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Diario de la segunda división de límites, al mando de don Diego de Alvear, teniente de navío de la Real Armada

Con la descripción de su viaje desde Buenos Aires


[Nota preliminar: reproducimos la primera edición del Diario de la segunda división de límites al mando de don Diego de Alvear con la descripción de su viaje desde Buenos Aires para reconocer los terrenos neutrales entre el Chuy y Tahin, el Río Grande San Pedro y la Laguna Merín con todos sus vertientes editada por Pedro de Angelis en la Colección de obras y documentos relativos a la Historia Antigua y Moderna de las provincias del Río de la Plata, Buenos Aires, Imprenta del Estado, 1837, tomo VI, pp. 1-48. El ejemplar que manejamos, perteneciente a la Academia Argentina de Letras, está incompleto. Para la continuación del texto partimos de la edición de Anales de la Biblioteca. Publicación de documentos relativos al Río de la Plata, introducción y notas de Paul Groussac, Buenos Aires, Coni, 1900, tomo I, pp. 360-384, tomo II, pp. 288-360, y tomo III, pp. 373-464. Para distinguir la fuente utilizada optamos por reproducir la paginación de cada uno de los textos con diferentes colores: -edición de 1837 con paginación en color verde, -tomo I de la edición de 1900 con paginación en color fucsia, -tomo II de la edición de 1900 con paginación en color azul, -tomo III de la edición de 1900 con paginación en color rojo.]





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Reconocimiento de la laguna Merín


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Primera parte1


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Capítulo I

Salida de la capital de Buenos-Aires; viaje a Montevideo, con noticia de la Colonia del Sacramento, y otros pueblos que median.


Recibidas las instrucciones del Gobierno, y nombrados los sujetos que debían tomar parte en los trabajos de demarcación, se dispusieron las divisiones para marchar cada una al lugar de su destino. La primera a Montevideo, para desde allí transferirse en carretas al arroyo del Chuy, donde debía dar principio a la demarcación; y estaba concertado había de concurrir la correspondiente división portuguesa, habilitada en el Río Grande de San Pedro: y la segunda, a la Asunción del Paraguay, para procurar también desde aquella ciudad su reunión en el río Ygatimy con los portugueses, que debían venir de la ciudad de San Pablo. En esta se determinó que don Félix de Azara y don Martín Boneo fuesen por tierra a la ligera, acompañados de una pequeña escolta, para que tuviesen todo prevenido; y citados los comisarios de Su Majestad Fidelísima para la llegada de los barcos que debían ir al cuidado de don Juan Francisco Aguirre, y demás individuos de dicha división. Estos barcos, así por su extraordinaria construcción, poco a propósito para romper las corrientes, como por ser la estación contraria para subir el río,   -4-   tardaron en su navegación muy cerca de cuatro meses; y toda la actividad de aquellos oficiales en su marcha, vino a ser infructuosa, y enteramente inútil el crecido gasto de aquellos preparativos, porque los portugueses, con quienes habían de operar, estaban aun muy distantes de ser nombrados, y permanecieron muchos años en la inacción, aguardándolos en la capital del Paraguay.

La primera división, cuyos sucesos son los de nuestro asunto, partió de Buenos Aires la tarde del 29 de diciembre de 1783, en uno de los bergantines del Rey, nombrado la Piedad, que gobernaba el práctico portugués, Juan de Acosta. A favor de un viento alegre del SO, que llaman pampero, y tiempo claro, nos dirigimos desde balizas por un breve rato, como al NNE, casi en la dirección misma de la playa, hasta rebasar un banco de arena de poco fondo nombrado de la Ciudad, por su mucha inmediación. Cuando se relevó al O la torre de la Recoleta, que es la más septentrional de Buenos Aires, y se enfiló la de Santa Catalina con la de San Nicolás, que son las dos que siguen a la primera, se tuvo montada la cabeza de dicho banco, y se fue arribando poco a poco, hasta ponernos al E, rumbo directo que conduce a la vista del Cerro de Montevideo. Estas marcaciones son de la aguja, porque los patrones de las lanchas no entienden de variación.

Como la estación no era propia de pamperos, empezaron luego a tomarse los horizontes de una especie de humo o calima, dando el viento algunas llamadas a la brisa del SE, natural del tiempo, por donde finalmente se declaró a eso de las 10 de la noche, y nos vimos en la necesidad de arribar a la colonia del Sacramento, en cuya rada fondeamos la mañana siguiente. Nos propusimos desde luego seguir nuestro viaje por tierra, y que el bergantín, que conducía los víveres y demás pertrechos, lo ejecutase por el río cuando tuviese proporción. De este modo conseguíamos no solo tomar idea de estos campos, sitio también evitar la demora que podrían causarnos las brisas, que suelen entablarse con tenacidad.

Antes de pasar adelante, pareciendo de nuestro instituto dar noticia de los pueblos por donde transitamos, describir los territorios confinantes, y exponer todo aquello que nos parezca puede contribuir al progreso de la geografía y de la historia, diremos alguna cosa de la Colonia del Sacramento, de su establecimiento y progresos, de las alteraciones que ha padecido hasta su última demolición, de la calidad de su puerto, etc.

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Colonia del Sacramento

Por los años de 1554 y 1580, los nuevos pobladores de la ciudad de Buenos Aires hicieron conducir de la península de España, y aun de la provincia de Charcas, en este virreinato, porción de vacas y toros, yeguas y caballos, a las riberas boreales del Río de la Plata, en cuyos parajes no se conocía la especie de tales ganados. La extraordinaria fertilidad de tan dilatadas y hermosas campañas, hizo prodigiosa y breve su multiplicación; y la consecuencia los españoles entablaron un comercio el más considerable, de cueros, carnes, grasa, sebo, etc., estableciendo al efecto multitud de estancias. Tan rápidos progresos suscitaron bien pronto la emulación de las naciones de Europa, entre las cuales se distinguió siempre la portuguesa, por la mayor proporción que le ofrecían sus dominios inmediatos del Brasil. Por algún tiempo lograron sus particulares el colmo de sus deseos, en los puertos de Montevideo y Maldonado más desalojados de aquí repetidas veces por los gobernadores de Buenos Aires, Manuel Lobo, que lo era del Río Janeiro, fue encargado de formar un establecimiento sobre principios de mayor solidez. Y efectivamente, hacia los años de 1679 y 80, tiempo en que reinaba una plena paz entre las dos naciones, salió dicho Lobo en persona del Janeiro, con una expedición formal, aunque clandestina, de embarcaciones, tropas, armas, pertrechos, artífices, trabajadores, etc., y formó furtivamente sobre la costa septentrional del Río de la Plata, frente de la isla de San Gabriel, una fortaleza, que denominó Colonia del Sacramento.

En el mismo año de e su fundación fue tomada por asalto, y demolida, y sus habitantes hechos prisioneros, por el maestre de campo don Antonio de Vera, y Múgica, comisionado de don José de Garro, gobernador de Buenos Aires; pero fue devuelta provisionalmente por el tratado celebrado en mayo de 1681, que por esta circunstancia se llamó provisional; mas con la expresa prohibición de hacer fortificaciones, ni otros reparos que de tierra, los únicamente indispensables para cubrirse de la inclemencia, y con el reducido distrito del alcance de un cañón, disparado de punto en blanco desde la plaza. Los españoles quedaron como antes con el libre uso de su puerto y costas.

Hasta el tratado de alianza de 15 de junio de 1701, en que el señor don Felipe V cedió la Colonia del Sacramento a los portugueses, tuvo forma la Corte de Lisboa, por sus intrigas, de conservar   -6-   la referida posesión provisional: mas este tratado fue anulado en sus principios por los mismos contrayentes. Declarada la guerra a los tres años, fue tomada de nuevo, siendo gobernador de la capital don Alonso Valdez: pero el mismo Felipe V, amante siempre de la paz, la devolvió por el tratado de Utrecht de 1715, con el territorio que le correspondía desde su origen. Después de esto, habiendo llegado a lo sumo las hostilidades, robos y contrabandos de los habitantes de la Colonia, don Miguel de Salcedo, entonces gobernador de Buenos Aires, la redujo a sus estrechos límites en 1735, por medio de un sitio formal, que convirtió después en bloqueo, y de que se vino a formar el pueblecito español, que aún subsiste, nombrado el Real de San Carlos, que era el campamento de las tropas. En la guerra de 1762 se apoderó de ella don Pedro de Ceballos; y aunque se devolvió en la paz, volvió a tomarla últimamente en la expedición de 1778, extrañando a sus moradores, demoliendo sus muros, y casi todo el casco de la población.

Esta es en resumen la serie de las alteraciones que ha padecido la colonia del Sacramento, en el término de un siglo, que ha mediado desde su primera fundación.

Sus principios fueron un pequeño fuerte, y llegó a ser una plaza guarnecida de un recinto de cal y canto, cuya figura irregular se quería parecer a un cuadrado; el cual se hallaba defendido con dos enteros, y cinco medios baluartes, que podían montar no pequeño número de piezas de cañón, siendo su guarnición ordinaria de 500 hombres de tropa arreglada. Las casas eran también de cal y piedra, cubiertas con techumbres de buenas maderas y tejas, que conducían del Brasil. Aunque reducidas, no dejaban de ser de preciosa arquitectura, y de bastante cómoda distribución, adornadas exteriormente de balcones corridos, ventanas con rejas, y celosías de las mismas maderas. Pocas había de dos cuerpos, entre las cuales sobresalía la del Gobernador, que se hallaba situada en la plaza, frente la puerta de tierra, y era de gran capacidad, y no de mal prospecto. La iglesia, colocada al N de la plaza sobre una eminencia del terreno, se reducía a un edificio simple de una sola nave, muy viejo y quebrantado, con dos campanarios amenazando ruinas sobre los dos ángulos de la fachada, y la puerta en medio.

El Gobernador ejercita las dos jurisdicciones, política y militar, y el resto de los vecinos ascendía a 2.000 personas, sin contar los esclavos, que pasaban de 500. Las costumbres de los Colonistas eran muy semejantes a las de los habitantes de su matriz, el Río Janeiro,   -7-   aunque habían tomado no pocos usos de los españoles, con quienes trataban con mayor frecuencia, Su única industria era el contrabando, por medio del cual introducían toda clase de géneros comerciables, muchos esclavos, y extraían cantidades inmensas de plata, la mayor parte con fianzas de nuestro comercio, y algunos cueros.

D. Pedro de Ceballos, para arrancar de una vez la raíz que había producido tantas discordias entre las dos naciones, y quitar a los portugueses toda esperanza de nuevas solicitudes, tomó el extraño partido de reducir la colonia del Sacramento a un desierto espantoso, cubiertas sus calles de escombros y maleza. No satisfecho aun su ardiente celo con la inútil ruina de tan preciosa plaza, que podía conservarse sin aquel arbitrio, trató también de cegar el puerto, echando a pique dos o tres embarcaciones, cuyo efecto inutilizaron felizmente las rápidas corrientes del canal. En el día se piensa con otra moderación, y el Gobierno da sus providencias para restablecer este pueblo, cuya agradable situación es ventajosísima para el comercio y la agricultura.




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Puerto de la Colonia

El puerto es una pequeña rada de la costa en forma de media luna, cuyas dos puntas tendidas NO, SE, dejan una abra de cinco millas, y una de fondo. La pequeña isla de San Gabriel, nombrada así por Sebastián Gaboto en su segundo viaje al Río de la Plata, cubre su medianía, y la defiende de los pamperos, que son temibles. De ella sale una restinga de piedras que velan en vaciante, y después un banco de bastante extensión, entre el cual y la punta del SE, sobre que se halla la población, queda un canal espacioso de cinco brazas de agua, que es la entrada más segura del puerto. De la otra punta del NO, en que está el Real de San Carlos, sale otra cáfila de piedras, o pequeñas islas, que llaman, Muleques las primeras, y de los Ingleses las segundas; las que, avanzando al S contra San Gabriel, quieren cerrar, o cierran del todo, la boca de la rada, a lo menos para embarcaciones grandes. Su fondo, ni baja de una braza, ni sube de cinco, siendo su calidad lama no muy suelta, y no del todo mala tenazón. Doblada la punta del Real, algo distante de la costa, se halla una porción de peligrosos bajos y vigías, que nombran los Hornos, y como al O de San Gabriel, el Farallón. No se logró determinar por observación la situación de la Colonia, pero demorando al E 14º N, distancia 10 leguas del Buenos Aires, según   -8-   relevaciones hechas en tiempo claro, que descubren las torres de los dos pueblos, dedúcese estar en 34º 25' de latitud austral, y 3 horas 52 minutos de tiempo al occidente de Greenwich, que es longitud contada, por el meridiano de la punta occidental de la Isla del Fierro, 320º 11'.

En la idea, como se ha dicho, de seguir a Montevideo por tierra, se desembarcaron varios de los oficiales, y el bergantín continuó su navegación, permaneciendo a su bordo los dos Ministros de Real Hacienda, y algunos otros para custodia de los caudales y demás pertrechos. Un alférez, ayudante del comandante de la colonia, (el capitán de Dragones don Miguel Fermín de Riglos, que se hallaba ausente) nos franqueó de los caballos del Rey, de que tienen siempre buena porción en todos estos destinos, para las urgencias del servicio, y de una calesa para don José Varela, y nos pusimos en marcha como a las 3 de la tarde del mismo día 30 de diciembre.

Tenían los portugueses en el corto ruedo de la colonia algunas huertas, que cultivadas cuidadosamente, no sólo abastecían la plaza de todo género de legumbres y frutas, sino que les servían también de notable alivio e inocente desahogo en las estrechuras del bloqueo. Conservadas éstas, aunque con mucha negligencia y abandono, por un corto número de familias españolas establecidas allí nuevamente, nos hicieron la salida divertida, mitigando algún tanto los ardores del sol con su amenidad. Cruzamos después la pequeña laguna de los Patos, que hallamos medio seca, y era el término de la colonia. Siguiose una legua de aquí el arroyo nombrado el Rosario, y a las seis siguientes el Sauce, donde había una guardia de un cabo y tres soldados, y mudamos caballos. En el Sauce se vieron muchas capibaras, cuadrúpedo muy común de esta América, del tamaño de un perro, la cabeza de liebre, hocico obtuso, labio hendido, con dos dientes incisivos arriba, y otros dos abajo, por lo que pertenece a los glires de Linneo.

Del arroyo del Sauce, llamado así por los muchos y frondosos árboles de esta especie que adornan sus riberas, pasamos al de Colla, tres leguas distante, en el cual había media docena de ranchos de paja, y una capilla donde oía misa la gente del pago. A las otras dos leguas llegamos al del Rosario, distante en todo doce leguas de la colonia, al rumbo del E, corregido de variación magnética, como hablaremos siempre en lo sucesivo. Aquí tiene el Rey una de sus mejores estancias, donde se juntan a veces al pie de 20.000 caballos,   -9-   y no pequeña porción de ganado. Lo llano y abierto del terreno, la excelencia de sus pastos, y las muchas aguadas de arroyos perennes, con la considerable extensión de sus dehesas de 4 leguas de frente y 8 de fondo N S en el centro de la provincia, lo han hecho elegir para potrero y depósito general, de que se surten las tropas, los regimientos, y se provee a toda clase de expediciones militares y del servicio. La Real Hacienda compra comúnmente estos caballos por el precio de 3 a 4 pesos corrientes cada uno: se hierran, cortándoles la punta de la oreja izquierda, que es la marca ordinaria de los reyunos, y se echan en esta estancia hasta que llega el caso de emplearlos.




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Arroyo de Santa Lucía y Canelones

Durante la noche hicimos mansión en el Rosario, y a la mañana con caballos de refresco pasamos al pueblecito de San José, situado sobre el arroyo del mismo nombre, habiendo caminado 8 leguas como al ESE. En la travesía cortamos otros varios arroyos, entre los cuales se distinguían como más notables, los de Cofre, Pabón y Luis Pereira, nombres que tomaron de los primeros estancieros o pobladores del territorio, según la costumbre primitiva de la América. Todos estos arroyos que hemos nombrado, corren generalmente de N a S, y son tributarios del Río de la Plata. De San José fuimos a dormir a Santa Lucía, otro pequeño pueblo recién establecido en la banda oriental del río, o arroyo considerable de que toma su denominación, y dista otras 8 leguas del primero, al mismo rumbo del ESE. De aquí, con los mismos caballos que sacamos de Cofre, y no tuvimos proporción de mudar, nos dirigimos el 1.º del año de 1784, a Montevideo, que dista otras 12 leguas al SE de Santa Lucía. En el camino se atravesaron dos arroyos más: el uno llamado de los Canelones, que se forma de dos brazos, y el otro del Colorado, gajos todos, igualmente que el de San José, del Río de Santa Lucía, el cual tiene su origen 60 leguas al NNE, en los cerros del Campanero y de Berdun, inmediaciones del pueblo de la Concepción de Minas, y derrama también en el de la Plata.




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Arroyo del Yí y Río Negro

Estos cerros del Campanero y Berdun, dándose la mano con otros   -10-   que siguen más al N, las Asperezas de Polanco, y los Cerros de Hillescas, forman las vertientes del sobre el paralelo de los 33º y minutos. Este sigue después al NO ¼ O como otras 60 leguas hasta encontrar el Río Negro, llamado así por la particular obscuridad, que parece dar su fondo a sus cristalinas y delgadas aguas, el cual viene del NE de las cercanías de Santa Tecla; y después del dilatado curso de 80 leguas, fluye en el Uruguay no lejos de Santo Domingo Soriano. Desde esta villa a la boca del arroyo de Santa Lucía, hay un tramo de costa de otras 80 leguas, con dirección casi invariable del SE; y de ellas las 30 primeras pertenecen al referido Uruguay, que se junta con el de la Plata por la isla de Martín García. Por lo que se acaba de referir se ve que el Río Negro y el de Santa Lucía, con sus cursos paralelos, y el con el suyo, también paralelo a la costa del gran Río de la Plata, cortan una vasta península de la figura de un trapecio, la cual se halla cruzada por su medianía, de una cuchilla de montes, tendida en la misma dirección de la costa, dividiendo las aguas que la riegan a mediodía y septentrión. Esta cuchilla sale después por entre las cabeceras del Yí y Santa Lucía, que hacen como el istmo de la península, y va a unirse, formando la figura de una T, con la gran cuchilla que, desde el Pan de Azúcar y Sierras de Maldonado, sigue dividiendo aguas a oriente y occidente, por Santa Tecla, Monte Grande, y aun penetra hasta los contornos de la ciudad de San Pablo, en la latitud de 23º 30' meridional.




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San José y Santa Lucía

Los pequeños pueblos de San José y Santa Luía, son dos recientes establecimientos, que el celo del Señor Vertiz acaba de formar de las familias asturianas y gallegas, venidas poco antes con destino a poblar la costa patagónica. La Corte, desengañada en fuerza de costosas tentativas, en que se expendieron inútilmente muchos miles de pesos, y de una larga experiencia de cuatro años, que hizo evidente ser dicha costa de Patagones inhabitable, así por la inutilidad de sus puertos, como por la esterilidad de su terreno, con suma escasez de agua y leña, dos cosas de primera necesidad para la subsistencia de las gentes, determinó con acierto, en 1783, levantar o suspender los tres establecimientos que se habían formado, en Río Negro, Puerto de San José y Bahía sin Fondo, o de San Julián. De aquí viene el origen de los pueblos de San José y Santa Lucía; pues aunque sus principios fueron un poco anteriores a la determinación referida de la Corte, mas ya esta se había dejado traslucir en diferentes providencias e informes, que aseguraban ser esta la idea   -11-   de Su Majestad, y dieron margen al Señor Virrey para obrar con anticipación, dando este destino a aquellas familias, que muchas de ellas, ni aun llegó, el caso de pasar a Patagones.

