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ABREU. Don Manuel -capitán de fragata de la Real Armada-. El gobierno constitucional de España viéndose impotente para costear expediciones militares que pudieran reconquistar y sostener sus posesiones de Sud América, y habiendo perdido el poder marítimo en el Pacífico sin tener fuerzas navales para disputarlo; pensó que le convendría tentar el medio de negociaciones pacíficas con los estados disidentes, fuese con buena fe para no exponerlo todo, fuese por ganar tiempo para hacer sus últimos esfuerzos si se desembarazaba de los obstáculos y agitaciones políticas en que se hallaba la Península. No sabemos si este plan tuvo su origen en las Cortes o en el gabinete, ni si influirían en su concepción intereses mercantiles de dentro o fuera de España, o informes y pareceres secretos del virrey del Perú.

El Rey envió comisionados a Buenos Aires, Colombia y Perú para la negociación de un armisticio durante el cual se tratara en España de un arreglo final con los estados de América, oyendo sus quejas y reclamaciones. Murió en Panamá uno de los dos agentes destinados al Perú, y el otro, que fue don Manuel Abreu, llegó a Payta e hizo su viaje por tierra para presentarse en Lima. En su tránsito por Huaura estuvo con el general San Martín que tenía allí establecido su cuartel general. Entró en esta capital el 31 de marzo de 1821, y encontró gobernando al general don José de La Serna a consecuencia de la revolución de 29 de enero en que los jefes del ejército obligaron desde Aznapuquio al virrey don Joaquín de Pezuela a dejar el mando, como referiremos en su lugar.

Mandó el Rey que en las capitales se formaran juntas que tomando el nombre de pacificadoras interviniesen en todo lo concerniente o que tuviera conexión con la paz y medios de procurarla según la Real orden del caso, presidió la junta de Lima el general La Serna que de hecho era el Virrey. Fueron vocales los mariscales de campo don José de la Mar Subinspector general, don Manuel Olaguer Feliu de Ingenieros, y don Manuel del Llano y Nájera, de artillería, el jefe de escuadra don Antonio Vacare Comandante de Marina, el alcalde doctor don José María Galdiano, el canónigo doctor don José Manuel Bermúdez, los capitanes de fragata don Manuel Abreu Comisionado regio, y don José Ignacio Colmenares.

La Serna invitó al general en jefe del Ejército auxiliar del Perú don José de San Martín para abrir conferencias de paz, y este acogiendo bien la incitativa, nombró por comisionados suyos al coronel don Tomás Guido, al secretario de gobierno don Juan García del Río, y a don José Ignacio de la Rosa, y de secretario al doctor don Fernando López Aldana. Por la parte Española, lo fueron el general Llano, el doctor Galdiano y don Manuel Abreu; de secretario el capitán de Estado Mayor don Francisco Moar, después relevado con el teniente de Navío don Ramón Bañuelos.

Las conferencias principiaron en la Hacienda de Punchanca y más tarde siguieron en la bahía del Callao, a bordo de la fragata Española «Cleopatra». Se acordó una suspensión de hostilidades que luego hubo que prorrogar, porque las discusiones y los obstáculos que por momentos aparecían, no prestaban campo para esperar una conclusión pronta. San Martín y La Serna se vieron en Punchauca, y tratándose con franqueza entraron de buena fe en explicaciones libres de doblez y simulación.   —54→   Lo que está publicado sobre las conferencias de Punchauca nos servirá a su vez para ocuparnos del curso de ellas, sus particularidades y causas que las hicieron terminar. En el presente artículo escribiremos sólo de lo sustancial e indispensable a su objeto, que es presentar a don Manuel Abreu tal como en mérito de justicia debe hacerse, contrariando las imposturas del astuto escritor don Andrés García Camba.

Unos cuantos jefes altivos y turbulentos sostenían una logia, siendo miembro de ella el general La Serna, hombre de buen carácter bien que débil y no de grandes alcances. Aquellos se habían apoderado de él desde que mandaba el ejército del Alto Perú (en que nada provechoso pudo hacer); y lo gobernaban como les parecía hasta el punto de haberlo detenido en Lima cuando debía regresar a España, induciéndolo a que se encargara del virreinato por resultado de una conspiración que tramaron contra el virrey Pezuela. Era este un hombre circunspecto, muy conocedor de la revolución y del país, acérrimo partidario de la disciplina antigua y rígida a que había debido sus triunfos: cansado ya de la lucha, y convencido de que el término de ella se hallaba próximo, y tenía que ser adverso para su nación. Pezuela bien desengañado de que ningún auxilio se debía esperar de la desgobernada e impotente España, era quien sin mengua de su honor estaba llamado por la necesidad más perentoria a suscribir un ajuste de paz que fuese el preliminar de la independencia. Por lo mismo, no era el hombre que convenía a las miras de jefes inmorales que querían ajar y dirigir a la autoridad, y esto no toleraba Pezuela que bastante los conocía. En ese club estaban reunidas ambiciones las más desenfrenadas, y cuyo vuelo rápido se encumbró en muy pocos años hasta dominar y apoderarse de todo en España, fomentando la anarquía. A La Serna y sus mentores sobraba inteligencia para distinguir que iban a usurpar un poder muy transitorio, y que lo temerario de sus designios no bastaría para alcanzar en definitiva un éxito sólido y permanente. Mas ellos se regían sólo por sus fines de elevación personal que se proponían sacrificando al Perú, y haciendo desprecio de inconvenientes de suyo enormes, pues tenían que luchar con toda la América.

San Martín propuso a La Serna el establecimiento de una regencia en el Perú, mientras se recababa en España la elección de un príncipe que viniera a gobernarlo constitucionalmente y según las condiciones que fuera razonable acordar. No desagradó la idea al Virrey, bien que dijese ser asunto digno de meditarse por su gravedad. Que a La Serna cuadró bien el proyecto, es tan cierto como lo fue que su petición de dos días de plazo para contestar, encerraba el objeto de consultarse con la Logia, o mejor dicho obtener su venia y consentimiento. El Virrey dijo reservadamente a sus comisionados Llano, Abreu y Galdiano «que el plan de San Martín era admirable, y que lo creía de buena fe». A Abreu le agregó, que pensaba en el general La Mar para que le acompañase como miembro de la regencia que él debía presidir, nombrándose por San Martín el otro miembro de ella. No era posible tratar a San Martín sin tener simpatías por él: soldado franco y cumplido, al mismo tiempo que cortesano sin afectación, es evidente que se hizo agradable a La Serna y que atrajo su voluntad.

El escritor García Camba silencia en sus memorias unos hechos, desfigura otros, y ofende no poco a la verdad. No podía por menos medrando los intereses de la Logia en que fue uno de los más activos y peligrosos colaboradores, porque era suspicaz, hábil y de torcidas intenciones. Entre los principales actores en la cuidad de Pezuela, Canteras era el más entendido en su profesión, Valdez, inferior en conocimientos,   —55→   dominaba al Virrey y tenía mucho talento e intrepidez: Seoane sin disputa se señalaba como bullicioso y osado, y García Camba superior a todos en cautela, fue el que cuidó de acriminar a Abreu, y pintarlo con odiosos colores atribuyéndole infidencia. Abreu no era un faccioso ni podía estar en las interioridades de aquellos. Lo desopinaban y hacían sospechoso, porque al llegar a Lima habló con respeto y elogio de San Martín, porque en Huaura este le dio un convite, y hasta porque le hizo poner una guardia de honor en su alojamiento. Camba acusa a Abreu como al general Llano y a Galdiano de haberse conformado con el proyecto de San Martín, pero calla que expresaron su aprobación porque antes La Serna los provocó aplaudiendo el mismo plan. Abreu acababa de venir de España, conocía mejor que todos las cosas que allá pasaban, y distante de faltar a su deber, no encontraría viso alguno de traición en el establecimiento de la regencia, que como lo demás que se hiciera quedaba sujeto a la aprobación del Rey y de las Cortes. Siendo esto así, desde que la negociación y las cuestiones habían de ventilarse en Madrid, se ve claro que los sediciosos de Aznapuquio por el órgano de Camba, no tuvieron razón para afrontar al comisionado Regio que violaba las órdenes del Rey, cuyo principio era no se sancionara la independencia. Desde que no se declaraba ésta para que el Perú se gobernase libremente, desde que el plan era del todo nuevo y no previsto ni esperado en España; desde que se trataba de un príncipe español para admitirlo de monarca eligiéndolo el Rey; y desde que no se sabía quién sería ese príncipe, la regencia no podía gobernar en su nombre, ni proclamar la independencia, y venía a ser un gobierno provisorio y mixto, compuesto de miembros de una y otra parte para asegurar la paz, y que podía disolverse terminado el armisticio si el Rey no daba su aprobación al proyecto.

Si en concepto de Camba, Abreu apoyando ese plan comprometía en responsabilidad, ¿cómo es que el mismo historiador cree legal y lícito el que La Serna, al querer ir él mismo a dar cuenta de todo al rey, dejase el mando entregado, como lo propuso, a una junta que gobernara el territorio del virreinato que estaba sujeto a las armas del Rey? ¿Permitían esto las leyes y el orden vigente para la sucesión accidental; estaba acaso en sus facultades disponerlo? Quiénes habrían de componer ese desconocido gobierno, no hay necesidad de averiguarlo.

La Logia no satisfecha de la junta pacificadora, y recelando de ella, hizo que La Serna le aumentara dos vocales que fueron el coronel Valdez y el oidor Berriozábal en quien tenía confianza. El Virrey remitió una última proposición al general San Martín con Valdez y García Camba. Ella era inadmisible y destruía lo ya tratado acerca del armisticio y sus bases; y para que fuese irrevocable y pusiera fin a las conferencias, se encargaron de conducirla los dos jefes más idóneos para el caso.

Remitiéndonos al artículo «La Serna» terminaremos el presente con dos notas oficiales que Abreu pasó a dicho Virrey y que sacamos de un cuaderno impreso en Lima en 1821, en que se publicaron los documentos relativos a la pacificación discutida en Punchauca.

«Excelentísimo señor: No cumpliría con los sagrados deberes que me imponen las generales y particulares instrucciones que he conducido del gobierno, si, frío espectador de la ruina de este imperio, no avanzase mis esfuerzos a la marcha ordinaria de negocios subalternos. Grabada en mi corazón la obligación de expresar la verdad, aun a los príncipes, nada podrá arredrarme cuando hablo a impulsos de mi conciencia. Vuestra Excelencia ha tenido sobrado tiempo para conocer los ardientes deseos que me animan por conseguir el objeto de mi destino, sin que por esto me   —56→   considere exento de imperfecciones. Las encadenadas y azarosas ocurrencias han ocasionado su demora; mas desgraciadamente hemos sido conducidos al borde de peores males después que los afanes de la diputación de S. M. C. habían conseguido ponernos a las puertas de la paz. Los artículos modificados de la nota que incluimos a Vuestra Excelencia deben ser el término de los males, y en la alternativa de la guerra o de la paz (asegurada la existencia de nuestro ejército) cualquier otro racional sacrificio (en mi concepto) no debe ser obstáculo para logro tan venturoso. Yo invito y confío en que Vuestra Excelencia, con presencia de las consecuencias de una opinión generalizada y en que siempre hemos convenido, unida al carácter de una guerra que desgraciadamente se ha hecho personal, dejará de conformarse a lo acordado; pero creo no debo pasar en silencio de que si por una fatalidad Vuestra Excelencia no tuviese a bien asentir, la junta está dispuesta a ratificar su opinión y pasarla por la diputación a la del Excelentísimo señor don José de San Martín, si las razones en contrario que exponga Vuestra Excelencia no las estimase bastantes, así como en la última junta no fueron suficientes para hacerle variar sobre la existencia de la junta y diputación en la ausencia de Vuestra Excelencia, y todos hemos extrañado que el secretario no lo hubiese extendido en acta. La inmensa distancia a la Península nos priva del remedio de tamaños e inmediatos males, así como también al gobierno de las noticias exactas de sus causas, si una multitud de personas que se disponen para navegar a Europa no fueran fieles órganos de ellas. Permita el Cielo que una paz tan suspirada se ahogue todas las pasiones que se alimentan en la guerra. Participo a Vuestra Excelencia que en las gacetas del gobierno Español del 4 y 5 de febrero se estampa el armisticio y regularización de guerra de Bolívar y Morillo. Dios guarde a Vuestra Excelencia muchos años, Lima 15 de agosto de 1821».


«Excelentísimo Señor: Confieso francamente que sólo tenía una remota esperanza de que dejasen obrar a Vuestra Excelencia según su corazón; pero jamás podría persuadirme hiciesen que negase los precisos alimentos y transporte al comisionado de N. M. teniendo forzosamente que mendigar estos auxilios con descrédito de Vuestra Excelencia, trascendental a todo español. Pero lo que parece una burla es, me diga Vuestra Excelencia le mande copia de las instrucciones reservadas de Su Majestad (que ha perdido, y acaso estarán en poder del enemigo con otros muchos documentos que Vuestra Excelencia dejó en palacio) y de todos los oficios habidos en la diputación, que es lo mismo que pedirme 200 pesos cuando menos. Lo que nos admira aún más es cómo se excusa al socorro de tantos infelices buenos españoles de que está hecho cargo el general Vacaro, con la particularidad que Vuestra Excelencia se niega sólo porque así lo quiere; pues, como es tan sabido, las riquezas de oro y plata que Vuestra Excelencia sacó de esta capital, y las que acaba de extraer de las minas de Pasco, no dicen que por falta de medios deja de auxiliarnos. Vuestra Excelencia me hace comparación con que los semblantes son tan desiguales como las opiniones: conviniendo en lo primero y en que no podemos hacer que varíe nuestra fisonomía, estamos obligados por otra parte a nivelarnos en los sentimientos de justicia y de razón, que para eso se nos dio. Vuestra Excelencia debe de tener presente, que no escribo sino para los que han hecho dictar un papel que es (como los demás) nuestro verdadero proceso y quiera nuestra suerte hayamos obrado según la fe de nuestra alma... Vuestra Excelencia me dice que siempre lo provocaba24 a que accediese a cosas contra su honor y responsabilidad: si yo no estuviera tan persuadido de lo contrario, y de que Vuestra Excelencia es el que ha declinado de un modo opuesto a nuestros deberes, no me atrevería a reproducírselo en toda ocasión. Vuestra Excelencia cuando se avistó con el general San   —57→   Martín en Punchauca, con sólo medio cuarto de hora que habló reservadamente con él, llamando en seguida y aparte a Llano, La-Mar, Canterac, Galdiano y a mí, nos dijo que el plan de San Martín era admirable, que lo creía de buena fe; y aunque dijo Vuestra Excelencia que no quería estar mandando, consintió en él, comprometiéndonos a todos, con la particularidad de haberme dicho Vuestra Excelencia, antes de la junta con San Martín, que pensaba poner de su acompañado en la regencia al general La-Mar. ¿Quién sino el diputado español le dijo a Vuestra Excelencia había opuéstose al general San Martín todas las razones y dificultades que estaban en oposición a su plan, habiéndole dicho a Vuestra Excelencia, y con particular secreto, después de la junta una circunstancia que me dijo Vuestra Excelencia haber advertido igualmente? ¿Y quién sino Vuestra Excelencia propuso a la junta pacificadora (anulado dicho plan) variar el gobierno dándole diversa forma que la legítima, y de la que antes había convenido con San Martín? ¿Y quién sino Vuestra Excelencia y Canterac nos escribieron en un principio que propusiésemos a Lima por ciudad anseática? Propuesta que jamas hicimos por considerarla demasiada debilidad, porque no lo habíamos acordado en junta, y porque en aquel tiempo los enemigos se daban por muy satisfechos con el Real Felipe, y sus dos adyacentes. Estas debilidades que alternaban con un rigorismo destemplado, verdaderamente son las que nos degradaban y aun nos separaban del círculo de nuestras atribuciones; pero Vuestra Excelencia jamás podrá probarme otra cosa que la inclinación a ceder algún partido o provincia, por obtener un bien tan general, y esto sólo convencido que el enemigo sólo por su actitud había de conseguir ventajas siguiendo la guerra. Vuestra Excelencia dice que mi lenguaje parece al de un agente de los disidentes: en otro tiempo procuró desacreditarme un ayudante de Vuestra Excelencia bajo el mismo pretexto; y ahora siempre que lo encuentro en la calle, baja sus ojos modestos, sin embargo de la protección que le dispensa este gobierno por haber estado en correspondencia con él, aun antes de mi llegada al Perú. El padre del pueblo español me designó con fin de conciliar sus hijos disidentes; yo conozco muy bien las faltas de ellos y las nuestras; y juro que he tenido más confianza para echárselas en cara suavemente, que para decir a Vuestra Excelencia las nuestras; pero Vuestra Excelencia habiendo sido siempre impulsado a tratarlos de traidores, rateros y alevosos, no ha podido convenir con la moderación y prudencia que la diputación se propuso, evitando así el rompimiento escandaloso a que Vuestra Excelencia nos provocó, exigiéndonos pasáremos a San Martín su original oficio, que Vuestra Excelencia sabe no se le dio curso y por cuyos antecedentes permítaseme pregunte ¿por qué habiendo tenido la diputación la usual y prudente precaución de lacrar y con variación sellar cuanta correspondencia ha tenido, ahora sólo me haya mandado Vuestra Excelencia la suya con sólo una porosa oblea? No lo sé, ni ya es tiempo de saberlo, pues que paso inmediatamente a la península. Dios guarde a Vuestra Excelencia muchos años. Lima 12 de noviembre de 1821. Excelentísimo Señor Manuel Abreu. Excelentísimo señor virrey del Perú».


ACAHUANA. Inca. En la construcción de la gran fortaleza del Cuzco, que concluyó en el reinado de Huaina Capar, hubo cuatro maestros ingenieros y directores principales. El tercero de ellos se llamó Acahuana, a quien, según Garcilaso, se atribuía mucha parte de los edificios de Tiahuanhcu. En cada cerca de la fortaleza había una puerta con una gran piedra levadiza para cerrarla. La segunda de estas puertas por haber sido obra de Acahuana tomó el nombre de éste.

ACEVAL. Don Toribio. Español, avecindado en Guánuco después de haber sido subdelegado de Panataguas en los primeros años de este siglo.   —58→   Fue en dicha ciudad alcalde de primer voto en 1809, sargento mayor y comandante de las milicias. Vino a Lima, y el virrey Abascal le nombró en 1812 secretario de cámara del virreinato en lugar del brigadier don Simón Díaz de Rávago. Obtuvo el grado de coronel de milicias, la orden militar de Calatrava, y la clase de coronel de ejército. El virrey don Joaquín de la Pezuela a su ingreso al mando en 1816 le continuó en la secretaria, cuyo cargo desempeñaba en enero de 1821, cuando el ejército destituyó a Pezuela y proclamó de virrey al general don José de la Serna. Siguió de secretario con éste hasta que se retiró de Lima en julio de ese año, y entonces, Aceval se embarcó para España.

No correspondió bien al general Pezuela, porque tuvo íntimas relaciones con los principales jefes que en el campamento de Aznapuquio forzaron al Virrey a que dejara el mando: así lo acreditan ciertas cartas que dirigió más tarde desde Europa a varios de ellos y que interceptadas se publicaron en Lima.

ACEVEDO. Don Diego de. Murió en España estando nombrado virrey del Perú. Véase Hurtado de Mendoza, don Andrés, marqués de Cañete.

ACEVEDO. Fray Gerónimo. Religioso agustino de esta provincia de Lima, natural de Chuquisaca; escribió un libro de a folio en el siglo XVII intitulado Boca Aurelia obra laboriosa y erudita en alabanza de San Agustín.

ACEVEDO. Don Juan. Fue quemado vivo por judío en Lima el día 23 enero de 1639, en el lugar llamado el Pedregal, al lado del camino de Amancaes.

ACEVEDO. El capitán don Juan González de. Presentó al Rey Felipe III el año 1609 un memorial acerca de los indios del Perú, en el cual dijo que, en las provincias sujetas a la mita se habían disminuido aquellos en una tercera parte desde el empadronamiento hecho de orden del virrey Toledo en 1581.

ACOSTA. El padre José. Natural de Medina del Campo en Castilla. Entró en la compañía de Jesús a la edad de 14 años en 1554: pertenecían a ella cuatro hermanos suyos. Tuvo grande ingenio, sólido juicio y escogida doctrina. Muy apto para todas las ciencias que profesó, habiendo sido el primero en su religión que enseñó Teología en Ocaña. Vino a América en 1571, obtuvo el cargo de provincial en el Perú, y escribió mucho sobre asuntos de Indias. Su obra de Historia Natural y Moral, que se imprimió en Madrid en 1590, tuvo entonces gran aceptación.

Tournefort en la introducción a su obra de botánica, le menciona entre los sobresalientes investigadores de plantas. El padre Acosta disfrutó de toda la confianza del arzobispo Santo Toribio. Dirigió y puso en latín el concilio Limense de 1582 a que concurrió como teólogo diputado. Lo condujo a Madrid y a Roma para su aprobación, y lo volvió a llevar a España. Quedó allí de prepósito de la casa profesa de Valladolid. Intervino en la quinta congregación general con derecho de sufragio por especial dispensa. Fue visitador de Aragón y Andalucía, y murió de rector en Salamanca en 15 de febrero de 1600, de 60 años de edad y 30 de profeso. El padre José Acosta escribió en latín los libros De procuranda indorum salute, Salamanca, 1588; De natura novi orbi, 1589, y otros tratados sobre el origen de los indios y sus costumbres, que insertó en la obra Historia natural ya citada, que tradujo al italiano   —59→   Juan Pablo Galucio, al francés Roberto Regnault, y al latín Teodoro de Bry, que la imprimió como suya. Era de sentir que la decantada barbarie de los indios no tanto provenía de su ineptitud, cuanto de la incuria y desacierto de sus primeros maestros. Véase Torquemada.

Este religioso criticó al padre Acosta en su Monarquía Indiana y le acusó de haberse apropiado trabajo ajeno en la obra Historia Natural y Moral.

