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AMELLER. Don Cayetano, natural de Cádiz. Vino por Panamá al Perú a principios de 1816 de capitán del batallón «Gerona» 5.º ligero, cuyo cuerpo mandado por el comandante don Alejandro González Villalobos, después general, pasó directamente a Arica y de allí al ejército del Alto Perú. En 1822 era Ameller coronel del mismo batallón y se hallaba en el departamento de Moquegua en la división del brigadier don Gerónimo Valdez, destinada a observar las operaciones del ejército argentino, chileno y peruano que expedicionó a las órdenes del general en jefe don Rudesindo Alvarado. Desembarcado este en Arica ocupó Tacna y siguió al valle de Sitana retirándose Valdés sobre Moquegua Alvarado supo que Ameller con tres compañías montadas de Gerona y un escuadrón, apartándose del camino para un reconocimiento, se hallaba a retaguardia del ejército patriota sin que le fuera fácil pasar el valle y reunirse con Valdez. Pero en vez de enviar caballería a perseguirlo, para lo cual favoreciera el terreno, mandó a Locumba el batallón número 4 de Chile en la suposición de que bajara el contrario a este pueblo donde sin duda podía impedírsele el paso y destruirlo.

Ameller jefe experto y entendido marchó en diagonal a su derecha y descendió al valle por el punto más distante que pudo, a fin de cruzar el río y retirarse por Cinto y Mirabe a Torata.

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El coronel don Francisco Antonio Pinto, jefe del E. M. General de Alvarado, y que estaba al frente del citado batallón 4, luego que advirtió la marcha evasiva de Ameller, emprendió sobre él por la otra margen, y forzando su marcha llegó a alcanzarle cuando ya había pasado el río, y empeñó un serio choque. No lo rehusó Ameller con sus guerrillas, pero se batía en retirada y las compactas a lomo de mula se pusieron a distancia suficiente para continuar su repliegue sin ser molestadas. Pinto no pudo hacer más porque el ardor del sol era sofocante en aquellos arenales, y el número 4 se componía todo de negros a quienes rendía el cansancio sin tener allí como apagar la sed. Y aunque pidió caballería con instancia y oportunamente, no consiguió se le remitiese. Nos hallamos en esta acción el 14 de enero de 1823, y aunque ella dio crédito al coronel Ameller, él debió la ventaja al error del general Alvarado y no más: se le tomaron sin embargo algunos soldados prisioneros.

Ameller se halló en las batallas de Torata y Moquegua el 19 y 21 del mismo enero ganadas por los españoles la primera a causa de haber atacado el general Alvarado en columnas parciales las alturas inexpugnables de Valdivia, en que Valdez empleó todos los fuegos de sus tropas desplegadas contra aquellas masas compactas. La segunda por haberse reunido a Valdez el general Canterac con una fuerte división, y hallarse el ejército de Alvarado sin municiones de reserva.

Por julio de 1823 estando Canterac con su ejército delante de la plaza del Callao y próximo a retirarse a la sierra, envió al Cuzco a Valdez con 3 batallones uno de ellos el de Ameller y 3 escuadrones que hicieron una afamada marcha, mediante la cual el Virrey con una división unida a la que Valdez tuvo en Zepita, pasó el Desaguadero y se reunió con las tropas de Olañeta en Sorasora. Estaba en Oruro el ejército Peruano mandado por el general Santa Cruz, y el general Sucre en Arequipa con una división. Santa Cruz después del triunfo de Zepita marchó sobre Oruro para unirse con la división del general Gamarra, a quien ordenó que dejando de perseguir a Olañeta que iba en retirada por Potosí, contramarchase hasta encontrarle. Por este grande error no fue desbaratado Olañeta en cuyas tropas se pensaba ya hacer un cambiamiento: resultando que Olañeta siguió a Gamarra y con facilidad hizo después su reunión con el Virrey.

