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ArribaAbajo- XII -

De lo que practicaron los conquistadores del Paraguay y Río de la Plata para sujetar y reducir a los indios, y del modo con que se les ha gobernado


1. Para no confundir las cosas, hablaré aquí de la conducta de los españoles y eclesiásticos seculares, respecto a los indios, reservando para el capítulo siguiente tratar de los padres Jesuitas en sus pueblos del Paraná y Uruguay. Como los españoles llevaron rarísimas mujeres de Europa, y necesitaban muchas, echaron mano de las indias en clase de concubinas. Por este medio se disminuyó bastante el número de indios transformándolos en españoles, porque el rey declaró tales a los mestizos que resultaron.

2. Los conquistadores de aquellos países hicieron distinción en el modo de tratar a los indios. Si ellos cometían insultos e injusticias contra los españoles, estos después de vencerlos en alguna batalla, se los repartían, y les obligaban a servir de criados: además de otros indios que voluntariamente solicitaron ser admitidos en el mismo servicio. De unos y otros, se formaron las encomiendas llamadas generalmente de yanaconas y en el Paraguay de indios originarios. Los encomendaderos o los que las poseían, tenían siempre en su casa todos los indios que les pertenecían de ambos sexos y de todas edades, y los ocupaban a su arbitrio en clase de criados. Mas no podían venderlos ni maltratarlos, ni despedirlos por malos, inútiles o enfermos: estaban obligados a vestirlos, alimentarlos, medicinarlos e instruirlos en algún arte u oficio y en la religión.   —166→   De todo esto se hacía cada año una visita y examen prolijo por el jefe principal, oyendo al encomendadero, a los indios, y a su protector que era un español de los más graves y caracterizados. En esta clase de encomiendas, fueron incluidos los guaranís de San Isidro, los conchas, los de las islas del Paraná y también algunos pampas, payaguas, albayas, y guaicutrus cogidos en las batallas y los citados en el cap. 10, núm. 72.

3. Pero si los indios se sometían en paz o por capitulación en la guerra, el jefe español les forzaba a hacer sus casas, y formar pueblo fijo en el sitio que mejor les pareciese a su país. Para la justicia y policía, se nombraba corregidor a un cacique, y se formaba un ayuntamiento con dos alcaldes y regidores, todos indios, disponiéndolo todo como si fuere pueblo de españoles. De esta manera formaron aquellos españoles una multitud de pueblos que se nombran en la tabla al fin de este capítulo. Cuando lo dicho estaba ya corriente y establecido, formaba el jefe las encomiendas, componiendo cada una de un cacique y de los indios de quienes él lo era, para que así estuviesen unidos los parientes y amigos. Se conferían estas encomiendas en juicio formal a los españoles más beneméritos, y las llamaban de mitayos; pero no eran tan útiles como las de yanaconas del número precedente, porque solo los varones de diez y ocho a cincuenta años estaban obligados a ir por turno, dos meses al año, a servir al encomendadero quedando los diez meses restantes tan libres como los españoles. Además siempre estaban exentos de todo servicio los mayores y menores de la edad citada, los caciques y sus primogénitos, las mujeres y todos los que en su pueblo ejercían cualquier cargo público. Aunque el encomendadero solo alimentaba a los indios mientras le servían, sin vestirlos, estaba obligado a instruir en la religión a todos los individuos de su encomienda y los instruyó hasta que hubo párrocos; después se le precisó a pagar a estos. Sobre todo esto se verificaba la misma visita anual que dije en el número precedente se hacía de las yanaconas.

4. Como los encargos y órdenes de la corte eran siempre apretantes para adelantar los descubrimientos y conquistas,   —167→   sin facilitar medios ni caudales, Domingo Martínez de Irala, jefe que arregló todas aquellas cosas, discurrió el medio siguiente de adelantar las conquistas sin el menor costo del erario. Luego que tenía noticia que había indios silvestres en alguna parte, y que no eran muchos, incitaba a algunos españoles voluntarios para que a su riesgo y expensas los redujesen o precisasen a agregarse a algún pueblo de su lengua donde sirviesen de mitayos o de yanaconas llevándolos a sus casas, según el reparto que los mismos españoles interesados arreglaban. Cuando sabía Irala que había muchos indios en un distrito, como sucedió en las provincias de Guairá, de Jerez, de Chiquitos, de Santa Cruz del Chaco y de Santa Fe, los hacía reconocer, y luego despachaba una compañía de españoles con orden de fundar una villa o ciudad en medio de los indios, y de repartírselos en encomiendas ya de yanaconas ya de mitayos según dictaban las circunstancias explicadas en los dos números precedentes.