ACOSTA. Juan de. Natural de Barcarrota (Badajoz). Antes de la expedición de Gonzalo Pizarro a descubrir el país de la Canela, el nombre de Acosta no aparece mencionado en suceso alguno: en esa campaña estuvo de alférez general, y en la retirada que fue preciso hacer para regresar a Quito, cuando el hambre tocaba ya el último extremo, Acosta fue con 10 soldados en solicitud de un pueblo en que se decía haber recursos de subsistencia. Combatió con los indios que se propusieron rechazarlo e impedirle la entrada. Arroyados del todo, Acosta quedó herido, y encontró allí abundante provisión que por esa vez salvó a la tropa de la necesidad que iba consumiéndola.

En 1543 el gobernador del Perú por el Rey licenciado Cristóbal Vaca de Castro, llamó al Cuzco a Gonzalo Pizarro, y este marchó de Quito con su gente cumpliendo aquella orden. En el camino sus partidarios, fomentando la ambición y soberbia de este caudillo, llegaron a combinarse para un alzamiento matando a Vaca; y el que se comprometió a ejecutar el asesinato fue Acosta luego que Pizarro le hiciera la señal acordada. Este plan se frustró porque un Villalba lo reveló al Gobernador.

Figuró después en la lucha de Gonzalo contra el virrey Vela en el Ecuador, y sirvió como capitán en la vanguardia, empeñándose en la persecución del Virrey a punto casi de alcanzarlo, y tomándole muchas cargas de provisiones y algunos prisioneros antes de su llegada a Tomebamba. En la batalla de Añaquito fue herido por Juan Funes. Al entrar victorioso en Lima Gonzalo Pizarro, Acosta y otro capitán marchaban a pie llevando de la mano las camas del freno del caballo que montaba el héroe de la jornada. Luego salió por la costa del norte con tropa a recorrer los puertos hasta Trujillo para oponerse a que los buques de Lorenzo Aldana, que dependía del presidente Gasca, hiciesen aguada: los marinos le pusieron en tierra, una emboscada de que se pudo librar; pero él desempeñó en algo su encargo tomando algunos prisioneros en varias correrías. Pensó Pizarro en expedicionar hasta Cajamarca y desbaratar a Diego de Mora que allí formaba tropas al partido del Rey, y envió al efecto a Juan de Acosta con una columna fuerte; pero no pasó de la Barranca por haberle hecho regresar Gonzalo a la guerra del Alto Perú contra Diego Centeno. En la tropa de Acosta hubo algunos en mal sentido que se fugaron al enemigo: de esto nacieron diferentes desconfianzas y sospechas por las cuales él mismo hizo degollar a Lorenzo Mejía de Figueroa, yerno del conde de la Gomera, y a un soldado.

Preparose en Lima una división y con ella se puso en marcha el capitán Acosta, llevó de segundo a Páez Sotomayor, de capitán de caballos a Martín de Olmos, de arcabuceros a Diego Gumiel, de picas a Martín de Almendras, y con el estandarte iba Martín de Alarcón. Se internó por la vía del Cuzco, y su tropa que pasaba de 300 soldados, la llevaba toda montada. Pizarro a quien los suyos abandonaban para presentarse al licenciado Gasca, dejó Lima y se retiró a Arequipa, enviando al comendador de la Merced de Trujillo en alcance de Acosta con la orden de que mudando de dirección pasara a reunírsele en Arequipa. No valieron las invenciones de Acosta que desparramaba falsas noticias en favor   —60→   de su causa, porque la tropa penetró el mal estado en que se hallaba Pizarro, y no perdiendo tiempo, se fugaron algunos oficiales inclusive Páez, Olmos, y Alarcón llevándose 35 soldados: no se atrevieron a matar a Acosta, como lo acordaron, porque éste receloso ya, tomó sus medidas precautorias. Acosta logró aprehender a algunos de los prófugos a quienes hizo morir: practicó averiguaciones sobre el caso, y mandó ahorcar a otros varios de quienes tenía sospechas.

A su llegada al Cuzco destituyó a los municipales que estaban por el Rey y habían sido nombrados por Diego Centeno. En cuanto salió de dicha ciudad se le desertaron 30 y después 28 con el capitán Almendras, que volviéndose a la ciudad hizo una reacción. Entró Acosta en Arequipa ya con poca gente, y halló a Pizarro a quien sólo habían quedado 280 hombres de más de mil que sacó de Lima. Acosta se vio en el camino con el obispo don fray Juan Solano que iba a su diócesis del Cuzco: este Prelado trabajó mucho para que se adhiriera a la causa del Rey, pero sus ruegos y reflexiones no pudieron vencer los caprichos de este faccioso.

Pizarro envió una carta para Diego Centeno proponiéndole un arreglo. Díjose que el objeto fue hacerle descuidar mientras Acosta iba hacia él con 20 soldados para sorprenderlo y matarlo. Este proyecto fue puesto en ejecución, y Acosta penetró en el campamento habiendo tomado a los centinelas, mas ya al llegar a la tienda donde Centeno estaba enfermo, le sintieron unos negros por cuyas voces hubo alarma general, y Acosta tuvo que huir.

Diose la batalla de Guarina el viernes 20 de octubre de 1547 a que concurrió Acosta como capitán de Infantería, habiéndola principiado él con unas escaramuzas. Recibió tres heridas no de gravedad, y tuvo ocasión de favorecer como lo hizo a los que lo hirieron. Pizarro con menos de 500 hombres atacó a Centeno que tenía 900, y lo derrotó por completo; pasando en breve al Cuzco a hacer frente al gobernador Gasca que ya iba sobre él con el ejército real. Gonzalo Pizarro supo que construían sus adversarios un puente en el río de Cotabamba; y para cortarlo y destruirlo, envió a Juan de Acosta con 30 soldados. Uno de estos, Juan Núñez del Prado fugó al enemigo y dio aviso, con lo cual malogrado su intento, tuvo que volverse al Cuzco. Acosta fue uno de los que se empeñaron en que Gonzalo no negociase la paz con Gasca.

Garcilaso refiere que habiendo acordado Pizarro defender el paso del Apurímac, Francisco Carvajal pidió que esa comisión se le diese a él; pero que Gonzalo no accedió a ello por necesitarlo a su lado; confiando el encargo a Juan de Acosta que fue a quien indicaron algunos jefes creyendo agradar a Pizarro. No habla de lo del puente de Cotabamba que cuenta el cronista Herrera, y dice que la expedición fue al Apurímac compuesta de 200 arcabuceros y 30 lanceros escogidos. Entre los pormenores, no olvida la deserción de Núñez del Prado quien dio noticias a los contrarios; agregando que si Acosta cumple las órdenes y advertencias de Carvajal, habría llegado a tiempo y desempeñádose bien, pero que no lo hizo así, y se desvió de las instrucciones frustrando la empresa; lo cual acredita que de poco sirve la valentía cuando falta el saber y una experiencia aprovechada que para todo es menester en la guerra. Todo esto es tomado de Agustín de Zárate. Acosta vio que alguna tropa había ya pasado el puente, y se volvió a pedir más fuerza dejando así tiempo para que todo el ejército de Gasca se reuniera en las alturas. De orden de este, el puente, que estuvo cortado, se había rehecho pasando los cables por medio de una balsa con gran dificultad. El   —61→   mal éxito de esta operación produjo murmuraciones e invectivas contra Acosta.

Prisionero en la batalla de Sacsahuana en que fue desbaratado Pizarro por el gobernador don Pedro de la Gasca el 9 de abril de 1548, fue ajusticiado entre otros en el mismo campo de la victoria de los realistas. Su cabeza colocada en una jaula de fierro estuvo expuesta al público por mucho tiempo en el Cuzco.

ACUÑA. Don fray Antonio González -de la orden de Santo Domingo-. Natural de Lima en cuyo convento ingresó después de estudiar como novicio en el colegio de la Compañía. Fue catedrático de prima de Teología moral, y doctor en la Universidad de San Marcos, inteligente en algunos idiomas; prior del convento de Guánuco; elegido definidor de provincia en el capítulo de 1657; y después pasó a Roma como procurador y encargado de serlo en todo lo concerniente a la beatificación y canonización de Santa Rosa. Fue visitador y vicario general de las provincias de Nápoles, provincial de Tierra Santa, y en 1676 obispo de Caracas, donde falleció en 1682.

El padre Acuña activó con incansable celo las diligencias y actuaciones seguidas para la conclusión y despacho de la causa de Santa Rosa. Entre sus tareas se señaló principalmente la del libro que, probando las virtudes que Rosa poseyó en grado heroico, escribió con fina elocuencia y una erudición propia de su capacidad y estudios. Él dispuso el adorno y extraordinario lujo del templo de San Pedro de Roma cuyas colgaduras, emblemas e inscripciones describe fray Juan Meléndez en los Tesoros verdaderos de las Indias, al referir las grandes fiestas que en aquella corte se celebraron con motivo de la beatificación de la Santa.

Fue Acuña autor de estas obras: Memorial e informe del Perú al padre fray Juan Bautista25 Marinis, que imprimió en 1659. Santo Domingo en el Perú, o Compendio de la historia de la provincia de San Juan Bautista del Perú, impresa en Madrid en 1660: un libro sobre la fe católica que publicó en italiano en Nápoles el año 1662 y la Vida de Santa Rosa que salió en Roma en 1665. Según don Nicolás Antonio y los padres Quetif y Eccard en sus Escritores Dominicos, Acuña tenía concluida y para darla a la prensa, la Historia general de la provincia peruana de San Juan Bautista.

ACUÑA. El padre Cristóval de. Nacido en Burgos en 1597. A la edad de 15 años entró en la Compañía de Jesús; perteneció al colegio de Quito y fue fundador y rector del de Cuenca. Era hermano suyo el corregidor y lugarteniente general de Quito don Juan Vásquez de Acuña de la orden de Calatrava.

Cuando en el año de 1638 llegó a dicha ciudad el capitán don Pedro Tejeyra, jefe de la expedición portuguesa que salió del Pará y penetró por el Amazonas hasta el territorio de Quijos, dispuso el virrey conde de Chinchón que se regresara con su fuerza y al efecto se le proporcionasen cuantos recursos necesitase. Mandó así mismo le acompañasen dos personas de inteligencia y respeto, a fin de que del Pará pasasen a España a dar cuenta al Rey, no sólo de lo acaecido con esa expedición, sino de las observaciones que les encargaba practicasen en todo el viaje, formando relación descriptiva y circunstanciada de los ríos y países ribereños, con las demás noticias que adquiriesen y fuera útil conservar.

El corregidor quiso ir personalmente a desempeñar esa comisión ofreciendo su hacienda particular para levantar gente, disponer pertrechos etc. No alcanzó la licencia, que le era indispensable para poder satisfacer sus   —62→   deseos, y en esta circunstancia el fiscal de la Audiencia de Quito, licenciado don Melchor Suárez de Poago propuso la idea de que marchasen con Tejeyra dos padres de la Compañía. Aceptada que fue, el Prelado de ella nombró a Cristóval de Acuña, y a Andrés de Artieda que era lector de Teología en Quito. Dióseles una provisión en forma por el Real acuerdo con fecha 24 de enero de 1639 y emprendieron el viaje el 16 de febrero. Llegaron al Pará en 12 de diciembre, y en marzo de 1640 partieron para España llevando una honorífica certificación, suscrita por don Pedro Tejeyra de sus tareas y recomendables servicios. Dieron cuenta al Rey de todo lo ocurrido, presentándole la relación escrita por Acuña, y que publicó en Madrid en 1641. Se ocupa de ella el padre Rodríguez en la Historia del Marañón: trata del origen del Amazonas, su longitud, latitud y profundidad, islas, peces, frutas y otras cosas de sus riberas, del clima, producciones, minas, objetos medicinales etc.; de las naciones, ritos, armas, comercio, ríos por donde puede entrarse al Marañón: del Napo y otros que se reúnen al Amazonas; y de las naciones que hay en ellos. Para la mejor inteligencia de estas noticias; Nicolás Sanzón formó un mapa de conformidad con el contenido de ellas.

Acuña pasó a Roma como procurador de su provincia y se le nombró en España calificador de la inquisición. Pidió al Rey se dictasen providencias oportunas para la conservación del vasto territorio del Amazonas; y que se estableciesen poblaciones y fortalezas en ciertas localidades importantes. Pero sus indicaciones fueron desatendidas, no sólo por incuria, sino porque la guerra de Portugal absorbía las atenciones del gobierno. El padre Artieda se regresó a Quito en 1643. Acuña permaneció en España algún tiempo más, y al fin cansado de esperar en vano los resultados que había procurado se vino al Perú y falleció en Lima, Hace memoria de él don Lorenzo Hervaz en su catálogo de lenguas Americanas. Véase Brieva, fray Domingo, véase Tejeyra.

ACUÑA Y BEJARANO. Don Juan de -marqués de Casa Fuerte, natural de Lima, virrey de Méjico, y capitán general de ejército-. Tuvo por padres a un caballero del mismo nombre, que fue regidor de Burgos, su patria; cruzado de la orden de Calatrava, corregidor de Quito y gobernador de Guancavelica, y a doña Margarita Bejarano natural de Potosí. Sus hermanos, don José, don Diego, y don Íñigo, marqués de Escalona, mayordomo de la reina doña Mariana, los tres de la orden de Alcántara, don Ventura de la de Santiago, y doña Josefa, vieron también la primera luz en Lima. Esta última, y su marido don Francisco de Luján Recalde, maestre de campo de esta ciudad, y natural de ella, fueron abuelos del sabio literato don José Agustín Pardo de Figueroa, que tomó el título de marqués de San Lorenzo de Valle Umbroso, por su matrimonio con doña Petronila Esquivel, su sobrina, nacida en el Cuzco.

Casa Fuerte pasó a España muy joven, y después de los estudios en que acreditó capacidad y aplicación, adoptó la carrera de las armas. Mandó compañías de infantería y caballería; fue maestro de campo (coronel) de un tercio denominado de los «Verdes», y después de Dragones, ascendió a general de batalla, y de artillería, ejerció el cargo de maestre de campo general en Cataluña, y en diferentes ejércitos.

Desempeñó el de gobernador de Mesina, y sus fortalezas, en Sicilia: el de virrey y capitán general en Aragón y en Mallorca, donde años desposa lo fue otro limeño, el teniente general don José Vallejo. Subió a la dignidad de capitán general del ejército, y al elevado puesto de consejero del Supremo Consejo de Guerra. Decoráronle las cruces militares de Santiago y de Alcántara, y en esta orden fue comendador de Adelfa. Don Juan   —63→   de Acuña pasó 59 años sin interrupción alguna, en la profesión militar. Ellos, y su espléndida carrera, bastan para que se comprenda cuál sería la entidad de sus servicios, su calificado mérito, y el grado de estimación en que supo colocarse. Su concurrencia a todas las guerras que tuvo España en su época, y una sucesión de funciones de armas en que su ilustre nombre alcanzó inmensa celebridad, fueron los títulos gloriosos que dieron a nuestro compatriota una reputación exenta de contradicciones, y suficientemente sólida para frustrar las malas artes de la envidia.

El último teatro de la carrera del marqués, vino a ser el Nuevo Mundo. Le nombró el rey Felipe V, virrey gobernador y capitán general de Méjico, eminente posición a que llegaron muy pocos americanos, bien que en la Península la ocuparon algunos hijos del Perú en diversos reinos y épocas. La ya probada capacidad del marqués de Casa Fuerte para el mando político, halló en ese encargo tan pesado y difícil, como es extenso el territorio mejicano, ocasiones muy frecuentes para acreditar en prudencia, tino y acierto en los negocios, gubernativos.

Sostenido, experimentado y sagaz, pudo mantener en aquel importante país la paz benefactora y el orden público, dejándole monumentos y recuerdos de su consagración al bien general y al adelanto de las ciencias y de la industria. Fueron obra suya los suntuosos edificios de la Aduana y casa de Moneda de la hermosa capital de aquel antiguo Imperio.

Invertía Casa Fuerte su caudal en limosnas y obras de piedad; y entre las de este género aún se conserva memoria de las rentas que estableció para dotar huérfanas anualmente, y para ayudar a sostener a los presos en las cárceles. Falleció en Méjico de su padecimiento de gota, cuando todavía se hallaba de Virrey, el año 1734 pues había sido prorrogado su período de mando. Su pérdida fue objeto del más profundo sentimiento en todas las clases de la sociedad. Durante su Gobierno tuvo por capitán de las guardias de palacio a su sobrino nieto el ya citado Pardo de Figueroa, marqués de Valle Umbroso, quien después regresó al Perú, su patria. El virreinato de Nueva España, por la muerte del Marqués, recayó interinamente en el arzobispo de Méjico don Juan Antonio de Vizarrón y Eguiarreta. Feyjóo en su Teatro crítico elogia al marqués de Casa Fuerte (tomo 44, pág. 112) y dice que no hubo en Méjico gobierno como el suyo. Menciónale Peralta en el canto 74 de su Lima fundada y Alcedo con mucha recomendación en el Diccionario Geográfico.

ACUÑA Y NORONHA. Juan de. Portugués. Fue relajado y quemado en Lima en 21 de diciembre de 1625, por judío, y en virtud de sentencia del Tribunal de la Inquisición. En este auto de fe, hubo 24 reos penados.

ACHINES. Ricardo. Marino inglés a quien vulgarmente se conocía con este apellido, pero que en realidad tenía el de Hawkins. En el artículo Drake hacemos relación de las empresas de este caudillo, el primero que trajo la guerra al Pacífico por el Estrecho de Magallanes en 1578; y decimos que en 1595 armó en Inglaterra 28 embarcaciones expedicionando con ellas a las Antillas y al Istmo, por donde intentó penetrar a Panamá. A Ricardo Achines se dio el mando de una escuadrilla en 1593 para que viniese al Pacífico y oportunamente obrara en combinación con las fuerzas de Drake a quien acompañaba Juan de Achines, padre de aquel.

Ricardo sacó de Plimonth cuatro naves: tocó en Madera y Canarias, y perdió dos buques en la altura del Río de la Plata. Luego que pasó el Estrecho, refrescó en la isla de Juan Fernández, quemó nueve embarcaciones mercantes en la costa de Chile, y cometió en ella muchas extorsiones.   —64→   Con noticia de estos sucesos, el virrey del Perú don García Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, preparó una armada en el Callao, y confirió el mando de ella a don Beltrán de Castro y de la Cueva, que era hermano de su esposa doña Ana y del conde de Lemos. Componíase de tres buques: «Capitana», «Patache» y «Almirante», y se embarcaron en ella muchos nobles de Lima. Hiciéronse a la vela con rumbo al Sud y a 25 leguas del Callao sufrieron un temporal al mismo tiempo de avistar las velas enemigas; y como experimentasen algunas averías, fue preciso volviesen al puerto. Don Beltrán, que era jefe de gran ánimo, sintió profundamente haber tenido que arribar en momentos de estar tan próximo el combate; y así puso todo empeño en alistarse para nueva salida. Verificó esta con la «Capitana», y con el «Patache» mandado por Juan Martínez de Leyva y navegó hacia el Norte, encontrando a Achines frente al puerto de Atacames que está en la costa de Esmeraldas. Larga fue la refriega sangrienta en que se disputó la victoria, y la alcanzó cumplida don Beltrán, pues tomó prisionero a Ricardo Achines y lo trajo al Callao, año de 1594. Don Luis Antonio de Oviedo conde de la Granja vecino de Lima, en el canto 10 del poema a Santa Rosa, trató de la expedición de Achines, del combate, y de las proezas de don Beltrán de Castro. Daremos aquí lugar a algunas de sus octavas:


103Fiando el español más de acero,
que del bronce que a gran distancia ataca,
deja correr su galeón velero
sobre el britano bordo, a que se atraca:
aquí el conflicto, aquí el martillar fiero
con armas blancas que el coraje saca
en enemiga púrpura teñidas,
a donde palpitar se ven las vidas.



107Y diciendo, y haciendo, a cuchilladas
hace a Britanos como al bordo astillas:
Manrique Carbajal con sus espadas,
y sus rodelas obran maravillas:
el gran don Diego Dávila, arboladas
las armas reales de las dos Castillas,
subir quiere el católico estandarte,
no sólo al tope, a donde habita Marte.


Menciona el conde a muchos caballeros nacidos en Lima que se hicieron dignos de alabanza por su bizarría:

Hernán Carrillo, Bermúdez, Agüero, Calderón, Castilla, Quiñones, Lescano Luján, Rivera, Ávalos, Bravo, Ubitarte, Mendoza, Sandoval, Rojas, Cueva, Arias, Centeno, Sarmiento, Pardo, Castro, Córdova, Zárate, que combatió y venció al capitán Brunel etc. Relata los lances terribles que hubo en los abordajes, después que don Beltrán desarboló a la capitana enemiga; y como por medio de Leyva capitán del «Patache», hizo rendir a Achines.


137Ríndete; no a mi brazo a mi fortuna;
a voces dice el generoso Castro;
ya tu constancia te erigió coluna
de jaspe en monumentos de alabastro:
tu nao subir merece hasta la luna,
como la de Argos a servirle de astro:
—65→
Yo a ti te amparo, protector y amigo
rendido a un noble vences tu enemigo.



140De don Beltrán le trajo a la presencia,
que asistido de cabos caballeros,
con franca militar benevolencia,
le recibió, ampliando urbanos fueros:
hospedole con tal magnificencia
en Lima, y en su casa años enteros,
que después de vencer, con nueva gloria
triunfó su humanidad de su victoria.


Dice don Cristóval Suárez de Figueroa en la historia del marqués de Cañete, que al saltar un marinero español en la nave inglesa en que estaba Achines, perdió ambas manos: «que se sostuvo con los dientes, y que llegó a pisar la cubierta de aquella»; cuenta otros hechos tan inverosímiles como éste.

El almirante español dio palabra a Achines en nombre del Rey de que su vida sería respetada. Mas la Audiencia de Lima, violando o estimando en poco esa garantía, declaró que el inglés debía sufrir la pena capital a que las leyes le condenaban. Él apeló al Consejo Supremo de Indias, donde venciendo don Beltrán, se resolvió quedase Achines libre, y en su virtud se restituyó a su país.

Juan Achines como al principio dijimos salió de Inglaterra con Drake en 1595. Supo en Canarias la desgracia y prisión de su hijo Ricardo: vino a la isla de Puerto Rico y combatiendo allí, le mató una bala de cañón. Véase en el artículo Drake el resultado que tuvieron las operaciones de éste en el istmo y su muerte en Portobelo.

