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DICCIONARIO DE LA LITERATURA CUBANA
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DICCIONARIO DE LA LITERATURA CUBANA

 

N

 

NADEREAU MACEO, Efraín (Santiago de Cuba, 17.10.1940). Cursó la enseñanza primaria y superior en escuelas públicas de su ciudad natal. Ha desempeñado diversas labores. Fue asesor literario en el CNC y responsable del Departamento de Extensión Bibliotecaria de la Biblioteca «Elvira Cape», de Oriente. En 1967 terminó sus estudios de Lengua y Literatura Españolas en la Universidad de Santiago. Desde esa fecha trabaja en la Dirección Provincial de Literatura del CNC de Oriente. En concursos de la Universidad ha obtenido diversos premios y menciones en poesía y ensayo. En el concurso 26 de Julio, de las FAR, obtuvo menciones con sus libros de poemas Tránsito por la naturaleza (1969) y Al final de la palabra (1971), y el premio con La isla que habitamos (1972). Ha dirigido diversas publicaciones de la provincia, entre ellas Boletín del Poeta. Ha colaborado en los boletines referidos y en Unión, La Gaceta de Cuba, Verde Olivo, Mujeres, Bohemia, Mambí, Taller Literario, Caimán Barbudo, Casa de las Américas. Asistió en 1973, en representación de la UNEAC, a la V Conferencia de Escritores Afroasiáticos, celebrada en Kazajstán, Unión Soviética. Sus cuentos y poemas han aparecido en antologías nacionales, como 20 poetas jóvenes de la Universidad de Oriente, 13 nuevos cuentistas de la Universidad de Oriente, Punto de partida, Poesía David '69. Algunos de sus poemas han sido traducidos al ruso y publicados en periódicos de la URSS.

BIBLIOGRAFÍA ACTIVA

La Isla que habitamos. Poesía. La Habana, Instituto Cubano del Libro. Editorial Arte y Literatura, l973.

BIBLIOGRAFÍA PASIVA

Carbonell R., Idalberto. «Algunas consideraciones acerca del libro de poemas Al final de la palabra del poeta Efraín Nadereau Maceo», en Boletín del Poeta. Santiago de Cuba, 1 (9): 16-23, sep., 1971. | Cos Causse [Jesús]. «Nadereau habla de Nadereau», en Boletín del Poeta. Santiago de Cuba, 1 (9): 24-25, sep., 1971. | «Nota biográfica», en Catálogo. Stgo. de Cuba, 1 (4): 24-25, jul.-ago., 1971. | Portuondo, José Antonio. «Carta prólogo», en Boletín del Poeta. Santiago de Cuba, 1 (9): 2-5, sep., 1971.

Nadie Parecía. Cuaderno de lo bello con Dies (La Habana, 1942-1944). Revista que comenzó a salir en septiembre. Fue dirigida por Ángel Gaztelu y José Lezama Lima. Publicó poesías cubanas y extranjeras, traducciones, artículos literarios, dibujos, narraciones y fragmentos de obras de la literatura universal. Figuraron entre sus colaboradores, además de quienes la dirigían, René Portocarrero, José Rodríguez Feo, Luis Antonio Ladra, José Moreno Villa, Alberto Baeza Flores, Eugenio Florit, Alfredo Lozano, Eloísa Lezama Lima, Juan Arcos y otros. Cesó su publicación en marzo de 1944, según testimonio personal de José Lezama Lima. Su índice analítico, confeccionado por un equipo de investigadores, ha sido publicado en el tomo 1 de Índice de las revistas cubanas (La Habana, Biblioteca Nacional «José Martí». Dpto. de Hemeroteca e Información de Humanidades, 1969, p. 53-76).

NÁPOLES FAJARDO, Juan Cristóbal (Victoria de las Tunas, Oriente, 1.7.1829- ? [1862?]). Fue educado por su abuelo materno, José Rafael Fajardo, quien le dio a conocer los clásicos y los poemas de Zequeira y Rubalcava. Aprendió algo de retórica y poética con su hermano Manuel. Dio a conocer sus décimas en El Fanal, de Puerto Príncipe, en 1845. Con proclamas y décimas tomó parte en la conspiración de Agüero en 1851 y en otras posteriores. Colaboró con un poema en La Piragua, órgano del grupo siboneísta. En compañía de su esposa y sus hijos se trasladó de su pueblo natal a Santiago de Cuba, donde continuó escribiendo y colaboró en algunas publicaciones periódicas. Dada su precaria situación económica se vio precisado a aceptar del gobierno español en Santiago el cargo de pagador de Obras Públicas. A consecuencia de los ataques de sus enemigos adoptó el seudónimo Cookcalambé, transformado más tarde, cuando ya era popular, en Cucalambé, a su vez anagrama de «Cuba clamé». Desapareció a los treinta y dos años sin dejar huellas. Se conjetura que murió por suicidio.

BIBLIOGRAFÍA ACTIVA

Rumores del hórmigo. La Habana [s.i.], 1857; Poesías. La Habana, Imp. El Tiempo, 1858; 3a. ed. Holguín (Oriente), Imp. de El Oriental, 1866; París, 1878; 4a. ed. Holguín, Imp. de la Crónica, 1879; Poesías. México, Imp. de Navor Chaves, 1884; Poesías. La Habana, La Moderna Poesía, 1926; Ed. corr., explicada y ampliada por José Muñiz Vergara (El Capitán Nemo). La Habano, Seoane, Fernández, 1938; Selección e Introd. de Samuel Feijóo. La Habana, Eds. Bruñidor, 1948; Pról. de José Muñiz Vergara (El Capitán Nemo). Lima, Imp. de Torres Aguirre, 1959 (Biblioteca básica de cultura cubana, 15. 20. Festival del Libro Cubano); La Habana, 1960. | Consecuencias de una falta. Drama original en cuatro actos y en verso por El Cucalambé (seud.) Santiago de Cuba, Imp. de Miguel A. Martínez, 1859. | Colección de poesías inéditas del popular vate cubano. Gibara (Oriente), Est. Tip. de M. Bim, 1886. | Cantos cubanos. Al pueblo de Cuba por Juan C. Nápoles. Cucalambé. La Habana, 1907. | Poesías completas [y Consecuencias de una falta. Drama original en cuatro actos y en verso] por El Cucalambé (seud.). Compilación y pról. [por] Jesús Orta Ruiz. La Habana, Editorial Arte y Literatura. 1974.

BIBLIOGRAFÍA PASIVA

Ardura, Ernesto. «El Cucalambé, poeta de su pueblo», en su Prédica ingenua; en rayos y comentarios de interpretación nacional. La Habana, Úcar García, 1954, p. 157-160. | Boti, Regino E. «El Cucalambé y Núñez de Arce», en Revista de Oriente. Santiago de Cuba, 3 (23): 6-7, nov., 1930. | Carbonell, José Manuel. «Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, el Cucalambé (1829-1862)», en su Poesía lírica en Cuba. Recopilación dirigida, prologada y anotada por [...]. T. 3. La Habana, Imp. El Siglo XX, 1928, p. 238-242 (Evolución le la cultura cubana. 1608-1927, 3). | Crespo Frutos, Ernesto. «El Cucalambé», en Boletín del Poeta. Santiago de Cuba, 1 (7-8): 18-22, ago., 1971. | Cruz, Manuel de la. «Reseña histórica del movimiento literario en la isla de Cuba (1790-1890)», en su Literatura cubana. Madrid, Editorial Saturnino Calleja, 1924, p. 48-49 (Obras de Manuel de la Cruz, 3). | Cruz, Mary. «El tunero camagüeyano y oriental», en El Mundo. La Habana, 66 (21 934): 4, jul. 5, 1967. | Esténger, Rafael. «Retorno a Cucalambé», en Cúspide. Santiago de Cuba, 6 (5): 10, 25, set., 1930. | Fornaris, José. «Juan C. Nápoles Fajardo», en El Triunfo. La Habana, 2a. época, 7 (43): 2, feb. 17, 1884. | «Homenaje a un poeta autóctono: Juan Cristóbal Nápoles Fajardo: (el Cucalambé)», en Revista de Oriente. Santiago de Cuba, 2 (19): 3, 13, abr., 1930. | Indio Naborí, seud. de Jesús Orta Ruiz. «Revaloración patriótica y social de El Cucalambé» en Bohemia. La Habana, 66 (27): 12-19, jul. 5, 1974. | Lezama Lima, José. «Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, El Cucalambé, en su Antología de la poesía cubana. T. 3. La Habana, Consejo Nacional de Cultura, 1965, p. 87-89. | Mañach, Jorge. «El estilo en Cuba y su sentido histórico», en su Historia y estilo. La Habana, Editorial Minerva, 1944, p. 168-169. | Montemar, Antonio. «El amor a Cuba en El Cucalambé» en El Mundo. La Habana, 66 (21 926): 2, jun. 25, 1967. | Remos, Juan J. «Deslindes. El Cucalambé como símbolo», en Diario de la Marina. La Habana, 123 (155): 4-A, jul 2, 1955. | Varona, Enrique José. «Ojeada sobre el movimiento intelectual en América», en su Estudios literarios y filosóficos. La Habana, Imp. La Nueva Principal, 1883, p. 86. | Vitier, Cintio. «El empeño nativista, los romances cubanos, el siboneísmo, El Cucalambé», en su Lo cubano en la poesía. La Habana, Universidad Central de las Villas, 1958, p. 111-154.

NATURALISMO. Con la publicación de Sofía (1891), primera de una serie de novelas que, amparadas bajo el título común de Cosas de mi tierra y bajo el influjo de los Rougon-Macquart de Emile Zola, proyectaba escribir Martín Morúa Delgado, se incorpora a nuestra literatura el movimiento naturalista, aproximadamente con un cuarto de siglo de retraso en relación con el surgimiento de esta escuela literaria en Francia. Cierto es que en la narrativa precedente a Sofía podemos hallar pasajes que por la crudeza con que están descritos rondan ya la frontera con el naturalismo, pero no pasan, en general, de ser motivos aislados que la deformación romántica de la realidad agiganta. Con todo, debe destacarse que el naturalismo llega a Cuba no sólo a través de la lectura directa de sus modelos franceses, sino tamizada, también, por la obra de escritores españoles como Emilia Pardo Bazán y Vicente Blasco Ibáñez, quienes imprimieron al naturalismo español características peculiares que lo distinguen bastante del cultivado en Francia por Zola y sus seguidores. Al respecto es conveniente reproducir algunos fragmentos de la carta-prólogo dirigida al periodista Mario Muñoz Bustamante por Miguel de Carrión, insertada por éste en su novela El milagro (1901):

Queda el estudio humano, más científico que artístico, para el cual es menester una observación más larga y un trabajo lento y paciente de coleccionista. Esta forma es enteramente desconocida en nuestra literatura... Usted no ignora que prohombres (¿?) de nuestras letras se han apresurado a dar cuenta de la edición de un libro mediocre, húngaro o noruego, hecha por un escritor de tercera fila, mientras que la obra magna de Vicente Blasco Ibáñez, el más grande de los novelistas españoles y uno de los que tienen derecho a figurar entre los maestros que aún viven en el mundo entero, no les ha inspirado una sola línea; acaso únicamente por haber leído al final del volumen el sitio donde fue escrito: Playa de la Malvarrosa (Valencia).

Y sin embargo, el maestro valenciano arrastra en pos de su talento a una juventud sedienta de nobles empresas y demuestra con hechos que las fuentes del arte naturalista no están secas, ni lo estarán mientras existan hombres y tierra. Es admirador de Zola, cuyos pasos sigue y a quien llega a igualar en la pintura viva de lugares y figuras de carne maravillosamente animadas, superándole a veces en la exposición admirable del alma de sus personajes... Su arte es el verdadero, el grande, el que nosotros debemos propagar en nuestro ambiente, para que la obra de esta hermosa juventud literaria, (de que usted es un digno representante y yo una simple unidad) que ahora se levanta en nuestra nueva nación no caiga en el terreno estéril e ingrato. El noble impulso de los innovadores de más allá del mar debe ser recogido y secundado por los entusiastas de aquí.

Así, nuestro naturalismo no seguirá ortodoxamente los cánones de su homólogo francés, y en novelas como Sofía y La familia Unzúazu (1901), su continuación, Morúa Delgado -pese a la inefable acromegalia que hace padecer a una de sus heroínas- está más cerca del realismo crítico que de la pretendida objetividad científica del naturalismo zolesco.

Perfil mucho más acusado dentro del naturalismo, hasta llegar a extremos que no recordamos en nuestra narrativa del XIX y muy difícilmente superados en la del XX, reviste Memorias de Ricardo (1893), del oscuro novelista Manuel María Miranda, obra de escaso o nulo valor literario, pero de indudable valor sociológico por el implacable buceo que realiza su autor en el ambiente de promiscuidad en que vivían las capas urbanas más humildes de nuestra población, así como por el testimonio que nos ofrece sobre la acogida de las ideas sociales en el movimiento obrero capitalino de la época.

Ya en nuestro siglo, Fray Candil (seud. de Emilio Bobadilla) continuará la directriz naturalista en nuestra narrativa con sus Novelas en germen (1900), A fuego lento (1903), En la noche dormida (1913) y En pos de la paz (1917), todas muy mediocres salvo, quizás, A fuego lento, reimpresa después de la Revolución por la Editorial de la Universidad de La Habana en 1965. Pero, en realidad, Bobadilla carecía del talento requerido para fecundar el género entre nosotros. Esta labor correspondería a un grupo de jóvenes que integran la llamada primera generación republicana de escritores y que tiene en Miguel de Carrión, Jesús Castellanos, Carlos Loveira, José Antonio Ramos y Luis Felipe Rodríguez sus más destacados prosistas. Dejando a un lado a este último, cuya producción narrativa está más atenida al realismo crítico que al naturalismo -aunque aisladamente puedan señalarse en sus cuentos y novelas pasajes que denotan la impronta de este último movimiento-, con la obra de estos autores alcanza su momento de plenitud el naturalismo en nuestra literatura.

Miguel de Carrión resulta entre ellos el que más se dejó seducir por el aspecto seudocientífico de la escuela, pese a la admiración profesada a Blasco Ibáñez de que hemos dejado constancia. Siendo médico, no siempre con fortuna aplicó sus conocimientos de fisiología a la obra narrativa, lastrándola a veces considerablemente (repárese en los motivos clínicos -abortos, operaciones, etcétera- que, tratados con pésimo gusto, se reiteran en Las honradas, por citar sólo un ejemplo). Con El milagro (1903), que presenta puntos de tangencia con La faute de l'Abbé Mouret, de Zola, se da a conocer como novelista. Más tarde, con voz mucho más propia, produjo sus dos obras más logradas: Las honradas (1917) y Las impuras (1919). Póstumamente fue publicada por la Comisión Nacional de la UNESCO, ya después del triunfo de la Revolución, La esfinge (1961), novela que dejó sin concluir Carrión en 1929 al sorprenderlo la muerte.

Jesús Castellanos, muerto prematuramente en 1912, dejó escrito un libro de cuentos (De tierra adentro, 1906) y dos novelas (La conjura, 1908; La manigua sentimental, 1910) que muestran también la impronta naturalista. Ésta aparece de modo especial en La conjura, obra pesimista que tiene el mérito de haber captado como pocas entre nosotros el sentimiento de la frustración nacional ante el doloroso espectáculo de la República mediatizada. Sus cuentos, que le proporcionan un sitial destacado dentro de nuestra cuentística debido a las directrices que inaugura en ella, denotan la influencia del modernismo en su prosa. En ellos la filiación naturalista resulta menos discernible que en su producción novelística.

En cambio, Carlos Loveira, quizás el que mayores dotes de novelista poseyó en este grupo, lastra su obra con la inserción a veces gratuita de motivos tratados siguiendo las pautas del más grosero naturalismo, especialmente en sus novelas más logradas: Generales y doctores (1920) y Juan Criollo (1927). Loveira es autor de otras tres novelas (Los inmorales, 1919; Los ciegos, 1922, y La última lección, 1924), también de filiación naturalista, que al igual que las dos citadas con anterioridad dan buena muestra de su preocupación por crear una obra firmemente enraizada en la problemática nacional, cuyos males denunció valientemente. Las limitaciones del credo estético naturalista que profesó, unidas a las suyas como escritor, (gusto dudoso, despreocupación formal, etcétera), impidieron que ocupara el lugar al que estaba llamado, de primerísima jerarquía en nuestra narrativa. La otra figura importante vinculada al naturalismo dentro de la primera generación republicana, es la de José Antonio Ramos, quien se inició en la novela con Humberto Fabra (1908), ensayo juvenil poco logrado. Ramos es autor de una trilogía de novelas de importancia para su época en nuestro medio: Coaybay (1927), Las impurezas de la realidad (1929) y Caniquí (1936), obras en las que, desafortunadamente, el pensamiento progresista del autor no logra plasmarse en una forma estéticamente eficaz, lo que toma harto penosa su lectura.

