Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
ArribaAbajo

Diálogo de la verdadera honra militar

Jerónimo Jiménez de Urrea



Compuesto por el Ilustrísimo Sr. Don jerónimo de Urrea

DIRIGIDO A LA INFANTERÍA ESPAÑOLA y publicado bajo la protección del Ilustrísimo y Excelentísimo Señor Don Antonio Jiménez de Urrea y Enríquez, Marqués de Almocid, Conde de Pavías, etc.



ArribaAbajo

Licencia

     Por encargo del señor doctor don Roque de Unzurrutizaga, Obispo de Anillo, Visitador y Vicario General de la ciudad y arzobispado de Zaragoza: por el Ilustrísimo y Reverendísimo Señor don Pedro Apaolaza, mi Señor, Arzobispo de dicho arzobispado, del Consejo de Su Majestad, etc.

     He visto este Diálogo de la verdadera honra militar, que compuso don jerónimo de Urrea, y me parece obra digna de tan cristiano caballero, sin que en ella haya cosa que contradiga a la verdad de nuestra fe y buenas costumbres. Y así, se puede dar licencia para que se imprima por segunda vez. Esto siento, en Zaragoza, a 9 de septiembre de 1642.

El Doctor Pedro Gaudioso

Hernández de Lara

Imprimatur

El Doctor Don Roque de Unzurrunzaga,

          Vicario General



ArribaAbajo

Censura del MV R.P.F. Pedro Manero, Lector Jubilado, Calificador del Santo Oficio y Guardián del Colegio de San Diego.

     Por encargo del señor doctor don Miguel Tomás de Secanilla, Regente de la Real Chancillería del Consejo de Aragón, he visto este Diálogo de la verdadera honra militar, compuesto por don Jerónimo de Urrea. No aconseja el ejercicio del duelo, prohibido con tan gravísimas censuras por el Concilio Tridentino y pragmáticas reales; antes bien, como cristiano siente que el perdonar la injuria es resarcirla, y como noble, señala las leyes de aquellos antiguos lances, que aunque ahora no puedan servir como ejemplo, sirven como noticias de la antigüedad. Y mezcla historias, para ejemplo de la milicia. Con este antídoto, me parece digno de volverse a imprimir. Así lo siento, en el Colegio de San Diego, a 18 de septiembre de 1642.

F. Pedro Manero

Imprimatur

Secanilla Regens



ArribaAbajo

Al Excelentísimo Señor DON ANTONIO JIMÉNEZ DE URREA y, Enríquez, marqués de Almonacid y conde de Pavías, del Consejo de Su Majestad, Virrey y Capitán General que fue del Reino de Cerdeña.

     Suelen los que escriben epístolas dedicatorias (Excelentísimo Señor) dibujar, a fuer de pintores, prolijas y dilatadas genealogías de los héroes a quienes consagran sus obras. Sin embargo, desviándome de esta vulgar introducción, no recordaré a la posteridad los gloriosos principios de la Casa de URREA, cuyos ínclitos ascendientes ilustraron con sus hechos este Reino y los demás de su Corona, y cuyos belicosos trofeos refieren los historiadores aragoneses y extranjeros. Pero la modestia de V.E. ha de permitir que esta vez se dilate la pluma en referir sus victorias, que cuando son tales conto las alcanzadas por V.E., no merecen ser sepultadas por el olvido, sino vivir en la memoria de los hombres para inmortal gloria de su prudencia y valor.

     Nombró el Rey, nuestro Señor (que Dios guarde), a V.E. lugarteniente y capitán general del Reino de Cerdeña, y apenas llegó a él, año de 1632, cuerdamente mandó que se fortificasen todas las ciudades y, plazas más importantes, que estaban sin defensa, reparándose y abasteciéndose todas de pertrechos bélicos y de víveres, para que de esta suerte estuvieran preparadas para cualquier invasión que intentaran los enemigos de la monarquía española.