ACHURRA Y NÚÑEZ DEL ARCO. El doctor don José Andrés de. Natural de Panamá. Canónigo magistral y tesorero, maestre-escuela, arcediano, deán y provisor de aquella iglesia. Nombrado obispo de Trujillo en 25 de octubre de 1788, tomó posesión a su nombre en 15 de abril de 1790, su antecesor don Baltazar Jaime Martínez de Compañón que había ascendido arzobispo de Santa Fe; y después lo hizo personalmente en 16 de enero de 1791. Murió en 31 de enero de 1793.

ADRIASOLA. El doctor don Ignacio Gregorio. Natural de Arequipa, hijo de don Juan Bautista y de doña Juana Teresa Navarro. Fue muchos años prebendado de aquel coro; ascendió a la dignidad de tesorero, y a la de maestre-escuela en 18 de marzo de 1747. Murió en 27 de marzo de 1749, dejando una obra pía para el culto de la Virgen de las Nieves. Costeó las naves o capillas colaterales del templo de San Francisco de Arequipa.

AGIP. José. Indígena de una hacienda cercana a Bambamarca [Pataz]. A fines del siglo pasado tenía cumplidos 141 años de edad. Comía y andaba con exceso: conservaba su vista en buen estado, y tiraba la escopeta frecuentemente.

AGUADO Y CHACÓN. El doctor don Jacinto. Natural de Granada. Estudió en el colegio mayor de Cuenca y universidad de Salamanca, y fue doctor en cánones y leyes. Por oposición se colocó de canónigo doctoral de Antequera, y después de penitenciario en el coro de Cádiz. Se le eligió por obispo de Cartagena de Indias en 1754, y antes de salir de España para su destino, fue nombrado obispo de Arequipa en 1755. Vino a Buenos Aires donde le consagró en 1756, el arzobispo de Chuquisaca don Cayetano   —66→   Marcellano y Agramont: pasó a Chile, y embarcándose en Valparaíso llegó a Quilca, entró en Arequipa el 14 de febrero de 1757. En este mismo año empezó la visita de su diócesis que concluyó en el siguiente. Construyó fuera de la población un palacio episcopal, gastando más de sesenta mil pesos, y lo destinó a sus sucesores con la pensión de costear la fiesta de San Juan Nepomuceno y cien misas rezadas. Consagró en 1.º de mayo de 1759, a su provisor el maestre-escuela don José Antonio Bazurto y Herrera por obispo de Buenos Aires. En 1760 fundó la casa de ejercicios para mujeres. En el mismo año dos familiares del obispo Aguado mataron de noche a puñaladas al alcalde ordinario de Arequipa don José Zegarra y al escribano don Blas de Tapia, porque estando haciendo la ronda los encontraron en malos entretenimientos. Estuvieron después los familiares en casa del prelado que ignoraría fuesen ellos los delincuentes. De allí fugaron para la sierra y los aprehendió el alcalde provincial don Francisco Abril en el camino. Permanecieron presos en el colegio seminario algunos meses, hasta que en Lima se declaró que siendo de menores órdenes no les valía el fuero, y se mandó fuesen entregados al brazo secular. El uno era español, y el otro que fugó, había nacido en Lima. Aguado se retiró a España en 14 de mayo de 1762, y fue nombrado obispo de Osma.

AGÜERO. El capitán don Diego. De los primeros conquistadores del Perú, y cabeza de una distinguida familia de Lima. Vino en compañía de don Francisco Pizarro y se halló en la sangrienta escena de Cajamarca en que fueron destruidas las tropas del Inca Atahualpa, prisionero entonces y muerto luego en un cadalso. Tocaron a Agüero 362 marcos de plata, y 8880 pesos de oro en la distribución que se hizo del tesoro que aquél había reunido para su rescate.

Emprendida la campaña sobre el Cuzco, Diego de Agüero se adelantó con el mariscal Almagro, Hernando de Soto y otros, y tomaron posesión del valle de Jauja venciendo la resistencia armada de los indios que allí, como en otros parajes más al interior, dificultaban la marcha de los españoles.

Sirvió después Agüero a órdenes de Almagro en la campaña que éste hizo en el Ecuador, fundando al mismo tiempo la ciudad de Quito. El mariscal encargado por Pizarro de cruzar los proyectos de don Pedro Alvarado, que desde Guatemala había traído una expedición para obrar independientemente en el Perú, envió a Diego de Agüero en compañía del padre Bartolomé Segovia y de Rui-Díaz a hacer comprender a Alvarado que ese territorio correspondía a la jurisdicción de Pizarro, así como debía pertenecer a la de Almagro el que se hallaba al sud de los límites prescriptos por el Rey.

Después de terminadas las diferencias entre ambos caudillos con el avenimiento que se celebró, se hallaba Agüero en Lunahuaná, donde era uno de los encomenderos agraciados por Pizarro en el primer repartimiento que hizo.

Y cuando en muchos puntos del Perú estalló el año 1535 el levantamiento de los indios para libertarse del yugo español, Agüero escapó y vino a Lima avisando al gobernador don Francisco Pizarro que se acercaba a la ciudad un fuerte ejército que se proponía tomarla o arrasarla.

En la guerra sostenida para la defensa de Lima atacada tenaz y vigorosamente por numerosas tropas de indios, y cuando la ciudad contaba con pocos españoles armados, el capitán Diego de Agüero figuró en los sucesos memorables de ese asedio tan fecundo en hechos los más clásicos que pueden oírse del valor, de la audacia y hasta de la temeridad.

  —67→  

Era don Diego vecino muy notable de Lima: concurrió a la fundación de la ciudad, se le adjudicaron terrenos cuando el gobernador Pizarro hizo la distribución primitiva de solares, y fue regidor desde la erección del primer cabildo, habiendo confirmado el Rey su nombramiento.

Poseedor de riquezas, como uno de los principales conquistadores, se le vio emplearlas generosamente en obras benéficas y con especialidad en objetos religiosos. Hizo donación a los dominicos de un terreno que poseía en la calle de Judíos, y en él se alojaron y vivieron cuando el convento de Santo Domingo aún estaba por construirse, y los frailes por falta de clérigos, ejercían las funciones parroquiales en la catedral.

Agüero cooperó a la fabrica de la Iglesia de Santo Domingo; costeó de su peculio la de la gran capilla de Santiago o del Santo Cristo que compró y dotó invirtiendo en todo muchos miles de pesos. La bóveda subterránea de esa capilla como propiedad de los Agüeros, era el lugar de entierro de todos los de esta familia. Fundó Agüero un aniversario de misas por escritura de 14 de octubre de 1541 ante el escribano Pedro Salinas, e hizo donación de una chácara que el convento unió a la de Limatambo de su propiedad. Los descendientes de Agüero permitieron, tiempos después, que en dicha capilla se estableciese el culto de Nuestra Señora del Rosario.

Hallábase don Diego de Agüero en Trujillo en 1535 cuando fundó esa ciudad don Francisco Pizarro; y habiendo llegado a ella un español nombrado Casalleja, dijo traer él las provisiones reales para que don Diego de Almagro fuese gobernador del territorio Sud del Perú desde hincha inclusive para adelante. Agüero sin más dato se puso en marcha en solicitud de Almagro a quien alcanzó en Abancay y le dio la tan agradable como deseada nueva. Aseguran algunos historiadores que los obsequios que el mariscal hizo a Agüero por albricias, valían más de siete mil castellanos. Este viaje y comedimiento que podía atribuirse a exceso de amistad por Almagro (bien que pareciera incompatible con la de Pizarro) o al interés particular de Agüero por estar su encomienda de Lunahuana colindante con Chincha,26 fue tanto más extraño, cuanto que Agüero, (refiere el cronista Herrera) congratuló a Almagro a nombre de Pizarro no teniendo para ello orden ni encargo de este. Tuvo después ocasiones de manifestar su consideración a don Diego de Almagro, porque en las juntas y disensiones que hubo al tomar cuerpo las desavenencias de los dos caudillos, siempre fue Agüero de opinión de que se adoptase todo camino de posible conciliación, sin llegar jamás al extremo y duro partido de la guerra civil: opúsose igualmente a la medida propuesta por algunos de aprehender a Almagro y remitirlo a España.

No obstante lo expuesto que no admite otras explicaciones, porque las antiguas noticias de esos sucesos son escasas, y por lo regular confusas; Diego de Agüero militó el año de 1538 en las tropas del gobernador Pizarro y estuvo a órdenes del maestre de campo Pedro Valdivia en las operaciones que por Guaytará tuvieron lugar contra Rodrigo de Orgóñez, general de Almagro.

Acabada la guerra civil que sostuvo don Diego de Almagro hasta la batalla de las Salinas en que fracasó su causa, permaneció Agüero en Lima donde ni él ni los demás vecinos notables pudieron evitar la desastrosa muerte del gobernador don Francisco Pizarro, ni acudir oportunamente a defenderlo el día que se perpetró el asesinato. Siguieron a él no pocas medidas violentas de los partidarios de Almagro el hijo quien se proclamó gobernador y capitán general del Perú. Entre los vecinos más visibles de Lima que fueron presos en aquellas circunstancias hallose el   —68→   regidor Diego de Agüero, quien conducido a Jauja, obtuvo después su libertad y pudo regresar a la capital con licencia del mismo Almagro, que había dejado a Lima para marchar con sus tropas al interior en que se le ofrecían serios cuidados.

Venido al Perú el gobernador Vaca de Castro, Agüero se unió a él y recibió la carta que el rey le escribió, como a otros vecinos, encargándole trabajase por la pacificación del país y restablecimiento del orden. Hizo la campaña que se abrió entonces, y se distinguió en la batalla de Chupas en 1542 en la cual pereció el bando de don Diego de Almagro, el mozo.

El año siguiente con noticia del arribo del virrey Blasco Núñez Vela, el cabildo de Lima envió a Diego de Agüero a recibirle con otros regidores, mas estos como propietarios y encomenderos se disgustaron al saber las órdenes que el Virrey traía, y las disposiciones que por el camino tomaba en favor de la libertad de los indios. Agüero no quiso continuar su marcha hasta Trujillo donde estaba el Virrey y se regresó como los demás desde la Barranca.

Garcilaso dice que cuando en Lima hubo una general disposición para no admitir al virrey Vela, Agüero fue uno de los vecinos de crédito que puso más empeño en que se sosegasen los ánimos, y se hiciese con decoro y acatamiento la recepción del Virrey. Pero aunque esto haya sido así, no es de dudar que Agüero se entendió con los oidores y los ayudó, en sus planes y hechos contra Blasco Núñez Vela, hasta que este Virrey quedó depuesto y preso en 1544.

Nada nos dicen los antiguos historiadores acerca de la conducta y pasos posteriores del capitán Diego de Agüera, ni de la época en que falleció.

Fue casado con hija del conquistador Nicolás de Rivera, uno de los 13 que quedaron con don Francisco Pizarro en la Isla del Gallo antes del descubrimiento del Perú. Su hijo Diego de Agüero el mozo, tuvo por esposa a doña Beatriz Bravo de Lagunas hija de otro vecino muy principal. Don José de Agüero procedente de este matrimonio estuvo casado con Marcela de Padilla hermana de doña Gerónima mujer de don Alonso de Santa Cruz, y de doña Feliciana que fue madre del arzobispo de Méjico don Feliciano de Vega y abuela del obispo de Guamanga don fray Cipriano Medina, ambos limeños.

Doña María Vega sobrina de dicha doña Marcela fue esposa de don Juan de San Miguel, de donde salió la distinguida y larga familia de San Miguel y Solier. Véase, Santa Cruz.

El citado don José Agüero tuvo por hija a doña Magdalena que casó con el oidor don Agustín Medina del orden de Santiago cuya hija doña Sebastiana fue esposa del general don Antonio Santillán de Hoyos. De don Luis de Agüero (otro hijo de don José) nació doña Úrsula que fue madre del regente del tribunal de cuentas don Agustín Carrillo de Córdova. A este don Luis le dio el Virrey, príncipe de Esquilache en 1618 y por sus días, la encomienda de Lunahuaná en consideración a los servicios de sus abuelos, bien que con rebaja de la 3.ª parte de sus productos. Esta encomienda había ya pasado a la corona por muerte de aquellos.

El capitán Diego de Agüero era de la familia del adelantado Juan Garay: fundó un mayorazgo en Lima; y en sus descendientes estuvo vinculado el empleo de chanciller de la audiencia cuyo último poseedor fue don Andrés Ochoa de Amézaga como marido de doña Josefa de los Santos Agüero.

Fray Nicolás Agüero natural de Lima fue nieto del conquistador don Diego: profesó en este convento de Santo Domingo en 18 de julio de 1582; pasó a España, estudió en el de San Pablo de Córdova, y regresó al Perú en   —69→   1604. Obtuvo los grados de presentado y predicador general que le dio el capítulo general de Roma de 1608. Fue prior de Potosí, y en Lima vicario general, y provincial electo en 23 de junio de 1611.

Siendo prelado desempeñó de muchas deudas al convento de Lima, aumentó la sacristía, puso techos nuevos a las celdas de la enfermería, e hizo unas ricas andas de ébano y plata para las procesiones. Acaeció su fallecimiento el día 14 de setiembre de 1617.

AGUIAR Y ACUÑA. Don Rodrigo. Natural de Madrid. Jurisconsulto afamado por sus muchas luces. Vino de oidor a la Audiencia de Quito, de cuyo empleo ascendió a consejero de Indias. Fue autor del Sumario de la Recopilación general de las leyes de Indias, que salió a luz en Madrid en 1628. Falleció en 5 de octubre de este año sin haber publicado la obra principal de la materia a que contrajo sus tareas, en unión del célebre americano don Antonio de León Pinelo. Aguiar fue casado con doña Luisa Herrera, y su hijo don Antonio, nacido en junio, y caballero de la orden de Santiago, fue vicecanciller de las Indias.

AGUILAR. Hernando de. Español. Fue el primero que recién fundada la ciudad de Arequipa, introdujo en su campiña ganado vacuno y ovejas.

AGUILAR. Don José Gabriel. Nació en Guánuco, y se ejercitaba en la minería. Después de haber viajado por España, concibió el proyecto de revolucionar el Perú para emanciparlo bajo la forma monárquica. No sabemos con qué fundamento se armaba que pensó someter el país al poderío de Inglaterra, y que había tenido acerca de esto conferencias en Cádiz con el cónsul de dicha nación. Sin embargo de asentarse esto mismo en la memoria del virrey marqués de Avilés, no se han dado pruebas de la realidad de tal proyecto; y así tenemos esa noticia por vulgar, apelar de alguna causa que apoyara en apariencia. También se dijo que con pretexto de exploración de minas, Aguilar había estado en Chachapoyas con el designio de reconocer el curso y salida del Amazonas al Océano.

Es indudable que Aguilar abrigó la idea de la Independencia, y que para trazar el modo de realizarla se trasladó al Cuzco a fin de verse con el abogado doctor don J. Manuel Ubalde, que sirvió de asesor interino de gobierno en dicha ciudad. Se conocían ambos, y el primero estaba animado a entrar en acuerdos con el otro, por tener antecedentes ciertos en cuanto a sus opiniones. Tuvieron la cordura de considerarse insuficientes para representar el imperio antiguo del Perú, lo cual requería alto prestigio y bases muy seguras para que los naturales del país entrasen con decisión en un cambio de tanta magnitud y consecuencias.

Arbitraron el medio de tentar al regidor don Manuel Valverde, que era tenido por descendiente de los emperadores, y llevaba por apellido materno el de Ampuero. Ubalde se encargó de trasmitirle el proyecto, y Aguilar pasó al mineral de Chimboya para asociarse con un sujeto influyente, don Carlos Mejía, el cual no sólo se mostró resuelto, sino que atrajo al médico don Justo Justiniani. Este tomó al cuidado inducir al cacique de Ilabe hasta lograr se comprometiese en favor del plan. Las vistas de Ubalde con Valverde produjeron el efecto deseado; y el asesor; que tenía en el Cuzco crédito de hombre de espíritu religioso y ejemplares costumbres, solicitó la cooperación del padre lector fray Diego Barranco, cuya diligencia surtió un pronto y favorable éxito.

Aguilar había penetrado bien el carácter y propensiones supersticiosas   —70→   del palo que lo era preciso mover, y adoptó el camino de alucinar a los crédulos, hablándoles de varias revelaciones de que él no podía apartarse desde que le eran trasmitidas por permisión divina. Como la mujer de Valverde fuese estéril, se le ocurrió a Aguilar y al mismo Ubalde la idea de tenerle provista para otro enlace, a la hija mayor del escribano don Agustín Becerra que pasaba por descendiente de la familia real de los Incas. Asegúrase que si Aguilar trataba de esto con buena fe, no sucedía así por parte de Ubalde, que aspiró luego a aprovechar para sí ese matrimonio, y ceñirse la corona. De estas particularidades no salimos responsables, y aun las habríamos omitido, si el virrey en la narración del caso no se hubiese encargado de ellas.

Fue colaborador de Ubalde el abogado don Marcos Dongo, protector de naturales, que aunque con relaciones útiles y algún valimiento, no era muy discreto para precaverse; y procedía con ligereza al confiarse de otros, y hacer promesas en cambio del apoyo que buscaba. Cuéntase que ofreció obispados a eclesiásticos de nota y de mucho influjo, que no violaron el secreto: pero que no le sucedió otro tanto con don Mariano Lechuga a quien Aguilar y él halagaban con el mando en jefe de las tropas que se organizasen. Hiciéronse también tentativas en la Paz, según se advirtió por una carta en términos subversivos que se interceptó al abogado don Pedro Pan y Agua, al cual la escribía otro letrado de aquella ciudad, don Juan Crisóstomo Esquivel. Mientras Dongo hacía sus preparativos, se afanaba como los otros en ganar prosélitos, y creía contar con más de cuatro mil indios, esperando de Arequipa felices resultados; Lechuga denunciaba la conspiración el 25 de junio de 1805 al oidor don Manuel Plácido Berriozábal.

Gobernaba en el Cuzco el brigadier conde Ruiz de Castilla, quien mostró repugnancia a dar asenso a todo lo que se le trasmitía; y para convencerlo fingió Lechuga una enfermedad, llamó a su casa a Ubalde después de ocultar en un cuarto inmediato al oidor Berriozábal y al secretario del Presidente. Allí se comprobó la verdad de la denuncia, y aun se recogieron nuevos datos; con lo que Castilla se vio obligado a dictar providencias, empezando por la prisión de los acusados y el acuartelamiento de tropa de las milicias. El virrey Avilés hizo salir de Lima dos compañías veteranas con destino al Cuzco.

Cometiose a Berriozábal la formación de la causa cuyo término no fue tan pronto por la morosidad de las tramitaciones judiciales.

Puesto en trasparencia el plan de crear una monarquía, aparecieron en la causa con más o menos pruebas los detalles de ejecución que consistían en apoderarse del cuartel, de las armas y demás del parque, dando muerte al presidente y oidores; tomar el caudal de tesorería, formar un ejército que expedicionara sobre Lima con Aguilar, y otro para el Alto Perú con Lechuga, etc. Dada la sentencia en 3 de diciembre fueron condenados por la Audiencia Aguilar y Ubaldo a pena capital que se cumplió en la plaza mayor del Cuzco el día 5. Al doctor Dongo a diez años de presidio en África confiscándole sus bienes, declarándole inhábil para obtener empleos y borrándolo de la matrícula de abogados. Al cacique Cusihuaman, a destitución de su cargo, inhabilidad para volver a obtenerlo, y residencia forzosa en Lima por dos años; al franciscano Barranco, a Valverde, y al presbítero don Bernardino Gutiérrez capellán del hospital de San Andrés, a destierro a España a disposición del Rey: al cura don Marcos Palomino a reclusión temporal; declarándose inocente al teniente coronel don Mariano Campero.

En mayo de 1806, llegaron a la cárcel de corte de Lima los sentenciados,   —71→   que luego salieron para sus destinos quedando Gutiérrez por el tiempo preciso al restablecimiento de su salud.

Aguilar murió con valor: y tuvo serenidad en la capilla para componer unas décimas, que corren impresas, acerca de sus desgracias.

El Congreso constituyente de la República, en un decreto de 6 de junio de 1823 «declaró beneméritos de la patria a Aguilar y a Ubalde: ordenó se borrase cualquier padrón que existiese infamando su memoria; y que sus nombres se colocasen a la par de los más celosos defensores de la Independencia».

AGUILAR DEL RÍO. Don Juan Bautista. Arcediano de la iglesia catedral de Arequipa y deán en 1645. Había servido en su carrera cuarenta años como cura, visitador, etc., en muchas provincias, antes de ocupar silla en aquel coro, en que fue tesorero en 1622 y luego chantre. Aguilar acreditó desinterés y caridad como párroco, defendió a los indios y los doctrinó con provecho. Publicó en 1615 la obra Restauración y reparo del Perú, un tomo en folio. El año 1623, dirigió al Rey un luminoso discurso acerca de las desgracias y necesidades de los indígenas: manifestó cuánto sufrían de los corregidores; los abusos de éstos, las granjerías y manejos fraudulentos con que los saqueaban, y el trato tiránico con que los abrumaban y embrutecían. Propuso multitud de medidas que creía eficaces para reprimir estos excesos; y un proyecto de reducción general a fin de instruir a los indios, conservarlos y protegerlos en su industria y propiedades. El Rey envió el escrito de Aguilar con orden de 3 de setiembre de 1624 al virrey marqués de Guadalcázar, recomendándole su contenido para que acerca de los puntos que abrazaba, procediese a lo más conveniente. Imprimió Aguilar su obra, y también los informes que a favor de ella dieron muchos prelados y personas de jerarquía. Pero el gobierno español en América toleraba los escandalosos procedimientos de los corregidores, que se enriquecían a costa de los indios, y era casi inútil representar los atentados de hombres, cuyo valimiento e influjo, aquí y en España eran tan perniciosos.

Fue Aguilar el segundo rector que tuvo el Seminario de Arequipa, y en 7 de noviembre de 1642, hizo donación al convento de la Recoleta de San Francisco, del sitio en que está situado. Acaeció su muerte en mayo de 1653. Véase Maldonado, don Fulgencio.