5. La duración de todas las encomiendas, se fijó en la de la vida del primer poseedor, y la de su heredero: acabada ésta debían quedar abolidas, y los indios en la misma libertad que los españoles, con la sola diferencia de pagar al erario un tributo moderado en frutos del país. El que medite la formación de encomiendas y su duración, conocerá que reunió Irala en este punto cuanta reflexión, prudencia, humanidad y política cabe en un hombre. Estaba precisado a adelantar el descubrimiento y conquista, y le era imposible hacerlo con unos soldados a quienes el rey no daba honores, sueldos, armas ni municiones, ni aun vestuario ni cosa alguna: ni Irala podía proporcionarles nada de eso en un país que no conocía metales ni fruto precioso. De modo que para estimular y mover a sus gentes, no tuvo otro resorte que el cebo de darles encomiendas, distinguiéndolas en dos especies de mitayos y yanaconas para conservar en lo posible justicia con los indios, a quienes libró de malos tratamientos con las citadas visitas. En cuanto a la duración de las dos vidas de las encomiendas, era el más corto tiempo necesario para civilizar e instruir a los indios bajo la dirección y trato inmediato de los encomendaderos   —168→   interesados en esto, y para recompensar los costos, fatigas y peligros de los conquistadores.

6. Sin embargo, desde entonces hasta hoy no han faltado gentes, que han declamado contra estas encomiendas, pintando a aquellos españoles con los más negros colores. Pero reflexionando la historia de las conquistas, no se encontrará otra con tan pocos excesos cometidos, ni que haya producido tantas ventajas a los conquistadores con tan poca sangre derramada.

7. Así estaban las cosas, cuando dispuso la corte que don Francisco de Alfaro, oidor de la audiencia de las Charcas, pasase al Paraguay en clase de visitador con instrucciones competentes y grandes facultades. Este hombre por los años de 1612, mandó, que así como fuesen muriendo los que tenían encomiendas, quedasen estas agregadas al real erario sin conferirse a nadie; y que los que las poseyesen entre tanto, no exigiesen de sus indios mitayos servicio personal, sino un corto tributo anual en frutos del país, y lo mismo de los indios yanaconas, debiendo dar a estos tierras para cultivar por su cuenta, de donde sacar el citado tributo, el cual debería entrar en el erario luego que vacasen estas encomiendas. La corte aprobó esta providencia pero como dejaba a los españoles sin un criado ni criada, no siendo entonces decente allí que un español sirviese a otro y no habiendo esclavos negros, lo representaron al visitador, y este convino en dejar las cosas como estaban antes, insistiendo en que no se confiriese ninguna encomienda de las que vacasen. Así se verificó con las de los vecinos de Buenos Aires, de Santa Fe y Corrientes, pero no con los del Paraguay, cuyos gobernadores continuaron dando todas las que vacaban, conservando el servicio personal. Aun en el año de 1801 sucedía lo mismo; pues aunque como veinte años antes había mandado el consejo cumplir lo dispuesto por Alfaro, representó el gobernador y el ayuntamiento, y quedó todo como antes. Verdad es que los padres Jesuitas lograron después de muchos años de las disposiciones de Alfaro, libertar de encomiendas los pueblos citados, cap. 13, núm. 11.

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8. Mandó el visitador, que no se fundase en lo sucesivo ninguna encomienda de indios, apoyando esta y todas sus providencias en los supuestos excesos cometidos por los españoles en la caza de indios citada núm. 4, en que no era lícito forzar a ser esclavos a los indios libres, y en que se conseguiría su civilización y sumisión mucho más fácilmente confiándolas enteramente a los eclesiásticos. Los últimos padres Jesuitas del Paraguay, se jactaban de que los de su sotana habían dictado a Alfaro sus providencias, y contaban esto entre sus grandes servicios hechos a la humanidad y al estado. Pero yo no sé cómo no reflexionó el visitador, y más la corte, que en un país tan apartado, donde el rey no tenía un soldado pagado, ni facilitaba el menor auxilio para nada, el cortar la formación de encomiendas equivalía a extirpar de raíz el único estímulo que podía animar a los españoles particulares, a adelantar los descubrimientos, las conquistas y la civilización de los indios, y que nada de esto podría verificarse, ni aun conservar lo conquistado, prohibiendo que ningún español secular tuviese parte en ello.

