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Diario de un viaje a la costa de la Patagonia, para reconocer los puntos en donde establecer poblaciones con una descripción de la naturaleza de los terrenos, de sus producciones y habitantes; desde el puerto de Santa Elena hasta la boca del Estrecho de Magallanes

Antonio de Viedma



portada



[Indicaciones de paginación en nota.1]



  —I→  

ArribaAbajo Discurso preliminar al diario de Viedma

Han pasado más de tres siglos sobre las tierras antárticas del Nuevo Mundo sin agregar mucho al escaso caudal de noticias transmitidas por sus antiguos descubridores. Cuando por orden de Carlos II de Inglaterra observaba Halley las constelaciones del hemisferio austral; cuando el Gran Czar de Rusia dirigía los primeros pasos de Behring y de Tschirikow hacia el otro polo; mientras que los más ilustres navegantes de la Gran Bretaña y de Holanda se cruzaban en todos los mares: en épocas tan memorables para las ciencias, la región magallánica fue completamente desatendida. Ni los anuncios de un pueblo gigante, ni la existencia de ciudades maravillosas2, ni las promesas de ricos veneros de oro, bastaron a estimular la curiosidad de la Corte de Madrid, que trató a los patagones con el desprecio que le inspiraba su estado salvaje.

Esta indiferencia data desde los primeros años de la conquista, y ha quitado el brillo a los sucesos más importantes de que ha sido teatro esta parte del globo. El rey don Manuel de Portugal pone una escuadra a las órdenes de Vasco de Gama para penetrar a los mares de la India por la vía desconocida del Cabo de Buena Esperanza; y Carlos V, el más poderoso monarca de su siglo, desatiende los descubrimientos de Magallanes, ¡considerándose hasta dispensado de la obligación de publicarlos!

  —II→  

Ni fue más lisonjera la acogida que se hizo a los que siguieron las huellas de aquel desgraciado argonauta. ¿Dónde están los derroteros de Loaísa, de Alcazava, de Camargo, de Ladrilleros? Lo mismo hubiera sucedido con los demás diarios, a no haber tenido Pigafetta el cuidado de multiplicar las copias del que escribió de la navegación de Magallanes, y si el bibliotecario del Rey de España no hubiese entrado por accidente a una casa de almonedas en Madrid, en el acto de adjudicarse al más oferente el manuscrito original del diario de Sarmiento3. Quéjense cuanto quieran los escritores españoles de las justas reconvenciones hechas a su nación y sus gobiernos; afánense en buscar razones para justificarlos, nunca conseguirán borrar la nota de liberales que la mano de la posteridad ha impreso sobre su memoria. Es de esperarse, decía Robertson, que los españoles conocerán algún día que su espíritu misterioso es tan contrario a la buena política como a la generosidad.

Se lisonjeó la Corte de España de alejar de estos mares a las demás naciones; le parecía posible monopolizar su comercio, y afianzar de este modo el estado de aislamiento a que condenaba sus colonias. Había mandado también que se fortificasen las angosturas del Estrecho, y en setiembre de 1537 una escuadra de veintitrés buques, al mando del almirante Flores de Valdés, salió con este objeto de Sevilla, llevando a bordo al mismo Sarmiento, autor del proyecto, y a quien el Rey había condecorado con el título pomposo de Capitán General y Gobernador del Estrecho de Magallanes. El diario de esta expedición ofrece una serie continua de desastres, y arroja la idea la más desfavorable del estado del arte náutica en España, sin embargo de ser entonces una de las primeras potencias marítimas del mundo. De las veintitrés naos, y de su numerosa tripulación, sólo un buque llegó a su destino, con cerca de trecientos hombres, que sirvieron de núcleo a las dos colonias fundadas por Sarmiento bajo la advocación del Nombre de Jesús y de San Felipe. Pero, como si hubiese habido un particular empeño en cruzar las miras del gobierno español, por todas partes se hicieron aprestos para reconocer este nuevo camino abierto al comercio de la India por el genio de Magallanes y Cavendish,   —III→   Hawkins, Cordes, Noort, Spilberg, fueron los precursores de otros descubrimientos debidos al espíritu de asociación de los Europeos.

El mal éxito de las colonias de Sarmiento4, que se atribuyó a la destemplanza del clima, y la posibilidad de evitar el Estrecho por el Cabo de Hornos, convencieron a la España de la inutilidad de sus esfuerzos para cerrarlo. Después de haber enviado a los Nodales a cerciorarse de la existencia del paso recién descubierto por Lemaire (1616) entre las Tierras del Fuego y de los Estados, desistió de su intento, y se contentó con excluir a los extranjeros de los puertos de sus colonias. No por esto dejaron de frecuentarlos, y fueron incesantes sus conatos en todo el siglo XVII, y una gran parte del siguiente. A los viajes de exploración se siguieron los acometimientos de los flibustiers; a estos, las expediciones científicas, sin que la España manifestase siquiera la intención de oponerse a los unos, o de cooperar de algún modo a las otras. Pero los armamentos considerables que se hacían en Inglaterra, a principios del año de 1740, le infundieron recelos para la seguridad de sus establecimientos, y de los ingentes caudales que le traían los galeones de Acapulco y de Manilla: ordenó pues que una escuadra de seis buques, con más de 2000 hombres de tripulación, fuera a observar al comodoro Anson, que con fuerzas inferiores había salido de los puertos de Inglaterra.

Esta expedición, de que no se habla en la noticia histórica de los viajes al Estrecho de Magallanes5, ofrece un ejemplo extraordinario del valor de nuestros indígenas. Don Joseph Pizarro, jefe de la escuadra, después de cinco años de tentativas inútiles para penetrar al Pacífico, se había resignado a la triste necesidad de volver a España en el Asia, navío almirante de 70 cañones con más de 700 hombres de equipaje. Las grandes averías que había sufrido este buque en sus repetidos viajes al Cabo de Hornos; las pérdidas no menos considerables de su tripulación, y sobre todo el haber pasado cerca de tres años en el puerto de Montevideo, le habían   —IV→   quitado todos los elementos de movilidad, y fue preciso echar mano de la fuerza para proveerlo de marineros; con estos se mezclaron unos cuantos ingleses y contrabandistas, en clase de prisioneros, y además diez indios, con su cacique Orellana, últimos restos de tribus numerosas que habían caído en los campos del sud bajo el sable del maestre de campo San Martín. Expuestos a los bárbaros tratamientos de los españoles, estos últimos juraron vengarse, y prepararon en silencio las formidables armas que acostumbran manejar en el desierto. Con sus bolas, y unos cuantos cuchillos de que se habían provisto en el buque, acometieron al equipaje, y quinientos hombres cedieron vergonzosamente el campo a once salvajes. Vueltos de su estupor, los oficiales y soldados salieron de sus escondrijos, y lavaron esta afrenta en la sangre del cacique Orellana, a quien derribaron de un pistoletazo: sus demás compañeros prefirieron hundirse en el Océano más bien que tender el cuello a la cuchilla de los españoles6.

Mientras que se preparaba en Inglaterra la publicación del viaje de Anson, la Corte de Madrid, cediendo a las instancias de los padres de la Compañía de Jesús, ordenó que se hiciese un formal reconocimiento en las costas de Patagonia. Dos particulares (don Francisco García Huidobro, y don José de Villanueva Rico) se habían brindado a asistir a los misioneros, y habían obtenido del Rey el privilegio de introducir sin derecho en Buenos Aires algunos géneros de fábricas extranjeras; y aunque por el tenor de la contrata no debían franquear más que un buque de 80 toneladas, no pudieron cumplirla, y el gobierno se vio precisado a tomar por su cuenta los gastos de esta empresa. La expedición salió de Montevideo el 17 de diciembre de 1745, en la fragata San Antonio que acababa de llegar de España al mando del capitán don Joaquín de Olivares. De los tres diarios que se llevaron en este viaje7, uno sólo fue publicado, (el   —V→   del padre Lozano) por haber sido enviado al padre Charlevoix, que se ocupaba entonces de juntar materiales para su Historia del Paraguay: los demás quedaron inéditos, y con ellos se perdió de vista el país que habían descrito8; hasta que por la cesión de las Maluinas, y para evitar que se formasen otros establecimientos clandestinos en las costas adyacentes, se ordenó a los gobernadores de Buenos Aires que las hiciesen registrar una vez cada año. Estos temores dieron lugar a los reconocimientos de Perler, y Pando en 1768, de Zizur en 1778, de Clairac, y Mesa en 1789, de Sanguineti en 1790, de Elizalde, y Peña en 1792, y de Gutiérrez de la Concha en 1794. Ningún rastro hemos hallado de estos trabajos, que tal vez han ido a aumentar el fárrago de los venerables códices, cuya impresión se anunció como inminente por un órgano oficial9.