AGUILERA. Don Francisco Javier. Natural de Santa Cruz de la sierra en Bolivia, uno de los partidarios más acérrimos del Gobierno español en América. Militó en el Alto Perú concurriendo a las campañas sostenidas contra los ejércitos argentinos. En marzo de 1815 batió varias fuerzas que comandaban los guerrilleros Camargo, Caballero y Villarrubia, y estos encuentros ocasionaron muchas muertes, contándose entre ellas las de los prisioneros que fueron fusilados. Hallose Aguilera en la batalla de Vbiluma ganada por el general Pezuela el 29 de noviembre de dicho año: mandaba un batallón de nueva creación denominado Fernando 7.º. Con este cuerpo, y otras tropas expedicionó, ya de coronel, a Valle Grande nombrado gobernador de la provincia de Santa Cruz. Derrotó en el distrito de la Laguna al esforzado Padilla que había guerreado por cinco años con la mayor tenacidad. Matole el mismo Aguilera, y envió su cabeza a Chuquisaca (13 de octubre de 1816). En esta función salió malherida la mujer de Padilla que le acompañaba en sus correrías. Este suceso hizo calmar la revolución en la Laguna, Yamparaes y Porco: la mortandad fue mayor por las crueldades de Aguilera, quien tomó en dicha acción una pieza de artillería, 250 fusiles, banderas etc.

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En 22 de noviembre tuvo una reñida batalla cerca de Santa Cruz con el general patriota Varnes que murió combatiendo, y cuya cabeza la hizo colocar en la plaza de la capital de la provincia. Nueve cañones, muchas armas y municiones, y un crecido número de muertos, fue el resultado de este triunfo. Aguilera en 3 de julio de 1817 atacó y dispersó en Río Grande a los caudillos Nogales y Mercado que tenían cuatrocientos hombres y tres cañones. Días después, el 16 los asaltó de nuevo en Sauces. Pero unidos con otro guerrillero Saavedra, hicieron una envestida a los realistas el 9 de noviembre, batiéndose en las calles de Santa Cruz. Rechazados por Aguilera, sufrieron notable pérdida de gente, quedando Saavedra prisionero. En el año siguiente, por febrero, envistió a los caudillos Vaca y Rocha destruyendo sus guerrillas en los montes de Tocos: murió el segundo entre otros y les tomó armas, bagajes y después emprendió el sanguinario Aguilera otras operaciones; y con una gruesa columna marchó sobre la Laguna ligado a una combinación acordada para destruir las fuerzas contrarias que se acercaban a Chuquisaca.

No cesó Aguilera de prestar activos servicios, y en 5 de octubre de 1823 fue ascendido a brigadier en una promoción general. Hallábase ejerciendo el mando de la provincia de Santa Cruz al tiempo que el general Olañeta se reveló contra el virrey La Serna a principios de 1824; y en el acto se adhirió a esa defección de que tenía conocimiento anticipado. Marchó con una columna sobre Cochabamba para obrar con las tropas de Olañeta, se quejaba de postergado en su carrera, seducir a otros jefes, y blasonando de la abolición de la Constitución y de haber proclamado al Rey absoluto, deprimía al general Valdez y lemas favoritos de La Serna llamándolos «ilustrados y lógicos enemigos de la religión y de la real corona».

Después de la acción de Tarabuquillo recibió a los comisionados que de arte del general Valdez le propusieron un arreglo. Fueron el coronel don Diego Pacheco y el canónigo de Chuquisaca don Julián Urreta: mas cuando vio Aguilera que se alejaba Valdez en seguimiento de Olañeta, y que su tropa no podía ser amenazada de cerca, despidió a dichos agentes sin convenir en cosa alguna.

La completa derrota de los españoles en Ayacucho puso en conflictos a Olañeta. El ejército vencedor penetró en el Alto Perú, y cuando le estrechaba en su retirada hacia la república Argentina, una parte de sus tropas se le sublevó con el coronel Medinaceli, y en un combate venció en Tumusla al resto de fuerzas con que Olañeta se hallaba. Fue éste gravemente herido el 1.º de abril de 1825 y al siguiente día murió.

Aguilera participando de las desgracias de aquella crisis; perdió la división que le obedecía, la cual como era natural pasó a poder del ejército independiente. Ya por octubre tuvo que fugar de Cochabamba donde residía, porque mal avenido con el nuevo orden de cosas, su conducta política no era digna de consideración. Permaneció tres años vagando por bosques y lugares inhabitados. Enfrió inauditas privaciones y penalidades, que arrostró con su inflexible carácter, alimentando siempre esperanza de hacer renacer la contienda que había terminado radicalmente. Tuvo la insensatez de intentarlo él mismo, causando asombro a cuantos contemplaron semejante escándalo. El 25 de octubre de 1828, en unión del cura Salvatierra, se apoderó de la fuerza que estaba de guarnición en Valle Grande. Proclamando al Rey Fernando VII, se tituló general en jefe del ejército real, y dirigió una nota al coronel Anselmo Rivas para que se le rindiese con una columna que marchaba a batirlo desde Santa Cruz. Rivas le contestó en Samaypata el 27 de octubre afrontándole el crimen cometido, con orden de que se entregase   —73→   la tropa que había logrado sorprender, y recibiese pasaporte para España.

Este requerimiento no surtió el efecto que se buscaba: y Aguilera supo a última hora que tenía delante una división a la cual le era indispensable resistir. Se defendió en Valle Grande, y fue desbaratado el 30, como no podía dejar de suceder: él escapó herido y adoptó el arbitrio de ocultarse. Recogiéronse 250 fusiles; 82 lanzas y otros artículos; su jefe de E. M. teniente coronel don Francisco Suárez, fue ese mismo día pasado por las armas.

El 23 de noviembre cayó preso Aguilera en aquella población: inmediatamente se le fusiló colocándose su cabeza en un lugar público. Los documentos a que nos referimos tomados de periódicos de Bolivia, se reimprimieron en la Prensa Peruana a fines de 1828 y principios de 29,

AGUIRRE. Don Javier María de. Natural de Vizcaya a quien se le llamó el maestre de la «Limeña» con motivo de haberlo sido de una fragata de gran porte que trajo con ese nombre y que se empleó en viajes a España: Aguirre era audaz para las negociaciones, demasiado gastador, y su ostenta y modo de vivir llamó por mucho tiempo la atención en Lima. Casó con doña Lorenza Tagle, hija del oidor don Pedro Tagle y Bracho; tuvo valiosas propiedades, y su crédito en el comercio fue tan alto como su disposición e ingenio para toda empresa. Pero esto mismo, andando los años le preparó un fracaso de grave trascendencia, cual fue su sorprendente quiebra.

En la época en que sucedió, no era fácil se vieran contrastes de esta especie, y el de Aguirre causó más impresión, no sólo por su persona, sino porque aquella subió a la cantidad de 620 mil pesos.

Aguirre había obtenido la condecoración de caballero de la orden de Carlos III, y aprovechando de una circunstancia de vergonzoso abatimiento en que estuvieron las varas de Regidores perpetuos del Ayuntamiento de Lima, compró una en dos mil pesos el año de 1794, y tomó posesión de ella en 20 de noviembre como regidor de número. Entonces los productos de estas varas que fueron diez, pertenecían a la real hacienda: pero al adjudicarlas quedaron como supernumerarios otros diez Regidores que sin gravamen alguno estaban nombrados por el visitador general don Jorje Escobedo con aprobación del Virrey y después del Rey; haciéndose por esto más reparable que hallándose provistas dichas varas se ofrecieran otras tantas al mejor postor. La crítica de semejante irregularidad se hizo en un artículo que hemos leído en el periódico El Peruano de 28 de enero de 1812.

Don Javier María de Aguirre tuvo otra fragata llamada la «Joaquina» que fue presa de una corbeta de guerra francesa, y represada luego por una fragata inglesa en el Atlántico. Aguirre salió de la Habana en diciembre de 1813, con destino a Inglaterra para reclamar su buque, y 3 años después volvió a Lima.

Su hija doña Joaquina contrajo matrimonio con el capitán de navío don Pedro Esquivel, que mandó en el Pacífico por algún tiempo la fragata de guerra «Astrea» la cual regresó a España en 1810.

Vimos en 1821, marchar a pie al Callao a don Javier de Aguirre entre más de 400 españoles de todas edades, que de la prisión de la Merced, y escoltados por una compañía del batallón Numancia, pasaron a dicho puerto, y salieron expulsados para Chile en la fragata «Monteagudo» que así se llamó al navío «Milagro» perteneciente a la casa de Larriva, y tomado entonces para el servicio público por el ministro don Bernardo   —74→   Monteagudo. Fue este el autor de aquellos destierros innecesarios en cuanto a muchos capitalistas ancianos que en nada habían delinquido; padres de tantas familias que se arruinaron en Lima para no levantarse más.

Aguirre falleció años después en la ciudad de Sevilla.

AGUIRRE. Don Juan José de. Natural de Lima, profesor distinguido de medicina: fue protomédico general del Perú desde 1786 hasta 1808 en que le sucedió él, doctor don Hipólito Unánue. La cátedra de prima de medicina estuvo siempre desempeñada por el protomédico conforme a una ley. En el artículo Renedo daremos noticia del tribunal del Protomedicato con algunos datos acerca de sus atribuciones. Hemos visto en los Anales Universitarios de Lima que a don Juan de Aguirre se le consideró como jefe de la Escuela empírica que se diferenciaba de la filosófica.

AGUIRRE. Don Lope. Natural de Oñate. Militó unos años en el Perú después de la conquista. Dícese que principió por servir en la guerra civil contra el virrey Blasco Núñez Vela. Destinole el virrey marqués de Cañete en la expedición que en 1560 confió al capitán don Pedro de Urzúa para descubrir y poblar los territorios que se extienden por las márgenes del río Amazonas. Aguirre era muy inquieto y su perversidad no tenía limites: dónde él estaba la desmoralización y el espíritu de discordia habían de cundir más que de prisa. Siempre mezclado en los tumultos, a veces expulsado de las poblaciones y perseguido como delincuente, se había visto próximo a morir ahorcado en el Cuzco donde consiguió ponerse en fuga. Sus venganzas y demás pasiones se desbordaban a medida que crecía su desmedido furor. Sobrábanle colaboradores en la columna de Urzúa, hombres de siniestras intenciones y de malísimas costumbres, que marchaban en ella porque el Virrey quiso alejarlos de las ciudades del Perú donde sus excesos no podían ya sufrirse.

Hallábase la gente de Urzúa campada en la ribera del Guallaga entendiendo en la construcción de embarcaciones, cuando un pariente suyo Francisco Díaz, mató al maestre de campo don Pedro Ramiro, cuyo hecho fue el preludio de otros a cual más desastroso. Ajusticiado Díaz, y también tres de sus cómplices, este castigo lejos de servir de escarmiento, alteró a muchos, cuya insolencia tomó cuerpo dando indicios de la proximidad de nuevos atentados. Lope de Aguirre encabezaba y movía a los turbulentos disponiendo de ellos a su antojo, y afiliando a otros para sus planes sediciosos.

Una debilidad imperdonable en Urzúa le condujo a caer en la gravísima falta de llevar en su compañía a doña Inés de Atienza. Vivía tan prendado de ella, que se cegó hasta atropellar los respetos que no podían conciliarse con un escándalo de esa especie. Luego se despertó en algunos la simpatía por dicha dama, que en breve subió al grado de pasión vehemente y peligrosa, porque dio origen al pensamiento de asesinar a Urzúa. Los aventureros salieron del astillero en número de 400 a fines de setiembre de 1560, navegaron por el Guallaga y Marañón, y tomaron tierra cerca de la desembocadura del Putumayo. En ese punto estalló una revolución a pretexto de haber nombrado Urzúa por su lugarteniente a don Juan de Vargas. Los conjurados mataron a este, y sorprendiendo el pabellón de Urzúa le dieron también muerte alevosa. Aguirre que encabezó tamaños atentados, se hizo maestre de campo, y aclamando por general a don Fernando de Guzmán, se entregaron las compañías a los principales revoltosos: Lorenzo Salduendo quedó nombrado capitán   —75→   de guardias. Era este uno de los peores, y el más decidido por doña Inés de Atienza que desapareció de aquel sitio y corrió a refugiarse en un bosque. La persiguió Salduendo hasta que encontrándola la obligó a volver al campamento.

Guzmán intentó hacer una información pretendiendo justificar aquellos hechos; pero Aguirre se opuso e indujo a otros a dar un testimonio escrito de que negaban la autoridad al Rey, determinando regresar al Perú para alzarse con el reino.

Construyeron mejores buques para salir al océano: asesinaron a Juan Alonso Labandera y otros que les eran contrarios; y Aguirre y sus secuaces proclamaron por príncipe soberano del Perú a Guzmán, viajaron por el Amazonas hasta que se detuvieron en una isla donde Aguirre a pesar del nuevo rey hizo morir a Salduendo, a doña Inés, a don Alonso Montoya, al almirante Miguel Bodebo, a Gonzalo Duarte, Miguel Serrano, Baltazar Cortés Cano, y al capellán Alonso Henao. No bastaron estos horribles asesinatos para aplacar al feroz sanguinario; que en seguida mató al rey de farsa don Fernando de Guzmán, porque desconfiando mucho de Aguirre, trataba de hacerlo desaparecer.

La horda de bandidos en que ya era este monstruo jefe absoluto con el título de «Fuerte caudillo», partió en dos bergantines y muchas piraguas y canoas, dejando ese lugar funesto que él denominó «de la matanza». Llevaba sólo 200 soldados, y había abandonado a otros y a muchos indios en las islas desiertas: diose muerte en una de ellas al comendador don Juan de Guevara y algunos individuos más. Entró la expedición en el gran océano a principios de junio de 1561. Se dirigió a la isla Margarita donde gobernaban doña Aldonza Manrique, (o Villalobos) y su yerno don Juan Villandrando: desembarcó Aguirre, tomó a los más de los vecinos que con don Juan fueron a recibirle, y pasando a la población, después de matar a Diego Álvarez y a los capitanes Gonzalo Guiral de Fuentes, y Sancho Pizarro, permitió a su gente el saqueo de las casas y de las arcas reales. En esas circunstancias Aguirre aseguró a sus soldados que para conservación de las Indias, llevaba intención de acabar con los obispos, gobernadores, oidores etc., y de pasar a cuchillo a cuantos frailes encontrase, no así a los mercedarios, pues los demás pervertían el buen gobierno.

Mandó asesinar al capitán Juan de Hurriaga encolerizado por no haber podido capturar un buque de fray Francisco Montesinos, en que se refugió el capitán Pedro Munguia con varios soldados que desertaron de la facción. En seguida hizo dar garrote al gobernador Villandrando, al alcalde Manuel Rodríguez, a tres regidores: matando a estocadas a su mismo maestre de campo Martín Pérez, y a Martín Díez de Armendaris primo de Urzúa.

Tres soldados suyos, Ana de Rojas y su marido, tuvieron igual suerte por complicidad en la fuga de otros, y también un fraile dominico que vivía en casa de ellos. Pero un hecho todavía más extraño y jamás visto vino a ser el complemento de sus hechos horrendos en la isla. Se confesó Aguirre con un religioso también de Santo Domingo, y acto continuo le mandó dar garrote; acaso se negaría a absolverlo. Al embarcarse para la costa de Venezuela el anciano Simón de Somorostro y María Chávez, fueron ahorcados como por pasatiempo en el rollo de la plaza. Y Alonso Rodríguez su almirante porque en mal momento lo dijo evitara mojarse los pies, murió de estocadas que él y otros le dieron.

Navegó ocho días reducido ya a 150 hombres bien armados, y 4 pequeñas piezas de artillería que sacó de la Margarita, con cuya armada pretendía subyugar la América. Desembarcó en Burburata donde los habitantes   —76→   huyeron; y en las poblaciones inmediatas la alarma fue en proporción del peligro que amenazaba: siendo este tanto mayor, cuanto que no había tropas para contrarrestar a unos invasores tan temibles por sus desafueros y crueldades de que se tenían ya noticias ciertas. Salió de Mérida el capitán Bravo de Molina con algunos hombres montados; prestándose a servir con otros que le acompañaron, el capitán Diego García Paredes. Juntáronse en Trujillo, y allí pudieron atraer la poca gente que contaba con armas.

Lope de Aguirre furioso de ver el país asolado, hizo morir al portugués Antonio Faria uno de los muy contados que llegó a encontrar. Publicó la guerra que a fuego y sangre haría al Rey de España, diciendo en un bando que tendrían pena de muerte los que no le siguiesen.

Un mercader a quien saqueó la tropa, le dijo que los habitantes le tenían por luterano; y fue muerto porque no probó quién era el que le había robado cantidad de oro. Hizo ahorcar al soldado Juan Pérez poniéndole en un letrero que era penado por no saber aprovechar las ocasiones. En ese día se le huyeron Pedro Arias de Almestar y Diego Alarcón por desconfiar de la seguridad de sus personas.

Aguirre tenía preso a Bonito Chávez, alcalde del pueblo, que con su mujer y su hija, casada con Julián Mendoza, se habían refugiado en un monte, y despachó a Chávez para que buscase a aquellos dos desertores, previniéndole que si no los traía se quedaría sin mujer e hija. Se puso en marcha con su tropa para Nueva Valencia, y acaecieron otros asesinatos pues ya no sólo Aguirre los cometía, sino también sus oficiales. En el camino estuvo muy enfermo Aguirre, y desde la hamaca en que lo conducían, pedía a los suyos le matasen. En Valencia creció su furor porque todos los vecinos se habían puesto en salvo, y porque nadie se le acercaba, decía «que el ejercicio de la guerra era necesario desde el principio del mundo, y aun en el mismo cielo la habían hecho los ángeles».

Estando ocupado de destruir los ganados, se le presentó Mendoza, el yerno del alcalde para recoger a su mujer y a su suegra, y cumpliendo con la orden que recibió Chávez para rescatarlas, presentó a los dos soldados prófugos, Arias y Alarcón a quienes con mucho trabajo pudo tomar. En el instante el tirano hizo arrastrar por las calles al segundo de ellos ahorcándolo y descuartizándolo: puso la cabeza sobre el rollo y como si conversara le preguntaba «por qué no venía el Rey de España a resucitarlo» a Pérez lo perdonó para que fuese su secretario. Al cura de la Margarita a quien tenía preso, le dio libertad después que prestó juramento de entregar al Rey Felipe II una carta etc., que nos contraeremos antes de concluir.

Púsose en camino para Barquisimeto sin cansarse de inmolar víctimas: mandó dar garrote a Benito Díaz, Juan Zegarra, y Francisco Lara por creer que andaban con tibieza en la guerra de exterminio que hacía con desenfreno. Él comprendía que su fin había de ser desastroso, y lo confesaba frecuentemente; pero lo admirable es que en medio de la agitación y zozobra en que estaban los que le servían de instrumentos ciegos, no se animara uno cualquiera a matarlo; que hecho así advertirían todos que era ese el único recurso para contar con sus vidas. En la marcha a Barquisimeto se le huyeron diez soldados, y fueron después separándose algunos otros según las ocasiones se ofrecieron en favor de su evasión.

Las autoridades del país, entre tanto, siguieron combinándose para frustrar los designios de Aguirre, bien que no tenían armas de fuego ni gente a propósito para provocarlo a un combate. El gobernador don Pablo   —77→   Collado nombró por capitán a Gutierre de la Peña, y a este se reunió García Paredes que a pesar de su retiro se había prestado a obedecer, y cuya experiencia sirvió de gran provecho. Se desparramaron en el país cédulas de indulto que hicieron buen efecto en los soldados de Aguirre. Éste blasfemo en sus arranques impetuosos de cólera decía en medio de una fuerte lluvia «que Dios estaba muy engañado si creía que porque hiciese mal tiempo el dejaría de ir al Perú y de arruinar el mundo. Que estaba cierto de que no podía salvarse; que así vivo ardía ya en el infierno, y que le faltaba ejecutar crueldades para que su nombre se eternizase».

Nada le dolió más que el que unos negros hubiesen emigrado de un asiento de minas que encontró en el tránsito, pues anhelaba aumentar el número de los que él llevaba: estos negros eran más atrevidos y sanguinarios que los peores de sus soldados.

Toda la tropa del Rey componía el número de 60 jinetes, y así no pudo evitarse que Aguirre ocupara Barquisimeto el 22 de octubre. Los tránsfugas aconsejaban no se pelease, sosteniendo que muchos vendrían a acogerse al indulto como en breve sucedió. Aguirre y su tropa después de saquear la población se alojaron en una casa que estaba amurallada: él se empeñaba en persuadir a todos los que le seguían de que ni el mismo Rey podía perdonarlos; pero ya no los animaba, y su influjo perdía de imperio por momentos, esperando el mayor número oportunidad para presentarse a las autoridades en prueba de su arrepentimiento. Las escaramuzas de los capitanes Peña y García Paredes alrededor de la casa en que Aguirre se hacía fuerte, produjeron buenos resultados; pues conforme les fue posible fueron abandonando unos en pos de otros al obstinado Aguirre. Mandó este quemar las casas y el templo, haciendo tremolar sus banderas negras sembradas de puñales color rojo.

Al campo del Rey llegó con el capitán Bravo Molina la gente que sacó de Mérida y Trujillo. Con este refuerzo, que los sitiados creyeron subía a 200 hombres, desertaron con más afán en una salida que hizo Aguirre dispuesto según parecía a emplear las armas en un decidido ataque. Matáronle el caballo, y tuvo que volver a su encierro desengañado y sin esperanzas al ver que le abandonaban sus más predilectos amigos. Allí quiso matar a los enfermos y a los que daban señales de cobardía, para regresar al puerto y reembarcarse porque el hambre también apuraba.

Se precipitó el desenlace con haberse venido a los realistas el capitán Espínola y veinte arcabuceros. De los soldados que le quedaban, deseando no ser los últimos, unos siguieron este ejemplo, otros escaparon por un portillo.

