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Tercera parte

     Con mucha razón es alabada esta ciudad como una de las más principales de Europa. Yo he visto las mejores de ella y, ninguna me ha parecido tan agradable como ésta, con magníficas calles, suntuosas casas, solemnes templos y altas torres, con caballeros bien ejercitados en las armas y damas gentiles y hermosas. Muy estimable es el orden que tienen todas sus cosas: el gran cuidado del bien público, la abundancia de las viandas y, provisiones, su buen sabor. ¿Qué república puede igualar su gobierno y libertad al de esta tierra? Es causa digna y cierta para no dejar de servir a su rey viviendo los hombres tan señores de sus haciendas, sin consentirse agravios de mayores, ni imposiciones, ni pagos nuevos, sin molestia ni tiranía alguna. Qué gozo da ver su paz, su verdadera amistad, el rey tan acatado, la religión, tan observada, el culto divino, tan solemnemente celebrado. Aquí no se ven soberbios presidentes ni entonados alcaldes, ni insolentes alguaciles. Ni en mal año tiene hambre, ni en el bueno se levantan escándalos. Francia no la molesta, África no la enoja, Castilla es amiga. Cataluña aliada, Valencia obediente, Sicilia le está sujeta, Nápoles la acata, las Islas le dan tributo, y así, impera felicísimamente. Yo os aseguro que viviría en esta ciudad de tan buena gana como en Triana.
FR. Ahora la habéis loado más que con todo lo que habíais dicho porque la patria y la naturaleza del hombre, donde tiene de comer y, se ha criado, es más amada de él que ninguna otra, y le parece mejor, aunque no lo sea, y si la iguala a vuestra patria y, naturaleza, no podéis encarecer más su alabanza.
AL. Sentémonos en los mármoles de esta hermosa puerta y gozaremos de la diversidad de gentes que por ella van y vienen, y de las barcas y, navíos que por este celebrado Ebro pasan, y de sus deleitosas aguas en cuyas ilustres riberas estuvieron los primeros pueblos de las Españas, por lo que España se llama Iberia.
FR. Seguro que sabéis más antigüedades de mi tierra que yo.
AL. Ya que hemos visto las cosas más insignes de esta ciudad, razonemos sobre cosas provechosas, que no siempre ha de ser vana la conservación de los hombres honrados, como tampoco ha de ser siempre grave, sino que entre las burlas han de mezclarse las veras y, entre las veras, algunas flores de burlas. Me parece que las cosas del alma y de la honra son casi las mismas, quiero decir, que quien se olvida de su honra, se olvida de su alma, y quien no trae la cuenta que debe con su alma, menos la trae con su honra. Por esto es necesario al hombre estar muy bien informado de las dos cosas. En lo que toca al alma estoy convenientemente enseñado porque mis padres tuvieron mucho cuidado de enseñarme los preceptos de la Iglesia y los artículos de la fe y, de sus mandamientos, y todo aquello que para mi salvación debo tornar y dejar. Pero no quisieron que pasara más adelante, y no irle enseñaron cuestiones, dudas ni sutilezas que me hicieran prevaricar por falta de entendimiento, y así, yo tomé todo lo que cupo en mi vaso, y más no, como deben hacer los buenos cristianos. De las cosas de la honra, también me dieron algunas reglas, pero ahora hay otras más sutiles y peligrosas. En el tiempo de nuestros padres, hubo más honrados hombres que ahora, y entendían menos estos casos de honra que los modernos.
FR. No por entender menos la honra los antiguos, fueron más honrados que nosotros, sino por ser más virtuosos. Porque el virtuoso, aunque no busque la honra, la halla, y porque ahora falta la virtud más que en tiempos pasados, es necesario que se entiendan mejor los casos de honra, y lo que usa el hombre que la tiene, para que procuremos ser virtuosos, pues sin la propia virtud no podemos alcanzar la verdadera honra.
AL. Ya que decís que la verdadera honra se ha de alcanzar con la propia virtud, querría que me dijerais más largamente qué cosa es esta virtud de la que tanto beneficio saca el hombre, que unos dicen que es potencia del alma, otros que es afecto y otros, otras cosas semejantes a éstas.
FR. Infinitos sabios filósofos han declarado lo que es y lo que vale, y dónde se halla y sus obras, y tan largamente que me faltaría tiempo hoy para relatároslo, pero os diré lo sustancial de lo que dicen. Dicen que la virtud no es potencia del alma ni afecto alguno, sino en hábito de obrar bien con elección, en medio de los extremos de los afectos y pasiones.
AL. ¿Qué son los afectos?
FR. Los afectos del hombre son muchos, y por los que os diré, entenderéis los demás. Afectos son amor, desamor, osadía, temor, tristeza, alegría, esperanza, desesperación, ira, envidia, mala y, buena voluntad, y así otras cosas de ese estilo.
AL. Pues si la virtud no es afecto ni potencia ¿cómo entenderemos lo que es?
FR. Puede conocerse como lo contrario del vicio, como se conoce al hombre malo o bueno, por el vicio y la virtud, y no por los afectos que he dicho. Que el hombre, porque ame o aborrezca, porque tema o no tema, no se ha de llamar bueno o malo. Solamente se ha de llamar bueno o malo a aquel que tema o no tema aquello que se deba o no se deba, así que no por amar o temer absolutamente, merece uno ser tenido por bueno o por malo, ni merece loor o vituperio, sólo aquel que teme o ama lo que conviene o no conviene, porque a veces amamos, desamamos, tememos, osamos, nos airamos, nos apaciguamos, nos entristecemos y nos alegramos sin querer ni pensar tales afectos, y por eso, ninguna de estas cosas sin elección son virtud. Así que la virtud no es afecto ni tampoco potencia del alma, sino hábito en obrar bien con elección, y así, por estas cosas que sin elegirlas ni considerarlas nos vienen, no merecemos pena ni gloria, loor ni vituperio, y por esto habéis de entender que la virtud es un hábito por el cual nos disponemos a bien obrar por estos afectos. Y este hábito que es la virtud, se ha de ejercitar de manera que, no solamente haga bueno al sujeto en el que está, que es el hombre mismo, sino también las obras que de ella salen. La virtud hace al ojo claro y a las figuras y cosas que ve, perfectas; y la virtud del hombre, juntamente con él hace perfectas sus obras.
AL. ¿Y dónde hallaremos ese hábito o virtud?