Los generales peruanos tenían fuerzas inferiores y emprendieron una retirada sobre Ayo-ayo. Allí quisieron dar una batalla pero lo impidió el haberse extraviado la artillería y el parque que vinieron a incorporarse en el pueblo de Guaqui. El general Sucre no avanzó sobre la Sierra: Santa Cruz calculó encontrarlo en Puno, y como no sucedió así, en vez de seguir la vía de Arequipa y llamar al general Sucre, partió del Desaguadero hacia Moquegua (por cuestión de mando según parece) y trayendo la esperanza de que una división que venía de Chile a Arica hubiese empezado sus operaciones. Tampoco halló este tardío auxilio, y en sus forzadas marchas perdió tanto, que sólo llegaron a Moquegua 900 infantes y 300 caballos.

Hemos querido tratar en compendio de este revés por ser el presente artículo el primero de nuestra obra en que se tocan tan señalados sucesos que dieron lugar a muchas censuras: pero la verdadera historia y la lógica severa e imparcial, no permitirá se apoquen por ellos la valentía y grandes sufrimientos del ejército peruano por más que sus émulos no hayan sido justos, y que los enemigos exagerasen su fuerza como de costumbre. Siempre vimos que las victorias de entonces no fueron obra de la previsión y del saber, sino de errores clásicos de los generales contrarios   -253-   que no pueden ser motivo para menguar la reputación de meritísimos jefes y oficiales.

En esta vez se ponderaron como era consiguiente los hechos del ejército español, y sus ambiciosos jefes los aprovecharon grandemente, pues hubo una general promoción en que ascendieron 9 a mariscales 16 a brigadieres; don Cayetano Ameller uno de estos.

Luego la Serna organizó dos ejércitos uno del norte, otro del sur, y dio a su favorito Valdez el mando de éste, haciéndole general en jefe, lo cual fue el principal objeto de esta división de fuerzas. No temió el resentimiento de Olañeta ni se acordaría de lo superior de su antigüedad y notables servicios, cuando lo subordinó a Valdez. Sin permitirnos tratar de las causas de enemistad personal y privada que existían entre ambos, diremos que Olañeta haciendo papel de defensor del trono y del altar, dio por abolida la Constitución y se declaró contra liberales y masones negando la obediencia al Virrey y a Valdez, en 1824.

Acerca de esto ha escrito sin causarse García Camba, más que de ningún otro asunto, para sincerar a los de su propia parcialidad. Ameller como partidario ardoroso de Valdez marchó con él a someter a Olañeta; Gerona era ya un regimiento de dos batallones. En esta larga y no decidida campaña la primera batalla que se empeñó fue la de la Lava en que no quedó vencido Olañeta. En ella murió el 17 de agosto el brigadier Ameller a quien no era fácil reemplazar en el bando que dominaba al Virrey. Véase Valdez.

AMPUERO. El capitán don Francisco. Uno de los primeros y principales vecinos de Lima de cuyo Cabildo fue antiguo regidor. Escribiole particularmente el Emperador Carlos V, recomendándole ayudase al Licenciado don Cristóval Vaca de Castro en la comisión que trajo al Perú en 1540. Estuvo Ampuero en la casa de don Francisco Pizarro y en su compañía, cuando fue asaltada por los conjurados del partido de Almagro que asesinaron al Marqués el día 26 de junio de 1541. Abierta por el gobernador Vaca de Castro la campaña contra don Diego de Almagro el mozo, concurrió a ella el capitán Ampuero, y se distinguió en la batalla de Chupas que puso término a la guerra civil de 1542.