Cada uno, pues, de dichos pueblos se compone como de 50 a 60 de las referidas familias de maragatos, las cuales, bajo de la dirección política de un sargento que las gobierna, viven en otros tantos ranchos, que ellas mismas se han construido al estilo del país, de paja, totora o espadaña, y de las maderas de coronilla, tala, mataojo, y otras de que están vestidas las márgenes de aquellos arroyos. Tienen también su capilla, y un sacerdote religioso, encargado de las funciones espirituales. Su ejercicio diario es la agricultura, cultivando cada individuo la chacra, o suerte de tierra que le cupo en la distribución hecha del distrito señalado al pueblo. Este por ahora se reduce a la corta extensión de una legua, o poco más, en contorno: mas la situación es ventajosa y de vista agradable, como escogida a propósito en campañas tan dilatadas y la calidad del terreno, la más pingüe, fértil y amena. Pero como estas colonias se hallan tan a sus principios, son también muy cortos los progresos de sus habitantes.




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Guadalupe y Canelones

En el arroyo que hemos nombrado de los Canelones, hay también otra pequeña aldea, llamada Nuestra Señora de Guadalupe, compuesta asimismo de otras 70 casas, de paja cortadera y puntales; a excepción de dos recién construidas de cal y piedra, pero todas hechas con algún más primor: el que consiste no sólo en la distribución de ellas más acomodada, sino también que, para darles mayor consistencia y lucimiento, embostaron las paredes con una mezcla bien batida de bosta, o estiércol de caballo, y tierra, y blanqueándolas después con cal ordinaria, quedan las habitaciones abrigadas y decentes, y pueden durar de 15 a 20 años, con solo el cuidado de repararlas de cuando en cuando. La iglesia es de lo mismo: las calles tiradas a cordel, con una gran plaza, y dista de Montevideo 9 leguas al N. Guadalupe tiene de antigüedad desde el año de 1778. Su vecindario sube a 2.500 individuos, entre criollos, europeos y maragatos, de los cuales muchos moran en sus estancias fuera del pueblo. Dentro de su corto recinto se contaban hasta 12 pulperías, en que se vende vino, aguardiente, miniestras y otros comestibles, y alguna ropa de cargazón: y como esta especie de tráfico sea de bastante ventaja, y algo más el de la compra y faenas de cueros, son estos ramos a los que   -12-   más se dedican los habitantes, desatendiendo en gran parte la agricultura, y reinando mucho la holgazanería u ociosidad, el juego de naipes y otros vicios. Los campos son fertilísimos, y de pastos tiernos y substanciosos para toda clase de animales y ganados. El arroyo dista como una milla de la población, y está sujeto a considerables crecientes, que no se puede pasar la mayor parte del año sino en canoa. Sus orillas abundan del árbol que llaman canelón, de que toma el nombre, de coronilla, espinillo, y frondosos sauces.

En el Cura de los Canelones residen las dos facultades, espiritual y temporal o civil, y su jurisdicción se extiende a las capillas de Santa Lucía, San José, Pando, y otros arroyos del pago. Sus rentas y obvenciones, que no bajan de 2.000 pesos, le abastecen de lo necesario, y le dan para mantener un teniente de cura; mas la iglesia no dejaba por eso de estar pobremente servida, y hasta con indecencia: abuso intolerable, digno de reparo. En el Colorado, Arroyo de las Piedras y Migueletes, hay también sus capillas, pero estas pertenecen ya al curato de Montevideo.




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Estancias

Toda esta península, de que hemos hablado, se halla poblada de multitud de grandes estancias, de la propiedad de los particulares de Buenos Aires y Montevideo. La extensión de cada una es diferente: las más comunes tienen de 4 a 6 leguas de frente, y tanto o poco más de fondo; pero las hay también mayores de 8, 10, y hasta de 15 y 20 leguas, como las de Alzaybar, Viana, Aguirre, García, y otros sujetos hacendados, que adquirieron derecho a tan vastos territorios, denunciándolos como baldíos, y pasando después a tomar de ellos posesión, colocando varios ranchos en aquellos parajes más dominantes, y hacia los ríos o arroyos, que les servían de límites en virtud de un título o despacho de propiedad expedido por el Gobierno, en aquellos primeros años que empezaban a poblarse aquellas ciudades. En el día sería muy conveniente dividir estas grandes comarcas, a que nunca puede atender un vecino solo, en suertes más pequeñas y razonables, y repartirlas a los demás. La agricultura y cría de ganados se fomentarían por este medio, y el Estado se interesa bastante en esta determinación.

Con todo, en dichas estancias se cría un sin número de ganado vacuno, lanar y de cerda, y animalada no menos considerable, mular y caballar. Hay estancias que, alimentan 20, 30 y 40.000 cabezas,   -13-   y aun las hay hasta de 80 y 100.000. Estos animales tienen de sí la inclinación de vivir juntos; andan comúnmente en tropillas crecidas, o manadas de 4, 6, 8 y 10.000 cabezas, a que llaman rodeos. Estos se aquerencian en los cerros más elevados, en las lomas de mayor meseta, y valles espaciosos. Allí pasan las noches reunidos, abrigados de la inclemencia de los tiempos, y libres de los insultos de los tigres, perros cimarrones, y otras fieras de que abunda el país, y que respetan siempre la estrecha unión de aquella gran república. Los estancieros se valen de esta propiedad del ganado para amansarlo y tenerlo sujeto. Sus peones salen a repuntarlo dos o tres días cada semana: lo corren de todas partes, ojeando y dando voces, lo procuran volver sobre aquellos lugares más ventajosos, donde está iniciada la querencia. Le dan varias vueltas, y de este modo lo acostumbran a un cierto número de rodeos en cada estancia, lo cuentan con facilidad, y el ganado se domestica, no extraña la gente, se deja gobernar al arbitrio de su dueño, y no rebasa jamás los términos de su jurisdicción.




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Hierra

Todos los años por abril y mayo suelen herrar la cría del anterior, que regularmente sube a la cuarta parte del total, y aun al tercio, en años fecundos, y en estancias de buenos campos, donde cuidan de conservar las hembras, y procuran por todos medios el fomento y la multiplicación; quemando a tiempo los pastos duros y malezas, para que retoñen nuevos y tiernos; proporcionando al ganado muchas y buenas aguadas; y sobre todo, exterminando las fieras que lo destruyen. La hierra es una de las operaciones más célebres de las estancias, y para ella se convidan comúnmente todas las gentes del pago. El ganado se encierra a este fin en un gran corral, o cerco de estacas: los peones de a caballo, van sacando uno a uno los animales, enlazados por las astas, y al salir por la puerta, otros peones de a pie, que se hallan allí apostados, les tiran el lazo hacia las manos o pies sobre la misma carrera, y haciendo hincapié, asegurado el lazo con media vuelta dada al cuerpo, voltean la res, sea vaca o toro, con una violencia increíble, y no menos destreza. A este tiempo llega otro peón, le aplica la marca caliente, y aflojando los dos lazos, la dejan ir libre. De este modo con una docena de hombres hierran en un solo día sobre 200 cabezas; y por el mismo estilo marcan los caballos, de que resulta que pierden muchos, y los más quedan estropeados. En estas ocasiones suelen también practicar la castración; y los novillos por su gran cuero, mucha grasa, sebo y buena carne, rinden sin comparación mayor utilidad que los toros.



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Faena de cueros

La faena de cueros es otra de las maniobras comunes y vistosa de las estancias. Cuando la intentan, se destinan 10 ó 12 peones, de los cuales el uno va delante desgarretando los toros a la carrera, con una especie de cuchilla de acero bien templado, que por su figura llaman media-luna, engastada en una hasta de 3 a 4 varas de largo. Otro sigue después acodillando los mismos animales que encuentra, ya tendidos por el primero con un chuzo largo y delgado, a manera de daga, para no ofender los cueros; y los otros finalmente se emplean en desollar y sacar la grasa y sebo, único despojo de la res que se aprovecha. Los cueros, Conducidos después a la estancia, si no lo hacen allí mismo, los tienden y estiran bien por medio de algunas estaquillas, para que se sequen mejor y más pronto; y últimamente los apilan en paraje alto, libre de humedad y ventilado, teniendo además la precaución de apalearlos de cuando en cuando, para preservarlos de la polilla, a que son muy expuestos. En estas matanzas se deben reservar las hembras, y así está mandado, a lo menos hasta la edad de 10 a 12 años, que son fecundas: después se esterilizan, y se pueden matar. Los toros también de la mitad de este tiempo se separan de las vacas y demás ganado nuevo, y andan apandillados en grandes porciones, lo que facilita mucho la faena de cueros. En las estancias bien arregladas, en aquellas pobladas ya de ganado con proporción a sus pastos, la matanza, o saca debe ser igual a la cría del mismo año, sin respeto a las hembras, ni más atención que la de que recaiga su efecto sobre los animales de marca y de mayor edad. De otro modo el excesivo número desbastaría bien pronto los terrenos propios, y no sirviéndole entonces de freno la querencia por falta de alimento, rebosaría a manera de un torrente por todas partes: rompería los antiguos diques, y transmigraría a campos vírgenes, cubiertos de yerba, dejando desierta y desolada la estancia a su imprudente dueño, que no supo tomar justas medidas. En los años secos se agrega a la esterilidad de los pastos la falta de abrevadero, aguadas, y se dobla el riesgo de la deserción de los ganados.




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Lazo y bolas

Antes de dejar este punto, demasiadamente importante para que no hayamos de volver a él en el discurso de este diario, daremos idea del lazo y de las bolas, armas únicas y terribles de las gentes de   -15-   campaña, de que hacen un uso general, y con que practican la mayor parte de sus maniobras. El lazo no es otra cosa que un torzal fuerte y muy flexible, de dos, tres o cuatro guascas o tiras de cuero, y de 9 a 10 brazas de largo. En uno de sus extremos tiene una presilla de correa doble con su ojal, por la que se prende a la cincha del caballo; y en el otro extremo se le pone una argolla de hierro, como de dos pulgadas de diámetro, y bastante grueso, con que se forma el seno o lazo escurridizo, que se arroja las más veces sobre la carrera del animal que se pretende enlazar. Para esto el jinete lo revolea con aire sobre su cabeza desde alguna distancia, y cuando llega a punto, tira la malla abierta sobre la res, que persigue, y corriéndose la argolla, se estrecha fuertemente el lazo y queda presa, ya por sus astas o cuello, que es lo más común, ya por algún pie o mano, y a veces las dos a un tiempo. En este caso se procura tener el lazo tieso, conservando siempre la distancia que permite; y ganando cuidadosamente en los diferentes escarceos del animal, hacia aquella parte que se desea conducir, se logra su efecto con facilidad. Otras veces, que el ánimo es matarlo para carnear, o sacarle el cuero, se aguarda a que se pare, lo que no tarda en suceder, bien con la irritación y cansancio, bien por la natural posición de toda bestia a ser conducida y arrastrada con violencia. El peón fía entonces a su caballo, sin recelo de ser confundido, el cuidado de no ceder un ápice de su ventaja, ni aflojar el lazo; lo que ejecuta el animal con rara lealtad, manteniéndose firme como un poste, o marchando, y aun corriendo cuando le es necesario, para llenar el objeto de su dueño. Y dando éste un gran rodeo, se acerca por detrás a su presa, y con el cuchillo, que jamás se le cae del cinto, la desgarreta y degüella a discreción.

Las bolas o libes, arma no menos sencilla y útil que el lazo, producen sus efectos a mayores distancias, con más seguridad y menos riesgo del jinete. Este ingenioso instrumento se reduce a tres piedras redondas y sólidas, retobadas en cuero, y unidas después las dos de ellas por un torzal, como de tres varas de largo, de cuya medianía pende la tercera, que es menor que las otras, por medio de otro torzal de la mitad más corto, de forma que quedan las tres a igual distancia del centro. Su tamaño es diferente según el destino: las que emplean para el ganado mayor, son como balas de a 4; para los venados y avestruces son menores, y aun las hay hasta de la magnitud de balas de fusil, de que suelen usar para las aves. Algunos las tienen de hierro o plomo; otros de madera: aquellas abultan menos y duran más, pero tienen el inconveniente de romper los huesos, y quebrar las piernas a los animales. Estas se destruyen pronto, mas tienen la excelencia sobre todas, porque saltan más, y con sus rebotes facilitan tiros más largos y seguros, y conservan el ganado   -16-   sin lesión, por cuya causa se sirven de ellas para los caballos. Los torzales deben tener el grueso proporcionado a las bolas, y además ser muy sobados y flexibles, para que puedan girar en cualquier sentido, y a este fin los enseban frecuentemente, conservándolos escurridizos, correosos, y nada expuestos a faltar en las ocasiones. Los libes alcanzan a la gran distancia de 50 a 60 pasos naturales, y aun más, según la pujanza y uso del boleador, que es doble o triple de la del lazo, y por esta sola circunstancia le hacen una ventaja infinita. Se arrojan del mismo modo a la carrera, y a los pies de la fiera perseguida, para lo cual se toma la bola menor en la mano, llamada por esto manija, y revoleando las otras en círculo con violencia, se despiden abiertas, cuando se logra proporcionar el tiro. Desde luego las bolas con su impulso toman dos o tres vueltas a los pies del animal, que se aprietan por instantes con su mismo peso y flexibilidad de los torzales. El animal, que, embravecido con aquel estorbo, procura desembarazarse a fuerza de saltos, coces y corcovos, se las estrecha y liga más y más, hasta que, rendido y amarrado fuertemente con diversos enredos y ligaduras, cae en tierra al arbitrio del sagaz enemigo, que dispone de él a su salvo conducto, triunfando por todas partes la razón de la fuerza.

Ninguna especie de animal, o fiera se puede librar de semejante arma, hasta las aves del cielo se ven muchas veces detenidas en medio de los aires, a pesar de su velocidad; y perdido el uso de las alas, y agobiadas del peso, caen a los pies del nuevo y diestro cazador. Mas, como el hombre ha sido y es en todos tiempos el mismo, también ha convertido ahora, como en otra era, en su propio daño, los instrumentos de tan feliz invención; y se hacen muchas muertes y robos con las bolas y el lazo. Con este se arranca del caballo al mejor jinete, y arrastrado con violencia y furor, perece sin defensa: con aquellas, perdida la menor distancia por la fuga, se bolea el caballo y detiene, y por un efecto de la más fatal execración, se abusa siempre, de los medios de la mejor industria. Una milicia constituida sobre el pie de montura, lazo y bolas de los gauchos, o gauderios, (así llaman a los hombres de campo) por la ligereza de estas armas, nada expuestas al orín, que excusan el peso y gasto de las municiones, su segura prontitud a obrar en todos tiempos, secos o de lluvia; y finalmente, por su mayor alcance, nos hace presumir podría sacar alguna ventaja sobre el sable de la caballería de Europa, en algunas circunstancias de la guerra, no tiene duda que sería utilísima; y a lo menos la novedad no dejaría de sorprender y causar su efecto en las primeras funciones. La fogosidad de los caballos europeos no sabría conservar su formación a los pocos tiros de bolas; ni el sable y la bayoneta impedir los estragos del lazo.





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Capítulo II

Descripción de la plaza y puerto de la ciudad de Montevideo, su población, habitantes, gobierno y comercio. Navegación de las lanchas a Buenos-Aires, y derrota de los navíos para entrar y salir en el Río de la Plata.


Hemos dicho que desde Santa Lucía nos dirigimos a Montevideo, y efectivamente, la misma tarde del día primero del año de 1784 conseguimos entrar felizmente en esta ciudad, por el portón del N, denominado el viejo, para distinguirla del nuevo, recién abierto hacia la parte opuesta del recinto, contigua a la costa del S. Cada uno de ellos tiene su tambor, pequeña fortificación que le defiende con su estacada. Para seguir el sistema que nos hemos propuesto, de describir los pueblos de nuestro tránsito, dando todas aquellas noticias útiles que nos sean accesibles, como prescriben las instrucciones, haremos la descripción de esta plaza según su estado actual, exponiendo sus principios, progresos, el número y calidad de sus habitantes, su gobierno político y militar, su comercio; y daremos una idea amplia de su puerto, de los escollos que hay dentro y fuera de él, de la navegación que practican las lanchas del Riachuelo; y últimamente, de la derrota que podrán tener los navíos en todos tiempos, para entrar y salir con alguna más seguridad en el Río de la Plata.


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Montevideo

Se dijo arriba que desde la maravillosa propagación del ganado, que produjo la notable fertilidad de estas campañas, fueron siempre estos territorios objeto digno de atención para las naciones de Europa. Efectivamente, esta nueva mina de los cueros, cuyo beneficio más fácil estaba también más expuesto a los tiros de la codicia extranjera, por su mayor inmediación a las costas del mar, dando nuevo impulso a los poderosos atractivos del oro y de la plata, animó el deseo de establecerse en las Américas, y llevó a los vasallos de otras coronas a dirigir sus tentativas por esta parte. Los puertos de Montevideo y Maldonado, que eran los primeros, por no decir, los únicos, que ofrecían la mejor proporción en las márgenes septentrionales del Río de la Plata, empezaron a ser frecuentadas de los Franceses, que miraron de todo tiempo con buenos ojos tan   -18-   agradable designio. Hacia los años de 1717, una escuadra española, destinada a exterminar los piratas que infestaban la mar del S, apresó dos navíos de esta potencia, que se habían introducido en dichos puertos, siendo su menor idea el contrabando. Los holandeses e ingleses no estuvieron más libres de estas tentaciones, y hemos visto que las ricas posesiones del Brasil no bastaron a contener a los portugueses dentro de sus límites. El éxito feliz y reciente de la colonia indujo a estos a renovar los intentos de extender sus dominios, que jamás han perdido de vista; y el año de 1723 enviaron un navío con tropa, artillería y 200 hombres de tripulación, para apoderarse de las radas de Montevideo. Noticioso de esto don Bruno de Zabala, gobernador entonces de Buenos Aires, les hizo abandonar su proyecto, empleando los medios de la fuerza, después de haber tentado inútilmente los de la suavidad. Nuevo descuido en asunto de esta importancia podía arrastrar funestas consecuencias, y para precaverlas se llevaron a debido efecto las órdenes del Rey, en cédula de 1720, para poblar y fortificar aquellos puertos, trayendo con este fin suficiente número de familias de la península y de las Islas Canarias. Este es el origen de estos dos pueblos, y no otras las causas que motivaron su fundación. Dejando ahora para el lugar que corresponde a Maldonado, pues debemos pasar por él, trataremos únicamente de Montevideo.

Este pueblo fue desde luego colocado donde hoy se ve, sobre la punta oriental de la ensenada. Cercose de un simple recinto, con dos cubos que defienden la playa que baña la misma punta a N y S. En el frente de tierra, sobre lo más elevado del terreno, se formó una ciudadela, que flanquea a uno y otro lado los dos portones que median entre ella y los cubos. Dicha ciudadela se reduce a un cuadrado regular de 4 baluartes con su foso, y un pequeño rebellin sobre la cortina exterior que mira a la campaña. Hacia la marina tiene también un hornabeque, o frente de fortificación llamado San José, dirigido al pueblo, y cubierto igualmente de otro rebellin. Sus dos alas terminan en figura circular, y pueden defender la entrada del puerto. Todas estas obras son de cal y piedra; y en el día se hallan reparadas, y el recinto algo más flanqueado en toda su extensión, con diferentes flechas y algunos semi-baluartes. La ciudadela sólo ha padecido notable quebranto, y las tierras del terraplén están para reventar la escarpa, talvez por falta de declivio. Todo el espacio que incluye el recinto, se halla cruzado por su medianía de una loma de mayor altura, en la dirección de NNE a SSO: y como reinan los vientos con más frecuencia de la parte oriental, haciendo el temperamento, por lo común, desapacible, se ha cargado casi toda la población a la occidental, dejando al SE sin ocupar un vasto terreno. El casco de la ciudad se halla dividido en seis calles, tendidas al NE, y cortadas de otras seis al NO, quedando las cuadras, o isletas,   -19-   de cien varas de frente. Las casas son regularmente de barro y piedra, y muy pocas de cal, que suelen ser los de un alto. Estas las ocupa la gente de conveniencias, y son de alguna más comodidad: las otras se reducen únicamente a cuartos a la calle, cuando más con alguna división y patio. La plaza, que no deja de ser capaz, se halla contigua a la explanada interior de la ciudadela; y en su testero principal está sentada la iglesia matriz, que sirven entre dos sujetos, vicario y sacristán, con bastante pobreza y desaseo. El convento de San Francisco, inmediato al fuerte de San José, se halla sobre un pie de mayor decencia, y tiene sólo 10 ó 12 individuos bajo la regla de la observancia. Extramuros hay también diversas capillas en los diferentes arroyos del distrito de Montevideo, sufragáneas todas de la matriz, para la asistencia espiritual de la gente de la campaña que se halla muy poblada hasta la distancia de 10 a 12 leguas, y aun más.