Fuera de estos autores, el saldo de la producción narrativa adscrita al naturalismo en las tres primeras décadas del siglo, resulta desalentador. Es oportuno recordar que, en general, ni siquiera se trataba del naturalismo tal como lo entendía Zola -con pretensiones de objetividad científica en el examen de personajes y medios sociales determinados-, sino que fue un trasunto de su costado más endeble: el buceo en lo sexual y escatológico. De hecho, quizás no fuera Zola, o al menos escritores hispanos de talla como la Pardo Bazán o Blasco Ibáñez los que influyeron directamente, sino que lo hicieron a través de escritores españoles de escaso mérito literario que cultivaron con gran sentido comercial la denominada novela «galante». Entre estos escritores se encuentran Felipe Trigo, Pedro Mata, José Francés, Rafael López de Haro, José María Carretero (El Caballero Audaz) y el cubano Eduardo Zamacois, quien desarrolló su carrera literaria en España. Con todo, para el historiador literario de este período son interesantes las figuras de Ramón Ruilópez (Chita, 1907), Miguel de Marcos (Lujuria, 1914), Arturo Montori (El tormento de vivir, 1923), Jesús Masdeu (La raza triste, 1924), Manuel Villaverde (La rumba, 1924), Jesús J. López (Cuentos perversos, 1925), Félix Soloni (Mersé, 1926; Virulilla, 1927), algunos de los cuales abordan temas de positivo interés que, lamentablemente, no supieron desarrollar de modo artístico.

A partir de los años treinta se producen los primeros intentos de renovación en el campo de la novela. Los distintos «ismos» surgidos en torno a la primera guerra mundial, agrupados bajo la denominación común de «vanguardia», van haciendo su aparición, si bien tímidamente, en las obras de los novelistas más jóvenes, por lo que el naturalismo va perdiendo adeptos. Con todo, mantiene su influencia no sólo en narradores discretos, sino en la obra de importantes creadores de la época, como Enrique Serpa, quien entra en nuestra narrativa con los relatos de Felisa y yo (1937). Un año más tarde publica su mejor novela: Contrabando. En ambos libros pervive, junto al propósito de renovación formal, el lastre naturalista de la narrativa de las dos décadas precedentes, lastre del que no llega a sacudirse del todo ni siquiera tardíamente, al publicar su segundo libro de cuentos, Noche de fiesta (1951), y su otra novela, La trampa, (1956), plenos ambos volúmenes de recursos melodramáticos anquilosados y de un naturalismo ya ampliamente superado en otras literaturas.

Fuera de Serpa, resulta difícil encontrar otras figuras de importancia cuyas obras se adscriban en lo fundamental al naturalismo. No siempre es posible establecer con claridad la barrera entre realismo y naturalismo. Elementos de esta última escuela se detectan a menudo en la producción de nuestros narradores desde la década del cuarenta hasta nuestros días. En la literatura postrevolucionaria, la propia violencia del proceso ha llevado en ocasiones a numerosos autores a extremos naturalistas en sus obras, pero -en rigor- una concepción propiamente naturalista dista mucho de presidirlas.

NAVARETTE Y ROMAY, Carlos (La Habana, 28.12.1837-Id., 13.6.1893). Abogado de profesión. Algunos de sus romances fueron publicados en Brisas de Cuba -donde colaboró asiduamente entre 1855 y 1856-, La Piragua (1856) y Floresta Cubana (1856). De 1865 a 1867 fue presidente del Liceo de Guanabacoa (Habana), en el que fundó una escuela. Frecuentó las tertulias que se celebraban en casa de Nicolás Azcárate. Entre 1967 y 1968 sostuvo una polémica con Enrique Piñeyro en El Álbum, de Guanabacoa, a propósito de El Cid, de Corneille. Cuando la guerra del '68 fue perseguido y desterrado a Isla de Pinos. Emigró a Barcelona después de haber perdido su modesta fortuna. De regreso en Cuba fue tesorero-bibliotecario y vicepresidente de la Sociedad Económica de Amigos del País y dos veces rector de la Casa de Beneficencia. Colaboró además en Revista Habanera, Álbum de lo Bueno y lo Bello, La Idea, Álbum Milanés, Correo de la Tarde, El Siglo, El Triunfo, Revista de Cuba, Revista Cubana -donde publicó sus «Cartas sobre una cuestión dramática», en 1893-. Es autor de la novela corta «Margarita», publicada en la revista La Habana en 1859, de los poemas descriptivos «Hojas de un libro de viaje», algunos de los cuales aparecieron en Revista de Cuba, y del proverbio dramático «Antes que te cases mira lo que haces», publicado en el segundo tomo de las Noches literarias (1866), de Azcárate, junto con varios poemas. Calcagno hizo una versión al francés de su proverbio dramático. Cultivó la crítica.

BIBLIOGRAFÍA ACTIVA

Poesías. Paris, Enrique Plon, 1866.

BIBLIOGRAFÍA PASIVA

«D. Carlos Navarrete y Romay», en El País. La Habana, 16 (140): 2, jun. 14, 1893. | «Carlos Navarrete y Romay. Recuerdos», El Fígaro. La Habana, 9 (21): 254, 1893. | Fornaris, José y Joaquín Lorenzo Luaces. «Carlos Navarrete y Romay», en su Cuba Poética. Colección escogida de las composiciones en verso de los poetas cubanos, desde Zequeira hasta nuestros días. 2a. ed. La Habana, Vda. de Barcina, 1861, p. 223-224. | Piñeyro, Enrique. «Poesías de Carlos Navarrete y Romay», en Revista del Pueblo. La Habana, 2a. época, (16): 132-134, may., 1866.

NAVARRO, Desiderio (Camagüey, 13.5.1948). Cursó la primaria y el bachillerato en su ciudad natal. Entre 1965 y 1968 trabajó como asesor en la dirección provincial de teatro de Camagüey, colaboró como crítico de cine y de teatro en el periódico ¡Adelante! y ganó premio de cuento en un concurso provincial auspiciado por la UNEAC y en el Concurso 26 de Julio, del CNC. Se trasladó a La Habana en 1968. Trabajó como responsable de las páginas culturales de Cuba Internacional y, más tarde, de la sección «Criterios», de teoría y crítica literarias, de La Gaceta de Cuba. Ha colaborado en Unión, Casa de las Américas, La Gaceta de Cuba, Revolución y Cultura, Granma. Desde 1972 trabaja en investigaciones sobre teoría de la literatura y de la cultura. Ha editado y traducido por vez primera al español, de sus respectivas lenguas nacionales, numerosos trabajos teóricos de autores de los países socialistas europeos, entre ellos A. Lunacharski, A. Arnoldov, M. Bajtin, D. Lijachov, M. Lifshits, T. Pavlov, H. Redeker, M. Szabolcsi, T. Vianu, A. Kloskowska, etcétera. Es autor además de trabajos de crítica de arte, de poemas y cuentos, publicados en las revistas y periódicos antes citados. Ganó mención única en el género ensayo en el Concurso UNEAC 1972 por el libro Del foso al sol. Martí y una semiótica del sujeto más allá del poema. Hizo la selección, traducción y presentación de los trabajos recogidos en Ideología, cultura y sociedad. Antología de estudios marxistas sobre la cultura (La Habana, Instituto Cubano del Libro. Editorial Arte y Literatura, 1975). Ha traducido -también de su lengua original- y publicado poesía y narrativa de diversos autores de países socialistas. Es asesor de la Dirección Nacional de Literatura del CNC.

NAVARRO, Noel (Manacas, Las Villas, 30.12. 1931). Ingresó en el Instituto de Segunda Enseñanza de Santa Clara después de abandonar sus estudios en la Escuela Normal de Holguín (Oriente). Ha realizado diversos trabajos. Formó parte del grupo de escritores camagüeyanos que animaba Rolando Escardó. En Camagüey trabajó activamente en las filas del Movimiento Revolucionario 26 de Julio contra la tiranía batistiana. Después del triunfo de la Revolución trabajó en el Instituto Nacional de Reforma Agraria. Asistió al Encuentro de Poetas y Artistas (Camagüey, 1960) y al Congreso de Escritores y Artistas de Cuba (La Habana, 1961). En 1961 fue premiada, por las Ediciones R, su novela Los días de nuestra angustia. Su novela Los caminos de la noche fue premiada por las Ediciones Granma en 1967. Ganó mención en el Concurso UNEAC (1967 y 1969) con sus novelas El plano inclinado y El sol sobre la piedra, respectivamente, y en el Ateneo de Gij6n, de la Editorial Cenit (España, 1968). Su novela testimonio Vida de Marcial Ponce ganó mención en el Concurso 26 de Julio de 1970. Fue premiado por la UNEAC en 1970 por su novela Zona de silencio. En 1972 ganó el premio en el Concurso Casa de las Américas por su libro de cuentos La huella del pulgar. Asistió a las conmemoraciones del 150º Aniversario de Baguiv (Tashtkent, URSS, 1968). Ha colaborado en Diario Libre, Prensa libre, Hoy, Hoy Domingo, Revolución, Lunes de Revolución, Con la Guardia en Alto, Vanidades, Romances, Mujeres, Cuba, La Tarde, Juventud Rebelde, Granma, Pueblo y Cultura, Casa de las Américas, La Gaceta de Cuba, Unión, La Mujer Soviética y El Mundo, éstas dos últimas de la URSS. Fue director de la revista Culturales. Trabaja en el Departamento de Relaciones Internacionales del CNC.

BIBLIOGRAFÍA ACTIVA

Los días de nuestra angustia. La Habana, Eds. R., 1962. | Los caminos de la noche. Novela. La Habana, Eds. Granma, 1967. | El plano inclinado. La Habana, Instituto del Libro, 1968. | Zona de silencio. La Habana, UNEAC, 1971. | La huella del pulgar. La Habana, Eds. Casa de las Américas, 1972.

BIBLIOGRAFÍA PASIVA

Aparicio, Raúl. «Quién y qué», en El Mundo. La Habana, 65 (21 732): 4, nov. 8, 1966. | Buzzi, David. «La narrativa de Noel Navarro», en Revolución y Cultura. La Habana, (9): 82-85, nov., 1972. | Dalton, Roque. «Los días de nuestra angustia [de] Noel Navarro», en Casa de las Américas. La Habana, 4 (26): 164-165, oct.-nov., 1964. | Galardis, Anubis. «Premio novela. Entrevista con Noel Navarro», en Revista del Granma. Suplemento del periódico Granma. La Habana, 3 (6): 5-6, feb. 5, 1967. | Goncharova, Tatiana. «Meditaciones sobre un nuevo libro de Noel Navarro» [La huella del pulgar], en Literatura Soviética. Moscú, (313): 156-157 [jul.] 1974. | González, Reynaldo. «Los días de nuestra angustia» en Pueblo y Cultura. La Habana, (12): [15-16] 1963. | Iznaga, Alcides. «Una huella que se queda», en Bohemia. La Habana, 66 (45): 28, nov. 8, 1974. | «8 preguntas al autor de Los días de nuestra angustia», en Pueblo y Cultura. La Habana, (12): [17] l963. | Oleaga, Armando. «Dos novelas de Noel Navarro», en El Caimán Barbudo. La Habana, 2a. época, (61): 12-13, oct., 1972. | Rivero, José. «El amigo de Octavio Riquelme. Entrevista con el escritor Noel Navarro», en El Caimán Barbudo. La Habana, 2a. época, (18): 21-22, mar., 1975. | Suardíaz, Luis. «Los días de nuestra angustia [de] Noel Navarro», en Unión. La Habana, 2 (5-6): 119-123, ene.-abr., l963. | Vignier, Marta. «Un chisme blanco», en El Mundo. La Habana, 65 (21 835): 4, mar. 11, 1967.

NAVARRO, Osvaldo (Santo Domingo, Las Villas, 14.8.1946). Cursó la primaria en una escuela rural de su pueblo. Perteneció a las FAR (1961-1964) y al MININT (1964-1971). En 1968 ganó el premio de poesía «Cucalambé». Ese mismo año, en Cienfuegos (Las Villas), se vinculó a un grupo de jóvenes escritores que editó la revista Tercer Mundo, de cuyo consejo de redacción formó parte. Presidió, ese año, el Primer Encuentro de Escritores Jóvenes, organizado por el grupo y celebrado en Cienfuegos. En 1973 obtuvo el Premio David, de la UNEAC, por su libro de poemas De regreso a la tierra, y el premio de la Primera Bienal de Poesía Novel de La Habana. En 1974 fue primera mención en el Concurso 26 de Julio, de las FAR, por su libro de décimas Los días y los hombres. Ha viajado a la Unión Soviética (1974) y a México (1975). Ha colaborado en El Caimán Barbudo -donde actualmente trabaja como jefe de redacción-, Revolución y Cultura, Unión, La Gaceta de Cuba, Casa de las Américas, Santiago. Preside la sección de literatura de la Brigada «Hermanos Saíz», de la UNEAC. Poemas suyos han sido traducidos al ruso.

BIBLIOGRAFÍA ACTIVA

De regreso a la tierra. Poesía. La Habana, UNEAC, 1974.

BIBLIOGRAFÍA PASIVA

«De regreso a la tierra», en Cuba Internacional. La Habana, 7 (68): 64, abr., 1975. | Hoz, Pedro de la. «Una voz que germina» en Bohemia. La Habana, 67 (3): 25, ene. 17, 1975. | Pereira, Manuel. «De regreso a la tierra de Osvaldo Navarro», en Granma. La Habana, 11 (75): 3, mar. 29, 1975.

NAVARRO LAUTEN, Gustavo (Manzanillo, Oriente, 18.8.1930). Desde muy joven trabajó como vendedor de libros y como mecanógrafo. Más tarde desempeñó labores de cajista y de corrector de pruebas en la Editorial El Arte, de Manzanillo. Se graduó de Doctor en Derecho en la Universidad de La Habana. Fue profesor de inglés. Ocupó la jefatura de redacción de la revista Orto y del periódico Orientación, editados en Manzanillo. En este último colaboró como crítico musical. Colaboró además en Información, Última Hora, Repertorio Americano (San José, Costa Rica), Letras del Ecuador (Quito). Ha viajado a Guatemala, México, Estados Unidos, Canadá y Jamaica. Trabajó en la Editora Política como corrector de estilo. Asesor legal de la ANAP. Tradujo A Survey of Russian Music, de M. D. Calvocoressi.

BIBLIOGRAFÍA ACTIVA

Tres compositores soviéticos: Prokofiev, Shostakovich y Khachaturian. Manzaillo (Oriente). Eds. Orto, 1950. | Las horas diferentes. Poemas. Manzanillo, Eds. Orto, 1954.| Actualidad y beligerancia de José Martí. Manzanillo, Eds. Orto, 1959. | Breve biografía de Manuel Navarro Luna. Breve biografía compilada y escrita por su hijo. La Habana, Academia de Ciencias, 1967.

BIBLIOGRAFÍA PASIVA

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NAVARRO LUNA, Manuel (Jovellanos, Matanzas, 29.8.1894, La Habana, 15.6.1966). Tras la muerte de su padre fue llevado a Manzanillo (Oriente), donde pasó su niñez y casi toda su vida. Aprendió las primeras letras con su madre. Hizo sus estudios primarios en modestas escuelas de barrio. Estudió música y fue uno de los fundadores de la Banda Infantil de Música de Manzanillo. Más tarde ingresó en la Banda Municipal de la ciudad. Desempeñó los más humildes y diversos oficios, fundamentalmente el de barbero. Trabajó como procurador público. Muy joven comenzó su carrera literaria. Publicó sus primeros versos en las revistas Manzanilleras Penachos y Orto. Fue director de La Defensa y de La Montaña. Fundó además una filial de la Asociación de la Prensa y la Biblioteca Pública «José Martí». Formó parte importantísima del Grupo Literario de Manzanillo desde su fundación en 1921. Sus ideas antimperialistas lo llevaron a ingresar en Defensa Obrera Internacional en 1929 y más tarde en el Partido Comunista (1930). Desplegó una amplia actividad política como organizador y participante de diversos actos públicos antimperialistas y fue acusador privado de la causa del asesinato del líder azucarero Jesús Menéndez (1949). En 1949 asistió al Congreso Continental por la Paz, celebrado en México. Durante la tiranía batistiana colaboró activamente con los grupos revolucionarios. Después del triunfo de la Revolución colaboró incansablemente en la prensa radial y escrita y ofreció conferencias y recitales en unidades del ejército y la milicia. Viajó a la Unión Soviética en 1962 como parte de la delegación cubana al Congreso Mundial por el Desarme y la Paz. Colaboró en numerosas publicaciones nacionales, entre las que se destacan Letras, Revista de Avance, Social, Renacimiento, Hoy, Bohemia, Verde Olivo, La Gaceta de Cuba y Unión. En dos de sus libros utilizó el seudónimo Mongo Paneque.

