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Diario de la expedición de 1822 a los campos del sud de Buenos-Aires, desde Morón hasta la Sierra de la Ventana; al mando del coronel don Pedro Andrés García con las observaciones, descripciones y demás trabajos científicos, ejecutados por el oficial de ingenieros don José María de los Reyes

Pedro Andrés García



portada




ArribaAbajoOficio del gobierno

Siendo uno de los objetos más interesantes de este gobierno, la seguridad y adelanto de las poblaciones y fronteras de la provincia, teniendo presente la dedicación de Vuestra Señoría a este importante ramo, tiene por conveniente comisionarle al efecto, y espera que a la mayor brevedad se le presentará un plan correspondiente en que a su juicio crea el más oportuno por ahora a precaver las incursiones del enemigo infiel; sin perjuicio de ulteriores medidas, y pacificación y avenimientos, que sucesivamente prevendrá a Vuestra Señoría el gobierno para su cumplimiento.- Buenos Aires, noviembre 15 de 1821.

(Firma del Ministro).

Al Coronel don Pedro Andrés García.



  —I→  

ArribaAbajoDiscurso preliminar al Diario de la expedición a la Sierra de la Ventana

Hemos sido generosos en franquear nuestras páginas a los trabajos inéditos del finado Coronel don Pedro Andrés García, porque en todos ellos resalta un talento de observación, fortificado por la experiencia, y una perseverancia, sostenida por el deseo de ser útil al país que había adoptado. Cuanto más se agolpaban las dificultades, tanto mayor era su ahínco, y más acerado el temple de su patriotismo. Penetrado de la necesidad de ensanchar los límites de esta provincia, se ofreció a entrar en relaciones amistosas con los indios, para estudiar su índole, ponderar sus recursos y adquirir un conocimiento práctico de los parajes que ocupaban.

Buenos-Aires, cabeza entonces del vasto virreinato de este nombre, yacía en un rincón de las pampas, rodeada de unos pocos fuertes, que formaban como una línea de circunvalación a menos de treinta leguas de sus arrabales; y Chascomus, Luján y Salto marcaban los límites territoriales de una ciudad, cuya jurisdicción se extendía hasta el Desaguadero.

Tal era el estado de nuestra frontera en 1768, cuando dejó el mando Bucareli, hombre activo, pero ocupado exclusivamente en dar   —II→   cumplimiento a la cédula de expulsión de los jesuitas. En los últimos días de su administración, don Manuel Pinazo, jefe del cuerpo de blandengues, notó la inseguridad de la campaña, y aconsejó que se ocupase Camarones, los Manantiales de Casco y la Laguna del Carpincho, pero los pilotos Pavón, Eguía y Ruiz, contestando al Virrey Ceballos que les había encargado de elegir puntos a propósito para fuertes y poblaciones, opinaron que debía avanzarse hasta las Lagunas de los Huesos, del Trigo y del Bragado Grande.

Estos proyectos, que tendían a alejar los salvajes de las inmediaciones del Salado, fueron desechados por Vertiz, que se contentó con añadir a los fuertes existentes los de la Guardia del Monte y de Rojas, interpolando entre ellos los fortines de Ranchos, Lobos, Navarro y Areco. La ineficacia de estos arbitrios se manifestó, en la invasión de 1780, en que los indios penetraron por Luján, sin hacer caso de los elementos de defensa tan penosamente amontonados alrededor de nuestros establecimientos.

Entretanto se celebraban parlamentos con los caciques, para inducirlos a que dejasen pasar las expediciones que costeaba el Cabildo para cargar sal en la Laguna de Salinas. El Maestre de Campo Pinazo1, el mismo de quien acabamos de hacer mención, dirigió tres de estas expediciones en el espacio de pocos años2 -la última de ellas muy remarcable por haber proporcionado a don Pablo Zizur la oportunidad de determinar astronómicamente varios puntos ignorados. Al mismo tiempo otros facultativos recorrían la costa patagónica para reconocer sus puertos, y el Gobierno tomaba medidas eficaces para establecer un camino militar entre Buenos Aires y el Fuerte del Carmen en el Río Negro.

Estos trabajos, que anunciaban el deseo de ensanchar el ámbito de la provincia, no alteraron el estado de sus fronteras, que en   —III→   1796 halló Azara reducidas a los estrechos límites que les fueron trazados por sus fundadores. Ni se hubiera ganado mucho con llevar a efecto el plan de este Oficial, cuya línea de fuertes y poblaciones costeaba tímidamente el Salado, desplegándose por ambos lados del desagüe del Arroyo de las Flores; al norte, por las lagunas del Espejo, Palantelen, Tigre Tuerto y Carpincho, y al sud, por los Manantiales de López, de Porongos y los Altos del Troncoso, acabando en la Isla Postrera3 por el Paso de los Camarones. Pinazo, que en su edad avanzada tomó parte en la expedición, hizo notar la poca amplitud de esta línea; pero se desatendieron sus consejos, y las cosas quedaron en los términos indicados.

Entretanto eran perentorias las órdenes que se recibían de la metrópoli para abrir comunicaciones interiores con el reino de Chile. La guerra marítima en que se hallaba empeñada España por efecto de su alianza con la Francia, le hacía recelar una interrupción con las colonias establecidas del otro lado del Cabo de Hornos; y hombres celosos e intrépidos se ofrecieron a explorar los puntos más retirados de la Gran Cordillera, que abrió sus flancos a Molina, a Cruz, y al más diligente de todos, Sourryère de Souillac.

Estas tentativas, que pertenecen a la última época del gobierno colonial, multiplicaron los puntos de contacto con los indígenas, cuya amistad se solicitaba con una templanza que rayaba en humillación. Los jefes de estas expediciones científicas, con un corto séquito y un copioso surtido de chucherías, entraban en conferencias con los caciques para atraerlos con los presentes, y captarlos con sus palabras. Esta actitud pacífica, si producía momentáneamente el efecto de amansarlos, los hacía también más exigentes e intratables, porque estos agasajos les parecían una prueba de debilidad del poder que los amagaba.

  —IV→  

Los acontecimientos del año 10 cambiaron el aspecto de los negocios, y uno de los primeros cuidados de la Junta que se organizó entonces, fue poner la campaña al abrigo de las incursiones de los bárbaros: con cuyo objeto hizo salir una expedición para Salinas, al mando del Coronel García, con el encargo de proyectar un plan de defensa, fundado en los datos que le ministraría la inspección ocular del terreno, y la actitud de las tribus que lo ocupaban.

En una memoria, con que este oficial acompañó al Gobierno el diario de su viaje4, insistió en la necesidad de ocupar las líneas del Colorado y del Negro, y de establecer un cuartel general en Salinas, para poblar sucesivamente las sierras de Guaminí, de la Ventana y del Volcán; y de trasladar más al sud las fronteras de Córdoba y Cuyo para ampliar la jurisdicción de estas provincias.

Este modo de resolver el problema era el más lato, y los sucesos posteriores han probado que era también el más prudente, pero las circunstancias del momento no se prestaban a la realización de este plan. Su autor, que abrigaba el convencimiento de ser el que podía librarnos de la rapacidad de los bárbaros, volvió a proponerlo en 1814; y había logrado que se le autorizase para llevarlo a efecto, cuando la caída del gobierno lo envolvió en sus ruinas, y de la residencia de Morón fue arrastrado a los calabozos de la capital.

Restablecido poco después en su rango y prerrogativas, olvida el agravio recibido, los perjuicios que se le habían irrogado, y se ofrece al acometer la empresa, que formaba el objeto de sus anhelos, y que, según se expresa, le costaba cuarenta años de meditación.

Pero estos deseos fracasaban siempre en la instabilidad de los gobiernos, y la escasez de recursos que se empezaba ya a sentir en el erario. Tal vez se hubieran olvidado en los trastornos del año 20, sin la grande invasión de los indios que se verificó poco después. La mala dirección que se dio a la campaña que se abrió bajo el   —V→   mando inmediato del Gobernador de la provincia, armó a los Pampas, que el señor Rosas había logrado separar de la alianza de los Ranqueles, y que no hubieran engrosado las filas de nuestros enemigos, si, contra el consejo de este Jefe, no hubiesen sido sorprendidos y acuchillado, en Chapaleufú. Este error del General Rodríguez costó a la provincia pérdidas considerables, y trajo los indios hasta 15 leguas de la capital.

El año siguiente se ordenó al Coronel García que emprendiese el viaje, cuyo diario publicamos por primera vez. Su objeto debía ser, no solo el ajustar paces con los indios, sino predisponerlos a favor de las nuevas poblaciones que se pensaba fomentar en el sud.

La exigüidad de los recursos que franqueó el Gobierno para una empresa tan ardua, comprometió su buen éxito, y puso en peligro la vida misma de los comisionados. El Coronel García salió con una escolta de catorce hombres y sesenta caballos, para ir a tratar con los caciques de tres naciones belicosas5, de las cuales, las dos primeras, en el parlamento celebrado el día 28 de abril, le presentaron una fuerza de 2520 hombres de pelea, subdivididos en nueve divisiones; bien armados, bien montados y formando una hermosa y regular línea de parada6.

La opinión del Coronel García varió notablemente en este viaje. Su primer plan había sido reforzar el punto de Kakel, construir un fortín en Nahuel-Rucá, y avanzar las demás guardias en el orden siguiente: 1.º La de Chascomus a la Laguna del Sermón. 2.º La de Ranchos a la de los Huesos. 3.º La de San Miguel del Monte a la del Toro. 4.º La de Lobos a la Laguna Blanca, o a las Polvaderas. 5.º El Fortín de Navarro a la Laguna del Trigo, o a la de Gómez. 6.º La Guardia de Luján a la Cañada de las Saladas; desde donde se inclinaría la línea hacia la Laguna de los Leones, para   —VI→   juntarse al Fortín de Areco, Salto, Rojas y Mercedes, que quedaban inmóviles, por no tener poblaciones que cubrir en su frente.

Pero no tardó en conocer que la oblicuidad y las inflexiones de esta traza, tan prominente por un lado, y tan retirada por otro, hacían tanto más difícil su custodia, cuanto que el Salado, que la cortaba en el medio, en vez de ser una defensa presentaba un estorbo.

Redujo pues el problema a un postulado: a saber, que «la mejor línea de defensa es la que, siendo más corta, abrace y guarde la mayor extensión de terreno posible»; y se decidió por la ocupación de las Sierras, aguardando una época más favorable para avanzar hasta el Colorado y el Negro.

Al reasumir sus ideas, preguntaba a sí mismo el Coronel García ¿cuáles no serían los resultados de una combinación tan acertada, y cuál la gloria del que la lleve a efecto? -sin preveer que esta gloria estaba reservada al genio emprendedor y perseverante del señor General Rosas. ¡Cuál no hubiera sido el júbilo de este respetable anciano al ver coronados tantos esfuerzos, y realizadas tantas esperanzas!... Pero la Parca inexorable truncó el hilo de su existencia, cuando se preparaba al celebrar los triunfos del que desplegó primero el estandarte de la Patria en los desiertos del sud, y que en una sola campaña anonadó para siempre el poder salvaje de los bárbaros.

El Coronel don Pedro Andrés García falleció en Buenos Aires el día 21 de abril de 1833, en su avanzada edad de 75 años. Nació en Santillana, cerca de Santander, donde se educó en un colegio de esculapios, y pasó a América en la edad de las ilusiones y esperanzas. Adquirió gran renombre en las invasiones de los ingleses, en que con valor heroico peleó al frente de los Montañeses, y cuando el curso de los acontecimientos lo colocó en una situación más azarosa, teniendo que pronunciarse entre una patria que idolatraba, y los nuevos destinos que se preparaban en las Colonias, se identificó con los de sus hijos, y obró, no con la hesitación de un tránsfuga, sino con la firmeza que inspira el recuerdo de un acto magnánimo. Desde entonces fueron muy pocos los momentos que pasó en el descanso,   —VII→   acreditando sumo celo e inteligencia en todos los trabajos que le fueron encomendados.

A los que hemos mencionado, deben agregarse: 1.º Un plan de contribuciones, que elevó al Gobierno en 1811, para la manutención de un ejército de 6000 hombres. 2.º Una razón estadística de los partidos de campaña, con sus respectivos planos, indicando los terrenos baldíos y los poblados. 3.º Un reconocimiento científico del caudal de aguas del Río de las Conchas, de la fuerza de su corriente, de la elevación de sus barrancas, y de todo cuanto era necesario para establecer una fábrica de armas en sus inmediaciones. 4.º Un padrón general de los habitantes de los partidos de campaña. 5.º Un mapa topográfico, desde la provincia del Tucumán hasta el Desaguadero. 6.º Otro de todas las provincias del antiguo virreinato de Buenos Aires, hasta el puente de Apurimac, en que se comprendía el reino de Chile, señalando los ríos navegables, etc.

Estos apuntes los hemos sacado de un cuaderno autógrafo, que nos ha sido franqueado por el señor doctor don Tomás Manuel de Anchorena, a quien los que se interesan en el buen nombre del Coronel García deben agradecer la conservación de estos títulos con que lo presentamos a la estimación pública.

Buenos Aires, marzo de 1837.

Pedro de Angelis





  —5→  

ArribaAbajoInforme

Excelentísimo señor:

La Comisión, después de haber reconocido varias piezas que en diversas épocas se tiraron, con objeto al adelanto de nuestras fronteras y seguridad de las campañas de la Provincia contra las frecuentes invasiones con que la han mortificado y afligido los indios Pampas; después también de haber dedicado la más diligente y madura meditación al desempeño de esta honrosa confianza, tiene el honor de presentar sus tareas a la atención de la superioridad de Vuestra Excelencia.

Convertida a tan difícil examen, ella hubo de proceder en él con gran circunspección, para no aventurar el descubrimiento de la verdad en una materia en que los errores son de tan general y perniciosa influencia. Su exposición aparecerá con el carácter de sencillez y unidad que distingue la verdad de las opiniones, apoyada era el principio que presentan las leyes primitivas de la naturaleza y de la sociedad, tan general y fecundo, que envuelve en sí todas las consecuencias aplicables a su grande objeto.

Los extravíos de la razón y el celo, admitidos o tolerados sobre este particular, acaso han deslumbrado a los gobiernos precedentes, principalmente desde el año de 1740. Ellos no han podido provenir sino de supuestos falsos que hicieron lugar a falsas inducciones, o de hechos ciertos y constantes a la verdad, pero juzgados siniestra y equivocadamente. De unos y otros pudieran citarse muchos ejemplos, si la Comisión no estuviese tan distante de censurarlos, como de seguirlos, y si dejase de creer que no son desconocidos a la penetración de Vuestra Excelencia.

La Comisión, Señor Excelentísimo, más convencida que nadie de lo mucho que falta a nuestra población, agricultura y ganadería para llegar al grado de prosperidad a que puede ser elevada, que es el   —6→   distinguido anhelo de Vuestra Excelencia, lo está también de la decantada decadencia, que a ser cierta, supondría la caída de nuestro cultivo, desde un estado próspero y floreciente a otro de atraso y desaliento. Pero, después de haber hecho muchas observaciones sobre la historia de la Provincia, desde su origen de civilidad, y buscado en ella el estado progresivo de nuestra población y agricultura en sus diferentes épocas, puede asegurarse que en ninguna se ha encontrado tan extendida ni tan animada como en la presente.

La política errada de los españoles en querer sujetar los indios a la bayoneta, mantuvo al país en guerra abierta más de doscientos años: los males que con este motivo sobrevinieron a la provincia, haciéndola teatro de continuas y sangrientas batallas, bastan para probar que hasta la paz del año de 1790 ella no pudo gozar el cultivo, la estabilidad, ni gran fomento, a cuyo tiempo parece debe referirse la primera época de su felicidad. Es cierto que desde aquel punto la agricultura, protegida algún tanto por las leyes, y más perfeccionada por el progreso de las luces del siglo que ya empezaban a desplegarse, cuenta por primero, y acaso el único de sus mejores periodos, aquel tiempo.

Pero, al paso que la necesidad estrechaba a dar ensanches a la población ganadera y labradora, se cruzaban los obstáculos que paralizaban las más interesantes ideas; a la vez se sucedían las mezquinas con las extremadamente confiadas -aquellas por lo común hijas de la pusilanimidad o cobardía, y estas de una avanzada intolerante necedad; unas y otras nacidas de la ignorancia de la posición geográfica de los terrenos, número de habitantes indígenas, poder físico y moral que podían presentar en caso de atacarlos, como muchas veces se meditó.

Mientras que los gobiernos fluctuaban, sin poderse decidir en tal contraste de opiniones, por la medida que deberían adoptar, eran bien rápidas las irrupciones vándalas que cometían en las poblaciones de nuestras campañas, cubriéndolas muchas veces de cadáveres, y menguando considerablemente sus familias: asesinando unas y cautivando otras.

Estas escenas, con lastimosas lamentaciones del pueblo, alarmaban por algunos días a las autoridades que indicaban querer prepararse a vindicarlas. Pero, o fuese que los recursos no podían proporcionarse con la premura que exigía el remedio; o, lo que parece más cierto, que la obscuridad e ineptitud de la medida presentaban   —7→   justas desconfianzas del favorable éxito, quedando sin efecto, el mal multiplicaba las desgracias.

La Comisión cree un deber de su desempeño presentar a Vuestra Excelencia con respetable libertad su opinión, apoyada en más de cuarenta años de observaciones en este particular: y así es, que cuando asienta que se propone no aventurar el descubrimiento de la verdad, en una materia en que los errores tienen tan perniciosa influencia, tiende sus miras a indicar los que a su juicio han retardado demasiadamente las ventajas que le han arrancado de las manos la apatía e indolencia de aquellas personas, a cuyo cargo se hallaba la dirección y seguridad de la Provincia y sus habitantes.

No hay cosa que más impida los progresos de una república, que insistir en yerros antiguos, en especies mal averiguadas, o vulgaridades indignas de adoptarse.

La crítica, y el discernimiento que resulta del examen de las cosas sin preocupación, es el único norte que nos puede libertar de tales inconvenientes: parece, pues, que en nada ha de ponerse mayor ahínco, que en no dejarse llevar como los rebaños, desatendiendo el camino que debe tomarse, por atender ciegamente al que suele seguirse.

La Comisión deja asentado que tiene más de cuarenta años de observaciones sobre esta Provincia, y puede añadir que ha reconocido sus costas, atravesado y cruzado por tierra la parte de los Pampas, objeto de este informe: ha podido distinguir muy de cerca los muchos indígenas que la habitan, sus genios, usos y costumbres, y no puede lisonjearse que tenga los conocimientos necesarios para calcular, ni por aproximación, las medidas de una fuerza imponente para atacarlos con suceso feliz, aun cuando se considere justo hacerlo. Porque, viviendo en pequeñas tribus diseminadas en un mundo desierto, no es fácilmente averiguable su número, pero sí, no cabe duda, que en tratándose de defensa común, se reúnen, por la amovilidad que tienen, con la velocidad del rayo, al punto donde les llama su defensa, con tal entusiasmo, y ferocidad, que cargan sobre el canon en el más activo fuego, hasta morir al pie de él; y acaso Vuestra Excelencia mismo ha presenciado alguna vez este atrevido hecho, con otros no menos respetables, en el manejo de sus armas y formación de batalla, bastante a mandar idea de su disposición guerrera para defender sus propiedades, de que son tan idólatras como vengativos; pues nunca perdonan   —8→   el agravio, cuya venganza reencargan a sus hijos, cuando ellos no han podido tomarla.

La agricultura y ganadería en una nación puede ser considerada bajo dos grandes respectos, a saber -con relación a la prosperidad pública y a la felicidad individual. En el primer caso, es innegable que los grandes estados y señaladamente los que gozan de un fértil y extendido territorio, deben mirarlo como la primera fuente de su prosperidad, puesto que la población y la riqueza, primeros apoyos del poder nacional, penden más inmediatamente de ella, que de cualquiera de las demás profesiones lucrativas, y aun más que de todas juntas. En el segundo, tampoco se podrá negar que la agricultura sea el medio más fácil, más seguro y entendido de aumentar el número de los individuos del Estado y la felicidad particular de cada uno: no solo por la inmensa suma de trabajo que puede emplear en sus varios ramos y objetos, sino también por los que puede proporcionar a las demás profesiones que se emplean en el beneficio de sus productos.

Proteger la industria y el comercio, tal vez con daño y desaliento de la agricultura y ganadería, es tomar el camino al revés, o buscar la senda más larga, más torcida y más llena de riesgos y embarazos para llegar al fin. Si el comercio, la industria y la navegación son dependientes de la agricultura y ganadería, y estas la cuna de los pueblos, la fuerza y la riqueza de ellos, ¿cómo puede mirarse con indiferencia su postergación, o casi abandono de las bases primeras del Estado? Todos los ramos a la vez sufragan, son necesarios y forman el todo de su respetabilidad que se les tributa a las naciones que las poseen.

Cuando la defensa del Estado es una pensión natural de todos sus miembros, no puede, es verdad, desconocer la agricultura y ganadería esta primitiva y sagrada obligación, ni en manera alguna libertarse de ella los cultivadores: entonces corran en hora buena a las armas y cambien el arado y la azada por el fusil, tratándose de socorrer a la Patria y defender su causa, pero nunca será justo que el mayor conflicto de sus afanosas tareas, abandonen sus hogares, haciendas y cultivos para surtir los talleres, los cuarteles y otros semejantes destinos, y acaso los asilos de la ociosidad, a que por esta causa se entregan. Parece sumamente necesario que, aclarando cuanto sea dable la legislación y la política en este particular, se alejen los sistemas parciales, los proyectos quiméricos, las opiniones absurdas y las máximas rateras, que tantas veces han convertido la autoridad   —9→   pública, destinada a proteger y edificar, en instrumento de opresión y de ruina.

La Comisión parece en parte haberse extraviado de su principal objeto, cuando ha discurrido sobre la importancia de esta porción del Estado más interesante, y cuando ha intentado demostrar que ella ha sido abatida y aun oprimida, hasta el estado de emigrar de sus hogares, y acogerse al último y miserable recurso de la mendicidad para alargar su vida.

Es verdad que el horroroso azote de la guerra civil de estos últimos tiempos ha cooperado a la devastación de nuestra campaña; la desmoralización que ella causa la ha aumentado, y a su vez los indios, conducidos de su inclinación y seducidos de los invasores, han aumentado grados de ambición y ferocidad a la que poseían: ellos han traspasado los límites de sus antiguas correrías, y sobreponiéndose a nuestras tropas, las han atacado de frente, de una manera desusada por ellos en sus incursiones, y harto imponente a nuestros labradores y hacendados.

La atención repartida del Gobierno a los diferentes puntos de la Provincia, que imperiosamente llamaban sus cuidados y auxilios por mar y tierra, no le permitían una contracción tan asidua y eficaz como deseaba, y era necesario al reparo de la campaña, hasta que más desembarazado, asistió personalmente a ella.

Este conocimiento, que le presentó la marcha hasta la Sierra, y que le proporcionó observar la animosidad de los indios, sus depravados intentos, la fertilidad de sus campos, las posiciones ventajosas para mantener una guerra devastadora sobre nuestras poblaciones, lo indefenso de estas, y la absoluta necesidad de repararlas, ha sido precisamente el primer paso de felicidad, que presagia que la suerte futura de nuestras fronteras va necesariamente a tomar una marcha la más lisonjera y ventajosa a la Provincia en el aumento de su población y primeras riquezas, con la seguridad de personas y propiedades; lo que no podía suceder jamás sin que el Gobierno, rompiendo enérgicamente aquellas ataduras que siempre tuvieron ligados a sus antecesores, no hubiese tocado tan de cerca y prácticamente el error, que desgraciadamente los tuvo envueltos por tantos años, cuando en estas materias vivían a merced de un informante tímido, o acaso cobarde, y de otro neciamente atrevido, sin todos los conocimientos de la geografía del país, y demás que se ha expuesto.

  —10→  

Así es que, teniéndose por un triunfo el avanzo de terrenos hechos por los años de 1773 y siguientes, por el cordón de fronteras que se estableció con las guarniciones del cuerpo de blandengues, compuesto de 700 hombres, se miró en seguridad la Provincia, respecto a su anterior estado. Y aunque este cuerpo tuvo necesidad de batirse muchas veces parcialmente en la línea, para contener las irrupciones que repetían los bárbaros, sin embargo, el aumento de población que recibían las guardias y sus inmediaciones, ya le imponían y hacían menos osados, pero no destemidos para impedir sus invasiones: y en una de estas fue que, por la primera vez en el año de 1790, se trató de establecer paz y permitir a los caciques venir a la capital, y sus indios a las guardias.

El trato docilizó a algunos y acomodó a todos, hasta establecer sus artículos de comercio con peletería, plumas y otras pequeñeces de su rústica industria; tomando en cambio diferentes útiles, algunas ropas, tabaco y yerba, y especialmente bebidas; formando de algunos de estos artículos una absoluta necesidad, especialmente el tabaco y la yerba del Paraguay.

Esta recíproca comunicación determinó a algunos hacendados a establecer sus estancias al sud del Salado, a su riesgo, y a merced o tolerancia de los mismos indios, sufriendo unas veces sus rudas impertinencias, y otras sus robos y raterías, dejando nuestra línea de fronteras a retaguardia más de sesenta leguas. Sin embargo, algunos indios con este motivo se mantenían en las labores de campaña de peones en toda clase de trabajo, y otros en la ciudad y suburbios, prefiriendo la civilidad a la vida errante y salvaje. Mucho contribuyó el Gobierno mismo, halagando con gratificaciones efímeras a los que se presentaban con el título de caciques, que se creían serlo sobre su palabra, porque esto era más fácil que averiguarlo, y todo contribuía a mantener una paz aparente, de la que siempre se reportaba mejor partido.

El avanzo de nuestras poblaciones a tanta distancia, sin poder ser observadas de la fuerza militar ni de la jurisdicción civil, produjo muchos excesos, difíciles hoy de reparar, y de que la Comisión tratará más abajo, en orden a su minoración o exterminio.

Por lo expuesto en el artículo antecedente, resultaban casi en toda la línea de fronteras, inútiles las guardias, por cuanto las poblaciones ya guardaban las fronteras, subrogándose aquellas a estas, bien que sin armas ni defensores.

  —11→  

La atención sobre la frontera de Portugal puso en la necesidad a este Gobierno de mandar las tropas de caballería, casi únicas de la Provincia, que eran los blandengues, a cubrir aquellas líneas, donde permanecieron muchos tiempos, y casi acabaron su número en aquel servicio y en la pérdida de Montevideo; resultando otra mayor, de la orfandad de sus familias, antes avecindadas en las guardias a que pertenecían, y sostenidas de los soldados que ordinariamente era cada uno un padre de familia, de que resultaba la seguridad del soldado en el servicio y el aumento de la población.

En el año 10 terminó de todo punto el resto de esta fuerza y armamento con que cubría sus fuertes, porque pasó íntegramente a la Banda Oriental, como necesaria allí. He aquí el último periodo de vida militar de las que fueron guardias, y que con dispendiosos gastos fueron establecidas en los años de 1778 y siguientes.

