con ellos la más estrecha alianza y amistad viviendo juntos muchas temporadas, pasando y repasando el río Uruguay y acometiendo acordes a los españoles de Montevideo y sus campañas. De aquí ha nacido el confundirlos comúnmente llamándolos indiferentemente ya charrúas ya minuanes. En el día se separan rara vez, y es igual su situación como lo son sus armas, caballos, color, facciones, ojos, vista, oído, dientes, pelo, vello, carecer de barba, mano, pie, seriedad, no reír, hablar poco y bajo, no gritar ni quejarse, voz y ninguna limpieza. Lo son también en la igualdad sin clases, en vestidos, muebles, casas, casamientos, no cultivar, borracheras, modo de comer, precauciones, en no adornarse ni servir uno a otro, y en tener lugar destinado para enterrar los muertos.

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30. Lo mismo digo de obsequios, leyes, premios, castigos, honor, amistad particular, bailes, cantares, músicas, juegos y tertulias. Igualmente se juntan en la asamblea al anochecer, y terminan sus diferencias particulares a puñadas. Se diferencian principalmente de los Charrúas en que no son tan numerosos, en su idioma diferente de todos, en parecerme una pulgada más bajos, más descarnados, tristes y sombríos, y menos espirituales, activos soberbios y poderosos, y que el pecho de las mujeres parece más abultado que el de las charrúas. Además la poligamia y divorcio parecen más raros. Tienen de muy singular el que los padres solo cuidan de los hijos hasta desmamarlos. Entonces los entregan a algún pariente casado o casada, sin volverlos a admitir en su casa ni tratarlos como hijos.

31. En la primera menstruación se pintan hoy las mozuelas como las charrúas, aunque algunas omiten las rayas de las sienes, siguiendo en esto su antigua costumbre. A los niños les pintan tres rayas azules indelebles de una mejilla a la otra cortando la nariz por enmedio: muchos adultos se pintan postizamente las quijadas de blanco; pero muchos varones omiten toda pintura imitando en esto a los charrúas desde que viven juntos. También los imitan en el modo de curar los enfermos; pero difieren porque no todos los médicos son varones, mezclándose en esta farándula algunas mujeres más o menos viejas. Estas ejercitan toda su habilidad en persuadir a los viudos y solteros, principalmente que tienen en su arbitrio la vida y la muerte, y metiéndolos miedo consiguen que alguno se case con ellas.

32. Por la muerte del marido se corta la mujer una coyuntura de un dedo. Corta también la punta de su cabellera, se tapa el rostro con la misma, cubre el pecho con una piel o trapo, o con su mismo vestido, y está oculta en casa algunos días. El mismo duelo hacen las hijas adultas por la muerte del que las crió en sus casas; pero no por su verdadero padre. El duelo de los varones solo dura la mitad del tiempo que entre los charrúas, y es el descrito en el núm. 23; pero en vez de pasarse las cañas, se atraviesan una espina gruesa de pescado,   —113→   metiéndola y sacándola, como quien cose, por las piernas y muslos interior y exteriormente, también desde la muñeca al codo.

33.28 El padre jesuita Francisco García, intentó formar sobre el río Ybicui, la doctrina o pueblo de Jesús María fijando a los minuanes; pero estos volvieron a su vida errante y libre, menos muy pocos que se pudieron agregar al pueblo Guaraní llamado San Borja. La suerte posterior de algunos minuanes se ha visto en el núm. 7.

Indios pampas

34. Así llaman los españoles a esta nación porque vive errante en las Pampas o grandes llanuras entre los treinta y seis y treinta y nueve grados de latitud, pero los conquistadores del país los llamaron querandís. Ellos mismos se llaman puelches, y aun de otros modos, porque cada trozo de su nación lleva su nombre. Cuando arribaron los primeros españoles, habitaban por la costa austral del Río de la Plata enfrente de los charrúas, sin comunicar con ellos, porque no tenían embarcaciones. Solo tenían indios inmediatos a los guaranís del Monte grande, y del Valle de Santiago que les caían al Poniente, y se llaman hoy San Isidro y las Conchas.

35. Disputó esta nación con admirable constancia y valor el terreno a los fundadores de Buenos Aires, forzándoles a abandonar la empresa y el sitio. Pero habiendo vuelto a fundar [por] segunda vez la misma ciudad, cuarenta y cinco años después, otros españoles bien provistos de caballos, no pudieron resistirles los Pampas, que aun no los montaban. Entonces se retiraron hacia el Mediodía viviendo de la caza de tatús, liebres, ciervos, avestruces, etc. Poco después se multiplicaron y extendieron mucho los caballos silvestres; los Pampas principiaron a pillar algunos y a comerlos. Las vacas se llevaron mucho después y aun tardaron en hacerse silvestres; y como los pampas estaban ya bien surtidos de alimentos con los caballos y la citada caza silvestre, no mataban las vacas para comer,   —114→   ni aun hoy las comen, sino a los caballos. Así el ganado vacuno no encontró dificultad para procrear y extenderse a lo menos hasta el río Negro a los cuarenta y un grado de latitud, y de Levante a Poniente, desde la mar hasta las faldas orientales de la cordillera de Chile, habitadas por diferentes naciones de indios silvestres. Estos luego que vieron aparecer las vacas en su país, principiaron a comerlas, y a vender las sobrantes a los famosos araucanos y a otros indios.

36. Así se apocaron las vacas hacia aquellos lugares; las que restaban, viéndose perseguidas, corrieron hacia el Oriente concentrándose en el país que corrían los pampas, que no las incomodaban. Los indios, que se ha dicho que comían y vendían las vacas, las fueron siguiendo haciendo amistad con los pampas, que ya tenían buenos y abundantes caballos. Entonces todos juntos acopiaban muchos caballos y vacas, y los iban a vender a otros indios y a los españoles de Chile, pasándolos juntos a la Villarrica destruida, donde la cordillera de Chile se interrumpe repentinamente dejando un paso llano y ancho una milla. Los españoles de las ciudades de Córdoba, Mendoza y Buenos Aires también hicieron muchos destrozos en los mismos ganados vacunos, para vender sus pieles y sebo.

37. Así se exterminaron las vacas silvestres de aquellas partes; y como los pampas y demás naciones coligadas las echaban menos para continuar el comercio de ellas, principiaron antes de la mitad del siglo XVIII a robar el ganado vacuno manso que tenían en sus dehesas o estancias los españoles de Buenos Aires y su distrito. No se limitaban a robar, sino que quemaban las casas campestres y mataban a los varones adultos conservando las mujeres y niños para tratarlos según se dijo en el núm. 10.

38. Con estas hostilidades lograron los citados indios asolar aquellas campañas, y cortar no solo el camino que va de Buenos Aires al Perú, sino también el de carretas que iba a Chile por la Villarrica según dije en el núm. 36. Finalmente pusieron tanto miedo a la ciudad de Buenos Aires, que la precisaron a cubrir su frontera con once fuertes guarnecidos de artillería   —115→   y de setecientos veteranos de caballería, sin contar las milicias. Lo mismo han hecho las ciudades de Córdoba y Mendoza, que padecían lo mismo de parte de dichos indios. Es cierto que en esta guerra intervinieron varias naciones coligadas, pero siempre los pampas entraron en liga como parte principal, y su valor puede colegirse del caso siguiente. Habiendo sorprendido a cinco pampas, los quisieron llevar a España y los embarcaron en un navío de guerra de setenta y cuatro cañones. Al quinto día de feliz navegación, dispuso el capitán sacarlos del cepo, dándoles libertad de pasearse por el navío: ellos resolvieron de repente apoderarse del buque matando a toda la tripulación. Para esto se hizo uno el distraído para acercarse a un cabo de escuadra; repentinamente le pilló el sable, y mató en pocos momentos a dos pilotos y catorce marineros; pero no pudiendo más se arrojó a la mar. Sus compañeros hicieron lo mismo después de haber intentado apoderarse de las armas, que la guardia defendió sin dejárselas tomar. Los Padres Jesuitas principiaron una reducción a los pampas cerca del arroyo Salado, y otra en el cerrito llamado impropiamente del Volcán, pero nada adelantaron ni existen hoy.

39. Hace como trece años que los pampas hicieron la paz con los españoles: sin embargo me siguieron contándome los pasos sin presentárseme cuando anduve reconociendo su país. Compran o permutan con los indios de la costa patagónica y con otros que los caen al Sur, plumas de avestruz y mantas de pieles; y de los indios de la cordillera de Chile, jergas y ponchos de lana. Lo dicho y otros artículos propios, como son bolas, lazos, pieles, sal, etc., lo conducen los pampas y lo venden o permutan en Buenos Aires por dinero y mejor por aguardiente, azúcar, dulces, yerba del Paraguay, higos secos, pasas, sombreros, espuelas, frenos, cuchillos, etc. Aunque entre los indios que hacen este comercio hay muchos que no son pampas, procuran uniformarse en lo exterior y dicen siempre que lo son: así no será extraño si algo de lo que digo por informes y por lo que he podido observar en lo que he visto en Buenos Aires pertenece a otras naciones.

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40. Yo regulo que los pampas compondrán unos cuatrocientos guerreros o familias: su idioma es diferente de todos y puede escribirse con nuestro alfabeto, pues no le he notado narigal ni gutural. Me parece ademas que su voz es más sonora y entera, y que hablan más unos con otros. Verdad es que también hablan bajo en la conversación, pero cuando su cacique echa su arenga al virrey español, habla él mismo, y más comúnmente el orador que lleva, esforzando mucho la voz, haciendo una corta pausa a cada tres o cuatro palabras, y cargándose muy reparablemente en la última sílaba, al modo de los militares cuando mandan el ejercicio. El objeto de tales arengas es asegurar la paz, y pedir que les den el regalo acostumbrado, que es al cacique, casaca azul, con vueltas y chupa encarnadas, y un sombrero y bastón de puño de plata. No quieren camisa, calzones ni calzado, porque dicen que les dan mucha sujeción: a los demás se les da aguardiente y alguna friolera. Creo que su estatura pasa a la española, y me parece que su totalidad no solo es más membruda que la de todos los demás indios, sino también que su cabeza es más redonda y gruesa, la cara más grande y severa, los brazos más cortos, y el color algo menos obscuro. No se pintan ni cortan el cabello: los varones levantan todas las puntas arriba, sujetándolos con una correa o cuerda que ciñe la cabeza por la frente. Las mujeres dividen el pelo en dos partes iguales, una en cada costado, haciendo una muy gruesa, larga y apretada coleta con una cinta o correa, de modo que parece llevan un cuerno sobre cada oreja, que cae a lo largo de cada brazo. No solo se peinan y lavan, y son las más aseadas entre aquellas naciones, sino también me parecen las más vanas, altivas y menos condescendientes.

41. No se pintan las mujeres: usan collares, pendientes y muchas sortijas de poco valor. Dicen que en sus toldos o casas no están muy tapadas, pero para entrar en Buenos Aires se ocultan con el poncho sin descubrir el pecho, ni otra cosa que la cara y manos: las casadas con indios ricos y sus hijos, se adornan más y con mejores prendas; cosen en un poncho o manta diez o doce planchas de cobre delgadas, redondas de tres a seis pulgadas de diámetro, a iguales distancias   —117→   unas de otras. Las mismas llevan botas de piel muy delgada claveteadas de tachuelas de cobre de cabeza cónica y ancha en su base como media pulgada. Montan como los hombres lo mismo que toda india, pero las pampas ricas llevan las correas de la cabezada del caballo cubiertas de planchuelas de plata y los estribos y espuelas de este metal. Sus maridos y padres usan los mismos jaeces de caballo, y aunque cuando corren el campo van totalmente desnudos, tienen sombreros, chupa o chamarra y poncho con que se abrigan cuando hace frío y cuando entran en Buenos Aires: además se envuelven la cintura con una jerga que baja hasta la rodilla. En ninguna otra nación silvestre he notado esta desigualdad en riquezas, ni semejante lujo en vestidos y adornos; pero creo que en esto son lo mismo los aucas o araucanos y otros que se indicarán en el núm. 45. Quizás se distinguen en lo dicho, porque son las únicas naciones comerciantes.

42. Aunque los caciques o capitanes pampas heredan de su padre este empleo o dignidad, la pierden también si los indios encuentran otro que les de pruebas de mayor talento, astucia y coraje. Por esto suelen hacer lo que el cacique les propone relativo a su seguridad, sin sufrir jamás que exija de ellos servicio ni tributo alguno, ni que los mande, reprenda ni castigue. Cada cacique vive aparte con los que le reconocen, y a este conjunto del cacique y su gente, llaman parcialidad de indios, aunque a veces se compone de dos o más caciques y sus gentes. Se separan hasta cincuenta y más leguas los de la misma nación; pero se visitan de tanto en tanto, y se juntan para hacer la guerra y para lo que es cosa común. Por el número y forma de los humos que hacen, se avisan el día y paraje donde se han de juntar si hay enemigos y en que lugar, etc. Para hacer su toldo o casa, clavan en tierra, apartados como seis palmos y en línea, tres palos como la muñeca; el del medio largo como diez palmos, los otros menos, y todos con horquilla en la punta. A distancia de cuatro a seis varas clavan otros tres palos idénticos; de estos a aquellos ponen en las horquillas tres cañas o palos horizontales y sobre estos tienden pieles de caballo: esta es la casa para una familia; pero si tienen frío   —118→   acomodan otras pieles verticales en los costados. Tengo entendido que los casados se aman más que entre otras naciones, y que manifiestan más ternura por sus hijos, aunque en nada los instruyen, y los alimentan hasta que se casan. Por lo demás nada cultivan, trabajan, hilan ni tejen: se casan y se emborrachan como los charrúas.