Pero ya no era posible permanecer en tan vergonzosa apatía. Los progresos del poder naval de las grandes naciones europeas, su actividad mercantil, su ambición desmedida, y más que todo el espíritu de reforma que empezaba a cundir en los consejos de la Corte de Madrid, la determinaron a emprender la grande obra de un atlas marítimo. Los oficiales de más crédito de la marina española fueron llamados a participar de estas tareas, y Tofiño, Varela, Córdova, Galiano, Valdez, Malaspina, Churruca, recorrieron los mares para reconocer el inmenso litoral perteneciente a la dominación española en ambos mundos. Más liberal de lo que se había mostrado hasta entonces, la prensa de la península comunicó al público una parte de estos trabajos10; y si una intriga de palaciegos no hubiese inutilizado en un día   —VI→   el fruto de las largas e ilustradas investigaciones de Malaspina, el continente americano hubiera salido radiante de las tinieblas en que había quedado sumido por tantos siglos.

A esta última época pertenecen también los ensayos de colonización que se practicaron en las costas de Patagonia. Iniciados por el celo evangélico de los misioneros, fueron continuados por el gobierno español, en cuyas manos se malograron, por medidas impróvidas y la incapacidad de sus delegados. Se obró con una mezquindad indigna de la gran nación que contaba con los tesoros del Perú y de Méjico. Conspiró también contra la existencia de estas colonias la veleidad de sus administradores: poco después de haber sido reconocida su oportunidad, el virrey Vertiz, y el intendente Sanz opinaron que debían ser abandonados, y este consejo, adoptado por la Junta de Estado en Madrid, no dejó en pie más que el presidio aún existente en la margen interior del Río Negro. La resolución de la Junta fue comunicada al virrey Arredondo en noviembre de 1791, sin embargo del privilegio recién acordado a la Compañía Marítima, de formar uno o más establecimientos en Patagonia11. Se había empezado por el Puerto Deseado, que disfrutaba de cierta celebridad por ser el punto de arribada de todos los buques que se dirigían al Pacífico por el Estrecho de Magallanes; pero al poco tiempo de haberse echado los cimientos de esta colonia, se exoneró a la Compañía de la obligación de sostenerla, inculcando al Virrey de mantener a toda costa la posesión de aquel puerto, aunque sólo fuera como un presidio12. A pesar de esta recomendación, los pobladores se hallaron expuestos   —VII→   a los mayores conflictos, y tuvieron que replegarse al Río Negro, huyendo del hambre y de los indios que los tenían sitiados.

Igual desenlace tuvo la colonia de la Bahía de San Julián, cuya colonización forma el asunto del presente diario. Con más felices auspicios el nombre de Viedma hubiera figurado en la historia de Patagonia como el de Cécrope en la Atica. Tres individuos del mismo apellido, Andrés, Antonio y Francisco, pasaron a América en 1778 para ponerse al frente de los nuevos establecimientos que debían fundarse en el sud de esta Provincia. El primero de ellos estuvo algún tiempo con el carácter de Superintendente en la Bahía de San Julián, de donde se retiró por demente, sucediéndole su hermano don Antonio que le había acompañado en clase de tesorero; y don Francisco, después de haber reemplazado a Piedra en la administración del Río Negro, fue promovido a intendente de la provincia de Cochabamba, donde recibió el nuncio de la muerte de sus hermanos, que habían regresado a España.

En su breve morada en San Julián, se aplicó don Antonio a reconocer el país, y a trabar relación con los indios. Fue también personalmente a explorar el curso del Río de Santa Cruz, que vio salir de una laguna, de un perímetro irregular, tendida de NO a SO al pie de los Andes13. Su derrotero es el siguiente:

Del establecimiento de San Julián a Galala2leguas
___a Yela3
___a Atepes3
___a Lael5
___a Camoé2
___ a Castra3
___a Oenna4
___a Río Chico, que sale de otra laguna, y desagua en la Bahía de Santa Cruz4
___a Tapú4
___a Río Chalia, que nace también de una laguna, y se une al río de Santa Cruz 10
___a Quesanexes, en las márgenes del río Chalia. (Hay una piedra como una torre, a la que los indios dan el nombre de Quesanexes. Este paraje queda en los 50º 11’)8
___a la laguna de donde fluye el río de Santa Cruz, haciendo alto en Capar8
Distancia total recorrida en este reconocimiento55

  —VIII→  

Los pormenores de esta excursión, aunque diminutos, no son de desdeñarse, porque arrojan alguna luz sobre una de las partes más ignoradas del continente americano. Merece también ser estudiado el bosquejo de la vida de los patagones, y el elenco de sus voces, tan distinto del que publicó Pigafetta en la relación del viaje de Magallanes. Es notable la heterogeneidad de estos pequeños glosarios, no sólo entre sí, sino comparados con el de los araucanos, que han sido los primeros pobladores de estos parajes. Ni es la única diferencia que se advierte en estas tribus, sino que son tan distintos sus lineamientos, como idénticos sus hábitos, y hasta sus creencias. El indio chileno es prócer, activo, inteligente; y su perfil regular, su tez despejada, sus ojos cerúleos, le dan algún punto de contacto con la raza malaya, de donde probablemente proceden estas tribus, que, bajo distintos nombres, pueblan la parte austral de América. Pero el pampa tiene cara aplastada, color parduzco, nariz roma, boca ancha, labios túmidos, dientes blanquísimos, cuerpo abultado, barba lampiña, cabello negro, lacio y áspero; y su vida de jinete contribuye a enflaquecer y encorvar sus piernas, y da a sus pies, naturalmente chicos, una posición convergente; no así el ranquel, que en su traza ignoble, su pelo crespo y su color hosco, lleva todos los indicios de una casta degenerada. Los que menos han variado de su tipo primitivo son los tehuelches, o patagones, cuyo origen araucano resalta en sus facciones, como en sus usos; sin más diferencia que en la barba, que los demás indios arrancan, y que ellos sólo conservan. Estos son los que por una antigua tradición, y por declaraciones explícitas de tantos viajeros, han sido tenidos por gigantes, mientras que en realidad no exceden las proporciones ordinarias de la especie humana, aunque sean de talla más aventajada que los pampas. En todas estas castas es casi general la costumbre de alterar en los niños la forma natural del cráneo, sujetándolo a la cuna con ataduras, de cuya operación resulta una concavidad en el hueso occipital, precisamente donde Gall y Spurzheim colocan el órgano de la filoprogenitura. Esta compresión se extiende también a los órganos laterales, (adhesioneidad), y si su parcial o completa obliteración tuviese el efecto que produce en el hombre la pérdida de los genitales, con los sentimientos de paternidad deberían debilitarse o extinguirse los de amor a cualquier otro objeto; lo que sea desmentido por los hechos, porque en todas estas razas es muy grande el apego a sus familias, sus armas, sus caballos, y a las pocas prendas que poseen.

  —IX→  

Al través de tantas anomalías, si la identidad de hábitos bastase a probar la de la cuna, no sería posible negarla. En los actos públicos, en la vida privada, sea que se reúnan en parlamentos; sea que celebren sus nupcias, sus puerperios, sus entierros, todos ellos siguen los mismos trámites como si perteneciesen a una sola familia. Hasta en sus idiomas, a primera vista tan disímiles entre sí, se descubre cierta sinonimia, que no puede ser el efecto de combinaciones fortuitas. Para no extendernos demasiado nos limitaremos a unos cuantos ejemplos.

En el Estrecho de Magallanes Sarmiento halló una ensenada, que los indios llamaban Pucha-chailgua; voz que en el dialecto araucano significa pescado chico14. Los norteamericanos Arms y Coan15, que pasaron algunos meses entre los indios de la Bahía de San Gregorio, les oyeron dar el nombre de hodle a la aguja con que zurcían los cueros; y entre los araucanos hodúmn significa agujerear, y le es una posposición, que añadida a los verbos importa actualidad en la acción que ellos expresan16. Aún más evidente es la etimología chilena de la mayor parte de los nombres inscritos por Viedma en su itinerario del viaje al Río de Santa Cruz. Galala, o ghalghal, son unos hongos que se crían en los robles; lael es la viuda; tapú, la hoja; chali, o challhua el pescado; capar, la mitad de alguna cosa, etc. Casi todos los caciques, con quienes tuvo relaciones este jefe, nevaban nombres araucanos. Gorgona, o goygoin, significa ruido, chayguaso chaybue, una canastita para colar chicha, o para cerner harina; ulqui-queque, ullgin-queñque, puerta ciega, o tapiada; camelo, o camel, el año pasado onos, u oñom, el que se pone tras de otro. Estas analogías, y muchas otras que omitimos, confirman el origen trasandino de estos indios que según cálculos recientes y probables, son muy pocos en el vasto espacio comprendido entre el Río Negro y el Estrecho de Magallanes, desde las costas del Océano hasta las faldas orientales de los Andes17.