El vecindario de Montevideo asciende en el día a 8.000 almas, cuyo mayor número vive fuera del pueblo en sus chacras y estancias, cuidando de sus sementeras y hortalizas que cultivan en las primeras, o de los ganados que crían en las segundas. Los que moran dentro de la ciudad pueden dividirse en tres clases: hacendados, comerciantes y artesanos. De la primera apenas se cuentan de 15 a 20 personas, y de ellas la mitad se halla sobre un considerable fondo de riqueza, abrazando entre sí, con sus dilatadas estancias, casi todo el término de Montevideo, que se extiende en partes a 70 y 80 leguas. Los comerciantes pueden asimismo considerarse bajo dos aspectos: los unos, que hacen el comercio por mayor directamente con la península, y son por lo regular apoderados de las casas fuertes de Cádiz; y los otros, que trafican por menor en tiendas y pulperías. De unas y otras está llena la ciudad; no hay casa donde no se venda algo, causando no pequeña admiración, que puedan subsistir en país tan caro, y de tan corto número de habitantes. Los artesanos son por lo común de la tropa o marinería de los navíos, y por consiguiente, transeúntes y de poca habilidad: con todo se hacen pagar exorbitantemente sus obras.




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Su término

El distrito de Montevideo termina por la parte meridional en el Río de la Plata, mas por la septentrional se extiende al fuerte de Santa Teresa, sobre el Chuy, la Laguna de Merín, el Piratiny,   -20-   el fuerte de Santa Tecla y el Río Negro. En el Gobernador residen las dos jurisdicciones, política y militar, y tiene a sus órdenes un Sargento Mayor, que le sucede en ausencias y enfermedades. Además de esto, hay un Cabildo compuesto de dos Alcaldes ordinarios, un Alguacil mayor, un Alférez real, y cierto número de Regidores, cuyos empleos se dan todos los años entre los vecinos a pluralidad de votos, en la forma acostumbrada, excepto los de Alguacil mayor y Alférez real, que poseen, ha mucho tiempo, dos sujetos por beneficio. Hay también un Oficial real, encargado del manejo de la Real Hacienda, el cual depende en un todo del Super-Intendente General del Virreinato, que reside en Buenos Aires: mas esta plaza debe suprimirse por la nueva ordenanza de Intendentes que se acaba de publicar este último año de 1783. En el anterior de 1773 se establecieron de orden de Su Majestad una aduana y resguardo, que cuidan, aquella de la exacción de los derechos reales, y éste, de evitar los contrabandos, conforme a sus particulares y respectivas instrucciones. Posteriormente se estancaron los tabacos y naipes, y establecieron a consecuencia sus correspondientes oficinas, bajo la conducta de un Director general, encargado de esta comisión para todo el reino.

La guarnición ordinaria de Montevideo se reduce a un regimiento de infantería, dos compañías de artilleros, y un pequeño destacamento de dragones, mandados cada uno de estos cuerpos por su comandante natural. Los vecinos se hallan también repartidos en asamblea. Los primeros tienen a su cargo las expediciones de la campaña: los segundos refuerzan la guarnición en caso de necesidad, para mayor custodia de la plaza; y así esta, como la infantería veterana, hacen siempre el servicio montados, cuando se trata salir fuera del pueblo, obligando a ello las grandes distancias. también suele haber uno o dos oficiales de ingenieros, encargados de conservar las obras de fortificación y edificios públicos.

De todo tiempo el comercio de Montevideo estuvo reducido al renglón solo de los cueros, que nunca dejó de ser de bastante entidad. En los primeros años, antes de la fundación de las estancias, el ganado inundaba los campos hasta los ruedos del pueblo. Los vecinos obtenían permiso del Gobierno para entablar sus faenas de cueros, cediendo la quinta o tercera parte de los que hacían, para los gastos públicos de la provincia, como propios de la ciudad. Los pagos, a que se extendían estas licencias temporales, tomaban desde luego el nombre de los interesados, y la repetición de nuevas prórrogas les adquiría un cierto derecho exclusivo, que pasó fácilmente a   -21-   propiedad legítima, autorizada por el gobierno, cuando, exterminado el ganado alzado o montaraz, se vieron en la necesidad de entablar crías metódicas y arregladas. Este es el primitivo fundamento de las estancias; y la denuncia de los terrenos baldíos en tiempos posteriores es el segundo, como ya dijimos. Las leyes de Indias, y la nueva ordenanza de Intendentes prescriben sabiamente esta práctica, como la más propia para poblar el país, dar fomento a la agricultura, vigor y estabilidad al comercio. Sin embargo de esto, se ve desierta toda la sierra, las dilatadas vertientes de la Laguna de Merín, los espaciosos llanos de Santa Tecla, y las frondosas riberas del Río Negro: todo lo que no es sino con notable perjuicio de la nación, y provecho de los portugueses, que no dejan de hacer correrías en estos despoblados, robando los ganados, y los cueros de los que no pueden conducir. La preocupación, o idea impracticable, de querer preservar este ganado de la sierra para las expediciones militares, y surtir las estancias del Rey, sacándolo o tomándolo por medio destructivo de las vaquerías, impide todo el efecto de aquella prudente máxima de la legislación, y en adelante no dejarán de ocurrir nuevas pruebas de este principio.

La población y el comercio de Montevideo han tenido sensibles adelantamientos: desde el establecimiento de los correos marítimos de la Coruña, de donde entran en sus puertos a lo menos seis cada año. Mas los últimos y más rápidos progresos los debe al reglamento del comercio libre del año de 1773. Esta es la época más feliz para Montevideo, que le causa todos los días mayores aumentos, y le da nueva energía. Sus huecos se llenan por instantes de casas suntuosas, de miradores y obeliscos: se multiplican, lo que no es creíble, las hermosas y agradables chacras y quintas del fertilísimo arroyo de Migueletes; y con los navíos, que no cesan de arribar a sus playas, crece el número de sus colonos, el giro toma nuevo aliento y mayor extensión, y Montevideo concibe fundadas esperanzas de una futura grandeza, émula de su capital. La circunstancia sola de su puerto, único en todo el Río de la Plata, que puede admitir embarcaciones de porte, le ofrece todas las proporciones ventajosas que acabamos de apuntar, haciéndole la primera puerta de comunicación de los dos virreinatos de Buenos Aires y Lima. El comercio de Cádiz, aburrido de la peligrosa y dilatada navegación del Cabo de Hornos, desde que tiene libertad, ha empezado a girar por esta vía, mucho más fácil y segura, sus cuantiosos intereses a las ricas provincias interiores del Perú; y es de admirar no se hubiese franqueado antes este camino, desde la feliz conquista de aquel poderoso reino. Las fuertes preocupaciones con que se estaba prevenido   -22-   a favor del comercio exclusivo, y que procuraba mantener la insaciable codicia de algunos particulares, especialmente los de la Ciudad Imperial, como más interesados, no fueron el menor embarazo de esta empresa, a que se puede agregar la dificultad casi insuperable del tránsito por la Cordillera de Chile, que, cerrándose con las nieves, impide los transportes la mayor parte del año. Como quiera que sea, esta carrera se halla en el día más trillada que nunca, y la experiencia de su utilidad, aunque disminuida considerablemente por un efecto indispensable de las últimas funestas revoluciones de esta América, que tardará mucho tiempo en repararse, va ahogando los sentimientos del partido contrario al comercio libre, y manifiesta cada vez más lo acertado de aquella resolución.




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Puerto

El puerto de Montevideo es una ensenada que forma la costa septentrional del Río de la Plata a manera de herradura, con dos puntas salientes, la una de San José, y la otra de Piedras, que se proyectan al NO: distan entre sí 4 millas, y dejan una capacidad de 5 a la ensenada que interna al N, ensanchando alguna cosa más que por su boca. De esta, su menor fondo de 13 pies disminuye progresivamente hasta la playa de arena, que sale, por donde más, un par de cables. En lo restante, su calidad es un fango, o lama tan suelta, que los navíos suelen entrar a fuerza de vela para penetrar bien adentro, con particularidad aquellos que han de permanecer temporada en el puerto, que no se creen seguros sino llegan a encallar en el fango hasta los 10 a 12 pies de agua: y de esto no tienen jamás el menor recelo, porque las mareas que son crecidísimas y frecuentes en todo el año, aunque sin guardar otro período determinado que los vientos SE y SO, dan siempre oportuna facilidad de salir a la espía. El año de 1776 el navío Santo Domingo, que mandaba el capitán de la misma clase don Martín Lastarria, perdidos los cables sobre un tiempo deshecho del SSO, se fue, como llaman los marineros, al garete, esto es, a discreción de las olas, y varó en la costa de Migueletes, hacia el fondo de la rada, en 12 pies de agua, quedando a la vaciante en solos 3. Por algunos días se dudó si se podría sacar, pero las considerables mareas que siguieron de allí a poco, facilitaron ponerlo en franquía, aun sin haberlo alijado sino muy poca cosa. Tanto cuanto más suelta es la lama, tanto peor es la tenazón, y se   -23-   garra con tanta mayor facilidad, de modo que no basta la precaución de engalgar las anclas.




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Cables de guembé

Los cables se cuecen también con el fango, y quedan inútiles a los pocos meses de servicio. Sería muy conducente emplearlos de la cáscara del guembé, árbol parasítico, que abunda sobre los ríos Uruguay y Paraná, y no está sujeto a aquel inconveniente. La marina los debería solicitar de los pueblos de Misiones, que no usan de otras amarras y sirgas en sus barcos; y la experiencia no les ha dado jamás lugar de arrepentirse. La estopa que estos pueblos hacen también del cardo caraguatá, a la propiedad de no podrirse añade la excelencia de no necesitar de alquitrán o brea para las costuras bajas del fondo de las embarcaciones, que están siempre dentro del agua: es de creer haga no pocas ventajas a la de cáñamo, y a lo menos pueda remediar un apuro.




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Escollos

Sobre la referida punta de Piedras yace el célebre Monte-Video, llamado así, no tanto por su altura, que le descubre a larga distancia, cuanto por la gran planicie de las tierras que le rodean, haciéndole aparecer más alto. La dicha punta es formada de varias restingas de piedras, que avanzan algunas hasta una milla de distancia, y en general toda la costa del cerro es muy sucia. Como al NO de la rada, y a una legua corta del muelle, se ve una pequeña isla, que tal vez sea la que Sebastián Gaboto nombró de los Patos, y hoy se llama indistintamente de los Conejos, o de los Ratones, sin haber fundamento para esta o aquella denominación. Entre los Migueletes y los Mosquitos, únicos arroyos de la ensenada, salen, un cuarto de legua, otras rocas algo peligrosas, que solo velan en vaciante; y doblada la punta de San José, a un cable de tierra, hay una laja oculta, en que han tocado no pocas embarcaciones, por atracarse demasiado para no perder el barlovento. Sobre ella se solía colocar una baliza, que la violencia de los pamperos, a que se halla muy descubierta la rada, no deja subsistir, mas que por eso no es menos necesaria.



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Aguas

En el fondo del puerto hacen las embarcaciones su aguada para lo cual tienen abiertas diferentes cacimbas sobre la misma playa, en que se filtra purificada de las partículas salitrosas y bituminosas el agua del Río de la Plata, que, mezclada ya en esta altura con la del mar, no se puede beber las más veces sin este beneficio. El pueblo se surte también de estos pozos, pero con preferencia de la fuente nombrada de las Canarias, cerca del Portón Viejo, cuyas cristalinas aguas, aunque escasas, son muy delgadas, digestivas, nutritivas y de otras virtudes excelentes. Dentro del recinto no hay más agua que una pequeñísima cascada de mala calidad, junto al muelle, y tres pozos en la ciudadela, de que no se hace uso, más que pueden suplir en la necesidad. Por la puerta del socorro tiene asimismo la ciudadela comunicación con otro corto manantial, que se halla sobre la explanada exterior, delante del Portón Nuevo, y que en esta última guerra se tuvo el cuidado de cubrir con una arca de bóveda a prueba, a fin de conservarla en caso de asedio.




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Armadilla

En este puerto debe haber una fragata de guerra, y dos paquebotes de armadilla, que ha solido mandar en estos últimos años un capitán de navío de la Real Armada. El uno de los paquebotes va destinado a las Islas Malvinas, siendo su comandante al mismo tiempo Gobernador de aquel presidio; y al año es relevado por el otro, alternando los dos en este ejercicio. También hay en Montevideo dos oficiales del ministerio de marina, encargado de la cuenta y razón: otro de los ingenieros hidráulicos, para las obras que puedan ofrecerse de arquitectura naval; y últimamente, se acaba de nombrar por Su Majestad un capitán de puerto, que ejerza las funciones propias de este empleo con arreglo a ordenanza. El almacén, o arsenal de marina, tiene un repuesto de pertrechos para proveer a las embarcaciones en las urgencias, y regularmente está bajo la inspección del segundo comandante de la fragata.




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Estaciones

Las estaciones en este clima son enteramente opuestas al de   -25-   Cádiz, y su temperamento algún tanto desigual: le excede poco en el frío y calor a sus respectivos tiempos. El termómetro de Nairne indica el máximo de uno y otro por los meses de julio y enero, con 45 y 85 partes de la escala de Fahrenheit. Aunque Montevideo se halla en la región que Mr. Halley llama de los variables, en su tratado de vientos, reinan no obstante la mayor parte del año las brisas de 1.º y 2.º cuadrante, pasando de una a otro según la estación actual de verano o invierno. En la primera son frecuentes y peligrosas las turbonadas, o tormentas de rayos y truenos, aunque duran poco; y se ha experimentado que van a menos, desde que va a más la población. En la segunda son temibles los tiempos del SO al S, y aun SSE, ya por la furia de estos vientos que llaman pamperos, y la gruesa mar de travesía que levantan, ya por la tenacidad con que se entablan, durando a veces muchos días sin amainar, o ceder. En el derrotero de Pimentel se encarecen también como funestos los SE, en la primavera, esto es, desde setiembre hasta fin de año. Son muy obscuros, permanentes, pican la mar, toman la costa, hacen faltar las observaciones de latitud, y calman solo para venir, como de contraste, el pampero: bien es que, pasada la primera fuerza de este, se disipan los celajes y aclara el tiempo. Los meses de abril y mayo son los más serenos y benignos de este clima.




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Fecundidad de las tierras

Fuera de estos extraordinarios, el país en general es de un temple apacible, muy sano, y sin enfermedad conocida. Su terreno pingüe de por sí, y regado de diferentes grandes arroyos, es de los más adecuados para el fomento de la agricultura. Los granos de primera necesidad, cultivados cuidadosamente, han llegado a producir hasta ciento por uno, aunque las regulares cosechas dan sólo de 25 a 30. Las semillas, o legumbres de toda especie, se dan asimismo con notable variedad y abundancia. Las hortalizas son por extremo tiernas, muy suaves y de un dulce exquisito. Las frutas no son tan generales, mas esto proviene de la desidia, u omisión de no plantarlas con aquella diligencia y cuidado que se requiere: aquellas con que se observa esta atención, como los duraznos, melones, sandías, higos uvas de parra, membrillos, manzanas, peras, y una especie de fresas, llamadas comúnmente frutillas, son de superior calidad y buen gusto. En Buenos Aires tienen particular estimación así las frutas como las demás producciones de la banda septentrional del Río de la Plata,   -26-   por la ventajosa diferencia que hacen en todo a las propias de aquel suelo, y el tráfico no deja de aprovecharse a su tiempo de esta industria.

Abunda también el país en aves domésticas y de caza: entre aquellas se distinguen la gallina, el pavo, el pichón, por el jugo y suavidad de sus carnes, y entre estas la becacina y chorlito. Las demás, como las tórtolas, las torcaces, las perdices grandes y pequeñas, los patos, etc., son algún tanto sequeronas, recias y aun desabridas. La vaca y ternera son de lo que no hay semejante en Europa: los asados de la picana y malhambre, no han sido conocidos en las grandes mesas de los príncipes y señores. La primera es toda la parte superior de las ancas y principio de la cola, sacada con el cuero y asada sobre las brazas, con el sainete de un mojo, picante de ají: el segundo, se hace de los músculos oblicuos del abdomen entre cuero y carne. El carnero no es tan delicado, y el cerdo no se puede comer, a no tener el cuidado de cebarlo a parte, sin que se alimente de los despojos de los mataderos, como sucede comúnmente, los cuales dan al tocino, y aun a la carne, fastidioso olor, y peor gusto. La incuria de estos mataderos públicos, que están en los ruedos del pueblo, matando las reses después de haberlas tenido muchos días encerradas en un corral, sin darles de comer ni beber, cansándolas y aperreándolas con la violencia del lazo, y por último, sin desangrarlas bien, quita a la carne todo su sabor, y le hace adquirir cierta nociva calidad acre, que produce no pocas veces grandes diarreas, y aun disenterías. Finalmente, el río no deja también de contribuir con variedad de ricos peces a las delicias del hombre en este ameno país, recomendable por tantos títulos. El pejerey, el zurubí, el manguruyú, el pacú y el dorado, son sobresalientes, y de tamaño monstruoso en su especie. La lisa, la corvina, la pescadilla y el lenguado, no son menos estimables; y el cazón, el bagre, la tararira, el armado y otros menores, son los más ordinarios. Lo dicho basta para formar idea, no debiéndonos extender a mayor detal.




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Lanchas del río

Como el puerto de Montevideo es, como dijimos, el único del Río de la Plata, se quedan en él todas las embarcaciones que vienen de España con registros para Buenos Aires y provincias interiores del reino. El transporte de los efectos se acaba, pues, de verificar   -27-   por medio de las lanchas del Riachuelo, cuyo destino principal no es otro, y el de volver cargadas de cueros para el retorno de las mismas embarcaciones, o navíos. De estas lanchas habrá como unas 30, las más de ellas armadas en goletas, otras en balandras y las restantes en bergantines. Su construcción es bastante fuerte y planuda, de modo que cargan mucho, calan poco, y resisten no mal los rocíos temporales y gruesas maretas del río, que no deja de ser achacoso.

En la derrota que siguen los patrones que las gobiernan, les dirige sólo la práctica, o conocimientos que tienen del tiempo, de las mareas, bajos, bancos y demás circunstancias esenciales a este objeto. Con arreglo a ellas atracan unas veces más la costa del N, otras las del S, conforme presumen de que lado deben soplar los vientos. La dirección de este tramo del río es al O ¼ NO, a corta diferencia; y así la navegación poco se aparta de esta línea en el viaje de ida y vuelta. La hora regular de su salida es a media tarde, y llegan antes de las 12 del día siguiente, si les favorece el tiempo: la venida de Buenos Aires suele ser más morosa cuando no reina el pampero. La sonda de los dos bancos de Ortiz y de la Ciudad, cuyos fondos tienen muy conocidos, es todo el norte de los patrones de lanchas; y su mayor desvelo, el bajo de la Panela, situado 3 leguas al 8 de la Punta del Espinillo, que es la oriental del arroyo de Santa Lucía.




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Derrota de los navíos

Siendo nuestra profesión de marina, no podemos dejar a Montevideo sin delinear la derrota que podrán tener los navíos para entrar y salir en el Río de la Plata, con alguna más seguridad que hasta aquí: exponiendo todas aquellas precauciones que una fatal y reiterada experiencia ha hecho considerar de mayor importancia, y que nosotros hemos verificado por nuestras propias observaciones, frecuentes viajes, y noticias de los mejores prácticos, desde el año de 1774, que es nuestra residencia en el país. Todas las cartas antiguas y modernas dan al Río de la Plata una boca de 40 leguas, entre los dos cabos de Santa María y San Antonio. Esta suposición poco exacta, y la situación aun más incierta de dichos dos cabos, representados como dos puntas agudas de la costa, terminantes y salientes, han dado, y aún dan todavía, mayor confianza que la conveniente a los náuticos que frecuentan esta navegación.