43. No usan arcos ni flechas, y aunque algunas relaciones dicen que antiguamente las usaban, no dudo que se equivocan creyendo que eran suyas las de los guaranís que, aliados con los pampas, hicieron la guerra a los conquistadores; porque ninguna nación de aquellas ha abandonado sus antiguas costumbres ni su armamento, no obstante que desde que tienen caballos usan la lanza, sin olvidar sus flechas. Como quiera usaban antiguamente de una especie de lanza o dardo hecha de palo puntiagudo, con que herían de cerca, y aun de lejos arrojándolo: hoy usan de la lanza a caballo, y también de las bolas que usaban sus antepasados. Esta es una arma tan temible como las de fuego y que quizás se adoptaría en Europa si la conociesen. Es en dos maneras, la una, son tres piedras redondas como el puño, forradas separadamente con piel de vaca o caballo, y unidas las tres a un punto o centro común por cordones de piel gruesos como el dedo, y largos cinco palmos. Toman con la mano la una, que es algo menor, y haciendo girar los dos restantes sobre la cabeza hasta tomar violencia, despiden las tres, llevando su caballo a toda carrera, a más de cien pasos, y matan del golpe o se enredan en las piernas, cuello o cuerpo del hombre o animal sin permitirle escape ni defensa.

44. La otra manera de bolas, que llaman bola perdida no es más que una gruesa como las citadas, pero si son de cobre como las llevan muchos Pampas, son mucho menores. También la forran en piel de caballo, pero sale del forro una correa o cordón de cinco palmos cuya punta toman para hacer girar la bola con violencia y dar el golpe mortal sin soltarla, si el objeto está inmediato. Si está de ciento y cincuenta a doscientos pasos distante sueltan la bola perdida con la violencia que la da el girar del brazo, y la carrera del caballo. Los pampas llevan siempre muchas de unas y otras bolas a   —119→   la guerra, y son diestrísimos en manejarlas, porque diariamente se ejercitan en pillar caballos y otros animales silvestres. Con ellas, usándolas a pie, mataron ren una batalla a muchos españoles, entre estos a don Diego de Mendoza hermano del fundador de Buenos Aires, y a otros nueve esforzados capitanes: yo preferiría mandar a una caballería provista de bolas, contra otra armada de espadas, o pistolas y corazas. Atando mechones de pajas encendidos a las cuerdas de las bolas perdidas, lograron los pampas incendiar algunas embarcaciones y muchas casas cuando se fundó Buenos Aires. Por lo demás su modo de hacer la guerra es como el de los charrúas descrito en los números 9 y 10, pero como su país es más llano, sin bosques, ni ríos, tienen poco lugar las emboscadas. En cuanto a su resuelto valor, destreza y buenos caballos nadie les aventaja.

Indios aucas y otros

45. Hacia la parte del Poniente de los Pampas viven los Aucas y otras naciones de indios silvestres, a quienes dan diferentes nombres en la frontera de la ciudad de Mendoza, las cuales vinieron del Occidente a establecerse allí por el motivo citado en el núm. 36. Ellas han sido la causa de haberse abandonado el camino de carretas que iba de Buenos Aires a Chile, porque se han fijado en el mismo camino. Los aucas son de una división o parcialidad de los famosos Araucanos de Chile. Yo no los he visto ni tampoco a las demás citadas naciones, y así hablaré poco de ellas, y esto por noticias ajenas o que me han dado. Todas son más diminutas o más que los pampas errantes, y usan idiomas totalmente diferentes. A veces se unen con dichos Pampas; juntos han hecho la guerra a Buenos Aires y han exterminado los ganados según se dijo en los números 35 y siguientes. Algunas de estas naciones van a recoger la cosecha de manzanas silvestres en las cercanías del río Negro de la costa patagónica, como treinta o cuarenta leguas al Poniente de donde se le junta el río Diamante. Las citadas naciones cultivan poco, pero crían algunos vacas, caballos y ovejas: de su lana tejen jergas y ponchos y las permutan   —120→   con los pampas, quienes las llevan a vender en Buenos Aires. Por lo demás parece que en todo se asemejan a dichos Pampas y a todos los reputo de la clase de indomables, como lo ha hecho ver la experiencia en los aucas o araucanos.

Indios balchitas, uhiliches, telmelchis y otros

46. Entre los cuarenta y un grado de latitud y el estrecho de Magallanes, desde la costa patagónica a la cordillera de Chile, habitan errantes al Sur de los pampas, varias naciones más silvestres que los del núm. 35. Algunas veces se adelantan hacia el Norte y pasando los ríos Negro y Colorado, permutan sus pieles y plumas de avestruz con los pampas, y también se han solido combinar con ellos para hacer guerra a Buenos Aires. Lo extraño es que ninguna de las naciones que habitan al Mediodía del Río de la Plata, o de los treinta y seis grados de latitud, hace ni ha hecho jamás la guerra, que yo sepa, a otra sino únicamente, a los españoles, cuando las que habitan hacia el Norte del citado paralelo, están frecuentemente y han estado siempre destrozándose unas a otras: y no es porque aquellas sean inferiores en estatura, armas, fuerzas y talento. Aunque no he visto ni tratado las naciones de que ahora hablo, ni aun sé el número de ellas, no ignoro que son bastantes, ni que las hay de nuestra estatura, otras menores y otras mayores: lo que concilia las noticias de los viajeros que han hecho gigantes a los telmelchis o patagones, con las de otros que les conceden estatura regular. Se hace más admirable esta diferencia, sabiendo que todos viven errantes en la misma llanura, cuyas producciones son idénticas. Llegaron a Buenos Aires dos Patagones incorporados con muchos Pampas, y dice quien los midió que el uno tenía seis pies y cuatro pulgadas francesas, y el otro dos pulgadas menos. Otros que han visto bastantes, me dicen que su estatura media es de seis pies.

47. Las noticias que he podido adquirir me persuaden que cada nación tiene idioma diferente; que nada cultivan ni trabajan; que subsisten de tatús, liebres, ciervos, caballos, guanacos,   —121→   hurones, yaguares, yagueretés, guazaros, aguarachais, avestruces y perdices; que no crían ovejas ni vacas; que carecen de leyes, juegos y bailes; que se gobiernan por la asamblea citada núm. 20; que tienen pocos y cuidan menos de los caballos porque viven en paz con sus confinantes, y que sus casas son como las de los29 pampas. Se diferencian de estos en no conocer desigualdad de riquezas, y en que su vestido se reduce a una manta casi cuadrada de como siete palmos, formando su centro con pieles de aguarachai, guanaco o liebre, y el contorno o cenefa con las de yaguarés: las pintan mucho de rojo y negro por el lado opuesto al pelo, y se envuelven con ellas, sin usar otro vestido ambos sexos.

Indios guaranís

48. Cuando se descubrió la América, poblaban los guaranís la costa austral del Río de la Plata desde Buenos Aires a las Conchas, y continuaban por la misma costa, sin pasar a la opuesta, ocupando todas las islas del río Paraná e internándose en el país unas 16 leguas hasta los veinte y nueve o treinta grados de latitud. Desde este paralelo se extendían por la costa oriental del dicho Paraná y en seguida por la misma del río Paraguay hacia los veinte y un grados de latitud, sin pasar al Occidente de estos ríos; pero se prolongaban a sol caliente hasta la mar y ocupaban todo el Brasil, la Cayena y aun más. Tenían también pueblos interpolados con los de otras naciones en la provincia de los chiquitos, y los chiriguanás del Perú eran también guaranís.

49. Todos los del Brasil fueron cautivados; la mayor parte vendidos por esclavos, y mezclados con los negros de África. La misma suerte tuvieron muchos guaranís libres o silvestres, y los de diez y ocho o veinte pueblos reducidos por los españoles, que los portugueses de San Pablo, llamados antiguamente mamalucos se llevaron con violencia internándose en los países españoles. Los de la provincia de los chiquitos, fueron reducidos e interpolados en los de otras naciones por los españoles, y aun conservan el nombre de garaios: los del Paraguay están reunidos y son cristianos en unos cincuenta pueblos; de modo que no   —122→   hay más guaranís libres que conserven sus costumbres antiguas, sino los chiriguanás y algunos llamados coaiguás (montesinos) en el Paraguay.

50. A su tiempo hablaré de los guaranís reducidos o sujetos, y ahora de su nación silvestre. Para esto no me valdré de las descripciones que hace de ellos Alvar Núñez, cap. 17 y 26, porque la creo falsa y arbitraria; ni me servirán los chiriguanás porque no los conozco: lo que hablaré será tomado de historias y papeles antiguos, y de relaciones que me han hecho algunos que han visto a dichos coaiguás.

51. La nación Guaraní era la más numerosa y entendida del país, pero no tenía un jefe, ni formaba un cuerpo político como la mejicana; porque cada pueblo era independiente de los demás, y tenía su nombre particular, como son en el Paraguay los de imbeguás, caracarás, timbús, corondás, colástines, tucagués, calchaquís, quiloazás, ohomas, mongolás, acaai, ytati, tois, tarois, curupaitís, curumiais, y otros que algunos escritores han olvidado y creído alguna vez que pertenecían a naciones diferentes. Así sucede a Schimidels, cap. 17, llamando macuarendas a los quiloazás y creyéndolos de diferente nación que los timbús. El nombre más general de la nación fue antiguamente el de carios y hoy lo son los guaranís y tapes.

52. Como si quisiesen ocultar sus pueblos, todos estaban inmediatos y dentro de grandes bosques, o a lo largo de ríos donde hay siempre mucho bosque; si estaban en campiñas francas era cuando distaban mucho de otra nación diferente. Todos cultivaban calabaza, judías, maíz, maní, batatas y mandioca: comían la miel y frutas silvestres, y cazaban aves, monos, capibaras, etc. De esto subsistían agregando los de junto a ríos, el pescado que pillan a flechazos y con anzuelo de palo duro, sirviéndose de canoas muy pequeñas. Schimidels, cap. 13, se las da con demasiada ponderación largas 80 pies, y en el cap. 23, dice que los mongolas criaban gallinas, gansos y ovejas: cosa que no creerá quien conozca la vida errante y descuidada de los indios silvestres, ni quien sepa que no las tienen hoy ni las hubo en América hasta que las llevaron de Europa. Rui Díaz, libro I,   —123→   cap. 5, escribe que los chiriguanás comieron la carne de sus enemigos mientras conquistaron; pero como esta conquista es una fábula, digo lo mismo de comer carne humana.

53. El idioma guaraní es diferente de todos y pasa por el más abundante, aunque le faltan muchas. El padre franciscano fray Luis Bolaños, inventó acentos sencillos para expresar escribiendo lo que tiene de nasal y gutural; tradujo al guaraní nuestro catecismo, y compuso el diccionario y gramática que los padres jesuitas imprimieron. El guaraní es idioma muy difícil, pero útil para comunicar con las demás naciones silvestres; porque muchas de estas tienen algunos cautivos Guaranís.

54. Cada pueblo se dirige por una asamblea igual a la citada en el núm. 20 en la que suele adoptarse el dictamen del cacique, si este es reputado por sagaz y valiente. El cazi cazgo es una especie de dignidad hereditaria como nuestros mayorazgos, pero muy singular porque el que la posee no difiere de los demás indios en casa, vestido, ni insignia; ni exige tributo, respeto, servicio, ni subordinación, y se ve precisado a hacer lo que todos para vivir. Tampoco manda en la guerra, y si es tonto le dejan y toman otro. Aunque diga Schimidels, capítulo 13, que los guaranís son altos y grandes, y Ruiz Díaz, lib. 2, cap. 6, que los timbús eran agigantados, ambos autores se equivocan puesto que en esto no pudieron diferenciarse los pueblos de que hablan del resto de su nación, cuya estatura seguramente es más de dos pulgadas inferior a la española. También encuentro su totalidad más carnosa, de color más rojizo y menos obscuro que en mis demás naciones; con semblante más frío, triste y tan abatido, que no miran al objeto con quien hablan ni la cara del que les mira: no se arrancan las cejas y pestañas, y algunos varones tienen pelos, aunque pocos en la barba y cuerpo.

55. Schimidels, cap. 13, dice de un pueblo guaraní, que los varones embutían en la nariz estrellitas de piedra blanca o azul: en el cap. 16 que llevaban piedrezuelas cerca de la nariz, y en el cap. 17 que las llevaban junto a la nariz. Rui Díaz, lib. 1, cap. 4, pone a los mismos una piedrecilla azul o verde en cada falda de la nariz. Pero yo no les creo fundado en la ambigüedad con que   —124→   se explican, en que no advirtieron tal adorno en otros muchos pueblos guaranís que vieron ni le usan hoy los guaranís silvestres, y en que no he visto más bien dudo haya tales piedras por allí. Aunque nadie haya dicho que tuviesen por insignia viril el barbote citado núm. 13, yo creo que la usaban; porque lo usan los hoy silvestres; y es de goma transparente, largo medio palmo, del grueso de una pluma de escribir, con una traviesa o muletilla en la cabeza para que no se salga del agujero del labio. Hoy usan los varones una corona en la cabeza al modo que nuestros clérigos, pero mucho mayor; no llevan gorro ni sombrero y van totalmente desnudos.