FR. En todas las cosas que pueden ser divididas o repartidas, puede hallarse lo poco, lo mucho y lo igual, y esto de dos maneras, o absolutamente o respecto de alguna cosa. Aquello que es absolutamente, en todo caso y tiempo es una cosa misma, de esta manera: si el número de diez fuese lo mucho y el número de dos fuese lo poco, el número de seis sería el punto medio de aquellos números considerados respecto de la propia cosa; pero considerado respecto de otra, viene a ser diverso, según diversos respectos. Por ejemplo, si diez leguas de ejercicio para una enfermedad es mucho, y dos leguas poco, no por ello serán siempre seis leguas el punto medio de las diez, porque las complexiones de los hombres son diversas y para uno, seis leguas será mucho y para otro, poco. Esto se llama medio geométrico, que ni se le puede quitar ni poner, y así debéis entender la virtud, como el punto medio de los afectos de nuestra alma, puesta entre lo mucho y lo poco de ellos, no absolutamente sino en respecto, porque siendo diversos los estados y condiciones de los hombres, y diversos los tiempos y ocasiones de obrar, es necesario que este medio donde está la virtud también se entienda respectivamente. Estando en medio de lo poco y de lo mucho, viniendo el hombre a temer o a amar extremadamente, por lo poco o por lo mucho, la virtud, que se halla en medio de los dos, sirve al uno de espuelas y al otro de freno, adelantando el poco temor hasta donde debe llegar y deteniendo el mucho amor para que no pase de donde no debe pasar, y esto en el lugar y tiempo conveniente.
AL. Ya que la virtud es de tanta fuerza y valor que en cualquier parte en que se encuentre hará su obra, ¿dónde está ahora, por qué está en medio de los afectos?
FR. Porque el medio de las cosas tiene más valor que los extremos y es el lugar donde la virtud puede obrar mejor con los desordenados afectos.
AL. Creo que por eso es tan difícil de hallar.
FR. Es verdad, porque el medio consiste en un punto que no se puede partir, y los extremos están apartados de él y por eso son más fáciles de hallar éstos que aquél. Siendo el extremo el cabo de una cosa, para buscar el medio de ella, por fuerza habéis de pasar primero por el extremo, de manera que, antes de que podáis llegar al punto, habéis de topar con el extremo, que es la entrada o salida de aquel centro y que está infinitamente apartado del punto. Y en comparación con lo que el punto es, cosa que no se puede dividir, teniendo por cierto que lo falto y demasiado, o lo mucho y lo poco, pertenecen al vicio, el medio pertenece a la virtud.
AL. ¿De manera que la virtud no es otra cosa que un hábito con elección, que consiste en ser el punto medio respecto de nosotros, según la justa razón por la cual se juzgue?
FR. Pero habéis de saber que esta virtud moral consiste en aquellas cosas que tienen medio, porque no todos los afectos y actos del hombre pueden tener un punto medio en el que se halle la virtud, y si lo tienen, no se les puede dar nombre en nuestro romance.
AL. He entendido muy bien qué es la virtud, y aunque no sea geómetra, también he entendido el medio entre lo poco y lo mucho, allí donde ella está respecto de nosotros. Pero ahora deseo saber, ya que la virtud es tan alta cosa, si la honra es bastante premio de la virtud.
FR. No, aunque es premio bastante para las obras que ella hace.
AL. ¿Por qué un virtuoso desea ser honrado, no le basta con gozar de la virtud?
FR. Porque, teniendo la honra, da a entender que la merece.
AL. Me parece que el hombre virtuoso no ha de desear honra por ambición y deseo de ser loado.
FR. El virtuoso no desea que le honren por ambición ni deseo de ser loado, sino para pagar sus obras como merecen y poner la honra donde debe estar.
AL. ¿Le bastaría al virtuoso gozar sólo de la virtud, sin hacer obras?
FR. No, porque poco aprovecharía a uno tener el ojo claro si no viese con él.
AL. ¿Entonces sólo aquel virtuoso que hace obras virtuosas por elección es honrado?
FR. Así es.
AL. Según eso, la honra no es más que para darla en este mundo como premio justo a las obras del virtuoso.
FR. No es para otra cosa.
AL. ¿Pues por qué hacen tan gran injuria a la honra aquellos que la dan a un vicioso, cruel, pusilánime, tirano, sin caridad, sin conciencia, mentiroso, enemigo de buenos? Sólo porque le ven favorecido de la fortuna, sin mirar que es de vil linaje, y que por usuras, traiciones, trampas y malos tratos ha llegado a tener una gran hacienda y estado; ¿Por qué honran y acatan a tales monstruos más que al pobre virtuoso, noble, justo y bien entendido?
FR. Tal honra no es verdadera, sino accidental y falsa, y el vulgo la da por ignorancia, temor o intereses. Pero los valerosos, virtuosos y prudentes no honran a los tales, antes se apartan de ellos porque saben que son indignos de honra y dignos de vituperio, así que sólo el vulgo ignorante honra por sus intereses a aquellos perversos que ve engrandecidos. Porque el vulgo no estima sino al poderoso, y no teme ni anima sino al facultoso, y así, en cayendo éste, cae su honra y estima, y en la adversidad no le conocen, antes le desfavorecen. Pero los generosos y virtuosos, aunque sean pobres, son honrados por los que pueden honrar, y si no son acatados por el vulgo por su pobreza y humildad, ni apreciados con gritos y aclamaciones, con presentes y reverencias, tal como hacen con los que habéis dicho, les basta con saber que los buenos y escogidos conocen cómo ellos son más dignos de aquellos honores que los que el vulgo estima, y que sólo ellos, por su propia virtud y no por su hacienda, estado, magistratura o favor de fortuna, son los que merecen ser honrados y acatados.
AL. Veo la honra puesta en partes tales que me maravillo de que ella misma no grite ni dé voces quejándose del agravio y deshonra que le hacen al ponerla entre tantos vicios y, maldades. Y lo peor es que tales infames son los que piensan quitar las honras a los virtuosos y honrados, y aplicarlas a sí mismos menospreciándoles y tratándoles bajamente.
FR. Esos tales se engañan a si mismos, porque, no solamente no se honran al menospreciar a los menores que merecen ser honrados, sino que pierden la reputación de prudentes y valerosos, porque el prudente y valeroso honra y favorece a los que merecen ser honrados, sin mirar si son agraviados por la fortuna y puestos en humilde estado. Estos altivos son tenidos por soberbios, livianos, presuntuosos, vanos, ceremoniosos, impertinentes, mal criados, ambiciosos y profanos. Sólo un bien tiene este género de locos y es que, si no honran, menos deshonran, porque sus obras buenas y malas son de poco valor al ser tenidos por hombres libres y sin términos de razón, gobernados por su voluntad, y no son otra cosa sino juego del vulgo y entretenimiento del pueblo.