Había sonado la hora en que debía romperse la cadena de crímenes inauditos perpetrados por los expedicionarios del Amazonas dirigidos siempre por el furioso Aguirre: bandidos de 1.ª nota de que se libró el Perú a costa de tantos asesinatos y espantosas alevosías. El desesperado caudillo, viendo próximo e infalible su trágico fin, terminó por matar a su misma hija. Una mujer llamada Torralva desvió el arcabuz, en medio de sus ruegos, pero fue en vano, porque la intratable fiera con una daga acabó con la hija a puñaladas. Algunos han escrito que él quiso suicidarse, y que se hirió al intento con la misma arma. Entraban ya en la casa los del Rey, y un N. Ledesma, Espadero, vecino de Tocuyo, el primero que dio con Aguirre, dijo al maestro de Campo «Aquí tengo rendido al tirano» «No me rindo yo, replicó él, a tan grandes bellacos como vos». Y aunque ofrecía revelar a aquel jefe negocios importantes, y Paredes convino en ello, no pudo contener a los desertores de Aguirre, y permitió lo arcabuceasen. Disparó uno y le hirió el brazo: Aguirre dijo «mal tiro»:   —78→   le hizo fuego otro que le atravesó el pecho, y entonces al caer muerto se le oyó decir «éste sí». Asegúrase que uno fue Juan Chávez y el otro Cristóval Galindo, y que el empeño de matarlo en el acto, había sido porque no descubriera los crímenes de sus cómplices.

Hicieron cuartos: su cabeza en una jaula estuvo en Tocuyo largos años expuesta en paraje público, y sus manos en Mérida y Valencia. De las riquezas que él y los demás tuvieron, nada se dijo; pero algunos de los llamados marañones disfrutaron de ellas impunemente.

Pasaba Lope de Aguirre de 50 años, era hidalgo de Guipúzcoa, de figura despreciable y pequeña: lisiado de una pierna desde que combatió por el Rey, año 1654, contra el alzamiento de Francisco Hernández Girón en el Perú. En sus ojos se manifestaba la inquietud: aborrecía a los que rezaban diciendo que el buen soldado debía «jugar en alma a los dados con el Diablo»; repetía que el Rey de España «debía robar con el testamento de Adán que le había dejado por heredero de las Indias». Con este y otros dichos quería imitar a Francisco Carvajal, y aunque le excedió en crueldades, siempre estuvo dominado por la ira, faltándole la frialdad burlesca que acompañaba al otro en sus mayores iniquidades.

Hemos reducido a breve narración lo largamente escrito acerca de los atroces atentados del vizcaíno Lope de Aguirre, por el padre fray Pedro Simón en la sexta noticia historial de las Conquistas de Tierra Firme, y por el laborioso obispo Piedrahíta en su Historia del Nuevo Reino de Granada. Los padres Acosta y Rodríguez, el primero en su Historia Natural y Moral etc., y el segundo en la del Marañón incurrieron en el notable error de decir que Lope de Aguirre se dirigió a la isla de la Trinidad, y que allí fue ahorcado.

Nos resta decir algo en cuanto a la carta que dirigió Aguirre al rey Felipe II, mezclando en lenguaje vulgar torpes insultos y desvergonzadas amenazas con una serie de acusaciones contra los tribunales y los párrocos. Las terribles quejas que vierte estarían bien en los indígenas oprimidos y saqueados por la soldadesca española de aquellos tiempos; no así saliendo de parte de uno de los más bárbaros verdugos de la humanidad, y cuando él y sus cómplices habían robado y atormentado con inauditas crueldades a los infelices naturales del país. El tema de la carta era que los soldados de la conquista debiendo ser dueños de la tierra ganada con sus esfuerzos, no recibían las recompensas a que se habían hecho acreedores, mientras que los gobernantes y los frailes gozaban de lo mucho que adquirían sin respetó a la moral ni a las leyes. Aquellos poseyeron cuanto encontraron apropiándoselo discrecionalmente, para disiparlo en el juego y en los desórdenes de su vida relajada, y así como nada bastaba saciarlos, jamás dejaban de hablar de sus derechos que eran permanentes, y de sus merecimientos que con nada quedaban premiados. Pero ¿a qué extrañarlo si es común en los hombres menos dignos y de escaso valor ostentar cualquier servicio sin darse jamás por satisfechos, y olvidando haber sido pagados con exceso de liberalidad?

Por lo demás Aguirre en la citada carta avisa a Felipe II que le hará guerra mortal e implacable; y refiriéndole los asesinatos que llevaba hechos se llama «cristiano viejo, fiel observante de los mandamientos de Dios y de la Santa Iglesia Romana». En el diario de Lima El Comercio de 12 de diciembre de 1844 fue reimpresa la difusa carta que no insertamos aquí por creerlo innecesario. Debiose al marqués de Cañete, a pesar de su crudo despotismo, que el Perú hubiese alcanzado tranquilidad castigando con la última pena a muchos turbulentos y asesinos semejantes a Lope de Aguirre; y enviando en la expedición de Urzúa al Amazonas a cuantos por entonces perturbaban el sosiego de los pueblos. Véase, Urzúa.

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AGUIRRE. El maestro fray Miguel. Natural de Chuquisaca, donde fue prior del convento de San Agustín, a cuya orden perteneció. En Lima también obtuvo ese cargo y los de calificador de la Inquisición, y de catedrático de prima de Teología en la universidad de San Marcos, en que se graduó de Doctor. Imprimió en esta capital en 1647, su obra titulada Población de Valdivia: motivos y medios de hacerla, defensas del reyno del Perú, para resistir invasiones enemigas de mar y tierra etc. Pasó a Madrid y llevó una imagen de la Virgen de Copacabana tocada en el original, que está en el Santuario del pueblo del mismo nombre. El año de 1652, día 8 de abril, fue colocada dicha imagen en la Iglesia del colegio que fundó doña María de Aragón, celebrando una solemne misa el nuncio del Papa. Ofreciósele en Roma el obispado de Ripa Transona en la Marca. Véase Gavilán, fray Alonso Ramos.

AGUIRRE. N. En 1548 salieron de Potosí para Tucumán como 200 españoles llevando muchos indios cargados, a pesar de haberse prohibido este abuso por la Audiencia de Lima. El corregidor licenciado Esquivel salió a alcanzarlos al camino, e indignado al ver aquella desobediencia, tomó preso a N. Aguirre que iba detrás de todos con dos indios que le conducían especies, y lo sentenció a sufrir 200 azotes; porque no tenía cómo pagar la multa pecuniaria que debía imponerse a los que cargasen a los indios. Aguirre advirtiendo que no le valían padrinos, pidió al corregidor lo ahorcase, para lo cual27 renunciaba los privilegios que le favorecían por ser hijodalgo y hermano de uno que en España era señor de vasallos.

Ya estaba Aguirre desnudo y montado en una bestia, y le sacaban para castigarlo en las calles, cuando el licenciado Esquivel, a solicitud de varios vecinos, mandó suspender la ejecución de la pena por ocho días. Aguirre al saberlo, dijo «que ya puesto en el burro aguantaría los azotes» para evitar igual pesar que había de tener vencido que fuese el término acordado. Verificose la pena afrentosa, y juró vengarse: no quiso ir ya a Tucumán, y esperó cumpliese el corregidor su período de mando.

Sabiendo Esquivel que el ofendido quería matarle, se vino a Lima, y como Aguirre le siguiese hasta esta ciudad, se fue a Quito, donde también se le apareció: entonces regresó y viajó hasta el Cuzco, a los quince días se encontró allí con su perseguidor, que andaba tras él a pie y descalzo, diciendo que un azotado no debía caminar a caballo. A los tres años y cuatro meses, y cuando el licenciado vivía con más cuidado y precaución, usando debajo del vestido una cota de metal y no desamparando la daga y la espada, ni la compañía de algún amigo en la noche; Aguirre que era pequeño de cuerpo y de aspecto ridículo, un lunes a medio día se entró en casa de Esquivel, pasó por un corredor bajo y alto, por la sala, cuadra, cámara y recámara donde tenía su librería y hallándole dormido sobre un libro que le servía de almohada, le dio una puñalada en la sien derecha dejándole muerto. Repitió otras y no le hirió por la coraza que le defendía.

Aguirre salió inmediatamente, y advirtiendo en la puerta de la calle que se le había olvidado el sombrero, tuvo ánimo para volver a recogerlo. Buscó luego una iglesia para refugiarse y no encontrándola de pronto, halló acogida en dos caballeros que le ocultaron y alimentaron durante cuarenta días, en casa de Rodrigo Pineda de quien eran cuñados.

El corregidor del Cuzco mariscal don Alonso Alvarado puso guardias en los conventos, y cubrió todos los caminos para procurar la captura de Aguirre. Los que le habían escondido determinaron sacarlo de   —80→   la ciudad, y para ello lo pintaron de negro después de raparlo, y haciendo creer que iban a cazar, salieron al campo en mitad del día: el supuesto negro iba a pie, mal vestido y llevando un halcón y un arcabuz. Viéndose detenidos por las guardias al dejar el poblado, y como les exigiesen pasaporte del corregidor, uno de los protectores de Aguirre, dijo volvería a la ciudad por la licencia que se le había olvidado, y a su compañero que siguiese el camino muy despacio, y así lo verificó hasta poner en salvo a Aguirre. Excusado es decir que el que regresó al Cuzco por el pasaporte, se quedó en la ciudad. Estos caballeros se apellidaban el uno Cataño y el otro Santillán.

Se alejó Aguirre del territorio del Cuzco con dinero y un caballo que le dio su favorecedor, y vino a Guamanga, donde le tomó bajo en amparo un deudo que allí tenía noble y rico, el cual lo despachó a lugar distante. No hemos podido saber a dónde, ni cuál sería el fin de dicho Aguirre.

Refiere estas cosas Garcilaso, y que para ennegrecerle el rostro, manos y brazos lo lavaron con la agua de una infusión de cierta fruta silvestre que los indios llaman Vitoc.

AIBAR Y ESLABA. El doctor don Ignacio. Caballero de la orden de Santiago, fue fiscal de la real audiencia de Quito, su patria, y oidor en 1689. Estudió en Lima en el colegio de San Martín y en la Universidad de San Marcos.

ALARCÓN. Martín de. Natural de Trujillo en Extremadura. No sabemos la época en que vendría al Perú: su nombre principia a verse en la guerra de Gonzalo Pizarro y el virrey Blasco Núñez Vela. Estuvo en Panamá en la escuadra mandada por don Pedro de Hinojosa, y que pertenecía a Pizarro. Cuando allí se supo que había llegado al Istmo el licenciado Pedro de la Gasta, ignorándose que venía por gobernador del Perú, y con extensas facultades, se esparció la noticia de que traía cédula real confirmando a aquel caudillo en el gobierno. Hinojosa remitió a Gonzalo, que estaba ya en Piura, a Vela Núñez, Juan Velásquez y Blas de Saavedra, que hasta entonces se hallaban presos en la escuadra. El que los condujo fue Alarcón quien recibió orden de Pizarro para traerlos al Callán. Temiendo se alzasen en el viaje, Alarcón mató a Blas Saavedra y a N. Lerma.

Pizarro envió después desde Lima a Juan de Acosta en dirección al Cuzco para que con una fuerte columna operase contra Diego Centeno: en ella iba de Alférez general con el estandarte Martín de Alarcón, quien desertó en Guamanga con otros en número de 35, los cuales abandonando también a Acosta, se encaminaron al ejército real que ya existía con Gasca en el Norte. No sabemos si hizo la campaña contra Pizarro que fue vencido en Sacsahuana.

En 1554, el mariscal Alonso Alvarado, cuando la guerra contra Francisco Hernández Girón, colocó a Martín de Alarcón de capitán de una compañía de infantería del Ejército del Rey. Distinguiose peleando en la batalla de Chuquinga ganada por Girón, y en medio de sus esfuerzos, que fueron muchos, cayó herido y prisionero. Fugó del Cuzco, y se vino al ejército que se encontraba ya en campaña dirigido por los oidores de la audiencia gobernadora. Se halló en la batalla de Pucará donde también se hizo notar como valiente, y fue muerto el caballo que montaba. Allí sucumbieron las tropas de Girón y en consecuencia quedó el país en sosiego: no sabemos nada de la suerte posterior del capitán Alarcón. Véase Girón.

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ALARCÓN Y ALCOCER. El doctor don Sebastián. Nació en Lima; estudió en el real colegio de San Felipe; fue catedrático de Vísperas de Leyes, y rector de la Universidad de San Marcos en 1628. Asesor del Cabildo de esta ciudad desde 1618; y en 1627, regidor perpetuo como descendiente de don Juan de Alcocer, que lo había sido en el siglo XVI. En 1650, era ya don Sebastián oidor de la Real Audiencia de Lima, después de haberlo sido en Charcas desde 1633, empleo elevado que entonces no se alcanzaba fácilmente, que le otorgó el Rey en atención a sus conocimientos y mérito. Su hijo don Álvaro Alarcón y Ayala que poseía una encomienda, fue Rector de la Universidad en 1661 y doña Catalina su nieta casó con el distinguido caballero don Luis Fernández de Córdova. Véase a éste.

ALASTAYA. Conde de. El rey Carlos III en 10 de octubre de 1769, confirió este título a don Ignacio Nieto y Roa, vecino de Moquegua, alcalde entonces y regidor por el Rey desde el año 1760. Se le declaró exento de las contribuciones de lanzas y media-anata, respecto a haber enterado en la tesorería general de Madrid 160000 reales para su redención. Don Ignacio murió sin hijos y recayó el título en su hermano don Antonio Nieto: se le despachó cédula de sucesión en 2 de setiembre de 1776. Fue el último poseedor, y falleció en 26 de agosto de 1803. Era caballero de la orden de Santiago, natural de Moquegua, teniente coronel de ejército, y coronel del regimiento de milicias de dicha provincia.

ÁLAVA Y NAVARRETE. Don Ignacio María. Nacido en Vitoria en 1750, siguió la carrera de marina en que se hizo notar por sus señalados servicios e inteligencia. Siendo ya general lo destinó el Rey a los mares del Sud con una escuadra de tres navíos y dos fragatas de guerra. Salió de Cádiz en 20 de noviembre de 1795 y después de tocar en las islas Malvinas dobló el cabo de Hornos, y fondeó en Talcaguano a los tres meses y días de viaje. Vino en seguida al Callao y permaneció cuatro meses llenando los objetos de su comisión. Ocasionó esta Escuadra a la tesorería de Lima el gasto de 700000 pesos por eneldos y otras exigencias. Se dirigió después a las Marianas, y a Filipinas. Rectificó Álava algunas cartas marítimas, y regresó a España por el cabo de Buena Esperanza.

El general Álava fue el 2.º de Gravina en el combate de Trafalgar, y falleció en 1817 siendo capitán general de la Armada.

ALBA. El duque de. Gozaba de una pensión de 10725 pesos sobre el ramo de tributos del Perú, y se la pagaba la tesorería de Lima, la cual nos consta que en 1803 le remitió 85800 pesos por ocho años que se le debían. El duque se titulaba gran canciller de las Indias y regidor perpetuo de ellas.

Las encomiendas de indios llegaron a ser concedidas a personajes de España que nunca sirvieron en el Perú ni hubo otro antecedente para que disfrutasen de ellas que la voluntad absoluta de los monarcas. Por eso fueron poseedores de indios en una o más vidas los duques de Medina de las Torres y del Infantado, la duquesa de Huesca; los condes de Altamira, de Baños, de la Puebla, y de Villa Umbrosa; las condesas de las Navas, de Galve, de la Palma, doña Margarita de Aragón condesa de Cabra, etc. De este modo el fruto del trabajo de los indígenas era para la corona un medio de hacer frente a recompensas extrañas, y para fomentar con obsequios las privanzas y el favoritismo en ambos sexos. Este escándalo era de mayor bulto todavía, que el que causaran los repartimientos hechos a los conquistadores y heredados por sus hijos, bien que más tarde extinguidos. Los reyes de la dinastía austriaca parecía que en   —82→   esta línea hubieran querido exceder al mismo Carlos V quien como es sabido, dio a don Diego de los Cobos marqués de Camarasa el uno y medio por ciento que se cobrase en América a la plata y oro por derechos de marcador, fundición y ensaye que se conocieron con el nombre de «Cobos»; y el consejero don Lorenzo Galíndez de Carvajal había obtenido de los reyes católicos el nombramiento de «Correo mayor de las Indias descubiertas y por descubrir»: mediante el cual fueron dueños sus descendientes de los productos de la renta de correos del Perú por largos años.

ALBA DE LISTE. Conde de -virrey del Perú-. Véase Henríquez de Guzmán, don Luis.

ALBARRÁN. Fray Cristóval. Natural de Lima, religioso de la Merced, a quien en los apuntes históricos de esta orden, se le conoce por el protomártir de ella en Sud América. Este fraile venerado por sus muchas virtudes, era incansable en la predicación y en trabajar como misionero para reducir y doctrinar a los indios. Estando en las montañas de Santa Cruz con fray Juan Salazar, cumpliendo con celo los deberes de su ministerio, fue muerto a flechazos, lo mismo que su compañero a quien asaron y comieron aquellos bárbaros. Escribieron con relación a estos religiosos, fray Luis de Vera y fray Nicolás Durán, y también se hace mención de ellos en el Bulario Magno.

ALBARRÁN. Fray Manuel -religioso de Ocopa. El año 1747 emprendió una expedición por la montaña de Guanta con otro sacerdote, un lego y un donado, a fin de atraer y doctrinar a los bárbaros. Y habiendo bajado por la quebrada de Acon a las orillas del río Apurímac, Albarrán y sus compañeros fueron muertos a flechazos por los Antis o Campas.

Después de la tentativa de fray Manuel Biedma el año 1677, fray José Cavánez con algunos otros frailes, intentó penetrar en la misma montaña de Guanta para descubrir ese país y ocuparse de catequizar a los salvajes. Marchó en 1738; pero aterrado por la fragosidad de los caminos, retrocedió de Sanabamba sin haber recogido fruto alguno.

Otras entradas se hicieron después por diferentes religiosos que no lograron sino pequeñas y muy precarias ventajas.

ALBO. Marqués de. Véase Villanueva y Oyague, don Manuel.

ALBUERNE. Don Manuel. Oficial mayor de la secretaría de Estado y del despacho de hacienda de Indias. Sufrió injustamente las graves consecuencias de un acto deshonroso de la Regencia del reino en 1810, cuyos miembros con una debilidad vergonzosa negaron haber sancionado un decreto real. El comercio marítimo de España llegó a verse en la mayor decadencia, y en las posesiones de América se experimentaba suma escasez de mercaderías y de artículos de primera necesidad. El marqués de Someruelos capitán general de Cuba, había permitido el comercio extranjero, y la introducción de harinas de Estados Unidos se practicaba en la isla. La Regencia advirtiendo la realidad de las necesidades que se representaron, y que era urgente favorecer la exportación de los productos de las Indias, cuya conservación interesaba sobremanera en las circunstancias; acordó un decreto permitiendo, con la calidad de por ahora, el comercio directo de Inglaterra y Portugal, y rebajas en los derechos. Ningún trámite ni formalidad faltó en la sustanciación del expediente; y el decreto dado en la isla de León en 17 de mayo de 1810 fue extensivo   —83→   a ambas Américas, se hizo imprimir y circular, autorizando dichos actos el secretario de Estado marqués de las Hormazas.

Apenas se supo en el público dicha resolución, los comerciantes de Cádiz alzaron el grito reprobándola, y la Junta superior de comercio protestó y dio sus quejas a la Regencia, exigiendo en tono altivo y amenazante no corriese aquel decreto atentatorio porque infringía toda la legislación mercantil, y encerraba peligrosas doctrinas, cuyos autores no podían dejarle ser enemigos secretos de los intereses de España. La Regencia se disculpó confundiendo el asunto de Cuba, negando de plano que se hubiese dictado providencia general en cuanto a la libertad de comercio directo extranjero. Declaró que era apócrifo y nulo el decreto, y mandó se quemasen todos los ejemplares impresos.

Determinó sin duda sacrificar a los empleados para sincerarse y hacer creer que éstos habían hecho una falsificación. Al principio se conformó con ordenar que Albuerne no asistiese al ministerio, dándole una licencia temporal que no había pedido: mas como este oficial mayor representó la historia documentada de lo que había pasado, ya tuvo la Regencia que mandar seguir un juicio que fue entorpecido por cuestiones de jurisdicción. Y como la Junta superior de comercio exigía una declaratoria más explícita, señalando las condiciones y puntos que debía abrazar, y el ejemplar castigo de los culpables en la figurada suplantación; el irrisorio proceso tenía que vestirse de antecedentes y formalidades que nunca podrían reunirse, y el marqués de las Hornazas fue exonerado del ministerio.

Pero Albuerne con una energía propia de su inocencia, luchó con los miembros del consejo, probó de un modo perentorio con hechos y documentos la miserable impostura de la Regencia; atacó con vigor a la junta de Cádiz, y dio a la imprenta un curioso y prolijo volumen que hemos leído, y en el cual aparece la oposición que siempre hizo el virrey Abascal a todo lo que pudiera abrir paso al comercio extranjero en Sud América. No sabemos que fin tendría el juicio, siendo más que probable que no concluyera, por la imposibilidad de fundar un fallo definitivo que salvase a la Regencia, condenando a Albuerne y a algún otro empleado. Después en el reinado de Fernando VII se le vio adelantar en su carrera, y en 1816 era consejero del Supremo de Indias.

ALCÁNTARA. Francisco Martín. Extremeño, hijo legítimo de la madre de don Francisco Pizarro, quien lo trajo de España cuando volvió nombrado gobernador del Perú. Alcántara no está mencionado en los sucesos de la conquista, aunque consta que desembarcó en Tumbes con la expedición de su hermano: acaso regresaría a Panamá de donde vino en 1535 trayendo en su compañía al hijo de don Diego de Almagro. Este joven después de la muerte de su padre, poseía una heredad que don Domingo Presa antes de fallecer dejó a los desgraciados amigos de don Diego Pizarro despojándolos de esos bienes, los adjudicó a Francisco Alcántara, usurpación ruin en provecho de un hermano, dañando a hombres que perecían en la indigencia, y que eran entonces el blanco de implacables venganzas. En casa de Alcántara cenaba el gobernador por el mes de junio de 1541, cuando llegó un clérigo disfrazado a denunciarle por segunda vez que se hallaba próxima a estallar la conjuración de los Almagristas que tenían resuelto asesinarle, como llegó a suceder el día 26 de ese mismo mes.

En el asalto al Palacio sólo dos o tres de los muchos individuos que estaban con Pizarro, trataron de defenderlo. Su hermano Alcántara cumplió ese deber, y se sostuvo en la puerta de la antecámara rechazando a   —84→   los agresores con su espada, hasta que de las graves heridas que recibió dejó de existir en momentos en que el Gobernador luchaba con sus enemigos.