Aunque en el desconcierto general del sistema del antiguo gobierno y subrogación del nuevo, por virtud de la revolución para obtener la independencia, se hicieron indispensables muchos trastornos, y tocar necesidades extremas en toda línea y orden de cosas; sin embargo, la de fronteras se miró siempre con el cuidado que demandaba su peligrosa situación, pues en el año 10, entre los apuros y escaseces de tropas y auxilios, se formó una expedición, que marchó hasta la laguna de Salinas, más afianzada en la maña y política, que en las fuerzas y auxilios que la componían. El éxito, en efecto, correspondió a las esperanzas, y los indios mismos lo auxiliaron con sus personas y cabalgaduras en su regreso, hasta la fortaleza de esta plaza.

Esta primera relación de amistad estuvo afianzada hasta el año de 15, y elevada a tal grado de harmonía, que presentándose ante el Gobierno doce caciques al adelanto, de nuestras fronteras, se acordó precedería un parlamento general de los de su clase con el Comisionado del Gobierno, y encargado de este negocio que estableciese, no solo los puntos en que deberían construirse las guardias, sino también otros asuntos relativos a intereses particulares de los mismos caciques, a manera de los que disfrutan en Chile los Araucanos.

Aprestáronse los útiles que se creyeron más necesarios, y muchos fueron transportados al otro lado del Salado, y estando en marcha el Comisionado, ocurrió una de las muchas oscilaciones que ha presentado el curso de nuestra revolución, y aunque en distancia de los mismos revolucionarios, se le comprende y aprende, haciéndole   —12→   volver a la capital, para sepultarle en un calabozo bien asegurado de grillos, hasta que se le confina a una guardia, y al año se le repone de oficio a su empleo, pero no a su comisión.

Los indios extrañaron la falta de cumplimiento al término señalado: ocurrieron a averiguar el motivo, y se les dio por respuesta razones que no creyeron y que los preparó a la mayor desconfianza; las que manifestaron osadamente al Gobierno, cuando pudieron entender, que se trataba de formar a su frente nuevos establecimientos, que abiertamente se opusieron; ya por la desconfianza en que se les había puesto, y ya también por las funestas ideas que les inspiraban nuestros tránsfugos desertores que se habían refugiado en sus toldos, a quienes conservaban aun con armas, por la dirección que les daba para cometer robos y asesinatos sobre nuestras estancias.

Últimamente, ellos fueron seducidos por Carreras y Ramírez, y perpetraron horrorosos excesos, que hoy llora nuestra campaña, ya por sí, ya sirviendo de auxilio a aquellos malvados invasores. Estas ocurrencias les han dado causa a creer, que pueden hacernos frente, y a considerarse vencedores de los desarmados, como si lo hubiesen estado, a extender sus miras mucho más allá donde alcanza su vista, y finalmente, a creer que tienen un derecho a devastarnos.

Las ocurrencias en suma hasta aquí detalladas, referentes a nuestra población de campaña y fronteras, presentan la nulidad absoluta en que se hallan, la de no poderlas defender ni mantener, y que es de la mayor urgencia e interés poner nuestras poblaciones a cubierto del enemigo que las acecha, vigilante para extinguirlas.

Los puntos que hayan de formar esta línea, las fuerzas para mantenerla, los fondos de que subsistan sus guarniciones, son fecunda materia de opiniones, y divididas según el modo de ver de cada uno, no parecen fácilmente combinables; pero el tiempo las insta, y es necesario que el Gobierno se decida con la posible brevedad, por el riesgo que ofrece la demora.

La que cree que contendría al enemigo un ataque, que lo alejase y pusiese al menos al otro lado de la Sierra, sin duda que no respeta su número y localidad, y que el desaire de verse batidos, si lo fuesen en sus terrenos natalicios, los empeña a sostener la guerra hasta verse exterminados; tampoco cuenta con la suerte de la guerra y sus funestas variedades, que a no corresponder una suerte favorable, era inevitable la ruina de la Provincia.

  —13→  

La que discurre sobre formar en la Sierra del Tandil, una población de villa, otra en la Laguna Blanca, y la última en la Cabeza del Buey, toca aun más inconvenientes en los ataques, formación del pueblo y su conservación, dejando en flanco los costados al este y oeste de la primera y última. Y aunque es verdad que las dos opiniones a la vez tendrán su lugar, este lo ha de graduar el tiempo, y ahora, sería empezar por donde debe acabarse.

La que propone una línea o camino militar hasta Patagones, se halla en el propio caso, aunque más útil y afianzada sobre la costa del mar; pero a juicio de la Comisión, tampoco debe emprenderse, y solo cree preciso y absolutamente necesario el establecimiento de una línea sobre las estancias avanzadas al sud del Salado, cuya línea de longitud este-oeste, en que corren sus poblaciones hasta aquí toleradas por los indios, no puede llamarles la atención de un modo que traten de resistirlo.

La guardia de Kakelhuincul debe ser uno de los fuertes más equipados, ampliando sus líneas, y el depósito en que provisionalmente se acopien los útiles de este y sus contiguos, hasta el punto de abrir los trabajos.

Esta guardia y población, con las que sigan al sud, deben ser auxiliadas de las poblaciones de Bruscas, el Tordillo y Montes Grandes, de que podría encargarse el comandante del mismo fortín, ampliando antes sus líneas, para que con seguridad pueda recibir más guarnición, y en que con este motivo puedan apoyarse y defenderse en caso necesario la milicia, vecindario y tropas de línea, en cualquiera accidente de guerra, invasión o sorpresa que cometan los indios.

Al costado izquierdo de esta guardia, y en la laguna Naquelrucá, debe formarse un fortín, que cubra el flanco que media a la Sierra del Volcán, distante de este punto diez leguas al sudeste: por manera que Kakelhuincul distará de este fortín detallado trece leguas, que unidas a las anteriores de la laguna Rucá, resulta el Volcán veinte y tres leguas -puntos los tres los más avanzados al sud y a la frontera enemiga, y los más interesantes para las primeras y más cuantiosas haciendas de aquellos destinos.

No pudiendo guardar rectitud ni proporción de distancia la línea de fuertes que al costado derecho de Kakel debe seguirse, sin aventurar un choque con los indios, pues se acercarían demasiado a los arroyos en que tienen situados sus toldos y ganados, se forma   —14→   oblicua, consultando las aguadas permanentes como de absoluta necesidad.

Debe seguir al frente de la guardia de Chascomus, y subrogarse esta en la laguna del Sermón, ocho leguas de Kakel, y diez y ocho al sud de Chascomus. Al frente de la guardia de Ranchos debe formarse otra en la laguna de los Huesos, distante nueve leguas de la del Sermón.

Por el mismo orden debe salir a su frente la guardia antigua del Monte, y situarse sobre la laguna del Toro, distante de aquella diez y ocho leguas, y de los Huesos diez leguas.

La de Lobos debe avanzar a la Laguna Blanca, o si se quiere a las Polvaderas, distante de la antigua guardia diez y ocho leguas, y nueve de la del Toro.

El fortín de Navarro sale a la laguna del Trigo, o laguna de Gómez, distantes diez leguas de la Blanca, y ocho de las Polvaderas.

La de Luján, a la cañada de las Saladas, doce leguas distante de las del Trigo y Gómez.

Esta línea, que promedia oblicua la frontera, corre desde el Volcán hasta el punto de los Leones, ochenta leguas, y el resto hasta Rojas desde el fortín de Areco, incluso Salto y Pergamino que se encuentran hoy en frontera efectiva, por cuanto a su frente no hay hacienda alguna, por haber sido devastadas por los anarquistas y los indios, deben reponerse a su antigua fuerza en fuertes y guarniciones; así para que los vecinos que andan errantes vuelvan a sus hogares y puedan vivir seguros en sus personas y bienes, como para que los hacendados y pueblos interiores afiancen igualmente su propiedad, y se dediquen con tranquilidad a sus labranzas y talleres, libres de las zozobras que hasta aquí han experimentado; pues llegará bien pronto el tiempo en que, avanzada la guardia del Salto a la laguna de Palantelen, distante igualmente del Salto que de la guardia de Luján, veinte y cinco leguas, cubra con una respetable guarnición aquellos dos puntos y terrenos feraces de invernadas, en que ordinariamente eran ocupados: formando otra más al oeste, sobre la laguna del Tigre-tuerto, que deje a cubierto el Pergamino y Rojas, por ahora término de nuestra frontera al norte; hasta que formada una línea de demarcación que señale la división con Santa Fe, manifieste   —15→   si el fortín de Mercedes deba o no salir a su frente al sud a la laguna del Milagro, para que deje en total seguridad la carrera del Perú y Chile.

La Comisión cree, por los conocimientos que tiene de esta línea, por la que ocupan los indios más inmediatos, a lo largo, sobre los arroyos que descienden de la Sierra y su distancia, por el bañado inmenso, de difíciles pasos que nos divide, como depósito de todas las aguas de la misma Sierra, cuyo terreno es tan nivelado por la naturaleza que no se le percibe declive alguno, inútil para todo género de cultivo y haciendas; por todo esto, repite la Comisión, que cree y le parece, que esta especie de vallado fija unos límites inequívocos, que dejándolos sin alteración a la banda austral de él, no podrán los indios reclamar nuestras disposiciones como detentadoras de sus posesiones: pues tienen hasta ahora nuestros hacendados la ocupación que ellos han tolerado sin reclamación; haya sido o no con la doble mira de robarles, como lo han hecho, con repetición, perfidia y atrozmente.

La Comisión se ve necesitada de circunscribirse, a pesar de sus deseos, a la propuesta línea de fortificación, siguiendo la máxima política de obrar según el estado y circunstancias de la Provincia en el momento. Desea ciertamente que ella no esté reducida a tan escasos términos; pero toca como de bulto las dificultades que han de inutilizar otras medidas, que deben quedar pendientes para su ejecución, enseguida de esta.

El transporte solo de la antigua línea a la que nuevamente se detalla, ofrece en su ejecución no pocos tropiezos, no obstante a deber hacerse casi en el centro de nuestros recursos. ¿Cuánto más difícil sería establecerse fuera de ellos con las armas en las manos? Los terrenos por su aridez, falta de montes, y las más veces de aguadas, son trabajosos aun a los escoteros, que miden las jornadas para auxiliarse. ¿Cómo se presentaría para vencerlos, un ejército que debería ir provisto, no para ocho ni quince días, sino para meses enteros? Era necesario arrastrar centenares de carruajes y miles de caballos, para atacar a un enemigo, que siempre está en campo volante, y con más amovilidad y destreza que los árabes: ellos burlarían los mejores planes, y pondrían en ridículo a sus autores, y después de haber llevado por los desiertos que los amparan, a un ejército sin vara de virtud que hiriese a las piedras para que brotasen agua, sin maná para su alimento, y sin nubes que interpusiesen sus sombras, para que les libertase de los rigores del sol, tendrían que sucumbir a   —16→   la sed y al hambre, y finalmente a manos de sus enemigos. Señor Excelentísimo, la Comisión se persuade que no debe confundirse un golpe de mano que suele darse para escarmentar a un enemigo, con las medidas de una ocupación o conquista: aquel es una aventura o albur que se da a la suerte; y estas, el resultado de una profunda meditación, calculada sobre las fuerzas físicas y localidades del país, con otras muchas reflexiones y razones que van a la par para su logro.

Si solo esta medida, que podrá acaso ser tenida por mezquina de algunos genios exaltados y celosos del aumento de la Provincia, se pusiese en toda su evidencia, guarnecida la frontera de las fuerzas que demanda para su seguridad, y llegando a perfeccionarla, no solo habríamos alejado para siempre el recelo de otras invasiones, sino que habríamos dado el paso más preciso y necesario para la total ocupación a que aspiramos, sin pérdida de un hombre, ni menoscabo de hacienda.

La Comisión se atreve a decir que, perfeccionada hasta el punto que debe, ella solo va a ser la riqueza y seguridad de la Provincia, y capaz del mayor aumento de población que necesita, abriendo la mano a recibir y proteger a cuantos quieran venir a establecerse en ella, bajo la protección del Gobierno.

Entre la antigua y nueva línea demarcada, se miden más de 1400 leguas cuadradas, terreno no solo feraz, productivo y útil, sino que proporciona, una vez asegurado, el descubrimiento de otras riquezas efectivas y abandonadas, que la escasez de población no ha podido dar a luz ni reconocer con exactitud. Pero antes de explanar cuales sean, cree la Comisión hacer otras observaciones, para que el Gobierno ajuste sus resoluciones del modo que estime por conveniente a la salud pública de la Provincia y sus intereses.

Atendiendo al orgullo con que se presentan los indios, podrán mirar de mal ojo nuestra nueva línea, y aun tratarla de enervar a viva fuerza, para cuyo caso es necesario estar prevenidos y alarmados a su repulsa. Ellos no deben desconocer que la fuerza de nuestras poblaciones los va a acercar a la pérdida de las faldas de la Sierra que ocupan, y este temor impulsarlos a tomar la medida de incursiones y ataques parciales de que ordinariamente usan: por la tanto, dispuestos y armados los partidos, cuando hayan de dar principio a las obras, parece de necesidad que las obras se combinen y arreglen de modo, que sean escarmentados en su primera tentativa.

  —17→  

Es de absoluta necesidad que nuestras poblaciones se extiendan, y que esta extensión sea correspondiente al objeto a que por ahora principalmente se dirigen, que es el de la labranza y ganadería. Para conservar la que tenemos, y más a la que aspiramos, debemos buscarla, si fuera preciso, con las armas en la mano, y mucho más pronto, si la solicitud, de paces que ellos tienen interpuesta con el gobierno, se descubre ser llamada falsa, de que usan con frecuencia mientras algún interés particular no les mueve a ello; bien sea por temor de ser atacados de otros indios, o por carecer de comunicaciones que les faciliten los artículos, de que ya han formado necesidades que no pueden sobrellevar. Pero es preciso estar ciertas que jamás les anima un principio de buena fe ni desinteresado. Alguna vez se someten a una fuerza imponente, y se resignan al castigo si se les aprende en el delito; y aunque se les perdone, su carácter innoble y desconfiado les precipita de nuevo a cometer excesos y bajezas horrorosas, sin que se excepcionen entre sí aun sus propios deudos. Como la vida salvaje los tiene siempre cubiertos de miserias, están a toda hora asechando el momento de robarse mutuamente; y por lo mismo no puede detener sus pasiones sino un motivo muy poderoso, como el de mirar su existencia en peligro.

La incertidumbre en que por el momento debe estar el gobierno acerca de la conducta ulterior de los indios, respecto a su propuesta de paces, ciertamente no puede decidirle a tomar medidas de oposición, pero si en efecto continúa su propósito de conservar la paz, entre otras cosas, parece que el comisionado del gobierno, después de asentar la seguridad de la línea, sería muy conveniente que tratase de exigirles el acomodamiento de fortificar uno o dos puntos del camino, militar sobre el frente del Volcán al otro lado de la Sierra, porque con ellos, y los que puedan formarse sobre el Río Colorado y a las márgenes de la Bahía Blanca, quedarían enteramente dominados, y en precisión de abandonar las sierras y retirarse al oeste, o repasar el Colorado. Esto es indispensable que suceda; pero será de un modo que los comisionados, o jefes de los destinos, lo presenten en más o menos tiempo, según los grados de su actividad en promoverlo.

No desconoce la Comisión la necesidad que hay de sujetar a nuestras milicias a sus precisos deberes en los fuertes de fronteras, y de que han tenido origen muchas desgracias, sobrevenidas por el maltrato dado a los indios, cuando en ellas se han presentado con sus miserables artículos de comercio, procurando robárselos descaradamente y aun darles de golpes, herirlos, y matar algunos. Estos hechos, que la Comisión ha visto repetir, y aun castigado, han incendiado los ánimos de un modo terrible, provocándolos a la venganza: muchos y lastimosos hechos pudiera referir que   —18→   más de una vez han comprometido la mejor harmonía con el gobierno; y este desorden puede fácilmente remediarse, conviniendo con los indios en que sus arribos a las guardias sean a determinados puntos de la misma frontera, reservando solo a los caciques el paso franco al gobierno, escoltados para su seguridad.

Nuestra campaña, harto desmoralizada por muchas causas que la han conducido a tal desgracia, principalmente las escaseces a que la han reducido las incursiones anárquicas, la multitud de desertores y otros delincuentes que abriga, presenta un motivo de atención muy particular sobre esta clase de hombres que la infestan, a más de una gran porción de familias indigentes que sirven de pesada carga al honrado labrador y útil hacendado, a quienes se les haría un bien en trasladarlos a aquellas nuevas poblaciones, dándoles propiedades que cultivasen, y útiles correspondientes: conduciéndoles, si fuese necesario, por fuerza a su fortuna, evitando su perdición y la de sus hijos; y a aquellos persiguiéndolos eficazmente, hasta ponerlos en seguridad, o exterminio, según sus delitos.

Este examen puede hacerse prolijo y exacto, formando una razón estadística de cada partido, cometida al vecino más proporcionado, y vicario de él, con responsabilidad en su inexactitud. Como en dicha razón debe constar todo vecino y habitante, su ejercicio, propiedades y proporciones de que se mantiene, el número de hijos, criados y peones, sus sexos y edades, no podría escapar ninguna a su vigilancia, y el gobierno podría muy en breve tener en su mano, y a un golpe de vista, la nota de cuantos fueren disponibles, en servicio y aumento de las nuevas poblaciones.

La policía de los partidos debería igualmente ser encargada a vecinos de las localidades, bajo los reglamentos que el gobierno les prescribiere, porque tratándose de la seguridad pública e individual, ninguno debe conocer y celar mejor a los vagos y malos vecinos, que sus propios convecinos.

Conducido el vecindario por los principios de liberalidad y en favor de sus intereses, no puede desconocer las bondades del gobierno y de la ley que lo protege.

La Comisión es militar, y ha asentado que con respetable libertad dará su opinión, apoyada en la justicia y en sus conocimientos. Estos le han suministrado muchos motivos de observación para entender y persuadirse que, mientras no estén perfectamente deslindadas las atribuciones de las respectivas   —19→   jurisdicciones, política y militar, no podrá hacerse el servicio, como corresponde a la tranquilidad y adelantamiento de los pueblos.

Señor, unas tenebrosas habitudes de despotismo militar han aniquilado el ánimo del vecindario de campaña, viéndose despojados violentamente de sus propiedades, ultrajadas sus personas de palabras y obras, y acaso arrastrados a una cárcel con pérdida total de sus bienes. Estas impresiones están aun muy vivas, y se resiente demasiado la provincia de estos tristes acontecimientos; porque si algunos elevaron sus quejas, no merecieron más que el desprecio, y los demás ahogaron sus sentimientos para no multiplicar los padecimientos, llorando sus desgracias en el seno de sus familias.

Los gobiernos turbulentos que nos han precedido, no podían fijar, es verdad, un método que nivelase la justicia y conducta de los encargados que sabían eludir las quejas, y poner en peor condición al reclamante. La Comisión fijé encargada por una vez de inspeccionar las fronteras, y tuvo la desgracia de no encontrar en toda la línea más que uno solo que llenase las intenciones del gobierno: todos los demás eran ciertamente criminales, pero a ninguno se removió. Esta degradación de aquellos militares, propiamente de revolución, no puede mancillar el honor del cuerpo en general, a quien se debe, por sus heroicos sacrificios, la libertad e independencia del país.

La sabiduría y política del gobierno se persuadirá, que este rasgo solo tiene por objeto presentarle la necesidad que hay de inspirarle confianza y seguridad, sin embargo de la promulgación de las leyes que las afiancen.

Tanto más juzga precisa esta medida, cuanto que va a gravitar sobre el vecindario de la campaña todo el peso de esta obra. Cree la Comisión que, sin esta política diestramente manejada, no se dará un paso de felicidad en la obra jefe de la provincia; porque, como decía un sabio de nuestro tiempo a un Soberano, con referencia a asunto más elevado: justo es Señor, que el dueño de la casa mande en ella. Y aunque es verdad que el gobierno, vigilante en su administración, no perdona fatiga, ni se permite descanso, sin embargo, debe partir sus fatigas y franquear confianzas, para dar vado a las penosas tareas de su administración y ciertamente que ningunos están más bien indicados que los mismos interesados en su felicidad y seguridad, consultando al mismo tiempo la pública.

Los puntos que principalmente deben ser reforzados, como cardinales,   —20→   son tres, a saber: Laguna de la Naquelrucá, Kakelhuincul y el Volcán. Los demás, como fortines auxiliares, deben por lo mismo ser sus dimensiones proporcionadas, a este respecto, con una doble fuerza y amplitud, y todas equipadas de armamento, artillería, municiones respectivamente bien conservadas, y sus precisos repuestos, de que deben responder lo jefes encargados, y sufrir con frecuencia la inspección que delegue la Superioridad sobre el reconocimiento de todo, y de la tropa misma.

El adormecimiento y apatía en que ordinariamente quedan sumergidos los hombres con la paz, aun en las fronteras más expuestas a rompimientos, hace y causa el abandono de la disciplina, el de armas y municiones; y una triste experiencia ha demostrado y hecho tocar funestos resultados, provenientes acaso de que los jefes militares, más atentos a sus negocios particulares que a los deberes de su profesión y carrera, posponiendo, aquellos por esta, no calculan los daños que infieren: punto que merece estar muy observado del gobierno en precaución de semejantes males.

La fuerza efectiva de cada frontera principal, considera la Comisión debe ser de 100 hombres de caballería veterana, y algunos auxiliares de milicias, y los fortines de 50 hombres, por mitad de veteranos y milicias, y más, según las circunstancias lo exijan.

Si restablecida la caballería de blandengues, tuviese cada guardia su dotación, sería utilísimo que fuesen casados y arraigados en ella, dándoles el gobierno en propiedad un solar para establecer su casa, porque entonces crecerá la población proporcionalmente, y el soldado defendería más ahincadamente su hogar, mujer e hijos, y jamás o rara vez se notaría deserción; y a la primera generación ya la reproducción del soldado, por sí sola, habría formado un pueblo agricultor y ganadero. Pero como, en la seguridad de los hacendados y labradores de la comarca respectiva, el traficante que acude, llevando artículos de consumos en cambio de frutos y numerario, viese un compensativo de su trabajo, procuraría también avecindarse, y lo mismo los artesanos, e insensiblemente se verían crecer y prosperar estas guardias con una rapidez increíble, hasta formarse en cada una de ellas poblaciones de la mayor consideración.

El labrador y hacendado sufren, y se han constituido hace muchos años, al pago del ramo de guerra, con destino a estos importantes establecimientos: y jamás han resistido otros gravámenes que con miras de auxiliarlos se han creído necesarios, aun cuando se hayan frustrado los objetos mismos de su invención. Ellos, siempre prontos con sus personas y haberes, han dejado en abandono estos y sus familias, para correr   —21→   a las armas en defensa de su patria, hasta sacrificarse en la guerra; y hoy el gobierno necesita de sus brazos, de sus bienes, y de toda su concurrencia, para dar a la Provincia toda la extensión y grandeza de que es susceptible; pues si esencialmente ha de gravarse esta privilegiada porción de ella, la justicia reclama imperiosamente que se desvíen, cuanto está al alcance del gobierno, aquellos calamitosos tiempos, haciendo un lugar distinguido a sus méritos y servicios, lo que es preciso que ahora presten a la importante atención de las nuevas poblaciones y a su seguridad.

La Comisión está penetrada del sumo e importante interés que se promueve en esta medida a favor de la campaña, y que, conducida sabiamente por el gobierno a sus mayores ventajas y engrandecimiento, va a presentar el campo del Lacio, para dar a la provincia, como este dio a Roma, toda la grandeza y poder que la hizo respetar del orbe conocido entonces, y proporcionalmente lo será aquella en América.

Entre los muchos y extraordinarios privilegios con que agració la naturaleza a esta provincia es su localidad, por desgracia poco conocida de sus naturales. Por el norte la baña el majestuoso Río de la Plata, que se interna a más de setecientas leguas navegables, por diferentes provincias que atraviesa en su tránsito; mientras que por el sud la circuye el mar Océano, por donde puede extraer todos los cuantiosos frutos que le produzca su cultivo: y a más le brinda con inmensas riquezas de la pesca y peletería de anfibios, que hoy hacen la fortuna de las naciones cultas que a nuestra vista se las llevan.

Son pocos conocidos, y nada frecuentados por nosotros, los puertos que se encuentran a la vuelta del cabo de San Antonio: como son, el de Tuyú en el Cabo de Corrientes, la Bahía de San Andrés, la Bahía Blanca, la de San Blas, el Río Colorado y el Negro.

Los terrenos bajos que presenta la costa del mar no han permitido, sin riesgo, hacer el reconocimiento de otros puertos y calas que necesariamente hay en la confluencia de los ríos Sauce Chico y Grande, y otros de menos caudal de aguas que descienden de las sierras además de los que naturalmente tenga en su seno el mar, y descubrirán los frecuentes reconocimientos desde tierra, cuando estén pobladas y registradas por la caza y pesca de anfibios, que la curiosidad y especulación de los pobladores emprenderán tras de un interés a que los conducirá su codicia,

Muchos de estos terrenos están hoy infestados de gentes bandidas, abrigadas en los montes, que llaman de las Islas del Tordillo y Monte   —22→   Grande, desde cuyo asilo hacen sus incursiones a las vecindades, cometiendo grandes excesos, que deben quedar extinguidos, luego que las tres más avanzadas fronteras al sud se hallen establecidas, y con las fuerzas de sus dotaciones, para atacarlos con suceso feliz. La rigorosa policía que se establezca en todos los puntos de la campaña, hará que desaparezcan de ella, hombres y aun familias tan inmorales y vagas, poniéndolas en sus deberes, o en las seguridades convenientes.

Parece necesario fijar el orden de la empresa, y debiendo empezarse por las más necesarias, es sin duda de la mayor importancia graduar esta necesidad, la cual, aunque parezca indicada por la misma naturaleza de los estorbos, que se oponen a darle vado, no puede dejar de someterse a otras consideraciones, y principalmente a la mayor o menor extensión de su provecho: es decir, que entre dos caminos igualmente necesarios, aquel será digno de preferente atención, que ofrezca mayor utilidad y socorra a mayor número de individuos.

Entre las ventajas de situación que gozan las naciones, sin duda, ninguna es comparable con la cercanía del mar, unidas por su medio a los más remotos continentes del mundo conocido. Al mismo tiempo que su industria es llamada a proveer una suma inmensa de necesidades, se extiende la esfera de sus esperanzas a la participación de todas las producciones de la tierra; y si se atiende al prodigioso adelantamiento en que está el arte de la navegación, parece que solo la ignorancia o la pereza pueden privar a los pueblos de tantos y tan preciosos bienes.