AL. Dichosos ellos que piensan que aciertan en todo y viven contentos, sin pensar en dar causa a nadie para que les mate, ni en que alguno se la dé para matarle.
FR. Ni esos ni otros dan causa para matar.
AL. ¿Las injurias muy graves no son causa legítima para dar muerte al injuriante? Me parece que es causa bastante para matar a un hombre que aquél me dé fama de falso, traidor, hereje, o de cualquier otro nefando vicio.
FR. Todas esas injurias tan graves que decís, no son causa bastante para matar a un hombre porque se remedian sin matarlo.
AL. Ahora yo concedo, y creo que, según las leyes y la razón, las cuchilladas, maldades, bofetones, palos y todas las injurias que con demasía, engaño o traición se hacen, tienen remedio sin dar muerte al ofensor porque no quitan la honra al ofendido aunque le ofendan gravemente, ya que como soléis decir, el hombre no está obligado a lo imposible y es imposible que uno pueda guardarse de los traidores. Pero, estando la virtud asentada sobre la verdad, cuando la verdad falta, falta la virtud y se pierde la honra.
FR. ¿Qué queréis decir?
AL. Que un hombre sin verdad no tiene honra, porque si uno desmiente a otro gravemente, le deshonra, ya que quita a la gente la buena opinión que de él tenía y hace que conciba otra en su perjuicio.
FR. Bien decís que la honra o deshonra del vulgo no es más que opinión, pero no ha de tenérsele tanto en cuenta porque las más de las veces no acierta.
AL. Recia cosa es que el vulgo me tenga por deshonrado, aunque verdaderamente muchos son la causa de que los tengan por tales por tratar los casos de honra con malos términos. De esta manera, uno injuria a otro y, aunque vos digáis que uno no puede quitar la honra a otro, el injuriado, cuando recibe la injuria y no se satisface, se queja a sus amigos diciendo que le han quitado su honra, y él mismo publica de esta manera su deshonra. Y cuando pide satisfacción, pide que le devuelvan su honra, y el reo le responde si quiere o no quiere devolverle su honra, y así andan, jugando a la pelota con la honra del pobre ignorante.
FR. Habéis dicho muy bien, pues, ciertamente, es un término mal entendido y una fea palabra decir me habéis quitado mi honra, o devolvedme mi honra, o yo os devolveré vuestra honra, y es una de las malas costumbres que hoy muchos tienen por buena. En vez de decir me habéis injuriado, dadme satisfacción, o yo os daré satisfacción, dicen me habéis quitado mi honra, devolvedme mi honra, o yo os devolveré vuestra honra, y de esta manera, tal como decís, pelotean con ella. Y por esto ha de mirarse mucho lo que se hace y se dice, para que el vulgo no tenga una mala impresión y opinión.
AL. Así debe hacerse, que la mayor parte de la honra cuelga de la opinión de las gentes, y por eso me parece que, si yo soy tenido en la opinión del mundo por hombre de honra, y soy honrado por él, sería merecedor de más de una muerte el alevoso que quitase esta buena opinión en que las gentes me tienen y pusiese otra mala.
FR. Por ningún motivo debe un hombre matar a otro.
AL. Y si lo permitiese la cristiana religión ¿no quedaría yo mejor satisfecho matando a quien me desmintió que tomando de él otra satisfacción?
FR. Si nuestra religión y la ley natural permitiese tales venganzas, habría de darse muerte antes al traidor que da bofetón o palos que al que desmiente, porque e que da bofetón o palos piensa hacer más grave deshonra con ello que con otra cosa, y con darle muerte satisfaría la injuria y la ofensa, y la inhumanidad de tal venganza serviría de escarmiento para muchos.
AL. ¿No decís que bofetón, palos y cuchilladas que se dan a traición o con demasía no deshonran al que los recibe?
FR. Sí, así lo digo.
AL. Pues si quien tales injurias y ofensas hace, aunque con ellas no deshonre, merecería la muerte si las leyes no lo prohibiesen ¿el que desmiente a otro que realmente le deshonra no os parece que es digno de muerte?
FR. Os digo más, que un desmentido no se satisface ni dando de palos a quien lo ha hecho, ni hiriéndole, ni cortándole un brazo ni la lengua con que lo hizo, ni dándole de coces, ni matándole.
AL. Perdonadme señor, pero creo que si mato al escudero que me desmintió, me satisfaría muy bien. De esa manera no hay desmentidor que tenga honra, ya que la pierde y no la cobra.
FR. No digo que no la pierda, ni que no pueda cobrarla perdiéndola así, pero no la cobra con lo que decís, ni se satisface uno con matar al que le desmintió.
AL. No sé qué decir en tal caso. Unas veces decís que el desmentido no puede satisfacerse ni con palos, ni con cuchilladas, ni con coces, ni con la muerte, y otras dais esperanza de que tenga satisfacción. Sacadme pronto de esta duda que me confunde.
FR. Antes que sepáis cómo cobrar la honra, ¿qué decís que se pierde por un desmentido? Quiero que entendáis que el desmentido no pierde su honra cuando es injustamente desmentido. Pero pierde la presunción y opinión del mundo en el que estaba como verdadero porque, viéndole retado de hombre sin verdad, las gentes, como siempre creen antes lo malo que lo bueno, piensan mal de él.
AL. Decidme, pues, la verdadera satisfacción del desmentido, si es otra distinta de las que me dijisteis antes, que palos, cuchilladas o muerte no bastan para satisfacerlo. A mí me parece que, con la muerte, todas las injurias se satisfacen.
FR. ¿Si un hombre os diese una lanzada o una cuchillada, pensaríais sanar de las heridas por romper la lanza o la espada con que os hirió?
AL. Poco remedio sería ése.
FR. Eso ocurriría si hirieseis o mataseis al que os desmintió, que no por eso quitaríais la mala opinión que de vos tiene la gente por el desmentido, sino que, en cierto modo, cobraríais peor fama.
AL. ¿Luego no tiene remedio?
FR. Sí lo tiene, de esta manera: que el que desmintió y quitó vuestra honra, como decís, os la devuelva confesando delante de quien os desmintió y de otras honradas personas cómo lo hizo injustamente y sin ánimo de injuriaros ni ofenderos, sino por enojo, o por no mirar en lo que dijo, o por falta de información, y, que reconoce realmente que os ha injuriado sin razón, aunque no deshonrado, porque siempre os reconoció, tuvo, tiene y, tendrá como un hombre que amáis y decís la verdad. Con esto, las gentes que, por haberos desmentido, tenían mala opinión de vos, volverán a tenerla buena. Ved aquí la satisfacción legítima y, verdadera, que si le acuchilláis o dais de palos, ciertamente le ofenderéis y le injuriaréis mucho, pero no por ofenderle ni injuriarle, si sois mentiroso seréis verdadero, ni si aquél os desmintió sin razón mostraréis su mentira y, vuestra verdad, pues si le matáis, perdéis para siempre vuestra verdad, porque sólo aquél que os la quitó os la puede devolver.