  —X→  

Si debemos prestar crédito a sus caciques, el interior del país es un espeso tejido de plantas silvestres, entre las cuales se distinguen la quinúa18, el molle19, el ugní20, el coliú21, el theyge22, el boighe23, el chañar24, el huancú25, el abedul26, el pehuen27, que brotan con vigor de un terreno salitroso, regado por aguas impotables. El guanaco, el tigre o nahuel28, el león o pagi29, el aguará30, el zorrino o chingue31, el armadillo o covur en todas sus variedades32, el avestruz o huanque, y un enjambre de perros, pueblan estos desiertos, y sirven de compañeros, o alimento a sus moradores. En las costas, el penguin33, con su figura exótica y su actitud silenciosa, representa al vivo   —XI→   el estado salvaje de estos desiertos, y la Cordillera, donde se anida el cóndor34, levanta sus crestas nevadas en el fondo de este cuadro de desolación y de luto. Todas las afecciones atmosféricas toman en esta zona un carácter imponente: las tormentas estallan con furor, los vientos se convierten en huracanes, las nubes se deshacen en torrentes, y en los momentos de calma, la refracción de la luz reproduce los fenómenos más singulares, que han sido el tema de tantas conjeturas. El mirage, las auroras australes, y hasta las apariciones fantásticas de la Fatamorgana, desplegan toda su magia en el silencio de estas regiones35.

Sin embargo, un clima severo pero no insalubre; un suelo improductivo pero no estéril; puertos solitarios pero no inaccesibles, son condiciones favorables para el asiento de nuevas colonias. Entre los 40 y 50 grados medran Nueva York, Boston, Albany, Portland, Montreal, Quebec, en la América del Norte: estos mismos paralelos encierran la Francia, la Suiza, el Austria, la Turquía Europea, la mitad de la Península Ibérica, casi toda la Italia, llamada con razón el jardín del mundo; y fuera de estos límites, en latitudes mucho más elevadas, se agolpa la población en Londres, Dublín, Edimburgo, Amsterdam, Berlín, Varsavia, Copenhague, Estocolmo, San Petersburgo, Moscow. La opinión que ha prevalecido hasta ahora de la mayor frialdad de este hemisferio, aunque cuente en su favor el sufragio de escritores eminentes, nos parece poco fundada; porque, al comparar el temple de dos puntos equidistantes de la línea en zonas opuestas, se ha hecho abstracción de su estado respectivo-explotado y poblado el uno, inculto, y desierto el otro: esta diferencia baste tal vez a explicar la que pueda notarse en el clima, que por otra parte no es tan considerable como se asegura. En el Estrecho de Magallanes, donde el invierno es más rígido, los indios no tienen más abrigo que una gran capa de pieles, y su pequeño toldo de cueros: mientras que en el centro de Europa,   —XII→   el suizo, el alemán, el holandés, mejor vestidos y alimentados, necesitan calentar su habitación, y hacerla impenetrable al aire exterior. Las cotorras, las golondrinas, y hasta el colibrí, no son desconocidos en el Estrecho36, donde desplega su lozanía el canelo37, planta delicada de los trópicos, que vegeta tristemente encerrada en los jardines europeos. ¿Y el hombre, que vive en todos los climas, no se atreverá a explotar un terreno que no le opone ninguna de las dificultades con que han tenido que luchar los colonos norteamericanos?

Si la España hubiese procedido con más acierto en sus ensayos de colonización en Patagonia, no se hubiera perpetuado un error, que sólo puede ser desterrado por otros ensayos; y la República Argentina debe empeñarse en repetirlos, porque sólo en aquellas costas hallará puertos y astilleros para desplegar su poder marítimo.

El señor Humboldt, en sus curiosas investigaciones sobre las zonas isotermas, equipara el calor medio de las Maluinas con el de Gotinga, ciudad Antaecia en el otro polo, y hasta con el de Berna, Ginebra, Zurich, Viena, Manheim, de latitudes inferiores, sin embargo que la posición de estas islas, tan expuestas al soplo helado de los vientos polares, es más desfavorable que la de cualquier otro punto de la costa patagónica. En la Bahía de San Julián, uno de los más australes, «el trigo dio 5, 7 y 8 espigas, y la cebada 13 en cada macolla»38. Pero se pasaron tres años sin tomar medida alguna para aumentar las provisiones, y sólo cuando se vieron agotadas se echó mano de los trabajos agrícolas por donde debió haberse empezado: esta incuria decidió de la suerte de la colonia. La posibilidad de conservarla se infiere del sentimiento tardío que expresó su fundador al separarse de ella: «Abandonamos, dice Viedma, el establecimiento, con presencia de habernos ya asegurado de lo saludable del clima, y fructífero del suelo». Esta declaración es un título precioso para la Bahía de San Julián, y debe tenerse presente cuando se trate de recolonizarla.

  —XIII→  

Después del reconocimiento de Viedma, la región magallánica ha sido visitada por hábiles y afamados marinos: los que han puesto más esmero en explorarla han sido Córdova y Malaspina en el siglo anterior, Weddeli, Morreli, King, Fitz Roy, y Foster en el presente. Con el escepticismo tan propio de nuestra época, se ha dejado de medir a los gigantes, para sondear los puertos, calcular la fuerza de los vientos, la elevación de las mareas, las variaciones del barómetro, del termómetro, y de la aguja magnética. Pero, si estas investigaciones han esparcido alguna luz sobre las costas, poco o nada han agregado al conocimiento de la topografía interior, y los geógrafos modernos siguen hablando de los Césares, ¡que uno de los más acreditados coloca entre las puntas del río Camarones, y las del río Gallegos39! Ni es nuestro ánimo reconvenirlos por estos errores, que hasta cierto punto pueden considerarse como inevitables. Antes de los últimos reconocimientos practicados por orden del señor general Rosas, actual Gobernador de esta Provincia, poco o nada se sabía del Río Colorado y del Negro, sin embargo de haber sido explorados repetidas veces en tiempo del gobierno peninsular; y ahora mismo no creemos que haya quien pueda hablar con acierto de entrambos. El río Camarones, que algunos mapas hacen desembocar cerca del Cabo Blanco en el Océano, ha sido suprimido en otros, porque se ha dudado de su existencia; así como se duda de la de la Isla Pepys, descubierta por Cowley en 1683, cuya latitud determinó Halley, y que un piloto español nos ha dejado descrita con tantos detalles40, que se necesita un gran fondo de incredulidad para declararla imaginaria.

Pedro de Angelis

Buenos Aires, 20 de junio de 1839.



  —[XIV]→     —XV→  
Catálogo de algunas voces que ha sido posible oír y entender a los indios patagones que frecuentan las inmediaciones de la Bahía de San Julián; comunicado al virrey de Buenos Aires, don Juan José de Vertiz, en carta de 8 de febrero de 1713, por don Antonio de Viedma.



    • A

    • A, los muslos.
    • Achamen, el limón.
    • Acheque, los lomos.
    • Algue, andar, o caminar.
    • Amar, el esófago.
    • Aoca, la pluma.
    • Aoquen, despachar a uno riñendo.
    • Asquen, la olla.


      C

    • Cacha, la estopa.
    • Cachan, el color canario.
    • Calten, el color azul.
    • Caman, beber.
    • Caolecache, la frente.
    • Capan, el color encarnado.
    • Carro, toda madera.
    • Catam, comer.
    • Chana, la piedra.
    • Chopa, todo lienzo blanco.
    • Chata, el higo.
    • Cheguan, llover.
    • Chonoé, el zapato.
    • Chymél, caerse muerto.
    • Cochas, las tolderías de indios, y toda habitación.
    • Cochel, la cinta.
    • Coja, el gorro.
    • Conelquen, la cosa pequeña.
    • Coquen, ponerse el sol.
    • Cor, los dientes.
    • Correcoquen, oro.
    • Cosen, o cusen, el viento.


      D

    • Dadè, la leche.
    • Dén, la lengua.


      E

    • Elquè, las piernas.
    • Esquepaca, echar.


      G

    • Ganequen, más grande.
    • Ganiquen, un poco mayor.
    • Gén, la navaja o el cuchillo.
    • Gené, las orejas.
    • Genguel, levantarse.
    • Gesiosque, Januta y Lé, pedir algo.
    • Got, el pelo.
    • Gótal, los ojos.
    • Guanaquerque, los hermanos.
    • Guata, la hebilla.
    • Guel, la cabeza.
    • Guenesen, aquel.
    • Guerreumamage, la sangre.
    • Guoygetano, la llave.


      Y

    • Yambajá, la escopea.
    • Yequegaxax, lavarse la cara.
    • Yetachoyjan, escuchar.
    • Yguél, pelear.


      J

    • Jach, el fuego.
    • Janequel, el hijo.
    • Jarra, el agua.
    • Jarroguentaja, llamar a comer a uno.
    • Jasme, tú.
    • Jatalemata, el color morado.
    • Joesija, dar algo.
    • Jolja, el clavo.
    • Joljar, la aguja.
    • Jonan, el color negro.
    • Jop, los labios.
    • Joten-naque, irse a dormir.
      —XVI→  

      K

    • , el hombro.
    • Kag, las lágrimas.
    • Kal, el pie.
    • Kengol, el color blanco.


      L

    • Laza, el cordel.