     En seguida pudo verse el acierto de V.E. en la prevención de aquel Reino por medio de tales fortificaciones. Porque los franceses, deseando vengarse de las Armas Católicas que ocuparon las islas de San Honorato y Santa Margarita, que están en la parte oriental de Provenza, construyó en Tolón una gran Armada de 45 navíos y otros barcos menores, y dividiéndola en 2 escuadras, el 21 de febrero de 1637 entró en el puerto de Oristano, desembarcando en él sin hallar más resistencia que la de una torre mal fortificada, que hubo de rendirse ante la batería que el enemigo puso frente a ella. Considerando los de la Ciudad la poca defensa que podían tener dentro de sus muros, en muchas partes derruidos, la abandonaron sin esperar los ofrecimientos de los generales Señor de Lorena, Conde de Anjou, y el arzobispo de Burdeos. Y así, sin resistencia alguna, pudo poner, como señor de la ciudad de Oristano, su ejército, que contaba con 5.000 soldados, todos gente belicosa y disciplinada en el arte militar.

     Y llegando a V.E. el aviso de esta invasión, después de tratar con los Consejos cuánto importaba desalojar de la Isla al enemigo, guarneciendo las plazas y tomando los pasos peligrosos por los que los franceses podrían extenderse, se formaron dos ejércitos colecticios de 6.000 infantes y 3.000 caballos, dándose la orden de que los del distrito de Caller acudieran a la Plaza de Armas de Monreal y los del otro, a la de Bonorcado. Antes de que hubiera podido reunirse toda esta gente a causa de la distancia de los lugares a los que habían de acudir, se adelantaron algunas compañías de infantería y caballería para hacer frente al enemigo. Éste, al ver que en tan poco tiempo se había reunido un buen ejército, para evitar que le dividieran decidió abandonar la ciudad, pero no pudo hacerlo libremente porque los del Reino atacaron la retaguardia matando a muchos soldados, haciendo a otros prisioneros y obligándoles a dejar una gran parte del botín de Oristano, donde los franceses habían estado cuatro días. Y la gloria de tan célebre triunfo se debió al infatigable desvelo de V.E., admirando, sobre todo, que se consiguiera en tan pocos días y con pérdida de poca gente.

     Por muchos motivos debe V.E. ennoblecer con su protección el DIÁLOGO DE LA VERDADERA HONRA MILITAR, que escribió el ilustre caballero DON JERÓNIMO JIMÉNEZ DE URREA. En primer lugar, por la grandeza de la obra, en la que su autor supo conciliar las leyes de la caballería con las de la conciencia para borrar lo detestable del duelo. Y en segundo lugar, por pertenecer a una ilustre rama de la Casa de V.E., a la que con su espada y con su pluma añadió nuevos blasones, tal como lo publican las hazañas que llevó a cabo en Dura, Sandesi y otras plazas sirviendo al augustísimo emperador Carlos V.

     Animado, pues, por tal padrino, ofrezco a V.E. este docto libro sin miedo a que peligren mis deseos, porque sé que no podría ofrecer mejor regalo que libros a persona tan estudiosa como lo es V.E., y caballero de tan claro linaje, a quien Dios guarde largos años para honor de este Reino y amparo de los varones doctos. Zaragoza, a 20 de noviembre de 1642.

Criado de V.E., a quien

besa la mano.