BIBLIOGRAFÍA ACTIVA

Ritmos dolientes. Manzaillo (Oriente), Editorial El Arte, 1919. | Corazón adentro. Manzanillo, Biblioteca Martí, 1922. | Siluetas aldeanas por Mongo Paneque (seud.). Manzanillo, Imp. y Editorial El Arte, 1925. | Refugio. Poemas. Manzanillo, El Arte, 1927. | Surco [Poesías]. Manzanillo, Editorial El Arte, 1928. | Cartas de la ciénaga por Mongo Paneque. La Habana, Editorial Hermes, 1930. | Pulso y onda. Ensayo de Juan Marinello. La Habana, Editorial Hermes, 1932; La Habana, La Verónica, 1939; pulso y onda. Poemas. 2a. ed. Madrid, Eds. Héroe, 1939. La Habana, Eds. La Tertulia, 1962. | Poemas mambises. París, 1935; con palabras de Henri Barbusse. Manzanillo, Editorial El Arte, 1942; Id., 1943; Id., 1944; La Habana, Úcar, García, 1959; La Habana, Editorial Tierra Nueva, 1960; La Habana, Imp. Nacional de Cuba, 1961. | La tierra herida [Poesía]. Manzanillo, Editorial El Arte, 1936; Id., 1938. | Martinillo. La Habana [s.i.], 1949. | Doña Martina. Elegía. Manzanillo, Ed. de la Revista Orto, 1952; Id., 1954; La Habana, Editorial Tierra Nueva, 1961; La Habana, Rafael Humberto Gaviria, 1961. | Poemas. Pról. de Heberto Padilla. La Habana, Eds. Unión, 1963. Manuel Navarro Luna [Antología]. Introd. y selección de textos por Alejandro Expósito. La Habana, Instituto Cubano del Libro. Editorial Pueblo y Educación, 1973.

BIBLIOGRAFÍA PASIVA

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NAVARRO RIERA, Joaquín (Santiago de Cuba, 28.6.1872, La Habana, 12.12.1950). No cursó disciplinas académicas, por lo que su formación fue totalmente autodidacta. Comenzó a trabajar como periodista en El Triunfo, de Eduardo Yero Buduén. Fundó y dirigió la revista Prosa y Verso (1894-1895), que editaba el periódico El Triunfo. Fue jefe de redacción de El Cubano Libre, de Santiago de Cuba. En 1912 ingresó en la Academia Nacional de Artes y Letras como miembro correspondiente. Colaboró o fue redactor en El Mundo, Diario de la Marina, El Fígaro, La Habana Elegante y Bohemia. Cultivó fundamentalmente la crónica política. Entre 1926 y 1948 ocupó diversos cargos en el Ministerio de Estado, entre ellos el de bibliotecario (1933-1948). Utilizó el seudónimo Ducazcal.

BIBLIOGRAFÍA ACTIVA

La vida de un libertador. Luis Rodolfo Miranda. La Habana, P. Fernández, 1940.

BIBLIOGRAFÍA PASIVA

Carbonell, José Manuel. «Joaquín Navarro Riera (Ducazcal, 1872)», en su La prosa en Cuba. Recopilación dirigida, prologada y anotada por [...]. T. 1. La Habana, Imp. Montalvo y Cárdenas, 1928, p. 371-372 (Evolución de la Cultura Cubana. 1608-1927, 12). | Luz León, José de la. «Ducazcal (Instantánea)», en Orto. Manzanillo (Oriente), 2 (16): 4, abr. 20, 1913.

NEOCLASICISMO. En España, el espíritu del siglo XVIII se inicia en un ambiente dominado todavía por la prolongada decadencia del Siglo de Oro. Sus verdaderas características comenzarán a definirse hacia su tercera década. Tal vez pueda tomarse el año de 1726, cuando Benito Jerónimo Feijóo publica el primer tomo del Teatro crítico, como la fecha que señala el surgimiento de una nueva mentalidad, fenómeno este último que no es ajeno a los cambios políticos operados en la península. En 1700, tras la muerte de Carlos II, ocupa el trono español la dinastía de los Borbones. Como es de suponer, la influencia francesa se hizo sentir en no pocos estratos de la vida española e incitó a gran parte de sus intelectuales a arremeter contra los métodos escolásticos y anticientíficos predominantes en aquel momento. Sin embargo, en el terreno puramente literario, el siglo XVIII es un período creativamente pobre, baldío, donde se cuentan escasas figuras de relieve. De ahí que se haya dicho con razón que su poeta más importante fue un pintor: Goya. El neoclasicismo literario -y esto puede advertirse en las doctrinas de la poética de Ignacio Luzán, impresa en 1737- defiende y propone como ideales la corrección y el buen gusto. La creación casi nunca va más allá de estos postulados, y así vemos que los escritores más notables de aquel momento (Nicolás Fernández de Moratín, José Cadalso, Gaspar Melchor de Jovellanos, Nicasio Álvarez de Cienfuegos, Félix Samaniego, Tomás Iriarte, Ramón de la Cruz, Leandro Fernández de Moratín y los novelistas Diego de Torres Villarroel y José Francisco Isla) no alcanzan jerarquía universal.

Muchos de los nombres citados constituyen las principales influencias en la literatura cubana a partir de Manuel de Zequeira, Manuel Justo Rubalcava y Manuel María Pérez y Ramírez. Estos tres autores nacen y mueren dentro de un período que va de 1764 -año del nacimiento del primero- a 1853, deceso del último. Su quehacer literario se desenvuelve en un momento que, de acuerdo con las circunstancias, podemos considerar propicio para el desarrollo económico, cultural y político de la isla. Florecimiento relativo que coincide con el gobierno de don Luis de las Casas, durante el cual se le presta atención oficial al desarrollo de la imprenta, se funda el Papel Periódico y, más tarde, se crea la Sociedad Económica de Amigos del País, para sólo destacar acontecimientos de índole cultural. Humboldt visita a La Habana por aquellos días (1801), y brillan y sobresalen Francisco de Arango y Parreño, Tomás Romay y los iluministas José Agustín Caballero -el primero entre nosotros en abandonar los métodos escolásticos- y Félix Varela.

En Cuba, toda la creación literaria anterior a los tres Manueles tiene un valor histórico relativo y muy escaso valor en el orden artístico. Difuso es el período que cubre algo más de la primera mitad del siglo XVIII, en el cual figuran -entre otros- los versificadores Juan Miguel Castro Palomino, José Rodríguez Ucres (El Capacho), Félix Veranés, José Surí y Águila, Mariano José de Alva y Monteagudo, Lorenzo Martínez de Avileira y José del Socorro Rodríguez; el dramaturgo Santiago Pita, autor de nuestra primera obra teatral, titulada El príncipe jardinero y Fingido Cloridano; los historiadores Pedro Agustín Morell de Santa Cruz, José Martín Félix de Arrate, Ignacio José de Urrutia y Montoya, Antonio José Valdés y José María Callejas; educadores y oradores sagrados como Francisco Ignacio Cigala, José González Fonseca, Rafael del Castillo y Sucre y Juan Bautista Barea, entre otros.

No será, pues, sino a partir de Zequeira y Rubalcava que la influencia de los neoclásicos españoles se discierna de manera incuestionable en la literatura cubana. La línea de continuidad mantenida por nuestra poesía, cosa que no ocurre de igual modo con otros géneros, nos obliga a centramos en ella al pretender dar una visión totalizadora y sintética del neoclasicismo en Cuba. La presencia de Nicolás Fernández de Moratín en algunas páginas de Zequeira es tan indiscutible como la de Juan Meléndez Valdés en algunos de nuestros primeros románticos. Así, pues, el neoclasicismo irrumpe en Cuba hacia los postrimerías del siglo XVIII y se presenta matizado por elementos temáticos y de factura que responden a un «acento cubano». Ejemplos de esto último son la «Oda a la piña», de Zequeira, y la «Silva cubana», atribuida a Manuel Justo Rubalcava. Los anteriores poemas son el resultado de una vinculación real a la naturaleza insular, aunque en su tratamiento prefieren dichos autores las asociaciones mitológicas propias del neoclasicismo. Por lo demás, hay zonas en la producción de éstos -sin duda las más extensas de sus obras- donde se advierte una factura y un acento que se identifican con los modelos españoles. Podrían servir de ejemplos la «Égloga de Albano y Galatea» o la «Batalla naval de Cortés en laguna», de Zequeira y la «Égloga» (Riselo, Cloris [y el] poeta) o el hermoso soneto «A Nise bordando un ramillete», de Rubalcava. Todos esos poemas -por su temática y tratamiento- son de un neoclasicismo inconfundible. Quiere esto decir que dichos textos podían ser firmados por un poeta español del momento sin que se apreciaran en ellos rasgos reveladores de otra procedencia. La impronta neoclásica, como es natural que ocurra, se extiende en Cuba hasta años algo avanzados del siglo XIX. Un nombre representativo de ese momento es el de Ignacio Valdés Machuca (Desval), autor del primer libro de poesía impreso en Cuba: Ocios poéticos, publicado en 1819. Más tarde editó Cantatas (1829), que, según el erudito Bachiller y Morales, son versiones bastante personales basadas en textos de Juan Jacobo Rousseau. Meses después, en el citado año, vio la luz su cuaderno poético titulado Tres días en Santiago, colección de versos escritos durante una temporada que pasó en el campo. Sus composiciones «La muerte de Adonis» y «Los baños de Mariano» son representativas de su modo de hacer poético. En éstas se unen los mitos y leyendas más caros a los neoclásicos con una incipiente preocupación por lo cubano. Esta manera poética se hace extensiva a otros creadores de aquel momento.

Así vemos que un poeta tan decididamente romántico como José María Heredia, para sólo citar un ejemplo señero, presenta no pocos rasgos neoclásicos, aunque no es esta la tónica dominante en su obra. Juan Meléndez Valdés influye con mayor o menor intensidad tanto en Valdés Machuca como en Heredia, pero el temperamento apasionado y patriótico del segundo le sitúa claramente dentro del romanticismo. El neoclasicismo es una época de seudónimos, anagramas y églogas, en la que el artificio se sobrepone a la espontaneidad y al contacto real con la naturaleza y la vida. Como puede advertirse, en Cuba el neoclasicismo no se corresponde exactamente -y no podía ser de otra manera- con el español. Cuando el neoclasicismo se hallaba prácticamente liquidado en España y el romanticismo se insinuaba claramente, todavía sus cánones regían la producción literaria de Cuba, en las primeras décadas del siglo XIX. Si para los españoles el neoclasicismo representa un período literario bastante pobre, entre nosotros constituye la influencia bajo la cual da sus primeras señales verdaderas la literatura cubana.

Ninfas (Santa Clara, 1929-?). Revista infantil. Comenzó a salir, quincenalmente, a partir del 15 de enero. Fue fundada y dirigida por María Dámasa Jova. La redactaron Olga Rodríguez, Ofelia Águila, Georgina Duquesne, Adelaida Jiménez Rojo y Hugo Martínez. Tenía, entre sus objetivos principales, los de «ampliar la cultura del niño estimulando sus disposiciones literarias y proporcionarles material didáctico, tales como textos, estuches de dibujo y pintura, etcétera, para saciar la sublime hambre de saber». Durante su trayectoria presentó variaciones en su subtítulo. Los colaboradores, según aclara la propia revista, eran «los alumnos de las Escuelas Cubanas», aunque posteriormente se aclara que entre sus colaboradores también se encontraban los de las escuelas extranjeras. Todos ellos publicaron en Ninfas muchas de sus poesías, narraciones, crónicas y cuentos. Tuvo otras secciones dedicadas a materias o cursos específicos. Además, publicó noticias sobre la educación cubana, especialmente la villaclareña, así como consejos útiles a los niños, crucigramas, juegos y concursos de dibujo. Otras figuras del magisterio de la provincia colaboraron en sus páginas, entre ellas Julia Alea, Rafael Méndez, Nena Pérez San Gil, Felicia Abreu, Ángel C. Estapé, Olguita Amey, Graciela Rey, Lina Rosa Echegaray y otros. El último número encontrado corresponde al 15 de enero de 1938.

Niñez, La (La Habana, 1879-?). Periódico de instrucción y recreo. Comenzó a salir el 8 de mayo, bajo la dirección de Fernando Urzáis. Publicaba poesías, cuentos cubanos y extranjeros, consejos y pensamientos para los niños. Además, aparecieron en sus páginas artículos sobre educación e historia. La propia publicación señala entre sus colaboradores a José Martí (no detectado entre los números vistos), Antonio Bachiller y Morales, Luisa Pérez de Zambrana, Martina Pierra de Poo, Rosa Krüger, Aurelia Castillo de González, Vidal Morales y Morales, Francisco Calcagno, Domitila García de Coronado, Diego V[icente] Tejera, Luis V[ictoriano] Betancourt, Ramón Ignacio Arnao, Eusebio Valdés Domínguez, Rafael María de Mendive, Antonio Sellén, Luis Alejandro Baralt, Domingo Figarola y Caneda, quien firmaba con el seudónimo Evangelina, y otros. También colaboraron, además de su director, F. Ruiz de Cárdenas, Esteban Borrero Echeverría, Mercedes V[aldés] Mendoza, Clara Luz del Valle y otros. El último ejemplar encontrado (número 16) corresponde al lº de septiembre de 1879.

No me Olvides (La Habana, [1854 - Id.]). Revista. Estaba dedicada a las damas. Carlos M. Trelles señala, en la octava parte de su trabajo «Bibliografía de la prensa cubana (de 1764 a 1900) y de los periódicos publicados por cubanos en el extranjero» -en Revista Bibliográfica Cubana (La Habana, 3 (17-18): 196, sep.-dic., 1939)-, que comenzó a publicarse el 26 de septiembre de 1854 y que era dirigida por Tristán [de Jesús] Medina, quien firma la introducción al primer número, fechado el 11 de septiembre de 1854. Publicó poesías, cartas, relatos, artículos y parte de una novela. Casi todo el material de la revista está firmado por Tristán [de Jesús] Medina, quien además tuvo a su cargo la sección de «Educación». También aparecieron las firmas de José Fornaris, Fernando V[aldés] Aguirre y Felicia (Virginia Felicia Auber de Noya). Se ha revisado hasta la cuarta entrega, todas sin fecha. Las poesías publicadas por la revista en su última entrega aparecen con fecha 11 de noviembre de 1854. Carlos M. Trelles da ésta como la del cese de la publicación.

NOBLE, Enrique (Banagüises, Matanzas, 2.4. 1910). Se graduó de Bachiller en Ciencias y Letras en el Instituto de La Habana en 1931. En 1942 se doctoró en Pedagogía en la Universidad. Trabajó como profesor del Candler College, de La Habana, y fue asistente de Fernando Ortiz en el Instituto de Investigaciones Científicas de Ampliación de Estudios de la Universidad de La Habana. Radicado desde hace tiempo en Estados Unidos, ha ejercido como profesor en Birmingham-Southern College, The University of Miami, The University of Denver, The University of New Mexico, The University of Rochester, The John Hopkins University, Goucher College y Universidad de Missouri. Ha colaborado en Nueva Revista Cubana, Ultra, Revista Bimestre Cubana -en la que apareció su artículo «Aspectos rítmicos y sociales de la poesía mulata latinoamericana»-; Cuadernos Hispánicos, Cuadernos Hispanoamericanos (España); Phylon, InterAmerican Bibliographical Review (EE.UU.). Es miembro de la American Association of Teachers of Spanish and Portuguese y de The Modern Language Association of America. Es especialista en historia de la cultura latinoamericana y en el estudio de los aportes africanos a la misma.