      M

    • Maca, la luz encendida.
    • Mamag, la puñalada.
    • Maomasquegen, amenazar con el cuchillo.
    • Masme, yo.
    • Matach, el sable.
    • Mauquen, otro más.
    • Mayga, la nieve.
    • Mersen, el otro.
    • Monson, aquel.


      N

    • Namesqueta, volver al mismo sitio de donde se sale.
    • Naquemame, abrir alguna cosa.
    • Noma, el camino.


      O

    • Ol, la leña.
    • Oma, el huevo de gallina.
    • Ontàn, sonarse las narices.
    • Oquibolja, el brazo.
    • Ore, los dedos.
    • Ota, el ramo de flores.
    • Ota capen, la silla de anea.
    • Otenchenana, roncar.


      P

    • Paca, el humo.
    • Pache, el peine.
    • Parram, estornudar.
    • Pén, sentarse.
    • Posele, mojarse una cosa.


      Q

    • Quecar, quejarse.
    • Queoquen, salir el sol.
    • Queyrè, cerrar alguna cosa.


      S

    • Sagua, las venas.
    • Salga, el poncho.
    • Saque, suspirar.
    • Seg, los latidos del corazón.
    • Sequen, la barba.
    • Sóen, el sol.
    • Suni, mañana.


      T

    • Tacanaja, toser.
    • Tacapatge, la lazada.
    • Tacayarroe, el dolor.
    • Taguaèjoltoe, la unión de muchas piezas.
    • Tajarranane, el relincho.
    • Tajatarparpe, el nudo.
    • Tam, las rodillas.
    • Taocaró, el hoyo.
    • Taolequech, el polvo.
    • Taotalpoe, el ruido.
    • Tapaján, escupir.
    • Tapal, los tobillos.
    • Tapalca, enlazar.
    • Tapaljat, cosa raída.
    • Tapar, la muñeca.
    • Taposoe, la luz apagada.
    • Taróa, las plantas de los pies.
    • Tartár, la mancha.
    • Tasa, el vaso, pocillo, etc.
    • Te, el color verde.
    • , el talón.
    • Tecòl, el barro.
    • Tegejan, el pulso.
    • Teguacane, tropezar, y caer.
    • Telgo, la tierra.
    • Teques, el codo.
    • Terneque, mucho mayor.
    • Terroch, la luna.
    • Tetajae, romper algo.
    • Tetarre, la coz.
    • Téy, el hilo.


  —XVII→  
Números cardinales hasta cincuenta

  • 1. Jauque.
  • 2. Jaucaya.
  • 3. As.
  • 4. Jaque.
  • 5. Gesen.
  • 6. Guenecas.
  • 7. Oque.
  • 8. Guenequejan.
  • 9. Jamequechan.
  • 10. Jaquen.
  • 11. Jauquecax.
  • 12. Jaucayacax.
  • 13. Ascax.
  • 14. Jaquecar.
  • 15. Gesencax.
  • 16. Guenecascax.
  • 17. Oquecax.
  • 18. Guenequejancax.
  • 19. Jamequechancax.
  • 20. Jaucajaquen.
  • 30. Jaquencax.
  • 40. Unicarcaor.
  • 50. Guenecarcaor.
  • Onchenque, la media hora, o la mitad.



Otras palabras del idioma de los patagones, publicadas por Pigafetta en la relación del viaje de Magallanes

  • Aniel, negro.
  • Aro, mar.
  • Asquie, pelo o barba.
  • Boi, cabaña.
  • Cabar, raíz de que se hace pan.
  • Calischon, hombre.
  • Caneghin, palma de la mano.
  • Chalipechemi, sol.
  • Cheiche, encarnado.
  • Cheleule, divinidad subalterna.
  • Chen, no.
  • Cherecai, pan.
  • Cho, corazón.
  • Chone, mano.
  • Ceí, sí.
  • Cori, dedo.
  • Coss, pierna.
  • Elo, olla.
  • Gechel, cuerpo.
  • Her, cabeza.
  • Hoi, pescado.
  • Jacche, humo.
  • Kaika, estrecho.
  • Lialeme, fuego.
  • Mecchiere, comer.
  • Ochii, pecho.
  • Ohome, tormenta.
  • Ohumoi, garganta.
  • Oli, agua o aceite.
  • Or, nariz.
  • Othen, seno.
  • Other, ojo.
  • Oui, viento.
  • Piam, boca.
  • Pelpeti, oro.
  • Perchi, planta de los pies y zuela.
  • Save, oreja.
  • Schial, lengua.
  • Sechechier, cejas.
  • Secheli, color azul.
  • Sechen, barba, parte inferior del rostro.
  • Sétébos, divinidad.
  • Setreu, estrella.
  • Sor, diente.
  • Tehe, pie.
  • There, talón.


  —[XVIII]→     —XIX→  

ArribaAbajoApuntes históricos de la Isla Pepys

En el mes de diciembre de 1613 el capitán Cowley, pirata inglés, en un buque de 40 cañones que acababa de apresar en la costa de Guinea, avistó por los 47º de latitud S una isla desconocida y deshabitada, a la que llamó Pepys, en honor de Samuel Pepys, secretario del duque de York, Grande Almirante de Inglaterra41. El poco o ningún crédito que disfrutaba entonces el autor de este hallazgo, lo hizo mirar con indiferencia, a lo que pudo haber contribuido la supresión que se hizo, en la publicación de su diario, de la mayor parte de los detalles relativos a esta isla. Pero, habiendo sido señalada, en la relación del viaje del Comodoro, Anson, como un punto favorable para los buques que se proponían pasar a la Mar del Sud por el Estrecho de Magallanes, o el Cabo de Hornos, el Almirantazgo de Londres acogió con interés esta indicación, y recomendó de un modo especial al comodoro Byron de reconocer la Isla Pepys, y las de Falkland, que, por haber sido descubiertas por individuos de su nación, eran consideradas como partes de la corona de Inglaterra.

En diciembre de 1764 Byron salió con dos buques de Puerto Deseado, y cruzó en aquellos mares para descubrir la Isla Pepys: pero desistió de su intento, después de haber adquirido todos los indicios de hallarse cerca de ella; lo mismo sucedió con Bougainville y Cook, que negaron positivamente la existencia de la Isla Pepys, solamente porque no la habían encontrado. Desde entonces se dejó de buscarla, y hasta se borró de los mapas, relegándola, en el número de las tierras imaginarias.

Sin embargo es imposible expresarse de un modo más positivo de lo que hizo Cowley al hablar de su descubrimiento: el aspecto de   —XX→   la isla, el de sus costas, y de su puerto; la profundidad de las aguas, la calidad del fondo, las aves que la frecuentaban, y las plantas que vio flotar en sus inmediaciones, todo está relatado con una sencillez que inspira confianza. Ni omitió indicar la latitud, y si no hizo otro tanto con la longitud fue porque en aquella época eran tan imperfectos los instrumentos y los métodos para determinar las longitudes marítimas, que no había cómo hacerlo correctamente: muchos años después, un gran geógrafo42 reprochó al doctor Halley haberse equivocado diez grados en fijar la longitud de la boca oriental del Estrecho de Magallanes; y sin embargo este famoso astrónomo había fundado sus cálculos en un eclipse de luna, observada simultáneamente, en setiembre de 1670, por Wood, oficial de la escuadra de Narborough, en la bahía de San Julián, y por Hevelio de Danzique. Las conjeturas de Deisle fueron confirmadas después por Frézier, y por el mismo Anson, compatriota y amigo de Halley, que en su diario publicado por Walter dice, que las costas del Brasil, con las opuestas en el mar del sud, están bien colocadas: pero no así la de Patagonia, desde el Río de la Plata, con el lado correspondiente al oeste, que se inclinan gradualmente demasiado al poniente; de suerte que, a su modo de ver, el Estrecho de Magallanes dista casi cincuenta leguas de su verdadera posición; «al menos, sigue diciendo, tal es el resultado de las observaciones de toda nuestra escuadra, que coinciden perfectamente con las del caballero Narboroug»43.

Este error en la determinación de la costa excusa hasta cierto punto el mal éxito de las diligencias que se han practicado hasta ahora para descubrir la Isla Pepys. Sin más datos que su distancia del ecuador, los que la han buscado, han tenido que luchar con la dificultad de correr muchos grados de un solo paralelo en una mar agitada, que no permite mantenerse siempre en la misma altura. Ni suplía a esta falta la precaución tomada por Halley de colocar la Isla Pepys a 80 leguas de Cabo Blanco en la costa de Patagonia, por ser varia y arbitraria semejante indicación. Pero basta fijarse algún tanto en los extractos de Byron, Cook, Bougainville, para notar que todos ellos se vieron rodeados de sargasos44, y de un número considerable de aves al acercarse al punto   —XXI→   indicado por Cowley. A las 80 u 85 leguas de la costa estas apariciones son indicios seguros de la proximidad de tierra; porque si es cierto que a esta distancia pueden hallarse algunas aves aisladas, es fuera de toda probabilidad y sin ejemplo, que se les encuentre por bandadas.