56. Me dicen que las mujeres de algunos pueblos silvestres no hilan, y que las de otros hilan y tejen del modo que se dirá en el núm. 112. Añaden que aquellas no usan más vestidos que una piel u otra cosa en la cintura, y los varones un equivalente: que las segundas se visten según se dirá, número 112, y lo mismo los varones. Ninguno corta ni ata el cabello ni lleva sortija, ni adornos; pero al bajar la primera menstruación, se hacen multitud de líneas obscuras indelebles, del modo que dije en el núm. 13 que bajan verticalmente desde el cabello al horizonte que pasa por lo inferior de la nariz: yo creo que a esto llama heridas en la cara Schimidels, cap. 13. En los campos de Caazapá y Yuti se suelen encontrar enterradas tinajas de barro con residuos de guaranís muertos; pero pocas y apartadas. Ignoro lo que en esto harán hoy, y si practican los duelos de otros indios.

57. Hay quien asegura que sus huesos en los cementerios se convierten en polvo mucho antes que los de Europa, y que vivos nadan naturalmente como los cuadrúpedos. No son celosos, y vemos que entregaban con gusto sus hijas y mujeres a los españoles, ni tienen la fecundidad de estos, pues habiendo examinado muchos padrones o listas de pueblos antiguos y modernos, nunca han correspondido sino a tres y medio o cuatro por familia inclusos los padres, no obstante de no haber un celibato o un viudo mucho tiempo. Cotejando los sexos, he advertido que a catorce mujeres corresponden trece hombres, y cuando se redujeron los del pueblo de Ycape, las dos terceras   —125→   partes eran mujeres. Estas tienen unos labios grandes y abultados con exceso.

58. Estoy persuadido de que todo lo dicho en el número precedente, conviene a todas mis naciones de indios. También se asemejan a ellas los guaranís en tener sus individuos más igualados que los españoles, sin pecar en gordos ni en flacos con exceso, y sin haber uno defectuoso, ni ciego, ni sordo, los ojos pequeños no muy abiertos, muy relucientes, negros y jamás de otro color: la vista y oído doblemente perspicaz que nosotros, los dientes blancos, bien puestos, y sin dolor ni caerse jamás; el cabello tupido, grueso, largo, negro, lacio, nunca de otro color ni crespo, muy arraigado; la mano y pie pequeños.

59. Igualmente se asemejan a todos en no barrer las casas o tiendas, ni lavar el vestido ni las manos y cara; en oler mal; en el semblante severo que no manifiesta las pasiones del ánimo ni se ríe; en la voz nunca gruesa ni sonora, en hablar bajo y poco, en ser todos iguales, ni servir uno a otro, ni conocer amistad particular; en la frialdad de sus galanteos y casamientos descritos en el núm. 18; en no gritar y quejarse en los dolores; en decidir las partes sus diferencias del modo dicho, número 20, y en no instruir ni prohibir nada a los hijos.

60. Los guaranís no hacen más guerra que la inevitable y alguna sorpresa, con macanas o garrotes de una vara con porra en el extremo, y con flechas de siete cuartas con lengüetas de palo duro. El arco cuasi no tiene curvatura; es grueso en medio como la muñeca, disminuye para que sus agudas puntas sirven de lanza. No le violentan sino cuando han de disparar. Entonces atan la cuerda de firme a las puntas que llevan arrolladas a la una y apoyándolo en tierra verticalmente estriban en él, con el pie le violentan cuanto pueden, y disparan la flecha casi tan lejos como un fusil la bala, aunque la puntería es incierta, y el aire la desvía. No llevan carcax, y también usan otro arco menor con que despiden bolas de arcilla endurecidas para matar pájaros.

61. La pusilanimidad es el carácter que más resplandece y distingue los guaranís de las otras naciones. Temen aquellos   —126→   tanto a estos, que dudo se atrevan diez o doce contra uno; y la experiencia en aquellos países ha hecho ver que estos guaranís son los únicos que se han sometido. Todos los del Brasil y del Río de la Plata quedaron subyugados a la primera aparición de los europeos, y todos nuestros pueblos de indios allí son de su nación. Pero ningún europeo ha podido someter a las demás naciones, aunque son muy diminutas, según se ha visto y veremos. Lo mismo se observa en Méjico y en el Perú. En poco tiempo dominaron los españoles a todos los vasallos del Inca y de Motezuma; pero queriendo extender sus conquistas fuera de los límites de estos dos imperios, encontraron otras naciones tan diminutas y silvestres como las que describo, a quienes no pudieron domar, ni se ha podido hasta hoy. Es cosa admirable y aun increíble si no se viese, que las naciones Mejicana, Perulera y Guaraní hayan sido las únicas dominadas en América, siendo como son las únicas enormemente extendidas e incomparablemente más numerosas que las que no han querido dejarse dominar. Vendría bien hacer aquí un cotejo de las naciones de Méjico y el Perú con la guaraní, las cuales, aunque muy diferentes en idioma y en civilización, se han de parecer en otras cosas, cuando se asemejan tanto en la pusilanimidad y poco espíritu. Pero no habiendo yo visto más que unos pocos momentos a tres indios peruleros, solo puedo decir que me pareció su estatura menos rolliza y algo inferior a la guaraní, su cara menos obscura y cuadrada, más despejada, descarnada y estrecha en la parte inferior.

Indios tupís

62. Habita esta nación, entre los pueblos de San Ángel y San Javier, los bosques que hay en la costa oriental del río Uruguay, extendiéndose a lo menos hasta los 27 grados y medio de latitud, y sin pasar al occidente del mismo río.

63. Los guaranís de las Misiones o pueblos del Uruguay, tienen terror pánico a los tupís, porque les han muerto muchos en los beneficios de yerba del Paraguay y cuidando de los ganados, y porque también han sorprendido y muerto algunos demarcadores   —127→   de límites. No los he visto, pero en los citados pueblos me informaron que los tupís eran tan errantes, que no tenían domicilio, ni dormían dos noches en el mismo sitio; que no tenían idioma y aullaban como los perros; porque su labio inferior estaba cortado en dos mitades por un tajo vertical; que comían carne humana; y que habiendo pillado a dos, murieron en los pueblos sin querer comer ni beber. Un manuscrito que leí de un jesuita, copiaba mucho de lo dicho, añadiendo que viven en jaulas que hacen en lo alto de los árboles.

64. Yo creo que el miedo ha inventado estas noticias; lo cierto es que en enero de 1800 salieron del bosque como doscientos tupís, y atravesando a vado el río Uruguay, que a la sazón estaba muy bajo, por un arrecife entre los pueblos de Concepción y Santa María la mayor, subieron a la lomada de Mártires. De allí se dirigieron al Norte doce leguas, y destruyendo un pueblo principiado a los guaranís matando a muchos, siguieron y se internaron en los bosques. Alarmados los pueblos vecinos siguieron de lejos a los tupís y pillaron algunos muchachos extraviados, que se fugaron luego por el descuido que hubo en guardarlos; menos una mujer de unos diez y ocho años y otra de doce, que permanecieron un mes en casa del administrador del pueblo de Concepción, y se escaparon también al bosque.

65. Según me informó dicho administrador, sus huéspedas se bañaban con frecuencia, bailaban alguna vez solas, y buscaban cada una un guaraní para dormir, enfureciéndose contra quien intentaba estorbarlo. Su idioma pareció diferente a todos sin nasal ni gutural: según se pudo comprender, los tupís tienen pueblos y las casas cubiertas con hojas y esteras de palma; cultivan los frutos y raíces del país, de que viven y de la caza, miel y frutas silvestres; al pan de maíz y de mandioca llaman ense; los varones no se pintan y van totalmente desnudos, aunque muchos tienen para el frío una camiseta muy corta, estrecha sin mangas ni cuello, tejida del caraguatá por las mujeres; estas envuelven la cintura con una manta o pedazo de la misma tela, las mismas llevan al cuello sartas de lentejuelas hechas de conchitas, ambos sexos no se arrancan   —128→   cejas ni pestañas, cortando el cabello a la altura del hombro y el de delante a media frente. Su estatura es algo más alta que la guaraní, el color más claro, el semblante más despejado y alegre, y las facciones mejores. Parece que hacen la guerra a toda nación, quitando la vida a todos los sexos y edades. He visto sus armas que son el garrote y flechas descritas en el número 60; y he tenido unos cestos perfectamente tejidos de caña en que meten la fruta y lo que encuentran, y los llevan suspendidos de una cuerda que ciñe la frente.

Indios guayanas

66. Son muy diferentes de los que en el Paraguay llevan este nombre siendo guaranís. Habitan los bosques orientales al río Uruguay desde el río Guairai para el Norte, y también los orientales de río Paraná mucho más arriba del pueblo de Corpus. Parece que sus pueblos son muy pequeños e independientes unos de otros. Difieren de todos en el idioma; en hablar alta, agria y desentonadamente, en su color muy notablemente más claro; en el semblante más alegre y activo, y en que algunos tienen ojos azules: su estatura peca algo en descarnada, bien proporcionada, sin ceder a la española. No tienen barba y conservan las cejas y pestañas. Son pacíficos y aun cariñosos con los extranjeros. A los varones se les conocen en brazos y muslos muchas cicatrices, que creo sean resultas de los duelos y fiestas semejantes a las de los charrúas del núm. 23, y de otras naciones. Los mismos ciñen la frente con una venda de pluma tejidas con hilo de caraguatá, siendo las rojas las que más aprecian, pero van totalmente desnudos, y las mujeres cubren la cintura con un trapo tejido de dicho caraguatá. Parece que temen pasar ríos grandes, y se asemejan a los tupís en las armas, en las habitaciones, en ser agricultores, y en no tener animales domésticos.

67. Cuando la conquista se hallaba esta nación, como las dos precedentes, circundada de guaranís en la provincia de Ytati o campos de Jerez. La redujeron los españoles formando de ella un pueblo que fue asaltado y destruido por los portugueses,   —129→   sus indios conducidos al Brasil y vendidos como esclavos. Barco los hace guerreros y les da nombres guaranís, como lo hizo con otras naciones; pero según lo que deduzco de la relación misma del que los conquistó, pasaban de quinientas almas en cuatro pueblos: vivían de la agricultura del país: eran tranquilos y amables, y usaban idioma propio.

Indios nalicubgas

68. Ignoraría hasta el nombre de esta nación, si los indios albayas que la han visto, no me dijesen, que habita dos jornadas al Levante de los campos de Jerez, como por los 21 grados de latitud, en cuevas subterráneas; que son pocas familias, totalmente desnudos y con idioma diferente de todos; que cultivan las semillas del país y que se parecen a los Guaranís en la estatura, color y pusilanimidad, aunque defienden la entrada de sus casas con las flechas del núm. 60.

Indios guasarapós

69. Este nombre les dan las relaciones antiguas, aunque es muy frecuente llamarlos hoy guachies. Siempre han vivido en unos lugares bajos y pantanosos inmediatos a las albercas donde principia el río Guasarapó o Guachic que entra por el Este en el del Paraguay en los del 19º 16' 30" de latitud. Su domicilio no puede reconocerse sino entrando por el mismo río Guasarapó por donde ellos bajan en canoas iguales a las de los payaguas hasta el río Paraguay y luego por este buscan a los indios albayas, de quien son y han sido siempre tan íntimos amigos, como que hacen juntos la guerra a los ninaquiquilas, a nuestros pueblos de chiquitos y a otros; y aun suelen los de la una nación casarse con las mujeres de la otra. Así es que estando juntos, no se diferencian en el color, ni en la estatura que será de cinco pies y ocho pulgadas, ni en la elegancia de sus formas; ni en raparse el pelo casi a navaja, ni en el valor y soberbia, ni en llevar la cabeza sin gorro ni sombrero: su idioma es diferente de todos.

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70. Parece que toda la nación no llega a setenta guerreros, que no cazan ni cultivan y que subsisten del arroz silvestre de sus lagunas, pescando a flechazos y con anzuelos de palo y fierro, comprándolos a los españoles por mano de los albayas. Estos aseguran que hombres y mujeres guasarapós van totalmente desnudos; pero vemos que algunos tienen una manta adquirida en la guerra o comprada a los albayas, a quien se parecen en no tener barbas, en arrancarse las cejas y pestañas, y en usar el barbote del núm. 13. En la guerra usan el garrote sin porra como los albayas, y las flechas del núm. 60, y solo conservan las mujeres y niños como dije, núm. 10, de los que tienen algunos.

Indios guatos

71. Han vivido siempre estos indios dentro de una laguna al Occidente del río Paraguay, con quien comunica en los 19º 12' de latitud, y algunos escritores los han equivocado con los guasarapós. Jamas salen de su laguna, y la navegan en canoas sumamente pequeñas dos individuos en cada una; pero luego que descubren que alguno les mira, se ocultan entre los juncos y espadañas; de modo que nunca han tratado con indio ni español, ni se han dejado observar de cerca. Se presume que no llegan a treinta familias con idioma diferente de todos.