Noche, La. (V. PÁGINAS LITERARIAS)

NODA, Tranquilino Sandalio de (Cafetal en Guanajay, Pinar del Río, 3.9.1808, San Antonio de los Baños, Habana, 23.5.1866). Iniciado en la práctica de la agrimensura desde niño, a los 14 años había levantado ya varios planos de la región de Vuelta Abajo, en Pinar del Río. Adquirió gran parte de su formación científica y literaria en la biblioteca privada del erudito francés Dubois, uno de los emigrados de Santo Domingo que se dedicaron a fomentar cafetales. En 1829 la Sociedad Económica lo premió con medalla de honor y con el título de socio de mérito por su «Memoria sobre las causas que producen la alternación en las cosechas del café». Ese mismo año ganó un accesit por su «Memoria sobre los caminos y manera de conservarlos». La misma Sociedad premió además su trabajo «Memoria sobre el modo de exterminar la hormiga bibijagua» (1831). Recibió clases del agrónomo cubano José M. Dau. Obtuvo diploma de agronomía en 1832. Adquirió de manera autodidacta amplios conocimientos de historia, ciencias naturales, matemáticas, literatura, filología, agricultura, geología y arqueología. Aprendió solo diversas lenguas, entre ellas el hebreo, el griego y el latín, así como varios dialectos africanos. En 1840 fue nombrado agrimensor titular de la Audiencia Pretorial. Trabajó como maestro de instrucción primaria. Levantó el plano topográfico de toda su comarca y promovió su mejoramiento cultural y material. Reconoció la costa sur hasta la Ciénaga de Zapata, en la provincia de Matanzas, e informó sobre el estado de los embarcaderos. Gestionó la línea de vapores que recorría la costa sur de Pinar del Río, promovió industrias, trazó poblaciones, proyectó caminos, gestionó la creación de la Sociedad Económica en diversos pueblos, entre ellos Guanajay. En 1849 fue comisionado por la Sociedad Económica para realizar un viaje a Yucatán como investigador agrícola. Prestó diversos servidos técnicos al gobierno español. Ha sido considerado traidor por haber entregado a las autoridades un plano con la descripción topográfica y militar de la zona de Pinar del Río por la que desembarcó la expedición del anexionista Narciso López. A modo de desagravio por haber sido detenido injustamente y teniendo en consideración los servicios prestados a la metrópoli, se le ofreció el cargo de secretario y más tarde el de oficial primero de la Comisión de Estadística. Colaboró en El labrador, Diario de La Habana (1834-1855), Memorias de la Sociedad Económica de Amigos del País, El Artista, Anales de la Junta de Fomento, Faro Industrial de La Habana, Revista de Jurisprudencia, La Habana. Entre sus trabajos publicados en la prensa se citan las «Tradiciones cubanas» (1842), relatos. históricos casi novelescos, varios poemas, y diversos ensayos sobre geografía, historia, economía, política y costumbres. Se le atribuyen un artículo dedicado a Hernani y otro con el título «Del eclecticismo en la literatura». Es autor además de un Atlas matemático, físico y político, de un elogio en verso de Camoens y de un epitafio de Ramón Zambrana en versos latinos. Trabajó en favor de la implantación del sistema métrico decimal, para lo cual escribió un trabajo titulado «Memoria sobre el sistema métrico decimal y ventajas de su implantación». Quedaron inéditos el Atlante cubano, perdida obra de agrimensura, Educación elemental, Riqueza raíz de Cuba, la novela El cacique de Guajaba, un diccionario de lenguas africanas y otro diccionario siboney, un tratado nuevo de topografía y un sistema de taquigrafía. Tradujo la novela Rosalía, de Ana de Essors, los dramas de Voltaire Adelaide Du Guesclin y La mort de Cesar y, en colaboración con su hermana, los poemas de Ossian. Firmó con el seudónimo Aristo y con su nombre Sandalio.

BIBLIOGRAFÍA PASIVA

Antero, Héctor. «Un sabio campesino», en El Mundo. La Habana, 64 (21 558): 4, abr. 19, 1966. | Calcagno, Francisco. «Tranquilino Sandalio de Noda», en El Siglo. La Habana, 6 (155): [4-5] jul. 2, 1867. | Costa, Octavio Ramón. «Brega y sabiduría de Noda», en Rumor de historia. La Habana, Úcar, García, 1950, p. 9-20. | Dau, José María. «Tranquilino Sandalio de Noda. Apuntes biográficos» y «Don Tranquilino Sandalio de Noda», en El Siglo. La Habana, 6 (127 y 164): [5] may. 30 y jul. 12, 1867, resp. | Díaz Bravo, Armando. Don Tranquilino Sandalio de Noda no tiene igual en Cuba republicana. Pinar del Río [19--]. | Dihigo, Juan Miguel. «El movimiento linguístico en Cuba. Estudio crítico», en Revista de la Facultad de Letras y Ciencias de la Universidad de La Habana. La Habana, 32 y 33 (2 y 3): 233-265 y 299-352, sep. y nov., 1916, resp. | Febres Cordero, Julio. «Balance del indigenismo en Cuba», en Revista de la Biblioteca Nacional. La Habana, 1 (4): 61-204, ago., 1950; «En busca de un personaje», en Diario de la Marina. La Habana, 119 (309): 60, dic. 30, 1951; «Serenidad final de Noda», en Diario de la Marina. La Habana, 120 (6): 4, ene. 6, 1952; «En torno al sabio Noda», en Bohemia. La Habana, 44 (42): 154, 159, oct. 19, 1952; «Las cosas de Noda», en Revista de la Biblioteca Nacional José Martí. La Habana, 2a. serie, 4 (2): 190-276, abr.-jun., 1953; «El caso Noda», en Bohemia. La Habana, 45 (30): 138-141, jul. 26, 1953. | Guerra, Armando. Un prócer humilde, Tranquilino Sandalio de Noda. Esbozo biográfico y contribución histórica. Pról. de Don Joaquín de Aramburu. La Habana, Imp. La Moderna Poesía, 1924. | Lara, Justo de, seud. de José de Armas y Cárdenas. «Noda», en El Comercio. La Habana, 24 (163): 1, jun. 12, 1912. | Le Roy y Gálvez, Luis F. «El caso Noda», en Bohemia. La Habana, 45 (28): 137, 142-143, jul. 12, 1953. | Pichardo y Tapia, Esteban. Geografía de la isla de Cuba. T. 3. La Habana, Establecimiento Tipográfico de D. M. Soler, 1854, p. 32-36. | Quintana, Jorge. «El caso Noda», en Bohemia. La Habana, 45 (27): 138-140, jul. 5, 1953. | Sánchez Roig, Mario. Un sabio olvidado: Tranquilino Sandalio de Noda y Martínez. Conferencia dada el día 2 de diciembre de 1940. La Habana, Editora de Libros y Folletos, 1942; «El caso Noda», en Bobemia. La Habana, 45 (29): 130, 142-143, jul. 19, 1953. | Santos Fernández, Juan. «Tranquilino Sandalio de Noda», en Anales de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales. La Habana, 48: 17-21, may.-dic., 1911. | Santovenia, Emeterio. Tranquilino Sandalio de Noda. Abana [sic] Imp. Cubana, 1910. | Soto Paz, Rafael. «El primer sabio cubano», en Bohemia. La Habana, 44 (31): 141, 143, ago. 3, 1952; «El caso Noda y el día del agrimensor», en Bohemia. La Habana, 45 (37): 122-126, sep. 13, 1953. | Zapata, Felipe. «Noda o el patriotismo. Ensayo de enjuiciamiento metódico», en Coctel. La Habana, 2 (22-27): 155-160, 46-50, 59-69, 50-57, 35-42 y 63-66, jun.-nov., 1958, resp.

NOGUERAS, Luis Rogelio (La Habana, 17.11.1944). Su nombre es Luis Rogelio Rodríguez Nogueras. Cursó la primera enseñanza y comercio en la Academia Militar del Caribe. Estudió máquinas IBM. Viajó a Estados Unidos (1955-1956). Hizo estudios de publicidad dirigida en la Universidad de Caracas. Trabajó como auxiliar de laboratorio de cine, auxiliar de cámara, camarógrafo, dibujante animador y realizador. Ha trabajado además como corrector de estilo. Cursó Lengua Española y Literaturas Española e Hispanoamericana en la Escuela de Letras y de Arte de la Universidad de La Habana. Ha colaborado en Juventud Rebelde, Universidad de La Habana, Cuba, Verde Olivo, Unión, La Gaceta de Cuba, Casa de las Américas, Alma Mater, Tercer Mundo Siglo XX -esta última de Cienfuegos, Las Villas-; El Corno Emplumdo, Pájaro Cascabel, El Día (México); Marcha (Montevideo); Cormorán y Delfín (Argentina); Cuadernos Hispanoamericanos (España), Ruedo Ibérico y La Bar du Jour, ambas de París. Fue jefe de redacción de El Caimán Barbudo (1966-1967). Participó en el Encuentro en el Pabellón de la Juventud en la Expo-67 (Canadá, 1967). En 1967 compartió con Lina de Feria (Casa que no existía) el Premio David, de la UNEAC, por su libro de poemas Cabeza de zanahoria. Algunos de sus poemas han sido traducidos al francés, al inglés, al danés y al ruso.

BIBLIOGRAFÍA ACTIVA

Cabeza de zanahoria. Poesías. La Habana, Eds. Unión, 1967.

BIBLIOGRAFÍA PASIVA

Alomá, Orlando. «Los Davides», en Casa de las Américas. La Habana, 9 (49): 160-161, jul.-ago., 1968. | Cuza Malé, Belkis. «Feria, Nogueras y los mal intencionados», en La Gaceta de Cuba. La Habana, 6 (64): 12, abr.-may., 1968. | J. R. «Un poeta premiado», en Verde Olivo. La Habana, 8 (25): 60-61, jun., 1967.

Nosotros (La Habana, 1919-[1920]). Revista mensual. Órgano oficial de la Asociación de Antiguos Alumnos de [el colegio] La Salle. Comenzó a salir en septiembre, bajo la dirección de Guillermo R. Martínez Márquez y Guillermo Alamilla. A partir de noviembre de 1919 asume la dirección artística Armando R. Maribona. Publicó cuentos, relatos históricos, artículos y críticas a libros cubanos. También publicó poemas, algunos de ellos inéditos, de poetas cubanos conocidos. Reflejó la actualidad cultural y social de su época. En sus páginas aparecieron las firmas de Rubén Martínez Villena, Juan Marinello Vidaurreta, Enrique Serpa, Agustín Acosta, Luis Felipe Rodríguez, Néstor Carbonell, Aurelia Castillo de González, Alberto Lamar Schweyer, Wenceslao Gálvez, Dulce María Loynaz y Muñoz, Ciana Valdés Roig, José Manuel Carbonell y otros. El último ejemplar encontrado (número 12) corresponde a octubre de 1920. Según parece su publicación cesó en ese año, pues sólo hasta el mismo la menciona León Primelles en su Crónica cubana. 1919-1922 (La Habana, Editorial Lex, 1957).

Noticias de Arte (La Habana, 1952-?). Revista que comenzó a publicarse mensualmente a partir de septiembre. La propia publicación define sus objetivos al expresar: «Es nuestro propósito que Noticias de Arte no sea una revista más, sino el eco de nuestro medio artístico, el cual reclamaba una publicación que pudiera presentar de manera condensada y seleccionada las distintas y variadas actividades intelectuales que forman la sensibilidad y el devenir del pensamiento contemporáneo». Logró dar una panorámica de las manifestaciones culturales más sobresalientes de su época, tanto nacionales como extranjeras. Además, reseñó exposiciones, concursos plásticos y literarios y actividades de algunas escuelas de arte y de museos, así como del ballet de Cuba. También publicó notas bibliográficas. Colaboraron en sus páginas José Gómez Sicre, Nicolás Quintana, Salvador Bueno, Aurelio de la Vega, Joaquín Texidor, Mario Carreño, J. M. García Ascot, José M. Valdés Rodríguez, E[nrique] Labrador Ruiz, Néstor Almendros y otros. El último ejemplar revisado (número 11) corresponde al bimestre octubre-noviembre de 1953.

Noticias de Hoy (V. SUPLEMENTOS LITERARIOS)

Noticias. Un periódico amable de interés humano. (La Habana, 1933-[Id.?]). Comenzó a salir en forma semanal a partir del 21 de septiembre, bajo la dirección de Virgilio Ferrer Gutiérrez. Ocuparon la jefatura y secretaría de redacción, respectivamente, Félix Soloni y Armando Leyva. Asumió la dirección artística Mario Kuchilán. Señala entre sus propósitos que «no aspira, ni quiere ser barricada, púlpito o tribuna. Otros son sus propósitos. Pero, eso sí, de acuerdo con el apotegma martiano 'a los pícaros les pondremos la lanza por delante, como el centurión en el cuadro de Jesús'». Publicó fundamentalmente los acontecimientos políticos más sobresalientes durante el período inmediatamente posterior a la caída del dictador Gerardo Machado. Divulgó la vida de muchos de los mártires de la lucha que se desarrolló en Cuba durante su gobierno. En general, reflejó el momento histórico dé su época. Además, aparecieron cuentos, artículos sobre la actualidad cubana y de interés general. Colaboraron en sus páginas Enrique Labrador Ruiz, Enrique Serpa, Federico de Ibarzábal, Luis Felipe Rodríguez, Carlos Robreño, Antonio Penichet, Rafael Suárez Solís, Federico Villoch, Augusto Martínez Pereira y otros. El último ejemplar encontrado (número 6) corresponde al 26 de octubre de 1933.

Noticioso y Lucero de La Habana (V. Lucero de La Habana)

NOVELA

La aparición de la narrativa en Cuba no viene a realizarse hasta bien entrado el siglo XIX. Surgida en 1837 con las obras de Cirilo Villaverde y Ramón de Palma, nuestra novela en sus comienzos está a caballo entre los dos movimientos literarios más importantes en la prosa del siglo: el romanticismo y el realismo crítico. Esto sitúa al historiador literario ante la tarea ineludible del estudio de la coexistencia, de normas que luchan enconadamente por prevalecer en este período.

En nuestro medio, ambos movimientos quedan condicionados por la coyuntura histórica especial que afrontaba el país y van a entregarnos un conjunto de obras de muy desigual valor estético, en cuya fisonomía, si bien podemos detectar algunos rasgos distintivos comunes a ambas corrientes literarias, es dable, también, encontrar perfiles bien individualizadores.

Con anterioridad a 1837 no cabe hablar de novela cubana. Cierta es la existencia de una incipiente narrativa, ya que José María Heredia había publicado en La Miscelánea, de Tlalpan (México), sus cuentos orientales en 1829; José Victoriano Betancourt, El castillo de Kantin, en 1831, Cuadro Romántico, en 1834, y El frenologista romántico, en 1838; Domingo del Monte, Ramiro, Conde de Lucena, El caballero del cisne y Gómez Arias, en 1832; Antonio Bachiller y Morales, Las lágrimas y El gallo de Cañongo en 1834, y en 1837 Mi paseo y Matilde; o, Los bandidos en la Isla de Cuba, Federico de Montalvo, Cuadro romántico, Ernesto y Amelia, Un recuerdo y Fantasía, todos en 1837 en el Diario de La Habana.

Asimismo existen referencias a una novela moral escrita en 1834, Las vacaciones en la estancia, destinada a insertarse en el Repertorio cubano de ciencias, literatura y bellas artes, editado aquel año en La Habana por Don Antonio Franchi Alfaro, su presunto autor, y que aún no ha podido ser hallado. Bachiller y Morales da como publicado en 1836, Ricardo Leiva, de Francisco de Paula Serrano, aunque no se editó realmente hasta 1849.

Más certeza tenemos de la publicación del esbozo novelesco María; o, La hija del Norte, de Manuel Garay, dominicano residente en Cuba, dada a conocer en el Aguinaldo Habanero en 1837, así como de La heredera de Almazán; o, Los caballeros de la banda, también de ese mismo año, de José María de Andueza, español radicado en Cuba.

En este año 1837 se publican los primeros esbozos de nuestra novelística. Cronológicamente, Matanzas y Yumurí (1837) -leyenda y no propiamente novela, como suele encasillársela en numerosos manuales de nuestra historia literaria- son anteriores a las cuatro primeras obras de Villaverde -El ave muerta, La Peña Blanca, El perjurio y La Cueva de Taganana-, aparecidas en la Miscelánea de útil y agradable recreo ese mismo año. El valor literario de aquella obrita, de Ramón de Palma, es casi nulo. Sin embargo, históricamente es importante dentro de nuestra literatura por ser la primera expresión de la tendencia indigenista en nuestra prosa, que se une así a la corriente indianista que en la literatura mundial puso de moda el romanticismo.

No mayor mérito literario muestran la cuatro novelitas de Villaverde ya mencionadas. Corresponden al momento más marcadamente romántico de su autor. Junto a motivos de época (incestos, noches de luna, muertes violentas, locura repentina, etcétera) pueden apreciarse en Villaverde, aunque en germen, dotes de buen observador, que se desarrollarán más tarde en su obra definitoria: Cecilia Valdés.

En 1838 publicó Palma dos obras que constituyen un positivo paso de avance en nuestra novelística: Una pascua en San Marcos y El cólera en La Habana. Con todo, ambas son novelas mediocres y de valor más bien documental. Una pascua en San Marcos denota cierta agudeza por parte del autor en la captación de las costumbres de la época, pero la obra queda lastrada por el demasiado patente empeño moralizador del novelista. El cólera en La Habana, mala imitación de Los novios, de Manzoni, difícilmente logra interesar al lector moderno salvo en los momentos en que el autor, en forma realista, describe el cuadro de los aquejados por la enfermedad. Son éstas las páginas más interesantes de la novela. Años más tarde publicó Palma otra novelita, El ermitaño del Niágara (1845), de temática ajena a nuestro medio -la acción se desarrolla en Londres-, escrita con mayor cuidado que las anteriores, pero que nada añade a la gloria de su autor.