Es verdad que semejante ventaja suele andar compensada con grandes dificultades; porque si de una parte la furia de aquel elemento amenaza a todas horas las poblaciones que se le acercan, por otra los altos precipicios y las playas inclementes que le rodean, y que parecen destinados por la naturaleza para refrenarte, o para señalar sus riesgos, dificultan su comunicación o la hacen intratable. ¿Pero quién no ve que en esta misma dificultad halla un nuevo estímulo el deseo del hombre, que llamado a proveer a su seguridad, o a extender la esfera de su interés, está como forzado continuamente a triunfar de tan poderosos obstáculos? Ello es, que el engrandecimiento de las naciones, sitio siempre, ha tenido muchas veces su origen en esta ventaja; y que ninguna que sepa aprovecharla, dejará de hallar en ella un principio de opulencia y prosperidad.

Esta provincia ha sido particularmente favorecida por la naturaleza, pues a más de las ventajas de su clima y suelo, tiene la de estar bañada por el mar y el gran Río de la Plata la mayor parte de su territorio, colocado, por decirlo así, sobre el mejor punto del Océano: ella parece,   —23→   que por sus puertos está llamada a comunicarse con toda la tierra, y si a esto se agrega la posesión de sus vastas y fértiles campañas, no podremos desconocer que una particular Providencia la destinó para un grande y glorioso objeto. ¿Cómo es, que en tan feliz situación, podamos abandonar los medios más necesarios para llegar a aquel fin, ni desatender a sus puertos, sin los cuales es de todo vana e inútil aquella gran ventaja, cuya falta será siempre uno de los principales estorbos que más poderosamente retarden la prosperidad de nuestra agricultura?

La Comisión no necesita recordar que este objeto tan recomendable con respecto a la industria, navegación y comercio, lo es mucho más respecto al cultivo. La industria sigue naturalmente a los consumidores y se sitúa a par de ellos, mientras el cultivo no puede buscar sus ventajas, sino esperarlas inmóvil. Por otra parte, si todas las provincias pueden ser industriosas, no todas pueden ser cultivadoras, y es preciso que en unas abunden los frutos que escasean en las otras: es preciso que el sobrante de la primera acuda a socorrer las segundas; y solo de este modo el sobrante de todas podrá alimentar aquel comercio activo que es el objeto de la ambición de los gobiernos y el fruto de sus meditaciones económicas y políticas.

Es últimamente necesario, si aspiramos a obtener todas aquellas ventajas, dar el último impulso a la agricultura y ganadería; pues cuando la circulación interior produzca la abundancia general, cuando haya abundado y abaratado las subsistencias, y por consiguiente la población multiplicado los productos de la tierra y del trabajo, alimentado y avivado el comercio interior, entonces la misma superabundancia de frutos y manufacturas, que forzosamente resultará, nos llamará a hacer un gran comercio exterior que clamará por este auxilio, sin el cual no puede ser conseguido.

Este punto podía dar a la Comisión materia para hacer muy extendidas reflexiones; mas ella solo se contentará con presentar una a la sabia ilustración del Gobierno, que le parece sumamente importante, y de la mayor influencia sobre la mejor población, aumento de la agricultura, ganadería y labranza previniendo ya la navegación, comercio, industria a un mismo tiempo, que oportunamente iría adelantando, poniéndose en activa acción el resto de la provincia a su ejemplo.

La Comisión está persuadida de que alguna vez los buenos ejemplos suelen ser perniciosos. Esto se prueba observando que los romanos emprendieron todos los caminos de su vasto imperio, llevándolos desde la plaza de Antonino en Roma hasta lo interior de Inglaterra, de una   —24→   parte, y de la otra hasta la Palestina; tan firmes y magníficos, que sus grandes restos hasta hoy llenan de admiración al viajero observador: y las naciones modernas, queriendo imitarlos sin tener los mismos medios para ello, afligieron a los pueblos sin poderles comunicar tan grande beneficio. Sin embargo, esta regla admite excepción en favor de la provincia, y no puede haber inconveniente en la empresa, con tal que no se piense en grandes e inadoptables comunicaciones exteriores, hasta que hayan sido establecidas las poblaciones, su labranza y pastoreo, de un modo suficiente a promover la industria, navegación y comercio que ha de formar la marcha unida de sus ventajas y especulaciones, para llegar al término de su engrandecimiento.

Afortunadamente el Gobierno empeña sus desvelos en remover los estorbos, proponiendo leyes, simplificando las administraciones, arreglando la policía y mala jurisprudencia mercantil; en fin, todo cuanto retarda el aumento y seguridad de nuestra común felicidad, destruida y aniquilada por falta de principales elementos; buscando directamente los medios de arruinar nuestro cultivo y población, o por mejor decir, removiendo hasta los estorbos que la naturaleza opone a su prosperidad; bajo cuyos principios es de esperarse que la opinión misma cederá a la buena y útil enseñanza, como las tinieblas a la luz; bien que, para luchar con la naturaleza son necesarios grandes y poderosos esfuerzos, con extensos recursos, que no siempre están a la mano.

Cuando se considera de una parte los crecidos fondos que exigen las empresas, y de otra, que a las veces una sola es, muy superior a la porción de rentas públicas que suelen destinarse a ella, parece más disculpable el desaliento con que se miran por los gobiernos; y como estos fondos, en último sentido, deben salir de la fortuna de los individuos, parece también como inevitable la alternativa, o de renunciar a la felicidad de muchas generaciones por no hacer infelice a una sola, o de oprimir a una sola para hacer felices a las demás. Sin embargo, es preciso confesar que el atraso muchas veces no proviene tanto de la insuficiencia de la renta pública, cuanto de la injusta preferencia que se da en su inversión a objetos menos enlazados con el bienestar de los pueblos, o tal vez contrarios a su prosperidad.

Para demostrar esta proposición, bastaría considerar que la guerra forma el primer objeto de los gastos públicos, y aunque ninguna inversión sea más justa que la que se consagra a la seguridad y defensa de los pueblos, la historia acredita que para una guerra emprendida con este sublime fin, hay muchas que se empeñan con los innobles motivos de ambición y orgullo; y por consiguiente, privan de la abundancia y   —25→   prosperidad, de que disfrutarían si hubiesen invertido sus fondos en adoptar y comprar, si fuese necesario, un sistema de paz, con preferencia a malbaratarlos en proyectos de vanidad, destrucción y nulos en sus resultados.

La Comisión se ha extraviado otra vez, arrebatada del ardiente celo y deseo que lo anima por el bien de la provincia, discurriendo en su beneficio, y expresando las reflexiones que le han parecido se acercan más a nuestro estado civil y militar. Volviendo sobre sus pasos y al objeto principal de su encargo, que es la seguridad de fronteras, el aumento de la población, el cultivo y las haciendas pastoriles, cree deber añadir:

Que siendo el principal y más interesante punto el del Volcán, debe mirarse con preferente atención, en razón de su fortificación y fuerza efectiva; en la de hallarse más avanzado al enemigo; en la de tener la más apreciable localidad de la campaña, por sus hermosos pastos, campos y aguadas; y finalmente en la de estar vecino al mar, para progresar extraordinariamente por todas las proporciones que no tienen, ni pueden tener los otros, como más mediterráneos o centrales.

Entre los extraordinarios recursos que sabiamente ha propuesto el Gobierno a la Honorable Representación, se ofrece la ley de retiro, que transmitida a la posteridad, señalará la época en que fue dictada, sin contradicción alguna, como la más memorable de nuestra revolución en honra de sus autores; de que no nos presentan modelo alguno las historias, tanto más digna de elogio al considerar la utilidad y ventajas públicas que pueden y deben sacarse de los mismos retirados.

Entre otras altas miras que el gobierno se ha propuesto, es igualmente loable la fundación de una ciudad, cuyo título perpetúe la memoria del benemérito Ciudadano y General de los ejércitos de la Patria, don Manuel Belgrano. Ciertamente que ninguno se presenta más adecuado, más útil, ni más honorífico. No más adecuado, por la localidad y hermosura de que disfruta; no más útil, por las ventajas que le ofrecen la misma localidad y su feraz terreno; no más honorífico, porque iban a formar este precioso monumento a la fama póstuma de aquel general y de esta provincia mismos guerreros, y sus compañeros de armas, que después de haber regado con su sangre el campo de las victorias por salvar la patria de los enemigos que la oprimían, sellaban su marcha gloriosa con la fundación de una ciudad, que pasando a los venideros, perpetuará un ejemplo, que acaso no se registrará en los anales de las naciones más cultas; y cuyas cenizas invitarán desde el sepulcro a sus hijos, a la continuación de aquella heroica carrera; al paso que las propiedades   —26→   y posesiones que les quedasen en herencia, les recordarían incesantemente su deber hacia tan nobles objetos.

Invitados por el gobierno los oficiales reformados a tan noble empresa, dándoles de merced, como a fundadores, los solares para la fundación de sus casas, los terrenos de chacras para su labranza, y los de estancia para la cría de ganado, con las excepciones y privilegios de libertad de toda pensión y derechos en los frutos de sus cosechas, y aun en los de consumo, en la forma y tiempo que pareciese conveniente a su más pronto y eficaz progreso, sin duda que de esta medida reportaría la provincia incalculables beneficios, y el gobierno tendría el placer de recibir los respetos y homenajes que le tributarían, aun al través de los siglos, las generaciones venideras, bendiciendo la mano benéfica y laboriosa por todo lo que le debían.

Esta nueva población, que formaba el honor y el mérito de sus fundadores, a que unía la de capitalistas, empezaba a brillar desde su cuna, desenrollando a la par de su acrecentamiento un poder y facultades que no están concedidas a las demás, por no ser fácil reunir en un punto tales y tan singulares proporciones.

Ella como más avanzada iba a imponer a los enemigos, de quienes se haría tan temible como respetada, y no pudiendo resistir a la fuerza, mal de su grado habrían de ceder el campo que ocupan, y retirarse a mayor distancia, o tal vez repasar el río Colorado para refugiarse a las cordilleras de los Andes, término a que deben venir por un orden regular en la sucesión de los tiempos.

Esta disposición acercará más pronto la época en que debe formarse el camino militar arriba indicado, y la trasposición de los indios al sud de las sierras; quedando entonces a favor de nuestros hacendados libre la falda de estas, que es toda la aspiración a que por ahora anhela nuestra población.

La Comisión omite detallar el servicio de las guardias, pero no puede menos de observar que las partidas descubridoras, que deben estar siempre en campaña, hagan su servicio de una a otra guardia, hasta el punto dado en que deban encontrarse o cambiar las tablillas que lleven para acreditar haber llegado a él, y comunicarse recíprocamente las novedades que ocurran, porque si fuesen avanzados, al sud podría suceder que los indios, puestos en observación, acechasen el momento de su retirada, para introducirse en nuestros campos, burlando aquel servicio, lo que no es tan fácil suceda cruzando de una a otra guardia.

  —27→  

Tampoco parece a la Comisión debe ingerirse en los fondos y arbitrios con que han de emprenderse estas obras, porque estando nombrada una junta de hacendados, y teniendo el gobierno tomado a su cargo estas disposiciones, fácilmente podrían contrariarse con los conocimientos y trabajos que ya tengan incoados, cualesquiera que fuesen las indicaciones de la Comisión, que siempre ha sido de dictamen se forme un ramo con el cual se sufrague exclusivamente el adelanto de fronteras y poblaciones, asegurado o custodiado en la Tesorería General, y administrado y distribuido en el servicio por orden del gobierno, a quien inmediatamente debe estar, todo sujeto y dependiente, para evitar los deservicios que en otra forma se han experimentado, y de que son susceptibles,

La disciplina, subordinación y respeto en la tropa de línea y milicias, son la base en que se afianza la defensa y seguridad del Estado. Estas deben ser observadas, y sus jefes, de comisiones superiores, que rigorosamente las inspeccionen, y si faltare, esta exactitud, la obra no podrá llegar a su complemento y perfección.

Las delineaciones de los fuertes y poblaciones requieren no menos diligencia y actividad, y que sean en todo sentido sin mezquindad, ni escasez, consultando siempre su salubridad y plantas de la mejor arquitectura civil y militar; con especialidad en las que, como en el Volcán, desde luego pueden empezar a hacer edificios de fábrica, por la proporción de cal. Las delineaciones deberán preferirse de nordeste a sudeste, y al menos veinte varas de luz en sus calles, presentando antes al gobierno el plano respectivo para su aprobación, si la mereciese.

Cuando estuviese encabezado y hecho el libro o censo de su vecindario, de modo que trasmitiere a la posteridad sin equivocación sus fundadores en un libro maestro firmado de sus primeras autoridades y sellado, debería hacerse otro, firmado y sellado como el anterior, en que constasen las mercedes que se les hacían, y repartos de tierras, con prohibición a los poseedores de su enajenación en el término de veinte años, con la precisión de poblarlo y cultivarlo. Y para arrancar antes de nacer el ruinoso semillero de pleitos en las ubicaciones de los terrenos, deberían estos darse medidos y deslindados, de que debería ponerse constancia en el libro de mercedes, y conservar con él un plano topográfico en el archivo de su custodia, para aclarar todas las dudas que el transcurso de los tiempos presentan. De estos libros y planos deberían conservarse copias fieles en el archivo general de la provincia, y muy particularmente deberían asentarse los puntos de arranque, o mojonera común, que acaso serían los más ciertos, las plazas mayores de cada pueblo; señalando con la mayor exactitud del arte los rumbos a que corrían, con corrección de la brújula,   —28→   y expresión puntual de su variación, porque está observado, se aumenta, y el transcurso de años hace tocar inconvenientes notables.

Los errores en que incidieron nuestros mayores nos marcan la senda que debemos seguir para evitarlos, y no dejar en herencia a nuestros hijos pleitos interminables, discordias y ociosidades, que llegan a destruir de todo punto las familias.

La Comisión, en precaver estos riesgos, se haría molesta, si no temiera serlo ya en un informe, que por demasiado largo debe terminar. Cualesquiera que sean sus errores, cree que merecerán indulgencia ante la respetabilidad de Vuestra Excelencia; porque el ardiente deseo de la felicidad de la Provincia, a quien tiene el honor de servir y de quien se halla tan beneficiada, en fuerza de la gratitud que le tributa, le impulsa a creer, que todo es poco y muy menguado en su obsequio.

Dios guarde a Vuestra Excelencia muchos años. Buenos Aires, noviembre 26 de 1821.

Excelentísimo señor

Pedro Andrés García

José de la Peña y Zazueta

Excelentísimo señor Capitán de la Provincia



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ArribaDiario

La Comisión, destinada a establecer las paces con las tribus de indios al sud, tiene la honra de presentar a Vuestra Excelencia el diario de su viaje hasta las faldas de la Sierra de la Ventana, su derrota, observaciones facultativas, planos y demás que ha puntualizado en cumplimiento de sus deberes. Luego que recibió la orden superior y se presentó a su cumplimiento, advirtió que el cacique Cayupilqui en su invitación hablaba con generalidad, sin determinar el número de caciques concurrentes, ni punto en que deberían reunirse estos, para establecer los tratados a que aspiraban; sin cuyos previos requisitos y rehenes correspondientes, no solo parecía vaga la propuesta, sino también inútil en el caso de no convenir los principales y acordar el punto de reunión, el cual debería ser en las primeras sierras o lagunas de Milla Lauquen; en inteligencia, que no pasaría más adelante, por lo avanzado de la estación, si, como expresamente pedían al Coronel exponente, querían que fuese al asentamiento de la paz. El cacique Cayupilqui convino en volver a los toldos, acompañado de un intérprete, que por parte del gobierno asegurase a los de su clase la aceptación de Su Excelencia a la propuesta de paz, y marchar a realizarla en su nombre. Dicho Coronel partió en efecto: reunió todos los caciques Pampas, Guilliches y Ranqueles; y estos, a virtud de lisonjeras promesas que les significó aquel, esperaban el momento de su llegada, cuyo falso supuesto de ofertas, cuando fue demostrado, puso en el mayor de los compromisos, y muy en riesgo de ser degollado con toda la comitiva de su cargo, al Coronel, y también de que se separasen los Ranqueles con miras de ejecutarlo, como se demostrará cuando se exprese esta ocurrencia.

Del mismo modo omitió manifestar que la reunión la habían acordado hacer en el Sauce Grande, esto es, al pie de la Sierra de la Ventana, sin exponer a los caciques, que la Comisión solo se había allanado a llegar a las primeras sierras y no a tan enorme distancia, en estación tan avanzada, y sin auxilios correspondientes a tan larga marcha; a más de los riesgos que debería recelar de entrar al centro   —30→   de sus tolderías, donde podía ser atacada a toda hora de unos hombres feroces que viven del robo y matan impunemente al forastero. A su vuelta manifestó Cayupilqui que todos los caciques estaban prontos a otorgar la paz, hasta el número de quince que nombró: que a la Comisión la esperaban sus antiguos amigos con impaciencia, y que no se demorase la salida, quedando él en rehenes hasta la vuelta. El retorno de este cacique fue en febrero, y como más principalmente tenía por objeto esta Comisión, reconocer facultativamente los terrenos, de cuya geografía estábamos absolutamente ignorantes en la mayor parte, convino en dar un oficial facultativo, de dos que le fueron pedidos, para levantar el plano y hacer otros reconocimientos científicos, si fuese posible, en medio de los riesgos que ofrecían estas operaciones, si llegasen a ser advertidas de los indios. Este oficial es José María Reyes, ayudante mayor de artillería e ingeniero.

No habiendo podido facilitar el gobierno más instrumentos que un teodolito y un nivel, fue preciso a la Comisión proporcionar a su costa los que principalmente eran necesarios para obrar, demarcar y medir, con cuanto más se requiere y demandan semejantes operaciones, de cronómetro, estadales, planchetas, estuches, etc. En el resto de febrero se aprestó una escolta de caballería de catorce hombres, un sargento, y un oficial que debía mandarla y servir de ayudante; dos carretas, una carretilla y un coche con algunos víveres; yerba, tabaco y ropa hecha para los quince caciques; y por todo auxilio, para carruajes y soldados, sesenta caballos de los del servicio de plaza; a que se agregaban dos intérpretes, que también se pidieron al gobierno como indispensables para entenderse con los indios. El cacique Cayupilqui vino acompañado de catorce indios más, hijos, deudos y parientes de caciques (que ellos llaman chasquis) para ratificar al gobierno la adhesión de sus comitentes a la paz, y al mismo tiempo afirmar la exposición del comisionado principal Cayupilqui, y que debían acompañar a la Comisión en el viaje hasta los toldos, presididos del caciquillo o capitán cona, conocido por Antiguan. En efecto, ya dispuesto todo a punto de marchar, fueron recibidas las últimas órdenes del gobierno que señalan los documentos respectivos...

Partida de Buenos Aires, marzo 6 de 1822

En 6 de marzo salimos a las cinco de la tarde de Buenos Aires, llevando en nuestra compañía a los catorce indios chasquis y al   —31→   cacique Antiguan. A las seis, después de inexcusables demoras ocasionadas del mal estado de los caminos en las salidas, salvaron los carruajes los muchos pantanos y atolladeros, que llegaron a inutilizar principalmente la carretilla. A las siete y media de la noche llegamos al pueblo de Morón, con el ayudante mayor Reyes, y la comitiva de indios y peones que se componía de veinte personas; donde hicimos alto para pasar la noche y reconocer el carruaje que se hallaba deteriorado. Reconocido el día 7 la carretilla, se vio no estar en estado de continuar el viaje, y fue forzoso remitirla a la ciudad para reponerla con otra, lo que se verificó el día 8.

El 9, partimos de Morón y llegamos a hacer noche en la Cañada de los Pozos, donde sobrevino un huracán y tempestad de truenos y lluvia, que nos demoró el viaje hasta las 11 de la mañana del 10, y a las 6 de la tarde arribamos al Pueblo y Guardia de Lobos, punto destinado a reunirse las carretas, escolta y demás carruajes, con los víveres y útiles que debían servir al viaje y cumplimiento de la Comisión. El teniente de húsares y capitán graduado, don Julián Montes, que debía acompañarnos, ya se hallaba en aquel punto con la escolta, e igualmente las carretas. Las autoridades, política y militar, prepararon alojamiento, lo más cómodo posible, y franquearon con el vecindario todos los auxilios que estaban a sus alcances, y era preciso acopiar, pagando sus valores.

Deseosos de dar principio a una obra jefe, de cuyos resultados se esperaban grandes ventajas para la provincia, con la nueva adquisición de feraces terrenos para su extensión, y la principal de estas, mejorar la geografía de aquellos hermosos campos, habitados hasta hoy de salvajes, por medio de los indicados reconocimientos, cuyas ventajas refluían en beneficio público, la Comisión no pudo detenerse un momento en hacer presente a las autoridades de aquel partido, le eran necesarios algunos auxilios de ganados y yeguas, que podrían suministrársele a justo precio por aquellos hacendados. En efecto, invitados por el juez respectivo, no trepidaron en franquearle hasta el número de setenta reses, que se creyeron suficientes, cien yeguas, algunos caballos, y ocho bueyes, con cargo de reintegro estos últimos. Las milicias se prestaron a hacer los apartes, y reunir en un punto estas haciendas, como lo verificaron en la mayor parte; y en su consecuencia estaba detallada la marcha de aquel punto para el día 14.

En medio de la agitación con que se trabajaba en estos aprestos, se recibió en la Comandancia militar una orden circular   —32→   que comunicaba la Inspección General, dando parto a todos los Comandantes de fronteras para que vigilasen en la seguridad respectiva de ellas, poniéndose alerta contra una nueva invasión de los indios, que se sabía debía verificarse en el presente mes, al mando del cacique ranquel, Pablo, dirigidos por tránsfugas, desertores y resto de chilenos de los de Carreras, que aun existían entre ellos. Ella, a la verdad, no dejó de sorprendernos, mucho más cuando estaba de por medio la buena fe tantas veces manifestada por los caciques en el pedimento reiterado de la Comisión, para hacer una paz sólida y permanente con la provincia: a que se agregaban otras poderosas razones para no creer semejante movimiento ofensivo de aquel cacique, que tantas veces había instado por la quietud y harmonía a que aspiraba, con los demás de su clase.

Aunque la Comisión no había recibido comunicaciones oficiales sobre la materia, y creía inverosímil la especie, sin embargo, no creía deberse exponer a cargos ulteriores, respecto a la notoriedad de dicha orden circular, en un caso desgraciado. Por otra parte, la desconfianza de los vecinos de la campaña crecía, y la emigración a lo interior ya había acobardado a los peones que debían servir en los carruajes, y arreos de ganado y caballada. Pero, debiendo decidirse en falta de comunicaciones del gobierno, llamó al cacique Antiguan y a los demás indios de la comitiva, para imponerles de la novedad, y hacerles cargo de ella. Antiguan protestó a la Comisión, bajo la buena fe que presidía a sus buenos servicios prestados a la provincia, que nada había ni podía haber contrario a ellos, y estaba pronto a responder con su cabeza; que cuando más, podría ser alboroto tramado o causado por alguna partida de ladrones, que no faltaban en todas partes, capaces de comprometer los mejores sentimientos.

Manifestó el que le ocupaba, con muchas y muy eficaces reflexiones; y ellas presentaron motivo a la Comisión para hacerle entender, que no podría dar un paso más en su marcha sin asegurar antes la certeza de esta novedad, y para ello se hacía necesario que el mismo cacique Antiguan, con uno de los intérpretes del gobierno, pasase a los toldos, reuniese los caciques y los hiciese sabedores del caso; previniéndoles que la Comisión esperaba sus resultas en aquel punto. El cacique se prestó gustoso a la medida, y salió el día 14, acompañado de dos indios y el intérprete, habilitados de caballos, yerba, tabaco y otros menesteres para el camino; ofreciendo volver a los quince días de su salida. De todo dio cuenta la Comisión al Gobierno en el acto instruidamente, solicitando su aprobación. A la verdad, parecía no haber un motivo para temer un movimiento ofensivo   —33→   en masa de todas las tribus, ni aun parcial, como se indicaba de parte del cacique Pablo, por haber asentido y convenido este con los demás en la invitación a la paz. A más de que, los rehenes establecidos por preliminares de ella, las numerosas partidas de indios de comercio que existían en la capital, y los que acompañaban a la Comisión, eran todas circunstancias que inclinaban a creer los retrajese de emprender una invasión que ponía en riesgo sus personas o intereses. La Comisión adoptó aquella medida que creyó más prudente, y esperaba que ella sería aprobada del gobierno, por cuanto al mismo tiempo conciliaba la tranquilidad de las familias de los vecindarios de las guardias fronterizas, de los temores y sobresaltos que las afligían, recelando ser nuevamente víctimas de la ferocidad de los indios. De este modo se evitaron muchos males y perjuicios, que la sola emigración causaba a los partidos en el abandono de sus hogares y haciendas.

Manifestadas las causas que motivaron la demora, pasaremos a hacer un relato de los trabajos facultativos que emprendió la Comisión como objeto principal de su encargo, hasta la vuelta del cacique Antiguan. Cualquiera cosa que ella trabajase en materias científicas, creía que sería de utilidad a la provincia, aun cuando no se tuviesen todas las proporciones que demanda aquella clase de operaciones. Se acordó levantar el plano topográfico del pueblo de San Salvador de Lobos en que residíamos, y determinar su latitud, aunque por lo pronto no se hiciese el cálculo de su longitud, pues él demandaba algún tiempo y más datos de los que teníamos. Contraídos a lo primero, ayudados de buenos instrumentos para ejecutarlo, se consiguió concluirlo en el término de cuatro días de asiduo trabajo, porque la premura del tiempo no permitía hacerlo más despacio, y las comodidades eran escasas para este género de ocupación. El método adoptado era seguramente el más sencillo, pronto, y más propio a la situación de aquel pueblo, y su resultado debía comprobarlo. En efecto, visto el curso de sus calles, corregida la aguja, medidos los ángulos formados por sus manzanas, determinados algunos puntos principales, recorridas con la toesa las diferentes manzanas de que se compone, para ver la población de cada una de ellas y determinar sus detalles, tomado en cada finca el nombre del propietario; observado al mismo tiempo el curso de una cañada y lagunas que forma esta, y pasa inmediata al pueblo, suministrándole agua para su consumo, con cuanto más se creyó conveniente -en toda esta operación, hecha con escrupulosidad y exactitud, manifestó la acertada adopción de su sencillez;   —34→   de cuyos resultados nos prometimos sacar ventajas en las operaciones ulteriores.

Concluido el primer trabajo, se pasó en el momento a hacer el segundo, es decir, el de la latitud del lugar. Sabíamos que esta se hallaba, hacía algún tiempo, observada por un respetable facultativo (Don Pedro Cerviño) en la expedición de fronteras mandada por don Feliz (sic) de Azara, con objeto de hacer observaciones científicas en el curso de ellas. Entre las muchas que hicieron, fue una la que trataba la Comisión de determinar. No se dudaba de la exactitud de aquella operación, se respetaba su autor como sujeto conocido por sus talentos; se creía que una operación no complicada como aquella, con mucha más razón habría dado un resultado exacto. La Comisión no tenía aquel, e ignoraba cuál era la observación hecha; pero pareciéndole muy propio de su objeto hacerlo, cuando tenía proporción para ello, para averiguar también si había alguna diferencia entre las dos observaciones, especialmente cuando de los mismos instrumentos que habían servido a aquel facultativo, franqueados por la viuda del mismo Cerviño -quintante y horizonte artificial- se iba a hacer uso en la nuestra. Todas estas circunstancias nos empeñaban a hacerlo con doble cuidado si fuese posible.