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La punta oriental de la rada de Maldonado y la Isla de Lobos, poco distante de ella, sobre los 35º 2' de latitud, son las tierras más australes, de la costa de Castillos, como diremos adelante, y por consiguiente las que se deben tomar por el cabo de Santa María. El de San Antonio, que nadie hasta ahora ha descubierto, a pesar de las varias tentativas dirigidas a este fin, debe internar cuando menos sobre 25 leguas al occidente de la referida Isla de Lobos.

Las tierras por aquella parte son tan rasas, y la playa tan tendida, que las lanchas que fueron a su reconocimiento, después de haber navegado todo lo que les permitía su poco fondo, mandaron los botes, y sólo lograron descubrir en lo último del horizonte unos pequeños árboles, a que no se pudieron arrimar por falta de agua, y temiendo no quedar en seco en la vaciante. Los pilotos del Rey, que, navegando a las Islas Malvinas, se dirigen desde Montevideo al S en derechura, y no solo no descubren tierra, sino que van siempre aumentando de fondo hasta perder la sonda, nos han acabado de desengañar, en estos últimos tiempos, de la falsa situación del cabo de San Antonio en las cartas. Si hay, pues, alguna punta que se deba honrar con este nombre, consagrado ya por la antigüedad respetable, es la llamada de Piedras de Samborombon, al E de la Ensenada de Barragán, y la que sobresale también más de la costa de Buenos Aires, formando la verdadera boca del Río de la Plata, desde 22 leguas con la Punta Brava de Montevideo.

La Isla de Flores, recostada sobre la ribera septentrional y los peligrosos bajos del Banco Inglés, situados 11 millas al S de ella, estrechan aun más este espacio, y hacen más crítica de lo que se cree generalmente la entrada de este famoso río. Por fortuna, la sonda de este banco es bastante cierta, no menos que la de sus dos canales de lama, que deja al septentrión y mediodía, y los marineros hábiles no hacen poco caso de estas balizas. Una y otra se pican muchas leguas antes de la Isla de Lobos, sobre 50, 40 y 30 brazas, que disminuyen a proporción de la distancia. A las 13 leguas se suele encontrar un menor fondo de 13 brazas arena, que suele sorprender a los poco expertos, pero se acaba pronto. Sobre el meridiano de la isla se hallan 18 brazas, arena o lama, si en el banco o canal; y estos fondos descienden progresivamente hasta 7 y 6 brazas, que se estará ya entonces por la Isla de Flores, distante de aquella 151/3 leguas a los 80º NO.

Sentados estos principios, parece que en el invierno, cuando los vientos generales son del segundo cuadrante, y los tiempos más temibles   -29-   del tercero, el paralelo más proporcionado para entrar en el Río de la Plata es el de los 35º 20' a 40' de latitud, por el que se conseguirá avistar las sierras del Maldonado y Pan de Azúcar, sobre un fondo de 10 a 12 brazas de agua menuda y parda. La elevación de estas tierras las hace descubrir de la distancia de 20 leguas en tiempos claros, y así es mucho más seguro venir a reconocerlas por el referido paralelo, que las de Castillos, e Islas de Lobos, que son muy bajas respecto de aquellas, y no se logra sin empeñarse en caso de mal tiempo. Del expresado fondo de las 10 brazas no se deberá pasar por pretexto alguno de parte de tarde, o durante la noche; la falta de atención en este punto ha sido, y no otra, la primera causa de tantas pérdidas desgraciadas: pues aunque las piedras del Banco Inglés disten todavía de aquel fondo de 8 a 10 leguas, debiendo disminuir sucesivamente hasta 6 brazas, arena y cascajo grueso, que es ya la proximidad del peligro; no es sin embargo prudente aventurarlo todo por adelantar poco más que es cuanto se podría, especialmente si no se ha resuelto pasar de noche. De día, pues, se continuará la navegación al ONO, (hablamos siempre de rumbos corregidos de variación magnética) y si disminuye notablemente el fondo dicho de arena al NO, o más al N llegando a las 7 brazas, sin estar aun a la vista de las tierras de la costa, que es indicio cierto de hallarse muy al S. Por este medio se vendrá luego a tomar conocimiento de dichas tierras: se acaerá en la lama del canal, o en su mezcla con arena del viril del banco, y se puede entonces gobernar con franqueza y sin recelo al O ¼ NO, hasta descubrir la Isla de Flores, que dista 4 leguas al S 82º SO de Montevideo. De ella, finalmente, se prolongará la costa, desatracados algún tanto de las puntas de Carretas, Brava, y San José, que tiene sus tropiezos, y franqueado el puerto lo suficiente, se dirigirá al N hasta varar.

Esta derrota, aunque no es de las más cortas, es sin embargo de las más seguras para la estación, del invierno y aun de primavera: esto es, desde principio de abril hasta fin de año, en que son frecuentes y tenaces los tiempos que se declaran por el 2.º y 3.º cuadrantes, y esto con cualquiera revolución, sin mayor aparato. En ella se habrá observado que el objeto principal es conservarse siempre dos recursos, que jamás debe perder de vista el buen piloto para todo lance. 1.º Un fondo de tenazón firme, como es la arena del Banco Inglés, en que se entra, como hemos dicho, algunas leguas antes de la Isla de Lobos. 2.º Tener franca la salida para correr con libertad, no pudiendo subsistir al ancla ni al pairo. Ahora, si el viento fuere precisamente del SE, no deja de ser muy embarazoso   -30-   en todas circunstancias, por lo mucho que se encrespa la mar, y se toma la costa. El único medio de salir del apuro, en caso de no bastar los arbitrios de la ancla y capa, es buscar la lama del canal del N, y seguir su derrota en demanda del puerto, con el conocimiento que se ha dado de los fondos.

En el verano, o con los vientos entablados del primer cuadrante, se puede entrar en el Río de la Plata por un paralelo más al N, hasta reconocer, si se quiere, la Isla de Lobos, y tierras de Castillos. Después se continuará la navegación por el mismo canal o viril del banco, y a vista siempre de la costa, gobernando al O ¼ NO, hasta la Isla de Flores: y de aquí, barajando la costa, como se ha dicho, entrar en Montevideo; teniendo asimismo el cuidado de no cortar de noche el meridiano de las piedras del banco, punto que no se puede recomendar demasiado, a causa de lo crítico y peligroso que hacen este paso la desigualdad y violencias de las corrientes, que en ocasiones harán desatinar y perder la tramontana al más diestro piloto. Las referidas islas de Lobos y Flores permiten paso libre hasta para navíos, por la parte de tierra; la segunda tiene sin embargo una restinga al NE, que estrecha algo más el canal. Desde las piedras del Banco Inglés, cuya reventazón es visible de alguna distancia, se descubre la punta del Cerro de Montevideo al NO ¼ N, y las cimas de las sierras de Maldonado y Pan de Azúcar al NE y NE ¼ N. Los navíos verifican ordinariamente su salida de Montevideo por la misma boca o canal del N, que la entrada: esto es, entre el banco y la Isla de Flores. Y como en este caso se tiene conocimiento cierto del peligro, solo ocurren dos advertencias generales que hacer: 1.ª Dar la vela con tiempo hecho, y a hora competente de rebasar la angostura antes de la noche. 2.ª Montado el peligro, procurar desatracar la costa cuanto sea dable, especialmente en tiempo de invierno: para franquear las tierras y punta del E de Maldonado, que son, como dijimos, las que salen más, asegurando con esta diligencia el viaje, aunque sobrevenga el pampero.

La circunstancia de salir con tiempo hecho, que no deja de ser esencial, no suele lograrse con frecuencia en este puerto, donde reinan más comúnmente las brizas del primer cuadrante, que son escasas. Júntase a esto, que citando se hallan en franquía los navíos, aguardando únicamente viento favorable para hacerse a la vela, (que a veces no se logra en muchos días, y sin nueva revolución del tiempo) su situación fuera de puntas no es de las mejores. Una triste y repetida experiencia de muchos barcos que se perdieron en igual coyuntura, no tiene sino muy acreditada la verdad de estas dos reflexiones. Para evitar, pues, semejantes riesgos y demoras, que perjudican no poco al comercio de la nación   -31-   y servicio del Rey, convendría frecuentar algo más que hasta aquí el canal del S, que hace para aquellos casos notables ventajas al del N. Es mucho más espacioso, limpio su fondo, no baja de ocho brazas, todos los vientos del primer cuadrante son largos para salir por él, y doblada la cabeza del Banco Inglés, gobernando al S, a lo menos basta perder enteramente la vista de las tierras, se está ya en disposición de no tener nada, y de navegar a discreción, según fuere el destino. Esta es la derrota que siguen los pilotos de la carrera de Malvinas, y de regreso de aquellas islas practican también su entrada por esta boca, como igualmente los navíos que vienen de arribada del Cabo de Hornos. El viril meridional del banco y la latitud, son las guías infalibles que les conducen entonces con seguridad: y sus precauciones generales son, evitar cuidadosamente las siete brazas de arena, como cercanas del peligro: no cortar el paralelo de los bajos sino de día, y por fondo lama; y es por esto mismo, que tienen siempre por seguro acercarse a descubrir el Cerro de Montevideo.

Por último, esta ciudad, que también es conocida bajo la advocación de San Felipe, su glorioso Santo titular, se halla en 34º 54' 33'' de latitud austral, 3h y 45' 22'' al occidente del observatorio real de Greenwich; y 37½ leguas al E, 19º 15' S de su capital, Buenos Aires.






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Capítulo III

Viaje de Montevideo a Santa Teresa, en que se da noticia de los pueblos del tránsito, Maldonado y San Carlos: de los campos, montañas, arroyos, lagunas, puertos y costa del mar hasta Castillos; y por último, de la misma fortaleza.


Aunque en Montevideo se hallaba todo pronto a nuestra llegada, mediante las anticipadas providencias del Señor Virrey de Buenos Aires, no fue posible habilitarnos enteramente, ni verificar nuestra salida para Maldonado, hasta la tarde del 10 de enero de 1784, en que, surtidas las; dos partidas de sus carruajes, capataces, peones, operarios, boyada, caballada, víveres y demás pertrechos; y dispuesto todo en el mejor orden, nos transferimos a la Chacarita del convento de San Francisco, distante siete millas de Montevideo, al ángulo de 40º NE, o del primer cuadrante.   -32-   La religión tenía aquí un oratorio, de cuya conservación y aseo cuidaba uno de sus individuos, que decía misa en los días feriados; asistía a las gentes de la campaña, y recogía sus limosnas. El 11, dada la última mano al arreglo de las dos numerosas comitivas, se rompió la marcha con la debida separación de sus respectivos ramos, y fuimos a acampar ocho millas al NE de la otra banda de Pando, pequeño arroyo que viene del NO, y desagua en el Río de la Plata, algo al O de la Isla de Flores. También había en Pando su capilla sobre la ribera occidental, donde la proporción de la misa y la excelencia del terreno, atraían todos los días nuevos habitantes, y se iba formando un principio de pueblo no de malas esperanzas.

Como a las nueve de la noche de este día 11 de enero, se descubrió un cometa caudatario, hacia la constelación austral de la Grulla. Su diámetro aparente se manifestaba como una estrella de segunda magnitud, y la cola, inclinada a la parte opuesta del sol, aparecía bajo la proyección de un ángulo de dos gradas. La marcha, que no se juzgó conveniente suspender, y principalmente el tiempo nublado y de lluvias, que apenas se interrumpió en aquellos días inmediatos, nos impidieron hacer algunas tentativas sobre observar algunas alturas correspondientes y pasajes por el meridiano de dicho cometa, que nos pudiera haber conducido al conocimiento de su órbita y demás elementos. Y únicamente por cotejo hecho a la simple vista con las estrellas que le rodeaban, en varias ocasiones que nos le dejaron ver los celajes, notamos su movimiento como al NNO, de la cantidad de grado y medio, a dos grados, en 24 horas.

A las diez millas de Pando, por un rumbo casi del E, cortamos el día 13 el arroyo de Solís-chico, otra después, el de los Mosquitos, que bajan ambos del NE; y a las 5½ de este último, se hizo noche sobre las faldas del cerro de la Piedra de Afilar, llamado así porque las tiene muy superiores y en abundancia. Este cerro es bastante elevado, y como se halla muy cerca de la costa del Río de la Plata, descubre un dilatado horizonte, y se conserva en él de ordinario un vigía, que avisa a la plaza de Montevideo con mucha anticipación la entrada de las embarcaciones. Desde su cumbre se relevó el Cerro de las Ánimas en las sierras de Maldonado, al E 4º S: Pan de Azúcar, al E 18º 30' S; y el Cerro de los Toros, al E 28º 30' S, rumbos todos corregidos de variación, como hablamos siempre. Este último se halla en la punta más occidental de las tres que forma el gran promontorio de la Punta Negra, dejando entre sí dos encerradas, conocida la oriental, que interna más al N, con el nombre de Puerto Inglés.

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Arroyo de Solís

El 14 siguiente, siempre el rumbo del E, a corta diferencia, dimos a las dos leguas de las Piedras de Afilar con el arroyo de Solís-grande, nombre impuesto, tal vez, por haber perecido en sus playas a manos de los pérfidos charrúas el célebre descubridor del gran Río de la Plata, Juan Díaz de Solís, en su último viaje del año de 1515. Este arroyo trae su origen de la cuchilla de Vegiga y Verdun, inmediaciones del pueblo de Minas. Corre después de 7 a 8 leguas por el primer cuadrante, recogiendo las aguas occidentales de las sierras de las Ánimas, y fluye en el Río de la Plata, antes de las dobladas faldas de Pan de Azúcar. Con los vientos S penetran por él las mareas, haciéndole invadeable: mas sin este accidente es de corto caudal, y se pasa a caballo en todos tiempos. En el camino se agarraron varios avestruces pequeños de la cría, de que abunda el país considerablemente. Son menores que los de África, y en lugar de pezuña tienen tres dedos en cada pie. Animal híbrida, que tiene el medio entre los animales y las aves: puede verse su descripción en las observaciones de historia natural, parte tercera de este diario.

Pasado el arroyo de Solís, entramos ya en las sierras de las Ánimas, jurisdicción de Maldonado, las cuales, dando principio en el citado promontorio de la Punta Negra y Pan de Azúcar, toman la dirección del N, y uniéndose con los cerros de Verdun, Campanero, Penitentes y otros que se dan la mano unos a otros, las Asperezas de Polanco, Nico Pérez, Fraile Muerto, Yaseguá, etc., forman aquella célebre cadena de montañas, que penetra y aun pasa de Santa Tecla, llamada comúnmente, la Sierra, o Cuchilla General, porque divide aguas a oriente y occidente, a la Laguna de Merín, y a los ríos de Santa Lucía, Yí, y Negro. Las primeras colinas son bastantes escarpadas y pedregosas; después son ya más tendidas y suaves. El terreno de sus faldas es por todas partes de buena calidad para la agricultura, y en sus cañadas no faltan maderas y leña, de que se surten las estancias de los contornos. El camino cruza esta gran cordillera por la garganta que forma con Pan de Azúcar; y de los collados del N descienden varios regajos, a que dan el nombre de Tarariras.

Un vecino de Chile, llamado Ortega, lavando las arenas de las Tarariras, y de otras caídas de Pan de Azúcar, encontró, no ha muchos años, algunas pepitas de oro de subido quilate, y aun alguna plata: más no habiéndose reiterado estas experiencias por algún otra, no se ha recogido hasta ahora otro fruto que esta noticia vaga y poco individual.



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Arroyo del Sauce

De Pan de Azúcar, que dista 3 leguas de Solís, al ángulo de 63º SE, andadas 8 millas bajo de la misma dirección, pasamos el 16 el pequeño arroyo del Sauce, (alías el Potrero) donde se conserva una caballada del Rey, e hicimos alto en la estancia de Benito Brioso, honrado andaluz, que los portugueses de Río Grande habían reducido a un infeliz estado de pobreza, despojándole hasta catorce veces, desde el año de 54, de todos los ganados y aperos de su hacienda, con sus repentinas invasiones y frecuentes correrías, practicadas en los dominios de Su Majestad, como pudieran en país de enemigos. Por último, el 17, dobladas a la legua corta del Sauce las ásperas quebradas de Puerto-Chico, que salen de la Punta de Ballena, occidental de la rada de Maldonado, anduvimos muy cerca de cinco millas al E ¼ SE, y llegamos a este pueblo, donde nos fue preciso detenernos hasta el 20, a fin de remediar las carretas que se habían descompuesto, reemplazar la boyada y caballada, y aumentar el número de peones. Nos hemos ceñido a describir la derrota desde Montevideo, con alguna menudencia más de la regular, porque separándose poco de la costa del Río de la Plata, y aun avistándose toda ella desde varios puntos, puede servir, y con efecto nos ha servido, para trazar su configuración.




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Maldonado

La fundación de Maldonado es de la misma época que la de Montevideo, esto es, de los años de 1725, y sus primeros habitantes fueron también conducidos de las Islas Canarias, como hemos dicho. Mas como desde entonces no haya recibido otro fomento, y antes por el contrario la mayor parte de aquellas familias se restituyesen en lo sucesivo a Montevideo, por la ventaja del puerto e inmediación de Buenos Aires, y principalmente para buscar un abrigo contra las tiránicas incursiones de los Lusitanos que infestaban el país, talando y robando a diestro y siniestro, y aun haciendo perecer a los filos de la espada aquellos españoles más generosos que les oponían alguna resistencia; Maldonado por todas estas causas ha ido siempre a menos, y no ha podido medrar, sin embargo que su situación es de las más excelentes y amenas, y goza de un clima de los más benignos. Su vecindario apenas subiría a 300 personas, los más labradores y gente de campo; y algunos portugueses desertores o fugitivos, de sus colonias fronterizas. Todos moraban en casas o   -35-   ranchos de paja embostados, que son las únicas habitaciones de todo el pueblo, sin exceptuar la iglesia, situada en uno de los testeros de la plaza, y servida de un solo sacerdote, revestido de todas las facultades de Cura animarum. Un Capitán de dragones, o infantería, de los regimientos fijos de Buenos Aires, nombrado por el Señor Virrey, suele ser el comandante de Maldonado, cuyo empleo ejerce a las órdenes inmediatas del gobernador de Montevideo, y su propia compañía, o un destacamento del mismo cuerpo, le hace de guarnición. También hay por lo regular un Ministro de Real Hacienda, y un cirujano a sueldo del Rey, y estos fueron los únicos sujetos de viso que tratamos. Los demás vecinos pasaban de alguna corta industria que entretenían: cual sembrando su pegujal, cual con el tráfico de algún carro o carreta, y cual finalmente manteniendo sus animalitos en su chacra, y haciendo algunos cueros, tocino, mantequilla y quesos, que todo merece particular estimación en la capital. Las hortalizas, frutas y demás producciones del terreno, tan fértil, sino más, que el de Montevideo, aunque en menos abundancia, no son de inferior calidad, como asimismo las carnes, aves y pescados. No tiene más agua en las cercanías que un pequeño manantial al lado del pueblo, y las cacimbas que abren en la playa, las cuales por eso no dejan de ser claras y saludables. En general el país es de un suave temperamento, y de aires puros y sanos. La Colonia, Montevideo, los dos Maldonados, la Concepción de Minas, y para decirlo de una vez, toda la costa septentrional del Río de la Plata, es lugar de convalecencia para los enfermos de la meridional, y Buenos Aires.