Los que, como Byron, han pretendido que Cowley confundió la Isla Pepys con las Sebaldes, han explicado por una hipótesis absurda un hecho obscuro, pero no improbable. El que hace materialmente en un buque cuatro grados del meridiano, para pasar de la latitud de 47º a la de 51º, en que yacen las Sebaldes, es imposible que las confunda hasta el punto de creerlas una sola y misma tierra. ¡Y sin embargo este concepto vulgar ha hallado cabida en la mente ilustrada de los más grandes marinos del siglo anterior! Nadie ha dudado del error de Cowley, y todos han declarado inexistente la Isla Pepys, así como en otros tiempos se tuvieron por fantásticos los descubrimientos de Quiros, y de Mendaña.

La historia de la geografía ministra varios ejemplos de estas incredulidades. La Pérouse afirmó que no existía la Isla de la Ascensión45, y la borró en su mapa46; mientras que otro oficial de la marina francesa había estado en ella, y determinado su latitud al sud de la   —XXII→   Isla de Trinidad. Lo mismo ha sucedido con la Isla Pepys: declarada imaginaria por Byron, Cook, Bougainville, y La Pérouse, fue avistada por un obscuro piloto que volvía de Maluinas a Montevideo en un buque mercante. Su informe, elevado al conocimiento del ministerio español, pasó a consulta de don Jorge Juan, que presidía entonces el Departamento de Marina, y que no trepidó en reconocer y declarar la identidad de la «Isla Catalana» de Puig con la Pepys de Cowley. Para no debilitar la fuerza de sus argumentos nos hemos resuelto, (a pesar de las dificultades que encontramos en hacer uso de nuestros documentos gráficos inéditos), a reunir en un solo mapa tres croquis de esta isla: el 1.º tal cual la vio Cowley; el 2.º, según la dibujó Puig, en su informe, que en copia autorizada conservamos en poder nuestro; y el 3.º, tomado de otro plan, cuya originalidad es lo único que nos es dado garantir, por haber llegado a nuestras manos sin más indicaciones que las que lo acompañan. Por grande que sea el crédito de los que han negado la existencia de la Isla Pepys, no debe sobreponerse al convencimiento que producen las declaraciones explícitas de los que la han visitado.

Pedro de Angelis



  —XXIII→  

ArribaAbajoExtractos de varias obras que tratan de la Isla Pepys


- I -

(Viaje de Cowley, en 1683)


Seguimos navegando al SO hasta los 47º de latitud. Entonces avistamos al oeste una isla desconocida y deshabitada, a la que llamé Pepys. Se puede hacer cómodamente en ella aguada y leña. Su puerto es excelente, y capaz de recibir con seguridad a mil buques. Vimos una gran cantidad de aves en esta isla, y opinamos que el pescado debía abundar en sus costas, por estar rodeadas de un fondo de arena y piedra.




- II -

(Viaje de Anson, en 1740-44)


...Acabo de probar que todas nuestras empresas en la mar del sud corren un gran riesgo de malograrse, mientras que tengamos que arribar al Brasil; y por lo mismo cualquier otro arbitrio que tienda a librarnos de esta necesidad, es ciertamente digno de fijar la atención pública. El mejor que pueda sugerirse es sin duda buscar otro punto más al sud, donde nuestros buques puedan descansar, y abastecerse de artículos necesarios para seguir su viaje al Cabo de Hornos. Tenemos ya una idea imperfecta de dos parajes que, si fuesen reconocidos, podrían tal vez hallarse a propósito para este objeto. El uno es la Isla Pepys, en los 47º de latitud S, y según el doctor Halley, a 80 leguas del Cabo Blanco en la costa de los Patagones. El segundo son las Islas de Falkland, en los 51º de latitud, y casi al sud de la Isla Pepys. Esta última fue descubierta, el año de 1683, por el Capitán Cowley, en su viaje alrededor del mundo, que la representa como un paraje muy cómodo para proveerse de agua y leña, con un excelente puerto, capaz de abrigar con toda seguridad a más de mil buques. Añade también que esta isla abunda de aves, y que, siendo sus costas de piedra y arena, debe haber sin duda una gran cantidad de pescados». (Lib. I. cap. 9.)




- III -

(Instrucciones del Almirantazgo Inglés al comodoro Byron para su viaje de exploración en los mares del sud, en 1764)


Por cuanto nada redunda más en honor de esta nación como poder marítimo, en la dignidad de la corona de Inglaterra y en los progresos de su comercio y navegación,   —XXIV→   como los descubrimientos que se hagan en países hasta ahora desconocidos; y por cuanto hay motivo para creer que tierras e islas de grande extensión, nunca visitadas por ninguna potencia europea, puedan hallarse en el Océano Atlántico, entre el Cabo de Buena Esperanza y el Estrecho de Magallanes, en latitudes a propósito para la navegación, y en climas favorables al producto de artículos ventajosos al comercio; y por cuanto las islas de Su Majestad, llamadas Isla Pepys, e islas de Falkland, situadas en aquellos mares, sin embargo, de haber sido descubiertas y visitadas la primera vez por navegantes ingleses, nunca han sido suficientemente exploradas, para formarse una idea adecuada de sus costas y producciones: Su Majestad, tomando en consideración estos antecedentes, y convencido de que no puede presentarse una ocasión más oportuna para una empresa de esta naturaleza, que el estado de profunda paz de que felizmente disfrutan en el día sus reinos, ha tenido a bien mandar que se ejecute al presente».




- IV -

(Viaje del comodoro Byron, en 1764)


(5 de diciembre). Al salir de Puerto Deseado, fuimos a reconocer la Isla Pepys, que se pretende estar por los 47º de latitud S. Nos hallábamos entonces por los 47º 22’ de latitud S, y 55º 49’ de longitud O. Puerto Deseado quedaba a 23 leguas al S 66º O, y la Isla Pepys, según el mapa de Halley, al E ¾ de rumbo al N, a distancia de 30 leguas. La declinación de la aguja era de 19º al E.

El día siguiente, 6, continuamos nuestra ruta con viento favorable, y al ver un día tan despejado, nos alegramos, y empezamos a creer que esta parte del globo no carecía enteramente de verano.

El 7 me hallé mucho más al N de lo que creía; y pensé que el buque había sido arrastrado de las corrientes. Había ya corrido 80 leguas al E, que es lo que dista la Isla Pepys del continente, según Halley; pero desgraciadamente la situación de esta isla es muy dudosa. Cowley es el único que pretende haberla observado; todo lo que dice de su posición se reduce a que se halla por los 47º de latitud S, sin determinar su longitud. Habla también de la belleza de su puerto, pero añade que un viento recio contrario le impedió atracar, y que siguió viaje al S.

En este estado yo goberné también al S, porque, hallándose el cielo sin nubes, podía abrazar con la vista un gran trecho del horizonte, al N de la posición que se asigna a esta isla. Como yo suponía que, en el caso de existir realmente, debía quedar al E de nosotros, hice señal a la Tamar de alejarse por la tarde, dejando entre nosotros un espacio de cerca de 20 leguas, para dar más seguramente con esta tierra. Gobernamos al SE del compás, y al anochecer nos pusimos a la capa, hallándonos, según nuestra estima, por los 47º 18’ de latitud S.

Al día siguiente, 8, tuvimos un viento fresco por la parte de NO ¼ N, y yo creí también que la isla podría aparecernos al E. De consiguiente me resolví a hacer 30 leguas por aquel rumbo, y en caso de no descubrir nada, volver a la misma latitud de 47º. Pero, como el viento había refrescado mucho y la mar estaba ampollada, a eso de las seis de tarde me vi precisado a ponerme a la capa bajo la vela mayor.

Al día siguiente, 9, a las seis de la mañana, habiendo pasado el viento al E SO,   —XXV→   gobernamos al N con las velas mayores. Calculé entonces que nos hallábamos a 16 leguas, y al E del punto de donde habíamos salido. Puerto Deseado quedaba al S de nosotros, a 80º 53’ O, y a 85 leguas de distancia. Vimos entonces una gran cantidad de sargasos, y muchas aves.

Al día siguiente, 10, continuamos nuestro rumbo al N con las velas mayores, y un viento recio de SO a NO, estando la mar muy agitada. A la tarde, hallándonos por los 46º 50’ de latitud S, viré de bordo, con viento en popa, y volví a tomar mi rumbo al O. Nuestros buques se separaban cada vez más uno de otro, en cuanto podían hacerlo sin perderse de vista.

Convencido por fin de que la isla indicada por Cowley, y descrita por Halley con el nombre de Isla Pepys, no existía, resolví el 11, a mediodía, acercarme al continente, y arribar al primer puerto cómodo para hacer aguada y leña, de que escaseábamos bastante. La estación estaba ya avanzada, y no nos quedaba tiempo que perder. Desde este momento continuamos a dirigirnos hacia el continente para descubrir las Sebaldes que, según todas las cartas que teníamos a bordo, no debían estar muy distantes de la ruta que seguíamos.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

(Enero de 1765). En nombre de la Gran Bretaña tomé posesión de este puerto (Egmont), y de las islas adyacentes, llamadas islas de Falkland. Es casi indudable que estas islas son la misma tierra nombrada por Cowley, Isla Pepys.