Indios orejones

72. Vivía esta nación cuando la descubrieron los españoles, en la falda oriental de la sierra de Santa Lucía o San Fernando, pegada a la orilla occidental del río Paraguay y en la costa de las lagunas maniore, yaibá y otras que comunican con dicho río, desde el paralelo de 19 grados hasta la isla que hay cerca de la boca del río Jaurú que también ocupaban. Alvar Núñez cautivó la mayor parte de esta nación, y por fuerza la llevó a la Asunción, donde fue repartida en encomiendas y confundida con los guaranís. Los pocos que se escaparon a Alvar Núñez, viven en la falda de la citada sierra y orilla del   —131→   río inmediato en casas cubiertas con esteras de juncos. Los albayas les llaman agintequedichagas y Alvar Núñez, capítulos 32, 53, 54, 55 y 68, les da muchos nombres. Lo mismo hace Schimidels, capítulos 32, 34 y 35, y todos pertenecen a sus pueblos. Pescaban y pescan sin tener canoas, y subsistían principalmente de la agricultura; pero no tenían las gallinas que dice Alvar Núñez, ni las almendras, uvas, etc., que les da Rui Díaz, lib. 2, cap. 2. Schimidels, cap. 32, cuenta que las mujeres se cubrían de la cintura a la rodilla, y en el capítulo 34, que eran hermosas y totalmente desnudas. Los albayas dicen que ambos sexos van desnudos del todo, y que los varones usan barbote; pero Schimidels lo hace también llevar a las mujeres, y dice que es de cristal azul de un dedo. Alvar Núñez da a los dos sexos las orejas que diré de los lasguas, núm. 128; y Schimidels viene a decir lo mismo de los varones: pero los albayas solo agrandan las orejas de las mujeres y cuelgan de las de los varones piedras de varios colores, y se las engastan en la nariz. Estas variedades pueden venir de la diferencia de pueblos; más no puede creerse lo que dice Alvar Núñez que se anudaban las orejas al cogote. Los citados albayas dan a los orejones mayor estatura que a los guaranís, aunque el mismo color. Les niegan la barba, les dan idioma propio y desconocido, con flechas y garrotes solo para defenderse.

Indios neuquiquilas

73. Así los llaman los albayas: creo son los potereros de Chiquitos y los simanos, barcenos y lathanos de Schimidels, cap. 45. Habitan un bosque que principia por los 19 grados de latitud, separado algunas leguas del río Paraguay, y divide el Chaco de la provincia de los Chiquitos. Tiene la nación muchos pueblos, independientes unos de otros; los más australes están en amistad con los albayas, y los demás en guerra con flechas y garrotes, limitándose a la defensiva: subsisten de la agricultura y no conocen animal doméstico. No tienen barbas, ni cortan el cabello, ni se arrancan cejas ni pestañas. En su estatura, color, cabello y formas son como los guaranís: su idioma propio y desconocido: las mujeres se envuelven en mantas   —132→   que tejen del Caraguatá, y adornan la garganta con sartas de judías de lindos colores. Los varones adornan la cabeza con coronas de plumas, y aunque lo común sea ir desnudos, usan de dichas mantas para cuando tienen frío.

Indios guanas

74. Los españoles les dan este nombre: los indios lenguas el de apianche, los enimagas el de chane y los machicuis el de sologuá. Los últimos dividen la nación guaná en ocho parcialidades o pueblos principales con los nombres de Layana, Ethelenoe, o Quiniquinao, Charabaná o Choroaná o Echoaladi, Cainacono o Nigotesibué, Ynmaenó Tay y Yamocó; casi nada nación de sus confinantes, divide los guanás en más o menos trozos, dando a cada uno su nombre diferente, como sucede también a Schimidels, cap. 14 y 45; y a otros autores. La confusión y variedad de nombres, puede ocasionar el que los no impuestos en ellos los crean diferentes naciones multiplicándolas, y también el que crean haberse exterminado las mencionadas por los escritores, y que no se encuentran hoy.

75. Cuando arribaron los primeros españoles, vivían los guanás entre los paralelos de 20 y 22 grados en el Chaco o al Occidente del río Paraguay, y no pasaron este río hasta el año 1673. Los españoles los dividen en seis parcialidades, que se gobiernan sin dependencia unas de otras por la asamblea citada, núm. 54, y cada una tiene uno o más caciques, que en todo son como dije en dicho número. Tienen la costumbre de que el primogénito del cacique, sea reputado por cacique, viviendo el padre, de todos los que nacen algunas lunas antes y después que él.

76. La parcialidad llamada Laiana o Eguacaachigo, que numera como 1800 almas, habita hoy en el sitio llamado Lima, pasé al Norte del río Jejuí que vierte en el del Paraguay por el Este en los 24º 7' de latitud. La parcialidad Echoaladí o Chabaraná que tendrá unas 2000 almas, se estableció en 1797, en las tierras del pueblo de Caazapa por los 26º 11' de   —133→   latitud. La Equiniquinao que será de 600, está dividida viviendo parte en el paralelo de 21º 16' al Occidente del río Paraguay, distando de él ocho leguas, y el resto incorporado con los albayas.

77. La Ethelena compondrá como 3000 individuos, parte de los cuales está al Poniente del río Paraguay cerca de los equiniquinaos, y los demás al Levante del mismo río por los 21 grados de latitud en una serrezuela llamada por ellos Echatiyá. La Niquicactemia, que tendrá como 300 almas con tres caciques, está por los 21º 32' de latitud al Poniente del citado río dividida en cuatro pueblos. La última es la Echoroaná que cuenta con 600 individuos, está incorporada con los albayas bajo los 21 grados, en unas lomadas al Este del río Paraguay.

78. Las casas de cada uno de sus pueblos, forman una plaza cuadrada, y el plano topográfico de cada casa, se encierra en dos líneas paralelas largas veinte varas, distantes diez, uniendo sus extremos con un semicírculo en cada lado. En ambas paralelas clavan varas y las encorvan, y añadiendo otras bien atadas a sus puntas, llegan a formar arcos a un palmo unos de otros y verticales. A ellos atan a la misma distancia varas horizontales que con los arcos, forman un enrejado. Luego cubren el todo con paja larga bien atada a las varas, quedando una bóveda cilíndrica de una a otra paralela, que cierran por los costados con bóvedas cónicas hechas con varas y paja unidas a la cilíndrica.

79. No hay más pared que el grueso de la bóveda, ni más agujero que la puerta; sirve la casa para doce familias, que se acomodan sin mamparas ni divisiones. No duermen en el suelo sobre pieles como las demás naciones, sino en camas. Las hacen clavando en tierra cuatro estacas con sus horquillas, en las que afianzan cuatro palos horizontales, que forman un bastidor, sobre el cual ponen varas delgadas, luego pieles y encima paja. Difieren de las demás naciones, en que diariamente barren sus casas, y en el idioma muy gutural, nasal y difícil.

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80. Regulo su estatura media en cinco pies y tres pulgadas francesas, aunque sus individuos no me parecen tan iguales como en las demás naciones. Tienen de común con ellas, no tener barba. También se les asemejan en no reír a carcajadas, en lo flemático de sus procedimientos, en lo dicho en los números 57, 58 y 59, y en no usar luz artificial, ni tener juegos, bailes, cantares, ni instrumentos músicos.

81. Reciben, alojan y dan de comer a los pasajeros algunos días acompañándolos hasta el pueblo inmediato. Son menos silvestres que las demás naciones; hablan más unos con otros y a veces forman tertulias. Poseen muy pocos caballos, vacas y ovejas, y subsisten principalmente de la agricultura del país. Se arrancan las cejas y pestañas, llevan los varones el barbote del núm. 13, cortan el cabello a media frente; se afeitan una grande media luna sobre cada oreja; el pelo restante crece y cae naturalmente. Algunos se rapan la mitad anterior de la cabeza, y otros toda, dejando un mechón en lo alto. Los varones que han estado largas temporadas con los españoles, visten como estos, pero los demás lo hacen como los payaguas, y lo mismo las mujeres según se dirá en el núm. 112, pintándose el cuerpo del mismo modo.

82. El matrimonio lo verifican sin otra ceremonia que hacer un regalito el novio a la novia, precediendo pedirla a los padres que convienen fácilmente, pues no conocen desigualdad de clases ni de fortuna. Antes de todo estipula el pretendiente con la novia, en presencia de sus padres y parientes, el género de vida común, y las obligaciones de cada contrayente, por que no son las mismas en todos los matrimonios, dependiendo mucho del capricho de las mujeres. Regularmente recae, sobre si la mujer ha de hilar y tejer una manta al marido; si le ha de ayudar y en qué términos a cultivar la tierra, si ella ha de traer o no la leña y el agua, si lo ha de guisar todo o solo las legumbres; si el marido ha de tener una sola mujer y la mujer muchos maridos: en este caso, de cuantas noches o días estarán juntos: finalmente contratan hasta las cosas más mínimas que pueden ocurrir. A pesar de tales contratos, no contraviene en pena el que falta a ello;   —135→   ni por eso deja de ser el repudio o separación tan libres como todas las cosas, y aun más frecuente en esta nación que en ninguna, casi siempre ocasionado por las mujeres.

83. El motivo de esto es, ser muchos más los varones que las mujeres; no por disposición de la naturaleza, sino por que las madres conservan a sus hijos varones, y entierran vivas luego que las han parido a muchas de sus hijas. No todas las madres practican esta barbaridad y las que lo hacen no es con todas las hijas, sino con la mitad poco más o menos. También las hay que entierran algunos varones, pero con el cuidado de conservar muchos más hijos que hijas, para que así sean estas más felices y buscadas según dicen las madres.

84. Efectivamente las mujeres guanás son más apreciadas, limpias y altivas: se casan a los nueve años, dan la ley en los contratos matrimoniales, y aun usan algunas coqueterías. Los varones se casan más tarde, no son tan puercos, se adornan y pintan algo más que en las otras naciones. Pasan por sodomitas; es frecuente robarse las mujeres y escaparse con ellas: apalean los maridos al adúltero, no a la adúltera. La poligamia dura poco, y no es tan frecuente como parece debería ser.

85. Al arribo de los primeros españoles, iban como hoy, voluntariamente porciones grandes de guanás a incorporarse con los albayas, para cultivarles la tierra y servirles en traer leña, guisar, armar los toldos o casas, cuidar de los caballos, y en lo que les mandan, sin más estipendio que la comida. Por esto los albayas les llaman sus esclavos; pero esta sujeción la dejan los guanás cuando les da la gana sin oposición de los albayas; estos les mandan pocas cosas, nunca con imperio ni precisión, y dividen con los guanás cuanto tienen sin exceptuar a sus mujeres. Yo he visto que un albaya quería abrigarse con su manta, y viendo que se abrigaba con ella su esclavo, ni aun insinuó que la quería.

86. También van al Paraguay con mucha frecuencia cuadrillas de cincuenta y cien guanás, sin llevar muchachos y casi siempre sin mujeres; ya porque estas escasean, y ya porque   —136→   no quieren viajar sino en buen caballo y con otras comodidades que pocos maridos tienen. Dejan en depósito todas sus armas en la casa del primer alcalde español que encuentran; alquilan sus brazos para la agricultura a los españoles, y aun para servir de marineros en los barcos que van a Buenos Aires. Trabajan con flema, y para que no los hostiguen, prefieren ajustar lo que han de hacer por un tanto. Algunos hacen su casa, cultivando por su cuenta, y a veces se hacen cristianos casándose con alguna negra o india guaraní de las que hay en las casas españolas. Si no viesen la esclavitud en que tiene a los guaranís de nuestros pueblos su gobierno en comunidad, los guanás se españolizarían luego con mucha utilidad. Por lo común al cabo de un año o dos, se retiran a su país las cuadrillas de guanás tomando al paso sus armas, llevando el producto de su trabajo en vestidos y herramientas. Si tardan más en regresar, va a persuadirles la vuelta algún indio acreditado de su pueblo, y se van con él.

87. Los médicos de los guanás son algunas mujeres viejas, que les curan como se dijo núm. 21. Entierran a los muertos a la puerta de su casa, y los llora la familia. Jamás hacen otra guerra que la defensiva con flechas y garrotes; pero se defienden con valor, y matan a todo varón adulto, conservando las mujeres y muchachos, dándoles el destino dicho en el núm. 10.

88. Aunque nada enseñan ni prohíben a los hijos, ni estos hacen nada hasta casarse formando familia aparte, les dan alguna vez algún bofetón para contener sus impertinencias. A la edad de unos ocho años, hacen los muchachos una fiesta que no repiten los mismos sino otros los años sucesivos. Consiste en irse juntos de madrugada al campo, y volver, sin haber comido ni bebido, en procesión silenciosa al pueblo. Allí las madres y demás mujeres les calientan la espalda en una hoguera, y las viejas con un hueso puntiagudo les atraviesan los brazos muchas veces, sin que los pacientes den indicio de sentimiento; siendo el postre de la función, darle las madres judías y maíz hervidos. También los guanás adultos tienen sus fiestas iguales a las que escribiremos de los paiguas, núms. 115, 116 y 117.

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Indios albayas

89. Los indios machicuis les llaman tajuanich; los enimagas, guaiquiles; y Schimidels de muchas maneras en los capítulos 25 y 44. Cuando arribaron los españoles vivían los albayas divididos al Occidente del río Paraguay por los 20 y 22 grados de latitud: allí se combinaron con los payaguas, y mataron a Ayolas y a muchos españoles, según se verá, cap. 18, núm. 40. Después en 1661, pasaron los albayas la primera vez el citado río y acometiendo al pueblo de Santa María de Fe, que estaba junto al mismo río en los 22º 5' de latitud, mataron muchos guaranís y precisaron a los demás a transmigrar. En seguida volvieron muchos albayas a su país, quedándose la mayor parte en el conquistado o al Este del río Paraguay. En 1672, descubrieron el pueblo de Ypané o Pitun, y acercándose de noche, pasaron la zanja que le circundaba sobre un puente que hicieron con sus lanzas; pero habiéndoles oído los del pueblo se retiraron.

90. Encontraron al paso, paciendo en el campo, algunos caballos viejos que arrearon para adelante, y fueron los primeros en que se ensayaron a montar. Locos de contentos con esta adquisición tan nueva para ellos, volvieron pocos meses después y robaron otros caballos y yeguas. Ufanos con sus ventajas, determinaron destruir al citado pueblo y marcharon contra él en diciembre de 1673; mas teniendo el pueblo noticia anticipada del ataque que le amenazaba, lo avisó al de Guarambaré y juntos se dirigieron a la capital del Paraguay incorporándose al paso el pueblo de Atirá.