En 1838, al publicar Villaverde El espetón de oro, si bien continúa pagando tributo al efectismo romántico, muestra ya un marcado adelanto en el dominio de los medios expresivos, que le fue reconocido ya en su época por críticos como el propio Ramón de Palma.

Escrita en 1838, pero no publicada hasta 1925 en Cuba Contemporánea y gracias a la gestión de Carlos Trelles, Petrona y Rosalía, del colombiano Félix Tanco, es la primera novela de tema esclavista escrita en Cuba. Surgida al calor de la tertulia de Domingo del Monte, al igual que el Francisco (1880), de Anselmo Suárez y Romero, la novela, cuyo tratamiento del motivo del incesto tiene no pocos puntos de contacto con el de Cecilia Valdés, de Villaverde, presenta con tintes sombríos el tema de la esclavitud, tema que con mayor acierto desarrollarán con posterioridad Suárez y Romero, Villaverde y la Avellaneda.

Francisco es una muestra excelente de la conjunción de elementos románticos y realistas en la novela cubana de la época que nos ocupamos. La obra circuló entre los asistentes a la tertulia de Domingo del Monte y fue terminada en 1839, pero no se publicó hasta 1880, en Nueva York. Contrasta la idealización de los amores de Francisco y Dorotea con las escenas crudamente descriptas de la vida miserable de los esclavos en los barracones del ingenio y los castigos a que eran sometidos. No obstante el empeño de Domingo del Monte por frenar la violencia de la denuncia, en Francisco está implícita una tremenda acusación contra la esclavitud, pese a la actitud de cristiana conformidad con que el protagonista acepta su destino.

Años más tarde publicó Ramón Zambrana en Chile, inspirado en Francisco, su novela El negro Francisco (1873), en la que la postura del protagonista en lo tocante a rebeldía social no difiere de la del héroe de la obra de Suárez y Romero.

Sabor mucho más marcadamente romántico que estas tres últimas obras que hemos citado con anterioridad presenta Antonelli, la única novela de José Antonio Echeverría. Publicada en 1839, pero escrita ya desde 1837, Antonelli es el primer intento importante de novela histórica cubana. La novelita, plagada de efectismos románticos ideales para un libreto operático de la época, se salva a duras penas por la corrección del estilo y el acierto del autor en la recreación del ambiente de los hechos que le proporcionan su tema.

Con Sab, publicada en 1841, comienza el cielo novelístico de Gertrudis Gómez de Avellaneda, que se continúa con Dos mujeres (1842-43), Espatolino (1844), Guatimozín (1846), Dolores (1851) y El artista barquero (1861). El éxito de su autora como dramaturga y poetisa ha hecho que su producción novelística haya sido tradicionalmente subvalorada. Sin embargo, es oportuno señalar que dentro del romanticismo español no hay ningún escritor que presente una obra como novelista capaz de superar a la de nuestra compatriota. Si bien atenida a los cánones románticos, en la obra de la Avellaneda se advierte una osadía temática insospechada en una mujer de su época (piénsese en la carta de Sab así como en la actitud de Teresa). Por otra parte, el mito del españolismo de la Avellaneda rueda por tierra con la lectura de Guatimozín (las simpatías de la autora están en todo momento a favor de los aztecas frente a los conquistadores españoles), o con la de las constantes alusiones a nuestro suelo en El artista barquero y otras narraciones.

Pero, con todo, la obra más vasta e importante no sólo de esta etapa, sino en general de todo el siglo XIX, pese a sus muchas limitaciones, es la de Cirilo Villaverde. La conjunción de elementos románticos y realistas en la novela cubana del siglo XIX, que hemos señalado con anterioridad, se mantiene siempre presente en sus obras, tanto en aquellas que tradicionalmente se han encasillado como novelas históricas como en las de costumbres: La joven de la flecha de oro (1841), La peineta calada (1843), La tejedora de sombreros de yarey (1843), El penitente (1844), y Cecilia Valdés (1882), vasto fresco de la vida cubana de los años treinta del pasado siglo. Aparecida primero como boceto en La Siempreviva (1839), la primera parte de la novela se publicó ese mismo año en La Habana, sin que le diera terminación su autor hasta pasados más de cuarenta años, en Nueva York. Cecilia Valdés es el centro de la obra literaria de Villaverde y en ella se adunan todas las virtudes y defectos observables en el resto de la producción novelística de su autor. Si hoy en día lastran su lectura el efectismo de los motivos románticos y la excesiva prolijidad de las descripciones, si desde la altura de nuestro desarrollo político y social el tratamiento del tema de la esclavitud resulta tímido, si desde el punto de vista técnico la composición de la obra puede parecer artísticamente no lograda, con todo, no cuenta nuestra novelística del siglo XIX con una obra del peso y la significación de esta ambiciosa novela de Cirilo Villaverde.

A medida que se agudizaban las contradicciones en el seno de nuestra sociedad hasta culminar con el estallido revolucionario de Yara (1868), la directriz histórica de la novela -la más netamente romántica- va cediendo paso a la novela de costumbres y, aún dentro de ésta, la vertiente antiesclavista va languideciendo, presionada como estaba por una censura que cada día se hacía más férrea. Ya hemos hecho mención a El negro Francisco, de Zambrana. Romualdo o uno de tantos (1881), de Francisco Calcagno, secuestrada por el gobierno español, y La campana del ingenio (1883-1884), de Julio Rosas (seud. de Francisco Puig y de la Puente), no hacen avanzar un paso la temática que con mayor fortuna tocaron Suárez y Romero, la Avellaneda y el propio Villaverde.

Por supuesto, el folletín romántico continuaba prodigándose interminablemente, y junto a una obra marcadamente romántica -poseedora a la vez de una carga de futuridad considerable-, como Mozart ensayando su Requiem (1881), de Tristán de Jesús Medina (justa y recientemente revalorada por el crítico Cintio Vitier), novelas del corte de las de Eugenio Sue no dejaron de seguir cultivándose. Así, en efecto, Los misterios de París tuvieron entre nosotros sus correspondientes «misterios de Cuba» y «misterios de La Habana». Valga como ejemplo la obra de Pedroso de Arriaga Los misterios de La Habana (1879), con cerca de dos mil páginas de desatinos del peor romanticismo.

Pero, en cambio, el paulatino despertar de la conciencia nacional se traduce en una actitud cada vez más crítica hacia los males de nuestra sociedad por parte de los novelistas de mayor talento. Un eco de la tremenda repercusión que tuvo en la conciencia nacional la Memoria sobre la vagancia (1832), de José Antonio Saco, lo constituye la novela de José Ramón Betancourt, Una feria de la Caridad en 18... (1856), no exenta de aciertos en la descripción costumbrista de la sociedad camagüeyana de la época de El Lugareño (seud. de Gaspar Betancourt Cisneros), pero dañada por el desmedido empeño moralizante del autor. Ramón Piña es autor de dos novelas, si bien mediocres, importantes dentro de esta corriente que hemos señalado: Gerónimo el Honrado (1857) e Historia de un bribón dichoso (1860). En ambas se desarrolla en forma satírica un tema -el súbito encumbramiento de un personaje por vías inescrupulosas- que retomarían con mayor fortuna más adelante dos de los novelistas más importantes de nuestro siglo XIX: Ramón Meza y Nicolás Heredia.

Ramón Meza, con Mi tío el empleado (1887), es el que expresará el tema con mayor calidad literaria. Sumida en el olvido, esta obra de Meza ha sido objeto de una nueva valoración por parte de la crítica contemporánea tras ser publicada por la Dirección General de Cultura en 1960. La novela, menos ambiciosa que Cecilia Valdés, está mejor estructurada y posee mayor calidad desde el punto de vista estrictamente literario que la obra de Villaverde; para el lector contemporáneo resulta la de mayor modernidad, la más fresca, la menos erosionada por el tiempo entre las novelas cubanas del siglo pasado.

El tema fue tocado también por Nicolás Heredia en su primera novela, Un hombre de negocios (1883), todavía ligada a los moldes románticos; pero la obra más significativa del autor y una de las más importantes de todo el siglo XIX en nuestra patria es Leonela. Comenzada en 1886 y no dada a las prensas hasta 1893, Leonela es también una muestra de la supervivencia de elementos románticos en nuestra novelística de finales del siglo. Novela de las costumbres de nuestra vida provinciana -y es aquí donde radican sus virtudes mayores- tiene momentos aislados de brillantez; pero su autor no sabe desembarazarse de toda una serie de motivos románticos, fosilizados ya para su época, que hacen parecer por momentos inverosímil el relato. Hasta aquí no podrían señalársele a Heredia más que defectos imputables a cualquiera de nuestros novelistas del siglo XIX; pero, ideológicamente, la obra es aún más vulnerable, y con ello se nos torna importante para nuestra época como vívido documento de la penetración del capital norteamericano en nuestra patria, incluso antes del comienzo de nuestras guerras de independencia, pues la acción se sitúa, precisamente, en vísperas del estallido revolucionario del 68.

Un caso aislado en nuestra novelística lo constituye Amistad funesta (1885), de José Martí. Publicada en 1885, tres años antes que Azul, de Rubén Darío, escrita por encargo y editada por Martí en Nueva York en el periódico El Latino-Americano con el seudónimo de Adelaida Ral, Amistad funesta es cronológicamente la primera novela modernista. No editada en Cuba hasta años más tarde gracias al esfuerzo de Gonzalo de Quesada, la obra, que estilísticamente representaba un paso de avance sin precedentes en nuestra narrativa y la hermanaba en cierto modo con el impresionismo literario que Loti y los Goncourt habían puesto de moda en Francia, no pudo modificar el desarrollo de la novela en Cuba en el siglo XIX.

No será hasta finales de siglo que hace su entrada en nuestra literatura el credo estético naturalista. Martín Morúa Delgado, con Sofía (1891) -y ya más ambiciosamente con La familia Unzúazu (1901)-, es el introductor y el cultivador más destacado de este movimiento en la etapa final del siglo. Con todo, ninguna de las dos novelas pasa más allá de la mediocridad.

El siglo termina, pues, con un franco retraso con respecto al desarrollo evolutivo del género en la literatura universal y sin poder mostrar obras de la calidad alcanzada en nuestra poesía, que con la figura gigantesca de Martí se adelanta a cuanto se hacía en España por aquella época. Con todo, esta posición jerárquicamente superior de la lírica con respecto a los restantes géneros, es característica bastante definida en las distintas literaturas hispanoamericanas hasta nuestros días, en que su narrativa -sin dejarnos deslumbrar demasiado por el tan polémico «boom»- ha alcanzado, incuestionablemente, una calidad estética sin precedentes. Además, pese a sus limitaciones, Cecilia Valdés y Mi tío el empleado son dos novelas atendibles dentro de la producción novelística hispanoamericana del siglo XIX, la cual, por otra parte, tampoco es pródiga en obras de verdadera trascendencia estética.

Podría pensarse que la gesta independentista recién terminada fuera el tema obligado para la novelística cubana de las primeras décadas del siglo. Pero aunque este tema fue tratado incluso por novelistas importantes como Jesús Castellanos -La manigua sentimental (1910)-, Emilio Bacardí -Vía Crucis (1910-1914)-, quien también hizo incursiones en la novela histórica (Doña Guiomar, 1916-1917), y Luis Rodríguez Embil -La insurrección (1910)-, el tema de la frustración de los anhelos revolucionarios ante el espectáculo deprimente de una República mediatizada se le impone como su quehacer generacional a la pléyade de jóvenes escritores surgidos con la República.

Literariamente, este tema encuentra su expresión idónea en el naturalismo, que tuvo en Zola su más destacado teórico y cultivador. Del crecido número de escritores que se expresaron a través de la novela, sólo podemos entresacar cinco nombres verdaderamente importantes para el desarrollo de nuestra historia literaria: Miguel de Carrión, Jesús Castellanos, Carlos Loveira, José Antonio Ramos y Luis Felipe Rodríguez. De ellos, cronológicamente, el mayor es Carrión, quien se dio a conocer en 1903 con su novela El milagro, fuertemente influida por Zola. Pero sus dos obras capitales no las publicaría hasta unos quince años más tarde: Las honradas (1917) y Las impuras (1919). En su tiempo se consideró que ser médico posibilitaba a Carrión una concepción científica de los temas que trataba. La lectura actual de sus obras nos muestra hasta qué punto su condición de médico realmente lastró su producción novelística. Con todo, estas dos novelas de madurez, especialmente Las honradas, permiten considerar a Carrión -junto a Loveira- como el más destacado de los novelistas cubanos de los primeros treinta años republicanos.

Otro es el caso de Jesús Castellanos. Su temprana muerte tronchó una carrera literaria altamente prometedora. Con él, en propiedad, comienza la cuentística moderna en Cuba. La conjura (1908), escrita antes de que el autor cumpliera los treinta años, es una novela amarga donde vivamente se describe la frustración de los ideales de un médico en una sociedad para la cual éstos nada significan. Aparte de La manigua sentimental, ya citada, Castellanos dejó inconclusa una novela de la que sólo llegó a escribir unos cuantos capítulos -Los argonautas- que prometían una obra que habría de superar cuanto había logrado su autor con anterioridad.

Carlos Loveira es, pese a los numerosos defectos que puedan señalársele como escritor, el que posee la obra más vital de este grupo y el que mayor garra de novelista tenía. Descuidado en la forma, a veces incorrecto, poseedor de dudoso gusto -patente en la reiteración de motivos eróticos de descarnado naturalismo-, Loveira, sin embargo, sabía construir sus obras. Generales y Doctores (1920) y Juan Criollo (1927) han quedado como dos de las más importantes novelas escritas en Cuba en las tres primeras décadas del siglo.

Del grupo literario de Manzanillo surgió un prosista recio: Luis Felipe Rodríguez, que habría de destacarse fundamentalmente en el cultivo del cuento, género en el que inicia entre nosotros la tendencia «criollista», tan en boga en latinoamérica en las tercera y cuarta décadas del siglo. Como novelista, Luis Felipe Rodríguez no pasa de mediocre. Su mejor obra, La conjura de la ciénaga (1923), reelaborada por su autor en 1937 con el título de Ciénaga, cuenta con aciertos aislados en la descripción colorista de escenas de la vida rural, pero lo ingenuo de su simbolismo y lo esquemático de los personajes la toman de penosa lectura para el lector actual.

La última figura de este grupo de cinco escritores que hemos apuntado es la de José Antonio Ramos, también de decidida filiación naturalista. Dejando a un lado su ensayo juvenil Humberto Fabra (1903), Ramos escribió una trilogía de novela importantes para su época en nuestro medio: Coaybay (1926), Las impurezas de la realidad (1929) y Caniquí (1936). En ellas, desafortunadamente, el pensamiento progresista del autor no logra plasmarse en una forma estéticamente eficaz.

Fuera de estos cinco escritores, el saldo de la producción novelesca en los primeros treinta años es desalentador. El naturalismo fue el patrón estético predominante; pero es oportuno recordar que, en general, ni siquiera se trataba del naturalismo tal como lo entendía Zola -con pretensiones de objetividad científica en el examen de personajes y medios sociales determinados-, sino que fue un trasunto de su costado más endeble: el buceo en lo sexual y escatológico. De hecho, quizás no fuera Zola el que influyó directamente, sino que lo hizo a través de escritores españoles de escaso mérito literario, que cultivaron con gran sentido comercial la denominada novela «galante», tales como Felipe Trigo, Pedro Mata, José Francés, Rafael López de Haro, José María Carretero (El Caballero Audaz) y el cubano Eduardo Zamacois, quien desarrolló su carrera literaria en España.

Con todo, para el historiador literario de este período son interesantes las figuras de Emilio Bobadilla (Fray Candil), mucho más importante como crítico que como novelista (A fuego lento, 1903; En la noche dormida, 1913; En pos de la paz, 1917); Arturo Montori (El tormento de vivir, 1923); Jesús Masdeu (La raza triste, 1924); Juan Manuel Planas, cultivador de la novela «científica» a lo Julio Verne (La corriente del Golfo, 1920, La cruz de Lieja, 1923, Flor de Manigua, 1926); Félix Soloni (Mersé, 1926; Virulilla, 1927), algunos de los cuales abordan temas de positivo interés que, lamentablemente, no supieron desarrollar artísticamente.