José Ginovart

ArribaAbajo

A la Infantería Española

DON JERÓNIMO JIMÉNEZ DE URREA

     Andan hoy las lenguas de los hombres tan libres y sueltas para hablar mal de las cosas, que hasta en las buenas quieren hallar faltas, lo que les hace caer en falta a ellos y perder la verdadera amistad, y son el origen de escándalos y de tales daños que, por su culpa, muchos hombres pierden la razón y quedan tan sin ella como con ella los justos y modestos. Y empleando su tiempo en estas torpezas y falsas opiniones, quebrantando la verdad provocan a la batalla al pariente o amigo, injuriándole o menospreciándole, conduciéndole al fin a la desordenada y bestial costumbre del duelo. Da lástima ver cómo en la Infantería española se va perdiendo la fineza del arte militar de nuestros tiempos y decayendo, por no entender los puntos y términos de la verdadera honra de la caballería. Antes bien, sacándola de su lugar y poniéndola sobre puntillos de poco valor, les conduce a la injusta costumbre del duelo y les impide entender que ser un buen soldado no consiste en injuriar al amigo y reñir con el pariente, ni en desafiar al compañero o conocido por cualquier puntillo. Recuérdese que los asirios, griegos, romanos y godos, y nuestros antiguos y valerosos padres, fueron tan buenos soldados y codiciosos de honra como nosotros, y se preciaban mucho de sufrir las flaquezas de sus amigos con esfuerzo y modestia, y con esas dos cosas quebrantaban las fuerzas de sus enemigos. ¿Por qué nosotros, que no tenemos menos disciplina militar y ánimo que ellos, consentimos en tener menos gentileza y modestia con los amigos, dando que reír a las naciones extranjeras nuestra poca paciencia y cordura, viendo cómo nos injuriamos y menospreciamos, y cómo por cosas ligeras salimos al inhumano combate del duelo, bárbaro, sin caridad, ley ni verdad? Los crueles escitas, los inhumanos árabes y los fieros tártaros, que vivieron fuera de todo orden, ley y razón, la tuvieron para esto, sabiendo que la costumbre del duelo no es sino el remedo del comportamiento de los brutos animales, que sólo se rigen por su apetito. ¿Qué habremos ganado al pasar a Italia a ganar honra y mostrar el valor de nuestras personas si en ella perdemos la cortesía y, gentileza que nuestros honrados padres tanto nos recomendaron? No empleen, les suplico, su claro entendimiento y la fortaleza de sus corazones en cosas torpes ni en puntos sin valor y mal entendidos, llegando a parecer, por ello, fieros animales gobernados por la sed de sangre. Y si entre nosotros hubiera alguno de condición inhumana, que quiera seguir las costumbres de las fieras, que siga las de las más nobles y fuertes, los leones, que son los que viven más pacífica y amistosamente con los de su especie y los que más bravura y ferocidad muestran con sus enemigos. Y para que entiendan mejor los que profesan el arte militar la ceguera y el error en que viven con la injusta costumbre del duelo, y para que conozcan cuán cerca de la ofensa está la satisfacción sin tener obligación ni necesidad de llegar a las armas, he compuesto este Diálogo de dos soldados acerca de la verdadera honra militar y los abusos del duelo, dirigido a Vuestras Mercedes, por el que podrán entender los puntos y términos de la verdadera honra, y desengañarse, que la honra de uno no se la puede quitar otro, y aunque un caballero pueda ofender a otro, no por ello puede quitarle la honra. Hallarán también en él maneras de satisfacer las ofensas y mentiras (mentiras llamaremos al mentir, por no decir hablar) y en fin, el modo para lograr que la gentileza de la caballería vuelva a las antiguas y buenas costumbres.



ArribaAbajo

Elogio a la memoria Ilustre de Don Jerónimo Jiménez de Urrea, escrito por el Doctor Juan Francisco Andrés.

     Don jerónimo Jiménez de Urrea, caballero de la orden de Santiago y virrey de la Pulla, no menos ilustre que valeroso, ni menos esforzado que entendido y docto en las letras humanas, nació en la villa de Epila, que los romanos llamaron Segontia, no sólo felicísima por haber gozado en ella las primeras luces de su vida, sino también por verse ennoblecida con otros hijos insignes, como el rey don Juan I de Castilla , que el 24 de agosto de 1363 la inmortalizó con su nacimiento; el reverendísimo P.F. Miguel de Epila, hijo de hábito del Convento de Santo Domingo de Zaragoza, a quien el magnánimo rey don Alfonso V de Aragón tuvo en gran estima y que, en 1455, al morir Arnaldo Roger de Pallas, Patriarca de Alejandría y Obispo de Urgel, suplicó al Pontífice que le proveyera en aquel Obispado, pero su humildad le impidió aceptarlo, siendo, ciertamente, uno de los «famosos maestros en la Sagrada Teología que hubo en aquellos tiempos, y varón de singular vida y ejemplo». Y con mucha razón dijo Zurita que fue muy estimado del Rey, como se ve por la carta que escribió a Calixto III presentándole sus méritos diciendo: «A éste realmente venero y reverencio por maestro en la Sagrada Teología, por ser un purísimo dechado de vida perfecta, y luz y guía firmísima de buenas costumbres». Esta carta me la proporcionó el abad don Martín de la Farina, capellán de honor de Su Majestad, quien tiene ésta y todas las cartas que escribió el serenísimo rey don Alfonso, tal como las recogió Antonio Panormita.

     Y no menos que los antedichos, ilustró la villa el venerable siervo de Dios Pedro Arbués, inquisidor apostólico, a quien la perfidia judía quitó la vida en Zaragoza, por odio a la religión católica, en 1485.