ALCARRAZ. Don Manuel. Conductor de correos, descubrió excelente cascarilla en Panataguas, y la trajo a Lima, con cuyo motivo renunció su destino y estableció el comercio de dicho artículo en Guánuco. Se hace mención de este particular en el prefacio de la Flora Peruana.

ALCÁZAR Y PADILLA. Don José. Vecino de Moquegua. Dispuso que después de los días de su mujer doña Ana María de Peñaloza, sus bienes y los de esta, según voluntad de ambos, sirviesen para fundar un monasterio de monjas, cometiendo el encargo al cura don Miguel Cornejo. Alcázar falleció en 1710, y doña Ana en 1724. Hubo un ruidoso pleito que terminó años después, poniéndose a disposición del obispo de Arequipa los bienes que se litigaban. Los vecinos de Moquegua pretendieron se estableciese allí el convento; pero por cédula de 23 de febrero de 1740, resolvió el Rey se fundase en Arequipa el monasterio con el título de Santa Rosa, y que fuesen preferidas las hijas de Moquegua en las becas. El obispo don Juan Bravo hizo el plano de la fábrica, y recaudó 13 mil pesos de productos atrasados. Compró en 6 mil, cerca de una fanegada de las tierras que formaban la granja de la familia de Arve. El 18 de agosto de 1744, se empezaron a abrir los cimientos principiando por el templo; y se depositaron bajo la primera piedra monedas y otros objetos. Gastáronse en la obra del monasterio 75828 pesos sin el templo, su ajuar y adornos que todo esto lo costeó el obispo. Calculose en 112 mil pesos el total de lo gastado, y se trabajó durante dos años diez meses, siendo el edificio de piedra. La costosa custodia del altar mayor se hizo a expensas de doña Francisca Barreda quien colocó en ella posteriormente las alhajas de su uso de que hizo donación.

En 12 de junio de 1747 salieron de Santa Catalina cuatro religiosas para fundadoras: el día 13 fue la solemne función del estreno del templo a la que siguió un octavario de lucidas fiestas.

ALCÁZAR. Don Nicolás. Médico, natural de Lima: fue ahorcado en esta capital el día 2 de enero de 1819, por haber sido uno de los autores principales de una conspiración secreta contra el gobierno español. Véase Gómez, don José.

ALCÁZAR Y PADILLA. El capitán don Pedro. Natural de Arequipa, y alcalde de la Santa Hermandad en 1614. Fue benefactor de Moquegua en la reedificación que por tercera vez se hizo de la Iglesia Matriz de esa ciudad.

ALCEDO Y HERRERA. Don Dionisio de. Nacido en Madrid hijo de don Matías de Alcedo secretario del consejo de Italia, y de doña Clara Teresa de Ugarte. En 1706, salió de España en la familia del virrey del Perú marqués de Castell-dos-rius, y tuvo que quedarse en Cartagena a causa de una enfermedad. Se embarcó después para regresar a Europa en uno de los galeones del mando del conde de Casa Alegre, que atacó el vicealmirante inglés Wager el 8 de junio de 1708 con la escuadra de Jamaica. Alcedo en el desastre experimentado por los buques españoles, quedó prisionero y con dos heridas. Canjeado luego, volvió a Cartagena para venirse por tierra hasta Lima. Llegó a Quito el mismo día en que el obispo don Diego Ladrón de Guevara recibió   —85→   aviso del fallecimiento del virrey Castell-dos-rius, llamándole la Audiencia de Lima para que se encargase del mando del Perú, de conformidad con el pliego de providencia existente.

El obispo trajo en su compañía a don Dionisio de Alcedo como oficial mayor de la secretaría del virreinato. De este destino pasó a servir el de contador ordenador del Tribunal de Cuentas que desempeñó desde 1712 a 1716, con más algunas importantes comisiones del ramo de hacienda. Marchó para España por la vía de Méjico con el mismo obispo cuando este fue exonerado del mando; y dispuso se adelantase para que entendiese en el Consejo de Indias en lo relativo a su residencia.

Alcedo hizo en 1719, por encargo del ministro de Marina don Manuel Fernández Durán, un manifiesto sobre la necesidad de restablecer la comunicación periódica por medio de los buques llamados de aviso que desde 1605 habían cruzado de España a Méjico y a Tierra Firme. Diose al consulado de Cádiz la comisión de sostener estos correos, que volvieron a ser de mucha utilidad, autorizándolo para cobrar medio por ciento del oro que se llevase a España.

En el citado año de 1719, trató el gobierno español de cerrar la mina de Azogue de Guancavelica, prohibiendo su explotación, y entonces Alcedo, de orden del ministro Durán, escribió un hermoso opúsculo sosteniendo que semejante medida era impolítica, injusta y en todos sentidos dañosa. Nombrado luego gobernador de la Provincia de Canta, vino a Lima en 1722, y a su tránsito por Cartagena en 1721, contrajo matrimonio con doña María Luisa Bejarano natural de Sevilla. En 1724 benefició el gobierno de Canta, e hizo nuevo viaje a la Península; porque en una junta celebrada en Lima el 10 de enero de 1723, se le eligió para que fuese como diputado a informar en la corte del origen y necesidad de conservar las condiciones del impuesto denominado Avería. Alcedo en la navegación defendió en un combate con un buque pirata, un cajón de alhajas de valor destinado a la Reina, y que le había encargado el arzobispo virrey don fray Diego Morcillo. Por este servicio se lo dio la Cruz de Santiago con la encomienda de Fradel. En una exposición de 15 capítulos patentizó las pruebas en que estaba apoyada su opinión respecto del ramo de avería, formado de un derecho que existía desde tiempo atrás para costear los gastos de los buques de guerra que convoyaban a los mercantes cuando conducían caudales del Callao a Panamá con destino a Europa. El virrey Morcillo lo sujetó a ciertas reglas que desagradaron a los negociantes; quienes con sorpresa y falsas aserciones alcanzaron que el Rey desaprobase lo mismo que el comercio había pactado con ventaja en tiempo del conde de Santistevan (1661) y haciendo creer a dicho virrey Morcillo que procedía con liberalidad. Don Dionisio Alcedo además de manejar este asunto con mucho tino, sostuvo y justificó en Madrid, por medio de reflexiones que se imprimieron entonces, la conveniencia de los ramos de Alcabala y Almojarifazgo. Este último se creó a fines del siglo 16 y era un impuesto sobre la importación y exportación de mercaderías, cuyo producto tenía el destino de emplearse en la subsistencia de los presos y sus guarniciones.

El año de 1727, encomendó el ministro don José Patiño a don Dionisio de Alcedo, escribiese acerca de los procedimientos de los ingleses en la práctica del abasto de negros que hacían conforme al tratado de Utrech, y con relación al navío llamado «de permiso», que introducía mercaderías en la feria de Portobelo, según el mismo tratado. Alcedo, que era muy enemigo de aquellos, disertó largamente sobre sus grandes ganancias en el tráfico de negros, y con respecto a los hechos e intenciones del gobierno inglés y sus súbditos, desde 1567 hasta 1739 extendiéndose   —86→   en sus apuntamientos a muchas noticias históricas del Perú, Chile y nuevo Reino de Granada. Hablando de la Isla Jamaica dice: «Ha sido por el espacio de 84 años segura escala de las escuadras inglesas, asilo y refugio de los enemigos de España; almacén de toda especie de mercaderías para fomentar el trato ilícito en nuestras costas. Estrago de todas las provincias de ambos reinos, y ruina universal del comercio de Europa en el desbarato de flotas y galeones». Añade: «que todos los años entraban en Sevilla 12 millones, y que en los galeones de 1713, 28 y 31 apenas un millón. Que desde 1574 hasta 1702 se habían despachado 45 armadas de galeones, no bajando ninguna de 30 millones».

Nombró el Rey a Alcedo presidente y comandante general de Quito en 1728; y estando ejerciendo este importante mando, llegaron a dicha ciudad mister Godin, Bouguer, la Condamine y Jussieu; con don Jorge Juan, don Antonio de Ulloa y demás personas de las comisiones francesa y española destinadas a hacer observaciones científicas para conocer la verdadera figura de la tierra. Alcedo prestó toda cooperación y auxilio a aquellos profesores, sin consentir a los franceses levantar planos corográficos que su sucesor les permitió formar después.

Concluido el período de su gobierno entregó D. Dionisio la presidencia de Quito en 1737 a don José de Araujo y Río, y se restituyó a España. Véase en el artículo del virrey Armendaris lo relativo a una invasión de brasileros por el Amazonas, sobre que protestó Alcedo en 1732.

Antes de venir a América la última vez, se lo ordenó el año 1726 explicase si convendría rebajar al diezmo el quinto que se cobraba de la plata en pasta; solicitud que habían entablado los mineros desde 1608 sin resultado alguno. Alcedo informó largamente sobre esta materia, probando que con el diezmo cesarían los fraudes, se pondrían en labor muchas minas, y tendrían más fomento otras que producían poco.

Últimamente, hallándose en la corte, se le nombró presidente de Panamá, y comandante general de «Tierra Firme». Sirvió este destino desde 8 de julio de 1743 hasta 1749 en que se le separó a causa de cargos y calumnias que contra él suscitaron los oidores de esa Audiencia, y de que se vindicó completamente. En 1752 se retiró a España a donde enviudó en 1755. Vivió retirado en Madrid hasta su fallecimiento en 1777 a la edad de 87 años.

Hija de don Dionisio fue doña Gertrudis de Alcedo que contrajo matrimonio con don Nuño Apolinar de la Cueva, Marqués de Santa Lucía de Conchan, y corregidor de la provincia de Quito. En 1740 se publicó en Madrid la obra de Alcedo titulada: Aviso histórico, político geográfico con noticias particulares de la América Meridional. También escribió el Compendio histórico, de la provincia, partidos, ciudad, astillero, ríos, y puerto de Guayaquil, impreso en Madrid en 1741.

ALCEDO. Don Antonio de. Hijo del anterior; nació en Quito en 1735. Siguió la carrera militar después de haber estudiado en su país. Prestó servicios en el distinguido regimiento de Guardias Españolas, en el cual fue capitán, sin perjuicio de su empleo de coronel de ejército que dejó en 1792, por su ascenso a brigadier. Don Antonio escribió el Diccionario Geográfico de las Indias que publicó en Madrid en 1786 y comprende a toda la América con descripción de sus provincias, ciudades, costas, etc. y muchas noticias importantes. Aprovechó de los antecedentes y datos que le ofrecieran dos obras del mismo género que habían precedido a la suya, aunque menos extensas y con abundancia de errores; la primera del ex jesuita y misionero don Juan Domingo Coletti, y la segunda la   —87→   respectiva a la América Septentrional que circuló en inglés, con el título de Gacetero Americano.

ALCEDO. Fray Juan de. Natural de Lima, lector jubilado de la orden de San Agustín, célebre por su talento y trabajos literarios. El Virrey, caballero de Croix, le envió preso a España en 1785, por haberle presentado, recomendándole su lectura, uu poema que compuso, censurado y zahiriendo a los españoles por su conducta en América. No sabemos qué suerte tuvo en la Península este religioso, a quien tal vez, animó a dar aquel paso, la circunstancia de haber nacido dicho Virrey en Flandes.

ALCOCER. Don Gaspar. Español. Comerciante acaudalado de Lima, donde tenía una hermosa heredad, según cuenta Garcilaso de la Vega en sus comentarios reales. Trajo al Perú en 1580 las primeras plantas de guindas y cerezas que se conocieron.

ALCÓN. Pedro. Español, uno de los trece que determinaron quedarse con don Francisco Pizarro en la isla del Gallo cuando Juan Tafur, comisionado por el gobernador don Pedro de los Ríos, recogió la gente que no quiso seguir a aquel en su empresa, y la condujo a Panamá. Alcón acompañó a Pizarro en el descubrimiento de la costa del Norte del Perú. Cuando en la costa de Trujillo desembarcaron varios españoles y recibieron agasajos de una cacica que después convidó y obsequió a Pizarro, Alcón se prendó de ella con tal entusiasmo que pidió permiso para quedarse allí dominado como estaba por una fuerte pasión. Negóselo Pizarro, y fue tan profundo su pesar que perdió el juicio, y hubo necesidad de ponerle prisiones a bordo para contener los excesos a que le conducía su locura. Nada hemos podido adelantar averiguando qué fin tuvo Pedro Alcón a su vuelta a Panamá. Pero vemos considerado su nombre en las capitulaciones que hizo la Reina con Pizarro, en las cuales concedió a los trece de la isla del Gallo título de Hidalgos, y a los que lo fuesen, el de Caballeros de espuelas doradas.

ALDANA. Lorenzo. Natural de Extremadura, vino al Perú en la expedición que trajo de Guatemala a las provincias del Ecuador don Pedro de Alvarado el año 1534. Entregó éste su fuerza a disposición de don Francisco Pizarro en virtud del convenio que celebró con don Diego de Almagro, y entonces pasó Aldana hasta el Cuzco donde se encontraba en 1535.

En el año siguiente salió para Chile con don Juan de Rada en una columna que se organizó para reforzar a don Diego de Almagro. Aldana regresó en compañía de éste, y con Vasco de Guevara entró en el Cuzco encargado de hacer saber a Hernando Pizarro, que allí gobernaba, los motivos por que don Diego había abandonado la conquista de Chile. Hallose Aldana en el sangriento choque que hubo dentro de la ciudad del Cuzco y cuyas consecuencias fueron la prisión de los hermanos del marqués Pizarro, y el establecimiento del poder de Almagro apoyado en las provisiones expedidas por el Emperador, confiriéndole el mando del territorio del Sud que había de tomar la denominación de «Nueva Toledo».

Comisionó en seguida Almagro a don Lorenzo Aldana para que hiciese entender a don Alonso de Alvarado, que se aproximaba con fuerzas del Norte, que debía retirarse y no pensar nada sobre el Cuzco, porque esa ciudad correspondía a la gobernación de don Diego. Las tentativas hechas   —88→   por Aldana no produjeron efecto, y Alvarado por haber persistido en su empeño, sufrió una derrota en Abancay.

El capitán don Pedro Álvarez Holguín, que se hallaba prisionero en el Cuzco, y que era primo de Aldana, intentó fugar con otros individuos en dirección a Lima. Para evitarlo Aldana comunicó el caso a Almagro en secreto, y bajo la condición de que aquel no sería molestado: pero como don Diego tomase pleito homenaje a Holguín, éste se ofendió mucho, y Aldana resentido con Almagro no quiso seguirlo cuando con sus tropas abrió la campaña en dirección a Chincha. Luego que se alejó, hubo un movimiento en el Cuzco, que apoyó Aldana, y quedaron en libertad don Alonso Alvarado y don Gonzalo Pizarro entrando en prisión el capitán don Gabriel de Rojas gobernador por Almagro. Después de este suceso Aldana se vino con los demás a Lima. El marqués Pizarro en 1538 lo envió a Quito como su lugarteniente para que procediera contra don Sebastián de Velalcázar que le era sospechoso, y que le tenía agraviado por actos de inobediencia y menosprecio a su autoridad. Ostensiblemente llevó Aldana el nombramiento de juez en comisión: mas el objeto verdadero fue el de relevarlo y remitirlo preso. Considerábase a Velalcázar partidario de Almagro, y había datos de que pretendía obtener del Rey el mando de las provincias de Quito con independencia de Pizarro. Aldana expedicionó hasta Popayan, Cali y otros lugares, adoptando muchas providencias para impedir que se diesen auxilios y fuerzas a Velalcázar, y ocultando siempre sus miras con extremada cautela. Envió preso a Lima a don Diego de Sandoval y varios otros, para privarle de agentes y prosélitos de influencia, mas no pudo encontrar a aquel a pesar de lo mucho que para ello hizo: Velalcázar desde el interior del nuevo reino de Granada, había seguido a la costa y embarcádose para España.

Aldana tuvo por tanto que retroceder: fue bien recibido en Quito y se ocupó del Gobierno de aquel importante país. Recuérdanle diferentes historiadores como hombre discreto y acertado, citando algunas de sus buenas disposiciones en favor de los tiranizados indígenas.

Entre las cartas que dirigió el Rey a los principales conquistadores con respecto a la situación del Perú, vino una para Aldana al cuidado del comisionado regio licenciado don Cristóval Vaca de Castro. Aldana había sido relevado del gobierno de Quito con Gonzalo Pizarro, y como Vaca estuviese ya en Popayan, determinó reunirse a él, anticipándole la noticia de la muerte violenta del marqués Pizarro en Lima. Aldana se hallaba tildado de inconsecuente a don Diego Almagro; y algunos no gustaban de verlo al lado de Vaca como amigo y favorito suyo. Así ingresó al Perú, y de continuo trataba de desconceptuar a Velalcázar, que había vuelto de España para gobernar en Popayan, y acompañaba a Vaca con una fuerza a sus órdenes. Vaca tuvo con él varios disgustos, concluyendo por despedirlo: Aldana fue quien le intimó la orden para que se regresase a Popayan. El licenciado, ya gobernador del Perú, quiso elevar a Aldana al rango de maestre de campo: pero se abstuvo de hacerlo por no despertar celos en don Pedro Álvarez Holguín que tenía en el Cuzco un cuerpo de tropas y se titulaba Capitán general en oposición a don Diego de Almagro el mozo, que había usurpado el mando en Lima desde que el marqués fue asesinado en junio de 1541.

Vaca dio comisión a Aldana cerca de Holguín, para persuadirle de que, como defensor de la causa del Rey, le reconociese, dejando el cargo de capitán general, que a él sólo tocaba. Alcanzado el objeto, y reunido un ejército en Jauja, Vaca entró en campaña y obtuvo la victoria de «Chupas» derrotando a Almagro el 16 de setiembre de 1542: Aldana se distinguió en esta batalla. Sobrevinieron en breve los disturbios que promovió   —89→   la llegada del virrey don Blasco Núñez Vela en 1544, y creyendo éste que Aldana estuviese complicado en los planes de rebelión iniciados en el Cuzco por don Gonzalo Pizarro, lo hizo poner preso a bordo de un buque: pero a los pocos días consiguió la libertad y ofreció sus servicios al virrey; no lo haría con sinceridad, porque a poco apareció unido a los oidores que depusieron del mando a dicho virrey, y les aceptó el encargo de ir en demanda de don Gonzalo, su paisano y amigo, a negociar que se sometiese a la autoridad de la audiencia, disolviendo sus tropas. En la marcha se encontró en Jauja con el memorable maestre de Campo don Francisco Carvajal, quien intentó sentenciarlo a muerte porque se comió una carta que no convenía viese aquel hombre feroz. Sabido por don Gonzalo, el conflicto en que se verá Aldana, envió orden a Carvajal prohibiéndole ejecutarlo. Fue entonces cuando éste le mandó decir que luego se arrepentiría de su bondad, y «que Aldana no era bueno para amigo, ni para temerle».

Quedose don Lorenzo Aldana en Jauja donde tenía una encomienda de indios. Bajó después a Lima, y cuando don Gonzalo Pizarro partió para Quito a hacer la guerra al virrey Vela, dejó a Aldana en Lima de teniente gobernador. Era alcalde ordinario don Pedro Martín de Sicilia hombre sanguinario y cruel que murmuraba a Aldana y no podía sufrir su blandura y tolerancia. Pronto se extendió la opinión de que la poca severidad animaba a los descontentos, y de que Aldana se hacía sospechoso desea tendiéndose de las faltas de unos, y prestando abrigo a otros, como que llegó a ocultar a varios para librarlos de la sana de Sicilia y de su círculo que no se aquietó con el hecho de haber sido desterrados algunos de orden de Aldana. Por otra parte, los que conspiraban contra Pizarro y querían hacer revivir la causa del Rey, tramaban planes para asesinar a Aldana. Entre estos sobresalían don Diego López de Zúñiga, don Juan Velásquez y un soldado a quien llamaban Perucho Aguirre, el cual resueltamente iba ya a matarle.

Aldana pudo tomar a Carvajal, según opinión de varios cuando de vuelta del norte, y de paso por Lima, se dirigía al Alto Perú a perseguir a don Diego Centeno el vencido después en Guarina. Carvajal entonces estuvo inclinado a hacer desaparecer a Aldana, mas no pudo allanar los embarazos que a ello se le opusieron.

Gonzalo derrotó luego al virrey en Añaquito, hizo su entrada triunfal en Lima, y envió por Procuradores ante el Rey a don Lorenzo Aldana y a don Gómez de Solís. Y como se sabía que había llegado a Panamá el Gobernador don Pedro de la Gasta, les dio instrucción para que le indujesen a volverse a España indicándole el peligro que de lo contrario correría. Asegúrase que llevaron orden secreta de matarle, y que este papel lo quemaron Aldana y don Pedro de Hinojosa que mandaba la Escuadra de Pizarro en Panamá. Los dos prefirieron entenderse con Gasca, y se le sometieron burlando a Pizarro y faltando a los compromisos que con él tenían contraídos.

Dueño Gasca de la escuadra, envió a las costas peruanas cuatro navíos que zarparon el 17 de febrero de 1547, a las órdenes de Aldana con 300 hombres; mandados dichos buques por don Juan Alonso Palomino, don Hernán Mejía y don Juan de Illanes. Aldana se ocupó de proteger a los enemigos de Gonzalo Pizarro, circular comunicaciones de Gasca, y mover el país haciendo amagos en diferentes puertos e internando mensajeros. Cooperaba a estos designios el provincial de Santo Domingo fray Tomás de San Martín que venía a bordo.

Don Gonzalo Pizarro se afectó en alto grado y fue su resentimiento contra Aldana, el que debe inferirse de la magnitud de los perjuicios que le   —90→   irrogó su falsedad e inconsecuencia. Abandonó la ciudad de Lima, después de habérsele frustrado todas las diligencias que todavía hizo para negociar con Aldana y seducir a los de la armada, surta ya delante del Callao.

El Cabildo y vecindario de Lima, vistos el indulto del Rey, y los poderes y órdenes que traía Gasca, se entregaron a su obediencia, representando Aldana el papel principal en un cambiamiento que se afirmó con su entrada en la ciudad el 9 de setiembre de 1547. Envió un navío a la costa de Arequipa con emisarios y correspondencia para muchos puntos del interior. Contraído luego Aldana a preparar fuerzas y artículos de guerra, entregó el mando de los buques al alcalde de Lima don Juan Fernández. Gasca reunió en Jauja su ejército, y nombrando a Aldana Teniente Gobernador de la capital, emprendió su movimiento sobre don Gonzalo Pizarro que estaba en el Cuzco y le derrotó en Sacsahuaná el día 9 de abril de 1548.