A partir de los años treinta se producen los primeros intentos de renovación en el campo de la novela. Los distintos «ismos» surgidos en torno a la primera guerra mundial, agrupados bajo la denominación común de «vanguardia», van haciendo su aparición, si bien tímidamente, en las obras de los novelistas mas jóvenes. Con Ecue-Yamba-O (1933), del que llegaría a ser el más importante de nuestros novelistas, Alejo Carpentier, se estrena una nueva visión de nuestra realidad. Como novela es floja, su propio autor la había excluido de sus obras completas, pero para nuestra historia literaria tiene importancia, pues es el fruto más logrado en prosa del momento «negrista» de nuestras letras, que habría de encontrar en poesía -de modo especial en la obra de Nicolás Guillén- su más noble expresión.

No obstante, la norma estética naturalista pervive no sólo en la gran masa de escritores que continuaron produciendo obras no sustancialmente diferentes a las de los novelistas anteriores al año treinta, sino, incluso, en autores importantes de la época como Enrique Serpa, quien igualmente naturalista se muestra en Contrabando (1938), una de las novelas más logradas de la época, como, ya tardíamente, en La trampa (1956). Contrabando es la mejor de las dos y por ciertas «audacias» técnicas se la cita a menudo como el primer ejemplo de novela cubana en que se empleó el monólogo interior. En rigor, no hay tal monólogo interior; la novela, aunque amena, se resiente en ocasiones de un lenguaje rezagadamente modernista y de un metaforismo ingenuo en que el plano comparativo está siempre asociado a la vida marítima.

El intento más serio por sacar a nuestra novelística del estancamiento del naturalismo lo realizó Enrique Labrador Ruiz con la trilogía de novelas que denominó «gaseiformes»: El laberinto de sí mismo (1933), Cresival (1936) y Anteo (1940), en las que se revela la impronta dejada por la lectura de los mas importantes narradores contemporáneos. Estas novelas, con todo, poseen básicamente importancia experimental. No será hasta 1950 que Labrador nos ofrezca su obra más lograda: La sangre hambrienta, que no es un retroceso al costumbrismo de antaño, sino una cala incisiva en la vida morosa de esos pueblos provincianos donde nunca pasaba nada y cuya vida incolora refleja atinadamente el autor.

Pero el creador que habría de elevar la novela cubana a categoría universal es Alejo Carpentier, quien con El reino de este mundo (1949), Los pasos perdidos (1953) y El acoso (1956) vertebró antes del triunfo de la Revolución, una obra narrativa sin par en nuestras letras y que lo situó, a la vez, entre los más destacados novelistas del continente.

El Grupo Orígenes, que tan alta calidad estética alcanzó en poesía, no produjo en la novela más que un título importante: Paradiso (1966), de José Lezama Lima, ya comenzada desde antes de 1959. Ligado al grupo, Virgilio Piñera publicó una sola novela antes del triunfo de la Revolución: La carne de René (1952), fuertemente influida por Kafka.

La producción novelística del período que va del año treinta a la Revolución, pese a que en su conjunto no podemos considerarla pródiga en verdaderas realizaciones en el orden estético, constituye un considerable paso de avance en el desarrollo histórico de nuestra novela. En lo formal se ensayaron las técnicas más novedosas, si bien con timidez. Con todo, es en el cuento donde la aplicación de estas nuevas técnicas -en especial la de los escritores norteamericanos de los años treinta- rendirá sus mejores frutos. No será hasta la Revolución, con la difusión masiva de obras de todas las tendencias estéticas, que los novelistas abandonen definitivamente los caducos cauces del naturalismo y se aventuren a expresar la nueva temática con formas en algunos casos nuevas -y en otros no tan nuevas- en un afán consciente por incorporar nuestra novelística al momento de esplendor por el que atraviesa la historia del género en la América Latina.

La ingente transformación que en todos los órganos de la vida nacional provocó la Revolución, no podía dejar de reflejarse también en nuestra novelística. Antes que todo es de destacar el esfuerzo encaminado a rescatar del olvido las obras más importantes de la narrativa a través de reediciones de miles de ejemplares. Nueva valoración han tenido Villaverde, Suárez y Romero, la Avellaneda, Tristán de Jesús Medina, Carrión, Loveira, Luis Felipe Rodríguez, José A. Ramos y otros autores; se ha recogido, además, la obra inédita de autores importantes, como Aristides Fernández y Carlos Enríquez. De otra parte, jóvenes narradores que habían mantenido inéditas sus primeras obras encontraron acceso para su publicación. Además, la creación de numerosos concursos y las publicaciones literarias que ininterrumpidamente han venido apareciendo desde hace más de una década, han contribuido a estimular la producción de los escritores, quienes por primera vez en nuestro medio hallan reconocimiento a su quehacer intelectual.

Ya en los propios albores de la Revolución surge una novela importante: Bertillón 166, que obtiene el premio de novela en el Concurso Casa de las Américas de 1960. La obra de José Soler Puig es un fiel trasunto de la atmósfera política del Santiago de Cuba de los últimos años bajo el batistato. Si desde un punto de vista estrictamente literario no es una gran novela como captación de un ambiente y adecuación entre el propósito del autor y su realización literaria, sigue siendo de lo mejor que pueda mostrar nuestra novelística postrevolucionaria.

Con la novela de Soler Puig se abre una temática común a las obras más importantes surgidas en los primeros años de la Revolución: aquella que narra primordialmente hechos acaecidos en la etapa de la tiranía batistiana. En mayor o menor medida desarrollan esta temática Tierra inerme, de Dora Alonso (Premio Casa de las Américas 1961); No hay problemas (1961), de Edmundo Desnoes; La búsqueda (1961), de Jaime Sarusky; Los días de nuestra angustia (1962), de Noel Navarro; El descanso (1962), de Abelardo Piñeiro; La situación (1963), de Lisandro Otero (Premio Casa de las Américas 1963); Juan Quinquín en Pueblo Mocho (1964), de Samuel Feijóo, y Vivir en Candonga (1966), de Ezequiel Vieta (Premio UNEAC 1965).

Paralelamente a esta directriz se inicia la temática despertada por la incidencia de la Revolución en los autores. La primera manifestación de importancia la tenemos en Maestra voluntaria, de Daura Olema (Premio Casa de las Américas 1962), continuada por Raúl González de Cascorro en Concentración pública (1964); pero sus frutos más logrados en la primera mitad de la década del sesenta son las obras de José Soler Puig (En el año de Enero, 1963, y El derrumbe, 1964) y de Edmundo Desnoes (Cataclismo, 1965, y Memorias del subdesarrollo, 1965).

En lo formal, si bien en estas obras podemos encontrar ejemplos de pervivencia de recursos estilísticos anquilosados (Tierra inerme) o de escasa o ninguna complejidad estructural (Maestra voluntaria), se nota en estos autores una preocupación estilística mayor que en cualquier etapa anterior de nuestra narrativa, lo cual no implica necesariamente una mayor calidad estética en sus logros. En estos primeros años es evidente la huella de los escritores norteamericanos de los años treinta. La influencia de la nueva novela francesa y la de los escritores que hoy conforman el llamado «boom» de la novela latinoamericana comienza, en realidad, hacia 1966.

A partir de ese año, las dos directrices temáticas que hemos apuntado continuaron cultivándose, pero cada vez con mayor imbricación. Los desnudos (1967) y La religión de los elefantes (Premio UNEAC 1968), de David Buzzi; Adire y el tiempo roto (1967), de Manuel Granados; Padres e hijos (1967), de César Leante; Viento de enero (Premio UNEAC, 1967), de José Lorenzo Fuentes, y Los niños se despiden (Premio Casa de las Américas 1968), de Pablo Armando Fernández, son novelas que atestiguan esta etapa de transición a la que, por supuesto, no son ajenos los propios autores.

Escapan a estas dos directrices por su temática directamente ajena al proceso revolucionario, La robla (1967), de Gustavo Eguren; Pasión de Urbino (1967), de Lisandro Otero; Los animales sagrados (1967), de Humberto Arenal, y Celestino antes del alba (1967), de Reinaldo Arenas. Aparece también la novela de ficción científica, cuyo cultivador más destacado es Miguel Collazo (El viaje, 1968), y la humorística (La Odilea, 1968), de Francisco Chofre.

En la década del 70, junto a autores de generaciones anteriores que continúan enriqueciendo su obra, como Alcides Iznaga (Las cercas caminaban, Premio UNEAC 1969); Lisandro Otero (En ciudad semejante, 1970); Noel Navarro (Zona de silencio, Premio UNEAC 1971); Gustavo Eguren (En la cal de las paredes, 1972), y César Leante (Muelle de caballería, 1973), aparecen las primeras novelas de tres jóvenes narradores que con gran frescura dan el testimonio del compromiso de su generación con el proceso revolucionario. Son ellas Saccbario (Premio Casa de las Américas, 1971), de Miguel Cossío Woodward; Para matar al lobo, 1971, de Julio Travieso, y La última mujer y el próximo combate (Premio Casa de las Américas 1971), de Manuel Cofiño, quien recientemente publicó Cuando la sangre se parece al fuego (1975).

A la vez se abre una nueva temática en nuestra novelística, raramente cultivada, que en breve tiempo ha dado ya obras que reflejan fielmente la complejidad de nuestra vida inmersa en el quehacer revolucionario. Nos referimos a la novela policíaca que, a partir de Enigma para un domingo (1971), de Ignacio Cárdenas Acuña, y muy especialmente con la nueva concepción del género expresada por las obras triunfadoras en los distintos concursos convocados por el Ministerio del Interior, adquiere cada día mayor favor de los lectores. Premios o menciones en estos concursos del MININT han obtenido Armando Cristóbal Pérez (La ronda de los rubíes, 1973), José Lamadrid Vega (La justicia por su mano, 1973), Rodolfo Pérez Valero (No es tiempo de ceremonias, 1974) y Alberto Molina (Los hombres color del silencio, 1975).

Se incorpora también a las distintas temáticas abordadas en nuestra novelística tras el triunfo de la Revolución, la noble lucha del heroico pueblo vietnamita por su liberación definitiva, alcanzada en abril de 1975, presente en las novelas Los negros ciegos (1971) y La brigada y el mutilado (1974), del que fue nuestro primer embajador en las zonas liberadas del sur del país, Raúl Valdés Vivó.

Por último, no podemos dejar de señalar el gran acontecimiento que para las letras de habla hispana constituyó, tras el largo silencio mantenido después de la salida de El siglo de las luces en 1962, la publicación de El recurso del método y de Concierto barroco en 1974, las dos últimas obras de nuestro máximo novelista, Alejo Carpentier, quien ha dado muestras de que aún podemos esperar de su pluma infatigable obras maestras para orgullo de nuestra patria y nuestra América.

El balance que arroja el cultivo del género en estos quince años de Revolución es satisfactorio. La novela, cuyas, realizaciones quedaban muy a la zaga del desarrollo obtenido en Cuba por el cuento, el ensayo, y, sobre todo, la poesía, es comparativamente el género que más se ha desarrollado con posterioridad al triunfo revolucionario. El país que en 1961 contaba con tan elevado índice de analfabetismo, puede mostrar con satisfacción realizaciones de alto nivel estético en un género que supone gran complejidad artística. A los logros ya obtenidos habrá que sumar las obras que el ingente movimiento juvenil despertado por la Revolución ha de llevar a cabo sin duda en un futuro que se avizora halagüeño.

BIBLIOGRAFÍA

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Novela Cubana, La (La Habana, 1913 [1916]). Revista que comenzó a salir el 15 de septiembre en forma semanal, bajo la dirección de Salvador Salazar. Publicó según expresa la propia revista, cuentos, novelas cortas, comedias, versos, artículos de costumbres, estudios literarios, políticos y científicos «de los mejores escritores del país». No solamente aparecieron los nombres de figuras conocidas, sino también de otros escritores aún no reconocidos en su época. El número correspondiente al 4 de octubre de 1913 estuvo dedicado a Enrique José Varona. De la primera época solamente se ha revisado hasta el 2 de marzo de 1914. Comenzó la segunda época el lº de agosto de 1916 (último-número encontrado). Fueron sus colaboradores, además de su director, Enrique José Varona, Max Henríquez Ureña, Emeterio Santovenia, Dulce María Borrero de Luján, Ricardo Montoro, Emilio Blanchet, Alfonso Hernández Catá, Joaquín N. Aramburu, Juan J. Geada, Jesús J. López, Gustavo Sánchez Galarraga, Gonzalo de Quesada, Bernardo G. Barros, Ramón Ruilópez, M. Fernández Cabrera, Miguel de Marcos Suárez, Napoleón Gálvez y otros. Según parece su salida finalizó en 1916, pues León Primelles sólo la menciona en dicho año en su Crónica cubana. 1915-1918 (La Habana, Editorial Lex, 1955).

BIBLIOGRAFÍA

El brujo bohemio, seud. de Carlos Primelles. «La Novela Cubana y Pedro José Cohucelo», en El Fígaro. La Habana, 38 (4): 63, feb. 13, 1921. | «La Novela Cubana», en El Fígaro. La Habana. 29 (41): 501, oct. 12, 1913.

Noverim (La Habana, 1955-?). «La Universidad de Villanueva ofrece la primera publicación de la revista Noverim, la cual será el órgano oficial de publicación científica y cultural de esta casa de estudios», se lee en el primer número (que no trae la fecha exacta de su publicación), dirigido por Herminio Rodríguez. En el mismo se expresa que «contendrá trabajos monográficos y otros estudios de profesores de la Universidad; pero también de profesionales nacionales o extranjeros que este centro estime conveniente. Contará además con notas bibliográficas y síntesis de las obras de texto que los miembros de nuestras Facultades publiquen, así como también referencias a las mejores tesis doctorales presentadas por los estudiantes». En el segundo número (mayo de 1955) se aclara que la revista saldrá, en lo sucesivo, en los meses de noviembre y mayo. La dirige entonces José González. En noviembre de 1956 la propia publicación expresa que tendrá «dos grandes secciones: ciencias y letras». Añade, además, entre sus innovaciones, la de dar «al final de los escritos que publiquemos, resumen del contenido de cada trabajo, tanto en idioma inglés como en idioma francés». También aumentó el número de sus páginas. Desde este número asumid la dirección Edward L. Burns; entre sus consejeros apareció el nombre de Max Henríquez Ureña. El primer número de la publicación estuvo dedicado el décimosexto centenario de San Agustín. Publicó trabajos o estudios sobre psicología, economía, literatura cubana, hispanoamericana y universal. También publicó trabajos de crítica literaria. Colaboraron en ella Max Henríquez Ureña, José María Chacón y Calvo, José González Vega, Raúl del Valle, Marcelo Alonso, Oscar Fernández de la Vega, Manuel Pérez Cabrera, Rosaura García Tudurí y otros. El último número encontrado corresponde a noviembre de 1958.

Nuestro Tiempo (La Habana, 1954-?). Publicación bimensual. Órgano de la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo. Revista que comenzó a salir en abril. Fueron su director y administrador, respectivamente, los músicos Harold Gramatges y Juan Blanco. En sus páginas aparecieron no solamente las actividades culturales de la institución a la cual representaba, sino también otros acontecimientos culturales de su época, tanto nacionales como del resto del continente. Comentó concursos plásticos y literarios, puestas en escena, exposiciones, libros o artículos publicados y actividades cinematográficas y musicales. En general, supo reflejar el momento cultural que le tocó vivir. A partir de mayo de 1955 comenzaron a aparecer cuentos y poesías de figuras como Onelio Jorge Cardoso, Nicolás Guillén, Manuel Navarro Luna, Regino Pedroso, Dora Alonso, Rosa Hilda Zell, Enrique Labrador Ruiz, Pablo Armando Fernández, Raúl Aparicio Nogales, Víctor Agostini, Rosario Antuña, Adolfo Martí y otros. Hizo énfasis en destacar la obra de muchos artistas plásticos cubanos, por lo que desde septiembre de 1956 comenzó a publicar apuntes biográficos sobre los mismos. En el ejemplar de la revista correspondiente a noviembre-diciembre de 1957 apareció un índice de todos los trabajos publicados en la misma desde su comienzo hasta el mes de octubre de dicho año 1957. Con frecuencia publicó la opinión de muchos intelectuales conocidos sobre la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo y su revista. Agrupó a artistas y escritores revolucionarios de izquierda. Fueron sus colaboradores Fernando Ortiz, José Antonio Portuondo, Vicente Revuelta, Alfredo Guevara, Tomás Gutiérrez Alea, Juan Blanco Mario Rodríguez Alemán, José Massip, Rafael Marquina, Félix Pita Rodríguez, Natividad González Freire, Ricardo Porro, María Teresa Linares y otros. El último número encontrado corresponde a septiembre-diciembre de 1959.