AL. Quedo satisfecho de la razón que me habéis dado sobre la satisfacción legítima de los desmentidos, y ya que ayer me dijisteis cuántas clases de desmentidos hay, querría ahora que me dijerais cuántas clases hay de mentiras y si todas ellas quitan la honra a quien las dice, porque si todas las mentiras que se dicen quitan la verdad, no hay en el mundo hombre que la diga.
FR. Muchas cosas dicen los hombres que tienen titulo de mentira y no lo son, y si lo son, no tienen valor alguno ni pueden injuriar; otras mentiras no deshonran al que las dice porque no deshonran a otro; hay otras que no deshonran al que las dice, pero ofenden; y también hay otro género de mentiras que quitan la honra a quien las dice porque con ellas piensan quitar a otros la suya. La primera clase de mentiras consiste en decir cosas de bajo título de mentiras, como cuentos, fábulas, fingir, componer historias, canciones y cosas que nunca fueron. Éstas sirven para deleitar al que las oye y, siendo inventadas sólo para este fin y no para que se tengan por verdades, no puede llamárseles mentiras, sino ficciones, invenciones y cosas compuestas. La segunda clase de mentiras son las que dicen los cazadores, los peregrinos, los marineros y otros cuando cuentan extrañezas increíbles que nunca vieron y diciendo que las han visto, quieren ser creídos. Estas mentiras que dicen, no les deshonran pero les ofenden, porque los que les conocen temen que, igual que cuentan como ciertas, cosas que no vieron ni existieron, así cuenten las ciertas de modo distinto a como son. Los enamorados y soldados mienten más gravemente, porque se ufanan de grandes victorias que nunca hicieron, y aunque esta manera de mentir no les quita la honra porque no mienten en perjuicio de otro, por la vanagloria y vanidad que muestran alabándose a sí mismos quedan reputados como pregoneros vanos y hombres de poca prudencia. La cuarta manera de mentir es hablar uno en ausencia o en presencia de otro de algún vicio y falta grande que éste no tiene. Esta es la mentira ponzoñosa, peligrosa y diabólica, esta es la culpa más grave en que puede caer un hombre, pues quita la buena fama de un hombre o de una mujer de honra, y, además, se la quita de tal manera que, muchas veces, aquella infamia se graba en las gentes de suerte que, aunque tal injuria se satisfaga, no desaparece enteramente la duda que de si aquel infamado es bueno o malo. Ved cuán grave delito es infamar aun hombre, que, como he dicho, es casi imposible, por bien que se satisfaga, que no quede alguna sospecha de él y se le mire desde entonces con ojos diferentes de aquellos con los que solía mirársele. Por este grave peligro a que cualquier hombre de honra está expuesto, el salmista suplicaba a Dios que lo librase de las lenguas malvadas y dañosas.
AL. Gran satisfacción precisa un desmentido, porque ciertamente pone en gran peligro su honra el que lo desmiente. Y gran ofensa se hace a sí mismo el que, en perjuicio de otro, miente, y asimismo, el que habla de la honra de otro y de su mujer en su ausencia. Decidme, si uno o muchos murmuran de la limpieza y bondad de una mujer casada y el marido no oye ni se entera de tal fama, ¿será éste deshonrado? Yo creo que no, porque ha de presumirse que, si oyera tal murmuración y lo que de él se hablase, lo remediaría de tal manera que saliese de la infamia, y sería juzgado por hombre de honra.
FR. Algunos consideran que, aunque el marido no lo sepa, es deshonrado en la opinión de aquellos que saben la verdad.
AL. En fin, la mayor deshonra de cuantas pueden venirle a un hombre, es el adulterio de su mujer. Porque si uno me desmiente y me quita mi verdad, me la puede devolver, pero la mujer me puede quitar mi honra y no me la puede devolver.
FR. Decís verdad, que uno no puede quitar la honra a otro, como ya muchas veces os he dicho, pero la mujer se la puede quitar al marido porque ella es una misma cosa con él, y para el marido es mayor deshonra la que le hace su mujer que la que él mismo pueda hacerse, porque la deshonra que hace el marido sólo le deshonra a sí mismo, mientras que la que hace la mujer, le deshonra a ella y a él.
AL. Pues si los dos son una misma cosa, ¿cómo la deshonra que hace él no deshonra a la mujer?
FR. Entiendo que, porque yo sea adúltero, no hago perjuicio a mi buena mujer, pero si mi mujer es adúltera, ofende gravemente a Dios, a mí y a si misma; y si yo tengo tanta obligación como ella de ser casto, ella tiene más de no ser adúltera, por el gran peligro que tiene de concebir de otro, y que el hijo del adulterio venga a robar mi nombre, las armas y mi hacienda.
AL. Ciertamente no lene comparación el daño que la mujer adúltera hace al marido porque, además de los daños que decís que le hace, las gentes le tienen por cobarde, insensible, descuidado de su honra, esclavo de su mujer y menos que ella, y ella y el adúltero le desprecian y tienen en poco, y se mofan y se burlan de él.
FR. Así es. ¿Sabéis qué dice Aristóteles del adulterio encareciendo su fealdad? Que es caso tan enorme, que el mismo que lo hace se avergüenza de decirlo.
AL. ¿Luego este enorme caso tiene pena de muerte y hace bien quien mata a su mujer adúltera?
FR. Hace muy mal, en perjuicio suyo y contra todas las leyes, y sería daño y vergüenza suya poner las manos en una flaca y rendida cosa.
AL. Ya que decís que no es lícito matar a la mujer que deshonra al marido, y que la ley no lo permite, que la deje.
FR. Así hizo julio César, que dejó a la suya porque el pueblo murmuraba de ella y de Clodio, y, siendo Clodio acusado de ello, César fue llamado para que dijera por qué había repudiado a su mujer y respondió que no la había dejado por ningún mal que ella hubiera hecho, sino porque convenía que la mujer del César, no sólo estuviera libre de culpa, sino también de la sospecha de culpa.
AL. ¿Por qué habéis dicho que si un hombre matara a su mujer adúltera, además de la vergüenza de poner las manos en cosa tan flaca y rendida, se perjudicaría?