El día 21, preparado el horizonte con escrupulosidad, para hacer la observación por el planeta Marte, con los datos sacados de las tablas astronómicas, cuando pasase por el meridiano, dio por resultado, después de hechas las correcciones necesarias, 35º 16’ 2’’ de latitud austral. Parece que ambas operaciones fueron hechas con exactitud: aquella queda comprobada por la de la Comisión, y esta con aquella. La pequeña diferencia que se nota de 14’’ no se puede reputar por tal en una observación. Mil causas pudieron influir. La Comisión creo fue seguramente un intervalo muy corto que se demoró en fijar la alidada, mientras se reconocía si el astro había llegado al punto maximum de su altura, y si bajaba sobre el horizonte. Esta pequeña diferencia es claro que provino de la causa antes manifestada, pero nada de esto influye en lo exacto de la observación, ni en su resultado. Es despreciable cualquiera diferencia que en segundos pueda haber en una operación de esta clase. Los que conocen las causas que obran para considerarse como tal, juzgarán que cualquiera diferencia de esta naturaleza no es error. Lo es cuando alcanzan a minutos, aunque sea uno solo, y entonces se reputa como tal; pero cuando versa en segundos, cualquiera que sea su número, no se para la consideración, y solo se cuida de anotar con exactitud la primera y segunda clase. Colocados en orden   —35→   nuestros trabajos para su remisión al gobierno, no se verificó hasta poder acompañar algunos más de igual naturaleza, y sobre la estadística de diferentes partidos que la Comisión trataba de averiguar, porque todos reunidos presentaban alguna utilidad y ventajas que podría reportar la provincia con estas obras; y la Comisión en vista de ellas poder satisfacer al gobierno del empeño en su adelantamiento, y los deseos que la animaban en beneficio y prosperidad del país. Un vasto campo de operaciones presentaba esta campaña, en la que seguramente interesa conocer la multitud de hermosos terrenos, que una industria más activa sabría aprovechar, y sacar partido de las ventajas que prometen a la agricultura y mecanismo rural. De aquellas posiciones y puntos interesantes, se hallan muchos en nuestra provincia no conocidos hasta ahora, sino superficialmente. El curso del tiempo los descubrirá, y una agricultura más adelantada disfrutará de sus ventajas y comodidades, si antes, como es de esperar, no las saca el gobierno de la obscuridad y embolismo en que yacen, por medio de planos topográficos y estadísticas, que señalen sus bondades, para aplicar con conocimiento y fruto los auxilios y medidas de que son susceptibles, y hacer la felicidad de sus habitantes, y en general de la provincia. La Comisión habría deseado desempeñar estos objetos tan dignos como benéficos al interés publico; y por entonces hubo de contraer su atención y ocuparse de los que más se recomendaban. El tiempo era corto: los emisarios debían regresar en breve, como lo prometieron pero la Laguna de Lobos se llevaba la atención de la Comisión con preferencia, para un exacto reconocimiento de ella y formación de su plano. A la verdad merecía todo este trabajo, su hermosura, posición, calidad de su terreno, magnitud, pastos, aguadas, etc. Demora dos leguas al sud del pueblo, y demandaba una operación de esta naturaleza. Dos días consecutivos sobre sus márgenes preciosos fueron necesarios para concluir aquella trabajosa operación. Con suma dificultad se reconoció su fondo por medio de la sonda; y otras calidades, que la adornan, entre estas la abundancia de pescado: teniendo por último el placer de agregar este trabajo importante a los demás para su remisión al gobierno.

Situada la laguna en un hermoso terreno desnivelado, y rodeada de preciosas colinas por el norte y este, siendo el nivel de estas sobremanera superior al de la laguna; por el sud y oeste se advierte una gran planicie horizontal que se eleva suavemente sobre su nivel. Esta bella campaña está cubierta de poblaciones, ganadería y labranza. Su terreno en general es fértil y su cultivo laborioso y abundante. Las colinas que rodean la laguna por el este tuvieron en otro   —36→   tiempo situado el Fortín de Lobos, cuyas ruinas aun subsisten. Por esta parte como por el sud se hallan poblaciones de pingües ganaderías, y varios de estos establecimientos son bien conocidos por su riqueza, y forman una parte muy principal de la provincia.

La laguna provee de agua a las muchas haciendas de aquellos establecimientos vecinos. Ella es permanente en su caudal, y aquellas reportan esta ventaja que es sumamente interesante a la agricultura y ganadería, porque los hacendados no sufren en tiempos de seca las pérdidas de ganados que son susceptibles, faltándoles aquel elemento preciso a su sostén.

Generalmente en toda la circunferencia de la laguna tiene barrancas altas, menos por el oeste, por la igualdad de su nivel con el del terreno o superficie común. Sus aguas se extienden y forman un gran bañado por toda la campaña en tiempo de lluvias, pero cuando no las hay se reúnen como un centro, formando horizonte a la vista del observador, colocado en un punto cualquiera de su circunferencia. Esta tiene 11139 varas, resultado sacado después de levantado su plano: su profundidad es generalmente de 30 a 40 varas de la orilla, de una y media a dos varas; más adentro de tres, tres y media a cuatro; su fondo de arena; y en su centro se encuentra alguna loma especial en la mayor profundidad. Esta además tiene una cañada por el sudeste que aumenta sus aguas considerablemente por su cauce. Ella corre por un encadenamiento de lagunas y bañados algunas leguas al mismo rumbo, y más en las cercanías del Salado. No da paso generalmente en todo su curso por ser pantanoso, solamente en su embocadura o confluencia. En la laguna trafican los prácticos o baqueanos por uno que conocen y tienen bien marcado, bastante ancho y malo, por ser parte de la laguna, es decir, que para pasarla, se hace necesario atravesar 200 a 220 varas de agua. El piso es sumamente blando e imposible por ello de acercarse tres a cuatro varas de su orilla: su profundidad no es constante. Lo reconocido es de una a tres varas en las partes abordables de su curso: su ancho de seis a siete varas, y en partes forma el cauce un canal profundo, con una corriente rápida, y esta es en proporción al acrecentamiento de sus aguas. Estas son salobres, y un poco menos las de la laguna; pero para el ganado útiles en extremo: de ellas se proveen, como se ha dicho, los establecimientos vecinos. Por el norte aumenta sus aguas del mismo modo una pequeña cañada, que al fin de catorce a veinte cuadras de curso, desagua en ella. Esta se forma de un bañado pequeño: sucesivamente va aumentando su cauce con otros más que se le reúnen. No forma lagunas en su curso; pero las mismas calidades   —37→   que constituyen aquella, se verifican en esta. No da paso por la calidad de su terreno pantanoso hasta doce o catorce cuadras de su embocadura. Un cauce caudaloso de aguas, con mayor profundidad que la otra, la hace inaccesible, y para pasarla es preciso costearla hasta su nacimiento, y entonces se presenta un dilatado bañado bastante penoso por su anchura, pero sin peligro de mal paso; su ancho es de siete a ocho varas, y su profundidad en disminución desde su embocadura hasta su vertiente, y la mayor es de dos, o dos y media brazas. El cauce de este bañado es limpio, y se encuentra en él aquella cantidad de maciegas en su interior, como generalmente sucede en las cañadas. Otras varias calidades hacen recomendable este interesante punto, y es sensible que la industria de nuestros hacendados, situados en las cercanías de una posición tan ventajosa, no progrese como pudiera.

La Comisión creyó podía emprender otros trabajos en puntos no menos interesantes que aquellos, aunque distantes de su actual posición; pero temía no fuesen infructuosos, porque aguardaba por momentos los emisarios. Para evitarlo se dispuso enviar una partida de soldados con un intérprete y un baqueano, para que, avanzando hasta el Río las Flores, reconociesen el paso de este, bastante dificultoso para carruajes, igualmente el del Salado y Saladillo, y otros embarazos que presentan los grandes bañados que se interponen; observando, al mismo tiempo cualquiera movimiento del enemigo infiel, y el regreso de la partida remitida en Comisión a los toldos, cuya demora ofrecía tantas dudas sobre la conducta de los indios; especialmente con los varios movimientos ofensivos, anunciados con frecuencia por circulares comunicadas de las mismas guardias fronteras. Todas las circunstancias inclinaban a creer que la demora procedía de aquellas ocurrencias, y que debía la Comisión prepararse a una defensiva, avanzando partidas con aquel objeto. Esta medida, que fue tomada de acuerdo con las autoridades territoriales, que conocían muy bien sus ventajas y la conveniencia general que resultaba de esta determinación, hasta que oportunamente se dictase en caso necesario por la superioridad la que hubiese de asegurar sus personas y fortunas, fue conciliatoria de la tranquilidad del vecindario, que, agradecido por el esfuerzo arriesgado de la Comisión, y por el interés que se tomaba en la prosperidad y seguridad de la provincia, no sabía cómo manifestar su gratitud, especialmente desde que vio salir la tropa, municionada completamente de artículos de boca y guerra.

Allanado este obstáculo, creyó la Comisión que mientras surtía el efecto a que dirigía sus miras, podía hacer el esfuerzo premeditado   —38→   sin ser infructuoso. Consideró que el plano topográfico del Pueblo del Monte y su laguna podría ser interesante; mayormente cuando no existía un documento de esta naturaleza, y aquella guardia y población se habían extendido y adelantado considerablemente, y de su hermosa laguna y otras adyacentes no se tenía ningún conocimiento particular. Esto demandaba a toda costa un reconocimiento con toda la exactitud posible, y al efecto marchó a aquel destino, distante ocho y media leguas al Este de este pueblo, el facultativo, ayudante mayor don José María Reyes, con los instrumentos y comitiva necesarios para aquellas operaciones, y con los recaudos respectivos para las autoridades de la misma guardia y pueblo, con objeto de que le proporcionasen los auxilios que necesitase para evacuar con prontitud los trabajos de su encargo: como así lo ejecutaron con puntualidad los sujetos principales, dándole además todos los conocimientos precisos sobre las propiedades y límites del partido, requisito necesario para la formación y organización del trabajo. Del mismo método observado en el trabajo anterior se hizo uso para este. La laguna demandaba otro distinto, como que la calidad de la operación era diferente por su naturaleza. Para ello se adoptó el método general que en casos iguales se hace necesario. Una base exactamente medida, proporcional a su extensión, grandes miras o jalones, colocados en los puntos remarcables de su circunferencia, se hacían precisos para levantar el plano: la mensura de los ángulos, formados por estos distintos puntos sobre la base, daba por resultado la verdadera posición de aquellos, que, junto a un reconocimiento de toda ella, eran suficientes para la conclusión de la operación.

Era además indispensable reconocer otra laguna llamada de las Perdices, unida por un pequeño arroyuelo, fácil de ejecutar, después de conocida la posición de muchos puntos que tenía en sus inmediaciones. Ellos servían de base, y las miras colocadas en sus puntos más remarcables daban su verdadera figura y extensión. Al mismo tiempo se determinaba la posición de los establecimientos vecinos a la laguna: muchos de estos se hallan situados en sus inmediaciones, y algunos de consideración por su riqueza en ganadería. Determinada, pues, la verdadera posición del pueblo y laguna en cuatro días de trabajo consecutivo, y reunidos los datos para formar una memoria estadística del partido, no hubo detención de un momento: especialmente cuando en el mismo día la partida observadora avisaba haber encontrado más allá del Salado a los indios, remitidos a los toldos, de vuelta de su Comisión, y que al siguiente debían regresar unidos al punto de su partida, esto es, al Pueblo de Lobos.

Habiendo sido favorables los resultados de los emisarios, y celebrados   —39→   con salvas y general regocijo, al ver desmentidos los rumores esparcidos por toda la campaña, que habían perturbado su tranquilidad, de que se hablará después; siendo necesario aprestarse a la marcha, la Comisión trató de reunir sus trabajos, y hacer la remisión de ellos al gobierno, antes de su partida o al mismo tiempo; entretanto, no puede dispensarse de hacer una descripción del pueblo y laguna que dieron motivo a sus tareas.

Se hace forzoso considerar: primero, la verdadera situación y circunstancias que constituyen la laguna, y es fácil enseguida conocer la del pueblo y establecimientos en varios puntos de su circunferencia; pues que esta está descripta, y aquellos son relativos a ella, y deben considerarse así. Describir este punto interesante y calidades que le constituyen es sumamente sencillo. Ellas son semejantes a las del otro anterior, pero sin embargo, tiene otras que le distinguen. La laguna es menor que la de Lobos: su circunferencia es de 10421 varas, 712 varas menos que aquella. La calidad de sus aguas es potable, aunque algo salada: su fondo arena en todas partes, barrancosa por toda su circunferencia, excepto por el O y OSO, donde su nivel tiene muy poca elevación sobre sus aguas; por los demás rumbos tienen sus barrancas de diez a catorce pies de altura sobre el nivel del agua. La gran planicie de la campaña del este y sud es horizontal, su plano y su nivel elevado sobre la superficie de la laguna: ella es limpia, y no se encuentra ninguna maciega en su extensión. La campiña del oeste es hermosísima y pintoresca, pero su nivel diferente de aquella. El terreno de sus campos es fértil, y su cultivo abundante. Sus pastos fuertes, aunque mezclados con el cardo, que abunda demasiado. Sus horizontes se ven cubiertos por todas partes de ganados de todas especies, perteneciente a los establecimientos limítrofes. Estos terrenos, cuyos límites confinan con las márgenes de la laguna, en ninguna ocasión son votos por los ganados, pues encuentran en ellos las ventajas de pastos y aguas; y los muchos senos que forma la posición de dicha laguna con la unión de la otra (la de las Perdices) de casi igual magnitud, sirven a los propietarios para tener como encerradas sus haciendas y de este modo han prosperado sobremanera aquellos establecimientos, que ciertamente forman la riqueza de aquel partido.

Por el OSO rompe el gran caudal de aguas de esta laguna, por un brazo encajonado y caudaloso, cuando salen de madre, y de un centro de unión más elevado. Estas aguas forman, como a treinta varas de la laguna principal, otra de igual magnitud, pero sin las calidades que constituyen a aquella (las Perdices), más propiamente bañado,   —40→   sin formar barranca ninguna, que se extiende al S, de que se forman otros bañados y pequeñas lagunas, y por un encadenamiento sucesivo, ya de bañados, ya de pequeñas lagunas, desagua en el Salado, cerca de la Laguna de las Flores. Sus aguas son iguales en calidad a la laguna de donde toman su origen. Su interior está lleno de maciegas, junco, duraznillo, etc., su fondo es lama, su sonda la de un bañado; y generalmente se observó en su reconocimiento igualdad en ella, esto es, de cuatro a cinco pies de agua en su centro: en sus orillas de dos a tres. Sus campiñas, por el S y E, tienen las mismas calidades que las ya descritas, en fertilidad y pastos. Las poblaciones de ganadería disminuyen hacia el S: se hallan, sin embargo algunas de mucha consideración, limítrofes al Salado. La gran laguna aumenta sus aguas, y puede decirse se forma principalmente por las de una gran cañada, llamada del Totoral, que viene del N y corre al S: su origen se halla de doce a trece leguas de su confluencia en la laguna; desde aquel punto viene recibiendo de varias cañadas un caudal considerable de aguas, que deposita en una laguna de 500 varas de la principal, con quien pasa a unirse. Su ancho en la embocadura excede a 400 varas, disminuyendo este hacia el N. En su curso forma varios bañados, poblados de juncos unos, y de totoras otros; y en toda ella abundan las maciegas que embarazan el paso. Su piso es pantanoso, y en las inmediaciones de su confluencia franquea paso, negándolo en su curso por lo pantanosos que son sus bañados. Su fondo en su desagüe es de tres a cuatro pies, y su paso, aunque poblado de juncos, no es expuesto ni dificultoso. La calidad de los terrenos que riega es igual al descrito: sus pastos fuertes, y sus tierras vegetales. En su orilla o inmediaciones se encuentran muchos establecimientos de ganadería y labranza, que forman la riqueza del partido. Además recibe la laguna las aguas de una pequeña cañada por el SE, que toma su origen a dos millas de aquel rumbo: su cauce es corto, su ancho tres varas, pantanosa, pero de paso en todo su curso.

El pueblo o guardia se halla situado al N sobre las márgenes de la laguna, en una colina que se extiende al S hasta las barrancas de aquella, prolongándose en disminución al E hasta las orillas de la Cañada del Totoral. La población se halla situada en esta colina y fuera de ella. Esta se extiende sobre la costa de aquella y de la laguna al O tiene por límite al S la ribera barrancosa de esta, al E las márgenes de aquella, al N una espaciosa y horizontal campaña, y al O otra de igual naturaleza, limitada al S por la ribera dicha de la laguna. La población tiene de extensión E O diez cuadras; de N a S siete: estas tienen ochenta varas de largo y ocho de ancho. Las calles corren ENE a OSO, y de NNO a SSE. El fuerte se halla situado sobre la ribera de la laguna: su circunferencia es de una cuadra cuadrada. Tiene dos pequeños   —41→   baluartes o explanadas circulares en los ángulos del N y S del cuadro; en ambos hay una pieza de artillería de fierro del calibre de a 4, montada en cureña de costa. Toda esta fortificación es inútil, ni puede llamarse tal en cualquier caso de defensa, pues no podría hacerse uso de las piezas, o si se hiciese, sería infructuoso. Ninguna dotación se halla allí de repuesto para su servicio: tampoco artillero alguno que las gobierne, y en un estado ruinoso sus montajes, sin provisión de cartuchos, estopines, cuerda mecha, atacadores, etc., etc.

En este estado miserable aparece hoy esta guardia, y así, y aun más, todas las demás en las fronteras, sin foso ni estacada regular en alguno de estos puntos para defenderse, o al menos ponerse a cubierto el vecindario con sus propiedades de un enemigo encarnizado y constante en sus incursiones, de cuyo resultado aun se lamentan todos. ¿Y de este modo se podrán contar seguras las propiedades que constituyen la riqueza del país, y cuyos conatos deben ser, preservarlas de las funestas lecciones que nos han dado constantemente nuestros invasores? No. ¿Seremos y continuaremos infelices? ¿La desolación, el terror y la miseria las habremos de ver siempre pintadas en nuestros campos, y que las hogueras voraces sostituyan a las pingües poblaciones que hacían la felicidad de la provincia? Esta inercia y los males que ella puede originar reclaman pronto remedio. Es ciertamente lamentable la suerte de nuestros establecimientos en el sud. Algunos se conservan sin haber sido arrasados de los bárbaros, porque por fortuna sus incursiones las han hecho sin combinación, y sobre los establecimientos de las fronteras del oeste principalmente y con repetición; siendo este partido, y algunos otros inmediatos, los que experimentaron menos desgracias. No obstante, los establecimientos al otro lado del Salado, cercanos a los montes de aquella, fueron arrasados sin quedar muestra de haber existido.

No se encuentra en esta población nada interesante: ranchos de paja, la mayor parte de ellos cubiertos con los bosques o montes de durazno, que en cada finca hay. En cada manzana o cuadra, comúnmente se hallan dos o tres poblaciones; y aun en las más cercanas al centro no todas se hallan pobladas. Se encuentran muchas propiedades de construcción de material y techos de paja. Este modo de techar, aunque demanda renovaciones, es cómodo por su menos costo y por encontrarse en abundancia la paja de diversas calidades. Los montes, que forman a la vista un bosque de todo el pueblo, suministran a los propietarios muchas ventajas por ser este ramo escaso en la campaña. En las calles de su interior no se disfruta vista agradable por la multitud de árboles que privan la de la campiña y laguna, y aun de la ribera al sud de la población. No se puede dar una vista más deliciosa y pintoresca. Su horizonte, por todas partes de hermosas   —42→   praderías, cubiertas de ganados de todas especies, cuyas imágenes apenas se perciben a la simple vista, entretienen al observador agradablemente. Un número prodigioso de rebaños de ganados vacunos, lanares y caballares, de la pertenencia de los establecimientos vecinos, presentan una perspectiva risueña. La situación del pueblo es el punto mejor que se encuentra en toda su extensión, y aunque domina a aquella campiña, metido entre sus bosques, le privan de la mejor vista. El monumento más mareante que te adorna es su capilla, toda hecha de ladrillo cocido, y el adorno interior, lo mejor que se encuentra en todos los pueblos de la frontera. Se omite detallar otros pormenores, que pueden verse en la pieza n.º 2, relativa a la estadística de aquel pueblo: ella suministra los conocimientos de su población, producciones, número de hacendados, labradores, límites, etc., etc.

Concluido el trabajo, según queda relacionado, en el partido de la Guardia de San Miguel del Monte, se reunió la Comisión sin pérdida de instantes en el de Lobos, donde acababan de arribar los indios emisarios, y duplicada comitiva que les acompañaba en clase de chasquis; y de todas las ocurrencias de su misión, hicieron una exacta relación, de que inmediatamente se dio cuenta al gobierno; remitiendo al intérprete para que la expusiese a viva voz, si se creía necesario: al mismo tiempo que se recomendaba al cacique Antiguan, por la eficacia de su diligencia, y cuanto había trabajado con los demás de su clase por la paz, exponiendo su vida por haber quedado a pie en la ida, en falta de caballos. El resultado de su misión hará ver cuán acreedores se hicieron estos emisarios a una recompensa por sus distinguidos servicios.

La Comisión, apremiada de la estación para emprender su marcha a las sierras por una parte, y ejecutada por otra de ordenar los trabajos hechos en la manera y demostración facultativa que correspondía, aprovechaba todos los momentos del día y aun de la noche a este efecto; sin descuidar la reunión de reses, caballos, bueyes y demás que debían servir al viaje. Pero mientras se realizaban todas estas disposiciones previas a la marcha, la Comisión referirá el retazo de los emisarios e intérprete, con las particulares ocurrencias en su ida, estada y vuelta de los toldos, y se colegirá de ella, que entre la bárbara desconfianza, característica en el indio, y la ambición de poseer lo ajeno, zozobra y se quebranta la buena fe; y esta se hace para ellos insignificante en el momento que crean convenirles romperla, aun cuando sacrifiquen los rehenes y personas más allegadas, y entre ellos de estimación y opinión singular.

El cacique Antiguan con su comitiva e intérprete salió el 14, como se ha dicho, en activa diligencia de pasar a las tolderías y averiguar ciertamente   —43→   la verdad sobre las incursiones parciales que se hacían en nuestras fronteras del norte. Su empeño le hizo acelerar la marcha pero a los cinco días se les rindieron los caballos, y siguió con ellos cansados, hasta quedar totalmente a pie. Siguió así, hasta que afortunadamente topó con una de las muchas partidas avanzadas que tenían puestas los indios, temerosos de ser atacados por el gobierno, según avisos que se les había dado. Con este motivo fueron auxiliados de todo lo necesario, hasta ser transportados al mismo toldo de Antiguan, que llegó bastante enfermo a los nueve días de viaje. Dio aviso a todos los caciques, y los invitó a tener una entrevista, y conferenciar sobre los motivos de su misión y resolución última de todos juntos, para comunicarla al gobierno, con quien quedaba comprometido de hacerlo: urgiendo más esta pronta medida, cuanto que de ella dependía la existencia del cacique Cayupilqui, que de acuerdo con todos los de su clase, se hallaba prestado con Antiguan a quedar en rehenes, mientras se hiciese la paz que ellos habían pedido.

Reunido un número considerable de caciques Pampas, Guilliches y Ranqueles en los toldos de Antiguan, este expuso a la reunión el objeto y causas de su mensaje, cuyo interesante motivo le había impulsado a emprender tan molesto y desagradable viaje, en virtud del irregular procedimiento de los indios, para desmentirlo si no era cierta; y si tenía algo de verdad ¿por qué se quería sacrificar a Cayupilqui, a él y a los muchos indios que se hallaban en Buenos Aires?

Los caciques Pablo, Calimacú y Ancafilú, con algún otro de los principales, manifestaron su opinión; y se altercó en ella la mayor parte de la noche en que se tuvo la sesión. Antiguan les dio en cara con su proceder; protestó que vengaría la sangre de Cayupilqui y de las demás víctimas que resultasen de esta felonía, procediendo contra sus autores. Dijo que el gobierno de Buenos Aires había creído de buena fe la paz que se le había pedido: había igualmente accedido a la solicitud hecha para que, viniese en su nombre a asentarla el coronel don Pedro Andrés García, el cual quedaba ya en la frontera, esperando la confirmación de esta novedad, para seguir su marcha o retirarse. Últimamente exigió una contestación categórica, asegurando la mejor buena fe por parte del gobierno; pero que temiesen los resultados, porque ya no existían Carreras ni Ramírez que los habían comprometido, faltándoles a todo lo que les habían ofrecido; y que hoy el gobierno, libre de aquellos enemigos, aplicaría todas sus fuerzas para destruirlos, y lo conseguiría bien presto. Entonces los caciques disidentes expresaron, que por muchos conductos habían sido informados de que el gobierno trataba de sorprenderlos y atacarlos: que por lo tanto creían deberse poner en armas, y que ciertamente lo   —44→   habrían hecho, si él no hubiese llegado. Adujo Antiguan otros muchos razonamientos de conveniencia e interés. Les demostró los males de la guerra; la pérdida de su comercio; la de muchos artículos de consumo entre ellos, que ya se habían hecho como de primera necesidad; la inquietud y continua agitación en que vivían, huyendo de unos y temiendo de otros. Sin embargo, uno u otro de los Ranqueles manifestó su descontento, como motores de los movimientos anunciados, y cuyas partidas habían invadido por el norte nuestros campos. Acto continuo tomó la palabra el cacique Neclueque, conocido por el Platero, manifestó razones que creía poderosas para aceptar la paz, e impuso en tono amenazante a todo aquel que fuese de contraria opinión.

El cacique principal y más antiguo, Lincon, que había sido mero espectador de la discusión hasta entonces sostenida, siendo el más adicto a la paz propuesta, habló enérgicamente, y dirigiendo su alocución a los disidentes, les dijo: «Que el que no estuviese por la opinión de la paz antes convenida, y pedida al gobierno de Buenos Aires, se retirase en el instante de aquella reunión con todos los suyos; que pusiesen en ejecución sus planes hostiles contra la provincia, que ellos también pondrían los suyos para escarmentar a la facción agresora y a hacer una paz sólida y permanente, que les proporcionase un perpetuo sosiego a sus familias, que hacía algún tiempo no disfrutaban por causa de los malvados; que en el momento el encargado Antiguan regresaría a dar cuenta al Gobierno de lo resuelto, y conducir a la Comisión que se mantenía detenida en la Guardia de Lobos».