BIBLIOGRAFÍA

Gramtges, Harold. «Editorial», en Nuestro Tiempo. La Habana, 2 (8): 1, dic., 1955. | Mestas, María del Carmen. «Tres entrevistas en torno a Nuestro Tiempo», en Romances. La Habana, 37 (442): 12-14, sep., 1973. | «La revista Nuestro Tiempo», en Orto. Manzanillo (Oriente), 44 (4): 1-2, abr., 1956.

Nueva Escuela, La. Revista para el maestro de ahora (La Habana, 1936-?). Publicación mensual pedagógica. Comenzó a salir a partir de mayo, bajo la dirección de Roberto Verdaguer y Rogelio. González Ricardo. Fundamentalmente reflejó el estado de la educación cubana de su época. Publicó artículos, conferencias de interés pedagógico y notas bibliográficas. Además, aparecieron en sus páginas piezas para piano, canciones infantiles y poesías. También publicó, bajo la firma de Néstor Carbonell, síntesis de la vida de distintos próceres cubanos. Fueron sus colaboradores, además de sus directores, José María Asanza, Manuel I. Mesa Rodríguez, Miguel Galliano Cancio, José F. Castellanos, Lisandro Otero Masdeu, F[rancisco] Rodríguez Mojena, Elvira Deulofeu, Julio Girona y otros. El último número encontrado corresponde a febrero de 1937.

Nueva Revista Cubana (La Habana, 1959-1962). Editada por la Dirección General de Cultura del Ministerio de Educación. Comenzó, en forma irregular, a partir del trimestre correspondiente a abril-junio, bajo la dirección de Cintio Vitier. Fueron sus consejeros Luis Aguilar León, Roberto Fernández Retamar, Adrián García Hernández, Graciella Pogolotti, José Antonio Portuondo, Sergio A. Rigol y Daniel Serra Badué. La revista aclara que tuvo su origen en la «Declaración de los intelectuales y artistas» (1959), donde se consignó «la necesidad de continuar publicando la Revista Cubana (originalmente fundada por Enrique José Varona en 1885, reanudada por la Dirección de Cultura en 1935) en forma regular y sometida a una completa renovación». Más adelante, expresa: «Damos inicio, pues, a esta Nueva Revista Cubana -nueva en el fervor y en el impulso- guiados por un propósito fundamental: servir de vehículo a las fuerzas expresivas de la Nación, cualesquiera que sean sus credos y sus orientaciones, siempre que, a nuestro falible pero honesto juicio, alcancen un grado de calidad suficiente.» A partir del número correspondiente al último bimestre de 1959, asumió la dirección Roberto Fernández Retamar; Cintio Vitier, entonces, integró el grupo de los consejeros. La revista agrupó sus trabajos en secciones fijas: «Pensamiento y crítica», «Imaginación y Poesía», «Problemas cubanos» (hasta enero-marzo de 1960, en que se denominó «Realidades cubanas») y «Notas y comentarios». En la primera sección se publicaron artículos o trabajos sobre cuestiones científicas y culturales, especialmente sobre poesía cubana. La segunda presentó trabajos de creación literaria y fragmentos de conocidos escritores como Miguel Ángel Asturias y María Zambrano. En la tercera se tocaron aspectos económicos, políticos, sociales y educacionales de Cuba. La última, «Notas y comentarios», publicó notas de libros publicados recientemente y reseñó exposiciones u otros acontecimientos culturales de la época. El número correspondiente a julio-septiembre de 1959 fue dedicado al vigésimo aniversario de la muerte de Antonio Machado; el correspondiente a enero-marzo de 1960 se publicó en homenaje a la Revolución Cubana. Colaboraron en sus páginas, además de sus consejeros, Fernando Ortiz, Mirta Aguirre, José Lezama Lima, Alejo Carpentier, Oscar Pino Santos, Marcelo Pogolotti, Rosario Novos, Fina García Marruz, Ezequiel Martínez Estrada, Loló de la Torriente, Nicolás Guillén, Alcides Iznaga, Sergio Aguirre, Enrique Labrador Ruiz, Onelio Jorge Cardoso, Eliseo Diego, Alfredo Guevara, Jorge Mañach, Samuel Feijóo, Pedro de Oráa, Eugenio Florit, Gustavo Eguren, Fayad Jamis, Francisco Ayala, Virgilio Piñera, Ángel Huete, Natividad González Freire, Jorge Tallet, Roberto Branly y otros. El último ejemplar tiene fecha 1961-1962.

Nuevas Letras (La Habana, [1944]- ?). «Mensuario bibliográfico», se lee en el ejemplar más antiguo encontrado (número 2-3), correspondiente al bimestre julio-agosto de 1944. Salía irregularmente. Fue dirigida por R. Fernández. Era una publicación de la Editorial y Librería Páginas. Publicó fundamentalmente notas bibliográficas de libros cubanos y extranjeros. Anunciaba catálogos y colecciones de libros a la venta. Colaboraron en sus páginas, entre otros, C[arlos] R[afael] Rodríguez, Ángel Augier, E[milio] R[oig] de Leuchsenring, Mirta Aguirre, José Antonio Ramos, Jenaro Artiles, A[ntonio] M[artínez] Bello. El último número encontrado corresponde a octubre de 1945.

NUEVO LICEO DE LA HABANA Institución cultural surgida en 1882 al calor de la tertulia literaria que se celebraba en casa de Luis Alejandro Baralt. Alcanzó gran auge. Tuvo extensos salones y arrendó de manera permanente el Teatro Albisu para celebrar allí sus veladas y fiestas. Los dos actos literarios más importantes celebrados por la sociedad fueron las primeras presentaciones públicas de Julián del Casal y de José de Armas y Cárdenas. Ofreció también funciones de ópera. Nicolás Azcárate fue su presidente perpetuo. Esta institución desapareció poco antes de 1895, al abandonar Azcárate su dirección y a causa de la difícil situación económica que atravesaba el país.

BIBLIOGRAFÍA

Azcárate Rosell, Rafael. «El Nuevo Liceo de La Habana», en su Nicolás Azcárate, el reformista. La Habana, Editorial Trópico, 1939, p. 215-228. | R. E. Maz, seud. de Ramón Meza. «El Nuevo Liceo», y «A 'El Nuevo Liceo'», en La Lotería. La Habana, 2 (16 y 17): 122 y 129-130, abr. 19 y 26, 1885, resp.

Nuevo Mundo, El (V. SUPLEMENTOS LITERARIOS)

Nuevo País, El

(V. Triunfo, El)

Nuevo Regañón de La Habana, El.

La Habana, 1830-[1832]). Periódico que comenzó a publicarse, semanalmente, a partir del 2 de noviembre. José M. Labraña señala, en la página 671 de su trabajo «La prensa en Cuba» -aparecido en Cuba en la mano. Enciclopedia popular ilustrada (La Habana, Úcar, García, 1940, p. 649-786)-, que fue fundado por Antonio Carlos Ferrer y que, poco después de su inicio, asumió la dirección Buenaventura Pascual Ferrer, quien firmaba bajo el seudónimo El anciano habanero. Añade Labraña, en la página 673: «Les acompañó en la redacción Francisco X. Troncoso». En su prospecto se aclara su antecedente: «Al cabo de los años mil sale a la palestra un nuevo Regañón, a continuar las tareas de aquel periódico que con el mismo título principió a publicarse en esta ciudad cuando estaba dando cabalmente las últimas boqueadas el finado siglo diez y ocho de terrible recordación.» Agrega, además, que «el nuevo Regañón, lo mismo que el antiguo, se presenta sin más armas que la razón, bien es verdad que no es esta muy pequeña, ni de corto alcance. Con su filo irán recortadas todas las producciones que se incluyan en su periódico, sin llevar más mira y objeto esta empresa que la de promover la afición a la literatura en todos los ramos, corregir los abusos que tan fácilmente se introducen en las grandes poblaciones, lo mismo que en las pequeñas, concurrir a la ilustración y fomento general que cada día va adquiriendo esta preciosa Isla, y no omitir nada que pueda servir a la consecución de los expresados [sic] fines». Al cumplir un año de fundado, el periódico declara: «Cumplido un año, carísimos lectores, que El Nuevo Regañón de La Habana, siguiendo las huellas que treinta años antes le había trazado su antecesor, principió la borrascosa carrera de combatir los abusos y preocupaciones que notara, tanto en la literatura como en las sanas costumbres, y luchar contra la ignorancia y la presunción, que tienen la parte principal en aquellos malos efectos.» A partir del 3 de mayo de 1831 toma el título de El Regañón, con el subtítulo de «Semanario de La Habana», hasta el 1º de noviembre de 1831, fecha en que varía su título por el de El Regañón de La Habana, sin subtítulo. El periódico cumplió sus objetivos trazados. Fue más científico que literario. Publicó además, anécdotas, epigramas, máximas y críticas del teatro de la época. Colaboraron en sus páginas Buenaventura Pascual Ferrer, A[ntonio] B[achiller] y Morales, Claro Veraz, Renato Nerfiro, Tío Tabares, El avizorador de Cuba, Justo Palo, El preguntón, Parcasio H. S. y otros. El último ejemplar encontrado corresponde al 22 de noviembre de 1831. Carlos M. Trelles señala, en la página 62 del tomo 2 (1826-1840) de su Bibliografía cubana del siglo XIX (Matanzas, Imp. de Quirós y Estrada, 1912), que terminó en febrero de 1832. Recopilada y prologada por José Lezama Lima se publicó una antología de artículos titulada El Regañón y El Nuevo Regañón (La Habana, Comisión Nacional Cubana de la UNESCO, 1965).

BIBLIOGRAFÍA

«Cumpleaños en El Regañón de La Habana», en El Regañón de La Habana. La Habana, (53): 1, nov. 1, 1831. | González, Josefina N. «La música en El Nuevo Regañón de La Habana», en Revista de Música. La Habana, 2 (1): 86-111, abr., 1961. | Lezama Lima, José. «Don Ventura Pascual Ferrer y El Regañón», en su La cantidad hechizada. La Habana, UNEAC, 1970, p. 189-212. | Llaverías, Joaquín. «[El Nuevo Regañón de La Habana]», en su Contribución a la historia de la prensa periódica. T. 2. Prefacio de Elías Entralgo. La Habana, Talleres del Archivo Nacional de Cuba, 1959, p. 243-247, 249 y 251 (Publicaciones del Archivo Nacional de Cuba, 48). | Los Redactores. «El Regañón», en Lucero de La Habana. La Habana, 1 (92): 2, oct. 31, 1831. | Sánchez Roig, Mario. «El Nuevo Regañón de La Habana» en Revista de la Biblioteca Nacional. La Habana, 2a. serie, 8 (4): 133-147, 1957.

Nuevos Tiempos (La Habana, 1926-?). «Revista quincenal de intereses generales, educación, literatura, ciencias, artes, y política nacional», se lee como subtítulo. Comenzó a salir el 15 de marzo, bajo la dirección de Pedro Hernández Massi. La propia publicación presentó entre sus redactores a José M. Collazo, Gabriel García Galán, Luciano R. Martínez, Rafael Zayas Bazán, Rafael Guás, Diego Fernández, Amparo Zervigón. Publicó cuentos, poesías, leyendas cubanas, conferencias y artículos sobre literatura hispanoamericana y pedagogía. Hizo énfasis en destacar la labor de algunos educadores cubanos. En su sección «Cubanos ilustres» presentó biografías de muchos próceres cubanos. En general reflejó, en cierta medida, el panorama cultural de su época. Colaboraron en ella Emeterio S. Santovenia, Lisandro Otero Masdeu, José Manuel Carbonell, Heliodoro García Rojas, Isolina de Torres de Barthelemy, Manuel A. de Carrión, Rosalía Noriega, Oliva Pérez Mantilla, Luis René Allois y otros. El último número revisado corresponde al 30 de agosto y al 15 de septiembre de 1927.

NÚÑEZ, Mercedes Serafina (La Habana, 14.8.1913). En 1936 terminó sus estudios en la Escuela Normal de La Habana. Fue antologada en la colección La poesía cubana en 1936, con prólogo de Juan Ramón Jiménez. Desde 1945 trabajó como maestra de enseñanza primaria. Matriculó Pedagogía en la Universidad de La Habana en 1949, pero sólo estudió durante tres años. En 1956 tomó cursos de verano en la Universidad de Las Villas. Ha visitado a México, Costa Rica y Estados Unidos. Colaboraciones suyas han aparecido en Diario de la Marina, El Mundo, El País, Prensa Libre, Información, Avance, Alerta, Revolución, Islas, Carteles, Vanidades, Revista Bimestre Cubana, Selecta, Orto, Ellas, Ultra; Repertorio Americano (Costa Rica); Saeta, Sur, Hipocampo (Argentina); Tegucigalpa (Honduras). Fue una de las fundadoras de la Unión Nacional de Mujeres, organización progresista. Ha dado conferencias y recitales en el Ateneo, el Lyceum, el Círculo de Bellas Artes, el Círculo de Amigos de la Cultura Francesa, la Sociedad de Torcedores y otras. Ha dado lecturas de sus versos y ha hecho críticas de libros en programas radiales. Algunos poemas suyos fueron traducidos al francés y publicados en Cahiers du Sud en 1948.

BIBLIOGRAFÍA ACTIVA

Mar cautiva. Poemas. La Habana [s.i.], 1937. | Isla en el sueño. Poemas. La Habana, Editorial Hermes, 1938. | Vigilia y secreto. Poemas. Pról. de Juan Ramón Jiménez. La Habana, Editorial Alfa, 1941. | Paisaje y elegía [Pról.] de Luis Alberto Sánchez. La Habana, [1958?].

BIBLIOGRAFÍA PASIVA

Arocena, Berta. «Una voz de mujer. Vigilia y secreto de Serafina Núñez», en El Mundo, La Habana, 39 (12 669): 3, mar. 23, 1941. | Carrera, Julieta. «Serafina Núñez», en La mujer en América escribe... (Semblanzas). México, Eds. Alonso, 1956, p. 275-280. | Feijóo, Samuel, «Serafina Núñez», en su Sonetos en Cuba. La Habana, Universidad Central de Las Villas. Dirección de Publicaciones, 1964, p. 350. | Gaínza, Ramón. «Paisaje y elegía, el clima alucinado de Serafina Nuñez», en El Mundo Ilustrado. Suplemento del periódico El Mundo. La Habana, 6, feb. 8, 1959. | Jiménez, Juan Ramón. «La pluma de Serafina Núñez», en Revista Universidad de La Habana. La Habana, (36-37): 10, may.-ago., 1941; «Serafina Núñez», en su Españoles de tres mundos. Viejo mundo, nuevo mundo, otro mundo (Caricatura lírica) (1914-1940). Buenos Aires, Editorial Losada, 1942, p. 151-152. | Mistral, Gabriela. «La poesía de Serafina Núñez», en Ellas. La Habana, 6 (70): 4, oct., 1939. | «La poesía fiel de Serafina Núñez», en Bobemia. La Habana, 51 (28): 48, jul., 1959. | «Serafina Núñez. Isla en el sueño» en América. La Habana, 28 (1): 95-96, ene., 1946. | «Serafina Núñez. Vigilia y secreto», en América. La Habana, 15 (1): 96, ago., 1942. | Vitier, Cintio. «Serafina Nuñez», en su Cincuenta años de poesía cubana (1902-1952). Ordenación, antología y notas por [...]. La Habana, Ministerio de Educación. Dirección de Cultura, 1952, p. 288.