     El padre de don jerónimo, don Jimeno de Urrea, último vizconde de Viota, fue muy valiente caballero, y en las guerras de Navarra sirvió al Rey Católico tan aventajadamente que, por su mucho valor, le llamaron don Jimeno el Osado. Se dice de él que venció cuerpo a cuerpo, en servicio de su Rey, a nueve caballeros, y sus valerosas hazañas son dignamente celebradas por su esclarecido hijo en la traducción española de Orlando Furioso, canto 34, estanzia 61, donde dice así:



Aquél será de Urrea el último
vizconde de Viota, el más famoso,
habrán de llamarle el Osado Caballero,
por ser con las armas fuerte y animoso,
a nueve ilustres vencerá el guerrero
con su propia espada en campo sangriento;
sembrará por Navarra mil trofeos,


por Valencia, por el Ebro y los Pirineos.     Falleció el Vizconde en el año 1514 y dejó dos hijos habidos fuera del matrimonio, Doña Isabel de Urrea y don jerónimo de Urrea. A su muerte heredó sus Estados don Miguel Jiménez de Urrea, conde de Aranda, tal como lo advierte jerónimo Zurita en el manuscrito «Nobiliario de las antiguas Casas de Aragón», y el Doctor Juan Lorenzo Morenci y Aldaya, en la «Relación de la ilustrísima Casa de Urrea», cuyo manuscrito tiene nuestro amigo el Doctor don Francisco Jiménez de Urrea, capellán de honor de Su Majestad y cronista del reino de Aragón.

     Demostró don jerónimo de Urrea ser hijo de tan valeroso guerrero, sirviendo al augustísimo emperador Carlos V en las guerras de Flandes, Italia y Alemania, donde realizó hazañas muy valerosas. Se destacó en el sitio de Dura, defendiendo un paso peligroso por el que los Imperiales se retiraban, y su constancia bastó para detener al enemigo. Agradecido el César, le dio una jineta para que el soldado que tan bien peleaba tuviese más ocasiones de mostrar su valor y con él animase a los cobardes. Cumplió muy bien con el oficio de capitán en el sitio de Sandesi, donde le derribó del bastión en el que estaba una pieza de artillería y cayó sobre las picas de los soldados y la bandera del alférez Antonio Moreno.

     No fue menos insigne en las letras que en las armas, porque cuando el estruendo belicoso de las armas le permitía algún rato de ocio, lo consagraba a las Musas, como lo certifican sus ingeniosos libros, y don jerónimo de Urrea pudiera decir de sí mismo lo que dijo su gran amigo Garcilaso de la Vega en la Égloga Tercera:



Entre las armas del sangriento Marte
(donde apenas hay quien su furor contraste)
hurté del tiempo aquesta breve suma
tomando ora la espada, ora la pluma.


     Ocupado en estos empleos virtuosos eternizó su nombre entre los soldados más valientes y entre los beneméritos de las buenas letras; algunas de sus hazañas se han contado, pero ignoramos muchas, ya que su ardor no podía dejar de explayarse en otras ocasiones, habiendo servido al emperador Carlos V muchos años; las fatigas literarias han tenido mejor suerte, pues además de las impresas, quedan muchas manuscritas. De unas y otras daremos cuenta para que la gloria de tal varón permanezca en la memoria de los hombres.

     Tradujo de la lengua francesa al español un «Discurso de la vida humana y aventuras del Caballero Determinado», escrito en tercetos por Olivier de la Marche, caballero borgoñón, criado de Felipe el Bueno, duque de Borgoña, que se imprimió en Amberes en 1555, en octavo, y que ilustró con un discurso histórico de los Reyes de España y Francia, en el que demuestra ser buen conocedor de Historia.