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Su puerto

El puerto de Maldonado no tiene de tal más que el nombre: es una rada abierta que forma la Punta de Ballena, con la nombrada del este, en que se halla el pueblo, internado al N cosa de cuatro millas, sin otro abrigo que el de la pequeña isla de Gorriti, para los vientos del tercer cuadrante. Entre esta y la costa de la referida Punta de Ballena, se halla la entrada principal; y aunque es bien espaciosa, precisa no arrimarse demasiado a ninguna de ellas, a causa de una laja que oculta la primera al NO, y los bajos que manifiesta la segunda, dando también su resguardo a los arrecifes de la punta que sigue dentro ya de la ensenada. La del este forma con Gorriti otro canal angosto, llamado la Boca-Chica, interrumpido a medio freu de un bajo peligroso, en que revienta la mar cuando está levantada, pero que deja paso hasta para navíos por uno y otro lado, aunque no parece se ha verificado   -36-   todavía sino por embarcaciones menores. Como al NE de Gorriti sale un pequeño placer de arena, que suele lavar los cables con las violentas corrientes y gruesas mares de la Boca-Chica, a que está descubierto; por esta causa el legítimo fondeadero de este puerto debe ser entre el N y NE de dicha isla, a corta distancia de ella y fondo greda, evitando la mar del SO de la Boca-Grande, que, aunque más quebrada, no deja de ser temible.

Las Puntas del este y de la Ballena con lo más S de Gorriti, se enfilan al ángulo de 57º 30' NO, y distan entre sí cinco millas. Desde la primera tuerce ya la costa exterior al NE ¼ E, como en línea recta; y sin variar casi de esta dirección, se prolonga la gran distancia de 26 leguas hasta los islotes de Castillos, en los 34º 20' de latitud austral. En toda ella no se descubre el Cabo de Santa María que suponen las cartas. La referida punta oriental de Maldonado es, pues, la que sale más al S, y a la que daremos este nombre. Don Andrés de Oyarvide, segundo piloto de la Armada, y geógrafo de esta segunda partida de límites, hizo la navegación con tiempo hecho, desde la citada Punta del este hasta la ensenada de Castillos, sin apartarse de la costa la pequeña distancia de 1½ milla, y nos aseguró de esto mismo, recibido ya generalmente entre los profesores y prácticos del país. La isla de Lobos, llamada así por la copia de ellos de que suele estar cubierta, demora al S 48º E, distante seis millas del nuevo Cabo de Santa María. Por el canal que forma con la costa, de 15 brazas de fondo, pueden entrar los navíos francamente aun en tiempos malos, sin el menor recelo. Nuestro comisario, Director don José Varela, en su viaje al Río de la Plata, en la fragata Catalina, año de 1778, situó la Isla de Lobos en 35º 2' de latitud austral, y 3h 40' 30'' al occidente de Greenwich, observación practicada por él mismo al cortar el meridiano de la isla, muy cerca de ella, con un sextante de Dollond, y el relox de longitud, número 13 de Mr. Berthoud. La situación de Maldonado, según esto, debe ser en 34º 54' 30'' de latitud, y 20 leguas al oriente de Montevideo, con la cual cuadra bien nuestra derrota, no habiendo logrado observar en el corto término que estuvimos allí. Los naturales cuentan hasta 30 leguas por las vueltas del camino, pero nunca las hay.




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San Carlos

El 20 de enero, reparadas las dos tropas de carretas, y verificado el reemplazo y aumento de peones, bueyes y caballos; habiendo cedido   -37-   algún tanto la furia de los tiempos y lluvias, continuamos la marcha hasta el pueblo de San Carlos, a que algunos llaman Maldonado-Nuevo distante del otro siete millas, bajo la proyección de 70º NE, y establecido sobre la agradable confluencia de dos brazos de un arroyo que gira al S, y le provee de copiosas y cristalinas aguas, sin escascarle sus maderas y leña. San Carlos es fundación del año de 1764, por don Pedro de Cevallos, en su primer viaje al Río de la Plata, de las familias portuguesas, que en la guerra del año anterior se hallaron repartidas en Santa Teresa, San Miguel, Arroyo del Chuy, y aun en Río Grande de San Pedro. Esta fue como una justa represalia, todavía no equivalente, de aquella multitud de indios guaraníes, que el virrey del Brasil, Gómez Freire de Andrade, Conde de la Bobadela, y Comisario de límites por Su Majestad Fidelísima, en la demarcación de 1750, logró seducir y extraer de nuestros siete pueblos de Misiones del Uruguay, años después, cuando se turbó la ejecución de aquel tratado, formando de ellos otras siete aldeas, que aun subsisten con los mismos nombres en el Río Pardo. Por entonces se reunieron hasta unas 100 familias de las expresadas, para la formación de este pueblo: mas obtenido de allí a poco permiso de la piedad del Rey, se volvieron muchas a su patria, y finalmente se acabaron de retirar las otras en la última pérdida de Río Grande, de suerte que San Carlos en el día se halla casi despoblado. Con todo, se conservan siempre algunos habitantes, en número cuando más de 150 a 200 personas, entre españoles y portugueses: siendo sus casas, costumbres, industria, y en general todo su modo de vivir, muy semejante a lo que se ha dicho de Maldonado: dirigidos asimismo de su cura de almas en el gobierno espiritual, y en el militar y político por un capitán de dragones.




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Viaje a Santa Teresa

Del pueblo de San Carlos a Santa Teresa ponen los naturales 37 leguas de distancia, con arreglo a las vueltas del camino, que no da muchas. Nosotros empleamos en esta travesía hasta el 28 de dicho mes de enero, y hallamos por nuestra derrota solamente 28º leguas de las de a 20 en grado, bajo la línea recta, o ángulo de 52º NE. Todo este territorio, mansión antigua de los Charrúas, Minuanes y otras naciones de indios, de que no ha quedado vestigio, se halla cortado de varios arroyos que lo riegan, casi todos en la dirección de NO a SE, bajando de la cuchilla general, y haciendo un país de los más fértiles y amenos. Los más notables son, José-Ignacio, Garzón, Rocha, Conchitas, Don Carlos, Chafarote o Chafalote, el Marqués, Castillos; y se encuentran en el   -38-   orden propuesto, a 12, 6, 17, 2, 9, 6, 10, 2 millas, contando desde San Carlos. Todos toman su dominación de los primeros pobladores, que establecieron en ellos sus faenas de cueros, y tienen sus orillas adornadas de frondosos árboles, formando las más veces un espeso bosque impenetrable, asilo de tigres y otras fieras. Su curso regularmente no pasa de 3, 10 y 12 leguas, y algunos de ellos reuniéndose hacia la costa del mar, se explayan en lagunas de consideración.




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Lagunas de Rocha y Castillos

Los arroyos de Garzón y Rocha, con la laguna de este nombre, que tendrá de largo 4 leguas sobre 3 de ancho, los arroyos de don Carlos, Chafalote, el Márquez, y Castillos, con otra laguna así nombrada de mayor extensión, casi circular, y cuyo mayor diámetro es de 13 millas; todos tienen comunicación al mar, cuando menos en la estación de invierno. Entonces crecen y menguan con las mareas, con los vientos de afuera y terrales: mas en la vaciante, su funda no baja de cuatro a cinco pies. Cuando se cierran las barras, como suele acontecer en el verano, sus aguas se endulzan, y en todo tiempo abundan de ricos pescados: como, lisas, corvinas, tarariras, bagres, bogas, y otros; con gran diversidad de patos y gallaretas, ánsares, y vistosas garzas.




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Puestos de guardia

En casi todos estos arroyos que acabamos de nombrar, y aun en los que median desde la Colonia del Sacramento a Montevideo y después a Maldonado, mantiene el Gobierno sus guardias, compuestas cada una de 3 ó 4 soldados fijo y un cabo, ya dragones del regimiento de Buenos Aires, o ya de las milicias montadas del país, que llaman blandengues. Estos cuidan de evitar el contrabando, el robo de ganados, la deserción de las tropas, la fuga de los reos, y demás gente vaga y facinerosa que corre los campos sin las debidas licencias. También tienen el cargo de dar curso a los pliegos de oficio y demás correspondencia de los oficiales comandantes de los pequeños pueblos y fortalezas de la raya, y la que suele venir por la vía de Río Grande de San Pedro: manteniendo siempre abierta la comunicación con estos destinos, y dando parte de todas las novedades que ocurren y hasta de la entrada y salida de las embarcaciones en el Río de la Plata, aquellos que están en parajes   -39-   que las puedan descubrir, o que casualmente logran avistarlas en sus diarios reconocimientos. Fuera de todos estos puestos fijos, de que están sembradas todas estas campañas septentrionales del Río de la Plata, hay otras varias partidas sueltas, unas de tropa y otras de guardas, comisionadas estas por los resguardos, y aquellas por los Gobernadores, y todas destinadas a explorar los campos con los mismos objetos.




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Puerto de Castillos

El sangradero de la laguna de Castillos, que gira al ENE, dando grandes vueltas la distancia de seis millas, entra en el Océano por una pequeña ensenada de la costa, llamada Puerto de Castillos; nombre que toma de unos tres o cuatro islotes, que en figura de torres se avanzan a la mar cosa de una milla. En el fondo de dicho puerto se halla la célebre montaña de Buena Vista, que la tiene efectivamente muy hermosa y dilatada, donde dio principio la antigua demarcación del Marqués de Valdelirios, año de 1752. En ella fue colocado el primer marco de división, y el segundo en el cerro nombrado de los Reyes, hacia la India Muerta, los cuales se mandaron demoler en lo sucesivo, no habiendo tenido lugar aquella obra. Dichos marcos eran de mármol, se trajeron de Lisboa, labrados con mucha curiosidad, y constaba cada uno de ocho piezas: sócalo, base, tronco, dedos, chapitel, cruz y dos coronas sobre las armas, de las dos naciones. Su forma era rectangular, y en las cuatro caras, que debían mirar a las cuatro plagas del mundo, tenían grabadas las inscripciones siguientes. 1.ª Al N, debajo de las armas de Portugal: Sub Joanne V Lusitanoram Rege Fidelissimo. 2.ª Al S, debajo de las de España: Sub Ferdinando VI Hispaniae Rege Catholico. 3.ª Al occidente: Ex pacts Regumdorum finium conventis, Matriti idibus Januarii 1750. 4.ª Al oriente: Justitia et Pax osculate sunt. Entre estos marcos tan suntuosos se colocaban otros más comunes en el discurso de la línea divisoria, hechos sobre el mismo modelo, bien de piedra, bien de madera, y en ellos se abrían a cincel las letras iniciales de los dos soberanos: R. F., R. C., mirando siempre a sus respectivos dominios. La latitud de la referida montaña de Castillos es de 34º 18' 30'', A., observada por los oficiales de aquella comisión.




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Laguna de Difuntos y Palmar

La costa desde Castillos a Santa Teresa sigue con pocas vueltas   -40-   entre los 25º y 30º NE, la distancia de 23 millas. Sobre la de 17. 5º NE se descubre el empinado cerro de los Difuntos, en cuya cumbre parece se hallaron en lo antiguo algunos esqueletos de indios gentiles, y sepulturas de piedras sueltas puestas en cerco, de que tenía su denominación. Y a los 14º y 23º NO otras 16 millas, se ven las dos altas colinas de Navarro, las cuales, enlazándose con otros collados y lomas no de menos altura, los cerros de Chafalote, India Muerta y Reyes, forman otra gran pierna de cuchilla que va a unirse a la general por direcciones del tercer cuadrante hacia el pueblo de Minas, y es la que da origen a las aguas y arroyos que hemos descripto de la costa del mar. Contra dichos cerros de Navarro, y al septentrión de la Laguna de Castillos, se extiende un dilatadísimo y ameno valle, cubierto de eminentes palmas, y es llamado por lo mismo el Palmar: y en el de los Difuntos da principio la profunda laguna de este nombre, que corre al NE siete millas sobre dos de ancho, y estrecha más y más el istmo, o lengua de tierra que conduce a la fortaleza colocada en su garganta o entrada del N. Los terrenos desde el Palmar no son ya de calidad tan sobresaliente como hasta allí: participan de no pequeña parte de arena, que los hace demasiadamente sueltos, poco substanciosos y no de los mejores para la labor. Sin embargo de eso, como sean tierras vírgenes, que siempre estuvieron descansadas, producen muchos y buenos pastos, con que engorda bien el ganado, especialmente si logran a tiempo el beneficio de la quemazón.




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Santa Teresa

El fuerte de Santa Teresa fue establecido por los portugueses hacia los años de 1760. En sus principios era solamente de tierra, pero habiéndolo tomado don Pedro de Cevallos en la guerra de 1763, se mandó construir un pentágono de piedra, que quedó sumamente defectuoso, y descubierto al N de los dos caminos que vienen de Río Grande. Todo consistió en no haber dejado dentro del recinto la cúspide misma del cerro en que está colocado: antes, para aprovechar parte de la fortificación empezada por los portugueses formaron dicho pentágono desde la cima de la montaña hacia su falda septentrional: de manera que, viniendo del S se descubren únicamente los parapetos, quedando cubierto el resto de la fortaleza; y al contrario, desde los referidos caminos de Río Grande en que el terreno es algo elevado, se registra a corta distancia todo el interior a manera de un anfiteatro, siendo los dos baluartes más patentes los meridionales. Para remediar en lo posible este daño se hizo últimamente   -41-   levantar un paredón, paralelo a la cortina del NO, que cubre, aunque no del todo, los citados baluartes pero los yerros de esta clase en fortificación tienen roca enmienda y Santa Teresa parece, y parecerá siempre, un fuerte enemigo, levantado contra los dominios de la nación. A este grave defecto se puede agregar otro segundo nada despreciable, y es, no tener foso, y hallarse por consiguiente la escarpa descubierta de todas partes. Siendo todo el cerro de piedra viva, por extremo dura y de grano grueso, se emprendió la obra sin abrir el foso, y cuando se intentó después por medio de barrenos y picos, se empezaron a resentir las murallas de las violentas conmociones, y fue forzoso abandonar el proyecto. En lo demás la fortaleza es de mediana capacidad, y no deja de estar bien conservada. Sería de muy difícil acceso si se hubiese construido más al S, dejando, como se ha dicho, inclusa la cumbre de la montaña, en cuyo caso no quedaba descubierta por ningún lado, y dominaría perfectamente toda la comarca en redondo.

Al oriente y occidente de Santa Teresa hay dos lagunas: la primera, situada en la meseta del mismo cerro, se da la mano con los grandes médanos de arena que tiene la costa del mar hacia aquella parte; y la segunda, en lo profundo de un espacioso y pantanoso valle, se enlaza y une con la de los Difuntos. El fuerte tiene comunicación con estas lagunas por medio de una línea de fortificación de campaña, de foso y parapeto de tierra con estacada, la que cierra enteramente el paso de toda la angostura, o istmo, que tiene cuando más dos millas de ancho. Una compañía de blandengues, capellán y cirujano, a las órdenes de un oficial de los regimientos fijos de Buenos Aires, es por lo común la guarnición de Santa Teresa. Suele servir de presidio, aunque no de los más penosos, pues los desterrados no tienen más trabajo que la mera ociosidad. Al abrigo del cañón se han acogido unas diez o doce familias, que moran en otros tantos ranchos hacia las faldas meridionales de la misma montaña. Su temperamento es bien apacible, algo propenso a densas, neblinas, mas nada expuesto a enfermedades contagiosas. Las aguas dulces, claras y digestivas, sin otro inconveniente que hallarse fuera del recinto; y el terreno de las inmediaciones, aunque arenisco y pedregoso, lleva bien todos los granos, frutas y hortalizas de Montevideo y Maldonado. La latitud de Santa Teresa, por nuestras observaciones practicadas allí, es de 33º 58' 30'' A, su longitud deducida de la determinada después en el arroyo Tahin, 324º 32' 50'', contada desde la punta occidental de la Isla de Ferro, y la variación magnética 13º 20' NE.





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Capítulo IV

Reunión de las divisiones española y portuguesa en el Arroyo del Chuy: primeras conferencias, dudas, y expediente tomado por los Comisarios sobre límites; demarcación del Chuy, y noticia del Fuerte de San Miguel.


Con la noticia que tuvimos de la proximidad de las partidas portuguesas, salimos el 3 de febrero de Santa Teresa, para el arroyo nombrado del Chuy, término de nuestros dominios, donde debía dar principio la demarcación de límites, con arreglo al tratado preliminar de 11 de octubre de 1777. Dista este arroyo 6 leguas al NNE de Santa Teresa, y el camino que dirige a él, dejando la costa del mar a la derecha a corta distancia, pasa por dos pequeñas eminencias, que distinguen con el nombre de Coronilla la primera, y de Lomas de Escudero la segunda. Sobre aquella que dista tres millas del fuerte, salen la punta o islotes de Castillos-Chicos, dejando entre sí paso libre para embarcaciones de porte. En la tarde del mismo día sentaron nuestras partidas su campo, con separación en las riberas occidentales del referida arroyo del Chuy, y a la mañana siguiente se dejó ver de la barra opuesta un ayudante, que los Comisarios de la Reina Fidelísima enviaron delante para avisar de su venida con anticipación. Con efecto el día 5, a eso de las ocho, llegó ya toda la división portuguesa, unida y en buen orden, y acampó de la otra parte del arroyo en terreno escogido por uno de nuestros ingenieros, que combinaba en lo posible la proporción del trato y comodidad. La división portuguesa venía constituida en los términos que indica la relación siguiente:

Primer Comisario, el Brigadier de Infantería, y Gobernador de Río Grande, Sebastian Xavier da Veiga Cabral da Cámara.
Segundo Comisario, el Coronel de Infantería con ejercicio de Ingeniero, Francisco Juan Roscio.
Ayudante de órdenes del primer Comisario, el capitán de infantería, Domingo da Ponte Cabral.
Alférez de Dragones con ejercicio de secretario, José Ignacio da Silva.
Ingenieros, el capitán Alejandro Eloi Porteli y el ayudante Francisco das Chagas Santos.
Astrónomos, el capitán de artillería Joaquín Felix da Fonseca, y el Dr. José Saldaña.
El Comisario asistente, Manuel José da Silva y Meneses, oficiales de la Real Hacienda
El Comisario pagador, Sebastian Pereyra Barbosa   -43-  
El teniente de infantería, Jose Ferreira da Silva Santos, cuartel maestre.
El capitán de auxiliares, Simon Suarez da Silva, comisario de carruajes.
Capellanes, el Dr. Juan Ferreira Roriz, y el presbítero Juan de Castro Ramaleo.
Cirujanos, Juan Manuel de Abreu, y Manuel dos Santos Xavier.
Dragones, el capitán Carlos José da Costa: teniente Alejandro de Sousa Pereyra con un furriel, 4 cabos de escuadra, 1 tambor y 22 soldados.
Caballería ligera, el capitán Gerónimo Xavier de Azambuja; teniente Vasco Pinto Bandeira.
Un sargento, 4 cabos de escuadra, 1 trompeta, 1 tambor y 21 soldados.
Artífices, un instrumentario, 4 carpinteros, 2 herreros, 2 canteros.
Capataces 4, peones 81, criados esclavos 28.
Una colección de instrumentos astronómicos, carretas 29, bueyes 450, caballos 1.333.
Reses de consumo 400.
Total de individuos 198.- Ídem de animales 2.183.

Los jefes de la división portuguesa, seguidos de la oficialidad y parte de la escolta, montados unos y otros con el mayor aseo y decencia, pasaron sin detenerse el arroyo, y nos previnieron en la atención de visitarnos; y a la tarde correspondimos a su urbanidad, quedando con esto terminadas las visitas de pura ceremonia. El 6 se abrieron ya las conferencias sobre la demarcación de límites, dando principio a ellas por la manifestación recíproca de los nombramientos e instrucciones que autorizaban a los Comisarios de ambas naciones para proceder legítimamente a la ejecución de esta importante obra. El Brigadier y Gobernador de Río Grande de San Pedro, don Sebastian Xavier da Veiga Cabral da Cámara, venía declarado primer comisario de los portugueses, con nombramiento conferido por el Virrey del Brasil, don Luis de Sousa y Vasconcelo, con facultad de Su Majestad Fidelísima para señalar la línea divisoria desde la barra del Chuy hasta la confluencia del Igurey, o Igatimy con el Paraná: y el coronel de ejército con ejercicio de Ingenieros, Francisco Juan Rosejo, traía igual nombramiento de segundo comisario del mismo tramo de línea, debiendo encargarse particularmente de la segunda subdivisión, cuando llegara el caso de separarse de la primera en el Ibicuy, o Monte Grande. Del examen y reconocimiento de estos documentos y poderes, de que se comunicaron los Comisarios copias auténticas, se formó un instrumento público, vertido en los dos idiomas, que contestase en lo futuro la legalidad de este acto, y pudiera legitimar las operaciones de la demarcación ante los dos Augustos contratantes, y vasallos de ambas coronas.