9. Esta reflexión se hará evidente, al que considere que desde las providencias de Alfaro hasta poco ha no se fundó ningún pueblo español: que muchos de los que había anteriores, han sido destruidos o abandonados; que bastante españoles, disgustados del gobierno, se fueron a establecer en San Pablo y otras partes entre los portugueses, y que el imperio español, lejos de adelantar, fue perdiendo y perdió totalmente las provincias de Vera, de Santa Catalina y Cananea, del Guairá, de Jerez, de Itatí, de Cuyabá, de Matogroso, del río grande de San Pedro y del Chaco. El mismo convencimiento sacará el que lea al fin de este capítulo, la tabla de los pueblos de indios fundados por los españoles seculares, si advierte que las fechas de sus fundaciones y sujeción de sus indios son anteriores a Alfaro: pues aunque hay en ella diez de fecha posterior, leyendo sus fundaciones en los capítulos 16 y 17, se encontrará que para formar los cuatro, se despreció lo dispuesto por Alfaro, y que los restantes lejos de estar consolidados, aun no tienen un indio civil ni cristiano, y no se piense que las   —170→   disposiciones de Alfaro han fundado otros, pues no se mostrará ni uno como luego veremos.

10. El gobierno portugués siguió las máximas contrarias a las de Alfaro, pues sobre incitar por todos medios a los particulares, les daba auxilio, armas y municiones, y les permitía vender por esclavos perpetuos a los indios que pillaban en sus malocas o incursiones. Con esta conducta libre, atrajeron muchos españoles desertores o malcontentos; buscaron y encontraron muchos indios silvestres, y cuando escasearon, se llevaron los de diez y ocho o veinte pueblos fundados y catequizados antes por los españoles. Con semejantes correrías descubrieron y se apoderaron de las provincias citadas en el número anterior, y de las minas de oro y piedras preciosas de Cuyabá, de Montegroso y de otras.

11. En la formación de los pueblos de la citada tabla, nadie intervino sino los encomendaderos que por su particular interés sujetaban a los indios, los instruían del modo posible en las artes, oficios y en el catolicismo. Ningún eclesiástico hizo ni pudo hacer nada en aquellos primeros tiempos con los indios, porque solo hubo un clérigo con los primeros conquistadores, y aun cuando veinte años después llevó el primer obispo canónigos, clérigos y frailes, en todos no eran sino diez y siete. Solo uno de ellos entendía el guaraní o lengua de los indios, mas no lo suficiente para traducir nuestro catecismo ni para predicarles. Llegó ya el caso de haber ya fundadas siete u ocho ciudades españolas, y como cuarenta pueblos de indios no siendo los eclesiásticos sino veinte, incluso el señor obispo. Dos únicos entre ellos; que entendían el idioma, corrían continuamente de unos pueblos a otros, y se conoce lo poco que aprovecharían en todas partes. Viéndose la extrema necesidad de eclesiásticos, los solicitaron con las mayores instancias, hasta que el año de 1611 llegaron los padres Jesuitas, a quienes el juez eclesiástico encargó inmediatamente las atenciones parroquiales de toda la provincia de Guairá, que aun no había tenido párroco alguno, no obstante de haber en ella una ciudad española y trece pueblos numerosos de indios, fundados   —171→   cuarenta y cuatro años antes. En el Propio caso estaban los antiguos pueblos de Tarey, Bomboy y Coaguazú que se encomendaron a otros dos Jesuitas llegados después en 1632 y el de San Ignacio-guazú a otro el de 1609.

12. Por las ordenanzas del visitador Alfaro citadas números 7 y 8, se prohibieron todos los medios seculares o de la fuerza practicados hasta entonces para reducir y civilizar indios silvestres, y se encargó este tan grave negocio privativamente a los eclesiásticos, franqueándoles con libertad y continuamente abundantes caudales de las tesorerías de bulas y vacantes de obispados. Luego se han buscado eclesiásticos que han convenido en irse a vivir entre los indios pampas, minuanes, mocobis, abipones, tobas, pitilagas, lenguas, albayas y payaguas, precediendo el beneplácito de los indios, ofreciéndoles dar vestidos, la comida y herramientas. Convenidas estas cosas, se han formado pueblos de chozas en los sitios elegidos por los indios, los eclesiásticos dotados con buenos sueldos o rentas, se han ido a vivir entre ellos sin tener más ocupación que la de repartirles lo prometido, sin poder hacer otra cosa, porque los indios no los han podido entender, ni ser entendidos de los eclesiásticos. Yo he visto principiar muchas doctrinas o pueblos de esta manera eclesiástica, y también los he visto acabar; ya porque se agotaron los caudales asignados, y ya porque aburridos los curas, los abandonaron. Me consta además haber acaecido lo mismo a otros muchos, aunque no se anotan en la tabla al fin de este capítulo por no venir al caso; pero no se mostrará en aquel país un pueblo existente formado sin la fuerza sino eclesiásticamente, en el que todos sus indios, ni aun uno de ellos sean sumisos civiles y cristianos. Lo único que se ha visto en esto es, que si los eclesiásticos han sido muy constantes y los caudales han dado en manos económicas, se ha prolongado la destrucción de los pueblos. Así ha sucedido a los seis últimos de la citada tabla, sin que por eso se hayan civilizado, catequizado ni sujetado sus indios, que están como el primer día. Si contra esto se dice que el rey envía continuamente de España doctrineros de todas las religiones y que estos   —172→   tienen formados innumerables doctrinas o pueblos en todas las partes de América, responderemos que también los envía al Paraguay, donde he dicho que nada han adelantado, siendo de presumir lo mismo en todas partes, aunque yo solo hablo de lo que he visto.