     Escribió Ludovico Ariosto el insigne poema «Orlando Furioso», y don Jerónimo lo españolizó con gran elocuencia y acierto, y aunque muchas personas doctas celebran este ingenioso desvelo, referiré solamente el juicio que de él hizo Alfonso de Ulloa, que podrá el curioso comprobar en la impresión hecha en Lyon en 1556, donde, hablando con el lector, díce así:

     «No quiero pasar por alto el trabajo que el señor don Jerónimo ha tenido con la traducción del Furioso: encareciéndolo mucho, digo que estamos muy obligados a estimarlo mucho y es justo que recordemos siempre un espíritu divino como el suyo. Si consideramos los hechos de los antiguos, nos daremos cuenta que ha habido pocos soldados entre los griegos y romanos que ejercitaran las armas y las letras, como hace el señor don Jerónimo, sirviendo a su rey con la espada en la mano y a su nación con la pluma. ¿Quién, en nuestra época, hubiere tenido tanto ingenio como él para alcanzar, con el valor de las armas, la excelencia de la poesía? ¿Y traducido del verso italiano tal libro a metros castellanos? No puedo investigarlo, pero digo (y conmigo lo harán los sabios) que con la versión del Furioso ha ganado una corona de laurel, pues ha triunfado en una empresa en la que muchos que lo intentaron fracasaron, y me parece imposible poderse expresar mejor de como él lo ha traducido, porque yo he comparado el texto italiano y la versión castellana estrofa por estrofa, y no me engaño, y el que no quiera creerlo, que se ponga a la tarea y comprenderá que tengo razón».

     No le faltaron émulos y detractores a don Jerónimo, que despreciaron su traducción procurando, con vanas palabras, disminuir el aprecio que los estudiosos hacían de obra tan elegante. Y generosamente ofendido por su ignorancia, para darles a entender que despreciaba sus palabras, desahogó su erudita saña pintando un jeroglífico sin mote: una serpiente pegada a la tierra, que con la cola se tapa los oídos para desvanecer con esta prudentísima astucia las voces de los encantos. Estas noticias las debernos a su docto defensor y amigo Alfonso de Ulloa, quien, hablando sobre esta materia en la traducción española de las Empresas de Paulo Glovio, añadió otras de algunos caballeros, y hablando de la de nuestro autor, dice así:

     «Don Jerónimo de Urrea, noble y esforzado caballero celtíbero, y capitán del César, habiendo traducido a romance castellano con suma facilidad el Orlando Furioso, y sabiendo que algunos envidiosos murmuraban de su obra, cuando la imprimió puso por empresa en su libro un áspid que, con la cola, se tapaba los oídos, queriendo significar que tenía sordas las orejas para oír palabras vanas, teniendo por costumbre el áspid cerrar las orejas cuando no quiere oír lo que no le conviene. No puso mote, y por eso no fue perfecta, pero a mí me parece que le venía muy a propósito el refrán castellano que dice: A palabras locas, orejas sordas».

     Cansado de las fatigas de la guerra, se retiró don Jerónimo a Zaragoza para vivir con sosiego y, hallándose desocupado, compuso en ella el DIÁLOGO DE LA VERDADERA HONRA MILITAR, aunque el doctor don Vicencio Blasco de Lanuza diga que no lo escribió en nuestra ciudad, pero ello se infiere del mismo autor, que es quien lo ha de saber: la introducción del Diálogo tiene lugar en Zaragoza porque hablando Franco (que es el autor de la obra) con Altamirano, le dice: «Y en la tarde iremos a pasear por el Coso, que es una de las mejores calles del mundo», y en otro lugar habla de esta gran calle y de las justas que en ella celebraba en honor de San Jorge su nobilísima cofradía y, por último, en otro lugar hace un breve panegírico de Caesar Augusta, Además de esto, queda claramente probado porque Alfonso de Ulloa, que tradujo este Diálogo a la lengua italiana y lo imprimió en Venecia en 1569, dice en el argumento y declaración del Libro que «hallándose Franco en Zaragoza, su patria, ciudad metrópoli del Reino de Aragón, en España, se encontró por casualidad en la calle con Altamirano, hijo de Triana, arrabal de Sevilla».

     Imprimióse este Diálogo en Venecia, año de 1566.

     Su sobrino, don Martín Abarca de Bolea y Castro, señor de las baronías de Clamosa, Torres, Siétamo, Val de Rodellar, Eripol y Botorrita, lo publicó en octavo, en Madrid, año 1575, y ahora se ha impreso por cuarta vez en Zaragoza este año de 1642.

     Además de los libros impresos ya referidos, escribió otros no menos ingeniosos y elegantes que los impresos. Referiré sus títulos para que no se pierda la memoria de ellos. Tradujo la Arcadia de Jacobo Sannazaro, poeta insigne de Italia, en el mismo género de versos en que la escribió su autor, con cuya obra enriqueció la lengua española. Su manuscrito se guarda en la villa de Epila, en la biblioteca del convento de San Sebastián, de la orden de San Agustín. Estuvo a punto de ser impreso, como lo prueba la aprobación, que con él se guarda, del famoso poeta y valerosísimo soldado don Alonso de Ercilla.