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Conferencias sobre límites

Tratose después en los días inmediatos sobre la inteligencia que se debía dar al tratado preliminar de límites, principalmente en aquellos artículos que expresan la dirección de la raya, o frontera, sometida a estas divisiones. Era la idea acordar los dictámenes en este punto, antes de empezar a obrar, disponiendo un plan de operaciones fácil y exactamente combinado, para llevar los trabajos de seguido, sin el menor tropiezo ni intermisión. Más luego que se entró en materia, se suscitaron varias de aquellas dudas, que por fatalidad parecen como indispensables en esta clase de obras, y retardan siempre su conclusión con notable deservicio de las dos monarquías. Dos fueron esencialmente los puntos en que no pudieron convenir los comisarios: 1.º Sobre aquellas expresiones del artículo 3.º de dicho tratado, que dicen: "Extendiéndose la pertenencia de España en la referida banda septentrional (del Río de la Plata) hasta la línea divisoria que se formará, principiando por la parte del mar en el arroyo del Chuy, y fuerte de San Miguel inclusive: y siguiendo las orillas de la Laguna Merín a tomar las calas cabeceras, o vertientes de río Negro." Los de Su Majestad Fidelísima creían no estar bien declarada por estas cláusulas la dirección que debe seguir la línea desde las expresadas orillas de la Laguna Merín hasta las cabeceras del Río Negro, entre cuyos puntos median muchas leguas de distancia, y un terreno interesante, no tanto por la fertilidad de sus pastos y variedad de arroyos considerables que lo riegan, alguno de ellos como el San Luis, Cebollaty, Tacuary e Yaguaron, de 20 a 30 leguas de curso, navegables, hasta la mitad de su extensión, y todos vertientes de la misma laguna, cuanto por la prodigiosa y casi innumerable multitud de ganado vacuno que lo habita.

En este concepto no se resolvieron dichos comisarios a trazar la divisoria sin nuevo convenio de las Cortes, que determinará expresamente si había de continuar por las márgenes occidentales de la Laguna Merín, y hasta que parte de ellas, adjudicando el terreno en cuestión a los dominios de España: o si debía dirigirse por la Cuchilla General, como antiguamente en tiempo del Marqués de Valdelirios, salvando las cabeceras, o puntas de dichos arroyos, y vertientes de Merín, como, aguas orientales, y quedando neutral el referido terreno entró los límites de una y otra nación. El fundamento sobre que apoyaban los portugueses su detención en esta parte, lo deducían de las mismas expresiones del citado artículo 3.º, el que, hablando de las vertientes del río Negro, dice: "las cuales, como todas las demás de los ríos que van a desembocar a los referidos   -45-   de la Plata y Uruguay, hasta la entrada en este último del Pepirí-guazú, quedarán privativas de la misma corona de España," en cuyo tenor no se hallan comprendidos los arroyos y vertientes que desaguan en dicha Laguna Merín.

Los comisarios de S. M. C., fundados en el literal y más genuino sentido del tratado en el mismo artículo 3.º, que no limita punto hasta donde deban seguirse las orillas de la Laguna Merín, sostuvieron debían continuar la línea, señalando la pertenencia de España, no solo las orillas meridionales de dicha laguna, sino también las occidentales hasta su mismo sangradero, o desaguadero del N, llamado Río de San Gonzalo, tomando por él y por el Piratiny su dirección a buscar las cabeceras del Río Negro, como más claramente explica el artículo 4.º del tratado. Confirmaron además este dictamen con el artículo 5.º, el cual, hablando de los terrenos neutrales que deben quedar reservados entre ambos dominios, expresa únicamente las dos lagunas de Merín y de la Manguera, con las dos lenguas de tierra que median entre ellas y la costa del mar, y no hace mención alguna del sobredicho terreno de la ribera occidental de la de Merín, como tampoco de los ríos San Luis, Cebollaty, Tacuary, Yaguaron y demás vertientes que le cruzan: todo lo que siendo, como efectivamente es, de tanta consideración, no era posible si hubiese de quedar neutral, dejaran de expresarlo así en el tratado los plenipotenciarios. Con menos razón podría defenderse pertenecían estos terrenos a Portugal, cuya frontera, se especifica al N de todos ellos en el tratado, como se va a ver, de que se evidencia haber de quedar dentro de la demarcación de España.




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Segundo punto de disputa

El segundo punto de disputa recaía sobre el artículo 4.º, que, al trazar el término de Portugal, dice: "que por la parte del continente irá la línea desde las orillas (septentrionales) de dicha Laguna Merín, tomando la dirección por el primer arroyo meridional que entra en el sangradero o desaguadero de ella, y que corre por lo más inmediato al fuerte portugués de San Gonzalo." El primer arroyo meridional que entra en el sangradero de Merín por su ribera de occidente, y sobre cuya margen austral se registran aun hoy las ruinas de dicho fuerte portugués de San Gonzalo, es el Piratiny, el cual es de bastante caudal: consta de algunos brazos, y el del aquilón, que lleva su propio nombre, viene de las inmediaciones de Santa Tecla, donde tiene su origen el Río   -46-   Negro. Esto no obstante, los comisarios portugueses fueron de parecer, o lo afectaron así, de que el Piratiny no podía ser de modo alguno el arroyo meridional de que habla el tratado; y que la línea divisoria, marcando la extensión de sus dominios, debía correr las orillas septentrionales de la Laguna Merín, sin detenerse en el sangradero, pasando a tornar su giro por alguno de los arroyos de entidad que desaguan en ella por la banda del continente: como, por ejemplo, el Yerbal, alías el Grande, o más bien el Yaguaron, para buscar por él después las puntas de Río Negro; salvando de esta manera el sangradero de Merín, el Piratiny con todos sus brazos, como aguas orientales, y demás arroyos o ríos que fluyen hacia el Grande de San Pedro, y el Yacuy, los cuales con todos los terrenos que bañan sus corrientes debían ser privativos de Portugal, con arreglo al mismo artículo 4.º

Los comisarios españoles, atentos siempre al sentido literal y terminante del tratado, advirtieron en el Piratiny las dos circunstancias esenciales, de ser el primero meridional que entra en el sangradero de la laguna; y pasar por lo más inmediato al fuerte portugués de San Gonzalo; por las cuales, parece caracteriza, distintamente el artículo 4.º el arroyo, o río que debe servir de límite por esta parte a los dominios lusitanos. En esta virtud fueron de sentir que el meridiano de demarcación, indicando la pertenencia de Portugal por lado del continente, debía partir desde las orillas de la Laguna Merín, por el sangradero de ella y el mismo Piratiny, de donde, sin exceder el límite de dicho arroyo, como expone el tratado, seguiría por su braza más septentrional y recto hacia Santa Tecla, y después hacia, las cabeceras de los ríos Ararica y Coyacuy, salvando y cubriendo de este modo, y no de otro, las de los ríos que fluyen al mencionado Grande de San Pedro, y el Yacuy: cuya expresión general no se puede entender del Piratiny, aunque sus aguas sean orientales, por exceptuarlo expresamente el mismo artículo 4.º, designándole con el carácter de aquellas dos circunstancias que hemos referido, y que solo a él convienen.

Opusiéronse con el mayor tesón a este dictamen los comisarios de Su Majestad Fidelísima, procurando eludir la fuerza de aquellas razones con otras dos sutilezas nuevas que alegaron, no menos desnudas de fundamento que las anteriores. Decían: 1.º Que siendo el Piratiny río considerable, de mucho caudal y largo curso, no se había jamás denominado arroyo, ni había sido tenido por tal en tiempo alguno, y por consiguiente no podía tomarse por el arroyo meridional de que habla el tratado. 2.º Que si el Piratiny venía a ser el lindero común de las dos naciones, como resultaba de aquella disposición, los dominios de Su Majestad Fidelísima quedaban absolutamente indefensos, y el establecimiento del río Grande reducido a un   -47-   estrecho límite, sin otro terreno que una playa arenisca y estéril: lo que parecía diametralmente opuesto al espíritu del tratado que tanto recomienda este punto en los artículos 6 y 16.

En vano intentaron los comisarios de S. M. C. persuadir que la primera de aquellas razones era puramente cuestión de voz, que en esta América se daba indistintamente el nombre de río, o arroyo, a otros de tanta o mayor consideración que el Piratiny, como al de Santa Lucía, al Yí, y otros; los cuales; se denominaban de uno y otro modo, sin embargo de su dilatado curso demás de 60 leguas, y gran caudal de aguas; a distinción de aquellos de tanta entidad, como los de la Plata, Paraná, Paraguay, etc., que siempre se llamaron ríos con toda propiedad. No fueron menos inútiles sus esfuerzos en hacer palpables, que para asegurar sólidamente, dejando sobre un pie de recíproca defensa los citados de ambas Coronas, perpetuando la paz y tranquilidad entre los vasallos de una y otra, según el artículo 6.º; como asimismo para conseguir el total exterminio de los contrabandos, punto de la mayor importancia, artículo 16, era indispensable establecer por término común el Piratiny, río efectivamente de alguna consideración, que conducía la raya hasta las inmediaciones de Santa Tecla, y cabeceras del río Negro: especialmente no habiendo en aquellos contornos límite más natural, fijo e indeleble; todo lo cual era muy conforme al verdadero espíritu del tratado.

Hasta el 22 de febrero duraron los debates y controversias sobre la decisión de dichos dos puntos. Celebráronse repetidas conferencias, y se pisaron diferentes oficios de una y otra parte, cuya substancia hemos extractado con legalidad. Cada comisario se esforzaba a exponer con claridad y evidencia todas aquellas razones que graduaba de mayor peso, y favorables a la causa que defendía. Mas los portugueses traían ya tomado su partido. No contentos con la entera y privativa posesión del Río Grande de San Pedro y Laguna de los Patos que la Corona de Castilla les cedía con la mayor franqueza, creyendo evitar uno de los motivos que han originado más discordias entre las dos monarquías, aspiraban a extender sus dominios, todo lo posible, por las riberas septentrionales del Río de la Plata, objeto que ha excitado vivamente en todo tiempo la ambición lusitana, y sobre que jamás cesarán sus pretensiones. En consecuencia nada se pudo conseguir, y para no suspender la obra de la demarcación, fue necesario el recurso a uno de los expedientes interinos que ordena el artículo 15 del tratado preliminar.



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Expediente interino

Consta, pues, este de dos partes: en la primera se acordó proceder desde luego a trazar aquellos tramos de línea divisoria en que no había ocurrido duda: como, por ejemplo, en la pertenencia de España desde la barra del arroyo del Chuy hasta las orillas meridionales de la Laguna Merín, y fuerte de San Miguel inclusive, según el artículo 3.º; y en la de Portugal, desde las orillas septentrionales de dicha laguna el arroyo Tahin, orillas septentrionales de la laguna de la Manguera, y la línea recta tirada desde ellas a la costa del mar, con arreglo al artículo 4.º: reconociendo además prolijamente, y levantando con toda exactitud el plano de dichas dos lagunas, y de las dos lenguas de tierra que medían entre ellas y la costa del mar, espacios neutrales que deben quedar reservados, sirviendo solo de separación (artículo 5.º) entre los dominios de una y otra corona. En la segunda parte del ajuste o expediente, se convino hacer del mismo modo el reconocimiento, y levantar el plano de los terrenos en disputa, examinando y recorriendo los ríos San Luis, Cebollaty, Tacuarí, Yaguaron y demás arroyos y vertientes que desaguan en la Laguna Merín por sus riberas occidentales, como igualmente su sangradero, o río de San Gonzalo, y el Paratiny: todo esto con la mira de dar a las dos Cortes con estos documentos una idea amplia de dichos terrenos, para que informadas a fondo del origen de aquellas diferencias de los Comisarios, pudiesen resolver con acierto el partido que fuese más de su agrado.

Fuera de los dos capítulos expuestos que comprendía el referido expediente, se tomó también la justa y precisa deliberación de informar menudamente de cuanto había ocurrido, a los excelentísimos señores virreyes del Brasil y Buenos Aires, acompañando a los oficios copia literal de los que habían mediado, y daban clara e individual noticia de los fundamentos que dieron margen a tan dilatada y prolija discusión. Constituidos dichos señores virreyes en calidad de comisarios principales por las dos Cortes de Lisboa y Madrid, para los recursos inmediatos sobre dificultades, y demás ocurrencias de la demarcación de límites, podrían, en virtud de estos informes, tomar aquella providencia que graduasen más oportuna y conveniente a las graves circunstancias de tan importante asunto, y conforme a las órdenes y facultades con que se hallaban de los dos Soberanos. Mas, ni uno ni otro tuvieron a bien alterar lo dispuesto por los comisarios, y solo el Señor Virrey del Río de la Plata ordenó la separación de   -360-   de las siguientes Subdivisiones para que sin pérdida de más tiempo fuesen a practicar la demarcación del artículo 8.º de que se hallaban particularmente encargadas, pero los portugueses, a quienes nadie podía sacar de su paso, y que no parecían muy dispuestos a terminar la obra de Límites con la posible brevedad, no prestaron oídos a tan útil propuesta que aceleraba tanto sus operaciones.

Tomado ya el partido que dictaba la prudencia en semejante coyuntura, no restaba otra cosa que poner en ejecución el citado expediente aguardando las resultas de aquellos primeros informes. En virtud de esto se dio efectivamente principio a la demarcación del Chuy, el 24 de febrero; y como el curso de este arroyo sea en gran parte cercano al Este, que las latitudes no pueden determinar con precisión las distancias, se resolvió usar de la Plancheta para levantar su plano. El Chuy que como hemos visto, debe servir de frontera a los dominios   -361-   españoles, según el artículo 3.ºdel tratado del tratado preliminar, trae su origen de unos pantanos que salen de la banda occidental de la Laguna de la Manguera, hacia aquel paraje nombrado el Pastoreo, bosque impenetrable de maleza, poblado de árboles y palmas, el que siendo de corta extensión, forma el prospecto de una isla, que se descubre a larga distancia, dominando la referida Laguna. Desde el paralelo de dicho bosque, que es el de 33º 9' 30'', extienden los citados pantanos hacia el sur, y dan principio al Arroyo del Chuy, como a las 12 leguas del Pastoreo. Por esta altura es ya bien conocido el cauce del arroyo, que se halla bordado de árboles, como el espacio de una legua, poco más hasta el Paso Real, donde acamparon las Partidas. Desde aquí algún tanto, haciendo una especie de medio círculo al sur, y vuelve para desaguar en el mar por la latitud de 33º 45' dejando una barranca de bastante elevación. Siendo este arroyo de tan corto trecho, su corriente apenas es sensible, y sus aguas escasas y casi muertas. Su barra está regularmente cerrada en tiempo de verano, a no romperla las grandes mareas, a que se halla sujeta aquella costa, y de estos continuos accidentes las aguas del Chuy suelen ser saladas hasta muy cerca del referido Paso Real.

Observada la latitud en esta barra del Chuy, se empezó desde ella a levantar un plano, empleando como se ha dicho la Plancheta para mayor exactitud. Midiéronse diferentes bases por medio de una cadena dividida en toesas, y cruzáronse varios puntos para colocar las vueltas principales del arroyo. Todos los ángulos se verificaron, refiriéndolos al Carbonero, uno de los más altos cerros de la Sierra de San Miguel, que se descubría y marcaba con frecuencia, y se observó además la latitud en distintos parajes. La escala que se adoptó fue de una pulgada del pie de Rey de París por milla, dando a esta el valor de 950 toesas que le corresponden según la magnitud de aquel grado de terrestre (Observ. Astron. de Don Jorge Ju. (sic) página, 344)2. Este tamaño pareció suficiente para poder trabajar   -362-   sin confusión, trazando con bastante individualidad la configuración del terreno en los borradores; mas después en los planos en limpio se redujo la misma escala de pulgada al mayor valor de seis millas, o dos leguas marítimas, de las de 20 en grado, conforme a lo que se previene en el Plan de Detal.

En estos términos se continuó demarcando todo el curso del Arroyo del Chuy, mientras tuvo cauce conocido, hasta el paralelo de 33º 35' 45'', que es a corta diferencia el de las Cabeceras meridionales de la Laguna Merín, por donde debía caminar la línea divisoria. En este paraje se dejaron ya los Pantanos del Chuy, siguió la demarcación al oeste cosa de 6 millas hasta dar con las orillas de dicha Laguna de Merín, por un pequeño arroyo de dos gajos, que le entra hacia aquella parte. Desde la boca de este arroyo, corre la frontera de España las márgenes meridionales de Merín, pasando por la barra del de San Miguel y llega hasta la del arroyo de San Luis, de donde no se pudo continuar por la diferente interpretación que los comisarios portugueses dieron artículo 3.º del tratado preliminar como va referido.

En este tramo de línea, se colocaron cuatro marcos de piedra labrada, de la figura de un paralepipedo (sic), y como de dos varas de alto, cubiertos de un sombrero piramidal, y sentados sobre un pedestal o zócalo de bastante firmeza, según las cuatro Plagas del Mundo. La situación de estos marcos se procuró fuese a propósito en terreno firme y elevado, para que pudieran permanecer libres de inundaciones, y ser vistos de alguna distancia. Y a fin de que puedan buscarse en todo tiempo, la expresaremos topográficamente refiriéndola al Cerro dicho del Carbonero que se descubre y demarcó del pie mismo de todos ellos.

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Lugar de los cuatro marcos Latitudes observadas Rumbos
1.º En la barra del arroyo del Chuy en 33º 45' 00'' Carbonero 78º SO
2.º En el pantano del Chuy en 33º 36' 40'' Carbonero 58º SO
3.º En la horqueta del pequeño arroyo de Merín 33º 36' 50'' Carbonero 38º SO
4.º En la punta sur del San Luis 33º 32' 50''3 Carbonero 10º SO

Las inscripciones que tienen gravadas con arreglo al artículo 13 del tratado, se reducen en la cara meridional las dos letras B. C. (Rex. Catholicus y debajo 1784: en la septentrional. Terreno neutral hasta el Tahin, los tres marcos primeros, y el cuarto. La Laguna de Merín neutral, por mirar hacia esta Laguna.

El arroyo de San Miguel fue también reconocido con todo cuidado se colocó en el plano atendida su configuración. Las primeras vertientes se forman de los Esteros y bañados en que se derrama la Laguna de los Difuntos o Palmar de que hablamos anteriormente y continuando su curso al Septentrión, baña a oriente las Sierras de San Miguel, y desagua, corridas 10 leguas, en la de Merín por su margen meridional. El cauce de este arroyo se halla poblado de árboles, como todos los de América, formando un cordón vistoso, y ondeado con vueltas suaves hasta su desaguadero, en dicha Laguna. Aunque su caudal es corto, y sus aguas de poca corriente, es profundo, y no da otro paso que en canoa. En el invierno sale de madre, e inunda todo el terreno de sus orillas que es llano y de bastante extensión, haciendo como una laguna de mas de milla de ancho que se da la mano con la de Merín. Hállase este arroyo, y todos los de poca corriente, cubiertos de una planta aguatil que los naturales   -364-   llaman Camalote4, los portugueses y es una especie de enredadera de tallo largo y fistuloso, con hojas alternadas, anchas y cordiformes, y las flores de la clase delas.

Los Camalotes suelen formar un entretejido tan espeso y fuerte que cubriendo las aguas con una nueva superficie, frondosa y verde, impide la navegación en canoas, y da a veces paso para la de a pie aunque no con poco riesgo, principalmente de los cocodrilos o caimanes que suelen esconderse entre aquella ramazón.