A virtud de este último razonamiento accedieron los disidentes, aparentando entrar todos en la paz, que quedó sancionada: y determinando, que cualquiera que dijese que el gobierno pretendía sorprenderlos o atacarlos, por este mero hecho debía ser muerto como perturbador de la paz; y Antiguan debería marchar inmediatamente con un enviado de cada cacique principal, que saludase al Coronel comisionado y le acompañase en su viaje, dando de este modo más fuerza a la seguridad de su oferta y decisión; cuya conferencia había presenciado el intérprete del gobierno, que la ha referido de conformidad con el emisario Antiguan.

El 19 de abril estuvo de vuelta a la Guardia, a los diez y nueve días de haber salido de ella con catorce indios, parientes e inmediatos deudos de los caciques a los fines expresados, con otras varias partidas de comercio que pasaron a esta capital. La Comisión, según deja expuesto, dio cuenta puntual al gobierno, y no se ocupa de otra cosa que del arreglo y organización de sus trabajos, y de preparar los auxilios   —45→   de su marcha por unos desiertos de todo desprovistos, a más de la penosa empresa que dificultaba más, el avance de la estación de invierno. Hubiera sido culpable en todo tiempo si se hubiese hecho indiferente a unos reclamos que por su conducto debían llegar a oídos de la superioridad. Ellos exigían que tomase una parte activa, para evitar los males que su negligencia podía haber ocasionado. Cumplía con un deber que le imponía la humanidad, para cruzar de un solo golpe la avaricia de algunos hombres, cuyas miras tendían a la destrucción de nuestra naciente labranza, posponiéndola a sus intereses privados. Grandes males debían originarse, cuando se paralizaba por algún tiempo el curso de la agricultura en un país que sin ella jamás progresará. Esta es la que constituye la verdadera riqueza de las naciones: si se aniquila o trata de destruir, decae la industria; sin esta, la ruina de los estados es invitable.

En todos los partidos de la campaña resonaban los clamores de los infelices labradores y ganaderos. Se había formado una liga de propietarios para arrojar a aquellos de sus hogares, con varios pretextos que daban colorido a la injusticia, y que eran el velo que la cubría. Estos hombres, ocupados de una escomunal (sic) ambición, procuraban eludir las más activas medidas del gobierno; y la ley, que prescribe la protección de las propiedades, la hacían servir a sus intereses, sobreponiendo estos al celo de aquel, mientras que entregado a sus meditaciones benéficas, formaba los planes más útiles de conveniencia general para la provincia. Pero el interés particular los entorpece, alejando todo aquello que estaba en oposición, con perjuicio notable de la causa común.

El número de esta clase perjudicial, por desgracia, se aumenta en nuestra campaña; y seguramente la de destruiría, arrojando de sus poblaciones a la clase productora, labradora y ganadera, en la que está refundido este trabajo, prevaliéndose al intento de una ley publicada con un más noble fin.

Cuando el gobierno hizo conocer al país sus verdaderos intereses, y las riquezas que en ella se encerraban, hemos visto desprenderse de la capital un enjambre de especuladores y ganaderos, y abarcar con sus fondos considerable extensión de terrenos; la mayor parte de estos, poblados de antiguo tiempo, y aun defendidos de los indios por sus poseedores, sin ser propietarios. Y he aquí que por la codicia de aquellos se han visto repentinamente hechos sus colonos; y por último, arrojados de sus hogares con sus familias y haberes, atacados con combinaciones judiciales las más fuertes, para ejecutarlos al desalojo. ¡Qué injusticia y qué despotismo!

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No podía la Comisión ser insensible al llegar a sus oídos estos clamores. No podía disimularlo sin dar cuenta al gobierno, prefiriendo los intereses particulares a la ruina de tantos miserables. No; ella llenó este sagrado deber, instruyendo sobre el particular y pidiendo un corto remedio a tan grave mal. En la sencilla exposición hecha a la superioridad, la Comisión no habló del abuso que se hizo del candor e ignorancia de los que tenían mejor derecho por su antigua posesión a una moderada composición. Tampoco del silencio que generalmente se ha guardado de este legal impedimento por los denunciantes en sus adquisiciones, ni de los reclamos desatendidos de muchos en las posesiones judiciales; solo contrajo su atención a hacer respetuosamente presente, se sirviese dispensar la protección y amparo a estas familias y a sus intereses, porque en otra forma iban a ser víctimas de la miseria; perdiendo la provincia los brazos agricultores ya formados, sin otro recurso que el de la mendicidad, que no podrían soportar con resignación, ni dejar de sentir del modo más vivo la indiferencia con que se mirasen sus ruinas. Por último, la Comisión expuso, que estos desgraciados tocaban ya la raya de la desesperación; y no tanto se empeñaban en permanecer en sus hogares, como en procurar terrenos donde mudarse, aunque a costa de graves atrasos y quebrantos, en sus haciendas y poblaciones. Que entre estos se contaba gran número de labradores, y muchos hacendados de mil, dos mil y tres mil cabezas de ganado, y a más los lanares, caballares y de cerda. Que era consecuencia necesaria de este despojo la mengua considerable de nuestras cosechas de granos: pues los propietarios no podían sostituirlas en muchos años. Que creía oportuna una medida que acomodase a unos y aquietase a otros, contraída a prevenir, por medio de una circular a los propietarios, que en el término de un año no innovasen, ni perturbasen a los situados en sus terrenos, dentro del cual procuraría el mismo gobierno proporcionarles otros en que pudiesen retirarse con sus ganados. En comprobación de lo expuesto, también añadió la Comisión, que solo en el terreno la Cañada del Toro, debían desalojarse más de ochenta de estos labradores; siendo muy probable que de los demás destinos, en solo el partido de Lobos ascendiese y aun excediese el número de ciento cincuenta, y enteramente imposible que pudiera llenarse este déficit de brazos labradores.

La medida propuesta parecía cortar los males, y dejar preparados pobladores voluntarios para los nuevos destinos que meditaba establecer el gobierno, como absolutamente necesarios a la extensión de la provincia. Igualmente se persuadía la Comisión, que el gobierno no tendría el pormenor de estas ocurrencias, y que era sumamente interesante la conservación de los primeros brazos del estado. Bajo de estos conceptos es, que creyó oportuno analizarlas a la superioridad, para que hiciese de ellas el uso que creyese conveniente.   —47→   A la verdad podría esta materia extenderse, pero las páginas de este diario no permiten hacerlo: él se contrae solamente al objeto principal de su tendencia. Sí se dirá, que el gobierno recibió con agrado las comunicaciones y trabajos facultativos que se le remitieron, y la parte activa que había tomado en favor de los débiles, añadiendo que proveería de oportuno remedio, como lo hizo y consta del Registro oficial. Encargó también a la Comisión que prosiguiese esta misma marcha, pues en ella servía al país y complacía sobremanera a las miras que el gobierno se proponía; no dudando que continuaría, hasta concluir la obra que había emprendido; siendo ciertamente uno de los objetos más dignos en que debía ocuparse.

Después de reunidos los auxilios, calculados según el tiempo que debíamos emplear en el viaje, y con respecto a la comitiva, aumentada doblemente con la de indios, la Comisión creyó no deberse detener un momento.

Día 11 de abril. Se emprendió la marcha, llevando los carruajes que van expresados, con ocho hombres auxiliares para el arreo de ganados y un baqueano que nos señalase los pasos únicos que franquean de menos riesgo los ríos Salado, Saladillo y Flores. En este día se cumplieron los deseos de la Comisión. Ansiaba ver el resultado, despreciando el peligro que por todas partes se le anunciaba: anhelaba poner en planta sus reducidos conocimientos en beneficio del país, que la honraba con un encargo de tanta importancia. Los descubrimientos y adelantamientos que podrían hacerse en el viaje en una campaña desierta, fértil y llena de hermosuras, era la idea constante que nos ocupaba: por ella estábamos prontos a sacrificar nuestra existencia, como se transmitiesen a la luz los conocimientos que adquiriésemos; el poder ser autores de alguno era lo que deseábamos, y esto nos compensaría al mérito que se creyese habíamos contraído; que se adelantase la geografía de este país, confusamente conocido en su interior, era el objeto más digno y más importante a que se nos destinaba; nuestras facultades y proporciones eran muy escasas; pero nuestra constancia y aplicación todo lo vencía; el riesgo era inminente, pero lo despreciábamos, como se lograse el objeto que nos proponíamos.

Rompimos la marcha, pues, descubriendo un horizonte con una hermosa perspectiva: un verde risueño y agradable le señoreaba, cubierto de poblaciones de labranza y ganadería, crecidos rodeos que pastaban alrededor de ellas, establecimientos de hombres industriosos cargados de una dilatada familia; esta es la población de todo este partido, y por esta   —48→   razón se le considera como el granero de la provincia, y el más industrioso y poblado de todos los demás de nuestra campaña. Su suelo fértil procura a sus habitantes grandes cosechas, y la reproducción es admirable por su feracidad: en ellos se hallan labradores de crecidas siembras, y sus establecimientos se hallan a tres y cuatro leguas al sud del pueblo; los más australes arriban hasta la costa del Salado, adonde hizo alto la comitiva para emprender la marcha al día siguiente.

El rumbo S 1/4 O fue constante desde nuestra salida, con algunas pequeñas variaciones, ocasionadas por las tortuosidades del camino, pero de poca consideración; se hicieron cuatro y media leguas de jornada hasta la estancia de un labrador, nombrado Araoz, tres cuartos de legua antes de llegar al Salado, uno de los principales en el partido. No hubo entorpecimiento en la marcha, por lo llano del terreno y fácil de transitarse hasta este punto; él es bastante seco, y en él se encuentran muy pocas lagunas, pero las que tiene le subministran por su magnitud la agua suficiente para sus haciendas. Algunos bañados se hallan con poca agua antes de llegar a aquel establecimiento; pero en la estación del invierno la mayor parte de este campo se inunda, no obstante que su nivel es el más elevado de todas las campañas vecinas, y superior al de la población; él va disminuyendo naturalmente hacia el Salado, como centro o depósito de todas las aguas que bañan la campaña del sud.

Día 12. A las 8 de la mañana rompimos la marcha, con un día claro y hermoso; brisa suave NO. El rumbo desde la salida fue S 1/4 O con algunas pequeñas variaciones; los baqueanos nos condujeron al paso del río Salado, por un camino seco, sólido, terreno elevado; algunas pequeñas cañadas se encontraron al salir de la parada, pero de poca consideración; al aproximarnos a las márgenes de aquel río, veíamos todo el horizonte cubierto de montes, al parecer poblaciones de labranza solamente, pues ganados no se veían por ninguna parte. Un aspecto bastante triste presentaba toda esta campiña, aunque por todas direcciones llena de bosques de durazno de los antiguos establecimientos. Pero muy poco tardó él desimpresionarnos de nuestra ilusión. ¡Ah!... Al acercarnos a ellos no encontramos sino vestigios de que un día existieron. Los bárbaros, en sus últimas y sangrientas incursiones, asolaron todos los situados en esta y la otra parte del río, en este partido. Al aproximarnos descubrimos las ruinas de aquellas pequeñas poblaciones de los labradores que un día servían de abrigo a su indigencia, y que el fuego devorador había consumido; solo existían tristes y ensangrentados restos de algunos árboles; rastrojos destruidos o pequeñas sementeras quemadas, que servían de sustento a las familias de un labrador honrado que allí moraba. Descubrimos más; vimos aun sus cadáveres, cuyos esqueletos servían de alimento   —49→   a los pájaros y fieras, al lado de los restos de un arado con el que hacía menos penosa su existencia. Por otra parte se encontraban huesos de cadáveres asesinados por el bárbaro, entre los arbustos y lagunas que la sorpresa les hacía ganar para defenderse; allí perecían, y aun más, llevando a la tumba el desconsuelo de ver arrastrada por los asesinos su mujer e hijos, los que se libraban de ser envueltos en las ruinas que el fuego consumía. Este cuadro, a la verdad lastimoso, no dejaba de conmovernos: formaba en nuestra imaginación ideas tristes, que correspondían al espectáculo que mirábamos; sentíamos la necesidad de que estos males se reparasen, aun cuando no fuese más que custodiar los que aun existían expuestos a sufrir la misma suerte cuando el incursor quisiese hacerlo; sentíamos la necesidad de que su custodia no se abandonase a manos de milicianos, que miraban con indolencia la pérdida que ellos mismos sufrían; preferían una fuga vergonzosa antes que socorrer al labrador anciano que perecía y a quien cautivaban sus familias, siendo partes ellos mismos en esta pérdida, pues era su propia sangre. Muchos sucesos semejantes nos han dado a conocer la desmoralización de la milicia en general de nuestra campaña, llegando a un estado más degradante la de la frontera: a la vista de un bárbaro enemigo despreciable, huyen y abandonan sus hogares, dejándolos entrar al pillaje. Multiplicados sucesos, repetimos, nos han demostrado el estado miserable de nuestros paisanos en la pelea con unos constantes desoladores de bienes y familias, y vemos cuán inútiles han de ser los esfuerzos que se premediten con ellos. Hemos visto emplearse el castigo que merecía la indolencia y cobardía de estos hombres, sin que haya producido efecto. Pero el castigo ¿qué efecto puede hacer en una clase de hombres que no defienden sus hogares, ni precaven la ruina de sus hijos y mujeres? No hay moralidad ni amor al suelo que los alimenta, y faltando estas calidades que deben revestir al ciudadano, no se pueden esperar acciones que los califiquen de amantes a su país.

Dejando a retaguardia este espectáculo afligente, nos dirigimos al paso del río, el que efectuamos a las 9 de la mañana: los carruajes pasaron sin tropiezo ninguno, a pesar que tuvieron que vencer a la entrada un bañado pantanoso, que acababa en la ribera; tenía muy poco cauce, que no pasaba de cuatro pies, y su ancho no sobresalía de 32 a 35 pies; su fondo de barro y lama, pero sin pantano; su curso rápido; su ascenso y descenso fácil; sin barrancas en más de media legua de su curso, siendo solamente una cañada, que el conjunto de aguas que recibe le hacen formar mayor cauce en su curso de O 1/4 N a E 1/4 S, no saliendo de la esfera de ella. El conjunto de arroyos que te entran en su curso al E le forman un cauce considerable, y en el invierno no da vado en ninguna parte. Los vecinos, establecidos en sus riberas, cuidan tener para el tráfico, una canoa que sirve para los transeúntes; y aun su paso en   —50→   esta, en la estación de las aguas, es peligroso; el ancho del río en esta época es constante, hasta que disminuyen aquellas; en todo su curso pasa de 800 a 900 pies, y su cauce es profundo. Efectuado este, entramos en una planicie elevada sobremanera a la de la ribera septentrional: un horizonte, hermoso y nivelado, se presentaba lleno de pequeños establecimientos de labranza, que nuevamente se habían repoblado, confiados en la próxima paz que debía efectuarse con los infieles; algunas sementeras que comenzaban a trabajarse y preparativos para una siembra considerable se hacían por algunos labradores de fondos. El terreno favorecía sus empresas, y confiados en su feracidad, se exponían a ser víctimas, no obstante que con alguna más seguridad y confianza, por las ocurrencias que observaban, de ver establecida una paz duradera con la Comisión que el Gobierno destinaba al efecto. Transitando por este mismo terreno, dejamos en menos de media hora a retaguardia las últimas poblaciones; a las dos leguas del paso del río, con el mismo rumbo, encontramos una laguna a la izquierda de la marcha, llamada de Biznagal, distante del camino seis, a seis y media cuadras. Reconocida, vimos ser de excelente agua, formada de manantiales al pie de un médano de poca elevación, situado al N E de su ribera; su circunferencia pasaba de 2000 pies; limpio su interior; su fondo arena, y cinco a seis pies de agua en su centro, siendo menos en sus orillas. En esta alegre posición parece, según noticias, hubo un establecimiento, que fue destruido y abandonado de su poblador por temor de los bárbaros. Continuando nuestra marcha por el mismo terreno, aun más elevado desde esta laguna para adelante que el anterior, desde ella hasta el Salado, arribamos a las tres de la tarde a la laguna llamada de Espejo, seis leguas del punto de salida, y del Salado cinco y cuarto, con el objeto de pasar allí, la noche para refrescar las cabalgaduras, y seguir la marcha al día siguiente. Desde la Laguna del Biznagal, no se encontró nada particular: hermosos pastizales de cuatro a cinco pies de altura; terreno seco y elevado, aunque gredoso en partes, y que generalmente se componía de tierra negra y vegetal; plantas ningunas; menos cañadas ni aguadas, hasta esta laguna en donde paramos, la que describiremos.

Se halla situada al pie de dos médanos o colinas, de más de 25 pies de elevación cada una, formada de un bañado y manantiales que vierten de estos: su agua regular; los medanos se hallan situados al S respecto a la circunferencia de ella, la que pasa de 4000 pies, extendiéndose al NE, por un bañado del que se forma principalmente su longitud pasa de 1000 pies, y su latitud de 400; su cauce profundo, y aun en sus orillas tiene doce a catorce pies; su interior lleno de junco y duraznillo; su fondo lama y barro; los pastos de su circunferencia fuertes y hermosos; la posición de los médanos bastante agradable; desde ellos se   —51→   descubre toda la planicie que la rodea, a más de tres cuartos de legua de diámetro. Algunos otros se descubrían al NE prolongándose al NNO, pero de menos elevación; leña muy escasa, siendo necesario hacer fuego con estiércol, que se encuentra en abundancia, de las muchas tropas de hacienda chúcaras que se hallan desparramadas en todo aquel campo, de las robadas por los bárbaros en la frontera. A las 5 de la tarde tuvimos una brisa NO que desterró los mosquitos que nos importunaban, y los que ya empezaban a encontrarse en la campaña.

Día 13. Claro y hermoso: calma por la mañana, a la tarde brisa fuerte del segundo cuadrante o rumbo SE. A las 6 de la mañana nos pusimos en marcha con rumbo S directo; los carruajes salieron más temprano para avanzar todo lo posible; con este rumbo caminamos media legua, al cabo de la que encontramos con el arroyo Saladillo, cuyo origen aun no es bien conocido; el que, según informes de personas inteligentes, desagua en el río Salado, distante del lugar en donde las riberas del de las Flores desembocan en el mismo 3/4 de legua al NO; en su paso, llamado de las Toscas, observamos corría de NO a SE; su cauce no excedía de tres pies; su agua salada más que la del primero en donde vierte; su ancho 7 a 8 varas, generalmente en más de media legua de lo reconocido; su fondo tosca, del mismo modo en la mayor parte de él, y en otras de arena; sin barrancas en ninguna parte; pastos fuertes en sus inmediaciones; su corriente rápida, más veloz que la del Salado7, y su ancho constante. Se halla en él pescado de pequeña magnitud, siendo el bagre negro, de un pie de largo, el que más se encuentra; el terreno transitado hasta el paso de este arroyo, es de la misma naturaleza que el descrito en la jornada pasada; el nivel del anterior igual; los pastos elevados y fuertes, tierra negra, con la diferencia de encontrarse algunas flores silvestres que podrían lucir en un jardín, y variedad de yerbas.

Efectuado el paso del arroyo sin tropiezo, seguimos la marcha por el mismo rumbo, pero por terreno enteramente diferente del anterior. A los 3/4 de legua de haber transitado, encontramos con una laguna a la derecha del camino, distante de este como 40 toesas; su circunferencia de 100 a 110 toesas; agua buena y mucho junco en   —52→   su interior. Desde este punto hasta la laguna llamada de las Polvaderas, distante 23/4 leguas, el terreno es diferente del anterior: en todo el tránsito de esta distancia se encuentran multitud de médanos y colinas que forman una perspectiva hermosa, creciendo sin interrupción hasta las cercanías de la laguna por la derecha del camino; su nivel es constantemente variado por estos médanos. El terreno es sólido, y la tierra negra y dura; los pastos cortos y fuertes en la llanura, y en las faldas y superficies de aquellos es mucho menos; se halla mezclado con piedras, aunque se encuentran pocas en las alturas.

A las 101/4 de la mañana arribamos a la Laguna de las Polvaderas, con rumbo S, distante de la de Espejo 41/4 leguas: su posición merece describirse. Su dimensión es de NO a SE de 550 varas, y de NE a SO de 711 varas: su figura rectangular, su agua exquisita, limpia en su interior; su fondo arena y tosca, su profundidad constante de 4 a 6 pies en su centro, disminuyendo alternativamente en sus orillas; barrancosa en la costa del E y en las demás que forma el rectángulo. Su nivel es poco menos elevado que el de su superficie, y el de aquella mucho más que el de las demás; se encuentra el pescado nombrado bagre-negro, de un pie de largo, en abundancia; sus pastos en los terrenos inmediatos son elevados y hermosos, y la tierra negra y vegetal. Al O, a distancia de 1200 varas, se ven varios médanos de arena que presentan una agradable perspectiva, de más de 12 varas de elevación; en su superficie se forma un pozo, o más bien una pequeña laguna, de 140 varas de circunferencia, formada de las aguas detenidas en aquella superficie, rodeada por todos sus lados por los mismos médanos. En ellos no se encuentra piedra; pero escabrosos en su acceso por hallarse llenos de variedades de espinas que lo hacen penoso, sin embargo de ser sus faldas extensas: el agua de la pequeña laguna que contiene en su interior, es algo salobre y bastante sucia; llena de junco y paja toda ella, conteniendo muy poca agua. Esta posición interesante llamó la atención de la Comisión, y durante su demora en ella, desde las 10 del día hasta las 6 de la mañana del día siguiente, se ocupó en levantar un piano, haciéndolo de modo que nuestros indios amigos no lo apercibiesen. Esta operación fue tanto más trabajosa, cuanto que el terreno más aparente para medir la base estaba a la vista del campamento, y cualquiera operación que allí se hiciese debían verla, de modo que fue menester con sumo trabajo cargar los instrumentos y medirla en un paraje retirado y oculto, a donde se proporcionase descubrir los principales puntos: cuya operación se logró sin dar a sospechar a nuestros cosacos, quienes celosos de sus terrenos, y maliciosos de lo   —53→   mismo que ejecutábamos, vigilaban y procuraban descubrirnos, lo que nos hubiera sido bastante funesto. El indio cona, que capitaneaba la partida de los guiadores, tenía sus sospechas que lo tenían sobresaltado, desde el momento que por descuido nuestro nos observó en la Guardia de Lobos con el quintante en la mano, tomando una altura, lo que lo asustó, y le hizo afirmar que llevábamos el gualicho. Esto mismo le confirmó lo que en Buenos Aires le habían dicho, que iba en la Comisión para hacer los tratados un oficial, que llevaba un anteojo con que se veía todo el mundo; esto le aumentó sus recelos, y procurábamos no hacerle traslucir ninguna operación, cuando él o algunos de los suyos se hallase presente.

Día 14. Nos pusimos en marcha a las 71/2 de la mañana, con un hermosísimo día: brisa suave del NO, rumbo S cuarta E. Con este rumbo hicimos alto a las 101/2 de la mañana en la costa de un bañado, distante del punto de salida cuatro y media leguas, cuyo paso costó demasiado a los carruajes; lo que ejecutado, se hizo alto en la parte opuesta para dar descanso a las cabalgaduras y seguir inmediatamente. El bañado no era extenso: su ancho no pasaba de 200 toesas; la mayor parte pantanoso, el terreno transitado era bajo y nivelado, su tierra negra y húmeda, los pastos regulares y todo él abundante de caza, principalmente de perdices que abundan asombrosamente; leña de cardo se halla también con abundancia. A las 21/2 de la tarde, después de haber descansado nuestras cabalgaduras, nos pusimos en marcha: el viento cambió al NE, y hasta las 5 siguió la brisa fuerte, y el tiempo parecía descomponerse y prepararse una furiosa tormenta. A las 51/2 hicimos alto en la costa de una pequeña laguna, distante del bañado 31/4 leguas y 73/4 del punto de salida. El rumbo en esta media jornada fue variable, pero sin salir del tercer cuadrante, siendo más general el S y O por las infinitas sinuosidades que hacía el camino, y también por librarnos de los bañados. El terreno era el mismo y de la misma naturaleza que el anterior descrito: la circunferencia de la laguna no pasaba de 150 toesas, la agua regular, y llena de pajonal y junco en su interior. A las 6 de la tarde calmó el viento del primer cuadrante, y parecía que una tormenta furiosa iba a descargar sobre nosotros: desde las 8 de la noche hasta las 6 de la mañana, reinando calma, llovió incesantemente, quedando nuestras tiendas y nosotros empapados, y en malísima disposición para seguir la marcha al día siguiente.

Día 15. Amaneció lloviendo hasta las siete de la mañana, reinando calma. A esta hora sopló8 una brisa del S, que despejó en algún tanto el horizonte. A las 71/2 nos pusimos en marcha, y a las 12   —54→   arribamos a la costa de una laguna, a la derecha del camino, distante 41/2 leguas del punto de salida, en donde hicimos alto para seguir la marcha después de mediodía, refrescado que hubiesen las cabalgaduras. En el rumbo hubo muchas variaciones, y las más notables de las singladuras fueron tres: la primera, desde la salida, con rumbo SSO, con el cual se hicieron dos leguas; la segunda al SO, se caminó una, y la tercera al SO 1/4 S, en una y media leguas, que hacen las cuatro y media avanzadas. La laguna en donde se hizo alto con este último rumbo SO 1/4 S es de figura circular, su diámetro 40 toesas, su agua buena, su ribera casi inabordable, por formarse toda ella de pantanos, y su interior lleno de lo mismo; su profundidad no excedía de dos pies, y en su centro llena de duraznillo, de que se proveen los transeúntes. El terreno es hermosísimo, su planicie horizontal, su superficie muy elevada, la tierra negra y vegetal, los pastos altos y hermosos, abundancia de caza de todo él, y principalmente de perdices, que con ellas se puede mantener un ejército desprovisto de víveres en estos desiertos; variedad de flores y plantas; y en fin, un país o campiña deliciosísima. A las 21/2 de la tarde seguimos la marcha, después que se hizo mediodía con rumbo S directo, brisa fuerte NO, y por terreno diferente del descrito, se hizo una y media legua de jornada, hasta arribar a la costa de un bañado, en donde se hizo alto, para pasar allí la noche, pues las cabalgaduras no podían llegar aquella tarde misma al paso del Arroyo de las Flores, por ser necesario atravesar bañados de alguna distancia y dificultosos. A una cuadra distante de la parada, sobre la derecha, se halla una laguna de figura irregular, de más de 400 varas de circunferencia, formada por un bañado que la rodea por todas partes, el cual se extiende y forma muchas más al O, cuyas aguas vierten en el Río de las Flores, próximo de este punto. Desde la salida del mediodía hasta la parada, transitamos por un terreno, aunque horizontal, pero muy bajo y de un nivel muy inferior al anterior; los pastos, la tierra y todo lo demás era de un bañado que en tiempo de lluvia sería inaccesible, y aun entonces se formaba de barros hasta las inmediaciones del otro en donde paramos. Advertimos que en esta pequeña distancia se encontraba aun más caza que en todo lo transitado: la perdiz y la mulita abundaba con exceso en todo el campo, y nuestra comitiva se proveyó con profusión, lo mismo que el avestruz, gama y venado, animal indígena que abunda con extremo. Pasamos la noche sufriendo una grande helada, y perseguidos por un enjambre de mosquitos que no nos dejaban descansar.