FR. Porque si un hombre hallara a otro en adulterio con su mujer en un lugar donde estuvieran solos, y los matase a los dos, muchos podrían decir que les mató por otras cosas y no por lo que él dice, como le ocurrió en esta tierra a un pobre hidalgo. Oíd el caso. Un hombre mató a otro en la calle y, por miedo a la justicia, se metió en la casa de un hidalgo que, en ese momento, no estaba en ella. Este homicida que entró en esta casa, no paró hasta que, sin encontrarse con nadie, penetró en la cámara donde estaba sola la señora, porque en aquel momento, sus mujeres y criadas se hallaban en un jardín de la casa. Cuando la señora vio entrar a este hombre turbado, con la espada, desnuda y sangrienta en la mano, recibió tan grande alteración que ni pudo dar voces, ni levantarse apenas. En ese momento entró en casa el hidalgo y, como no sabía nada del homicidio, ni que tal hombre estuviese en su cámara, subió a ella y encontró en la puerta a su mujer, que salía turbada y medrosa, y viéndola así, pensó mal de ella y, sacando la espada, la amenazó de muerte si no le decía quién estaba en casa. Ella, que era de flaco corazón, con el miedo que tenía del hombre y de ver a su marido así, se quedó arrimada a la pared, como muerta. El marido, al verla así, sospechó más y la amenazó más para que dijese quién había. Ella, no pudiendo hablar ni sostenerse sobre sus pies, se echó a los del marido señalando dónde estaba escondido el hombre. El hidalgo, furioso y desatinado, dando por cierto el adulterio, fue detrás de la cama, donde el hombre se había escondido y, viéndole, sin preguntarle qué hacía, le dio de estocadas. Y saltando, fuera de todo buen juicio y piedad, metió la espada por el pecho a su mujer. Apenas había sacado la espada del cuerpo de su desventurada mujer, subió allí la justicia, que venía siguiendo al hombre, y que, viendo lo que él había hecho en su mujer, le tomó y preguntó por qué la había matado. Respondió él que por haberla hallado en adulterio con el hombre al que allí, detrás de la cama, hallarían muerto. Sacándolo, la justicia conoció que era el homicida al que buscaban, el que había matado en la calle a un hombre, y comprendieron el engaño que la mala fortuna había hecho. Explicaron al mal considerado hidalgo que había matado a aquel hombre y a la mujer sin ser culpables de la culpa que él les daba, y al otro día le cortaron la cabeza. Ved lo que le sucedió a aquel pobre hidalgo y a la mujer, por la mala consideración de él y por no entender bien la venida de aquel hombre que halló en su cámara, y dejarse vencer y engañar de la mala opinión y enojo, llegó a tal desatino. Así que, a veces, uno no ha de creer lo que ve hasta conocer lo cierto, y hay muchos que tienen por cierto no sólo lo que se les antoja ver, sino lo que nunca vieron, si es en perjuicio de otro.
AL. Extraño caso de fortuna me habéis contado. Por él tengo por cierto lo que ayer vos dijisteis al principio de nuestro razonamiento, que la mayor parte de los accidentes y desmanes que nos ocurren son por nuestra culpa y mala consideración. Veamos, el hombre que halla en adulterio a su mujer y no puede matarla o abandonarla, ¿qué debe hacer para quedar sin mengua?
FR. Enviarla con sus padres si los tiene, y si no, a un monasterio donde no tenga ya más trato con ella.
AL. Y con el adúltero con que la que halló, ¿qué debe hacer?
FR. Si se lo permite la furiosa ira y el enojo, entregarlo a la justicia, que más venganza y honra le dará verle llevado, para su vergüenza, por calles públicas y con pregón que publique su bellaquería, y después ver cortada su cabeza debajo de una horca a manos de un vil verdugo, que no hacer él con sus manos aquello que sólo el nefando ministro debe hacer.
AL. Ciertamente parece que en eso, la ley que ordenó tal costumbre y castigo, tuvo respeto a la honra del marido, y que le honra mucho al no consentir que se ensucie sus honradas y limpias manos en cosas tan deshonradas y sucias como son las de los adúlteros. Preguntaré otra cosa que muchos desean entender: ¿si mi madre fuese adúltera y mi padre fuese tan descuidado de su honra y pusilánime que disimulase tal delito y deshonra, quedaría yo deshonrado si no la matase?
FR. Deshonrado no, que así como no podéis alcanzar honra propia por la virtud ajena, tampoco perdéis la honra propia por vicio ajeno, ni los hijos tienen culpa de los pecados de sus padres, como dice San Juan Crisóstomo. Verdad es que, en cierta manera, recibiríais gran vergüenza porque las gentes, viendo que sois hijo de malos padres, tendrían mala opinión de vos, como la tendrían buena si vuestros padres fuesen buenos. Respecto a esto, dice Aristóteles que los hijos de los buenos padres, que con buenos ejemplos de ellos son criados, en su mayor parte salen buenos; y, que de los hijos de los padres viciosos y de mala vida, se presume que también serán viciosos, especialmente si consienten los vicios de los padres.
AL. ;Qué deben hacer los hijos que tienen padres de mala vida, están obligados a matarlos por su honra?
FR. Por ninguna causa debe un hombre matar a otro, cuanto menos a su padre. No solamente no debe matarle, sino que tampoco debe ponerle las manos encima ni maltratarle de palabra. Porque es tan fuerte la obligación que el hijo tiene hacia el padre, que por ninguna razón puede desobligarse. Haga el padre cuanto quisiere, y también el hijo, que siempre quedará éste deudor al padre. Pero cuando tuvierais malos padres, deberíais, con toda solicitud y respeto, procurar por todas las vías y los modos más honestos que supierais, apartarlos de los vicios y mala vida; y cuando no pudierais hacerlo, apartaos y no tengáis con ellos más trato del que tendríais si no fueran vuestros padres.
AL. Y si los hijos saliesen malos y, de malas costumbres y vida, ¿qué deben hacer sus honrados padres, matarlos?
FR. No, que por ninguna causa se ha de permitir tal inhumanidad, aunque los hijos merezcan pena de muerte, los padres han de procurar llevarlos a la virtud con todas sus fuerzas.
AL. Y cuando los padres no pueden hacer buenos a sus hijos, ¿quedan deshonrados?
FR. Si los padres han sido flojos en adoctrinarlos, y no los han puesto en el camino de la virtud, ni castigado sus bellaquerías, sino dado mal ejemplo con su mala vida, estos padres, no sólo pierden la propia honra por los vicios de sus hijos, sino que son dignos de la vergüenza y tormento que reciben a cada momento de ellos, al ser menospreciados, maltratados y en vil sujeción y servidumbre puestos, que el mayor trabajo de esta vida es verse un hombre en su vejez maltratado, despreciado y, escarnecido por sus hijos.