El arroyo de San Luis quedó por reconocerse después con la Laguna de Merín, y demás ríos que forman sus vertientes. Entre aquel arroyo, a Occidente y el de San Miguel a Oriente, se halla la Sierra, que toma el nombre de este último, tendido al SO la distancia de 4 millas. La montaña de su centro es la que más descolla, la conocen por Cerro del Carbonero, y sea vista de muchas leguas en contorno, siendo muy llano todo el territorio de las inmediaciones. Dicha sierra es algo pedregosa con pocos árboles, pero tiene varias plantas medicinales, entre las cuales abunda considerablemente la Calaguala5 de la mejor calidad. El fuerte de San Miguel se halla sobre la punta Nordeste, de la Sierra, a corta distancia del arroyo, donde fue establecido por los portugueses y tomado después por don Pedro Ceballos el mismo año de 1763 que a Santa Teresa, a cuya jurisdicción pertenece. En el día se conserva con algún quebranto, y viene a ser un cuadrado de piedra, sin más foso que la aspereza misma de la montaña. Tiene por lo regular una corta guarnición, a las órdenes de un Alférez, mas en tiempo de guerra, se le pone considerable, como capaz de montar 16 cañones de grueso calibre. No encierra más agua que la que recoge en un pequeño   -365-   estanque cubierto en el patio, aunque para el uso diario la tiene, cerca de buena calidad. Estos dos fuertes de Santa Teresa y San Miguel son importantes, cubren y fortifican bien la frontera por esta parte, y cierran enteramente la entrada a numerosos dominios por entre las dos Lagunas de Merín y de la Manguera, de todos establecimientos portugueses del Brasil.

Todo este Canton es de un terreno arenisco, poco substancioso y lleno de pantanos6 y cangrejales, de manera que solo a fuerza de beneficio podría ser útil para la agricultura. A pocos días de trillado se suele volver arena, más con todo se ven algunas capas de tierra negra y de buenos pastos, y leña únicamente se halla en los dos citados arroyos, Sierra de San Miguel. Todo él abunda considerablemente de venaos, ciervos, avestruces, de que se ven llenas las Colinas. Zorros y tigres. Las mulitas o armadillos, las Apereas7 , de los reptiles, las víboras de Cruz, culebras, sapos &ª son innumerables. De las aves, las perdices grandes a pequeñas de la especie de codornices, las palomas torcaces y de las fluviales, variedad de garzas y patos, son muy comunes. En los pantanos y bañados, se descubrió una especie de tordo o cardenal negro; con un capelo de púrpura encendida, que le cogía toda la cabeza y cuello, saltando después a los muslos, su canto era un silvo dulce y agudo. Otros había negros pardos el pecho solo encarnado o pajizo, y aún de los que llaman Dominicos, de cabeza blanca. Para   -366-   no interrumpir a cada paso la narración, dedicaremos la tercera parte de este Diario a las Observaciones de Historia Natural, así como la segunda a las Astronómicas. Desde el 3 de febrero hasta el 13, de abril que permanecimos en el campamento del Chuy, reinaron siempre unos tiempos apacibles y vientos suaves, por lo común de 1.º y 2.º cuadrante.

En tres o cuatro ocasiones cayó solo una lluvia temporal y benigna, y únicamente se experimentaron dos o tres turbonadas del sudoeste de poca duración y sin malicia. El termómetro indicó el máximo calor de 96 partes de la escala de Fahrenheit, el 9 de abril y el mínimo de 77 dichas, el 1.º del mismo, uno y otro a las 12 del día.






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Capítulo V

Reconocimiento de los terrenos neutrales que median entre el Chuy y Tahin. Demarcación de este arroyo, frontera de Portugal y noticias de Río Grande de San Pedro.


Concluida la demarcación del arroyo del Chuy, término de los dominios de España, acordaron las dos comisiones transferirse con las partidas al del Tahin; que lo debía ser de los de Portugal: reconociendo de paso los terrenos intermedios, que debían quedar neutrales según el artículo 3.º del tratado preliminar: esto es la Laguna de la Manguera, y los dos albardones8 que la costean a oriente y occidente, el primero llamado de Juana María, y el segundo de Luis Silveyra, nombre que toman de sus dos más antiguos pobladores. Para la mayor facilidad de esta obra se dividieron las partidas con sus respectivos comisarios, dirigiendo su marcha las dos primeras, el 14 de abril por el albardón de Silbeyra, y las segundas, el 13 del mismo, por el de Juana María.   -367-   También para mayor claridad expondremos primero las operaciones de estas, como asunto propio de nuestro cargo y después diremos alguna cosa de los trabajos de las otras.

Hállase la dicha Laguna de la Manguera recostada sobre la playa del Mar que media entre los Arroyos del Chuy al Sur, y el de Bayeta al Norte; y deja un paso estrecho, o lengua de tierra angosta, tendida en la dirección del NE a corta diferencia, que es la que comúnmente llaman Albardón de Juana María. Las Segundas Divisiones pues fueron encargadas del reconocimiento de esta laguna y albardones, levantando su plano por medio de observaciones de latitud, rumbo y distancia. Para proceder a esta operación con aquella exactitud de que es susceptible, y de acuerdo con los portugueses se destinaron desde el principio dos facultativos inteligentes, uno de cada nación, que fuesen arrumbando la costa del mar con una aguja exacta y midiendo la distancia en tiempo de unas puntas a otras por medio de un relox a paso igual de los caballos. Del mismo modo otros dos oficiales se dedicaron a llevar la dirección del camino: cuidando así aquellos como estos de ir trazando la configuración y vista de las tierras, con los arroyos, lagos, montes y demás puntos notables. Túvose además la atención de medir de cuando en cuando ciertas bases a cordel, de proporcionada distancia y dirección: y de sus extremos se relevaron y cruzaron los principales puntos, cabos y ensenadas de las dos riberas opuestas de la Laguna, usando para estas marcaciones del gran Teodolito de la Colección de instrumentos portuguesa, montado sobre su Trepié. Y ligando cuidadosamente los trabajos de un día con los de otro, se pudo situar dicha Laguna en el plano con suficiente precisión.

Las distancias deducidas por el método de arriba, se corregían después con las observaciones diarias de latitud: hechas escrupulosamente por las estrellas, tomando siempre una al Norte y otra al Sur, equidistantes del Zenit, con cuya precaución contábamos el error que podía tener el cuarto de círculo de los portugueses, que era con que se practicaban, y tenía 18 pulgadas de radio. Hiciéronse asimismo con   -368-   alguna frecuencia observación es de la variación magnética: y cotejando las agujas que se empleaban en las marcaciones diarias con la Azimutal o Teodolito de la observación, se enmendaban de la diferencia que tenían, los rumbos o direcciones de los objetos relevados. Con la prolijidad de estas operaciones no podían exceder las jornadas de 8 a 10 millas; y así gastamos hasta el 28 de abril en hacer la travesía de 31 leguas que se cuentan desde el arroyo del Chuy hasta la estiba que llaman de Silveyra, en la derecha ya del Tahin y Bayeta, donde acampó la Segunda Subdivisión.

El camino sigue al nordeste desde el paso real del Chuy, y como a las 6 leguas por los 33º 31' 30'' de latitud de las primeras puntas de la Laguna de la Manguera, la que se derrama en un gran pantano, que corre al SO, no corto trecho. En este paraje dejando a la izquierda el camino de enmedio que lleva a la Villa de Río Grande por el Albardón de Silveira, tiramos al SE para descabezar la Laguna, y ganar el que la costea a oriente por el de Juana María. Este paso fue por extremo penoso para las carretas que tuvieron que verilear la playa misma de la Laguna, por un terreno engañoso, en parte de arena firme, y en otras mezclada de arcilla gredosa fluctuante y tremedal, donde se hundían hasta las mazas. Vencido este obstáculo, gira de nuevo el camino al NE por las márgenes de la misma Laguna, dejando a la derecha una serie o cadena vistosa de elevados médanos de arena suelta que se proyectan en la dirección de la Costa del Mar. Corre esta en línea recta hasta la altura de 33º 15'' (sic) y declinando después suavemente de pocos grados al N sigue con la misma igualdad hasta la Barra del Río Grande de San Pedro sin que en toda la distancia desde Castillos chicos se note punta o cabo de consideración.

La proyección de la Laguna es también paralela a la Costa del Mar y se extiende desde la citada latitud de 33º 31' 30'' hasta la de 33º 45' formando una especie de saco angosto, o manguera de que toma su nombre, cuya mayor anchura no excede de 3 millas. Conócese también esta laguna en los planos antiguos con la denominación del   -369-   Pastoreo, y la de Texêyra; esta de uno de los pobladores portugueses del Albardón de Silveyra, y aquella de un pequeño arroyo que le entra por su banda occidental hacia la latitud de 33º 14'. Sus aguas son muertas, o a lo menos no tienen desagüe conocido: y se forma principalmente de unos grandes pantanos, y de las dos Lagunas menores de Piñeyro y Cayuba, que se hallan de la parte del Aquilón entre la de Merín y la Costa de Bayeta. Sus playas son comúnmente pantanosas, que no permiten bajar los ganados a beber, y se hallan a trechos pobladas de ciertos bosques cortados en forma de isla a que los portugueses llaman Capones9. Tampoco, supera el ancho del albardón entre dicha laguna y el mar, de la misma distancia de 3 millas; aunque de las primeras vertientes o puntas septentrionales de aquella, se dilata alguna cosa, formando contra el Río Grande la rinconada que llaman de Bayeta. Redúcese todo él a una zona o faja de tierra arenosa y estéril, cubierta de bañados y pantanos cuyos pastos duros y salitrosos aprovechan poco o nada a los animales.

Hecho el examen de estos terrenos como ha referido, y habiendo llegado el 28 de abril a la Estiba de Silbeyra por la latitud de 32º 30' 35'' sentamos nuevamente el real no lejos de una de las primeras guardias de la dependencia de Río Grande y como 12 leguas al sur de la misma villa. Los pantanos que dijimos formaban las cabeceras septentrionales de la Laguna de la Manguera se prolongan por esta parte considerablemente hasta unirse con las dos otras Lagunas de Piñeyro y Cayuba, por multitud de bañados y esteros con cejas de monte de grandes árboles y palmas. El paso al occidente es por extremo difícil y peligroso y para facilitarlo algún tanto, Silbeyra Estanciero de aquella banda, tenía construida una especie de calzada con troncos gruesos y astiles de palmas, por donde se lograba pasar no sin algún trabajo el principal de dichos esteros, y esta es la que se llama Estiba de Silbeyra. Las primeras subdivisiones puestas en marcha el   -370-   14 de abril como apuntamos en su lugar, destacaron también un facultativo de cada nación, acompañados de una pequeña escolta, a recorrer y examinar los terrenos adyacentes a la Laguna de Merín; y el grueso de la Comitiva y demás oficiales inteligentes siguieron por el camino de en medio, reconociendo los contiguos a la Manguera. Siete días emplearon en estos trabajos y marcha, y, después, el 22 del mismo vinieron a establecer sus nuevos campos sobre las riberas del arroyo Tahin, los españoles al mediodía y los portugueses al septentrión.

Yace la Laguna de Merín a occidente de la de Texeyra o Pastoreo a corta distancia, y entendemos por Albardón de Silbeyra aquel istmo o faja de tierra que las divide el que bajo la misma dirección natural de las Lagunas NE, SO, tiene por donde más 6 leguas de ancho, y se estrecha en partes hasta 2. Los pantanos del Chuy, dándose la mano con los que dan origen al pequeño arroyo del Pastoreo, cruzan este albardón por su mayor ámbito, dividiendo el camino de Río Grande, en dos que se unen después por los 33º. Otro pantano aún mayor y más intransitable corta al O la rinconada que nombran de Fanfa, contra las orillas orientales de Merín que por este lado se retiran largo trecho. Desde el nuevo término de España hasta el Tahin se hallaron 26 leguas: y en este intervalo nacen de la cresta del albardón algunos otros arroyos de corto caudal: Josedeacostaluis, Martines y Pedrotexeyra fluyen a levante vertiendo sus aguas en la Manguera: Losahogados, Arroyodelrey, y otros entran en la Merín, cuyas barras serán determinadas cuando hablemos del reconocimiento de esta laguna, a que pertenecen.

Aunque los pastos de este albardón no son de la mejor calidad, y su terreno ya pantanoso ya arenisco, no ha dejado de multiplicarse en él porción crecida de caballos Baguales10, entre ellos andan muchos de los Reyunos11, y de particulares de las dos naciones limítrofes.   -371-   Estos vuelven a ser de uso y amansarse con facilidad, si se les logra coger a lazo o bolas, como acostumbran los naturales. También suelen construir unos corrales con estacas de mucha extensión y dejándolos una puerta angosta con dos alas largas y abiertas, meten dentro algunos caballos mansos que llaman los Baguales, sirviéndoles como de señuelo para mayor facilidad los corren y echan hacia aquella parte con cuya traza logran a veces muy buenas rodadas. Los pasajeros en este camino deberán tener mucho cuidado con sus caballos particularmente de noche si no quieren quedarse a pie. Suelen los Baguales al menor estruendo o novedad venir a la furia de disparada sobre la caballada mansa: y mezclándose con ella la envuelven y arrebatan de tropel a manera de un torrente impetuoso, sin dejar tiempo ni arbitrio de evitar aquel inconveniente. El remedio es rondar con vigilancia sus caballos y espantar de antemano toda Bagualada de las inmediaciones. Antiguamente había también en el Albardón de Silbeyra copia de Ganado Vacuno, pero los changueadores12 o ladrones de cueros lo han exterminado, y en el día solo se ve un corto número de toros hacia el rincón de Fanfa. Los tigres, leones y osos hormigueros, los venaos, avestruces y armadillos son también muy comunes en esta lengua de tierra. Puede verse al fin la descripción de estos animales.

Luego que las partidas sentaron su red en el Tahin y Albarbón, se trató de ejecutar la demarcación de aquel arroyo, que según el artículo 4 del tratado preliminar debía ser el término, de los Estados de Su Majestad Fidelísima para verificar esto con el acierto debido, se hizo primero reconocer el curso del arroyo, sus diferentes gajos, su origen, los campos que riega de una y otra banda, los que lindan con ellos a oriente de la Estiva de Silbeyra, por último la Costa del Mar y arroyo de Bayeta.

Los capitanes de Ingenieros don Bernardo Lecocq por una parte y Alejandro Portelli de la de Portugal (cuidando siempre de este modo de autorizar las operaciones asignando facultativos de ambas coronas)   -372-   fueron encargados del referido reconocimiento y levantaron el plano circunstancial de Tahin, por medio de la plancheta, con aquella prolijidad y exactitud que requería el punto, como se había practicado anteriormente en el Chuy en cuyos trabajos emplearon hasta fines de julio.

Toma sus aguas el Tahin de dos pequeñas Lagunas13 que se hallan situadas en el rincón que llaman del Tigre, tan inmediatas al gran Estero de la Estiba, que es de recelar tengan con él comunicación. Corre de aquí el arroyo un tramo corto como de 4 millas al O en el cual se divierte en notables vueltas y revueltas y viene por último a desaguar en la Laguna de Merín bajo el paralelo 32º 33' 35". Al septentrión de estas lagunas se hallan las de Cayubá y Piñeyro de que hemos hablado, que son de más consideración, y en el tiempo de creciente fluyen también hacia esta parte, aumentando probablemente los cortas aguas del Tahin. Siendo la de Cayubá la primera y la mayor, se une a la de Piñeyro, sin dejar otro paso entre las dos, que una estiba semejante a la de Silbeyra, transitable solo en tiempo seco. Los terribles atolladeros que siguen inmediatamente al Sur de estas lagunas, por donde verifican su derrame, no permitiendo de manera alguna aproximación, nos dejaron inciertos de la verdadera salida de sus aguas, las que según la situación local que de afuera aparece, no será extraño corran al Estero de Silbeyra, y por este a la Laguna de la Manguera, aunque también den algunos como se ha dicho al Tahin.

No es este gajo, cuya descripción acabamos de hacer, el único del arroyo: otro no de menos atención trae su rumbo del mediodía, de hacia aquellos pantanos del Corralalto y cabeceras septentrionales de la referida Laguna de la Manguera, el cual no pudo tampoco ser reconocido en toda su extensión, a causa de los inmensos bañados, lodazales, derretideros y en general de lo absolutamente impracticable que es en todo tiempo aquel territorio. En los planos antiguos se pinta el Tahin, como un Sangradero, por el cual que deposita la Manguera sus   -373-   aguas en la Laguna de Merín. A la verdad no consideramos esta practica desnuda de todo fundamento; la profundidad de este gajo del Arroyo, el considerable caudal de aguas que toma en tiempo de lluvias, la rapidez de su corriente, lo permanente de sus inundaciones y sobre todo el no habersele hallado a la Manguera otro desaguadero, son otras tantas consideraciones que nos persuaden e inclinan a favor de aquella opinión. Mas como no fuese dable por las razones dichas la positiva averiguación de este punto: y por otra parte nos debamos ceñir escrupulosamente al resultado efectivo de los reconocimientos y realidad de las observaciones; se figuró solo en el plano este segundo brazo del Tahin, unido a dichos pantanos, y de la corta distancia de 6 millas, a que únicamente pudo ascender su investigación.

No son de tan fatal condición los campos orientales a la Estiba de Silbeyra. Corre no obstante reclinada a la Costa del Mar otra Ceja de bañado pantanoso, de cuyos surgideros provienen los pequeños arroyos de Matreiro y Bayeta, que entran en el océano a corta distancia uno de otro, bajo la misma latitud del Tahin. Por este paralelo se halla la garganta o mayor angostura del istmo o lengua de tierra que media entre la laguna de Merín y el mar; de suerte que la distancia en línea recta desde la barra del Tahin a la de Matreyro es solamente de 10 millas.

Con la clara idea de estos campos, la noticia y luz de este reconocimiento, pudieron convenir los comisarios, y fijar el límite de Portugal por esta parte, con arreglo al artículo 4.º del tratado. Corre pues la novísima línea divisoria desde la barra del Tahin por su gajo septentrional hasta la laguna más norte de las dos pequeñas, de que toma su origen, situadas como dijimos en el rincón del Tigre. Sigue después por una línea recta que se considera tirada a la playa del mar y que sea al mismo tiempo tangente a las primeras márgenes, de la Laguna de la Manguera, la que termina hacia los 33º de latitud austral a muy corta diferencia.

Parecía término más natural y conforme al espíritu del mismo tratado que desde la dicha laguna del rincón del Tigre fuese la raya en línea   -374-   recta al Mar: esto es por la menor distancia, que es como se debe entender aquella expresión del tratado en el citado artículo 4.º, atravesando el istmo o lengua de tierra por su mayor angostura y terminando en la Costa del mar por el arroyo de Bayeta o el de Matreyro: verificándose también de este modo la expresa determinación de los dos soberanos en el artículo 5.º, a saber, que los dominios portugueses no se extiendan del arroyo Tahin para la parte meridional. Sin embargo de estas y otras sólidas razones que se alegaron, cuya exposición dejamos a pluma mejor cortada, prevaleció el dictamen de los comisarios de Su Majestad Fidelísima, que juzgaron debía tocar la línea las orillas de la laguna de la Manguera, como efectivamente se les dio ese gusto, tirándola como va referido, atendiendo el corto valor de los campos de esta pequeña diferencia, y evitando fastidiosas disputas, que atrasarían nuevamente la obra de la demarcación, contra las sabias prevenciones del artículo 6.º que manda recíprocamente en asuntos de poco momento.

Resuelta esta materia, se colocaron otros 4 marcos de piedra con las mismas inscripciones. mutatis mutandis, que en los del Chuy; esto es, en la cara, septentrional R. F., y debajo 1784 y en la meridional. Terreno neutral até Chuy.

La situación de dichos marcos es: el 1.º sobre un gran médano o morro alto que se halla en la orilla meridional del Tahin muy cerca de su barra: el 2.º hacia el extremo de un pequeño albardón que interna al seno o fondo del rincón del Tigre: siendo la latitud de ambos de 32º 33' 25", igual a corta difra a la del Tahin; el 3.º en el albardón de Juana María, como 3 millas al sur del paraje nombrado la Guardiachica en 32º 54' de latitud, y finalmente el 4.º que podría llamarse el primero por más avanzado, en la playa del mar, bajo el paralelo mismo de los 33º exactos de latitud austral, como consta de nuestras observaciones.