Día 16. Claro y hermoso: viento N, 42º NO. A las 8 de la mañana nos pusimos en marcha con rumbo SSO 12º O, no verificándolo   —55→   más temprano por haber precedido un reconocimiento que los baqueanos hicieron hasta el paso del Río las Flores, con el objeto de vadear los pasos de muchos bañados que se hallan desde el punto de la parada hasta aquel. Desde aquella hora hasta las 12, caminamos la mayor parte del camino por bañados dificultosos de transitarse con carruaje, hasta el otro lado del río, en donde hicimos alto; el rumbo SSO 12º O, con que salimos. Se caminaron 21/2 leguas por un bañado formado por dos cañadas; la primera que nace desde el punto de salida, y corre de NE a SO, la que se extiende por el camino, hasta unirse por medio del mismo a otra que corre al rumbo dicho, distante dos leguas de ella. De esta última aun se esparcen sus aguas más adelante, como de legua, o menos, desde donde comienza un grande albardón de buen terreno, hasta el paso de las Flores, de 11/2 leguas de extensión al rumbo andado, formando una gran planicie, hermosa y horizontal por los tres cuadrantes; de buenos pastos, tierra negra y vegetal, abundante de yerbas medicinales y flores odoríficas, ciervos, gamos, avestruces, liebres, mulitas, perdices, y toda clase de aves de caza que allí se encuentra, haciéndose más abundante en la ribera del río; estas aguas, que forman estos bañados, desembocan en el Arroyo de las Flores, siguiendo el rumbo dicho; su nivel es superior al resto del camino, y disminuye repentinamente como 4000 varas del paso, formando una planicie horizontal por donde corre el río. A las 12 lo pasamos, no dando mucho trabajo a los carruajes, aunque sus barrancas son elevadas; pero los transeúntes naturales lo han allanado un poco con su tráfico continuo, en donde puede pasar cualquier clase de rodado, y al que le dan el nombre de Paso de las Toscas; sus barrancas pasan en todo su curso de diez a once pies de altura. En su paso se observa, que el río corre de O 22º S a N 38º E; su paso es de tosca; su agua colorada, densa y salada, mucho más que la del nombrado Salado; su profundidad no excedía de 21/2 pies a 3; su velocidad no era constante, por la diferencia de nivel que se halla en su plan; pero en varios lugares donde se observó, recorría un cuerpo colocado en su superficie, un espacio de 50 pies en 28º de tiempo, y en otros parajes más y menos, pero en lo general la distancia calculada; la tierra de sus contornos es greda; su ancho es 42 pies generalmente; en él se halla pescado bagre en abundancia, y su cauce limpio sin maciegas, ni aun en sus barrancas. Efectuado el paso, se hizo alto en la ribera austral para descansar las cabalgaduras y despachar a una partida de milicianos que se nos franqueó por el Coronel del regimiento de campaña residente en Lobos, para que nos condujesen el ganado y caballada hasta este punto, desde el cual debían regresar incontinente a nuestra llegada. En efecto, en el mismo día se les despachó,   —56→   gratificándolos la Comisión, y con oficios de agradecimientos a su jefe; al mismo tiempo, el capitán cona hizo presente a la Comisión, que algunos indios que nos acompañaban, estaban destinados y encargados de sus correspondientes caciques, que en el momento de nuestro arribo a este punto debían adelantarse a dar cuenta a ellos del lugar en que nos hallábamos, y de acuerdo con la Comisión, nuestro compañero determinó que al día siguiente saldrían dos chasques, el primero hijo del cacique principal Avouné, y el otro para el cacique Lincon. A petición del cona, se les proveyó de yerba y tabaco para su viaje hasta los toldos; pidiendo al mismo tiempo se les obsequiase a los caciques con los mismos artículos, y con especialidad a su hermano el cacique Huilletrur y demás, quedando preparados los enviados para marcharse al día siguiente9.

Día 17. Amaneció nublado: brisa fuerte S 10º E; parecía que una tempestad, que se formaba al S, debía descargar muy pronto. A las 8 calmó la brisa, y en el momento cubrió el horizonte la niebla que impedía seguir la marcha, porque los baqueanos, con la tormenta este inconveniente, temían perderse. A los 81/2 despejó en algún tanto, y la tormenta variaba de rumbo, lo que nos determinó a seguir la marcha, la que se efectuó a esta misma hora con rumbo S 12º SO, por un terreno elevado, horizontal y duro; a la hora de jornada siguió el viento anterior con mayor fuerza, despejando enteramente la niebla, apareciendo nublado la atmósfera. A las 12 hicimos alto en la margen de un pequeño juncal a la izquierda del camino, para descansar y seguir la marcha después de mediodía, distante del arroyo 41 leguas al rumbo dicho. El juncal, o pequeña laguna, no excedía de 200 varas de circunferencia; su agua mala, e inabordable por los pantanos que lo rodean; a las 91/2 elegimos la marcha,   —57→   siempre con el viento S en cara, el que a las 2 despejó enteramente el horizonte; a las 61/4 de la tarde y a 41/2 leguas de la parada de mediodía, hicimos alto en la margen de una hermosa laguna, llamada por los indios de Nulquiñeu. Antes de llegar a ella, como a 35 cuadras de distancia, se encontró un hermoso lago de más de 1300 varas de circunferencia; buena agua, bastante profundidad, llena de junco en su centro, situado en un terreno elevado, abundante de leña de duraznillo y biznaga en sus márgenes. La de la laguna de Nulquiñeu es mayor, y sus calidades la hacen más recomendable; ella pasa de 1400 varas, de buena agua; llena de ella de junco y duraznillo; su interior barro y casi toda sin barrancas; su profundidad no excede de 3 a 4 pies; su agua colorada y dulce; abundante de maciegas de pajonal en sus orillas; una parte de ella, que mira al primer cuadrante, está cubierta de un monte de hinojo y biznaga, de donde se proveen los transeúntes a la ida y vuelta con los artículos de su comercio; en ella ha habido poblaciones o tolderías, las que se retiraron en el año pasado, cuando fueron atacados por la expedición del O. En este espeso monte, que tiene más de 300 varas de circunferencia, encontramos animales feroces, como tigres, leopardos, etc., que se abrigaban dentro de él; se halla situado en la parte más elevada de su circunferencia, en terreno duro y sin pasto, ni yerba alguna. En la jornada se caminaron 9 leguas, al rumbo S 12º SO que fue constante desde el paso del río hasta la parada, efectuada a las 61/2 de la tarde; el terreno transitado era nivelado, y su horizonte se perdía sin diferencia ninguna; sus pastos fuertes y altos, su tierra negra, abundante de yerbas y flores silvestres; cubiertos de gamos, ciervos, avestruces, caza, etc., etc. Este terreno por lo transitado era enteramente diferente del N de las Flores; su nivel, la calidad de las tierras, los pastos, las yerbas, las flores, y aun las aguas, lo distinguen de aquel; en las 9 leguas transitadas, no se encontró una sola vara de bañado.

Los indios destinados para enviados, marcharon como buenos baqueanos al rayar el día, dando siempre fuego al campo sin interrupción, a poca distancia que andaban; telégrafo adoptado por todos para comunicarse sus novedades, y hacer saber el lugar en donde se hallan. Pasamos la noche sufriendo una fuerte helada, que cayó desde las 7 de ella hasta las 7 del día siguiente.

Día 18. Claro y frío; brisa suave S; la niebla cubría el horizonte, haciendo un frío extraordinario. A las 11 vimos el sol, que despejó y calmó el frío; a esta hora nos pusimos en marcha con rumbo   —58→   S 4º SSO; a la 11/2 leguas se cambió de rumbo al SSO a las 121/4 de la tarde, y se caminaron con él 3/4 de legua; a las 2 se cambió nuevamente al SO, con el que se caminaron 11/4, a donde se hizo alto en la orilla de una laguna llena de junco, a la derecha del camino. Estas variaciones tuvieron efecto a causa de no encontrarse aguada para hacer la parada, transitando por un terreno seco, duro y elevado, semejante en sus calidades al descrito en el diario anterior. Su nivel el mismo y sin interrupciones; sus pastos iguales; abundante de caza, y al mismo tiempo de mosquitos y tábanos, que con el sol hacían insufrible la marcha, y fastidiaban a las cabalgaduras. De esta plaga abundan estas campañas despobladas, y desde nuestra salida hasta este lugar la hemos encontrado, pero con mayor abundancia en la parte opuesta de la ribera de las Flores. Esta plaga se destruye, o gana los pajonales, en donde se abrigan desde las 5 o menos, de la tarde; cuando la brisa continúa del 3.er cuadrante reina en aquella hora, y sucede la helada o fuerte rocío, que obliga a cualquier viajero a arroparse y guarecerse de las tiendas, para hacer más llevadero los trabajos de la marcha, por un país desabrigado y expuesto a la más cruda intemperie. Esta operación nos veíamos obligados a ejecutarla, siendo enteramente imposible proseguir la jornada con la luna por este inconveniente, al que no resistirían las mejores cabalgaduras. La laguna en donde se hizo alto se componía toda ella de junco, y era pantanosa en sus márgenes; su agua regular, su circunferencia de más de 200 varas, y abundante de buenos pastos en más de 6 cuadras de radio, tomada como centro de una circunferencia. En ella pasamos la noche, sufriendo la helada que imposibilitaba que la jornada del día siguiente se hiciese temprano, hasta que el sol no tuviese 40º a 45º de elevación sobre el horizonte.

Día 19. Amaneció nublado, amenazando agua, aunque con brisa fuerte O 20º NO que parecía debe pasar pronto; a las 61/4 de la mañana nos pusimos en marcha con rumbo SSO. A la partida nos advirtió nuestro amigo y baqueano cona, que más adelante no se encontraría leña, ni tal vez agua, y que se cargase toda la que se pudiese, por si acaso no se encontraba: lo que así se efectuó. Se observó por la mañana, a las 61/2 al rumbo S 10º SO, dos mogotes de la sierra, los que a la simple vista eran imperceptibles, mezclados con el nublado y cerrazón de la mañana, y la distancia en que se hallaban de más de 18 leguas. Informados de los naturales, nos dijeron que era la llamada Sierra de Curacó; que los dos mogotes que se divisaban, pertenecían a esa misma sierra, y que algunas leguas más adelante veríamos más claramente su encadenamiento con otra, llamada   —59→   Sierra Amarilla, que quedaba más al S. Seguimos la marcha con el rumbo dicho, dicho, y el día no aclaraba, calmando la brisa del O y preparándose para llover, lo que nos impedía cada vez más que, al aproximarnos a la sierra, fuésemos descubriendo sus ramificaciones y sus vistas. A las 10 se hizo alto en la costa de una pequeña laguna llena de maciegas, a la derecha del camino, distante 31/4 leguas del punto de salida; allí se hizo alto, con objeto de descansar, y de mediodía; el juncal con agua no pasaba en circunferencia de 150 varas, lleno de barro y mala agua. A la 11h 10’ seguimos la marcha con rumbo S 12º SE, y desde esta misma hora comenzó a llover incesantemente: pero a pesar de esto, seguimos hasta completar la jornada; a la 11/2 leguas de camino con este rumbo, se cambió al rumbo S 35º SE para encontrar aguada y pastos regulares para hacerla parada. Con él se caminó 11/2 leguas, en donde se halló una laguna pequeña, como de 50 varas de circunferencia, con un depósito de agua llovediza y buena, en donde se hizo alto. La agua seguía a las 4 de la tarde en que se paró, y permanecía cerrado el horizonte; deseábamos que cuanto antes se aclarase, para descubrir las vistas de las sierras por donde debíamos pasar.

El terreno transitado en esta jornada era nivelado y horizontal, sin diferencias ningunas; buenos pastos y elevados; caza abundante; tierra negra sólida y vegetal; abundante de yerbas y flores campestres, aunque sin aguadas permanentes mucha parte de su extensión.

Día 20. Nublado, calma; brisa muy suave del NO; a las 71/2 vimos el sol, y en el momento volvió a nublarse. A las 6 nos pusimos en marcha con rumbo SSO, descubriendo con bastante claridad las sierras de Limahuida y Curacó, demorando el mogote de la primera al rumbo S 12º SE, y la segunda al rumbo SSO. El cerro de la de Curacó era de mayor elevación que los que se veían de la otra, no obstante que aun no se descubrían con claridad por el día aturbonado, y aguardábamos a la parada para determinar su perspectiva de un punto fijo, y con mayor claridad si se despojaba el horizonte. Seguimos la marcha con el rumbo dicho, guiados por el cona, quien a 1/2 legua de distancia a vanguardia, recorría todos los lugares en donde se encontraba aguada o lagunas capaces de hacer la parada; guiando y descubriendo al ingeniero, uno de los de la Comisión, para reconocerlos de un modo que no diese que sospechar, así se lograba que la Comisión averiguase las particularidades del terreno. A las 10 de la mañana se hizo alto en la margen de una laguna pequeña, a la izquierda del camino, llena de maciegas y buena agua, 4 leguas distante   —60→   del punto de salida; en el rumbo hubo variación; con el de la salida se caminó 11/4 leguas; con el rumbo S 16º SO, 13/4 leguas, y con rumbo S 12º SO, 1 legua. Desde este punto observábamos las sierras con alguna claridad; ellas son hermosas, aunque de poca elevación, presentan una perspectiva agradable, formando las dos ramificaciones un seno o abra, al que nos dirigimos. Ellas son ramificaciones de las primeras, Volcán, Tandil, etc. ya descubiertas, pero estas no se encontraban en ninguna carta, y nos sorprendimos cuando con el rumbo andado encontramos estas sierras, pues creíamos que el encadenamiento primero de las dichas no continuase al NO como se descubría, formando con ellas una unión subversiva, reunido aquellas su origen o su principio. Al pasar por ellas determinamos observar la latitud, para de este modo fijar su verdadera posición y el curso de sus continuas ramificaciones, que se prolongaban al NO por la de Curacó en donde concluyan, y en donde se halla el nacimiento del Río las Flores. Estas sierras, o primera cadena, se introducen a las pampas del NO, comenzando desde el paralelo de los 37º, y concluyendo en el de los 36º 30’ en su prolongación al occidente. Deseábamos acercarnos hasta su paso, para hacer allí la observación, de manera de no ser vistos por nuestros indios que nos espiaban.

A la 1h y 8’’ seguimos la marcha, con rumbo S 8º SO, a una laguna pequeña que nuestro baqueano nos indicó se hallaría a poca distancia y muy inmediata a la sierra; en efecto a la 13/4 leguas con aquel rumbo la encontramos, en la que se hizo alto, por hallarse las cabalgaduras fatigadas, y encontrarse allí leña y agua buena, capaz de proveernos de ambos artículos, y continuar al día siguiente el camino siendo al mismo tiempo lugar propio para la observación que tratábamos de hacer. El punto en que nos hallábamos de parada era el mejor para aquella, situado en medio del seno formado por las ramificaciones de las sierras de Curacó y Amarilla. Con cautela se hicieron descargar los baúles en donde venían colocados los instrumentos de observación, y se dejaron preparados para la noche, de modo que ni el cona, ni sus compañeros lo trasluciesen. La tarde se hallaba despejada y hermosa, el sol se puso a las 5h y 26’ de la tarde, y desde el punto de parada se sacó la perspectiva de las sierras, que se nos presentaban a los rumbos en donde hemos dicho demoraban.

La parte de terreno transitado, desde la salida del mediodía, era de la misma naturaleza que los anteriores descritos: algunas diferencias de nivel se observaban por su aproximación a las faldas de la sierra; la tierra era gredosa y arenisca, y se hallaban algunas piedras en el tránsito; los pastos cortos, y no tan fuertes como los   —61→   anteriores; abundando la caza de ciervos, gamos y liebres, más que en los campos del norte.

El oficial ingeniero de la Comisión, a su salida de la capital no perdió los instantes que se le presentaban para adquirir todos aquellos conocimientos y datos que sirviesen para hacer más apreciable de las ciencias las observaciones que practicase en el curso de su comisión, como se verá más adelante en sus trabajos. Reunió todos los datos de las tablas astronómicas y del almanaque náutico, para aprovechar la feliz oportunidad que se presentaba de determinar por observaciones científicas los puntos principales de un terreno desconocido y lleno de preciosidades, que debían aumentar los conocimientos geográficos de esta parte interesante de la América meridional, cuyo viaje debía reputarse como necesario y urgente; y al mismo tiempo esperar de él los mejores conocimientos en el vasto campo que nos presentaba una naturaleza virgen.

El oficial ingeniero no perdía la oportunidad que se ofrecía de hacer las observaciones, ocultándolas a los bárbaros que nos acompañaban, y que no dejaban burlar su vigilancia, mayormente cuando se hallaban con prevención para tenerla. Una operación delicada como esta no permitía que se hiciese sin las comodidades que son necesarias, mayormente cuando se observaba con horizonte artificial. Los inteligentes en estas operaciones de la geodesia conocerán cuánto es el mérito que se contrae en hacer una observación entre gente desconfiada, que a la sola vista del quintante o sextante temblaban y, concebían supersticiones funestas para el observador. No solamente veíamos pintado el peligro en nuestro viaje, al ejecutar aquellas operaciones, sino que ni el relox se podía sacar a luz delante de alguno de ellos; mucho menos la aguja, que era necesaria para determinar el rumbo de la jornada, sus variaciones, y los objetos que se descubrían sobre el horizonte. Pero a pesar de esto, la Comisión trabajó sin temor, engañando algunas veces, cuando éramos vistos, a los indios con dádivas e insinuaciones que aquietasen su ánimo exaltado.

Así pues, la noche del día 20 nuestros indios dormían desde la 61/2 habiendo llegado fatigados de lo penoso por la jornada: con esta oportunidad, y a tientas, se preparó el horizonte artificial, en una mesa colocada en un plano nivelado, y el quintante pronto y corregido para hacer la observación detrás de una de las tiendas de campaña; la noche estaba serena por fortuna, y el horizonte no sufría ningún movimiento. Los datos para las observaciones sacados de los   —62→   almanaques, eran para hacerlas con el planeta Marte, con el mismo que hemos dicho se observó en el pueblo de Lobos. Por ellos sabíamos que el día 20 debía pasar por el meridiano a las 7h 53’ de la noche10 y a las 71/4 estuvimos aguardándolo, con el cronómetro arreglado por una altura meridiana desde nuestra salida; en el curso del viaje no fue posible tomar otra para arreglarlo nuevamente, y así hicimos uso de él en el estado en que se hallaba cuando salimos. En el momento de pasar por el meridiano el astro observado, se determinó su altura, y el cronómetro dio las 7h y 55’, 2’ más que lo que señalaban las tablas, lo que prueba que el relox había variado desde el 11 hasta el 20, 2’. La altura observada fue de 73º 34’ 10’’: hechas las correcciones precisas para las observaciones con horizonte artificial, dio por resultado 36º 45’ 10’’ de latitud austral, y por la longitud 54º 13’ al occidente del meridiano de Cádiz, calculada por el estado del cronómetro y la diferencia de longitud contraída en el viaje. Hecha esta importante operación, tratamos de completarla, levantando a todo riesgo el plano del paso de las sierras; punto interesante y que presentaba una hermosa perspectiva. En efecto, habiéndose cargado con sigilo los instrumentos, se dejaron prontos los necesarios para hacer la última operación, y que debían transportarse a caballo al lugar adonde debía medirse la base, para determinar los puntos más remarcables desde ella, midiéndola primeramente en un lugar oculto. Pasamos la noche, en la que cayó una fuerte helada, deseando amaneciese para dar principio a la obra proyectada.

Día 21. Hermoso y claro: brisa fuerte SO. A las 53/4 seguimos la marcha con rumbo S 20º SO, llevando consigo la leña y agua que pudo cargarse, según advertencia de nuestro baqueano, pues no se encontraría sino a nueve o diez leguas. A las 101/4 se hizo alto en la orilla de un juncal con agua, pero mala, y muy poca, que ni las cabalgaduras podían tomarla, haciéndose uso de la que se había cargado, y también de la leña, por no hallarla. Este punto se halla a cuatro leguas de la salida; la circunferencia del juncal no excede de 170 varas, y es muy probable que en tiempo de aguas esté llena de ella.

Acordado con el oficial ingeniero el levantamiento del plano del paso   —63→   de la sierra, dispuso este que los instrumentos que debían servir11 para la operación, y que al efecto se habían dejado prontos, cargasen con ellos los soldados de la escolta y lo acompañasen hasta el punto en donde debía medirse la base. Esta operación se ejecutó cuando habían marchado con todo el tráfago el capitán cona y los suyos, quedándose la partida con los instrumentos tapados a retaguardia, hasta dejar que avanzasen terreno los carruajes, traspasasen la sierra y nos dejasen libre el seno para trabajar sin ser vistos. Se hallan situados dos senos12 en la medianía del paso, en cuyas faldas, o antes de ellas, debía medirse la base, por hallarse centrales, y poder descubrir con facilidad todas las elevaciones o puntos principales de ambas sierras, que forman la abra o seno.

Ayudado de los asistentes, el ingeniero midió la base a distancia de 500 toesas de las faldas de los cerros, en un terreno elevado, horizontal y nivelado, desde cuyas extremidades se podían medir los ángulos formados por ella, con los puntos que debían formar el plano. Medida la base de 1100 varas al rumbo E 11/4 S, O 1/4 N se logró determinar los diferentes mogotes de ambas sierras, que daban su verdadera posición, y la situación de unos con respecto a otros. Concluida esta operación, se procedió a tomar los detalles particulares, que desde las extremidades de la base era dificultoso tenerlos.

Se logró efectuar esta operación, con sumo trabajo, aunque sin toda la exactitud que su delicadeza demandaba, y aquel grado de perfección de que es susceptible esta clase de trabajos. Porque, aun cuando los instrumentos y útiles precisos, hubiesen sido tan exactos como era necesario, la premura del tiempo el sobresalto en que trabajamos de ser vistos, la priesa que nos dábamos, y las pocas manos que nos ayudaban, todo nos impedía de proceder, aunque quisiésemos, con mayor exactitud. Sin embargo, la Comisión puso todos los medios que estaban a sus alcances, para obtener un resultado satisfactorio, y que sirviese de base a ulteriores observaciones.

En los detalles particulares describiremos algunas de importancia, tomadas en la sierra. Los dos senos que hemos dicho, situados en el centro de la abra, se hallan de tal modo colocados con relación a los demás, que guardados estos, ningún transeúnte podría pasar por la abra. Los   —64→   dos cerros son dos conos truncados, el primero que se halla al SE del paso, y más cercano a la sierra Limahuida, tiene 40 varas13, y el segundo situado al NO, próximo a la sierra de Curacó, 32 varas de altura; sus faldas se unen, formando un arco cóncavo, cuya cuerda tiene 1178 varas, que es la distancia a que se halla uno de otro, hasta sus cúspides. La meseta del primero, o corte del cono, tiene de diámetro 196 varas, la del segundo 228 varas, formando ambas una circunferencia regular. La circunferencia de la base del primero o del cono, tiene 1168 varas, la del segundo, 1369 varas14. Por lo calculado, se ve que la altura del primero excede la del segundo en 8 varas, y que la circunferencia de las bases, la segunda excede a la de la primera en 200 varas; por lo demás sus figuras son semejantes, y su posición hermosísima15. La meseta del primero es impenetrable, formada toda ella de piedra pedernal: una sola pequeña abertura al NE sirve para introducirse. La del segundo es accesible por el NO, siendo lo contrario por las escabrosidades en los demás rumbos.

En las sierras se hallan algunos mogotes inaccesibles y elevados. El principal de la sierra de Limahuida, situado al SE del paso, tiene 65 varas de elevación, y sobresalen sus picos a la perspectiva de ella. Las demás de esta sierra no pudieron medirse por la premura del tiempo; pero todos los demás que forman la ramificación, son colinas de 20 a 25 varas de altura. En la ramificación de la sierra de Curacó se hallan dos bastantes elevados, y son los primeros que se aperciben a distancia de 10 a 12 leguas. El primero, situado al N 15º NE, tiene 89 varas de elevación; el segundo al mismo rumbo, 74 varas, distante uno de otro más de 1500 varas.

Esta posición interesante debe mirarse como tal, y ser al mismo tiempo útiles los conocimientos que sobre ella se hayan adquirido, para aprovecharla con datos seguros de lo que en ella se encierra, y las ventajas que de ella se puedan sacar, principalmente para el establecimiento de una fortificación o de un punto militar. Desde el principio de las sierras en el Volcán, hasta las faldas de la de Cairú16, es decir, desde los 37º, hasta los 35º de latitud austral, no se halla un punto más interesante   —65→   ni más ventajoso para una fortificación17. Su construcción sería fácil, pronta y poco costosa. Dos baterías colocadas en los cerros descritos, guardarían la entrada y salida de este paso, surtidas de un par de piezas de artillería en cada una: los materiales allí se encuentran, la piedra y la cal de conchilla, fácil de hacerse, o por tapias, que son más usuales en nuestras obras de fortificación.

Concluida la operación, condujimos, sin ser vistos, todos los instrumentos para acomodarlos en la carretilla que los conducía, la que al efecto se hizo demorar a doce o trece cuadras de los cerros al sud, siguiendo con ella hasta una laguna, cuatro leguas del punto de salida, al S 15º SO, en donde se hallaba acampada la comitiva, desde las 101/4 de la mañana, aguardándonos para seguir adelante. Luego que llegamos, fatigados del trabajo, nos propusimos descansar, y al mismo tiempo no dar a conocer a los indios, en nuestro semblante y acciones, que acabábamos de efectuar alguna operación oculta que les causase celos o diese a sospechar, en su modo de juzgar, o en su barbarie, se hacían cosas sin que ellos las supiesen. La laguna era un juncal con poca agua, de 120 varas de circunferencia poligonal, llena de barro y casi toda ella seca.

Se observó en esta parada la variación de la aguja, de 17º 10’, para trabajar con mayor exactitud el plano levantado.

Después de mediodía nos pusimos en marcha, a la 11/4 de la tarde, con rumbo S 10º SO, por un campo hermoso, llano y horizontal. Los calores del sol se dejaban sentir en la llanura; con este rumbo caminamos dos leguas, y enseguida nuestro baqueano tiró al SSO 15º O, con el que se caminaron dos leguas más; y hallándose fatigadas las cabalgaduras, se determinó hacer alto a las 41/4 de la tarde, en la orilla de un juncal, a la derecha del camino, distante de la salida del mediodía cuatro leguas, es decir, ocho leguas de jornada, y en línea recta siete y media por lo calculado. El juncal tiene 200 varas de circunferencia regular: de agua buena, accesible por todas partes, y llena de junco, biznaga   —66→   y duraznillo en su centro: del que nos surtimos de leña, que no se encontraba desde el principio de la jornada. Las calidades del terreno transitado son las mejores que puedan encontrarse en los vastos campos que habitan estas tribus. Los campos inmediatos, a una y media o dos leguas de las primeras sierras al N o al S, son deliciosísimos, y apropósito para la labranza y cría de ganados; posiciones ventajosas para establecimientos, aguas las mejores de los arroyos que descienden de las sierras; abras, colinas y llanuras para poblaciones, y demás en esta clase de terreno, que si fuese cultivado, nos daría producciones exquisitas que de él se podrían sacar con abundancia. Fácil es citar otras comarcas, en donde, semejante la naturaleza, se disfruta de abundantes cosechas de todos granos en la labranza de la agricultura. Ventajas incalculables, repetimos, conseguiríamos si fuesen los poseedores de ellos. En ningunos puntos con más comodidad y utilidad se podrían establecer fortines o reductos, fortificados ellos mismos por la naturaleza, y guardados por muy corta guarnición, que con los diferentes puntos que tenemos allí, en una línea bien concertada de defensa, tal vez ocuparían un lugar en ella.