AL. Y los buenos padres que han trabajado cuanto han podido por hacer virtuosos a sus hijos, pero éstos han salido malos y perversos, ¿qué deben buenos hacer?, porque os lo pregunté y no me disteis entera satisfacción.
FR. Cuando no puedan traerlos a la virtud, deben echarlos de sí y no tenerlos por hijos, y rogar a sus amigos que, mientras aquellos mozos sean malos, no les llamen ni les tengan por hijos suyos. Así hizo un padre honrado con un hijo suyo, según escribe Terencio.
AL. Bien está, ahora decid: si un hombre a quien yo nunca ofendí, me diera de palos por amor a otro, y yo no quisiera venganza, sino satisfacción, ¿a quién de los dos debo pedírsela?
FR. A los dos, pero primero al que con sus manos os injurió por una cuestión ajena, porque os injurió más que si por cosa propia suya os hubiera injuriado, y por eso ha de datos más satisfacción que quien le ordenó que os injuriase.
AL. Me parece que a quien sin propósito y, causa suya, como el que os he dicho, me injuria, se le puede llamar infame.
FR. Decís verdad, porque quien afrenta a otro con causa, hace maldad y villanía, pero tanto más malo y villano sería aquel que, por agradar a otro, os injuriase sin ella.
AL. Y si el amigo de aquel que me ha ofendido y ordenado que me ofendan es inhábil y está enfermo, y yo le hubiese afrentado, y él no tuviese otro remedio más que su verdadero amigo, en nombre suyo me injuriase y ofendiese con palo o con cualquier otra manera de venganza, ¿quedaría él satisfecho de mí?
FR. No, antes se cargaría más, porque, siendo inhábil para las armas, no podéis injuriarle ni se ha de considerar injuriado, y no siéndolo, no debe buscar satisfacción ni venganza. Y cuando su amigo fuese tan mal considerado que hiciera en vos tan fea cosa pensando que hace cosa honrada y de verdadera amistad, como piensan muchos groseros, y os injuriase y, ofendiese en su nombre, no quedaría satisfecho el inhábil por ello, ni habría cumplido con su honra, porque la propia honra, como ya he dicho muchas veces, no se puede ganar sino con la virtud propia.
AL. Y aquel amigo que se movió a injuriarme por celo de amistad, pensando satisfacer con mi afrenta la del amigo, ¿cómo queda?, porque me parece que cuando haya hecho esto con celo de buena amistad, ganará fama de verdadero amigo.
FR. Queda sin honra y con mucha culpa, pues sabiendo que todas las cosas de este mundo se han de dejar por la propia honra, él quiso perder la suya por amor de su amigo. Las leyes de amistad no mandan que pongáis vuestra alma y honra por el amigo, y si dice Aristóteles que el hombre virtuoso ha de poner su honra por las cosas honestas, hacer una injuria no es cosa honesta, matar a un hombre no es cosa honesta. La hacienda, la salud y la vida se han de poner por la honra del amigo, pero no la propia honra, porque para mí es cosa más principal mi propia honra que la del amigo.
AL. Gran fuerza tiene la honra en las cosas honestas, y ya que soy soldado, deseo entender si hacen cosa honesta aquellos que dejan su patria y van a la guerra sin otra intención que la de entretenerse en ella sólo por su paga, y con este fin dan su fe de servir bien y lealmente. ¿Pueden éstos llamarse honrados, ya que pelean animosamente y ganan batallas ofreciéndose mil veces a la muerte por tan poco premio como es su paga?
FR. Parece que no debe ponerse a estos soldados en la cuenta y reputación de aquellos valerosos y de gentil ánimo que hacen la guerra con la esperanza de grandes y honestos premios y ensalzamiento de estado y fama. Porque el arte militar se halló para fin honesto, se ha de honrar y estimar a estos valerosos que tienen fin honesto y honrada y franca presunción, y no a aquellos que tienen como único fin la ganancia, porque son de ánimo bajo y miserable. Dice Aristóteles que la muerte y las heridas son cosas molestas y ásperas para el hombre fuerte, pero que las sufre por ser el sufrimiento cosa honesta, y la poca paciencia, vergonzosa. Así que estos fuertes de ánimo, constantes y sufridos en los trabajos y peligros del mundo, que tienen como fin cosas altas, heroicas y liberales, son los que han de llamarse soldados valerosos y honrados; y los otros, que sólo por codicia de una miserable paga, se ofrecen con ánimo y presteza a los peligros y a la muerte, pueden llamarse buenos soldados cuando sirvan bien, pero no han de entrar en la cuenta de los honrados y valerosos, pues por la demasiada codicia de tan poca cosa, se ofrecen mil veces a la muerte, y cuanto más ánimo y fortaleza muestran peleando, tanto más los condenaría yo por codiciosos y miserables, porque ningún hombre se ha de ofrecer a la muerte espontáneamente sino por cosas honestas, como el alma, la honra, el rey, y la patria. Y todos cuantos, fuera de estos fines, se ofrezcan deliberadamente a la muerte, merecen ser vituperados. Por esto ha de mirar el valeroso mancebo al que el ardor de su ánimo y lozanía de su corazón inciten al ejercicio de las armas, no ir a la guerra con fines codiciosos de miserable ganancia, sino con la firme esperanza de alcanzar grandes premios y honores, ganados por su propia virtud, para ser puesto en la estima y cuenta de los soldados valerosos y honrados que andan en la guerra con fines honestos, para alcanzar el honrado premio que buscan.
AL. Ciertamente es digno de honra y, ensalzamiento el soldado que, con el fin de valer mucho por su propia virtud, anda en la guerra, ¿pero cómo queréis que vayan a ella los que no tienen dinero o confianza en su sueldo?
FR. No digo que el soldado ande en la guerra sin sueldo, porque no sería soldado, sino considerado hombre de mala vida, viendo que no vive bajo la disciplina militar, que es más de agradecer el que hace una cosa buena habiendo prometido hacerla, que el que la hace cuando se le antoja. Muchos hay que, por su voluntad, en su vida verían batería ni escaramuza, pero por haberse obligado a verse en ellas, van y combaten como valerosos, esforzándoles la vergüenza. Estos son los fuertes y esforzados, constantes, animosos y honrados, que sacan fuerzas de flaqueza y valor de donde no lo hay. Pero los que sin obligación van a una batería, escaramuza y batalla, incitados por su voluntad, no hay que agradecérselo tanto si lo hacen bien, porque les movió el apetito y la voluntad que tenían de verse en aquello. Así que, quien fuere a la guerra debe ponerse bajo la disciplina militar y obligarse a las leyes de la guerra, y tomar sueldo. Pero no ha de tener el sueldo que recibiere como el principal premio de su valor, sino como instrumento y medio para alcanzar aquel fin honesto que es la honra, por el que ha ido a la guerra, y no por el accidental, que es la ganancia.