Aldana ayudó mucho a Gasca en el arreglo de tributos y en el acuerdo de algunas providencias protectoras de los indios, a fin de que no les reputasen como esclavos, no les cargasen como a bestias, ni se sirviesen de ellos los españoles discrecionalmente como lo hacían del modo más inhumano. Entre las muchas mercedes que Gasca otorgó al separarse del Perú, dio a Aldana otro repartimiento con el cual llegó a tener más de cincuenta mil pesos de renta. Como corregidor de Lima había llevado Aldana de la brida el caballo en que venía colocado el sello real en la entrada solemne que Gasca hizo después de terminar la guerra civil.

En 1553, fue perseguido Aldana en Chuquisaca por don Vasco Godines y los demás revolucionarios de esa época.

El año siguiente ejecutó don Francisco Hernández Girón en el Cuzco, el levantamiento que envolvió al Perú en nuevos desórdenes. Girón era visto como pariente de Aldana, y por influjo de este no lo había hecho morir don Gonzalo Pizarro cuando la guerra de Quito. Aldana a órdenes del mariscal Alvarado, tuvo que salir a campaña contra Girón, y se halló en el contraste de Chuquinga, cuya acción empeñó indiscretamente Alvarado contra el parecer que sostuvo Aldana; quien por esto le hizo cargos y acusaciones en sus cartas a la Audiencia Gobernadora.

Últimamente, habiendo fracasado Girón, se retiró Aldana a Arequipa donde disfrutó de su mucha fortuna. Los historiadores le presentan como hombre moderado, prudente y de suma experiencia: su prestación a servir a los partidos y sus inconsecuencias, acaso no serían efecto de intención dañada; porque en las guerras civiles muchos se adhieren de pronto a cualquier poder para salvar sus personas o sus familias, o por conservar lo que poseen, sin proveer los antojos de la fortuna, que rehace o levanta hoy lo mismo que ayer destruyó. Las disposiciones testamentarias de Aldana le recomiendan sobremanera, porque fundó un mayorazgo en beneficio de las comunidades de indios de Paria: tenía fincas en Arequipa, Potosí y Chuquisaca y era dueño de ganados en crecido número. Mandó formar hospitales en Caracollo, Toledo y Capinota. Estableció rentas para sustento de indios pobres y valetudinarios, y para que se les suministrasen vestidos. Dejó otros capitales en favor de algunas iglesias y objetos del culto, pero prohibió que se pagase el tributo por los indios, para que no rehusaran el trabajo. El padre Calancha da estas noticias en su crónica y dice que la orden de San Agustín era la administradora del mayorazgo que fue aumentándose considerablemente; que después decayó por haberlo tomado a su cargo los funcionarios del Rey, y que cuando volvieron a manejarlo los frailes había decrecido mucho, según Calancha, Aldana falleció en 1571. Garcilaso dice, que murió   —91→   años antes en Arequipa y que no tuvo hijo alguno. Este autor indica lo contrario que aquel, en cuanto al tributo, pues afirma que Aldana asignó fondos para que se cubriesen los de los indios de sus repartimientos. Refiere también que en sus últimos años se le presentaron dos jóvenes españoles, llamándose sus parientes, a los cuales recibió y trató bien en su casa; pero que no les legó fortuna, porque habiéndoles ofrecido diez mil pesos para que trabajasen, los rehusaron diciendo eran caballeros y no podían degradarse con el trato mercantil. Aldana contestó: «si tan caballeros, para qué tan pobres: y si tan pobres, para qué tan caballeros». ¡Cuánto podría esto recordarse con respecto a muchos hijos de españoles de recientes tiempos!

ALDAY Y AXPE. El doctor don Manuel. Natural de Concepción de Chile. Estudió Jurisprudencia en el colegio de San Martín de Lima y Universidad de San Marcos en que se graduó de doctor. Fue canónigo doctoral de este coro, y Juez Subdelegado de Cruzada. Pasó de obispo a Santiago de Chile en 1754: continuó la fábrica de esa Catedral, dando para ella cinco mil pesos anuales. Celebró allí el quinto sínodo diocesano, y gobernó más de 35 años. Asistió al sexto Concilio Provincial Limense reunido en 1772, por el arzobispo don Diego Antonio de Parada, y predicó al abrirse la primera acción en 13 de enero.

ALDAZÁVAL. El doctor don Francisco Javier de. Nació en Audahuaylas. Estudió con mucho aprovechamiento en el Seminario del Cuzco bajo la dirección del catedrático y después rector doctor don Antonio Valdez. El obispo don Manuel Gerónimo Romaní, deudo inmediato de Aldazával, le colocó de cura en Pirque, cuya Doctrina sirvió por más de veinte años. Se opuso a la canonjía magistral que el Rey le confirió prefiriéndole al distinguido literato don Ignacio Castro rector de San Bernardo del Cuzco. A los quince años ascendió a maestre escuela en 1801, y desde 1803 a 1807 ocupó la silla de chantre.

En ese año recibió las bulas de obispo de Santa Cruz de la Sierra. Consagrole en la paz el obispo don Remigio de la Santa y Ortega. No vivió cuatro años en ese Obispado, pues acabó con sus días un violento accidente que le acometió, y provino de haber hervido en el chocolate un venenoso alacrán que se encontró en la vasija que sirvió para hacerlo.

ALDERETE. El capitán don Gerónimo. Ignoramos cuándo vino al Perú; pero consta que marchó a Chile en compañía del conquistador don Pedro Valdivia enviado a aquel país por el Gobernador don Francisco Pizarro el año 1541, después de la batalla de las Salinas y de la ejecución de don Diego de Almagro. Fue en calidad de Teniente general de Valdivia, y prestó importantes servicios: él vadeó el Biobío y pasó a hacer un reconocimiento de las poblaciones de Arauco, Tucapel y otras (1550) trayendo a Valdivia abundantes noticias de que luego aprovechó para sus operaciones. En una segunda exploración en que Alderete descubrió territorio hacia la cordillera, fundó a las inmediaciones de ella la población de Villarica levantando un fuerte que dejó guarnecido.

Hecha ya la erección de la ciudad de Valdivia, el conquistador que había tomado para sí y en repartimiento lo de Arauco y Tucapel hasta Purén, determinó que Alderete fuese a España con la relación de todo lo descubierto en aquel extenso país. Le encargó conducir crecidos caudales del Rey y que se ocupara de su pretensión de ser gobernador perpetuo del reino, y de conseguirle el título de marqués de Arauco.

Teniendo Valdivia facultad de nombrar sucesor para en caso de faltar él, lo había hecho en la persona de Alderete. El rey Felipe II preguntó   —92→   a este quién sería más inteligente y a propósito para el gobierno de Chile con motivo de la muerte trágica de don Pedro Valdivia. Alderete sin considerarse para nada, a pesar de estar previsto del modo que queda dicho, lo indicó a Francisco Villagra y a Rodrigo Quiroga. Agradó al Rey su desprendimiento, y premiando sus servidos, le dio el título de gobernador. Salió de España trayendo en un galeón que era la capitana de las naves que convoyaba, 600 soldados que debían venir por el istmo. Estando ya cerca de Portovelo, una hermana política28 de Alderete que venía a bordo y acostumbraba leer sus devociones de noche, se durmió descuidando la vela que quedó encendida. A pocos momentos ardía su camarote, y el fuego propagándose rápidamente abrazó todo el buque. Perecieron quemados y ahogados cuantos navegaban en él, con excepción de Alderete y tres individuos más que pudieron tomar un pequeño bote. Llegó a las playas y se encaminó a Panamá pasando luego a la isla de Taboga, donde abrumado del pesar a que no pudo sobreponerse, acabó sus días rodeado de amarguras.

ALDUNATE. El doctor Domingo Martínez de. Natural de Chile. Estudió en el Colegio Real de San Felipe de Lima y Universidad de San Marcos, en la cual fue catedrático de Digesto y de Vísperas de Cánones, abogado de crédito y de mucha literatura, oidor de la Audiencia de Chile y después de la de Lima (1778). Don José Santiago Aldunate natural de Santiago de Chile (hijo de don Domingo según creemos) era oidor de Lima en 1816; y proclamada la independencia, fue considerado de Vocal de la Alta Cámara de Justicia creada en 1821; mas él se retiró luego a su país.

ALDUNATE. El doctor don José Antonio Martínez de. Hijo del doctor don Domingo a quien corresponde el artículo anterior y también natural de Santiago de Chile. Estudió en el colegio de Jesuitas de dicha ciudad. Fue doctor en la Universidad Real de San Felipe de Lima. Catedrático de Prima de Leyes y su Rector; teólogo de mucha reputación y orador distinguido.

Desempeñó el cargo de provisor de la diócesis por largos años, fue canónigo doctoral y ascendió hasta deán, cuya silla ocupaba, cuando se le promovió en 1803 a la mitra de Guamanga de cuya iglesia tomó posesión en 1805.

Con motivo de los sucesos de España en 1808, dio al Rey de donativo cerca de 20000 pesos, privándose de todas sus alhajas.

Encargó la visita de los Andes al presbítero don Martín de la Vega, quien presentó un plan para componer los caminos, establecer curas perpetuos, y abrir paso a la conversión de los indios bárbaros. Pero todo quedó sin verificarse, y el obispo salió en 1810 para Santiago a donde se le trasladó para que ocupase aquel obispado en lugar de don Francisca José Marán, natural de Arequipa. Dejó fabricada a sus expensas la casa de ejercicios de Santa Catalina de Guamanga que en tiempos posteriores se destinó a cuartel. Falleció en Santiago en 8 de abril de 1811, en los momentos en que acaecieron los más notables sucesos de la revolución obrada allí contra el poder español.

ALEJANDRO VII. (Fabio Chigi). Nació en Siena en 16 de febrero de 1599. Entró al pontificado en 1655 a la muerte de Inocencio X por votación de 64 cardenales que asistieron en el cónclave. Había sido inquisidor en Malta, vicelegado en Ferrara, y Nuncio en Alemania. Fue obispo del Ímola: cardenal y secretario de su antecesor. Canonizó a Santo Tomás   —93→   de Villanueva arzobispo de Valencia, y a San Francisco de Sales obispo y príncipe de Ginebra.

En 24 de setiembre de 1664, mandó continuar el proceso de Rosa de Santa María que estaba suspenso hacía 30 años, dispensando el tiempo que faltaba para su prosecución según lo dispuesto por Urbano VIII. En 3 de marzo de 1665 declaró la congregación de ritos la santidad de vida y virtudes de Rosa en grado heroico. Confirmó el Papa la hermandad de la «Concordia clerical» que en 1646 fundó en Lima el cura del cercado don Francisco Gamarra.

Expidió una bula concediendo gracias a los de la institución limense «Escuela de Cristo». Confirmó la bula de Inocencio X contra Jansenio.

Murió en 22 de mayo de 1667 a los 68 años de su edad, habiendo gobernado la iglesia doce años, un mes y quince días. Era muy erudito, y excelente poeta latino. Hay un volumen infolio de sus poesías impreso en el Louvre el año de 1656 titulado: Philomati Musae Juveniles. Sucediole el Pontífice Clemente IX.

ALEJANDRO VIII. (Pedro Ottoboni). Nació en Venecia en 10 de abril de 1610. Fueron sus padres Marcos Ottoboni gran canciller de aquella República, y Victoria Tornielli. Estudió en Padua donde se graduó de doctor en ambos derechos. Urbano VIII le hizo prelado y refrendario de ambas signaturas. Después de haber sido auditor de Rota por la República, Inocencio X le creó cardenal presbítero de «San Salvador» in lauro en 1652.

En 1654 fue hecho obispo de Brescia. Le trajo a su lado Alejandro VII y le mudó el título de «San Salvador» con el de «San Marcos». Fue de todas las congregaciones; de obispos, regulares etc. Obispo de Frascati, subdecano del Sacro Colegio, y por fin subió al pontificado en 6 de octubre de 1689, por muerte de Inocencio XI. Expidió una bula contra los cuatro artículos sobre las libertades de la iglesia Galicana. Gobernó la iglesia un año, tres meses, 26 días, pues murió en 1.º de febrero de 1691 a los 80 años de su edad.

ALEMÁN. Don Diego. Soldado español que no sabemos cuándo vino al Perú. No le mencionan los que escribieron sobre la conquista y guerras civiles; encontrándose su nombre en las Décadas de Herrera tan sólo para decir que cuando Alonso Toro gobernaba en el Cuzco por Gonzalo Pizarro el año 1545, le empleó en una comisión a Guamanga.

No podemos sin embargo excluirlo de nuestras páginas, desde que nos cuenta Garcilaso que se ocupó de un importante descubrimiento por el interior de Cochabamba.

Alemán era nacido en la villa de San Juan de la provincia de Huelva (comprensión de Sevilla) y estaba avecindado en la Paz donde poseyó un pequeño repartimiento de indios.

Es de extrañarse que habiendo el Inca Cápac Yupanqui sometido al imperio la provincia de Cochabamba no entrase por ella un siglo después el inca Yupanqui a conquistar la de Mojos: asegurándose en tradiciones y datos antiguos que se internó por el Cuzco llevando diez mil hombres.

Por qué prefiriese Yupanqui atravesar montañas tan extensas como desconocidas, no podemos saberlo; pero aun cuando no fuera por Cochabamba, habría luchado con menos obstáculos penetrando por Carabaya y San Juan del Oro en demanda del Beni.

Tal vez fue este en camino y no el, más que lejano, muy remoto del río Serpiente (Amarumayo), que según la relación de Garcilaso fue donde Yupanqui embarcó sus tropas en balsas que tardó dos años en preparar.   —94→   Sea lo que fuere de cosas que sí dan margen a cuestiones, no alcanzaríamos a esclarecerlas cumplidamente; efectivo es que corriendo el año 1564 Diego Alemán al oír hablar a un curaca del oro que en abundancia se hallaba en Mojos, concibió el proyecto de dirigirse a este país con varios compañeros que inquietó, y con el mismo de quien había adquirido tan halagüeñas noticias; puesto que se brindó a guiarlos en prueba de su buena voluntad y de lo veraz de sus informes.

Juntáronse doce individuos y acordaron marchar a pie, por la naturaleza de los caminos, y a fin de llamar menos la atención en viaje destinado a descubrir un nuevo territorio para pedir después autorización para conquistarlo.

Anduvieron 28 días por senderos difíciles y superando muchos obstáculos hasta que avistaron la 1.ª población de aquella provincia. El curaca que los conducía opinó se esperasen hasta tomar algún indio que diera noticias; pero se negaron a esto pensando que el pueblo había de rendírseles con sólo verlos, y sin más reflexiones, se introdujeron de noche haciendo gran ruido para que se les creyese en mayor número.

Los habitantes alarmados con semejante suceso, y reunidos con celeridad, dieron contra los españoles matando 14 de ellos en la refriega: Diego Alemán quedó allí prisionero. Los dos restantes huyeron favorecidos por la oscuridad logrando llegar adonde estaba el guía que no se había conformado con aquella impremeditada violencia. El uno era español, el otro un mestizo cochabambino llamado Francisco Moreno, el mismo que pudo sustraer en el pueblo una manta de algodón o hamaca tejida de varios colores y con varias campanitas de oro. Los tres desde un elevado cerro en que se ocultaron, vieron ya de día y fuera del pueblo, un numeroso grupo de indios cuyas relucientes armas si es creíble lo que dijo el citado guía, eran todas de oro.

Según se supo después, por algunos de los de Mojos que solían venir a Cochabamba, los indios estimando en mucho a Diego Alemán lo habían hecho su caudillo de guerra para que los dirigiera en las contiendas que les eran frecuentes con sus vecinos.

El español compañero de Francisco Moreno murió a su regreso destruido por las fatigas que había pasado. Y como Moreno al referir sus aventuras ponderaba mucho las riquezas auríferas de Mojos, se despertó la codicia de varios militares que pretendieron luego se les encargase de la reducción de aquel país.

Con respecto a Alemán, no hubo por entonces más noticias. Véase Álvarez Maldonado, don Juan.

ALESIO. Mateo Pérez de. Célebre pintor natural de Roma, y discípulo de Miguel Ángelo Buonarota. Vino a Lima en el siglo XVI, y en su larga residencia en esta ciudad, trabajó diversas obras que merecieron a estimación, y poseyó una huerta y casa de campo inmediatas al Cercado. Fue suya la pintura del corpulento San Cristóval que estuvo en el muro inmediato a la puerta de la Catedral que, al lado de Oriente, tenía el nombre del Santo. Era copia de la que él mismo hizo en lugar semejante de la catedral de Sevilla, cuyo plano, como es sabido, sirvió para elevar la fábrica de la de Lima. Son del pincel de Alesio las imágenes de San Pedro y San Pablo que están en la capilla de San Bartolomé de esta catedral y otras que se ven en su sacristía. Según el padre cronista fray Antonio de la Calancha, fue obra de dicho artista el gran lienzo que se colocó en el arco toral de la iglesia de San Agustina, en que este santo despide rayos sobre29 los doctores; y uno de Santa Lucía de muy conocido mérito que está en un altar de la iglesia del Prado. El San Cristóval   —95→   ya citado, era de gigantesca forma, vadeando un caudaloso río con un cedro en la mano y el niño Dios al hombro. Desapareció dicha pintura cuando un terremoto maltrató el edificio de la Catedral; y se hizo otra posteriormente, imitándola, al lado de la puerta de los Naranjos al ejecutarse la refacción del templo acabada en 1755. Alesio volvió a Roma y falleció, en 1600, según dice don Nicolás de la Cruz en el tomo 14 de sus viajes, página 291.

ALESIO. Fray Adrián de. Hijo del anterior. Nació en Lima y profesó en el convento de Santo Domingo de esta ciudad, donde figuró como predicador general. Era pintor, como su padre, aunque ejercitó poco su arte, porque se consagró mucho a las letras. Fueron obra de su mano y pinte las imágenes de los grandes libros del coro de la iglesia, que a juicio de los inteligentes tenían bastante mérito. Escribió en verso la vida de Santo Tomás de Aquino, que se imprimió en Madrid. También compuso la del beato Martín de Porras en prosa, y una postila en latín sobre el Génesis: estas dos obras no llegaron a publicarse. Fray Adrián falleció muy anciano, dejando la fama a que fue acreedor como buen religioso.

ALFARO. El doctor don Francisco. Natural de Sevilla, jurisconsulto de mucha nota, y cuyos pareceres respetaba don Juan de Solórzano, como se deduce de diferentes cuestiones tratadas en su Política indiana. Fue fiscal de la audiencia de Panamá en 1594 y de ella vino de oidor a la de Lima a principios del siglo XVII. Pasó de presidente a la Audiencia de Charcas en 1632. Escribió una obra que se imprimió en Valladolid en 1606 titulada De officio fiscalis, de que Fiscalibus privilegiis etc. Ascendió a consejero de Indias, y falleció en Madrid muy anciano. Siendo oidor de Lima le comisionó el virrey marqués de Monte-Claros para tomar razón de todos los indios que con título de yanaconas poseían los españoles en sus fundos rústicos, a fin de poder cumplir la resolución que los declaraba libres de ese y otros servicios obligatorios. Véase, Montes-Claros.

ALIAGA. Don Gerónimo. Capitán, conquistador del Perú. Nació en Segovia y era poseedor en Alcázar de Consuegra de una vinculación que le producía la renta anual de 3030 maravedís. Sus padres fueron don Juan Aliaga y Francisca Ramírez, nacidos también en Segovia. Doña Leonor de Figueroa con quien vino a América y que fue su esposa, era hija de don Gonzalo Ramírez de Figueroa y de doña María de Figueroa Tinoco.

Gerónimo Aliaga salió de España y llegó a Tierra Firme para servir en la conquista y pacificación del país, como lo hizo a su costa a las órdenes inmediatas del capitán Gonzalo de los Ríos, y después a las del capitán Fernando de la Serna en una expedición en que tomó él mismo a un cacique principal. Entre los españoles que primero partieron de Panamá para reunirse a don Francisco Pizarro, se encontró Aliaga: estuvo con él en la ocupación de la isla de Puna hallándose en varios reñidos choques: continuó a Tumbes, y presenció luego la fundación de la ciudad de San Miguel de Piura. Siguió para el interior, y en Cajamarca fue uno de los actores en los sucesos que ocurrieron hasta la prisión y muerte del inca Atahualpa. Marchó al Cuzco con Pizarro, y su nombre se ve unido al de los que subyugaron y poblaron dicha ciudad. En esa conquista le tocó luchar con los indios en Jauja, en la batalla de Vilcas, en la de Vilcacunga nueve leguas antes del Cuzco y en otra a la entrada a esta capital. Nombrole el conquistador, veedor del Rey en la fundición de oro y plata   —96→   que allí se estableció, y aun sirvió de contador en ausencia del que lo era Antonio Navarro. Guardó Aliaga todo el tesoro y pedrería que se tomó, y tuvo en depósito lo que correspondió al Rey por quintos, y los cuños y marcas reales que se hicieron.

El capitán don Gerónimo Aliaga, después de concurrir a la fundación de Jauja, y de haber recibido tierras e indios de repartimiento en la provincia de Andahuaylas, se trasladó a la nueva ciudad de Lima en la cual se le dio solar, edificó su casa y se avecindó con su familia. Acompañó a don Francisco Pizarro en el segundo viaje que hizo al Cuzco con el fin de poner paz en las primeras desavenencias habidas entre sus hermanos y Diego de Almagro, quien de resultas del convenio que se ajustó, salió a emprender la conquista de Chile.