Por la parte del continente debía seguir el dominio lusitano por las orillas de Merín, a lo menos hasta el Sangradero de esta laguna, o el Piratiny, dolido daban principio los terrenos en disputa; mas como los comisarios portugueses se negasen a practicarlo así con razones   -375-   frívolas y misteriosas hasta verificar el reconocimiento de dicha Laguna siendo este obra de gran trabajo y nada propia de la Estación, fue forzoso interrumpir las operaciones, y los ingenieros se dedicaron a poner en limpio los planos del Tahin con la justa atención de remitir dos ejemplares a los señores virreyes del Río de la Plata y Brasil.

Debiendo pues las partidas subsistir acampadas durante el invierno en la tristísima situación del Tahin y albardón de Juana María, distinta un campamento de otro al pie de 8 millas de un camino sobre toda ponderación el más fatal e intransitable, tuvieron que construir sus ranchos de pija para abrigo de las gentes, y poner a cubierto los víveres y demás pertrechos, siendo los fríos nada comunes en aquel clima, y las aguas tan copiosas y frecuentes, que queda todo el campo hecho un puro lago. Las carretas desmontadas, se metieron también debajo de un tinglado hecho a propósito, donde se preservasen de la inclemencia del tiempo, y en general a todo se puso el debido cobro en los mejores términos posibles. La hacienda de la primera subdivisión se mantuvo en el Corralalto, 3 leguas al Sur del Tahin, que es el lugar de mejores pastos en el albardón de Silbeyra. La de la segunda durante la estación de las aguas permanecía al norte de la Guardiachica, donde se colocó el 3.º marco, y en la seca pasaba a la Rinconada de Bayeta, que no escaseaban tanto los abrevaderos como en lo restante de este albardón de Juana María, siendo también sus pastos más sufribles. Contra el mato, o gran monte del Estero de la Estiba hay varios potreros, muy espaciosos y bien cerrados, donde, pueden estar los animales como en un corral. Los portugueses repartieron todo este cantón en suertes de estancias, luego que se establecieron los marcos, procediendo desde el instante a su población y cultivo. En este mato, abunda notablemente el árbol del Arazá14 fruta no menos delicada que provechosa y de tamaño de las peras aromáticas o cermeñas.

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Como nuestra mansión en el Tahin fue dilatada, remontaron los instrumentos astronómicos y arreglado el péndulo, se lograron repetidas y exactas observaciones de longitud por medio de los eclipses de los satélites de Júpiter. Del mismo modo no se descuidaron en el campamento portugués, y el Doctor Joseph Saldaña con el capitán de artillería Joachin Feliz da Fonseca practicaron otras que confirmaron las nuestras, y por la combinación de todas se estableció la longitud en tiempo del Tahin de 3h 30' 35" al occidental del Real Observatorio de Greenwich. Su latitud la reflejada anteriormente de 32º 33' 25" y la variación magnética de 13º N E. Situado este arroyo en el plano con este fundamento sirvió como de punto fijo e invariable para colocar los demás, con relación a él; no debiéndose repetir las observaciones de longitud en parajes poco distantes, a causa de que sus recíprocas e inevitables diferencias servirían más de confusión que de exactitud.

Nuestro plano de demarcación, número 8, no podía limitarse o ceñirse precisamente a la misma Raya; debía también abrazar de una y otra parte cierta zona o faja de aquellos terrenos más inmediatos a la frontera, que pudieran sujetarse a nuestro examen y reconocimiento; en esta atención pareció conveniente ampliarlo desde Castillos hasta la Villa de Río grande de San Pedro, que dista 14 leguas del Tahin, sirviéndole de término Boreal la misma Boca de este gran Río. Y como haya sido en el siglo presente objeto serio de disputa entre las dos naciones, y origen de grandes y reñidas controversias, no será fuera de propósito dar aquí su descripción, resumiendo con brevedad las noticias concernientes a su descubrimiento y al modo con que los portugueses se establecieron y llegaron a tomar posesión de sus vastas comarcas.

Nace la principal vertiente de Río grande en la gran serranía llamada Segundomonte bajo el paralelo de 28º de latitud austral. Corre de aquí con el nombre de Igay el espacio de 40 leguas al SO ¼ O, se junta con el Yacuy no lejos de su origen, que lo tiene en el Primermonte de la misma Serranía. Prolóngase esta al Sur un largo trecho, y el Yacuy la costea a oriente recogiendo sus aguas.

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Cruza las tierras de la Vaquería de los Pueblos de Misiones; la Sierra del Tape, conocida hoy por Montegrande, y dejándose ir hasta cerca de los 30 grados, tuerce después al oriente otras 25 leguas, recibiendo las aguas de los dos Guacays, Pequiry, y otros por su banda meridional, y por la septentrional las de Río Pardo y Tebicuary o Mboapiary, el que trabe su curso de larga distancia, y nace en los contornos de la pequeña aldea llamada Tojucas, sita sobre la Costa del Mar en los 28º 30' de latitud, al Sur de la isla de Santa Catalina, y: hacia los Morros de Santamarta15. En las confluencias de estos dos Ríos, se hallan construidos los dos fuertes de Jesusmaria y San Amaro. Aumentado el Yacuy considerablemente da una vuelta espaciosa y pasando por la Villa de Viamon y Fortaleza de San Cayetano, se explaya en gran lago de 40 leguas N. S. sobre 12 E O, el cual toma el nombre de Laguna grande de los patos o Río grande de San Pedro. Júntase después con el famoso Sangradero de Merín16 y formando dos grandes Sacos o Mangueras a occidente deja en la península del centro la Villa de Río grande, y paga su natural tributo al mar por la latitud de 32 grados 3 minutos.

Es ya en el día punto decidido, fuera de toda controversia que los españoles fueron los primeros descubridores de toda la Costa del Brasil, desde los ríos Orinoco y Amazonas o Marañón hasta el Río de la Plata. Los insignes náuticos, Juan Díaz de Solís y Vicente Yáñez Pinzón, en sus dos viajes de 1508 a 1515, bajo la dominación de los Reyes Católicos, recorrieron toda la dicha costa desde el Cabo de San Agustín hasta los 40 grados de latitud austral: entrando en el Río Janeiro, en el de los Inocentes, Isla de Santa Catalina, y en todos los demás puertos y ensenadas, que encontraron capaces, desembarcando en ellos y ejerciendo todos los actos y formalidades correspondientes a la toma de posesión en nombre de la Corona de Castilla.   -378-   Otros descubridores de la misma nación sucedieron a aquellos en tiempos posteriores, mas el de mayor autoridad y que viene más a nuestro intento de Río Grande, es el adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca, el que nombrado para suceder al primer Gobernador de Buenos Aires don Pedro de Mendoza, partió de Cádiz con dos navíos, una carabela y 400 hombres el 2 de noviembre de 1540. Llegó a la isla de Santa Catalina en la Costa del Brasil el 29 de marzo del año siguiente de 41, enviando parte de su gente en las embarcaciones, paso él por tierra a recibirse de su Gobierno, tomando de camino posesión, y reduciendo a la dominación de España por los justos y suaves medios de la convención, trato y comercio, como dice una ilustre pluma17, todas las Naciones de Indios y todos los territorios y comarcas de Río Grande de San Pedro, y de la costa septentrional del Río de la Plata.

También es punto inconcuso, puesto en toda su claridad por nuestros generales don Jorge Juan y don Antonio de Ulloa en su docta disertación sobre límites, que todas estas regiones de Río Grande en toda la extensión de sus vertientes, con otras más septentrionales, caen al occidental del célebre Meridiano de Demarcación, ajustado entre los soberanos de España y Portugal en la famosa concordia de Tordesillas, año de 1494. De manera que por el doble título de descubrimiento y conquista, y por derecho convencional entre las dos naciones, han pertenecido de todo tiempo estos territorios a la Corona de Castilla. Sin embargo de la solemnidad de este tratado, y no obstante la notoria justicia de aquel derecho. Los lusitanos, émulos siempre de los españoles en la gloriosa conquista de las Américas, desde que fijaron el pie en la Costa del Brasil, se propusieron ampliar sus dominios a todo costo; y han sostenido después acá, y sostienen en el día el mismo sistema con tanto empeño y tesón, como contemplación y miramiento de parte de España. Llevados pues de la primera felicidad y progresos de sus ideas, pusieron la   -379-   mira en los pingües terrenos de la Ribera septentrional del Río de la Plata, y establecida la Colonia del Sacramento, como se dijo en su lugar, llegaron los Moradores de la ciudad de San Pablo, llamados entonces Mamelucos18, a ocupar Río Grande de San Pedro, el año de 1733, destruyendo a este fin las antiguas Reducciones de Tapes, establecidas sobre las márgenes del Yacuy, por nuestros jesuitas del Paraguay, como diremos adelante con más individualidad en la Relación de las Misiones.

Corría a la sazón estas campañas una partida de Dragones bajo la conducta del alférez don Esteban del Castillo, el cual ahuyentó los Paulistas, y estos con los auxilios que recibían frecuentemente del Janeiro y de Santa Catalina se volvieron a situar en los mismos parajes el año siguiente poblándolos con crecido número de familias, que les envió en barcos capaces de entrar en el río, el Gobernador de la Colonia del Sacramento don Antonio Pedro Vasconcellos; fueron nuevamente desalojados y preso el caudillo portugués que los mandaba, el maestre de campo Domingo Fernández, por el mismo oficial, quien para contenerlos, y vistas sus continuas irrupciones, se había situado en la sierra y fuerte de San Miguel. Celebrada la Convención de París de 16 de marzo de 1727, y retirado de allí Castillo; el Gobernador de la colonia, en el mismo navío que le trajo las órdenes para la cesación de hostilidades al sargento mayor de batalla, Joseph de Silba Paez con gente y artillería para que se apoderase   -380-   de Río Grande; lo que ejecutó a su salvoconducto con escandalosa infracción del Armisticio que se acababa de ajustar: extendiéndose por los albardones de Juana María y Silbeyra, arroyo del Chuy, donde formó una guardia, y fuerte de San Miguel, que se edificó de piedra, y reforzó con 6 piezas de artillería y competente guarnición de infantería y dragones; y finalmente construyendo en los caminos baterías, y haciendo cortaduras para defensa de los pasos, cuyo encargo comitió al capitán Pedro Pereyra, que al efecto se estableció en Corralalto.

Don Andrés Ribero de Coutinho fue nombrado Comandante de las nuevas posesiones de Río Grande, y en los años sucesivos se fueron los portugueses dilatando y extendiendo, formando diversas estancias en las 16 leguas que corren desde el arroyo del Chuy hasta la Montaña de Buenavista en la Playa de Castillos Grandes, de que se ampararon el año de 1752, colocado que fue aquel paraje el primer marco de división en ejecución del tratado de límites.

Estos fueron los principios y estos los progresos de la introducción de los portugueses en Río Grande. Don Pedro de Ceballos, siendo Gobernador de Buenos Aires, puso en toda su claridad la relación de estos hechos, y convencido de la injusticia de aquellas usurpaciones, viendo desatendidas sus amistosas reiteradas instancias y protestas, trató de proceder a vías de hecho; y en la guerra de 1762, recobró a la monarquía tan vastos países, desalojando a los del fuerte de Santa Teresa, que acababan de edificar, de la Sierra de San Miguel, Arroyo y Guardia del Chuy, Corralalto, y últimamente de la Villa de Río Grande, situada en su ribera meridional y demás puestos de la del Norte. Terminada la guerra antes de tiempo, no pudieron nuestras armas acabarla entera recuperación de los establecimientos más septentrionales de Viamon y Río Pardo; y retirados los portugueses a los fuertes de San Cayetano, San Amaro y Jesús María, construidos por el conde de la Bobadela con el pretexto del referido Tratado de límites, anulado ya el año de 1761, se fueron reponiendo y fortificando de sus pérdidas. Hacia 1767 invadieron de nuevo el Río Grande con   -381-   una expedición muy formal, combinada por mar y tierra; y desembarcando 800 hombres se apostaron e hicieron fuertes en la ribera boreal. Quedaron desde entonces con el libre y franco uso de la navegación del Río, continuaron las correrías y hostilidades por tierra y agua, dando cada día mayor solidez a sus puestos con nuevas fortalezas y tropas, y últimamente por abril de 1776 el general Juan Enrique Buheme se acabó de amparar por los medios de la mayor violencia de la banda meridional, expeliendo a los españoles con muerte de mucho de la Villa, de la Batería de la Barra, y demás fortificaciones; habiendo precedido de pocos días un sangriento combate naval de fuerzas muy inferiores de nuestra parte y que fue muy glorioso para la Marina.

Todas estas posesiones portuguesas de que hemos hablado, forman hoy un solo Gobierno, el sujeto que se halla a su cabeza, que regularmente es un Brigadier, lleva el título de Gobernado de Río Grande o del Continente y pertenece a la jurisdicción del virreinato del Río Negro. Cuéntanse de 8 a 10 aldeas o lugares y un gran número de guardias, que no tardarán en venir a ser otras tantas poblaciones. La de Puerto Alegre en el Río Pardo es la común residencia del Gobernador, aunque el actual, como encargado de la nueva demarcación, asista en la villa de Río Grande, con la que tienen todas las otras comunicación por agua. Hállase esta villa, como ya dijimos, en cierta especie de península, que del albardón de Silbeyra avanza sobre la ribera meridional del río, formando dos grandes sacos o mangueras de poco fondo y mucho pantano, que internan de 2 a 3 leguas por las tierras de dicho albardón. Su latitud es de 32º 1' 40"A. y su longitud de 325º 51' contada por el Meridiano de la Isla del Fierro19.

Después de la última destrucción de la colonia, ha recibido la villa de Río Grande algún incremento, acogiéndose a ella la mayor parte de los vecinos de aquella plaza; y con todo en el día no tiene arriba de 400 familias. La guarnición es de milicias del país,   -382-   y se compone de un cuerpo de tropa ligera y otro de infantería, a cuyo cargo se halla la artillería de las fortalezas. Todos los habitantes se alistan en estos dos cuerpos sin distinción alguna de persona, desde la edad de 8 a 10 años y sirven por tiempo ilimitado, de manera que nada hay más común que ver a un padre con todos sus hijos en actual servicio, no dispensando en este sino con grave causa. La población se reduce a una calle tendida en la dirección del NE y otra que vuelve al SE, ambas sobre la playa del río, y en su medianía está el muelle de madera, para el uso de las embarcaciones. Las casas son bajas, de palo a pique y de ladrillo, y la iglesia que es de una sola nave con dos campanarios, se halla servida por un vicario con un teniente.

Es verdaderamente infeliz la situación de este pueblo. Sobre un suelo movedizo de arena pura y suelta, no tiene salida ni paseo que no canse. En las calles mismas se entierran las gentes hasta el tobillo, y en sus ruedos o inmediaciones no hay donde soltar un caballo a pacer, fuera de los veriles de los pantanos, cuyos cortos pastos son duros y salitrosos. Por todas partes se ofende la vista con el reflejo de los rayos del sol sobre la arena, y con los vientos continuos y fuertes de los 1.º y 2.º, cuadrante que reinan casi todo el año, se pone del todo inhabitable el país. Los caminos se interrumpen o mudan a cada paso y a veces los médanos amenazan de sepultar la aldea, dando a los habitantes la penosa molestia de remover todos los días las arenas de un lado a otro. Tan desgraciada como es la situación de esta villa, tan ventajosas son sus proporciones para el comercio. Tiene comunicación por agua con todas las demás aldeas y poblaciones del continente; las Zumacas de la Bahía de Todo Santos y Janeiro entran en su puerto y navegan toda la Laguna de los Patos: y sus canoas y demás buques menores penetran más de cien leguas al septentrión por el Río Pardo o Yacuy y no menos al mediodía por el Sangradero y Laguna de Merín, cuyas grandes vertientes suben hasta los contornos del pueblo nuevo de la Concepción de Minas cerca de Maldonado.

Sin embargo de todo esto su comercio se halla reducido a los granos   -383-   y harinas que llevan al Río Janeiro y 4cmas establecimientos de la Costa del Brasil, algunos cueros al pelo, carnes saladas, y charques, sebo, grasa, y reciben en cambio otros frutos como arroz, azúcar, aguardiente de caña, cera, tabaco, y algunos paños, lienzos, y sedas en corta cantidad para su vestuario; a que se debe agregar un pequeño número de esclavos para el cultivo de sus haciendas. Antes de la libertad de comercio con nuestras provincias del Río de la Plata, y aun después, en la última guerra con los ingleses, fomentó la Villa de Río Grande considerablemente el trato ilícito; introduciendo a Montevideo y Buenos Aires, ya por tierra ya por agua, muchos géneros de Europa y de la India, piedras preciosas, tabaco de humo y esclavos, y extrayendo crecidas cantidades de plata. Los comerciantes de Janeiro y de la Bahía se valían de Río Grande para despachar las zumacas cargadas de frutos, y con el pretexto de arribada entraban en el Río de la Plata, y los dejaban en Montevideo; llegando el desorden a tal punto que hubo ocasión de juntarse en este puerto hasta 6 y 8 embarcaciones portuguesas. En el día se halla enteramente corregido este abuso, no tanto por el celo y sabias precauciones de los jefes que llamaron su atención a este objeto, cuanto por la diminución del lucro, efecto natural de la abundancia de géneros que hay en todo el virreinato, con la extinción del comercio exclusivo.

No falta aún quien intente persuadir, que desde aquella feliz época del comercio libre sería muy conveniente a nuestras Américas, ajustar un tratado de comercio con los portugueses en toda la Costa del Brasil, aunque fuese con ciertas restricciones, limitándolo por ejemplo a las manufacturas y producciones de la tierra; a imitación de las Islas Filipinas con las naciones y demás Islas Asiáticas. Tendrían, dicen, notable salida nuestras mulas y caballos, los ganados vacuno y lanar, las carnes saladas y en charque, los cueros, sebo y grasa, la sal de patagones, los granos, harinas, la yerba del Paraguay, las lanas, jergas, ponchos, pellones y muchos otros efectos y fruto de Mendoza, Chile, y demás provincias interiores del Perú. El   -384-   retorno de todo esto serían esclavos, que son los únicos jornaleros de este nuevo mundo, muy necesarios para las estancias para el beneficio de los campos; maderas en abundancia de varias y excelentes calidades: Embarcaciones de todos portes hasta para la navegación del Cabo de Hornos, como con las zumacas de Pernambuco. El Rey tendría tabaco de humo de superior calidad al del Paraguay, de no fomentar su beneficio en esta provincia, y sería mejor; y finalmente nos vendrían algunos otros géneros semejantes y frutos cuyo detal omitimos por no ser de nuestro asunto, bastando solo apuntar la materia por lo que pudiere convenir.

Esta providencia mirada por otro aspecto conduciría mucho a la población, a la frecuencia de las campañas desiertas, a la agricultura y cría de ganados: tolerando el trato evitaba el entretenimiento, desórdenes de las partidas de guardas y tropa; la pérdida de muchas familias útiles al estado, excusaba las correrías y robos de los portugueses, quitando la causa; perpetuaba la paz entre las dos naciones, estrechando y consolidando con recíproca utilidad su amistad y unión, punto de la mayor importancia en las Américas; y por último no parece dañaría a dicha providencia al comercio nacional, pues este poco o nada se ocupa de aquellos efectos y frutos del país, y los géneros de Europa, que hacen su objeto principal, viniendo directa y francamente de los puertos de la Península, no pueden ya servir de incentivo al contrabando, puesto caso que los que quisieran introducirlos por la vía del Brasil, no se costearían; y aun podríamos darles muchos con lucro, como los paños finos, cintas, sedas y otros, inclinando hasta en esto la balanza o equilibrio a nuestra nación. Lo mismo se debe entender de los géneros de la India desde la erección de la nueva Compañía de Filipinas20.



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