91. Con esto quedaron los albayas dueños de la provincia de Ytati, que se extendía desde los 24º 7' de latitud, o desde el río Jejuí hasta los 20 grados, sin pasar al Poniente del río Paraguay, y en ella han dado nuevos nombres a todo, dificultando la inteligencia de la historia. Por ejemplo, llaman Guachie, Appa y Aquidaban, a los ríos Guasarapó, Corrientes, y Piray y Agaguigo al distrito de Pitun, Pirai e Ytati, etcétera.

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92. Desde dicha provincia de Ytati hicieron correrías hacia el Mediodía, y con sus repetidos ataques en diferentes tiempos, hicieron muchos destrozos en el pueblo de Tobatí, precisándole a transmigrar en 1699. No satisfechos con esto, venían desde dicha Ytati cuando les daba la gana y atacaban hasta las quintas de la Asunción, logrando destruirlas y matar a muchos centenares de españoles, faltando poco para exterminarlos totalmente. Pero oportunamente llegó entonces don Rafael de la Moneda por nuevo gobernador, quien con sus buenas disposiciones, precavió los ataques y logró, el año de 1746, hacer la paz con los albayas, que habían ya puesto en los mayores apuros a la villa de Curuquati. Después no siendo conforme a su sistema el vivir en paz, dirigieron la guerra contra los orejones, nalicuegas, y guaranís silvestres, y contra los pueblos de la provincia de Chiquitos, en la que han precisado a transmigrar al del Santo Corazón. También la han hecho por temporada a los portugueses.

93. Los albayas se dividen en cuatro parcialidades principales. Las tres llamadas Echiquebó, Gueteadebó y Beutuebó que juntas compondrán dos mil almas: viven al Este del río Paraguay en las serrezuelas que ellos llaman Noatequidí y Noateliyá, situadas entre los 20º 40' y los 21º de latitud. La parcialidad Catiquebó, está dividida en tres pueblos. El uno de trescientas almas, habita las serrezuelas llamadas por ellos Nogoná y Nebatena en los 21º de latitud al Este del río Paraguay: el otro de quinientos individuos, está entre los ríos Ypané y Appa o Corrientes, cerca del Paraguay; y el 39 que no baja de mil almas, está situado al Occidente del dicho Paraguay por los 21º 5' de latitud en la orilla de la laguna llamada antiguamente de Ayolas. Este último pueblo tiene por cacique principal a Nabidigisi o Cambá cuya estatura es de seis pies y dos pulgadas. El año de 1794 le pregunté la edad que tenía, y dijo que la ignoraba: pero que vio principiar la obra de la catedral de Asunción, estando ya casado y teniendo un hijo. Dicha obra se hacía en 1689, y suponiendo tuviese entonces quince años, resultaba su edad de ciento veinte. Cuando le pregunté tenía el cuerpo algo agobiado, el cabello por mitad cano, y la vista   —139→   debilitada según él decía: pero no le faltaba diente ni muela ni pelo en la cabeza, y montaba a caballo, empuñaba la lanza e iba a la guerra.

94. Los albayas se creen la gente más noble del mundo, la más valerosa, generosa y leal en cumplir su palabra, desdeñando toda otra ocupación, no hacen sino cazar y pescar para vivir, y la guerra. Para esto tienen bastantes y buenos caballos, que estiman mucho; y los que destinan para las batallas no los enajenarían por nada del mundo. Algunos usan freno de hierro, otros lo hacen con dos palos que sirven de alacranes atravesando otro para bocado; los restantes atan la mandíbula inferior del caballo con una correa, de la cual salen dos para riendas. Montan en pelo casi sobre las ancas, aunque sus mujeres lo hacen a piernas abiertas sobre un mal aparejo.

95. No conocen las bolas de los pampas, números 43 y 44, ni el lazo de los españoles, ni se sirven de las flechas sino para cazar y pescar. Sus armas son una lanza muy larga y una macana o garrote de una vara y casi dos pulgadas de diámetro, igual, muy pesado, y capaz de matar un hombre o romperle las piernas cuando lo arrojan de lejos y mejor sin soltarle de la mano.

96. Cuando van a la guerra, montan sus peores caballos, pero para acercarse al enemigo, cada uno conduce por la brida el destinado para la batalla, y le monta soltando el malo luego que están a punto de obrar. Si no logran sorprender, intentan circundar, y si no lo consiguen, se apean tres o cuatro y se acercan mucho a pie arrastrando y sacudiendo pieles de yaguareté con la idea de espantar y desordenar los caballos enemigos y para incitar que sobre ellos se haga una descarga general. Si lo consiguen se arrojan todos como rayos, y son raros o ningunos los que se les escapan.

97. Para contener estos ataques, es preciso buscar apoyo en los costados, y poner a pie tres o cuatro hombres en ellos, y en el centro que sean los mejores punteros, para que de muy cerca estropeen o maten alguno de los de las pieles, conservándose los restantes en buena e inmóvil formación. Conseguido   —140→   el objeto, se destacan algunos albayas a recoger el muerto, y permitiéndoselo se van todos. Pero si para seguir a alguno que con estudio se separa de los otros, o para recoger los caballos malos que ellos dejaron, se pierde la formación, vuelven caras y acometen con furor. También saben disponer emboscadas peligrosas, hacer falsos ataques, y en fin, aun con la ventaja de las armas de fuego, no hay que lisonjearse tantos a tantos, ni aun con alguna superioridad de número. De contado, si la victoria está por ellos raro enemigo se les escapa; y si les es contraria, pierden poca gente por la ventaja de los caballos. Matan a todo enemigo adulto, conservando a los muchachos y mujeres tratándolos como a los guanás sus esclavos según dije, núm. 85, de modo que el albaya más pobre, tiene tres o cuatro de estos esclavos habidos en la guerra, y entre ellos algunas españolas, que aunque las cogieron adultas y con hijos no quieren volver a estar con sus parientes y maridos.

98. Computo la estatura media de los albayas, en cinco pies y ocho pulgadas francesas, y creo que sus formas y proporciones son muy superiores a las europeas. Llevan los varones el barbote del núm. 13. y los dos sexos se afeitan la cabeza, dejando las mujeres una cresta o tira ancha una pulgada, alta poco menos, desde la frente a lo más elevado de la cabeza. Nadie deja de arrancarse las cejas y pestañas, y dan por motivo, que no son animales para criar pelos. Miran con más despejo que las naciones precedentes, y hablan más unos con otros, aunque se les parecen en lo dicho en los números 57, 58 y 59.

99. Su idioma es diferente de todos sin narigal ni gutural; me parece pomposo y que sus nombres propios son significativos como entre los vizcaínos. Además de la particularidad de no conocer nuestra letra F tiene la de terminar las mujeres y los muchachos las palabras de diferente manera que los varones adultos. Sus caciques son como queda dicho, núm. 54, y nadie les manda en paz ni en guerra gobernándose por la asamblea citada en el núm. 20. Sus casas o toldos son los descritos número 42, pero espaciosos, elevados y cubiertos con esteras de juncos, no tejidos sino puestos a lo largo y cosidos o pasados con algunos hilos.

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100. Schimidels cap. 44 dice, que tenían domésticas gallinas y otras aves y ovejas de Indias; pero seguramente no hubo tal. Modernamente se han provisto algunos de los albayas de canoas como las de los payaguas; pescan con anzuelos y a flechazos; y también se han dedicado a criar caballos, ovejas y vacas en cortas cantidades sin ordeñarlas, porque aborrecen la leche como todo indio silvestre. Por lo que hace a vestidos, adornos, pinturas, médicos y modo de curar los enfermos, fiestas y borracheras, todo es lo mismo que diré luego de los payaguas. Pero las mujeres albayas, que son francas y algo zalameras, hacen una o dos veces al año su fiesta particular. Dan vueltas al pueblo, llevando en las lanzas de sus maridos las cabelleras y despojos de los enemigos muertos en las batallas, y cada una pondera las hazañas de su esposo. Como todas pretendan que el suyo es el más valiente, se acaba siempre la función dándose muchos cachetes y puñadas, hasta que cansadas y ensangrentadas la boca y narices, se va cada una a su casa. Los maridos no toman parte en la fiesta, pero cuando la ven concluida, se emborrachan todos menos las mujeres y muchachos, que nunca beben sino agua.

101. Los varones albayas son altivos, soberbios e indomables, comen todo manjar, pero sus mujeres casadas, no prueban la vaca, capibara, ni mono, sino la carne de animales pequeños, todos los pescados y las legumbres. Las solteras no comen ninguna carne, sino legumbres y los pescados cuya longitud sea menor de palmo y medio. Ninguna de ellas prueba cosa que tenga o pueda tener gordura estando con su menstruación: porque dicen salieron cuernos a una que comió pescado gordo estando en dicha situación.

102. Las mujeres albayas abortan con violencia a todos sus hijos, y no conservan cada una sino uno. Este es por lo común el último que conciben, cuando se figuran que no tendrán más según la edad y robustez con que se sienten. Si equivocadas en este concepto conciben otro del que conservaron abortan al último concebido; y si esperando tener al último no le conciben, se quedan sin ninguno.

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103. Reprendiendo yo un día tan bárbara costumbre, que no es muy antigua entre ellos, afeando el que matasen a sus propios hijos, de que se seguía el exterminio de su nación, me contestaron los maridos, que ellos no se mezclaban ni les correspondía en negocios de mujeres, y una mujer me dijo: «para que nos eviten el trabajo de criarlos y conducirlos en nuestras marchas frecuentes, hemos imaginado abortarlos luego que nos sentimos embarazadas».

104. Abandonan a los enfermos que no pueden seguir cuando el pueblo se transfiere a otra parte, y también cuando la enfermedad es muy larga. La familia y parientes lloran a los difuntos, y su luto dura tres o cuatro lunas. Se reduce a que la mujer, hijas y esclavas no comen sino vegetales, y guardan tal silencio, que a nada contestan una palabra. Cada pueblo tiene su cementerio: si acaece la muerte tan lejos de él que teman corrupción, envuelven el cadáver en una estera, le cuelgan de un árbol hasta que se le caen las tripas y queda acartonado, y le llevan al cementerio. Entierran con él sus armas y alhajuelas, matando sobre el sepulcro cuatro o seis de sus mejores caballos. Yo me persuado que entierran las armas, etc., por separar todo lo que pueda traerles a la memoria el difunto; cosa que les incomoda tanto que jamás le nombran, ni le miran, ni tocan, y ni lo enterrarían sino lo hiciese alguna vieja o viejo por lo que les pagan mucho.

Indios payaguas

105. Esta nación así hoy como en el tiempo de la conquista, era puramente marinera, y dominaba privativamente la navegación del río Paraguay desde los 20 grados hasta su unión con el Paraná. Por esta razón llamaban entonces los guaranís a este río Paraguay, río de los payaguas; cuyo nombre alteraron algo los españoles. Estaba la nación dividida en los trozos Cadiqué y Siacuá que conservan hoy; pero los primeros españoles dieron al primero el nombre de paiguá que era el de toda la nación, y al segundo el de Agás y Agacé que era el de su   —143→   cacique principal, cuya memoria se conserva aun. Rui Díaz que ignoró esto, en el libro 1º, cap. 6, los hace dos naciones diferentes y supone equivocadamente que los agaces han sido exterminados. Los españoles del día llaman sariguee a los cadiqués y a los siacuás tacumbús.

106. Los cadiqués vivían en los 21º 5' donde comunica la laguna de Ayolas con el río Paraguay, y los siacuás más abajo de la Asunción, pero unos y otros mudaban con frecuencia sus domicilios o pueblos. No solo mataron los payaguas a muchos de los conquistadores como se verá en el cap. 18, núms. 10, 31 y 41, sino que también destruyeron la villa de Talavera y el pueblo de Ohomas, y casi verificaron lo mismo en los de Ypané, Ytati y Santa Lucía. En el archivo de la Asunción hay una carga de autos en que constan sus innumerables fechorías, crueldades y perfidias contra los españoles, de quienes han sido los enemigos más constantes, y también de todas las naciones de indios.

107. Pero como son sumamente astutos, y observaron que se aumentaban los españoles en el Paraguay, y los portugueses en Cuibá, conocieron que los cogían en medio, y que sus fuerzas no bastaban contra tan poderosos enemigos. Entonces hicieron con los españoles alianza ofensiva y defensiva, reservándose la libertad de hacer la guerra particular a los indios que no fuesen protegidos por el gobierno español, y de poderse fijar, cuando les diese la gana, en la misma capital del Paraguay, sin que nadie se opusiese a su libertad, costumbres y modo de vivir. De resultas se establecieron los siacuás o tacumbús en la Asunción el año de 1740, y los sarigués o cadiqués en el de 1790, componiendo un total como de mil almas. No es posible distinguir unos de otros; pues aunque los tacumbús hacía cincuenta años que formaban un pueblo con los españoles, conservaban sus vestidos idioma y costumbres, sin tomar cosa alguna de los españoles. Prestan a estos algunos servicios útiles, vendiéndoles pescado, algunas canoas, vasijas de barro y mantas, etc., y el dinero que adquieren lo emplean luego en aguardiente, dulces, carne, etc., sin atesorar nada. El gobernador del Paraguay, deseando hacer mérito, pensó hacer bautizar   —144→   a los payaguas menores de doce años. Con esta mira hizo que los españoles regalasen un vestido a cada uno y otras cosas a sus padres, y consiguió que el 28 de octubre y 3 de noviembre de 1792, se bautizasen ciento cincuenta y tres de los niños; pero al momento vendieron los regalos por aguardiente y dulces y ninguno quiso ser instruido, ni era fácil traducir el catecismo en su lengua. Se pensó entonces en violentarlos; pero amenazaron con la guerra y quedó todo como antes.