     EL VICTORIOSO CARLOS, poema heroico en el que celebra los triunfos del invictísimo emperador Carlos V, que escribió en verso libre. Cita algunos fragmentos de esta obra don Vicencio Blasco de Lanuza en el tomo primero de las Historias Eclesiásticas y Seculares de Aragón, libro cuarto, capítulos 23, 24 y 46. Ilustra este manuscrito la biblioteca del convento de San Sebastián de Epila.

     DON CLARISEL DE LAS FLORES, libro de caballerías y aventuras, que puede competir con Amadís de Gaula, el Caballero del Febo y otros, está dividido en tres tomos de crecido volumen, en folio, conservando los originales don Francisco Jiménez de Urrea en su copiosa biblioteca.

     No se olvidó de su insigne patria, Epila, villa de los excelentísimos condes de Aranda, pues escribió, para celebrar sus grandezas, LA FAMOSA EPILA, imitando la Arcadia de Sannazaro. El lugar donde presenta su obra es la Alameda del Conde, sitio muy apacible, frondoso y ameno, casi rodeado por el río jalón, cuya descripción, porque se entienda su amenidad, la dibuja así don Jerónimo con el pincel de su pluma:

     «El fértil río (habla del jalón, cuyas aguas celebró Marcial) se quiso recrear más dando una vuelta casi redonda por la ancha vega, y en el circuito de su vuelta se ve una espaciosa selva; y volviendo su curso a la derecha, discurre mansa y agradablemente por la espaciosa huerta, fértil en todo tiempo, quedando la gran selva como una península casi cercada por el fresco río y los verdes árboles, distintos de los que dentro de ella crecen. Se pasa a la selva por un largo puente, al principio del cual está un antiquísimo padrón de mármol blanco, con letras latinas casi borradas por el tiempo, en las que César Augusto recomienda a los sucesores y gentes de los siglos venideros, que pueblen aquel lugar en el que, más que en otras regiones, él halló dulce el cielo».

     Este manuscrito se guarda en la biblioteca de don Francisco Jiménez de Urrea. El padrón de mármol de que habla don Jerónimo es una piedra, en algunas partes demolida, que se halló en Lucena de jalón, a una legua de Epila y a dos de Ricla. La leyó el secretario Jerónimo Zurita en La Alameda del Conde y, según dice en el prefacio a las eruditas Enmiendas del Itinerario de Antonio Augusto, la hizo poner el emperador Domiciano en señal de haber restituido la calzada que iba a Zaragoza, Calatayud y Mérida. Don Jerónimo, con la licencia que los poetas se toman, dijo que era mármol del César Augusto, porque con esta ficción ilustraba y engrandecía aquel sitio.

     Lo artificioso y erudito de sus obras mereció la honra que de ellas hicieron en sus obras grandes varones, tales como: Gregorio Hernández de Velasco en la traducción del Parto de la Virgen Nuestra Señora, de Jacobo Sannazaro, libro tercero; don Luis Zapata en su Carlos Famoso, canto treinta y ocho; Vicente de Millis Godínez, en la impresión que hizo de Orlando Furioso en Bilbao en 1583, en la Epístola dedicatoria a Juan Fernández de Espinosa, tesorero general del rey don Felipe el Prudente; Juan de Mal Lara en la Filosofía Vulgar que escribió comentando los refranes del comendador Hernán Núñez, centuria cuarta, refrán cuarenta y seis, centuria diez, refranes cuarenta y ocho y cincuenta y uno; don Vicencio Blasco de Lanuza, tomo primero, libro cuarto, capítulo veinte y tres, tomo segundo, libro quinto, capítulos diecinueve y cincuenta y uno; don Juan de Aguilón escribió un soneto en alabanza de Don Jerónimo, que se encuentra en la impresión hecha en León, cuyo último terceto merece que se copie aquí para poner gustoso fin a nuestro discurso. Dice así:

A él solo se le debe inmortal gloria

él es, el que por obra ha confirmado,

que no embotó jamás lanza la PLUMA.

Arriba