13. Verdad es que los eclesiásticos, ignorando la historia y más el carácter de las diferentes naciones de indios, han preferido para sus empresas las citadas en el número anterior que son tan indomables, como que ni los heroicos conquistadores pudieron sujetarlas ni adelantar nada con ellas, ni creo posible que nadie lo consiga por otro medio que el de buen trato y comercio, hasta que mezcladas con nosotros, adopten insensiblemente nuestras costumbres, lengua y religión. La fuerza podrá a la larga exterminarlas, mas no domarlas ni persuadirlas. Si los eclesiásticos se hubiesen dirigido a los guaranís silvestres más dóciles que las citadas naciones, no habrían encontrado tantas dificultades, sin que por esto crea yo que hubiesen logrado formalizar sus proyectos sin el auxilio de la fuerza secular, porque me consta que ninguna reducción de indios se ha formalizado sin ella.

14. Aun así se me hace imposible que se adelante nada con otras naciones por más dóciles que sean por la dificultad de aprender sus idiomas y de traducir en ellos nuestro catecismo, faltando a todos las palabras precisas para expresar lo intelectual y espiritual, de que no tienen idea. Los padres Jesuitas vivieron más de veinte años en clase de curas doctrineros, entre los tobas, pitilayas, abipones, mocobis, albayas, pampas y minuanes sin poder formar una gramática ni catecismo en tales lenguas. Cuando hubiesen llegado a entenderlas y hablarlas perfectamente, no era posible transmitirá otros lo que ellos supiesen, porque casi todos estos idiomas usan de sonidos que no pueden escribirse con nuestro alfabeto. Se conocerá más la dificultad sabiendo, que aunque hay en América tantos idiomas diferentísimos y que en grande número de ellos se han intentado traducir nuestro catecismo por los misioneros, creo que no se puedan mostrar sino cuatro traducciones:   —173→   a saber en las lenguas aimará, quichoa, mejicana y guaraní. Aun estos se han formado, porque los españoles criollos han adoptado tales idiomas y les ha sido menos difícil suplir con el español lo que faltaba a los otros: de modo que se puede desconfiar que sean sus catecismos exactos, y más no habiendo yo encontrado sino solo tres curas que se atreviesen a predicar el evangelio en guaraní; no obstante de que este era el idioma nativo de todos los curas. Oigo hablar de que los eclesiásticos han catequizado infinidad de indios de innumerables lenguas; mas no creo se muestren traducciones del catecismo en más idiomas que los cuatro citados. Por esto quisiera me dijesen ¿qué instrucción han podido o pueden dar, fuera de los dichos cuatro idiomas, a unos indios que no entienden el de sus predicadores? Se podrá pensar que han principiado enseñándoles nuestra lengua, más no creo que puedan mostrar un solo pueblo donde haya sucedido tal cosa, ni la creerán los que conozcan a los indios silvestres, a quienes solo la fuerza puede hacer que quieran oír, más no que entiendan.

15. Vimos en el núm. 7 que contra las disposiciones de Irala, habían continuado estos indios con la servidumbre de encomiendas; pero en lo demás se les dio plena libertad como a españoles. Así estuvieron un siglo, hasta que se les aplicó el gobierno en comunidad inventado por los padres Jesuitas, de que se hablará en el capítulo siguiente, y desde entonces han sufrido las vejaciones ya insinuadas. En cuanto a lo demás, estos indios cultivan y pastorean lo mismo que los españoles que los han instruido y aun son los únicos carpinteros y tallistas del país. Se ignora su capacidad para el comercio, porque no se les ha permitido comerciar sino frioleras a hurtadillas. El trato con sus encomendaderos les ha enseñado a fabricar cada familia su casita con divisiones por dentro, con cocina y algunos muebles, el haberles permitido trabajar para sí dos días de la semana, y el hacer lo mismo muchos días de fiesta, ha proporcionado a muchos el tener algunas vacas lecheras, un burro, algunos caballos, gallinas y cerdo. En punto a religión los creo muy atrasados aunque no tanto como a los indios   —174→   jesuíticos, y lo atribuyo a que como sus curas han sido siempre hijos del país, cuya lengua nativa es la de los indios, les ha sido más fácil recibir la instrucción.

Tablas de los pueblos de indios formados por los conquistadores

Tabla de los pueblos de indios formados por los conquistadores

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Tabla de los pueblos de indios formados por los conquistadores