En la relación impresa de su viaje, dice: «Nos dirigimos al SO hasta llegar a la latitud de 47º, donde vimos la tierra al E. Esta tierra, hasta entonces desconocida, es una isla deshabitada, a la que llamé Isla Pepys. La hallé muy a propósito para servir de escala a los buques que necesitan hacer aguada y leña; tiene un excelente puerto en donde pueden anclar con seguridad mil velas. Contiene un número considerable de aves, y presumimos que las costas debían ser abundantes de pescado al ver que el fondo es de piedra y arena».

A esta relación se acompaña el plano de la Isla Pepys, en que se han puesto nombres a las puntas y cabos más notables. Sin embargo, parece que Cowley no vio a esta tierra sino de lejos, porque añade: «La violencia del viento era tal que nos fue imposible atracar a ella para hacer aguada. Nos elevamos al S, dirigiendo nuestro rumbo al S SO, hasta la latitud de 53º».

Aunque es cierto que no hay bosques en las Islas de Falkland, sin embargo la Isla Pepys, y las Islas de Falkland podrían muy bien ser la misma tierra; porque en estas últimas se cría una inmensa cantidad de espadañas y juncos, cuyos tallos, altos y compactos, presentan a la distancia el aspecto de un bosque. Los franceses, que abordaron a estas islas en 1764, tomaron por árboles a estos juncales, según se refiere en la relación que el abad Pernetty publicó de este viaje.

Ocurrió la duda de que en el manuscrito que sirvió de texto a la impresión del diario de Cowley, se hubiese apuntado la latitud en guarismos, los que formados con negligencia podrían ser tomados igualmente por 47, o 51; pero en estos mares ninguna isla se halla en los 47º de latitud, y estando las Islas de Falkland casi en los 51º, era natural creer que 51 fuese el número que se había querido expresar en el manuscrito. Se acudió al Museo, y se halló un diario manuscrito de Cowley. En este cuaderno nada se dice de una isla desconocida, a la cual se hubiese dado el nombre de Isla Pepys: pero   —XXVI→   de lo que se trata es de una tierra, situada en la latitud de cuarenta y siete grados y cuarenta minutos, todos escritos en letras; lo que corresponde exactamente a la descripción que se hace en el diario impreso de la llamada Isla Pepys, y que Cowley creyó fuesen las Islas de Sebald de Wert.

Este pasaje del manuscrito está concebido en los términos siguientes:

« (Enero de 1683). En este mes llegamos a la latitud de 47º 40’, y apercibimos una isla que nos quedaba al O, teniendo el viento al E-NE. Nos dirigimos a ella; pero como era bastante tarde para acercarnos a la costa, pasamos la noche a la capa. La isla se presentaba bajo un aspecto agradable; se veían bosques, y hasta podría decir que toda la isla estaba cubierta de arboleda. Al E de la isla está una roca, que sobresale de las aguas, y en que había un número considerable de aves del tamaño de pequeños patos. Nuestros marineros los cazaron al pasar por el buque, y mataron a muchas que nos sirvieron en la comida: era un manjar bastante bueno, sin más defecto que el de saber algo a pescado».

«Puse la proa al sur, costeando la isla, y me pareció ver en la costa de SO un puerto cómodo para dar fondo. Hubiera deseado botar una lancha al agua para reconocerlo, pero el viento soplaba con tanto ímpetu que hubiera sido exponerse a un peligro evidente. Siguiendo el mismo rumbo por la costa, con la sonda en la mano, medimos 26 y 27 brazas de agua, hasta llegar a un paraje donde vimos flotar esas plantas inútiles que la mar arranca de los escollos y la sonda no dio más que 7 brazas. Temimos entonces detenernos más tiempo en un lugar donde había tan poca agua, y un fondo de piedra; pero el puerto me pareció de una vasta extensión, y capaz de abrigar a quinientas naves. Su boca es angosta, y por lo que pude observar, no es muy hondo en la parte del norte; pero no dudo que los buques puedan costear sin peligro la del sud, porque es de creer que el fondo aumente por este lado; sin embargo debe buscarse una canal con bastante agua para que los buques puedan entrar en la bajamar. Hubiera deseado pasar la noche a sotavento de la isla, pero se me hizo presente que el objeto de nuestra navegación no nos permitía entretenernos en hacer descubrimientos. Cerca de esta isla avistamos a otra en la misma tarde, lo que me hizo creer que tal vez sean las Sebaldes. Continuamos nuestra ruta al O-SO, que era el SO corregido; la aguja declinaba 22º al E: avanzamos en la misma dirección.

Tanto en el manuscrito como en la relación impresa se dice que esta isla se halla por los 47º de latitud, que se presentó por la primera vez al O del buque; que pareció cubierta de bosques; que se descubrió un puerto en que podían fondear con seguridad un gran número de naves, y que era frecuentada por una prodigiosa cantidad de aves. Las dos relaciones convienen también en decir, que el mal tiempo no permitió a Cowley bajar a tierra, y que gobernó al O-SO, hasta llegar a los 53º de latitud. Es pues cierto que Cowley, de vuelta a Inglaterra, dio el nombre de Isla Pepys a la que había tomado al principio por las de Sebald de Wert, y no faltarían razones para probarlo. Aunque la hipótesis de un error de guarismos no se haya verificado, sin embargo, como no se halla ninguna tierra en los 47º, no es posible dudar que la que vio Cowley no sea otra cosa que las Islas Falkland. La descripción del país coincide en casi todos sus detalles, y el plano anexo a la relación representa exactamente el aspecto de estas islas, con un estrecho en el medio que la divide. (Cap. quinto)



  —XXVII→  
- V -

(Primer viaje de Cook)


El 4 de enero (1769), estando en los 47º 17’ de latitud meridional, y en los 61º 29’ 45’’ de longitud O, ocupados en observar si apercibiríamos la Isla Pepys, creímos por algún tiempo ver una tierra al E, y nos dirigimos a ella. Se pasaron más de dos horas y media antes de convencernos que lo que habíamos visto no era más que una neblina, a la que los marineros llaman tierra de bruma.




- VI -

(Segundo viaje de Cook)


El Capitán J. Strong, del Farewell de Londres, reconoció en 1689 que la tierra de Maiden-Land de Hawkins (las Maluinas) se componía de dos islas, y atravesó el estrecho que separa la del este de la del oeste. Dio a este estrecho el nombre de Canal de Falkland, en honor de Milord Falkland, su protector: denominación que después por inadvertencia se ha extendido a las dos islas adyacentes.

Al hablar de estas islas, añadiré que en adelante los navegantes que busquen la Isla Pepys, en los 47º de latitud S, perderán su tiempo; porque está reconocido en el día que las Islas de Falkland son la tierra de Pepys. (Introducción al Viaje).




- VII -

(Relación del mismo viaje, por Banks y Solander)


El día 4 de enero de 1769 vimos las apariencias de una tierra, que creímos al principio ser la Isla Pepys; tomamos la dirección de esta tierra imaginaria, pero no tardamos en reconocer nuestro error. El aire era frío y seco; la sonda marcaba 72 brazas, con fondo de fango y arena negra. Este mismo día y el siguiente hubo ráfagas de viento, y observamos una cantidad de esas malas plantas que las aguas arrancan de los escollos. El 6 vimos muchos penguines, y otras aves.




- VIII -

(Viaje a las islas Maluinas por el abad Pernetty)


«Los ingleses participan con los holandeses de la gloria de haber reconocido las Islas Maluinas: parece que todos ellos las han hallado, buscando a una pretendida Isla Pepys que Cowley creyó apercibir en 1683, y en donde se asegura que hay leña y aguada en abundancia, con su principal puerto tan vasto, que puede recibir a mil buques47: isla que los mejores navegantes están dispuestos a colocar en el número de la Atlántica de Platón, y el hermoso país del Dorado, (Discurso preliminar, en la edición de París de 1770).



  —XXVIII→  
- IX -

(Traducción inglesa de la misma obra. Londres, 1771)


En el segundo viaje a las Maluinas, Mr. de Bougainville se empeñó por muchos días en buscar la supuesta Isla Pepys, pero inútilmente; el mismo objeto se propuso en su tercer viaje, y con igual resultado. (Nota en la pág. XV de la Introducción).




- X -

(Discurso preliminar de Mr. de Bougainville a su viaje)


En 1683 Cowley, inglés, salió de Virginia, montó el Cabo de Hornos, hizo varias correrías en las costas españolas, pasó a los Ladrones, y por el Cabo de Buena Esperanza volvió a Inglaterra, donde llegó el 12 de octubre de 1686. Este navegante no ha hecho ningún descubrimiento en la Mar del Sud; pretende haber visto en la del Norte, por los 47º de latitud austral, y a 80 leguas de la costa de los Patagones, la Isla Pepys. Yo la he buscado tres veces, Y los ingleses dos, sin hallarla.