Pasamos la noche con comodidad, calmando la brisa del SO a las seis, la que no cesó en toda la mañana y tarde, recibiendo una lluvia que descargó fuertemente a la noche. No dejábamos de tener algún pequeño sobresalto por nuestros compañeros, que maliciosos de nuestra conducta por la mañana, murmuraban de ella toda la noche, según informes del intérprete. A las tres de la tarde vimos una partida de jinetes al NO, que se dirigía hacia nosotros. El capitán cona, y uno de los suyos picaron y salieron a su encuentro; a media legua de haber avanzado se reunieron con otros indios paisanos que venían de regreso de la frontera, y temerosos que fuese alguna partida de cristianos armados, trataron de reconocerla para dar cuenta; pues, por el recelo de ser invadidos, reconocían el campo diariamente. Supieron por el cona, que era la Comisión que iba a tratar de paces; y contentos con verla tan cercana a sus poblaciones, se retiraron a llevar primeros la nueva de aquel encuentro a sus camaradas, pegando fuego al campo18, y marcando su camino para ser visto   —67→   y seguir sus huellas por el mejor terreno. Temerosos, como hemos dicho, de ser invadidas19 todas sus poblaciones situadas en la sierra pasada, es decir, desde el Volcán hasta el Cairú, fueron abandonadas por sus dueños; entre ellos el célebre cacique Ancafilú y Pichiloncoy se retiraron a la vista de la segunda sierra de la Ventana. Las poblaciones las desampararon poco antes del paso de la Comisión por la sierra, pues se encontraban aun claros en donde habían existido. El cacique Ancafilú fue el primero que abandonó la suya, situado con su tribu en las márgenes del arroyo Chapaleofú, cerca de las faldas del Tandil, cuando fue sorprendido y acuchillado en la expedición del año 20 (en donde nos hallamos) hasta cerca de la Ventana, adonde permanece al presente.

Día 22. Claro y hermoso; brisa fuerte SE. A las 51/2 de la mañana nos pusimos en marcha antes de salir el sol, con rumbo SSO 10º SO, con un frío y helada intolerable, que esparcida en los pastos hacia dificultoso el transitar a caballo por su altura. Se cargó toda la agua y leña que se pudo, por aviso de los baqueanos, que temerosos de no encontrarla, hicieron la prevención. A las 111/2 hicimos alta en la margen de un juncal seco con leña, 53/4 leguas de la salida. En el rumbo hubo variaciones para buscar el agua con que refrigerar a las cabalgaduras y hacer la parada. Las dos primeras leguas se hicieron con el rumbo de 14 salida, SSO 10º SO; las dos siguientes, con rumbo SSO 15º SO, y el resto de 13/4 leguas, con rumbo SO. La escasez de agua en el juncal hizo que los peones de la comitiva hiciesen una excavación para encontrarla pero fue en vano: cavaron más de una toesa cuadrada, y no dieron sino con duros terrones de piedra arenisca, que inutilizó el trabajo hecho. Este descubrimiento, y otros muchos, nos confirmaron en que todo el terreno, desde el paralelo de los 36º 30’ de latitud hasta el de los 37º 30’ de latitud austral, es de piedra en su interior, a distancia da 11/2 a 2 pies. Esta observación fue hecha por Zizur en su viaje a Patagones, abrazando menos terreno en su cálculo. Las excavaciones continuas en nuestra marcha nos demostraron que su aserto era exacto. Después de mediodía, y después de haber desesperado de encontrar agua para las cabalgaduras, que en todo el día no habían tomado, arribó a nuestro campo el cona, de vuelta de buscarla, y que avergonzado, se había adelantado a ver si la descubría. Este nos dijo que a 11/4 leguas de distancia se hallaba una hermosa laguna, en donde teníamos buena parada, agua y pastos suficientes para los animales. Con este aviso seguimos adelante a la 11/4 de la tarde, con rumbo SSO 10º SO. A las 22/4 arribamos a la laguna, a la izquierda del camino, adonde hicimos alto. Se dio agua a la caballada y bueyes, y   —68→   pasamos la noche con comodidad. A las 8 calmó la brisa SE, que en toda la tarde siguió sin interrupción.

En la noche, después que todos los indios dormían, el oficial ingeniero, no desperdiciando el momento que se le proporcionaba para trabajar, empezó a hacer el borrador del plano levantado hacía dos días, según el cuaderno de datos que llevaba. Estando para concluirlo, encerrado en la tienda de campaña, con un farol, dos instrumentos y el plano sobre una mesa, abre repentinamente la puerta, y entra el indio cona desnudo. El bárbaro, sorprendido al ver los instrumentos, la aguja, el plano, las líneas, etc., preguntó ¿qué era aquello? (por el dibujo) el ingeniero le contestó, que era una pintura que había en Buenos Aires. Entonces repuso, sonriéndose, que era muy vale20, y se retiró a su rancho. Esta visita imprevista no dejó de sorprendernos, pero en aquel momento lo primero que procuramos fue cubrir la aguja de marear con un papel, para que no pudiese verla y le causase sorpresa, o creyese que llevábamos gualicho, o cosa mala. Antes de retirarse, le convidamos a cenar, lo que aceptó con su semblante grave, pero con agrado. La figura de este pampa, a pesar de su ceño, es hermosa y severo, sus facciones toscas y bien hechas, su talla alta, corpulento y bien proporcionado21. Guardado todo para no exponernos a un segundo chasco, vino el indio y cenamos con él; se despidió segunda vez, y se fue a dormir.

Día 23. Nublado y calma. A las 6 nos pusimos en marcha hacia las primeras tolderías, que según el baqueano cona distaban una jornada de la parada, con rumbo SSO 50 SO. Antes de partir supimos que un peón había descubierto una hermosa laguna, habiéndose apartado del camino. El oficial ingeniero en el momento se puso a caballo, y con el descubridor, y algunos instrumentos, marchó a reconocerla. A la 11/2 leguas de marcha al O SO encontró con ella, transitando por un terreno bajo, húmedo y lleno de cuevas de vizcachas, leones, etc.; los pastos elevados, y la tierra negra y blanda. La laguna era hermosa, llamada por los naturales de Milli-Lauquen; y el oficial ingeniero, haciendo un reconocimiento momentáneo y pronto, no tuvo más lugar que para medir una pequeña base con una aguja de demarcación, y determinar su circunferencia y su figura con toda la exactitud que daba el instrumento, provisto de dos pinolas. El terreno en donde se hallaba era sumamente bajo, y en ninguna parte   —69→   de su circunferencia tenía barrancas. Su figura era irregular, y su ámbito de 9227 varas, por lo calculado en la determinación de algunos puntos más remarcables. En la parte que mira al NE, se halla un juncal o hinojal, que forma un bosque, y también en otros lugares. En su centro encontramos y determinamos un albardón de tierra, o islote, de figura irregular, lleno de maciegas, en donde había inmensidad de patos y caza de todas clases; su circunferencia era de 192 varas; su agua un poco salobre, pero potable. En este paraje, según noticias, habitaba una numerosa toldería, la que había sido abandonada. En nuestro reconocimiento, aun hallamos algunos parajes que demostraban habían sido habitados. Concluida nuestra operación, se retiró el oficial ingeniero a reunirse con la Comisión que, desde las 6, había avanzado terreno durante este trabajo, cortando el campo al S, para encontrar el camino que habían llevado. A la 11/4 leguas encontró con él, y siguiendo por la huella de los carruajes se reunió. A las 10 despejó el horizonte, y vimos el sol, con brisa fuerte del SO.

A esta hora nuestro compañero cona dio parte a la Comisión que ocho indios jóvenes, parientes de otros tantos caciques, y a nombre de ellos, venían a felicitarla. El lugar del aviso no era propio para recibirlos, y a media legua más adelante se hizo alto, para cumplimentarlos, a las 41/2 leguas de la salida. Los comisionados, después de esta ceremonia, dijeron al Coronel enviado, que los caciques principales Lincon, Avouné y otros de segunda clase, los enviaban a felicitar a la Comisión por su feliz viaje hasta aquel punto; que, suplicaban los caciques que apresurase sus marchas, pues lo deseaban para entablar la paz que tanto anhelaban. Que marchase segura que no sufriría ningún daño, ni menos ultraje alguno de las tribus; añadiendo los comisionados, que el cacique principal Lincon no tendría el gusto de abrazar a su antiguo amigo el Coronel comisionado, hasta pasado cuatro días que eran necesarios para reunirse y conferenciar con todos los caciques, destinar el lugar en donde debían ser los tratados, y día en que debía reunirse para ello; y que mientras se tomaba esta determinación, la Comisión podía hacer alto, y aguardar el aviso en la primera laguna y toldos que se encontraren, o a casa del capitán cona, quien se hallaba encargado de hospedarla.

La Comisión dio las gracias a los enviados, por las buenas intenciones con que procedían los caciques, y la buena fe con que la hospedaban; dijo que haría todo lo posible para que los tratados de paz se celebrasen cuanto antes, para ver de este modo unidos a sus hermanos, y ver acabada para siempre esa guerra desoladora que los había destruido y afligido por tanto tiempo; que aguardaría el resultado de la reunión que   —70→   trataba el cacique Lincon, y que marcharía incontinente a los toldos del capitán cona a aguardar allí la determinación que tomasen. Los comisionados fueron regalados con yerba, tabaco, azúcar, etc., y se marcharon juntos con la Comisión, que por no haber allí agua ni leña, siguió más adelante para encontrarla, o si era posible, llegar hasta los toldos del capitán cona, que según él, poco distaban del lugar de la conferencia. A las 31/4 leguas, con el mismo rumbo SSO 5º SO22, se viró al OSO, a encontrar con una laguna en donde podíamos parar, y al otro día llegar a las tolderías, porque los bueyes y caballos se hallaban fatigados e imposibilitados para seguir adelante. La laguna era pequeña, y más bien un bañado; su circunferencia no excedía de 200 varas; su agua buena y leña en abundancia. Pasamos allí la noche, en la que sufrimos la helada que cayó en toda ella. Nuestro baqueano se marchó antes de la parada, a su casa, distante 11/2 leguas al S, a prepararse para hospedar la Comisión al día siguiente23.

Día 24. Nublado, calma; amaneció garuando. A las 81/2 salió el sol, con brisa templada del SE. A esta hora nos pusimos en marcha con rumbo S cuarta O; y a las diez de la mañana llegamos a una laguna hermosa en donde hicimos alto, 11/2 leguas de la salida. En esta jornada se vio sobre el horizonte la hermosa y elevada Sierra de la Ventana, demorando los mogotes que se veían, el primero al SO, y el segundo al OSO. El primero se elevaba sobre el horizonte más que el segundo; el más elevado pertenecía a la Ventana, y el segundo a otra sierra unida a la primera, llamada de Guaminí. La cerrazón de la mañana, con la niebla que aun no se había despejado, no permitía ver con más claridad las sierras unidas a la Ventana, que prolongándose al NO, forman la segunda cadena o ramificación de sierras, todas perpendiculares a la costa del mar. Aguardábamos con impaciencia se despejase el horizonte para verla con más claridad. En la laguna de la parada encontramos situados en su circunferencia al SO, algunos toldos, pertenecientes al cacique Huilletrur, y al capitán Antiguan, o cona. La laguna en donde paramos es de 1300 pies de circunferencia; agua salada, limpia en su centro,   —71→   sin barrancas, situada en un terreno bajo y húmedo; tierra negra blanda y arenisca, buenos pastos. Los toldos situados en su circunferencia eran diez; más al S 10º SE como a 12 cuadras, se halla otra pequeña laguna, en donde se hallan situados los toldos de Antiguan, que son cuatro. Al E 10º SE se halla otra pequeña laguna a 6 cuadras de distancia; todas en un terreno bajo y húmedo, que en tiempo de invierno debe ser inhabitable, o transformarse en un bañado.

Después de haber parado la Comisión, marchó a felicitar al amigo y compañero Antiguan a sus toldos; llegamos a ellos y encontramos al cona, su mujer, hijos y una caterva de indios, chinas y muchachos que a la novedad se habían reunido. Madama Antiguan nos convidó con asiento24, teniendo al efecto preparado una tipa tapada con un quillango que debía servir de asiento al señor Coronel comisionado, y todos los demás adonde hemos dicho. Al efecto, madama invitó con mate al señor Coronel25, y enseguida al oficial ingeniero y demás que lo acompañaban, los que por no desairar a los invitantes, tomaron el que les tocó por turno. Acabada esta operación, nos invitaron con un usado de cordero que también habían preparado; este obsequio es para ellos el mayor que pueden hacer, y la carne que más aprecian. El asado nos lo presentaron semicrudo, que es del modo que ellos lo comen, y nosotros concluimos tomando unos cuantos bocados, y nos preparamos para retirarnos. Al efectuarlo, despidiéndonos de madama, rodeados de multitud de indios y muchachos, llegaron hacia los toldos algunos jinetes, y entre ellos el cacique Huilletrur, a cumplimentar a la Comisión; fueron recibidos por el señor Coronel con demostraciones de cariño26. El cacique apeándose del caballo y dando la mano al Coronel, dijo   —72→   a este por medio del intérprete: que no extrañase que antes no hubiese salido a recibirlo y felicitarlo; que él, y demás compañeros caciques, tenían órdenes expresas de los demás principales de no apersonarse ninguno a la Comisión, hasta que se decidiese a donde debían hacerse los tratados, y día en que cada uno debía reunirse con su tribu para hacer la paz; pero que creía que, hallándose la Comisión en su casa, era un deber suyo hospedarla, hasta que pasase más adelante, o al punto en que se hiciesen los tratados. El comisionado contestó, dándoles las gracias, y reiterándole su afecto, con el placer de haberlo conocido por primera vez; que no podía dejar de ser agradecido a los favores hechos a la Comisión por su hermano el capitán cona, y que este motivo le había impulsado a llegar a su casa, antes que haberlo hecho a las demás de los caciques; pues se hallaba persuadido que sería disimulable este paso, mayormente cuando sabía que el haberlo hecho con algunos caciques antes de la reunión, hubiera causado celos y desconfianzas de los caciques principales y de los demás; y que así se reservaba, para el día de la reunión, abrazar a todos sus amigos y hermanos, entablando una paz sólida y permanente. El cacique Huilletrur, y los que lo acompañaban, se despidieron de la Comisión, y se marcharon a sus casas. Nosotros incontinenti hicimos lo mismo, marchándonos a nuestro campo, en la orilla de la laguna principal.

Pasado 1/4 de hora, arribaron a él Madama Antiguan, sus hijos e hijas, multitud de chinos, chinas y muchachos a pagarnos la visita; estos impertinentes no se retiraron hasta las 6 de la tarde, después de habernos molido con petulancias continuas a esta hora se despidieron, marchándose, bien recompensados de la visita que habían hecho. A esta misma hora arribó un chasque de los caciques Lincon y Avouné, avisando a la Comisión, que el primero llegaría al día siguiente de concluir la suya, de prevenir a todos los caciques para la reunión general, y que lo felicitaban por su feliz arribo; debiendo ambos dentro de dos días arribar a este punto y abrazarlo, en prueba de amistad antigua que le profesaban. Los chasques comisionados por despedida, presentaron grandes bolsas de yerba y azúcar para que fuesen llenas, pues así lo pedían los caciques, sus señores; fueron complacidos en su   —73→   pedimento, añadiendo el señor Coronel que agradecía los recuerdos amistosos de sus hermanos; que anhelaba por el día en que se efectuase la reunión, para reiterarles de nuevo su amor y antigua amistad que les profesaba. Se marcharon contentos, llevando el presente para sus caciques.

Día 25. Claro y despejado, pero muy frío; brisa suave del SE; toda la noche anterior heló27. A las 11 empezaron a reunirse en nuestro campo todos los indios y chinas de las poblaciones vecinas, que con interés de las dádivas que su petulancia podía sacar, no quedaba uno solo en sus toldos; así es que a esta hora teníamos alrededor de nuestras tiendas y carruajes más de 1500 de ambos sexos, que nos aturdían, pidiéndonos por un lado yerba, tabaco, azúcar, por otro jugando a la baraja, por otro al dado, armando con estos corrillos gran bulla y confusión. A las 12 vimos se presentaba al frente del campo multitud de jinetes, formando una línea en ala, de ciento y tantos; aproximándose, descubrimos que se veía algún personaje que presidía aquella comitiva; el aire de gravedad y de importancia que se daba en su marcha, nos hacía creer esto mismo. A cuatro cuadras del campo, hizo alto toda ella, mandando un indio ayudante intérprete a hablar con el Coronel comisionado. La misión se reducía a que dicho señor saliese a recibirlo a la distancia en que se hallaba; que tenía que comunicarle asuntos interesantes. El Comisionado con alguna repugnancia se preparaba a salir, pero el personaje y demás se aproximaban, hasta que a media cuadra de nuestro campo, hizo alto y allí nos dirigimos28. Averiguando el nombre de este cacique, se nos dijo por el intérprete se llamaba Ancaliguen. El Coronel comisionado, después de haber llegado a la presencia de aquel indio, le dio la mano con señales de amistad; el bárbaro con tono y aire imponente la dio, y al mismo tiempo hizo que la diera a otros dos personajes al parecer que se hallaban formados sobre su derecha29. Concluida esta ceremonia, tomó la palabra el cacique, y dijo por medio del intérprete; que felicitaba a la Comisión por su feliz arribo hasta aquel   —74→   punto, y por el objeto que la conducía; que este placer y el de conocer al Comisionado por primera vez le era muy agradable, porque veía que los habitantes de aquel país iban a disfrutar de los placeres de una paz permanente, que vería realizada muy pronto, y que coadyuvaría con toda su opinión y respetos a que así fuese lo más pronto posible; que su misión a su vista era con consentimiento y aprobación de los caciques Lincon y Avouné, y que su objeto principal era prevenirle de parte de ellos, que este no era el lugar en donde debían celebrarse los tratados, y si una laguna distante 11/2 leguas, que al objeto, se había elegido, y a donde debía dirigirse para la reunión general.

Toda esta conferencia, se tenía ante toda la comitiva del personaje, y la multitud que se hallaba reunida antes de su llegada a nuestro campo, a más de la que se reunió a la novedad, de los establecimientos vecinos, la que había formado un círculo a nuestras personas, tan limitado, que no podíamos darnos vuelta. El cacique hizo apartar a la muchedumbre, y continuó su discurso, dirigiéndose al Comisionado; añadiendo, que uno de los encargos especiales que traía en su Comisión era que, no hallándose satisfechos algunos caciques e indios de la buena fe que presidía en los tratados con esta Comisión, y desconfiados que bajo la capa de paz se tramase algún movimiento ofensivo contra ellos, era menester que tomasen medidas y precauciones para no ser sorprendidos; que se les había dicho que la Comisión venía escoltada con mucha gente armada, y por consiguiente era necesario reconocer el número de los que la componían, para dar cuenta a las tribus, y al mismo tiempo satisfacerse, y satisfacer a su comitiva y demás. El Coronel comisionado contestó, entre la bulla de la turba multa que pedía a grandes voces que querían ver a la gente armada que venía, y que saliesen; repitiendo, salgan, salgan, a gritos y algazaras. El cacique impuso silencio y oyó la contestación del Comisionado, que se reducía a manifestarle el gusto y placer que sentía al verlo interesado en la paz que todos deseaban, y que cuanto antes partiría al lugar que se le destinaba para celebrar la unión que anhelaba, y para concluir unos tratados que asegurarían para siempre la paz; que esos temores que manifestaban algunos caciques indios eran infundados, pues bien pronto se desengañaría él y su comitiva, que el número de hombres que escoltaba la Comisión no era temible, y mucha menos incapaz de traicionar la buena fe de sus tratados, y que el Comisionado había expuesto su existencia, arriesgándose a emprender una marcha y una comisión, con grave daño de su salud y edad, solamente porque sus hermanos los caciques, lo habían solicitado con el Gobierno repetidas veces, como el único capaz por su opinión de entablar los tratados de paz; que esta conducta bien clara y manifiesta, estaba en contradicción con los recelos y desconfianzas que expresaban algunas tribus; y por fin, que   —75→   verían el número de la comitiva, y se desengañarían. Al efecto se mandó se formasen enfrente del campo, y delante del cacique, la escolta, peones, etc.; y efectuado esto, contó el cacique uno por uno, comenzando por el Comisionado hasta el último peón, el número de treinta y tantos. Concluido este escrutinio, hecho por la mayor parte de su comitiva, habló el cacique con tono airado, y dirigiéndose a los suyos, les dijo: que ya veían el número de los que venían a hacer la paz; que no debían tener ninguna desconfianza; y enseguida dijo al Comisionado, que no temiese ningún ultraje de las tribus; que con toda confianza marchase a la laguna destinada, que todo el mundo lo recibiría con los brazos abiertos, como a su bienhechor. Concluyó su discurso pidiendo yerba, tabaco, pasas, etc., de lo mejor que hubiese; lo que al momento se le mandó dar, y al mismo tiempo a los personajes que lo acompañaban30. Enseguida se despidieron y se marcharon, dejándonos aun multitud de corrillos y circos de juego, que nos mortificaban sobremanera, y con tanta petulancia, que era menester evitar su vista para librarse de ellos.

Estos corrillos se formaban por todas partes, conforme se llegaban los aficionados, y se aumentaba la bulla en proporción de la pérdida o ganancia que hacían con las apuestas.

En unos observamos que jugaban al dado, y en otros a la baraja; en los primeros manejaban con suma destreza y orden cuatro dados, no pulidamente construidos ni cuadrados, pero sí con sus caras y señales de suerte y pierde, marcada con puntos. A ellos jugaban una especie de moneda adoptada, en el juego (unas pequeñas argollitas amarillas, como sortijas) que cada una tenía su valor determinado en cierta especie, y un cierto número de ellas determinaba su valor, y entonces el que las perdía la entregaba, ya en un caballo, ya un chapeado o espuelas, estribos, etc., etc., que antes de empezar el juego apostaban. En los dos observamos al mismo tiempo, que jugaban con destreza, ya al monte, paro y otros juegos conocidos, pero con más generalidad el llamado tenderete, que lo usan mucho y lo prefieren a todos los demás; a él, como a los otros, se descamisan y juegan todo lo que tienen, con las argollas   —76→   o equivalentes al valor de una especie. Este sistema lo adoptan por cómodo, pues cuando se reúnen en las ferias no pueden cargar ni armar las telas y bestias destinadas al juego, y sí aquella moneda que, perdida, el acreedor o ganador ocurre o va en persona a recibirse de su ganancia. Muchas veces algunos se hacían dueños de la escasa fortuna de un pequeño rodeo de vacas, y las pocas telas que tenía para sustento, quedándose reducido a la mendicidad, y por consiguiente sin tener cómo alimentar a su familia31. Es una de las pasiones o vicios que más predomina en estos bárbaros, y lo excesivo de él es lastimoso cuando no respetan para sacrificarlo lo más sagrado, cual es, la vida de su mujer e hijos; porque faltándoles el sustento ninguno se lo facilita. El egoísmo ha llegado a tal grado que asombra, y por consiguiente da a conocer el estado de barbarie en que se hallan sumergidos. Más adelante hablaremos de esto, aclarándolo con datos y observaciones, que no dejan duda ninguna de su miseria.

A las 5 de la tarde se retiraron todos reunidos a sus casas, quedándose en nuestro campo a dormir algunos, con objeto de jugar y robar lo que pudiesen. En esta noche heló, reinando un frío excesivo.

Por la mañana observamos en medio de la confusión y desorden de los reunidos, a la hermosa Sierra la Ventana, que con la claridad del horizonte se distinguía toda su ramificación, y principalmente el mogote elevado que lleva aquel nombre. Este demoraba de nuestra posición al rumbo O 20’’ SO, y el segundo, o del Guaminí, al rumbo O 5º NO, prolongándose este por una sucesión de mogotes hasta el NO, en donde se pierde en colinas en la vasta pampa por donde pasa el camino a Salinas, que sigue hasta las fronteras de la provincia de Cuyo. Todas estas sierras son por consiguiente casi perpendiculares a la costa del mar, y paralela a la primera ramificación. Deseábamos aproximarnos a ella para adquirir conocimientos de su verdadera situación y particularidades, y al mismo tiempo para reconocer algunos arroyos que de ellas descienden, y que generalmente oíamos nombrar a los indios.

Día 26. Nublado, y calma. A las 8 salió el sol con brisa del SE, la que despejó el horizonte. Desde esta hora se comenzaron a reunir los mismos corrillos del día anterior, con la misma confusión y desorden. Entre varios indios, que se habían quedado en nuestro campo   —77→   a dormir, de los del día anterior, se presentó uno al señor Coronel comisionado, el que, antes de apersonarse, había hablado largamente toda la noche con el intérprete, imponiéndole de su misión, para que este lo hiciese al día siguiente con el Comisionado. En efecto, él se presentó acompañado de este, el que dio cuenta al señor Coronel, que por la narración que le había hecha el indio, era enviado por el cacique Neclueque a dar cuenta a la Comisión, que sabía que los caciques Ranqueles no querían hacer la paz con ella, porque se hallaban imbuidos por la multitud de tránsfugas desertores que ellos abrigan, los que se valían de cuentos para alucinarlos y discordarlos, y al efecto habían hecho creer a todos ellos que los presentes que la Comisión llevaba para regalarlos después de hechas las paces, estaban todos envenenados y cargados del gualicho o cosa mala, para hacerlos víctimas de la buena fe con que se prestaban a tratar, y que así no creyesen en tal Comisión enviada con miras siniestras por el Gobierno de Buenos Aires para engañarlos, mientras tanto que se preparaban para hacer una expedición contra ellos; y que lo que convenía era no hacer la paz, y mantenerse en guerra abierta como hasta entonces. Concluida la relación del intérprete, dijo el indio, que su cacique lo felicitaba, deseando que llegase el día que se verificase la reunión general para entablar duraderas relaciones de amistad, que afianzasen para siempre la paz; y que dicho cacique añadía a su mensaje, que los desertores que se abrigaban entre los disidentes eran veintisiete, la mayor parte chilenos, restos de la división de Carreras, capitaneados por un oficial nombrado Curado, también chileno. El Comisionado pidió por último, yerba, tabaco, azúcar, etc., para su cacique, lo que al momento se le satisfizo; y también se le contestó al mensaje de su cacique, disuadiéndole de la creencia de semejantes mentiras, e invitándole a la paz, mediando con sus respetos y opinión, para que los disidentes, si acaso hubieren, entrasen en tratados, y les asegurara por su parte la falsedad de los chilenos que les habían introducido los tránsfugas. Se marchó con esta respuesta el enviado, muy contento, y cargado de regalos para su señor.