AL. Veamos, los soldados que están a sueldo de un príncipe extranjero, y el enemigo de este príncipe les ofrece el sueldo doblado ¿pueden con su honra dejar al primero por el segundo ya que ellos no van a la guerra con otro fin que el de la ganancia y las buenas pagas?
FR. Si estos soldados sirven a príncipe extranjero y en los capítulos que con él hacen ponen como condición que en cualquier tiempo que hallaren a otro señor que les dé mayor sueldo, podrán dejar lo menos por lo más, parece que pueden hacerlo honradamente, por amor de tal conveniencia, pero siempre que el primer príncipe les diera el sueldo que el segundo les ofrece, aunque no esté capitulado, están obligados a servirle bien y lealmente. Y si estos soldados estuviesen a sueldo de su príncipe natural o de su patria, por ningún precio deben servir a otro señor enemigo.
AL. Si acaso estos soldados que sirven a su rey, o a su patria, estando en la guerra se vieran en parte estrecha y flaca, faltando vituallas y sin poder salir a correr, y faltasen las pagas por haber sido tomadas por el enemigo, anegadas en el mar o perdidas por otros accidentes, y se vieran a cada hora molestados por los enemigos, viéndose en tanto trabajo, sin esperanza de socorro ni de poder escapar, ¿sería lícito que se pasaran al enemigo, no teniendo otro camino?
FR. Si esos soldados, puestos en tanto extremo, sirviesen a príncipe extranjero, deben servirle según lo capitulado, y aquellas condiciones deben guardarlas y mantenerlas como si se tratara de su rey natural. Así que, si está capitulado que sirvan con buena y mala fortuna, con buena y mala fortuna han de servir, y si tal condición no está capitulada, faltándoles las pagas por accidente o por otra causa cualquiera, parece que sería lícito, no siendo pagados, irse a servir a quien más les conviniera, pues no sirven más que por las pagas. Pero si estos soldados sirven a su príncipe natural o a su patria, y se viesen en toda la miseria y necesidad del mundo, antes deben morir en ella que desamparar a su príncipe o a sus capitanes, cuando no se hallase allí su rey. Y en tales tiempos deben mostrar más su valor y verdad, y con gran fortaleza de ánimo, aunque les faltasen las fuerzas y la salud, deben pasar por la misma fortuna por la que pasan sus capitanes. De esta manera se conforma la honra militar con la conciencia, y por esto deben mirar bien los que van a servir a su príncipe en la guerra, a cuanto están obligados, y, no ir a ella si no piensan cumplir esto.
AL. Y si los ministros del campo fuesen tan descuidados o flojos que, por su causa, faltasen el dinero y las vituallas, ¿sería lícito a los soldados amotinarse contra ellos?
FR. Ningún motín ha sido lícito por esta causa, especialmente entre soldados que sirven a su príncipe natural o a su patria. El soldado no debe amotinarse por causa de la paga, porque daría a entender que es de aquellos que fueron a la guerra sólo por la codicia de la ganancia, y no por un fin honesto. Pero cuando sirven a un príncipe extranjero no por otra cosa que el premio del sueldo, si les faltase, les sería lícito despedirse, y con todo esto deben sufrir mucho más de lo que están obligados, porque ganarán reputación y serán muy estimados de otros príncipes.
AL. ¿Cuáles son las principales cosas que en la guerra debe hacer el soldado?
FR. En mi opinión, seguir su batidera de día y de noche y, en todo tiempo, sin ponerse a querer saber primero dónde va su bandera, que a veces se ofrecen jornadas que cumple mucho tener en gran secreto, de manera que los mismos oficiales no sepan dónde ni por qué salen. Esta es una, la otra es obedecer a sus oficiales y a los de otras compañías en aquellas cosas que se refieren a la guerra.
AL. Si los soldados están obligados a hacer esas dos cosas so pena de la vida y, de la honra, y acaece defender un capitán una ciudad o un fuerte, y tiene dos, o tres, o más compañías bajo su regimiento, y este capitán, junto con los otros capitanes, se concertase secretamente con el enemigo para entregarle el fuerte y, llegada la hora señalada para ello, con gran secreto y disimulo mandase tocar a recogida y sacase del fuerte las banderas, mientras que por otra puerta entrasen los enemigos, os parece que, ya que los soldados tienen obligación de seguir su bandera y obedecer a su capitán sin preguntarle la causa de tal movimiento, ¿no serían culpados de abandonar de tal manera el fuerte?
FR. Es verdad que el soldado debe seguir su bandera y obedecer a su capitán, y no querer entender más de lo que le dicen, ni hacer sino lo que le mandan, pero en tal caso, el soldado que comprende la traición es digno de la pena que el capitán merece por ella. Porque siempre que el soldado entienda que su capitán deja, gravemente, de servir a su rey, no ha de obedecerle, sino que ha de tratarle como a un enemigo, ya que el capitán, desde el momento en que consintió la traición, dejó el servicio de su príncipe y ya no es más capitán de él ni superior del soldado, sino soldado del enemigo y enemigo de su soldado.
AL. ¿Qué debe hacer el soldado que ve salir su bandera con orden de su capitán y entregar el fuerte al enemigo?
FR. Así como los soldados no deben tener como capitán sino al que les muestra conducta u orden de su general o príncipe, del mismo modo, estando ellos guardando un presidio, si ven que su capitán les manda salir de él y desampararlo, y sospechan de tal asunto, no han de obedecerle sin ver la orden de su general para ello. Porque de otra manera no podrían excusarse diciendo que fueron engañados por su capitán, a quien estaban obligados a seguir, ni podrían exculparse habiendo visto al enemigo esperando en la puerta su salida, y a su capitán dejando el presidio sin desmantelar ni derribar sus defensas ni sus fuerzas, claras señales de tratado y traición. Así que no tienen disculpa los soldados que tan necia y deshonradamente desamparan el presidio habiendo conocido señales del trato, que de otra manera no tendrían culpa. Para combatir con una fuerza, para entrar en una escaramuza, para dar una batalla al enemigo, los soldados no tienen necesidad de pedir al capitán la orden que para ello tiene, sino seguirle y pelear corno buenos. Pero cuando les hacen desamparar el fuerte que defienden, y ven los enemigos a la puerta, y oyen murmurar y, sospechar mal de la salida, no hay duda de que, antes de salir de él, deben entender la orden que para ello tiene el capitán, y si la tiene, tal orden debe quedar con ellos, para mostrarla al general al que en tal caso han de obedecer. Estos son los motines que deben hacer los soldados, y tienen la obligación de hacerlos, y no por las miserables pagas. De esta manera harían lo que deben, y, de otra manera quedarían difamados y condenados a cruda y vergonzosa muerte.