- XI -

(Viaje de La Pérouse en 1785)


En los 44º 38’ de latitud S, y en los 34º de longitud O, veíamos pasar los sargasos, y desde muchos días estábamos rodeados de aves, pero de la especie de los albatros48 y de los petrels49, que no se acercan a la tierra sino cuando ponen sus huevos. Me mantuve entre los 44 y 45 grados; y corrí en este paralelo quince grados de longitud; hasta que el 27 de diciembre (1785) desistí de mis indagaciones, muy convencido de que la Isla de La-Roche no existía, y que los sargasos y los petrels no son indicios de la proximidad de una tierra, porque he visto algas y aves hasta llegar a la costa de los Patagones... Estoy en la íntima persuasión de que la Isla-Grande es como la Isla Pepys, esto es, una tierra imaginaria50. (Viaje de La Pérouse, tom. II, pág. 42)




- XII -

(Viaje de Vancouvert en 1790-95)


(Lib. VI, cap. 6). Considerando que nos hallábamos muy elevados en el S. me decidí a dirigir mi rumbo al NE, en la travesía que tenía que hacer para llegar a la Isla de Santa Elena, con el objeto de ver y determinar la posición de la Isla-Grande, cuya punta meridional está indicada en la latitud de 45º 30’, y en los 313º 20’ de longitud. (Trad. francesa, tom. III, pág. 489).

Es verdad que el mapa general de Arrowsmith, proyección de Mercator, pone la Isla Grande en los 313º de longitud, según la determinación de Dalrymple; pero el mismo mapa coloca 11 grados más al este, bajo el mismo paralelo, a la Isla Pepys, que Cook creyó ser la misma que la Isla Grande; y en tal caso, esta última estaría en los 324º de longitud, casi norte y sur con la Georgia Austral. (Nota de Vancouvert).





  —XXIX→  

ArribaAbajoDocumentos inéditos relativos a la misma isla


- I -

Con fecha de 29 de marzo último ha participado el Gobernador de Maluinas lo que Vuestra Señoría entenderá por la adjunta copia de su carta, sobre la isla descubierta por el piloto don José Antonio Puig, que cree sea la de Pepys, y a la cual, según refiere, puso por nombre «la Catalana».

Habiéndose pedido informe sobre esto al jefe de escuadra don Jorge Juan, ha expuesto que los antecedentes que tenemos son que descubrió la citada isla el capitán inglés Cowley, en la latitud de 47º 4’, y en la longitud del meridiano de Londres de 64º; setenta a ochenta leguas E ¼ SE del Cabo Blanco: diciendo que es alta, llena de arboleda, con buena agua, y aun muy buen puerto, que los ingleses llaman «Bahía del Almirantazgo»; que la figura que le dan es casi la misma que dibujó Puig; y que, conviniendo no sólo en esto, sino en las demás noticias de latitud, longitud, rumbos y distancias, a muy corta diferencia, no pone dada de que la que llama Puig «la Catalana», es la misma Isla de Pepys.

Enterado el Rey de lo referido, me manda prevenir a Vuestra Señoría muy reservadamente que, tomando sus medidas, y comunicando los avisos correspondientes al actual Gobernador de Maluinas, vea el mejor medio de enviar alguna embarcación proporcionada, con sujeto hábil que haga el reconocimiento de la expresada isla, llevando las instrucciones necesarias para que, deteniéndose allí el tiempo suficiente, para asegurarse de las calidades del terreno, ríos, pastos, etc., y haciendo para prueba alguna siembra de legumbres y granos que conduzca a este fin, y colocando una cruz con la correspondiente inscripción que denote la propiedad, vuelva a dar cuenta a Vuestra Señoría de todo, y Vuestra Señoría lo ejecute prontamente a Su Majestad.

Dios guarde a Vuestra Señoría muchos años.

San Lorenzo el Real 9 de octubre de 1771.

Julián de Arriaga.

Señor gobernador de Buenos Aires.

Copia

Excelentísimo señor:

Muy Señor mío: Don Josef Antonio Puig, piloto de la fragata particular San Francisco de Paula, alias la Catalana, que en noviembre antecedente salió de aquí para Buenos Aires, como participé a Vuestra Excelencia en fecha de 31 de octubre, me escribe desde Montevideo lo siguiente.

Montevideo, y noviembre 27 de 1770.

Muy señor mío:

Participo a Vuestra Señoría como el 24 del corriente fue nuestro arribo a esta con toda felicidad, a Dios gracias, y asimismo pongo en noticia de Vuestra Señoría, como el día 12 del corriente, a las 6 de la tarde,   —XXX→   navegando con un tiempo claro y hermoso, viento para el SO fuerte, avistamos al O-SO de nosotros una isla en distancia de 5 a 6 leguas, y luego cargamos las velas, y con sólo las mayores, por ser el viento mucho, metimos de loo51 todo lo que se pudo, para el ponerse el sol tomar su figura, que es la siguiente52. Considero tendrá dicha isla de NO-SE, según lo que vimos, de 5 a 6 leguas de largo; y no dudo que con tiempo claro se puede ver de 12 a 14 leguas, por ser muy alta, y, según mi navegación, la hallo situada en la latitud de 46 grados 49 minutos S, y en la longitud de 318 grados 13 minutos, según el meridiano de Tenerife; distando de la punta del NE de esas Islas Maluinas 89 leguas al N directo, y 102 leguas de Cabo Blanco al E 5 grados NE, todo corregido.

No pongo duda que sea esta isla la de Pepys, porque los holandeses la pintan en sus cartas en la misma altura, pero más al E de lo que está, por pintar toda la costa patagónica e islas vecinas más al E de lo que están realmente. Y respecto de estar sotaventados, (no habiéndola descubierto antes por causa de los rayos del sol) y ser el viento mucho, y así su marejada, determinamos seguir nuestra derrota a eso de las 8, que por entrar la noche la perdimos de vista.

Mucho sentí el no poder entrar a reconocer lo que ella contenía, sólo por tener la dicha de poder dar a Vuestra Señoría una noticia más individual. Pero me contento en noticiarle su situación, para que con esta noticia puedan otros lograr esta dicha. A cuya isla he puesto por nombre «la Catalana». Que es cuanto debo noticiar a Vuestra Señoría, cuya vida ruego a Dios prospere muchos años que deseo. Besa la mano de Vuestra Excelencia su afectísimo servidor- Joseph Antonio Puig.- Señor don Felipe Ruiz Puente.

Y siendo este asunto, a mi comprensión, de importancia, lo participo a Vuestra Excelencia para los fines que convenga.

Nuestro Señor guarde a Vuestra Excelencia muchos años, como deseo. Maluinas, 29 de marzo de 1771.- Excelentísimo señor Besa la mano de Vuestra Excelencia su más atento seguro servidor

Felipe Ruiz Puente

Excelentísimo señor Baylío fray don Julián de Arriaga.




- II -

En el reconocimiento de la Isla Pepys, hoy nombrada «Catalana», que en carta reservada de esta fecha se manda a Vuestra Señoría practicar, conviene proceder con el disimulo y naturalidad con que se han despachado embarcaciones a otros descubrimientos: y para este logro será mejor lo verifique Vuestra Señoría desde ese puerto, no obstante la mayor inmediación en que se halla aquella isla de las Maluinas. Prevéngolo a Vuestra Señoría, de orden de Su Majestad, para su gobierno.

Dios guarde a Vuestra Señoría muchos años.

San Lorenzo el Real, 9 de octubre de 1771.

Julián de Arriaga

Señor gobernador de Buenos Aires.

  —XXXI→  

El Rey me manda prevenir a Vuestra Señoría con extraordinario, no haga uso de las órdenes que para el reconocimiento de la Isla Pepys recibirá en dos cartas reservadas de fecha de antes de ayer, y que consiguientemente no se dé Vuestra Señoría por entendido del asunto.

Dios guarde a Vuestra Señoría muchos años.

San Lorenzo el Real, 11 de octubre de 1771.

Julián de Arriaga

Señor gobernador de Buenos Aires.







  —3→  

ArribaAbajoDiario de Viedma


Día 3 de enero de 1780

En este día se halló aprontada en el puerto de San Felipe de la plaza de Montevideo esta expedición, compuesta de los tres bajeles del Rey, destinados a ella: esto es, el paquebote San Sebastián, alias el Dichoso, (que era la capitana) mandado por el segundo piloto de la Real Armada, don Bernardo Stafford, con cuatro oficiales de mar, incluso en ellos el práctico José Ignacio Goycochea, y 24 marineros de tripulación. El bergantín San Francisco de Paula, mandado por el segundo piloto, de la Real Armada, don José Miranda, con dos oficiales de mar y 12 marineros de tripulación; y el bergantín Nuestra Señora del Carmen y San Antonio, mandado por don Alonso Manso, también segundo piloto de la Real Armada, con dos oficiales de mar y 13 marineros de tripulación, llevando de transporte las tres embarcaciones los individuos que se expresarán en el día de su embarco, víveres para un año, agua para tres meses, herramientas, pertrechos, efectos y útiles para un establecimiento provisional y ocho mulas mansas para los transportes de tierra. En este día se tiró pieza de leva, se difirió el velacho, estando por el E el viento bonancible, y me embarqué en el expresado paquebote comandante.