108. El idioma payaguá es diferente de todos, muy nasal y gutural, y tan difícil que nadie lo ha aprendido. Alvar Núñez, cap. 17, después de referir de estos indios un cuento ridículo y falso, los hace como gigantes, pero yo regulo su estatura media en cinco pies y cuatro pulgadas francesas: su color no es tan obscuro como el de los Guaranís, su fisonomía muy despejada, sus proporciones bellas y su agilidad y soltura parecen mayores que en los albayas, guanás y otros a quienes se parecen en arrancarse el vello, las cejas y pestañas y en el barbote del núm. 13. También se asemejan en lo dicho en los núms. 57, 58 y 59.

109. Igualmente se parecen a la mayor parte de todas las naciones, en comer a la hora que tienen gana sin avisar a nadie, y sin usar cuchara ni tenedor, con alguna separación de la mujer y los hijos, sin beber hasta después de haber comido; en aborrecer la leche; en el modo de encender fuego sin pedernal, haciendo girar una vara del grueso del dedo chico metida la punta en el agujero de una tablita, al modo de quien bate el chocolate, hasta que la frotación violenta desprende un polvillo o aserrín encendido; y en temer que les caigan encima de noche nuestras casas.

110. Sus toldos son lo mismo que dije, núm. 99, de los albayas aunque no son tan espaciosos ni elevados. Las mujeres los arman y desarman, hacen las esteras, las ollas de barro muy pintadas y mal cocidas, guisan las legumbres y alguna vez el pescado, siendo lo común guisarlo el marido, el cual siempre cocina la carne y trae la leña. Las mujeres jamás comen carne, porque dicen les haría daño, y todos separan   —145→   con la lengua y depositan en los carrillos las espinas pequeñas de los pescados, y las arrojan todas juntas después de haber comido.

111. Se gobiernan por la asamblea del núm. 20, y sus caciques son los que se dijo en el núm. 54. Hace poco que se acabó entre los tucumbás la descendencia del antiguo cacique Agace, y no han elegido otro. El de los sarigués es el primogénito de Cuatí a quien conocí de 120 años, porque me dio las mismas señales que dije de Navidriquí, núm. 93. Conservaba blancos y bien puestos todos sus dientes y cabellos, aunque estos eran canos la tercera parte. Se quejaba de no poder correr y de la cortedad de la vista; pero aun pescaba, remaba y se emborrachaba como los demás.

112. Las payaguas y todas las indias silvestres que hilan, hacen del algodón una larga salchicha sin torcerla y la envuelven flojamente en el brazo izquierdo. Luego sentadas en tierra con las piernas estiradas, resbalan el uso sobre el muslo desnudo, torciendo poco el hilo, que van recogiendo en la mitad alta del uso, que es largo tres palmos. Cuando han hilado así, lo envuelto en el brazo, lo devanan en la mano izquierda y lo tuercen segunda vez, recogiéndolo en la mitad inferior del uso. Así sin doblarlo, disponen el urdido entre dos varas apartadas lo que la manta o tela ha de tener de largo, y sin lanzadera ni peine pasan el hilo con la mano apretándole con una regla de madera. Las naciones del número 45, hilan regularmente y usan telares para tejer. Las payaguas y demás indias, nunca cosen ni cortan sus telas para hacer vestidos limitándose a envolverse en la manta desde el estómago abajo, y alguna vez desde el hombro. Llevan además un trapo de palmo y medio en cuadro sostenido por una cuerda que ciñe la cintura. Los varones van totalmente desnudos, pero si hace frío o entran en la ciudad, se echan al hombro su manta tapando lo esencial otros se ponen una estrechísima camisa sin cuello ni mangas. También los hay que pintan su cuerpo imitando la chupa, calzones y medias y van desnudos.

113. Usan los varones adultos brazaletes de muchas especies en lo grueso del brazo y en los tobillos; cuelgan de las muñecas   —146→   las pezuñas de ciervos, para que suenen dando unas con otras, y de las orejas, pendientes que ellos fabrican de varias formas y materias: llevan moños de plumas, y tahalíes de canutillos de plata y de lentejuelas de concha, y pendiente de ellos una bolsita pequeña que no les sirve porque llevan el dinero en la boca; se pintan la cara y cuerpo con dibujos extraños inexplicables de varios colores. Nada llevan en la cabeza, cortan raso el cabello de delante, y a la altura de la oreja el de los costados, dejando intacto el restante para atarlo detrás con una correíta de piel con pelo del mono cay.

114. También cortan las mujeres raso el pelo de delante; no el de las sienes, que como el resto cae libremente sin atarlo jamás. Llevan sortijas de cualquiera cosa; pero no arracadas ni otro adorno. El día de su primera menstruación, les pintan indeleblemente un listón muy obscuro que principia en el cabello y baja a la punta de la barba, saltando o dejando libre el labio superior. Además caen en cada lado desde el cabello, de siete a nueve líneas verticales, atravesando la frente y el párpado superior: de cada ángulo de la boca salen pintadas dos cadenetas paralelas a la mandíbula inferior, terminando a los dos tercios de la distancia a la oreja: agregando dos eslabones unidos que nacen del ángulo exterior de cada ojo y acaban en lo alto del carrillo: todas se hacen picando la piel; y las demás que llevan en la cara, pechos, brazos y muslos, son postizas como las de los varones. Nadie las asiste en sus partos; pero si no despachan pronto, acuden las vecinas con sartas de cascabeles y sacudiéndolos un rato con violencia sobre la cabeza de la paciente, la dejan y se van repitiendo lo mismo de rato en rato hasta que ha parido. Entonces se sitúan las vecinas en dos hileras desde la casa al río y ensanchando sus mantas, pasa por enmedio la parida y se lava.

115. Todo es permitido a los payaguas y por consiguiente también el divorcio, pero sucede rara vez. En este caso se agrega la mujer a nuevo esposo o a sus gentes, llevándose todos los hijos, la canoa, la casa y cuanto hay en ella sin quedar al marido, sino las armas y la manta si la tiene. Cuando les nace algún hijo, cuando aparece la primera menstruación a la hija,   —147→   y cuando les da la gana se emborrachan. Para esto beben mucho aguardiente sin comer nada porque dicen que la comida les llenaría el vacío que debe ocupar la bebida. Mientras puede el borracho, va a la ciudad o a pasearse acompañado de la mujer o de otro, el cual le conduce a su casa cuando ve que apenas puede tenerse en pie y le hace sentar. Entonces comienza a decir en un tono bajo «¿quién se me pondrá delante? Vengan uno, dos o muchos y los haré pedazos». Repite muchas veces lo mismo dando puñadas al aire como si riñese, hasta que cae dormido. Pero no hay ejemplar que un borracho tome las armas, haga daño, ni riña con otro, ni se descomponga con las mujeres: al contrario estas provocan a sus maridos estando borrachas. Los hijos de familia, que viven, hasta casarse, a expensas de los padres sin hacer nada, nunca beben licor espirituoso, y lo mismo las mujeres, pero si compra el aguardiente con dinero o alhajas de ellas, beben por mitad marido y mujer, sin que, por eso beba ella del que compra su marido. Estas fiestas o borracheras, sus motivos y resultas son comunes a los albayas, guanás, y a las naciones siguientes.

116. Además de dichas fiestas particulares celebran, los payaguas, y casi todos los indios silvestres, otra solemnísima por el mes de junio. Todos los varones, cabezas de familia se pintan la cara y todo el cuerpo lo mejor que saben, y adornan la cabeza con plumas y cosas que es imposible describir ni dejan de admirarse viéndolas. Tapan con pieles tres o cuatro ollas de barro, y de rato en rato las baten muy despacio con dos palitos como plumas de escribir. Al amanecer del día siguiente beben mucho aguardiente, y estando todos borrachos, cogen unos a otros la carne que pueden de un pellizco, y la atraviesan de parte a parte con un punzón de palo, o con una gruesa espina de raya. Lo mismo repiten con intervalos mientras dura el día, sin quedar uno que no esté atravesado en las piernas, muslos y brazos desde la muñeca al hombro, con intervalo de una pulgada de un agujero al otro. También se atraviesan de parte a parte muchas veces la lengua y el miembro viril, y no se ocultan para estas cosas; pues los payaguas hacen esta fiesta públicamente en la capital del Paraguay.

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117. Reciben en las manos la sangre que les sale de la lengua, y en seguida se frotan con ella la cara. A la que destila el miembro viril, la hacen caer en un agujerito hecho con el dedo en la arena, y no hacen caso de la que fluye por otras partes. He presenciado lo dicho tan de cerca, que veía a los pacientes sin advertir en ellos el menor movimiento que indicase dolor ni incomodidad. Dicen que con esto manifiestan su esfuerzo y coraje, sin dar otro motivo de esta fiesta. No aplican remedio a la hinchazón del cuerpo ni a sus heridas; pero las comprimen con los dedos para hacer salir el pus o materia, y las cicatrices duran toda la vida. Como no pueden buscar la comida en los días inmediatos después de la fiesta, padecen bastante necesidad las familias; pero la soportan más tiempo que nosotros y comen más en cada vez. Creen algunos en Europa que el beber con exceso licores fuertes, acorta la vida; pero todos los indios son extremadamente borrachos, y sin embargo viven más o tanto como nosotros, sin que en esto les aventajen sus mujeres que apenas beben sino agua.

118. Cuando alguna tempestad desconcierta sus casas, corren un trecho cara a ella, la tiran tizones encendidos, y dan muchas puñadas al aire. También las dan algunos de alegría al descubrir la luna nueva.

119. Los payaguas como todos los indios silvestres son muy robustos, gozan de salud perfecta y no padecen enfermedad particular. Los médicos payaguas curan las enfermedades según dije núm. 21; pero si el enfermo paga bien, usan de aparato extraordinario. Preparan su pipa y su calabaza: aquella es un palo de palmo y medio, grueso lo que la muñeca, muy dibujado por fuera, barrenado a lo largo y con un corto canutillo en una punta para chupar el humo del tabaco. La calabaza es hueca, larga tres palmos, y compuesta de dos pegadas a lo largo con un agujero en cada punta, el mayor de tres pulgadas y media de diámetro. Se pone el médico una gran corbata de estopa, que le llega a la cintura, y muy pintado todo el cuerpo sin otro vestido, toma la pipa y la calabaza, chupa el humo de aquella, y le sopla en esta por el agujero menor, y en seguida la baña repitiendo lo mismo tres o cuatro veces.   —149→   Luego aplica el borde del agujero mayor de la calabaza al lado superior junto a la nariz, quedando la boca en medio del agujero; grita sin articular palabras y suena la calabaza con bastante extrañeza y variedad espantando a la enfermedad según ellos dicen. Así prosigue a veces horas, golpeando el suelo con el pie a compás, contoneando el cuerpo inclinado sobre el enfermo, que está en el suelo boca arriba descubierto y desnudo. Por último se sienta el médico, soba un rato con la mano el estómago del doliente, y se lo chupa con vehemencia extraordinaria, escupiendo en la mano y haciendo ver alguna espina, piedrezuela o sangre que anticipadamente puso en la boca para que crean que la sacó chupando.

120. Los médicos de todas aquellas naciones, han logrado persuadirlas, o a lo menos hacerlas dudar que ninguno moriría si ellos quisiesen curarles: así son siempre médicos los que saben persuadir que tienen esta habilidad. Por lo común son los más holgazanes y borrachos; sin embargo les pagan bien y les tienen alguna consideración, hasta permitirles disfrutar las primicias de las doncellas, según dicen algunos, aunque hay quien niega este hecho. Lo cierto es que si sucede morir muchos de seguida, dan fuertes palizas al médico. No dan a los enfermos sino frutas y legumbres, en corta cantidad; y las resultas son las que entre nosotros, esto es, que los más escapan y los menos mueren.

121. En el momento en que muere el payagua le envuelve alguna vieja en su manta o camisa con las armas y alhajas, y un alquilado le lleva en la canoa a enterrar en su cementerio. Hasta poco ha los enterraban sentados, dejándoles la cabeza fuera cubierta con una olla o campana de barro cocido; pero porque los tatús y puercos silvestres se comían a muchos, los entierran hoy totalmente y tendidos como a los españoles. Cada familia tiene en el cementerio su lugar destinado, y le cubre con toldo igual al que habitan, barriéndole, arrancándole las yerbas, y poniendo encima muchas campanas de barro boca abajo, y unas dentro de otras. Solo las mujeres lloran dos o tres días por la muerte del padre y, marido; pero si   —150→   ha sido muerto por enemigos, todas las mujeres dan vueltas día y noche al pueblo gritando.

122. Los payaguas no cultivan, cazan poco, y viven principalmente de la pesca a flechazos y más con anzuelos. Sus canoas de una pieza son largas de cuatro a ocho varas, anchas de dos a cuatro palmos donde más, que es a los dos tercios contados de la proa. Esta es agudísima y poco menos la popa. El remo es largo tres varas y media inclusa la pala agudísima. Bogan en pie sobre la extremidad de la popa, y para pescar, se sientan en medio dejándose conducir por la corriente. Si se les vuelca la canoa al meter en ella los pescados grandes, se ponen derechos como en pie sumergidos hasta el pecho (aunque haya diez brazas de agua), sacuden la canoa como si fuese lanzadera de tejedor, y en pocos momentos echan el agua fuera y saltan dentro sin perder la caña, el pescado, el remo ni las flechas.