NÚÑEZ JIMÉNEZ, Antonio (Alquízar, Habana, 20.4.1923). Obtuvo el título de Bachiller en Ciencias y Letras en el Instituto de La Habana. En 1940 fundó la Sociedad Espeleológica de Cuba, en la que ocupó los cargos de presidente y director de su museo. Se graduó de Doctor en Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana en 1950. Dedicado a la espeleología y a la geografía, ha recorrido todo el país y estudiado sus rincones más apartados y menos conocidos. Fue profesor de Geografía y de historia en el Instituto de Segunda Enseñanza del Vedado, de geografía regional y de geomorfología en la Universidad Central de Las Villas y de carsología en la Universidad de La Habana. Su Geografía de Cuba, publicada en su primera edición en 1954, fue quemada por la tiranía batistiana por su contenido revolucionario. Combatió junto al Comandante Ernesto Guevara en la campaña de liberación de Las Villas. Alcanzó el grado de capitán del Ejército Rebelde. Después del triunfo de la Revolución fue jefe de la Artillería Antitanque. Dirigió el Instituto Nacional de Reforma Agraria y la revista INRA, su órgano de difusión. Desempeñó el cargo de presidente del Banco Nacional de Cuba. En calidad de embajador extraordinario presidió la primera delegación oficial del Gobierno Revolucionario a la Unión Soviética, la República Democrática Alemana, Polonia y Checoslovaquia y firmó los primeros convenios culturales y comerciales con dichos países. Fue fundador de la Academia de Ciencias de Cuba y su presidente durante diez años. En 1972 ocupó el cargo, de embajador de Cuba en Perú. Es diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular, viceministro de Cultura y presidente de la Comisión Nacional de Monumentos. A todo lo largo de su fecunda vida de investigador y representante de Cuba en diferentes cargos y responsabilidades, colaboró en Carteles, Bohemia, Revista de la Sociedad Geográfica de Cuba, Universidad de La Habana, Revista de la Junta Nacional de Arqueología, Boletín de la Sociedad de Historia Natural «Felipe Poey», Revista de la Biblioteca Nacional «José Martí», Noticias de Hoy, El País, Pueblo, Cuba, Casa de las Américas, Granma, y ha viajado por México, Canadá, Colombia, Jamaica, Bahamas, Europa Occidental, República Popular China, India, Ceilán, Indonesia, Viet Nam, Campuchea, Egipto, Siria, Jordania, etcétera. Viajó al Polo en la expedición soviética «Estación Polo Norte 19», como resultado de la cual publicó diversos artículos en Granma. Fue secretario de la Sociedad Geográfica de Cuba, miembro de la Junta Nacional de Arqueología y Etnología, de la Sociedad Cubana de Botánica, de la Sociedad de Historia Natural «Felipe Poey», de la Comisión Nacional Cubana de la UNESCO, de la National Speleological Society y socio correspondiente de la Sociedad Venezolana de Historia Natural. Es Doctor en Ciencias Geográficas de la Universidad Lomonosov, de Moscú, miembro de las academias de ciencias de Rumania y Checoslovaquia y Miembro de Honor del Instituto de Geografía de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética. Fue condecorado con la Orden Premio Estatal de la Unión Soviética. Es miembro suplente del Comité Central del Partido Comunista de Cuba. Además de la Geografía de Cuba a que ya nos referimos -editada en varias ocasiones entre 1954 y 1972, esta última en cuatro tomos-, es autor de diversos libros de geografía y espeleología (Exploración geográfica del Pan de Guajaibón. La Habana, 1944; El Pico Turquino. Exploración y estudio. La Habana, 1945; Explorando las cavernas de Cuba. La Habana, 1945; La cueva de Bella Mar. La Habana, 1952; Facativa, santuario de la rana. Andes orientales de Colombia. La Habana, 1959; entre otros). Recopiló y prologó, tomadas de viva voz, las narraciones La abuela (Lima, Campadónico ediciones, 1973), en las que se relatan hechos de nuestro pasado. Su obra Cuba: la naturaleza y el hombre, en 17 tomos, se encuentra en proceso de elaboración. Algunas de sus obras han sido traducidas al ruso, chino, rumano, búlgaro, húngaro, checo, eslovaco, inglés.

BIBLIOGRAFÍA ACTIVA

Desarrollo y auge de la espeleología en Cuba. La Habana, Sociedad Espeleológica de Cuba, 1946. | Mayarí. Descripción general. La Habana, Sociedad Espeleológica de Cuba, 1948 (Expedición geográfica de Oriente, 2). | Nuevos descubrimientos arqueológicos en Punta del Este, Isla de Pinos. Inicial por Juan M. García Espinosa. La Habana, Universidad de La Habana, 1948. | Curso de espeleología general. Dictado bajo los auspicios de la Sociedad Espeleológica de Cuba, entre 1954 y 1955. Las Villas, Universidad Central, 1955. | Hacia la Reforma Agraria. La Habana, Editorial Tierra Nueva, 1959. | La ley de Reforma Agraria en su aplicación. Versión taquigráfica de la conferencia pronunciada por [...] en la octava sesión del Primer Forum Nacional sobre la Ley de Reforma Agraria, el 5 de julio de 1959, en el Capitolio Nacional. La Habana, Capitolio Nacional. Sección de Impresión, 1959. | La Liberación de las islas. La Habana, Editorial Lex, 1959. | Un año de liberación agraria. La Habana, INRA, 1960. | Humboldt, espeleólogo precursor. La Habana, reimpresión del INRA, 1960; 2a. ed. aum. La Habana, Academia de Ciencias de Cuba, l969 (Serie histórica, 11). | La Reforma Agraria en la Revolución Cubana. La Habana, Ministerio de Relaciones Exteriores. Depto. de Relaciones Públicas, 1960. | Así es mi país. Geografía de Cuba para los niños. La Habana, Imp. Nacional de Cuba, 1961; 2a. ed. La Habana, Editora del Ministerio de Educación, 1964. | Informe al pueblo en el segundo aniversario de la Reforma Agraria. La Habana, Imp. INRA, 1961. | Patria o muerte. La Habana, Imp. del INRA, 1961. | 20 años explorando a Cuba. Historia de la Sociedad Espeleológica de Cuba. La Habana, Imp. del INRA, 1961. | Cuba con la mochila al hombro. La Habana, Eds. Unión, 1963. | Inauguración del Museo de las Ciencias Felipe Poey. Palabras del [...] Discurso del Dr. Armando Hart Dávalos. La Habana, Academia de Ciencias de Cuba, 1964. (Serie Actividades, 3). | Las Américas. Geografía para los niños. La Habana, Editora Pedagógica, l965; 2a. ed. La Habana, Instituto del Libro, 1968. | Cuevas y pictografías. Estudios espeleológicos y arqueológicos. La Habana, Ed. Revolucionaria, 1967. | Piratería y colonización en Isla de Pinos. La Habana, Academia de Ciencias de Cuba. Instituto de Historia, 1967 (Serie Isla de Pinos, 20). | Conmemoración del 26 de Julio (Asamblea general celebrada el día 19 de julio de 1968). Discurso. La Habana, Academia de Ciencias de Cuba, l968 (Serie Actividades, 10). | La erosión desgasta a Cuba. La Habana, Instituto del Libro, l968. | Expedición a la península de Guanahacabibes. Notas de viaje. La Habana, Academia de Ciencias de Cuba. Instituto de Geografía, 1968 (Serie Pinar del Río, 21). | Fragmentos de las palabras del compañero Antonio Núñez Jiménez en la Asamblea general de los trabajadores de la Academia de Ciencias en Oriente celebrada en el Museo Tomás Romay de Santiago de Cuba, el día 15 de diciembre de 1967. La Habana, Academia de Ciencias de Cuba, 1968 (Serie Actividades, 7). | Informe sobre la visita de la delegación de la Academia de Ciencias de Cuba a la Royal Society of London, de Gran Bretaña, y el Centre National de la Recherche Scientifique, de Francia. La Habana, Academia de Ciencias de Cuba, 1969. | Lenin y la ciencia. La Habana, Academia de Ciencias de Cuba, l969 (Serie histórica, 11); La Habana, Academia de Ciencias de Cuba. Grupo de Filosofía, 1971 (Serie filosófica, l). | Academia de Ciencias de Cuba: nacimiento y forja. La Habana, Eds. de la Academia de Ciencias, 1972. | Inauguración del laboratorio de biología subterránea «Emil Racovitza». La Habana, Academia de Ciencias de Cuba, 1972 (Serie actividades, 24). | Martí: la historia y la revolución. Conferencia. La Habana, Academia de Ciencias. Instituto de Historia, 1972 (Serie histórica, 23). | La primavera de la revolución socialista en América. Estudio de La Historia me absolverá. Lima, Embajada de Cuba en Perú, 1973. | El Segundo Frente Oriental «Frank País». Lima, 1974. | Cuba, dibujos rupestres. Lima, 1975.

BIBLIOGRAFÍA PASIVA

Álvarez Conde, José. «Antonio Núñez Jiménez», en su Arqueología indocubana. La Habana, Publicaciones de la Junta Nacional de Arqueología y Etnología, 1956. p. 166; «Antonio Núñez Jiménez», en su Historia de la geología, mineralogía y paleontología en Cuba. La Habana, Editorial Lex, 1957. p. 248. | Febres Cordero G., Julio «[Estudio espeleológico de la Cueva de Bellamar por Antonio Núñez Jiménez. Tesis presentada para optar al título de Doctor en Filosofía y Letras. La Habana, 1951]», en Revista de la Biblioteca Nacional José Martí. La Habana, 2a. serie, 2 (3): 189-191, jul-sep., 1951. | Palenque y Saínz de la Peña, Amado. «Geografía de Cuba por Antonio Núñez Jiménez», en Nuestro Tiempo. La Habana, 2 (3): 9, ene., 1955. | Vieta, Ezequiel. «Con la patria al hombro», en La Gaceta de Cuba. La Habana, 3 (36): 22, may. 5, l964.

NÚÑEZ MACHÍN, Ana (San Antonio de los Baños, Habana, 7.1.1933). Cursó la primaria en su pueblo natal. Graduada de la Escuela Normal para Maestros de La Habana, estudió luego en la Facultad de Educación de la Universidad. Trabajó como maestra rural durante nueve años. En 1961 ingresó en la redacción del periódico Noticias de Hoy. Integró la Comisión Nacional de Alfabetización como periodista. Ha trabajado en el Departamento de Prensa y en la Editora Pedagógica del Ministerio de Educación. Ha obtenido premios y menciones en diversos concursos. En 1970 recibió el premio de biografía del Concurso UNEAC con su libro Rubén Martínez Villena. Sus colaboraciones han aparecido en Chic, Cine Gráfico, Romances, Mujeres, Verde Olivo, Con la Guardia en Alto, Trabajo, Cuba, Bohemia, Islas, Revolución, Vanguardia Obrera, La Tarde, Granma, El Mundo y Neva (Leningrado). Ha sido traducida al ruso, ucraniano, vietnamita, checo y alemán. Cultiva además el cuento.

BIBLIOGRAFÍA ACTIVA

Raíces. [Poesía] Mariano (La Habana), Editorial El Sol, 1955. | Tiempo de sombra. Poesía. La Habana, Imp. del Instituto Nacional de Reforma Agraria, 1959. | Sangre resurrecta. La Habana, Imp. C.T.C.-R., 1961. | Metal de auroras. La Habana, Imp. C.T.C.-R., 1964. | Historia local de San Antonio de los Baños. La Habana, IMP. U.J.C., 1965 | Braceros antillanos. La Habana, Ministerio del Trabajo, l969; La Habana, Talleres del MINTRAB, 1970. | Para preservar la salud de los trabajadores. [La Habana], Talleres del MINTRAB, 1971 (II Encuentro Nacional de Protección e Higiene del Trabajo). | Rubén Martínez Villena. La Habana, UNEAC, 1971; La Habana, Instituto Cubano del Libro, 1975. | Rubén Martínez Villena. Síntesis de su vida. La Habana [s.i.], 1972. | La otra María; o, La niña de Artemisa (Testimonio sobre María Josefa Granados, precursora de la lucha por los derechos de la mujer en Cuba). La Habana, Instituto Cubano del Libro. Editorial Arte y Literatura, 1975.

BIBLIOGRAFÍA PASIVA

González, Odilio. «La poesía de Ana Núñez Machín», en Diario de la Marina. La Habana, 125 (195): 6-D, ago. 18, 1957. | García Carrera, Dino. «Sobre una biografía de Rubén Martínez Villena», en La Gaceta de Cuba. La Habana (141): 31-32, dic., 1975. | Potts, René. «Cinco preguntas a Ana Núñez Machín», en Romances. La Habana, 35 (413): 17, feb., 1971.

NÚÑEZ MIRÓ, Isidoro (Matanza, 7.5.1933). Cursó la primaria en su ciudad natal. Se graduó de bachiller en 1950. En 1955 obtuvo el título de Doctor en Derecho en la Universidad de La Habana. Realizó estudios de estadística y programación Lineal. Ha trabajado como profesor en colegios, privados y en el Instituto de Estudios Financieros del Ministerio de Hacienda (1962-1964), donde explicó Derecho Fiscal, Financiamiento y Planificación. Ha trabajado como abogado y como asesor técnico del Ministerio del Trabajo y de Hacienda. Colaboraciones suyas han aparecido en Orígenes, Diario de la Marina, Casa de las Américas y La Gaceta de Cuba. Ha traducido poemas de Mallarmé y de Rimbaud. Cultiva también el cuento. En ocasiones ha firmado con el seudónimo Augusto Durán.

BIBLIOGRAFÍA ACTIVA

Se diría noche. 1953-1955 [Poesía]. La Habana, Imp. Úcar, García, 1956.

BIBLIOGRAFÍA PASIVA

Guevara, Alfredo. «Isidoro Núñez Miró: Se diría noche», en Nuestro Tiempo. La Habana, 4 (16): 8, mar.-abr., 1957.

NÚNEZ OLANO, Andrés (Unión de Reyes, Matanzas, 23.5.1900 La Habana, 21.12.1968). Cursó la primaria y el bachillerato en la ciudad de Matanzas. Ingresó en la Facultad de Derecho en la Universidad de La Habana, pero abandonó los estudios para dedicarse al periodismo. Asistía asiduamente a la tertulia del Café Martí, en la que se reunían los jóvenes intelectuales de la época, entre ellos Regino Pedroso, Juan Marinello y Rubén Martínez Villena. Formó parte del Grupo Minorista. Fue jefe de redacción de Ahora, La Discusión, Bohemia y Carteles. Dirigió el semanario Resumen (1935). Trabajó como redactor y traductor en El Fígaro, Social, El Sol, Chic, Revista de Avance y El Mundo, entre otras muchas publicaciones periódicas. Fue director del rotograbado dominical de El Mundo. Trabajó como profesor en la Escuela Nacional de Periodismo «Manuel Márquez Sterling» y en la Escuela de Letras y de Arte de la Universidad de La Habana. Además de sus poemas, escribió crítica literaria, teatral y cinematográfica. Es autor del prólogo y de la selección de Un nombre y otras prosas (La Habana, 1940), de Rubén Martínez Villena.

BIBLIOGRAFÍA PASIVA

Carbonell y Rivero, José Manuel. «Andrés Núñez Olano», en su La poesía lírica en Cuba. Recopilación dirigida, prologada y anotada por [...]. T. 5. La Habana, Imp. El Siglo XX, 1928, p. 572 (Evolución de la cultura cubana. 1608-1927, 5). | Lizaso, Félix y José Antonio Fernández de Castro. «Andrés Núñez Olano» en su La poesía moderna en Cuba (1882-1925). Antología crítica, ordenada y publicada por [...]. Madrid, Librería y Casa Editorial Hernando, 1926, p. 370. | Vitier, Cintio. «Andrés Núñez Olano», en su Cincuenta años de poesía cubana (1902-1952). Ordenación, antología y notas de [...]. La Habana, Ministerio de Educación. Dirección de Cultura, 1952, p. 137.

NÚÑEZ RODRÍGUEZ, Enrique (Quemado de Güines, Las Villas, 13.5.1923). Cursó la primaria en su pueblo natal y el bachillerato en el Instituto de Sagua la Grande (Las Villas). Se graduó de Doctor en Derecho en la Universidad de La Habana. En 1948 comenzó a escribir libretos satírico-políticos, humorísticos y de aventuras para la radio. Por esta labor recibió varios premios de la Asociación de Críticos de Radio y Televisión. En 1949 estrenó sus piezas Cubanos en Miami y La chuchera respetuosa, interpretada por Rita Montaner. Entre 1950 y 1959 formó parte de la redacción de Carteles. El Patronato del Teatro llevó a la Sala Talía, en 1959, su comedia Gracias, doctor, merecedora ese mismo año de la primera mención en el Premio «Luis de Soto». Ha publicado cuentos, poemas, estampas costumbristas y humorísticas en Bohemia, Zig-Zag, El Mundo, Siempre y El Sable, suplemento de Juventud Rebelde. Ha estrenado varias obras de teatro: El bravo (1965) y Voy abajo, sainetes con música de Rodrigo Prats; la comedia Dios te salve, comisario (1967), que alcanzó ciento treinta y cuatro representaciones consecutivas, y Sí, señor juez y La sirvienta, comedias escritas especialmente para la televisión. Desempeñó la dirección artística del Grupo «Jorge Anckermann». Es autor de guiones de cortometraje.

BIBLIOGRAFÍA PASIVA

González Freire, Nati. «Nueva en esta casa», en Bohemia. La Habana, 63 (13): 20-21, mar. 26, 1971. | Leal, Rine. «Gracias doctor», en su En primera persona (1954-1966). La Habana, Instituto del Libro, 1967, p. 64-67. | Monsanto, Andrés M. «Gracias doctor, eminentemente popular», en El Mundo del Domingo. Suplemento del periódico El Mundo, La Habana,: 12-13. mar. 6, 1966. | Parajón, Mario. «Dios te salve, comisario», en El Mundo. La Habana, 66 (22 036): 6, nov. 1, 1967.

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