Toda la mañana lo pasamos rodeados de los corrillos de juega, y recibiendo visitas que nos hacían algunos indios principales, entre ellos uno que vimos se llegó a saludarnos, venía muy bien vestido, y con un excelente apero, adornado con un chapeado completo de plata. Su figura no era despreciable, y su tez era blanca; no dijo su nombre, ni los indios concurrentes a quienes preguntamos tampoco lo sabían, por lo que creímos que no fuese principal, ni cacique, sino uno de los muchos que han robado largamente en las incursiones en la provincia, y vienen a lucir en sus tierras la presa. A las 121/2 del día arribó un chasque del cacique Lincon, el que venía acompañado de una multitud considerable,   —78→   y entre ellos el capitán cona. Este, después de muchas ceremonias, antes de entrar a manifestar su embajada, dijo: que su cacique saludaba a la Comisión con todo aquel respeto que le merecía su carácter; que en aquel mismo día acababa de llegar de concluir felizmente la suya; que de ella se esperaban buenos resultados, con haber reducido a hacer la paz a muchos que no la querían; que un día hermoso y lleno de delicias se esperaba, en el que se unirían para siempre con lazos indisolubles todas las tribus con la provincia de Buenos Aires, con unos tratados permanentes, que muy pronto y con buen resultado se harían; y que así esperaba que sin pérdida de instantes se pusiese en marcha para la laguna que se había destinado, sirviéndole de guía el mismo chasque a la que al día siguiente se reuniría él y todos los caciques, con sus tribus, a celebrar los tratados; que deseaba llegase ese momento para abrazar a su antiguo amigo, y renovar la amistad que en el año 10 contrajo en su viaje a Salinas; que no se sorprendiese de las ceremonias y demostraciones, y maniobras que se harían en la reunión, por las divisiones que debían asistir armadas, según el régimen que en estos casos se usa. Concluida la misión del chasque, contestó el Coronel comisionado, que era grande el placer que sentía al ver próximo el día de la unión general, en que iba a abrazar a sus amigos y hermanos; que sentía la necesidad que se efectuase cuanto antes, pues ni su salud, ni el mal estado de los carruajes y cabalgaduras permitía que la estación del invierno lo tornase en la campaña, ni tampoco demorase demasiado. Enseguida de esta contestación, se mandó cargar los equipajes y poner todo pronto para marchar al lugar destinado.

A las 4 de la tarde nos pusimos en marcha, llevando un numeroso acompañamiento de indios, por delante, por detrás y por los flancos, multitud de chinas y muchachos con grande bulla y alboroto, mezclado entre ellos el fiel Antiguan, haciendo cabeza a los vivas de paz, que a cada instante se prorrumpían por la muchedumbre. Con rumbo OSO, inclinándonos por algunas sinuosidades del camino al O 1/4 S, arribamos a la laguna a las 41/2 de la tarde, distante 11/3 leguas de la anterior. En el camino se encontraron dos lagunas pequeñas, la primera a una legua de la salida, sobre la derecha del camino, de 150 varas de circunferencia; buena agua, buenos pastos, sin barrancas, en un terreno sumamente húmedo, y con 4 toldos situados en su circunferencia; la segunda a 6 cuadras de esta más adelante, de 55 varas de circunferencia, ambas regulares y con las mismas calidades; con diferencia que esta estaba llena de juncales y duraznillo, y en la misma, calidad de terreno. En la que se hizo alto, encontramos buena proporción para hacer una parada con comodidad; en magnitud es de 500 y más varas de circunferencia, bastante regular, de rica agua, con bastante leña   —79→   de duraznillo en su centro, con buenos pastos en sus cercanías, sin barrancas y abordable por todas partes, aunque situada en un terreno demasiado húmedo, que con muy poca diferencia era un bañado. En su circunferencia se hallan situados más de ocho toldos de población, y a más se encontró pescado bagre en abundancia. En la parte de su circunferencia que mira al OSO, nos acampamos, formando un pequeño, campo, atrincherado circularmente con los carruajes, para impedir que ninguno pudiera entrar dentro del círculo a caballo ni aun a pie, para no sufrir el mismo desorden de corrillos de juego, y confusión que anteriormente. En él pasamos la noche con comodidad, no obstante que con algún recelo, fuese positiva la noticia dada por el cacique Neclueque, y que por consiguiente se entorpeciese el éxito de la Comisión.

Día 27. Nublado, calma; a las 8 vimos el sol, y enseguida tuvimos un día claro y despejado, con una pequeña brisa que se levantó a las 10 del NO. Debiéndose celebrar en este día la reunión general, nos dispusimos para preservarnos de la confusión y desorden, que con la multitud de concurrentes habría; atrincheramos al pequeño campo o circuito en que estábamos para no ser atropellados, ni exponernos a ningún ultraje de tanto facineroso, debiendo entrar a él solamente los caciques, para tratar y hacerlo con alguna formalidad, como creíamos; pero nos engañamos. Pasemos a los sucesos de este día, demasiado tristes y peligrosos.

A las 10 de la mañana arribó un chasque del cacique Lincon en que avisaba que dentro de pocos momentos arribaba con su tribu, y que al mismo tiempo que él, arribarían los demás con sus gentes; que se estuviese pronto, y no nos sorprendiésemos de las operaciones que debían hacer en esta reunión. A las 12 del día se presentaron al SO de la laguna, como a 10 cuadras de ella, 200 y más jinetes, formados en batalla en ala, algo desordenados, con el cacique Lincon; los que se aproximaron, conservando esta formación, paso a paso y con marcha majestuosa al son de cornetas y bocinas, hasta dos cuadras del campo, en donde hicieron alto. Enseguida de esta ceremonia prorrumpieron en grande alboroto, desordenándose la línea, corriendo o dando cargas en grupo con sable en mano y lanza32 tirando cortes y lazazos al aire a diestro   —80→   y siniestro; dando vueltas a toda carrera circularmente alrededor del cacique que se hallaba en el medio, presenciando este ensayo guerrero de su tribu. Algunos de los jinetes que acompañaban al jefe de la división, se presentaron con los caballos enjaezados, con cuentas, cascabeles y campanillas; encoletados con una túnica de cuero perfectamente hecha, como una saya, y con sombrero de cuero, formando un solideo con su grande ala semejante al de un fraile, de seis a siete cueros de fondo, lo mismo que los coletos; con la diferencia que estos son tan blandos y dóciles como una seda, porque lo benefician de tal modo, que los ponen en este estado, y aquellos tan duros coma una piedra, que un sable no les penetra, ni tampoco a los primeros una bala de fusil a distancia de media cuadra, por observación hecha anteriormente con uno semejante, en la campaña del año 21 al sud. Estos personajes o ayudantes de órdenes, traían además su sable de latín cada uno, sus pistolas aunque inútiles, las lanzas, bolas y puñales, los que se apersonaron al Comisionado a saludarlo de parte de su cacique. A las 121/2 se presentaron, cubriendo el horizonte por todas partes, líneas de batalla en ala, que abrazaban una extensión considerable de terreno, y presentaban a la vista del observador un aspecto imponente y pintoresco. A la 1 llegaron a tres cuadras del campo, lo cercaron o hicieron alto; su marcha, desde que se presentaron, fue pausada y majestuosa; al son de cornetas de cuerno y caña que manejaban algunos indios en cada división, y cada una de ellas con sus caciques a la cabeza, con mucho orden en la formación, sin dar voces.

Esta uniformidad nos asombraba, y al mismo tiempo el alineamiento y silencio que guardaban, presentando el aspecto de escuadrones disciplinados, con sus sables y lanzas en asalto y guardia. Esta primera perspectiva nos hizo conocer el carácter guerrero y militar a que tiende directamente el genio de estos bárbaros, y que él mismo los conduce a un adelantamiento que tal vez nos será funesto. Veíamos con dolor a estas líneas, cargadas con sables de latón, multitud de armas blancas, y aun de chispa, que por su barbarie no las sabían aprovechar, y que habían sido adquiridas en los infinitos combates y guerrillas, en que han atemorizado a nuestras milicias de campaña, y veíamos aun más, algunos uniformes y gorras de nuestros soldados adquiridos del mismo modo, con multitud de carabinas y tercerolas inútiles, que por lujo o insulto las cargaban a la espalda, para que les viésemos, y hacernos entender, y ver por nuestros propios ojos el estado preponderante en que se hallaban, así en fuerza como en instrumentos de defensa, y maniobras de caballería, aunque brutales, dirigidas solamente por su   —81→   genio, o por cosas semejantes que han visto33. En esta posición, las divisiones al parecer aguardaban órdenes del cacique principal, que se hallaba con su gente formado del mismo modo; y en efecto, no tardó poco en que vimos salir de su división dos encoletados, que le servían, como hemos dicho, de ayudantes. Estos se dirigieron a la división de Avouné, uno de los caciques principales, y su misión la repitieron dos veces al mismo, hasta que su división se puso en marcha, que se hallaba al SE de la laguna, como a dos cuadras de la primera, y de las más próximas a ella. La marcha con que rompió fue a gran carrera, con gritos de alegría, y con las mismas ceremonias que lo hizo la primera; vio cesando de dar estas cargas hasta que dio tres veces vuelta la línea de la primera división que se hallaba forjada, y que se conservaba en este orden mientras que la otra concluyó su ceremonia, la que enseguida de este acto, pasó a formar en batalla, a continuación de la primera, y al mismo frente. Incontinenti de este acto marcharon los mismos ayudantes a practicar igual diligencia con la tercera división, que se hallaba formada al E de la laguna como a dos cuadras, y después de una larga parla con el cacique Anepan, que la mandaba, hizo este la misma evolución que la anterior. La cuarta división del cacique Pichiloncoy; la quinta del cacique Ancaliguen y otros; la sexta de los caciques Llanqueleu Huilletrur, Antiguan y otros; la séptima de los caciques Chañabilu, Chañapan, Neculpichay, Trignin; la octava, de los caciques Cachul, Catriel y otros; la novena, de los caciques huilliches, Nigiñile, Quiñifoló, Pichincurá, y las que se hallaban formadas en la circunferencia de la laguna, pasaron a formar en batalla, haciendo antes las mismas evoluciones que las otras, antes de practicar esta última hasta que formaron una hermosa y regular línea en orden de parada, y con el mayor silencio, que hacían guardar las jefes de cada una de las divisiones, y por consiguiente la alineación con la primera división que formaba la cabeza. Concluida la formación de la línea,   —82→   los dos caciques principales, Lincon y Avouné, mandaron formar un círculo a toda ella, lo que se efectuó sin alboroto, pero desordenadamente, porque a pesar del silencio y buena disposición con que lo hacían, no podían ejecutarlo, y para hacerlo era menester que el desorden presidiese la maniobra. Formado el círculo, todos los caciques se metieron dentro de él, y tuvieron una larga parla de más de dos horas, acerca de los tratados que se iban a celebrar nuevamente, y al mismo tiempo, acordar con el pueblo las bases que debían presidir, y si debían celebrarlos por sí solos, sin la reunión de los Ranqueles, cuando se dudaba de la buena fe de estos, no obstante que muchos querían tratar. El cacique Lincon dijo en la reunión, que los tratados no debían efectuarse sin la asistencia de los Ranqueles, pues que cualesquiera que fuesen los que se hiciesen, serían efímeros si con aquellos no se contaba; que se aguardase a que se reuniesen, ya todos o algunos, que entonces se harían con más formalidad, y todos disfrutarían de los presentes que el Gobierno les hacía por medio de la Comisión; y que hacer lo contrario traería malas consecuencias a ellos mismos, porque se renovaría el rencor que se tenían, y a la Comisión, que había dado un paso tan precipitado, sabiendo que aquellas tribus son las más fuertes, y con las que principalmente debía hacerse una liga. La franqueza con que este bravo y elocuente cacique habló en la reunión, no pudo menos que chocar con el orgullo y disposición de sus compañeros, que se manifestaron contrarios a esta opinión. El interés particular, más bien que el deseo que demostraban por la paz, era el que obraba en este caso; los cortos artículos que la Comisión llevaba para obsequiarlos eran tales, que para los reunidos no alcanzaban, y cada uno de ellos se creía dueño y poseedor de todo, y no querían que otros disfrutasen esta liga premeditada que todos formaron, chocó igualmente al desinterés y buena fe del cacique Lincon. Él sostuvo su opinión hasta el último extremo contra el cacique Avouné, y demás de los reunidos, que querían celebrarlas incontinenti, y que después de canjeados los tratados con ellos, como una tribu diferente o independiente de los Ranqueles la Comisión marchase a celebrarlos con los caciques que de esta tribu quisiesen. El cacique Lincon conocía demasiado por su experiencia la codicia e interés de sus paisanos; él sostenía aquella opinión, porque la creía conciliatoria con los dos partidos siempre opuestos, y al mismo tiempo libraba a la Comisión de los riesgos que esta medida podía haberle ocasionado. Él sabía que, efectuándose en esta reunión, las conferencias, íbamos poco más o menos a ser saqueados, y por consiguiente cuando se celebrase la segunda con los otros, no podríamos llenar las miras del Gobierno y de la Comisión, y esta se expondría   —83→   a un desaire, a una ruina inevitable, si aquellos traslucían que la Comisión había obsequiado a sus enemigos, con las especies que para todos se destinaban, para celebrar una paz con la provincia. Esta opinión juiciosa del cacique Lincon, vertida en la reunión, hubo de costarle el sacrificio de su existencia; su conocido amor al orden, las consideraciones que había merecido de las autoridades del país, y su opinión entre todas las tribus, aumentaban los celos y envidia de los demás caciques, y principalmente del principal Avouné, joven orgulloso y aspirante, hermano y sucesor del célebre Carritipay. El pueblo, que se hallaba reunido y presenciaba su discurso, no pudo menos que seguir la opinión de los caciques, y lo insultaba a grandes voces e invitaba y mandaba que ella fuese seguida. El respeto del viejo cacique contenía estos insultos, reprendiéndolos voz en cuello, y haciendo ver a sus compañeros que el paso que iban a dar traería funestos resultados. Todos despreciaron sus consejos, excepto algunos viejos caciques octogenarios y sus tribus pequeñas; pero fueron arrastrados por la opinión tenaz de la fuerza principal, que ordenó incontinenti, de acuerdo con Lincon, que el Comisionado se presentase a la reunión para conferenciar y comunicarle la medida que se había sancionado.

A las 2 de la tarde recibimos la orden de apersonarnos delante de los caciques, y desde luego marchamos, el Comisionado, el Ingeniero y el intérprete, hacia ellos, que distaban seis cuadras de nuestro campo al SE. Enseguida a esta orden el cacique Lincon se dirigió a comunicárnosla, y tras él se desordenó enteramente toda la línea o círculo en donde se había tenido la parla. Este desorden comenzó en derrota; unos a dar carreras con gritos, bulla y confusión, y otros se dirigían del mismo modo a nuestro campo; en él se armó una terrible zambra; todos pedían, todos gritaban, y clamaban por tabaco, yerba etc., etc. Rompieron por último el pequeño círculo que lo rodeaba, y no quedó uno de los petulantes que no fuese satisfecho; indios, chinas y muchachos, pasaban de 1500 los que nos rodeaban en él, fuera de la turba considerable que se hallaba en el campo, en correrías.

El cacique Lincon, al comunicar la noticia al Comisionado, lo estrechó fuertemente, a pesar de la incomodidad y disgusto con que venía; él mismo nos condujo a los reunidos, mezclados entre la multitud de jinetes, que a la novedad de vernos, lo acompañaban, y nos llevaban con gran bulla y desorden, todos armados y en guardia como en procesión, al parecer al sacrificio. Arribamos al lugar en donde se hallaban los caciques: mandaron   —84→   ordenar sus gentes, y formar un círculo, y en él entramos; los caciques se apearon de sus caballos, y formados en tierra, cada uno nos abrazó y dio la mano, saludándonos cariñosamente. Hicieron descender a varios jinetes que se hallaban entre la multitud, para que sirviesen de intérpretes en compañía del nuestro, la mayor parte de ellos desertores. Uno de ellos, después de haber hablado el cacique Avouné, dijo al señor Coronel comisionado, que aquel cacique por su parte y a nombre de los reunidos, felicitaba a la Comisión, demostrando la sensación que les causaba, el ver próximo el feliz instante en que se unirían para siempre con sus hermanos los cristianos, por medio de unos tratados que asegurarían la paz, pues que conocían las ventajas de esta, y la destrucción que la guerra les había causado por tanto tiempo; que en aquella reunión habían determinado los caciques, que se celebrarían los tratados con las tribus, Pampa y Huilliches, y que la Comisión pasaría, concluidos estos, a entablarlos con los Ranqueles, pues que de este modo se evitaban los celos de aquellos, y no se renovaría el antiguo rencor que le profesaban; que los tratados se efectuarían al día siguiente, para cuyo efecto se reunirían separadamente con el Comisionado. Dicho señor contestó por medio del intérprete, felicitando del mismo modo a sus hermanos; que solamente por haberlo ellos solicitado para hacer la paz, podía haberlo hecho, sacrificando su salud en una estación peligrosa; que la Comisión no creyó haber llegado a un punto tan avanzado, pues solamente se le dijo que hasta las sierras de Curacó sería el viaje, y allí se reunirían; que el mal estado de los carruajes y cabalgaduras no permitía internarse más; pero para que estuviesen convencidos de la disposición que asistía a la Comisión para entablar la paz, aun con aquellos que la despreciaban, marcharía a conferenciar con ellos al punto que se le destinase.

Los caciques oyeron con agrado la relación de la Comisión, no obstante que ella se opuso fuertemente pasar adelante; pero era menester obedecer a todos ellos que lo mandaban, y al pueblo que a grandes voces lo pedía. El cacique Lincon apoyaba la opinión de la Comisión, y con demasiada arrogancia reprendía al cacique Avouné, el más tenaz de todos, y al pueblo que lo pedía. En estas parlas todos hablaban, unos reñían, otros contestaban y reprendían, y nadie se entendía: los parciales del cacique abogaban por su opinión, y los otros, por la de sus jefes; de modo que hubo de armarse una gresca a balazos, sable y lanza, que nos hubiera costado muy caro. Pero lo que sucedió fue que el pueblo incomodado contra Lincon y sus parciales, arremetieron algunos atrevidos contra él y los suyos; en la confusión el bravo cacique no se turbaba, y a todos atendía   —85→   con su espada en mano, y causaba respeto a los desertores, que eran los que capitaneaban estos insultos, con un objeto diferente; no directamente contra el cacique, sino para que fuésemos envueltos en sus contiendas, y disponer francamente de la yerba, tabaco, etc., porque anhelaban, a más del odio con que nos miraban. Sus intenciones fueron conocidas: el círculo que formaba la plebe a caballo era reducido, y en estas disputas lo redujeron tanto, que apenas cabíamos de pie, sofocándonos de tal modo en la multitud de 3000 y más caballos en desorden, que nuestras voces no se oían, ni por consiguiente la voz de los caciques, que trataban de aquietar sus tribus, y evitar la lid desigual que amenazaba. El lance fue apurado, en él creímos ser envueltos, y quedar entre las patas de los caballos.

Contenido el desorden, nos dieron satisfacción todos los caciques reiterando su amistad y buena fe; partimos a nuestro campo, y con nosotros todos ellos a tomar mates, y conferenciar sobre lo que debía practicarse al día siguiente.

Toda la línea en desorden se vino a nuestro campo con sus caciques. Su objeto era conocido; disfrutar de los obsequios que debían hacerse a sus caciques, y espiar la oportunidad que se les presentase para adquirir alguna cosa contra la voluntad de su dueño. A los caciques se les tenía preparados los instrumentos en que debían tomar los mates, y que cargasen una dosis de yerba que saciase la buena disposición con que lo tomaban34. Sentados en tierra, formando un gran círculo, se regocijaban, acomodando los presentes provisionales que se les hacía, en las mantas, ponchos y bolsas, entablando la parla mezclada con la risa y algazara, o más bien confusión y desorden; porque no hay acto por formal que sea en donde no mezclen estas dos calidades propias de su genio. En estas ocupaciones pasaron toda la tarde hasta que anocheció, y se marcharon todos los caciques a sus   —86→   campamentos, que habían formado las divisiones cerca del nuestro en las mismas riberas de la laguna. La Comisión tuvo que ceder todo el poco ganado que había conducido, para que pasasen la noche; la cesión fue a impulsos de ver arrebatarlo sin permiso a los mismos que se hospedaban. El bravo y constante Antiguan contuvo en esta ocasión los excesos que se cometían por algunos, que no tenían las mejores intenciones, en nuestras cabalgaduras y comestibles, que los arrancaban casi forzosamente a nuestros peones. Antiguan, respetado entre todos por su opinión y valor, castigó a algunos do estos facinerosos que conducían la presa. Él se distinguió en esta ocasión, y sus servicios fueron muy recomendables, a más de los que lo habían hecho acreedor a las consideraciones que la Comisión lo dispensaba. Se distinguió igualmente en las conferencias de la reunión, secundando la opinión del viejo cacique, y sosteniéndola con su espada y arrogancia en su parla, a los que se dirigía.

El cacique Lincon, después de haber tenido una corta conferencia con el Comisionado, dejó a sus compañeros y se marchó a sus toldos con los suyos, para tratar cuando se efectuase la segunda conferencia con los Ranqueles. Este desprecio que hizo de los demás, les hizo conocer el desaire que les había hecho, y por consiguiente el poco interés que tomaba en sus tratados, y en los presentes que se le podía hacer. La Comisión no dudó un momento de la impaciencia, desinterés y buena fe que caracterizaba a este buen viejo; ella se propuso tratar con él largamente, después que se concluyese este primer compromiso, atrayéndolo con mejor agrado, y hacerle conocer cuán justificada era su conducta, y el alto aprecio que con ella se había granjeado en la Comisión, y que sería recomendable ante la autoridad de la provincia. Mientras tanto, era menester que ella siguiese el torrente de la opinión de los que componían el mayor número, y tenían la principal fuerza. La Comisión encontraba en el orgullo natural de las tribus Pampas y Huilliches una razón para que hubiesen dado aquel paso no uniforme. Los primeros componían una tribu diferente de los Ranqueles y sus constantes enemigos35; y su orgullo no podía sobreponerse a la uniformidad del pacto, cuando   —87→   mediaba una enemistad que solamente la desprecian en una liga general, ya para robar como hemos dicho, o ya para defender su país cuando es invadido. No por esto desconocíamos que este acto chocaría igualmente con los Ranqueles, y al mismo fin que se propuso el cacique Lincon en llevar adelante su opinión, porque veía presidir en el acto más formal que se podía presentar, el interés que obraba con más fuerza que ninguna otra cosa, y que habiendo uniformidad, ni aquellos podían quejarse, ni la Comisión padecer ningún desaire, ni mucho menos dejarse de hacer unos tratados con mejores bases. Ambas razones pesaban en el concepto de la Comisión, pero ella contaba que, aunque fuesen agotadas las especies que debían repartirse para ambas tribus, en el segundo pacto con la otra tribu, el cacique Lincon saldría garante del paso que las otras habían dado, y en este caso, aun cuando no se consiguiese un feliz resultado en los tratados, se conseguía aumentar e influirles más y más el odio y disposición, para un choque entre ambas.

La tribu Huilliches, aun no se había reunido toda, y se aguardaba un mayor número con sus caciques principales, para el día siguiente. La división que había llegado, deseaba del modo que fuese, establecer sus relaciones con la Comisión y marcharse. Esta tribu es respetada de las demás, por su carácter guerrero; y por la respetabilidad de sus fuerzas, jamás ha entrado en coalización con ninguna para el pillaje; cuando lo hizo fue sola, sin auxilio de ninguna el año 20, en las costas del Cabo San Antonio y montes vecinos, destruyendo las poblaciones, y llevándose cuanto ganado y familias encontraron, y desde entonces han habitado pacíficamente las costas del mar, desde el paralelo de los 37º de latitud austral, hasta los 41º, es decir, desde la Sierra del Volcán, hasta el establecimiento del Río Negro en la costa Patagónica. Los puntos en donde habitan las mayores poblaciones, son las costas boreal y austral del Colorado; las costas de los ríos Sauce Grande y Chico, Saladillo, Clarameco y Malepundejo, y riberas de la Bahía Blanca, y su población se asegura ser la más considerable de las tribus, y su fuerza militar respetada. Con ellos no intervienen los Ranqueles ni Pampas, solo si para el comercio con el establecimiento del Río Negro, el que muy poco visitan, dejándoles a ellos el tráfico exclusivo por su aproximación a él. Los caciques Nigiñelé, Quiñifaló y Pichincurá, que mandaban la división de esta tribu, no se mezclaron en ningunas de las grescas que se suscitaron en la reunión, y su indiferencia dio a conocer la buena fe y disposición con que deseaban entrar en tratados. Ellos participaron de los obsequios que se hizo a los demás, y se acamparon cerca de nuestro campo para reunirse al día siguiente.

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A pesar de la confusión y desorden que reinaba en este día, la Comisión no perdía un instante en adquirir conocimientos geográficos y estadísticos del terreno y población. El oficial ingeniero buscaba la ocasión de hacerlo, evadiéndose de las reuniones, ya calculando el número de las divisiones, y observando algunas particularidades que se encontraban en ellas, o ya recorriendo el campo a 11/2 y 2 leguas hacia todas direcciones, para observar lo que se encontrase en el terreno. En estas indagaciones, se adelantó todo lo que se pudo en conocimientos. Daremos el cálculo hecho de las divisiones reunidas en este día, el número de las armas de toda clase, y el de sus caciques; él se ha hecho, ya contando algunas fracciones, ya calculando por aproximación o adquiriendo informes, de los desertores, que con sumo cuidado tratábamos de indagar. Esta fuerza podemos decir es la disponible, y la mayor que puede poner la tribu de los Pampas en caso de defensa. Para esta reunión no queda una de las tolderías que no acudiese a la formación; y en este caso menor sería el número que presentasen en aquel, no obstante que para defender el país y propiedades hasta las mujeres cierran las líneas, y las defienden como varones.

HOMBRES
La 1.ª división, del cacique Lincon200
La 2.ª idem, del cacique Avouné180
La 3.ª idem, del cacique Anepan260
La 4.ª idem, del cacique Pichiloncoy296
La 5.ª idem, del id. Ancaliguen y otros300
La 6.ª idem, del id. Llangueleu y otros140
La 7.ª idem, del id. Chañabilú y otros450
La 8.ª idem, de los id. Cachul, Catriel364
La 9.ª idem, de los caciques Huilliches400
____
Fuerza que componía la línea362520
Chinas, y muchos de ambos sexos que se hallaban
esparcidos por el campamento
650
____
Total de la reunión3240

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