123. En sus guerras procuran siempre engañar y sorprender, y matan como los charrúas a los adultos conservando las mujeres y los muchachos. No se internan mucho en tierra, y cuando van a atacar, se colocan en pie seis u ocho a lo largo de cada canoa y la hacen volar. El remo les sirve de lanza por lo largo y agudo: usan el garrote y las flechas de los núm. 60 y 95, son diestrísimos en su manejo: y poniendo en la punta de la flecha algo que la embote, dan el golpe al pájaro o animal, le aturden y cogen vivo.

Indios guaicurús

124. Alvar Núñez, caps. 19, 25, 26 y 30, dice que el pueblo que vio de estos indios tenía veinte casas portátiles, de paja, de quinientos pasos pada una; que la nación componía cuaren[ta] mil guerreros; que pillaban al correr los venados y avestruces; que por costumbre se entregaban esclavos al que los vencía; que cualquier enemigo suyo a quien iban a matar, quedaba libre con solo verle una mujer, y que se sentaban sobre un pie. Schimidels, cap. 41, añade que eran canoeros, y que colgaban en   —151→   su templo las cabelleras de sus enemigos, pero todo lo dicho es falso.

125. Lo cierto es que los guaicurús eran soberbios, vengativos, indomables, fuertes y aventajados en valor y estatura, y bastante numerosos. Vivían solo de la caza al Occidente del río Paraguay, cerca de él casi enfrente de la Asunción en pueblos o casas como las de los albayas, y tenían idioma diferente de todos. De esta nación solo existe hoy un varón alto seis pies de París, y tres mujeres que se han agregado a los tobas. Su exterminio no ha venido tanto de la guerra continuada que han hecho a los españoles y a toda casta de indios, como de haber adoptado sus mujeres (quizás las primeras) la barbaridad de abortar en los términos dichos, núms. 102 y 103.

126. Para tener una idea de lo que destruye esta costumbre, basta saber que el producto de ocho matrimonios será ocho hijos, de estos, según la probabilidad de la vida, morirán cuatro sin cumplir ocho años, y después dos sin llegar a los treinta y cinco o cuarenta, que es cuando conservarán a su último hijo, y restarán solo dos para unirse y conservar un hijo que será la segunda generación: y siendo la primera de ocho, resulta que cada uno solo es la octava parte de su precedente, y las naciones que han adoptado tal costumbre desaparecerán luego de la faz de la tierra. No puede verse sin dolor que un capricho mujeril extermine a las naciones más fuertes, altas, bellas y elegantes que conoce el mundo. Se cree que el amor principalmente de las madres a los hijos, viene de la naturaleza, con tal imperio, que no puede haber madre que no ame a sus hijos tanto como a sí misma. Pero muchas de mis naciones de indios, son la excepción de esta regla, y hacen ver que un capricho en las mujeres tiene más fuerza que la misma naturaleza.

Indios lenguas

127. Esta nación se denomina a sí misma Juiadgé; los payaguas la llaman Cadalú, los machicuis Quiesmagpipó, los enimagas Cochaboth, los tobas y otros Cocoloth y los españoles   —152→   Lengua. Cuando llegaron los primeros europeos, vivía solo de la caza como los guaicurús confinando con esta; por cuyo motivo las relaciones antiguas y modernas equivocan la una con la otra, porque ambas eran errantes, respetadas, formidables, altivas, feroces, presuntuosas, vengativas, implacables y tan holgazanes, que no hacían sino cazar y la guerra.

128. Su idioma es diferente de todos, y don Francisco Amansio González que lo entiende un poco, dice que es muy nasal, gutural y difícil en extremo, pero expresivo y elegante. Usan las mismas casas y armas que los albayas, montan también en pelo y hacen la guerra como ellos, conservando solo a las mujeres y muchachos. Computo su estatura media en cinco pies y medio de París, con las mejores proporciones. Cortan el pelo a media frente, y el resto a la altura del hombro, sin atarle. A los dos sexos cuando nacen, les agujerean las orejas; y poniendo toda la vida palos y ruedecitas cada vez mayores, llegan los agujero a ser tan grandes, que en la vejez meten en ellos roldanas de más de dos pulgadas de diámetro, llegando las orejas casi a tocar los hombros, según dijimos de los orejones en el núm. 72. Además (solo a los varones) al nacer, hacen una cortadura horizontal en el labio inferior que penetra hasta la raíz de los dientes, y les ponen en ella una tablita delgada cada vez mayor de modo que se le va agrandando la cortadura, hasta que la tablita en los viejos es una semielipse o círculo, cuyo diámetro de pulgada y media y algo escotado, ajusta a la raíz de los dientes. La tal cortadura aparenta una segunda boca, y la tablita que sale por ella, una segunda lengua de donde han tomado los españoles el nombre que les dan. Como no puede ajustar el barbote o tablita perfectamente a la cortadura sino en los ángulos o extremos, se les salen continuamente por la cortadura la saliva y las babas, dando asco al mirarlos.

Indios silvestres

129. No tienen médico ni cacique, y se pintan poco. Practican las fiestas o borracheras descritas en los núms. 115, 116 y 117 y se arrancan las cejas, pestañas y vello. Se parecen a los   —153→   guanás en no tener barbas y en lo demás que se dijo en el núm. 80 y también en el vestido. Es una atención, entre ellos, antes de hablarse, aparentar tristeza y aun llanto cuando se encuentran dos después de una ausencia; las mujeres no comen carne con gordura cuando menstrúan, ni hasta tres días después de haber parido, en cuyo trance nadie las auxilia.

130. Solo dan a los enfermos agua caliente, alguna fruta y tal cual friolera, y los abandonan si se alarga la enfermedad. No sufren que nadie muera en su casa, y cuando se figuran que no tardará a morir, le toman por las piernas y arrastrando le sacan como cincuenta pasos. Allí le ponen boca arriba con el trasero en un agujero, para que él haga sus necesidades; le encienden fuego en un lado, y en el otro le ponen una vasija de agua, se van y le dejan. Vuelven de tanto en tanto, no a hablarle ni darle nada, sino a ver desde alguna distancia si ha fallecido. Verificado esto, no pierden tiempo las viejas alquiladas para ir a envolverle con su manta y alhajas, y arrastrando le alejan hasta que se cansan y lo entierran cubriéndole apenas de tierra. Los parientes aparentan tres días sentimiento; pero ni ellos ni nadie de la nación nombran jamás al muerto, aun cuando hagan mención de sus hazañas. Lo raro está en que cuando muere cualquiera de su nación a manos de enemigos, mudan todos de nombre, sin que quede uno de los que tenían antes, y la razón que dan es que el que mató a uno tomó los nombres de los que restaban para volver a matarlos, y que mudando los nombres, no encontrará cuando vuelva al que quiera matar.

131. Ha hecho tal destrozo en esta nación el aborto citado, núms. 102 y 103, como que en 1794 solo se componía de veinte y dos individuos, de los cuales cinco se agregaron a la casa del citado don Francisco Amansio, siete a la nación Pitilaga y los restantes a la Machicui.

Indios machicuis

132. Así los llaman los españoles: los lenguas los denominan mascoi, pero ellos se dan a sí mismos el nombre de cabauataich. Habitan lo interior del Chaco, al Occidente del río   —154→   Paraguay, en las orillas del arroyo llamado por ellos Lacta y Nelguatá y que se une al río Pilcomayo. Está su nación dividida en diez y nueve pueblos, cuyos nombres no pueden pronunciarse ni escribirse por nosotros, y los pondré aquí con alguna semejanza a lo que suenan. La primera Cuomoquigmon está dividida en tres y su cacique principal es Ambuiamadimon. La segunda se llama Cabanatath; la tercera Quienuanapon; la cuarta Quiabanalabá; la quinta Cobaite; la sexta Cobastigel; la sétima Eusegiepop; la octava Quioaice; la novena Quiomomcomel; la décima Quioaoguaina; la undécima Quiaimmanagua; la duodécima Quiabanaelmaiesma; la decimatercia Quiguailieguaipon; la decimacuarta Siquietiya; la decimaquinta Quiabanapuacsie; la decimasexta Yoteaguaiencene; la decimaséptima Painuhinquie; la decimaoctava Sanguotayamoctae; y la decimanovena Apieguhem. Estos nombres persuaden, no solo que su idioma es diferente de todos, sino que tiene razón don Francisco Amansio González para decir que es tan narigal, gutural y de palabras tan largas, sincopadas y diptongadas que se admira le puedan aprender los hijos de sus mismos padres.

133. Una de las citadas divisiones machicuis es de a pie, y habita en cuevas subterráneas pequeñas y asquerosas, sin otra luz que de la pequeña puerta que jamás cierran. Otros dos pueblos que con el precedente compondrán 200 almas, son igualmente de a pie, y los quince restantes son de a caballo. Todos viven cultivando los frutos del país, agregando la caza y las pocas ovejas que comienzan a criar. Sus casas portátiles y modo de montar, son como las de los albayas y lenguas. Ceden poco a estos en la estatura y formas, como ellos agrandan sus orejas, y tienen todas sus costumbres, inclusa la del aborto, menos el barbote que es el del núm. 13. Pero no hacen más que defenderse y vengar los insultos que les hacen con las armas iguales a los lenguas y albayas.

Indios cuimagas

134. Así los llaman los españoles, y los machicús esaboste, pero ellos se denominan Cochabot. Conservan estos indios la tradición de que antiguamente vivían confinantes con los lenguas   —155→   de quienes eran amigos, pero que se separaron para hacer la guerra a todas las naciones menos a la Guentusé, logrando subyugar a los albayas y hacerlos sus esclavos. En sus frecuentes batallas, tuvieron bastantes pérdidas que redujeron mucho su número y notándolo los albayas, se les escaparon hacia el Norte. En esta situación llegaron los primeros españoles al Paraguay, y hallándose los enimagas reducidos a solo dos pueblos en la ribera austral del río Pilcomayo muy adentro del Chaco y abandonados de los albayas; se acercaron a los lenguas y renovaron su antigua amistad. Mas no por eso dejaron de hacer la guerra a toda otra nación, menos a la Guentusé, hasta que hoy está reducida su nación a dos parcialidades; la una de 150 familias, que dejando su antiguo suelo, se ha fijado en la costa del río llamado por ellos Flagmagmegtempela que corta el Chaco y entra en el del Paraguay, en los 24º 24' de latitud, y yo creo es el brazo más caudaloso del Pilcomayo. La otra parcialidad, compuesta de veinte y dos varones y otras tantas mujeres, se fue en 1794 a la casa de don Francisco Amansio González que les da de comer y le sirven.

135. El citado González dice que su idioma es muy difícil, gutural y diferente de todos, pues aunque se asemeja en las frases y maneras al de los lenguas, no se entienden unos a otros. Son gente altiva, soberbia, feroz y de a caballo; subsiste de la caza, del robo y de la agricultura que hace practicar a sus esclavos, que son las mujeres y los muchachos conservados en la guerra. Su estatura, color, no tener barba, arrancarse las cejas, pestañas y vello, costumbres, armas y modo de hacer la guerra, son como en los lenguas, pero usan los varones el barbote del núm. 13 y las mujeres crían todos sus hijos. No tienen caciques y deben de propender al divorcio, pues he visto uno como de treinta, años que había ya repudiado a seis mujeres y estaba con la séptima.

Indios guentuses

136. Componen esta nación unas trescientas familias en dos pueblos, tan amigos de los enimagas, que siempre han vivido y viven inmediatos, sin mezclarse con ellos en las guerras ni   —156→   por casamientos. Son de carácter muy opuesto porque viven de su agricultura y alguna caza, no son inquietos ni tienen esclavos, ni hacen más guerra que la defensiva. Su frecuente trato de amistad con lenguas y enimagas, es causa de que su idioma participe del de aquellos, a quienes además se asemejan los guentuses en la estatura, color, no tener barba y demás costumbres; pero su barbote es el del número 13 y conservan todos sus hijos.

137. En la agricultura de estos y demás indios silvestres no intervienen animales domésticos: se reduce a hacer un agujero en tierra con un palo y meter dentro la semilla. Así siembran donde quiera que se hallan, sin detener su vida errante; después vuelven y comen lo que encuentran que ha producido. Si se detienen más en un sitio, usan de una azada que hacen acomodando una paletilla de vaca o caballo a un mango.

Indios tobas

138. Así los llaman los españoles: los enimagas natecoet y los lenguas yncanabaité. Son unas quinientas familias que viven errantes entre los ríos Pilcomayo y Bermejo30 o Ypitá. Subsisten principalmente de la caza, y de los ganados que roban a los españoles, pero de muy poco acá han principiado a criar vacas. Su amistad y trato frecuente con los pitilagas, ha hecho que sus idiomas participen uno de otro en las frases y propiedad, pero ellos los creen diferentes y se consideran naciones distintas. Son gente de a caballo y valiente como los lenguas a quienes se asemejan en la estatura, formas, costumbres y holgazanería, pero no agrandan las orejas: usan el barbote del núm. 13, y conservan todos los hijos. Muchos gobernadores jesuitas y eclesiásticos le han formado en reducciones, pero ninguna ha subsistido.

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Indios pitilagas

139. Se compone esta nación de unas doscientas familias que comúnmente habitan no lejos de los tobas ni del río Pilcomayo, en un distrito que tiene lagunas de sal. Su idioma es diferente de todos, muy nasal y gutural, aunque, según se ha dicho, participa del de los tobas. Con estos se juntan con frecuencia cuando hay luna y el río Paraguay está bajo, y le pasan para robar vacas y caballos a los españoles. Lo demás es lo mismo que en los tobas.