Día 4

Amaneció aturbonado, viento SSE fresco, y se mantuvo variable.




Día 5

Amaneció viento E fresco; y a las 6 de la tarde se embarcaron en este bajel, el capellán fray Ramón del Castillo, religioso franciscano, el contador nombrado por interino para aquel establecimiento, don Vicente Falcón, el guarda almacén, don Simón de la Puente, el teniente del regimiento de infantería de Buenos Aires, don Francisco Clement, un sargento, un cabo, un tambor y doce soldados del mismo regimiento, un   —4→   cabo y cuatro hombres de la compañía provincial de artillería de Buenos Aires, dos carpinteros, un calafate, un herrero, el cirujano don Vicente Verduc, siete pobladores solteros y un presidario de oficio carpintero. En el San Francisco de Paula se embarcaron un cabo y cinco soldados del regimiento de infantería de Buenos Aires, un carpintero, un calafate, un sangrandor y cuatro pobladores solteros; y en el bergantín Nuestra Señora del Carmen, se embarcaron, un cabo, diez soldados del referido regimiento, dos artilleros de la dicha compañía, un sangrador, un carpintero, un calafate, dos albañiles, un panadero y seis pobladores solteros.




Día 6

Amaneció claro con viento NNE bonancible y a las 8½ de la mañana se tiró segunda pieza de leva.




Día 7

Amaneció viento N, y a las 11 del día levamos el ancla que teníamos al E, y a las 11½ la que teníamos al NE, haciendo señal a los otros dos buques, con lo que dimos la vela con las gavias; y a las 12¾ dimos fondo al ancla de estribor, habiéndonos franqueado lo suficiente.




Día 8

Amaneció toldado con viento NO flojo, que a las 9 del día se llamó al segundo cuadrante, y así anocheció.




Día 9

Amaneció claro, viento NE bonancible. A las 7½ se hizo señal de ponerse a pique por haber saltado el viento al N. A las 8½ se metió lancha y bote, haciendo señal de marear al convoy, que se ejecutó con trinquete y gavias en vuelta del SSE. A las 10 entró el viento por el E; y a las 11 hicimos señal de virar en vuelta de tierra. A las 12 nos pusimos en vuelta del SSE, y a las 3 de la tarde en vuelta de tierra, y viendo que se mantenía el viento al E, procuramos arribar al puerto de la salida. A las 5½ efectivamente fondeamos en Montevideo al ancla de estribor; y a las 8 se embarcó a bordo de Nuestra Señora del Carmen el capellán fray Domingo de Velazco, también del Orden de Nuestro Padre San Francisco.



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Día 10

Amaneció el viento al ENE, y así anocheció.




Día 11

Amaneció el viento al NE aturbonado, y así anocheció.




Día 12

Amaneció claro, viento NNE, que se llamó luego al N. A las 6 se hizo la seña de ponerse a pique, y con la de dar la vela, mareamos a las 8 y ¾ con trinquete y gavias, y viento NNO calmoso. Por no permitir las corrientes al paquebot el arribar, dimos fondo al ancla de babor; y a las 4 de la tarde nos pusimos a la vela con las gavias para franquearnos con el viento E fresco; y las 5½ volvimos a dar fondo al ancla de babor en 3 brazas y media de agua.




Día 13

Amaneció claro con viento N bonancible; se hizo a las 5 señal de ponerse a la vela, a las 5½ la de marcar y se ejecutó con viento NNO bonancible. A las 6¼ estábamos fuera de puntas. A las 8 se avisto la Isla de Flores. Seguimos en vuelta de tierra con día claro, viento E ¼ ES galeno, tiempo acelajado, mar llana. A las 3½ demoraba lo más S de dicha isla al E de la aguja, y sin poder granjear nada a barlovento, se hizo seña de arribar, y estando a la voz se preguntó a los capitanes de los otros dos buques, si les parecía fondear o mantenernos, estando dos leguas del puerto, y no con buen cariz el tiempo. Respondieron, tenían por lo mejor arribar otra vez a Montevideo. A las 4½ teniendo peor cariz el tiempo, se les hizo seña de que tomasen aquel puerto por ser muy pesado el paquebot. A las 5 entró una turbonada de viento, agua, truenos y relámpagos; cargamos las mayores, y tomado un rizo a las gavias, seguimos en vuelta del O para franquearnos del puerto. A las 6½, estando inmediatos a él, nos pusimos en vuelta del NNO y N ¼ NO, hasta que dimos fondo al ancla de babor en 2½ brazas de fango suelto.




Día 14

Amaneció claro, viento S bonancible.



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Día 15

Amaneció claro, viento N y NO; y a las 6½ se dio la vela con trinquete y gavias. Fuera de puntas se siguió en vuelta del SSE, con fuerza de vela. A las 9 en vuelta del SE ¼ E. A las 10 en vuelta del ESE. A las 11 se vio la Isla de Flores, en cuya demanda nos pusimos con proa del E, y E ¼ NE, viento ONO fresco. A la 1¼ N S con la Isla de Flores, nos pusimos en demanda del ENE, y poco después en vuelta del SE ¼ E. A las 6 se echó la sonda en 7 brazas A. F. N., y conchuela blanca, demorando Pan de Azúcar al NE ¼ N, corregido, distancia de 8 leguas, y nos pusimos en vuelta del E ¼ SE. A las 7 se demarcó Pan de Azúcar al NE distante de 8 a 9 leguas. Anocheció con cielo acelajado, viento SSO calmoso, los horizontes por el 2.º y 3.º cuadrante aturbonados, y el convoy a nuestra popa a regular distancia. A las 7½ se aferraron los juanetes y toda vela menuda. A las 8 entró una turbonada de viento, truenos y relámpagos por el S: se arriaron las gavias, y tomaron dos rizos a cada una. A las 9 quedó calma. A las 10, por otra turbonada de viento y agua se aferraron las gavias, quedando con el trinquete, hasta las 11¾, que me volvió a quedar en calma, a cuya hora se barloó el bergantín San Francisco de Paula por la mura de estribor del paquebot; y al separarla por la proa sobre un balance con el botalón del foque, se rompió el palo de trinquete al bergantín. A las 12½, estando separados, se hizo señal de dar fondo para reconocer de día aquel daño, y tomar providencia. El bergantín Carmen a la sazón iba adelante, y no viendo la señal, continuó navegando.




Día 16

Amaneció viento SSE bonancible, mar ampollada del S y NO; y siendo imposible habilitar el bergantín en el mar, se determinó arribar a Maldonado. A las 5½ se hizo señal de leva sin haber visto al Carmen: navegamos, y a las 6½ se avistó por la proa aquel buque. A la voz se le previno siguiese a Maldonado, a donde dimos fondo a las 2½ en 4½ brazas de agua G., demorándonos la restinga del O y N de la isla al SO, y la punta del E al SE de la aguja. Inmediatamente fue a tierra en la lancha don Bernardo Stafford, a ver si encontraba algún palo en Maldonado.




Día 17

Al amanecer se restituyó a bordo sin haber hallado palo en Maldonado, en vista de lo cual se resolvió habilitar el bergantín con la verga mayor que llevaba de respeto el paquebot. Efectivamente, a las   —7→   9 se llevó a la isla, fue la maestranza; y a las 7 de la tarde se llevó concluido al bergantín con 10 hombres de la tripulación del paquebot, para que ayudasen a ponerlo.




Día 18

Amaneció claro, viento N calmoso. A las 11 se halló el bergantín en estado. A las 12 se tiró pieza de leva, y recogida alguna gente que estaba en tierra, la dimos a las 3 de la tarde con viento ENE bonancible. A las 4½ se largó todo trapo. A las 4½ estábamos EO con la Isla de Maldonado, y poniéndonos en vuelta de SE ¼ S. Se demarcó a las 7 la Isla de Lobos al NE distante de 2 a 3 leguas. Anocheció con los horizontes ofuscados, cielo claro, mar picada del SE, viento N fresquito, y el convoy por nuestra popa a regular distancia.




Día 19

Amaneció conforme había anochecido; pero la mar picada del N. A las 4½ se sondeó en 14 brazas A. F. P. y conchuela blanca... A las 12 se cargó la mayor y se sondeó en 23 brazas con el mismo fondo. No se observó por estar nublado el sol. Quedamos arribando con las tres principales, con proa y viento SSE, a fin de que se incorporase, el bergantín Carmen. A las 4 se hizo señal de virar. A las 6 se tomó un rizo a cada gavia, y se echaron los juanetes abajo. Anocheció con cielo y horizontes nublados y mar picada del S y SE.



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