Con motivo del levantamiento del príncipe Manco Inca que aconteció por no habérsele reconocido como Soberano, según las promesas que se le tenían hechas, los indios movieron diferentes cuerpos de tropas para obrar contra los españoles. La ciudad de Lima fue casi sorprendida por un ejército de 30000 hombres que de improviso se vio bajar a ella. Unos pocos españoles bien armados se encargaron de contener al enemigo, y lo hicieron con extraordinario valor y destreza en difíciles encuentros. Uno de ellos fue Gerónimo Aliaga, quien viéndose con sus caballos heridos de flecha compró uno en 1300 pesos de oro. Durante la lucha sostenida con los indios, la ciudad se puso en defensa según las disposiciones tomadas por el gobernador Pizarro. Éste nombró a Aliaga alférez del Estandarte real, cargo de distinción que se confería siempre a personas esforzadas elegidas de entre los capitanes. Sus servicios se hicieron muy notables en la sangrienta batalla que ganó Pizarro, y puso término al asedio que Lima sufrió. Fue Aliaga uno de los hombres que militaron en el Perú sin salario alguno, y en esta vez perdió varios de sus negros esclavos. Con fecha 12 abril de 1535 inició ante el primer alcalde ordinario que tuvo esta ciudad, una información para probar lo que hemos referido.

Cuando el marqués don Francisco Pizarro fue muerto en 1541 por los conjurados del bando de don Diego Almagro, el hijo, Aliaga apercibido del alboroto que formaron, acudió a sus armas como algunos otros vecinos para socorrer al Gobernador, pero éste ya no existía, y la rebelión estaba consumada.

Luego que entró en el Perú el gobernador Cristóval Vaca de Castro, Aliaga se entendió con él y le comunicó noticias de lo que pasaba en Lima por medio de Diego de Peralta a quien envió a Guaraz. Los de Almagro emprendieron su retirada hacia el interior, y en circunstancias tan extraordinarias y difíciles, en que el Gobernador aún se hallaba distante, la ciudad había quedado escasa de medios de defensa, y se anunciaba que Almagro contramarchaba para castigarla por haberse declarado contra su causa. En tales conflictos, don Gerónimo Aliaga cooperó mucho al sostén de la capital, donde se organizó cuanta fuerza era posible, y se atendió al puerto inmediato, en el cual había un galeón de gran porte perteneciente a Almagro y que interesaba tomar: se verificó así para que las mujeres principales de Lima tuviesen un asilo, y los caudales de su vecindario pudieran salvarse en caso de suceder la invasión anunciada.

Una fuerza dependiente de Almagro que del Cuzco salió a campaña mandada por Pedro Álvarez Holguín, en su permanencia en Andahuaylas, y antes de reunirse al gobernador Vaca, causó graves perjuicios en el repartimiento de Gerónimo Aliaga, porque allí tuvo que subsistir y tomar recursos por algún tiempo.

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Constituido en Lima el licenciado Vaca de Castro, Aliaga, que se le había reunido en Cajatambo, marchó con sus criados armados, en el ejército, que para destruir a Almagro se preparó por dicho Gobernador. Distinguiose en diversas operaciones, y particularmente en la batalla de Chupas que a seis leguas de Guamanga puso término a la revolución en setiembre de 1542. En su consecuencia, pereció don Diego de Almagro en el mismo suplicio que su padre, y a manos del mismo verdugo. En aquella memorable jornada perdió Aliaga el caballo que montaba, muerto de un mosquetazo.

Estos servicios los comprobó en un sumario producido en Lima en febrero de 1543, el cual, como el anterior hemos tenido a la vista, y comprende las deposiciones de muchos vecinos de Lima, algunos de ellos regidores.

También hemos leído un despacho del marqués don Francisco Pizarro fechado en Jauja en 7 de agosto de 1534, en el cual después de indicar que Aliaga asentó allí vecindad, le asignó y entregó en depósito ciertos indios con sus caciques para que de ellos se sirviese en sus haciendas y labranzas, mientras se hacía el repartimiento general o se proveía otra cosa. Esta encomienda que fue el pueblo de Chuquiracua provincia de Andahuaylas, perteneció la mitad a él, y la otra mitad a Sebastián de Torres. El gobernador Vaca de Castro confirmó a Aliaga en la posesión de ella, y además le dio otra en Chancay de 3100 indios a nombre del Rey en premio de su mérito y por los quebrantos que había experimentado. Esta provisión fue expedida en Acos en 14 de abril de 1544.

Hallábase Gerónimo Aliaga de escribano mayor de Gobierno y secretario de la Real Audiencia, cuando en este mismo año se encendieron en el reino las terribles disensiones originadas por las ordenanzas reales que trajo y quiso cumplir el virrey Blasco Núñez Vela. Declarada la Audiencia contra este Virrey, y reunida en el cementerio de la Catedral el día 17 de setiembre, hizo llamar a Aliaga y le ordenó fuese donde el Virrey a decirle «que se acercase a ese lugar, pues deseaban los oidores besarle los pies y las manos, y que se fuese a embarcar para que no le matasen». Aliaga les preguntó si todos juntos le daban esa orden, y habiéndole contestado que sí, pidió de ello testimonio que se le otorgó por escribano y ante testigos. En seguida pasó a Palacio donde encontró a Blasco Núñez con quince personas reunidas, entre las cuales estaban las de su casa. Dio el recado, y como el virrey convino en ir con tal de que no lo matasen, Gerónimo Aliaga le dijo: «matar no señor, yo me pondré delante de vuestra señoría, e moriré primero». Entonces el Virrey volvió el rostro hacia el escribano Pedro López, y le mandó diese fe de esto y de lo demás que pasaba. Marcharon luego a la plaza, y lo que aconteció puede verse en el artículo «Blasco Núñez Vela». Mas la provisión expedida para la prisión del Virrey, no quiso autorizarla Aliaga ni que sus subalternos la escribiesen.

Por entonces Gonzalo Pizarro caudillo de la revolución que había estallado en el Sur, venía sobre Lima con su ejército. Garcilaso de la Vega y Gabriel de Rojas, fugaron del Cuzco y vinieron a reunirse al virrey Vela; mas como no le encontraron en Lima, los ocultó Aliaga lo mismo que a Pantoja y otros vecinos de Charcas. Apenas el maestre de campo de Pizarro, Francisco Carvajal entró en esta ciudad, proyectó matar a aquellos, se dirigió de noche a la casa de Aliaga, calle de Palacio, y quiso penetrar en ella a pretexto de entregar una carta de Gonzalo. Al ruido de las armas, Aliaga conociendo el peligro, dio de mano a sus huéspedes por unas paredes interiores: cuyo hecho irritó a Gonzalo Pizarro y mandó   —98→   proceder contra Aliaga. Éste tuvo tiempo para precaverse, merced a un aviso que le dio Martín Pizarro capitán de Arcabuceros.

Gerónimo Aliaga se trasladó a Guaylas con su mujer e hijos, y aunque le llamó Gonzalo no quiso regresar ni dar crédito a sus palabras. Razón tenía para temerlo, porque antes de ese viaje estuvo con Pizarro en su campamento situado en el camino del Callao, donde se comprometió en una conspiración, y como se trascendiese esta, tuvo que huir con el capitán Martín de Robles y muchos otros.

Era Aliaga capitán de una compañía de caballería en las tropas que organizó la Audiencia cuando el Virrey fue expulsado. Gonzalo Pizarro, como es bien sabido, marchó hasta Quito y venció a Blasco Núñez Vela en la batalla de Añaquito en 1546, en que fue muerto. Antes de abrir esa campaña, escribió a Aliaga la siguiente carta con el objeto de que se le reuniese.

«Al magnífico señor Gerónimo Aliaga en Guaraz. Magnífico señor. Por cartas que tuve ha tres días de los capitanes Gonzalo Díaz de Piñera y Herrando de Alvarado, supe cómo después de lo acaecido con los que salieron de los "Pacamoros" y la muerte de Pereira e Mesa, se había ido huyendo Blasco Núñez, e que estaban en los "Cañaris" procurando socorro de Velalcázar, e así por no exponer lo que tan ganado está, en aventura, como por las muchas aguas, se determinaron de no pasar adelante hasta que de acá les fuese socorro e porque este negocio es de la calidad que veis, y a todos tanto nos va para que podamos descansar en echar este diablo de la tierra, e por hacer de una vez lo que de muchas no se podría hacer de otra manera; he acordado de ir en persona a ello con todos estos caballeros que aquí están. Por tanto U. Md. luego que esta vea, todas cosas dejadas, se apreste y aderece e salga al camino de Trujillo, o donde mejor le parezca que me pueda alcanzar, porque mi ida de aquí será dentro de diez días o antes si pudiere. Nuestro Señor la magnífica persona guarde de U. Md. como deseo. De los Reyes 6 de febrero de mil e quinientos e Cuarenta e cinco. A lo que U. Md. mande. -Gonzalo Pizarro».


Este documento obliga a inferir que la buena armonía entre Pizarro y Aliaga se había restablecido, y que éste acaso por atender a su seguridad, cuidaría de satisfacerlo y de disculpar su anterior conducta; con todo, no cumplió la orden que la carta contenía y se conservó en Guaraz en vez de acompañar a Gonzalo a la guerra contra el Virrey.

Después de la victoria y de la entrada triunfal que hizo Pizarro en Lima rodeado de cuatro obispos; cuando por la llegada al Perú del nuevo gobernador licenciado Pedro de la Gasca, tuvo que abandonar la capital, Aliaga30 que ya estaba en ella, persiguió hasta Chincha su retaguardia con 30 jinetes que mantuvo a sus expensas. Gonzalo se retiraba por la vía de Arequipa por no poderse sostener en Lima, y estar en el Callao la armada que obedecía al Rey. Gerónimo Aliaga salió luego a alcanzar a Gasca dirigiéndose al interior, pues este venía por Guarán a Jauja: viose con el gobernador y regresó a Lima en compañía del mariscal Alonso Alvarado para entender en diferentes aprestos de guerra.

Gasca, entre tanto, siguió a Andalmaylas donde sentó su campo, y permaneció el tiempo preciso para acabar de prepararse. Reuniosele Gerónimo Aliaga con una compañía que formó y sostuvo con su peculio; y en la marcha para el Cuzco, fue comisionado con otros para formar balsas a fin de cruzar el Apurímac cuyo puente había sido quemado de orden de Pizarro.

Ocupose la margen opuesta, se rehízo el puente, y Aliaga fue de los primeros que subieron la cresta fronteriza. Después peleó en diferentes   —99→   reconocimientos y escaramuzas, y concurrió en 1547 a la victoria de «Sacsahuana» ganada por Gasca, y en la cual su compañía tuvo una notable parte. Presenció la ejecución de Gonzalo Pizarro y Francisco de Carvajal, y se restituyó a Lima con dicho presidente.

Por cédula de 9 de octubre de 1547, dio el Rey licencia al capitán don Gerónimo Aliaga para fundar en Lima el Mayorazgo de su familia, y lo verificó por instrumento público de 17 de julio de 1549, disponiendo para perpetuar el nombre de su casa, que el que poseyese el vínculo, úsase el apellido Aliaga. Por otra Real orden, su fecha 29 de julio de 1565, se le permitió nombrar tenientes para que desempeñasen por él la Escribanía mayor del Virreinato. Gerónimo Aliaga cuando se estaba edificando la Iglesia de Santo Domingo, propuso a la comunidad fabricar una capilla a sus expensas. Fue aceptada su solicitud y se ajustó el contrato adjudicándole la que hoy es de Santa Rosa. Era provincial fray Tomás de San Martín primer prelado que tuvo el convento de Lima; y en 5 de agosto de 1545 se celebró el concierto y escritura ante Diego Gutiérrez, escribano del Cabildo. En él se estipuló que Aliaga edificaría dicha capilla para entierro de su persona y familia, y para instituir una capellanía de misas. Aliaga dio al convento dos vacas, una casa y tienda que tenía en la calle de Judíos, cuatro solares juntos para que se hiciese una huerta, y cincuenta pesos de oro de a 450 maravedís. Se cree que estos solares formaron después el recinto del antiguo colegio de San Martín.

En consecuencia Aliaga fabricó a su costa el espacio del crucero del templo que forma la capilla que se tituló de San Gerónimo. Gastó sólo en pagar el trabajo novecientos pesos de oro, haciéndose también una bóveda subterránea, y dando además los materiales. Parece que el gasto de la obra pasó de 17000 pesos.

Gerónimo Aliaga y sus descendientes fueron patrones de la expresada capilla, y colocaron en el arco de ella las armas de su casa, una tapa de bronce en la boca de la bóveda, y una plancha de plata en el pilar del púlpito, en la cual se grabó una inscripción que hacía saber la propiedad de esa casa.

Los Aliagas fueron siempre benefactores del convento de Santo Domingo, y costeaban una fiesta a San Gerónimo. En su altar se colocó después la urna de reliquias de Santa Rosa. Doña María de Figueroa viuda del capitán don Juan de Sotomayor, y suegra de don Ventura Aliaga, descendiente del conquistador don Gerónimo, mandó que de sus bienes se fundase una capellanía de 150 misas y una cantada el día de San Gerónimo en su propia capilla, con cuyos objetos su albacea impuso a censo seis mil pesos de a nuevo reales sobre una finca suya en la calle de la Pescadería, nombrando capellanes a sus hijos y descendientes, y por patrón al mayorazgo de Aliaga según consta todo de escritura otorgada en 1627.

De la capilla de Santo Tomás de Aquino en la misma iglesia de Santo Domingo fue dueño el conquistador don Juan Álvarez y Sotomayor, quien en 1570 hizo donación de 3250 pesos, mil por el patronazgo y propiedad, y el resto lo reconoció el convento sobre sus fincas porque obligó a decir misas por el fundador. Era dicha capilla entierro de esto y de su familia, y sus derechos cayeron después en el mayorazgo de Aliaga que entró en posesión de ellos.

Por los años 1554 promovió don Gerónimo la obra del primer puente que se puso al río Rímac: hizo una solicitud al Gobierno representando la necesidad que había de establecer dicho puente; y en su virtud se construyó, dándose 1000 onzas de oro del Erario Real y gravándose a las provincias con lo demás que fue preciso.

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Hizo testamento en 14 de mayo de 1569 y dejó a sus hermanas residentes en Segovia la pequeña renta que allí disfrutaba.

Hijos de don Gerónimo Aliaga fueron don Juan, don Gerónimo, don Alonso y doña Juana: ignoramos si nacieron en Lima. El mayor, que fue legitimado, ganó en el consejo un pleito sobre sucesión a una encomienda, con motivo de querer su padre la heredase el hijo 2.º habido después de su matrimonio según refiere don Juan de Solórzano. Doña Juana sobrevivió a sus hermanos, y poseyó el mayorazgo. Contrajo matrimonio con el capitán Francisco de los Ríos y Navamuel, alcalde ordinario de Lima en 1581 (hermano de don Álvaro, secretario del virrey don Francisco Toledo) y tuvo al capitán don Gerónimo Aliaga de los Ríos, alcalde en 1622. Del enlace de este con su prima doña Inés de los Ríos y Navamuel, nació en Ventura que casó con el capitán don Pedro Sotomayor, alcalde ordinario de Lima en 1626 y 629. Heredó el mayorazgo su hijo el maestre de campo don Juan Aliaga Sotomayor. Este nació en la hacienda de Sintay en Castrovirreyna, casó con doña Juana Esquivel que murió sin hijos. Don Juan fue excomulgado porque no cumplió con fundar una capellanía de orden de su mujer, y devolvió la dote de 50 mil pesos. Contrajo segundo matrimonio con doña María Bravo y de la Maza, y pasó el mayorazgo después a su hijo el maestre de campo don Pedro Gregorio Aliaga de la orden de Calatrava, quien fue casado con doña María Oyague y Londoño. Don Juan José Aliaga su primogénito, alcalde ordinario de Lima en 1723 y 1739, contrajo matrimonio con doña Josefa Colmenares Fernández de Córdova (hija del conde de Polentinos) y fueron padres de don Sebastián Aliaga a quien corresponde el artículo siguiente. La casa de Aliaga tuvo dominio sobre el sitio que hoy es iglesia y plazuela de los Desamparados, pues en 1617 gobernando el Príncipe de Esquilache tenía allí mismo un molino de su propiedad. Hacen mención del capitán don Gerónimo Aliaga, Garcilaso en sus Comentarios reales y otros historiadores del Perú; entre ellos, el cronista Herrera, quien lo comprende en la relación de los conquistadores que recibieron parte de la suma reunida por el inca Atahualpa para su malogrado rescate. Tocaron a Aliaga 339 marcos de plata, y 8888 pesos de oro.

ALIAGA Y COLMENARES. Don Sebastián de. Nació en Lima en 12 de julio de 1743. Poseyó el mayorazgo que fundó el capitán Gerónimo Aliaga conquistador del Perú, de quien descendía. Fueron sus padres, el alcalde don Juan José Aliaga y Sotomayor, que falleció en 26 de noviembre de 1753, y doña Josefa Colmenares Fernández de Córdova, hija del primer conde de Polentinos, cuya ascendencia puede verse en los artículos respectivos a ese título y apellidos. Contrajo matrimonio en 15 de diciembre de 1779, con doña Mercedes Santa Cruz y Querejazu. Véase Santa Cruz y Padilla. Véase Querejazu. Don Sebastián fue corregidor por el Rey, de la provincia de Chancay desde 1763 hasta 1768, capitán del regimiento de la Nobleza en 12 de febrero de 1770, alcalde ordinario de Lima en 1775, capitán de la guardia de alabarderos del virrey don Manuel de Guirior en 1.º de mayo de 1778. Invistió el título de Castilla de conde de San Juan de Lurigancho, que perteneció a su esposa, y sirvió el empleo de tesorero de la casa de Moneda de esta ciudad que correspondía perpetuamente a la familia de Santa Cruz, y lo heredó dicha doña Mercedes, como que era parte del mayorazgo de los condes de Lurigancho. Después del fallecimiento de doña Mercedes Santa Cruz, dejó este título a su hijo don Juan Aliaga y Santa Cruz, lo mismo que la tesorería de que se separó por jubilación. En 1807 recayó en don Sebastián el título de marqués de Zelada de la Fuente, por muerte de su tío el coronel don Felipe Colmenares Fernández   —101→   de Córdova, hijo del ya citado conde de Polentinos. En la creación del regimiento de la Concordia del Perú en 1811, don Sebastián de Aliaga, fue nombrado capitán de una de las compañías de Granaderos: en 1812, comandante del primer batallón, y en 1813, ascendió a coronel de ejército. Desde 1806 desempeñó el cargo de vocal de la Junta Conservadora del fluido vacuno, creada en Lima. Cuando en 30 de julio de 1812 se armó de Caballero Gran Cruz de la Orden de Carlos III el virrey don José Fernando de Abascal, Aliaga le puso la condecoración en la capilla de Palacio a presencia de los demás miembros de la Orden.

Falleció en 1.º de enero de 1817. La familia de Aliaga estuvo sindicada de adhesión a la causa de la Independencia Americana. El virrey Abascal, que profesaba mucho aprecio a don Sebastián, se entendió con él alguna vez, con respecto a los rumores que circulaban sobre el particular. En otra ocasión le llamó el virrey para entregarle una comunicación de Chile, que se aseguró había sido encontrada en la plazuela del Puente, y cuyo contenido comprometía al conde. Éste, negándose a recibirla porque el virrey se la entregaba abierta, se consideró calumniado y ofendido altamente con una insidia o lazo que dijo habérsele tendido. Hizo al gobierno una enérgica representación para sincerarse, y obtuvo un decreto satisfactorio.

Doña Josefa, hermana de don Sebastián fue casada con el conde de Sierra Bella, y doña Josefa Messía y Aliaga, hija de este matrimonio, fue esposa del marqués de San Miguel. Véase San Juan de Lurigancho. Véase Zelada de la Fuente.

ALIAGA Y COLMENARES. Don Juan José. Hermano del anterior, nacido en Lima en 1752, marqués de Fuente Hermosa, como marido de doña Josefa Borda. Fue coronel del regimiento de Milicias de Caballería de Chancay. Sus hijas doña Mariana y doña Josefa Aliaga y Borda, la primera casó con el regente de la Audiencia del Cuzco don Manuel Pardo; la segunda con el marqués de Castell Bravo Oidor de la de Lima. Véase Borda y Echeverría. Véase Fuente Hermosa.

ALIAGA Y SANTA CRUZ. Don Juan. Conde de San Juan de Lurigancho, de la Orden de Carlos III y comendador de la de Isabel la Católica. Nació en Lima en 11 de setiembre de 1780: fue hijo del coronel don Sebastián de Aliaga y Colmenares, conde de Lurigancho y marqués de Zelada de la Fuente; y de doña Mercedes Santa Cruz. Por fallecimiento de dicha señora recayó en don Juan el condado y la tesorería de la casa de Moneda de Lima que estaba vinculada desde 1702 en la familia de Santa Cruz, y fue parte del mayorazgo de San Juan de Lurigancho hasta 1821, en que se proclamó la independencia: don Juan fue el último tesorero por juro de heredad. Falleció en 1825 en el Callao, hallándose sitiada esta plaza, por el ejército unido de Colombia y del Perú. Fue casado con doña Juana Calatayud hija de don Francisco Calatayud de la Orden de Santiago, cónsul que fue del Tribunal del Consulado desde 1795, hasta 1708.

ALIAGA Y SANTA CRUZ. Don Diego. Nació en Lima en 9 de setiembre de 1784: hijo segundo de don Sebastián de Aliaga y Colmenares, conde de San Juan de Lurigancho marqués de Zelada de la Fuente. Fue teniente del regimiento de la Nobleza, capitán de la guardia de Alabarderos del virrey don José Fernando Abascal, marqués de la Concordia desde 1810 y de su sucesor don Joaquín de la Pezuela hasta 1817, regidor del Cabildo Constitucional de Lima en 1821. Contrajo matrimonio con doña Clara   —102→   Buendía heredera del título y marquesado de Castellón. Don Diego Aliaga estuvo tildado varias veces de tener relaciones con los que en Lima conspiraban y promovían la revolución contra el Gobierno español. El virrey Abascal entró en explicaciones acerca de esto, con el conde de San Juan de Lurigancho, padre de don Diego. Y aunque por entonces quedaron desvanecidas las acusaciones, no cabe duda de que hubo motivos suficientes para hacerlo sospechoso. Más tarde se descubrió que Aliaga aún había erogado dinero para habilitar a ciertos agentes enviados de Chile al Perú por el general San Martín en 1819.

Proclamada la independencia, don Diego fue consejero de Estado y en 1823 vicepresidente de la República; mas él se quedó en Lima, cuando fuerzas realistas ocuparon esta capital en 1824. Falleció en 1875 en el Callao, hallándose dicha plaza sitiada por el ejército de Colombia y del Perú. Véase Castellón.