Indios aquílot

140. Este nombre dan los enimagas a unas cien familias desconocidas de los españoles. Habitaban las riberas del río Bermejo; pero el año de 1791, se fueron a incorporar con los pitilagas, y viven juntos. Ellos se creen nación diferente de todas; pero su idioma parece ser una mezcla del de los tobas y mocobés y puede presumirse sea una rama de la nación Mocobi, pues tienen la misma estatura, formas y costumbres.

Indios mocobis

141. Esta nación indomable, altiva, soberbia, holgazana y guerrera, se halla dividida en cuatro parcialidades que compondrán juntas unas dos mil familias, sin contar los de las tres reducciones que existen de ellos. Nada cultivan, y subsisten de la caza, corriendo el Chaco desde el río Ypitá o Bermejo, hasta los confines de la ciudad de Santa Fe; pero agregan algunas ovejas y vacas que comienzan a criar, y las muchas que roban a los españoles de dicha ciudad; de las de Corrientes y del Paraguay. Su, idioma es entero, nasal, gutural, diferente de todos y tan difícil, que los padres Jesuitas no pudieron aprenderle para traducir en él el catecismo, en los veinte y cinco años que vivieron con los mocobis en el pueblo de San Javier de Santa Fe.

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142. Computo su estatura media en cinco pies y medio de París y sus proporciones robustas y elegantes. Lozano, lib. 2, cap. 5, y lib. 3, cap. 12, les da nombres diferentes y desconocidos y los hace erradamente canoeros. Schimidels, cap 18, les pone una pluma en un agujero de la nariz, lo que también es error, porque el agujero está en el labio y la pluma era el barbote que usan, y es el descrito en el número 13; las mujeres pintan su pecho con variedad de dibujos, y conservan todos sus hijos. Son diestrísimos en montar a caballo en pelo como los albayas y lenguas; usan las mismas armas sin cederles en valor, y tampoco sufren vello, cejas ni pestañas; se visten, pintan y adornan como los payaguas, practican las mismas borracheras y costumbres, y tienen los mismos médicos, caciques y asamblea de gobierno. Ellos destruyeron la ciudad de Concepción de Buena Esperanza; se han consumido inmensos caudales inútilmente en formarles reducciones de las que solo existen las de San Javier, San Pedro y Ynespin, en las que no hay un indio civil ni cristiano.

Indios abipones

143. Los españoles les dan este nombre, los lenguas el de Ecusginá y los enimagas el de Quiabanabaité. Corrían el Chaco al Occidente del río Paraná hacia los 28 grados de latitud, sin tener las canoas ni el número de guerreros que les dan Schimidels, cap. 18, y Lozano, lib. 2, cap. 5. Hacia la mitad del siglo XVIII, se empeñaron en una guerra sangrienta contra los alocobis, a quienes no ceden en orgullo, fuerzas ni estatura; mas como eran inferiores en número, se vieron precisados a solicitar la protección y una guardia que les acordaron los españoles, formándoles el pueblo de San Jerónimo, que encargaron a los padres Jesuitas en 1748. En él estuvo 20 años el jesuita alemán, que vuelto a su patria escribió en latín en un tomo en cuarto la historia o descripción de Abiponibus; pero no pudo entender su idioma lo bastante para traducir en él el catecismo; porque es muy gutural, difícil y diferente de todos. Continuando el fundado temor de los abipones de dicho pueblo, como la mitad de él pasó el río Paraná en 1770, y fundó   —159→   el pueblo de las Garzas. En ambos pueblos visten mucho las camisas y ponchos que les dan los españoles, sin que haya un cristiano ni civil, y conservan casi todas sus antiguas costumbres iguales a las de los mocobis. Usan el barbote del núm. 13, y las mujeres adultas llevan indeleble una cruz en la frente y cuatro líneas horizontales entre las cejas, con otras dos en cada ángulo exterior del ojo.

Indios taraíes

144. Dieron su nombre al río Taurú, porque habitaban sus riberas desde donde emboca en el del Paraguay, hasta el arrecife que tiene diez jornadas más arriba. Se internaban cuatro leguas en la provincia de Chiquitos, e ignoro lo que ocupaban en la de Matogroso; cuyos portugueses los han exterminado, a no ser que sean restos suyos los indios que ellos llaman bororós. Rui Díaz, lib. 1, cap. 4, y Barco, canto 5, no los conocieron y los describen fabulosamente. Alvar Núñez, cap. 59, da diferentes nombres a sus pueblos. Schimidels, cap. 35 y 36, se los altera, les da canoas y los hace vivir de la pesca y caza. Ambos autores les conceden estatura muy aventajada, y dicen que iban los varones totalmente desnudos; pero Schimidels les cuelga de las orejas un redondel, y los pinta desde el cuello a las rodillas con varios dibujos, poniendo en sus labios pedazos de cristal azul; siendo en esto más de creer que Alvar Núñez que les pone por barbote la cáscara de una fruta grande como un tortero. Pero se equivoca Schimidels dándoles bigotes y añade que las mujeres eran hermosas. En el cap. 35 dice que se cubrían de la cintura abajo, y en el cap. 36 que les servían de vestido único las labores, diferentes de las de los varones, con que se pintaban del pecho a las rodillas. Alvar Núñez refiere que se afeaban con las rayas y labores con que labraban el rostro. Su idioma diferente de todos.

Indios vilelas y chumipis

145. Solo puedo decir de ellos lo que me informaron los lenguas y enimagas. Son dos naciones con idiomas diferentes de todos, que viven hacia los términos de la ciudad de Salta al   —160→   Mediodía del río Bermejo, componiendo cada una como cien familias pacíficas, pusilánimes, de baja estatura, agricultores y cazadores.

Indios quilmes y galianos

146. Estas dos naciones de idiomas diferentes, pacíficas y agricultoras, que juntas componían setecientas familias, vivían en el valle de los Quilmes hacia Santiago del Estero; en 1618 fueron conducidas por fuerza a las inmediaciones de Buenos Aires, donde se les formó el pueblo de su nombre, y mezclándose con los europeos se han españolizado perdiendo sus idiomas y costumbres antiguas que ignoro las que serían.

Indios chanés, porrudos y otros

147. La nación Chané habitaba las orillas del río de su nombre que vierte en el del Paraguay en los 18º 7' de latitud. Lo creo diferente de la de los porrudos que vivía más al Oriente del mismo río. Aun parece que había otra o más naciones al Mediodía de las dos citadas y todas han sido esclavizadas por los portugueses, sin que sepa otra cosa de ellas, sino presumir que eran poco numerosas, pusilánimes, agricultoras y pescadoras. Interpoladas con pueblos guaranís, había en la provincia de los Chiquitos las naciones llamadas por Alvar Núñez, cap. 56, Chimenos, Caracaes, Gorgotoquies, Paizunoes, Estarapecocies, y Canderoes; y por Schimidels, cap. 45, Paisenos, Maigenos y Cacocies. De lo poco que hablan de estos pueblos o naciones, solo puede conjeturarse, que se pintaban y vestían como los jaraies, que eran poco numerosos, agricultores y que tenían lenguas diferentes. Los fundadores de Santa Cruz de la Sierra, las subyugaron a todas sin dificultad en poco tiempo, e interpolándolas entre sí y con guaranís, formaron de ellas muchos pueblos que después encargaron a los padres Jesuitas. Esta facilidad en someterse y conservarse lo mismo que la nación guaraní en todas partes, persuade que eran todas de inferior estatura y pusilánimes.



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ArribaAbajo- XI -

Algunas reflexiones sobre los indios silvestres


1. Me ha parecido anotar aquí algunas reflexiones obvias sobre mis indios silvestres. Como la mayor parte de mis naciones son sumamente diminutas en número de individuos, se puede pensar que en cuanto a su modo de subsistir, no han padecido las alteraciones que engendra la muchedumbre en todas las sociedades. Cuando llegaron los primeros españoles, ninguna de ellas era pastora, ni vivía de los frutos espontáneos de la tierra; porque no conocían animal doméstico, ni el país da semejantes frutos, si no en corta estación del año y con mucha escasez, solo en pocos y determinados distritos. Creo por consiguiente que no fueron estos los medios primitivos de subsistir los primeros progenitores de mis naciones, si no la caza, la pesca y la agricultura, que eran las que practicaban aquellas gentes silvestres cuando las descubrieron.

2. Hablando en general, parece que las naciones de la mayor estatura y otras algo menos elevadas, pero todas de bellas proporciones, y las más errantes, holgazanas, fuertes, soberbias e indómitas, eran las cazadoras: que otras algo más bajas pero también guerreras, fuertes, indómitas, y más ágiles, astutas, pérfidas, y poco menos errantes, eran las pescadoras: que las menos andariegas, las más bondadosas y pacíficas eran agricultoras. Entre estas últimas hay algunas de buena estatura, pero también otras que son las más, bajas, feas y en todo las más pusilánimes y despreciables.

3. Se observa que aquellas naciones conservan por tradición y sin alteración sus vestidos y todas sus costumbres, con   —162→   tal tenacidad, que a lo menos no las han mudado poco ni mucho en los tres últimos siglos, aun los que han nacido y vivido cincuenta años en la misma capital del Paraguay con los españoles.

4. Al tiempo de la conquista, eran estas mucho menos errantes que hoy; por que no tenían caballos ni facilidad de transportar sus armas, casas y muebles. Vivían pues confinadas en determinados y espaciosos distritos, con poquísima comunicación de unas a otras; la guaraní encerraba en su distrito a muchas aislándolas totalmente sin comunicar ni mezclarse con ellas. Habitando todas mis naciones una misma llanura, donde hay los mismos vegetales, pájaros, y cuadrúpedos iguales en formas y magnitudes, es cosa muy extraña la diferencia que hay de unas a otras en los idiomas, estatura, fuerzas y soberbia, siendo las más de ellas indomables y las restantes pusilánimes en extremo. Los guaranís eran idénticos en todas partes por más distantes que estaban unos de otros.

5. Los portugueses en muy pocos años esclavizaron a todos los guaranís del Brasil, y en el mismo corto tiempo los españoles subyugaron a todos los guaranís del país que describo formando de ellos más de cuarenta pueblos, sin contar los que estuvieron al cuidado de los padres Jesuitas en el Paraná, Uruguay y en la provincia de Chiquitos; y por otro lado a excepción de algunas pusilánimes naciones indicadas en el capítulo anterior núm. 147, no han podido los mismos europeos domar a ninguna de mis otras naciones diminutas, aunque lo han procurado con eficacia y empeño, con caudales y persuasiones, y con todos los medios violentos desde la conquista hasta hoy.

6. Entre las muchas cosas comunes a todas o casi todas mis naciones, hay algunas que pueden considerarse como peculiares suyas, y otras como tomadas del hombre europeo. Las primeras son las crueldades extravagantes en sus grandes fiestas, en sus duelos, en poner el barbote y en agrandar tan enormemente sus orejas. Ellos no dan razón ni saben el objeto ni el motivo de tales cosas, y yo estoy tan lejos de adivinarlo, como que si no las hubiese visto practicar, me parecería imposible pudiera ocurrir a nadie tales barbaridades, ni aun un motivo para hacerlas. La facilidad con que paren las indias sin   —163→   mala resulta, sin que les falte la leche, y sin dejar de hacer el mismo día lo que las corresponde: los dientes siempre blancos y bien puestos, la plena libertad para todo, sin conocer autoridad ni amistad particular, el dirigirse sin saber por qué por unas prácticas como si les fuesen innatas: el no conocer ambición, juegos, bailes, cantares, instrumentos músicos, la apatía con que soportan sin quejarse la intemperie, la escasez, las enfermedades, dolores duelos y fiestas la igualdad de clases, y no servir unos a otros: el no saber la edad que tienen, ni cuidar de lo porvenir aun para hacer provisiones, limitándose a tener para el día; el comer mucho de una vez, sin avisar ni convidar a nadie, bebiendo antes o después y nunca a media comida; el no tener hora fija para nada; el no lavarse, barrer ni coser, ni instruir a los hijos, echándolos luego de casa algunos y matándolos otros: el respetarse los indios de la misma nación, de modo que no se incomodan, roban ni matan, y el morir sin inquietud por la mujer e hijos que dejan.

7. Lo dicho en el número precedente son también diferencias con los hombres europeos, de quienes además difieren, en la superior estatura, igualdad de individuos y elegancia de las formas de muchas naciones, y lo contrario en otras: en el color y no tener barbas; en el poco vello y cabello más espeso, firme, largo, grueso, lacio, nunca crespo, y siempre negro: en los ojos más pequeños nunca bien abiertos, y siempre negros y relucientes: en la vista y oído muy superiores: en los dientes más firmes en un país donde se les caen mucho a los españoles: en ser más flemáticos, menos risibles e irascibles, y manifestar menos sus pasiones al exterior: en no gritar ni tener voz gruesa ni sonora: en la menor sensibilidad y aun fecundidad según se dijo en el cap. 10, núm. 57, de los Guaranís, debiendo entenderse lo mismo de los otros.

8. En el capítulo precedente se han mencionado treinta y ocho naciones de idiomas diferentes. Creo no exagerar diciendo, que además hay otros seis idiomas en los indios que viven al Occidente de los pampas: otros seis en los del Mediodía hasta el cabo de Hornos; y otros ocho entre las antiguas naciones de las provincias de Chiquitos y Moxos según se insinuó capítulo anterior números 45, 46 y 147.