AL. Y si conocen el trato que el capitán hace con los enemigos, ¿deben amotinarse contra él?
FR. Esa alteración y movimiento no sería motín, sino hacer lo que están obligados a hacer. Porque habiendo comprendido el trato por señales evidentes, deben entretener al capitán y capitanes, con todos los oficiales de las compañías, y dar aviso a su príncipe o general, y en este tiempo encontrar una cabeza que les gobierne, a quien obedezcan como a su supremo capitán, y esperar combates y defenderse con gran valor, sin escuchar al enemigo, teniendo presente siempre la mucha honra y provecho que les ha de venir por defenderse bien, y lo contrario si mal y, flojamente se tratan.
AL. Ya que habéis condenado por infames y dignos de vergonzosa muerte a los soldados ignorantes, sin valor ni vergüenza, que dejan un fuerte sin esperar batería ni asalto, ¿qué sentencia daríais a los que, defendiendo una batería, sus capitanes les retiran para meterse en el castillo o torre con ellos, donde piensan rendirse para salvar la vida sin pelear? A mí me parece que harían bien retirándose, pues sus capitanes les retiran viendo que no pueden defender la batería, y metiéndose donde puedan salvar la vida, para poder servir a su príncipe en otras jornadas.
FR. Cuando los soldados están combatiendo en la batería, y el ímpetu y las armas del enemigo no les constriñe y, fuerza a retirarse peleando, pero se retiran por su voluntad o con orden de sus capitanes, con el fin de meterse a la sombra de un castillo en el que piensan salvar sus vidas, parece que pierden la honra y serán para siempre infames, y no deberán ya ser soldados. Y si entre éstos se hallaren particulares que, a pesar de haber mandado sus capitanes que se retiren, viendo que todos lo hacen, peleasen hasta que no pudieran hacerlo más por las heridas, o hasta que el ímpetu y fuerza de los enemigos les retirasen, son dignos de tanta honra y premio como si sólo ellos hubiesen defendido la batería, pues para lograrlo han puesto todo su poder.
AL. Tenéis razón, que si los demás hubieran peleado y puesto resistencia, como aquéllos, por ventura se habrían defendido. Pero si los soldados ven que sus capitanes y oficiales les mandan retirarse a cuchilladas, ¿qué deben hacer en tal caso?
FR. Cuando el cobarde y deshonrado capitán y ruin oficial, no se vea apremiado a retirarse por la sobrada fuerza de los enemigos, no estando sobre minas o en parte donde fuesen volados con artillería, que en tal caso no harían bien los soldados en no creer y obedecer a su capitán, les mandase retirarse, y ellos comprendieran que lo hacía por vileza e ignorancia, no deben obedecer tales mandamientos. Y si no se viese este peligro evidente y, el oficial hiciera violencia a sus soldados para retirarlos, éstos deben volver las armas contra él, como mal oficial y servidor de su príncipe, y, hecho esto, deben esperar en la batería, como fuertes y honrados, mejor fortuna que aquella que pensaban esperar a la sombra del castillo, o en el reducto donde se pensaban recoger. Porque están obligados, so pena de quedar infames y sin valor para las armas, a esperar al enemigo en la batería y pelear en ella cuanto les fuera posible, porque están obligados a los mismo los que les asaltan. Cuántas baterías, cuántos castillos, cuántos navíos se pierden por mostrar flaqueza y cobardía, y pelear flojamente los que están en ellos. Que si, por ventura, peleasen bien y mostrasen valor al enemigo, no solamente se defenderían, sino que quedarían vencedores. Cuántos ejemplos de nuestros tiempos, sin pasar más adelante, os podría yo dar de pocos que han vencido a muchos. Antonio de Leyva fue algo más combatido en Pavía de lo que lo fueron los de Albarreal en Hungría, los de Beste en el reino de Nápoles, o los de Vicovar en tierra de Roma, que vio derribado el principal lienzo de la muralla y la persona del rey de Francia con 80.000 combatientes sobre él, molestado día y noche por Juan de Medicis, fuerte y diligente enemigo. Se vio sin paga ni pólvora, tenía a los alemanes casi amotinados y los españoles eran pocos y estaban cansados. Y con todas estas estrecheces, no se contentaba con defenderse dentro, sino que salía fuera y, con armas y escaramuzas fatigaba y dañaba mucho al enemigo. Os parecerá que el marqués de Pescara tendría razón para encerrarse en Lodi o en otra plaza cuando llegó de Provenza sin gente ni dinero, y que todos se lo tendrían por cordura. Pero sabed que, en lugar de retirarse, se volvió con sus banderas tendidas y combatió el Parco, fuerte reparo del campo enemigo, y dio la batalla al poderoso rey de Francia, y lo rompió y tomó con tanta desventaja por su parte, como todo el mundo sabe. Y qué me diréis del invencible y sagaz Antonio, que estando en Milán defendiendo el castillo con muy poca y maltratada gente, recelando y defendiéndose de la misma ciudad, pareciéndole aquello poco, salió al campo en el que estaba un gran ejército y le rompió, y volviéndose al castillo, le tomó. Y si pensáis que andaba en esto por sus pies, y que peleaba con sus manos, os equivocáis, que no tenía pies ni manos sanas, sino un corazón fuerte y una prudencia grande, y mucha experiencia. Ved qué gloria y triunfo merece este valeroso capitán, pues sin pies ni manos vencía a los enemigos, más fuertes y numerosos que él; y qué deshonra y vituperio aquellos que, estando sanos de sus personas, se quedan dentro de un fuerte sin esperar combate; y qué mengua y culpa pueden dar aquellos que desamparan la batería sin llegar a la espada ni a la pica con el enemigo. Cuánta reputación ganaron los de Perpiñán cuando, siendo delfín el rey Enrique de Francia, les combatió con un gran ejército, y teniendo orden de desamparar la Ciudad y recogerse en la ciudadela, no quisieron retirarse, sino que salieron fuera y enclavaron la artillería del enemigo, y le molestaron de manera que se hubo de levantar vergonzosamente. Quién duda de que la victoria tan señalada del Emperador Carlos en Alemania fue sólo por el gran esfuerzo y la constancia que tuvo con su poca gente en Inglestate. En medio

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