Ampuero como regidor tomó parte en el ruidoso Cabildo que acordó en Lima el año 1544 reconocer y obedecer al virrey don Blasco Núñez Vela antes de que llegase a la ciudad, y presentase los títulos originales. Luego pasó Ampuero a Guamanga con las reales provisiones, y habiendo hecho la notificación que se le encargó, fueron obedecidas sin dificultad. Continuaba con igual objeto para el Cuzco en compañía de don Pedro López; y en el camino encontró al capitán don Francisco de Almendras con 30 arcabuceros de las tropas de don Gonzalo Pizarro, el cual les quitó los pliegos y documentos, les reprendió ásperamente y permitió que Ampuero regresase a Lima, diciéndole no lo hacía degollar por la estimación que don Gonzalo le dispensaba. Ampuero como otros ya no pensó sino en comunicar a Pizarro desde la capital todo lo que pasaba y podía convenirle; y así le avisó que un clérigo don Baltazar Loayza iba llevando al Cuzco correspondencia secreta. En seguida fue Ampuero uno de los vecinos que se comprometieron a ayudar a los oidores en la ejecución de su plan de desconocer la autoridad del Virrey Vela. Y consecutivamente apoderado del gobierno don Gonzalo Pizarro lo sirvió Ampuero en la campaña de Quito contra dicho Virrey llevando el estandarte como Alférez general con 60 hombres en la batalla de Añaquito. Pero corriendo el año 1547, y estando ya en el Perú el gobernador licenciado don Pedro de la Gasca, Ampuero como otros muchos oficiales acogiéndose   -254-   al indulto y llamamiento que aquel hizo a nombre del Rey, abandonó las filas de Pizarro marchándose de Lima en dirección a Trujillo. Perseguido por Juan de la Torre, éste le alcanzó a las 8 leguas, y teniéndole ya preso logró escaparse de su poder. No hemos hallado más noticias acerca de los servicios del capitán Ampuero, e ignoramos la época de su fallecimiento, en 1570 era alcalde de la Santa Hermandad, en 1571 y 1574 alcalde ordinario de Lima.

Francisco Ampuero fue el tronco principal de la noble familia peruana de este apellido, en cuyas casas podía colocarse una cadena que a su entrada sirviese de señal de inmunidad y privilegios. Había contraído matrimonio con doña Inés Yupanqui hija del emperador Huayna-Cápac y hermana de padre del Inca Atahualpa.

Según Garcilaso y otros autores que le siguen, esta doña Inés a quien apellida «Huayllas», «Ñusta», de su trato ilícito con el marqués don Fancisco Pizarro tuvo una hija que se llamó doña Francisca, la cual casó con su tío don Herrando Pizarro. El cronista oficial don Antonio Herrera tratando de la sucesión del Marqués, escribe únicamente: «tuvo en mujeres nobles de aquella tierra tres hijos y una hija». Garcilaso dice además, que él conoció a un hijo de don Francisco Pizarro habido en doña Angelina, hija de Atahualpa y que tenía el nombre de su padre.

El doctor Tobar ha publicado recientemente un folleto antiguo, cuyo autor le es desconocido, y que titula Apuntes para la historia eclesiástica del Perú. En esta obra (pág. 461) está copiado el principio de un testamento de don Francisco Pizarro hecho en Lima, y después del cual vivió mucho tiempo en España. Dice así: «Sepan cuantos esta carta vieren como yo doña Francisca Pizarro hija legítima y heredera que soy del marqués don Francisco Pizarro, mi padre, gobernador que fue de estos reinos del Perú por su majestad, difunto, que sea en gloria, y de doña Inés Yupanqui señora natural de estos reinos, mujer que al presente es de Francisco de Ampuero vecino y regidor de esta ciudad de los Reyes etc.».

El ignorado autor de dichos apuntes se expresa contra Garcilaso, creyendo haber probado que doña Francisca procedía de un matrimonio legítimo, y se lamenta de que los historiadores hayan escrito «por particulares pasiones, hechos falsos para denigrar las famosas hazañas de los conquistadores». Y con singular candor sostiene que el Marqués tenía gallarda letra, pues él había visto firmas suyas; siendo una calumnia afirmar que no sabía escribir, sólo por venganza y por desacreditarlo!!

Nos hemos detenido por la misma naturaleza de la cuestión en que tenemos por acertado decidirnos por lo que escribe don Manuel José Quintana en sus Españoles célebres (apéndice VIII, página 398).

Sobre las mujeres y los hijos de Pizarro.

«No tuvo ninguna legítima; y la principal de sus amigas o concubinas fue doña Inés de Huayllas Ñusta, hija de Huayna-Cápac y hermana de Atahualpa. De ésta tuvo dos hijos, don Gonzalo y doña Francisca, que suenan legitimados en los testamentos de su padre. Don Gonzalo falleció de corta edad, y por su muerte la sucesión y derechos del conquistador pasaron a doña Francisca, que fue traída a España algunos años después de orden del Rey, por Ampuero, vecino de Lima, con quien casó doña Inés de Huayllas después de la muerte del Marqués. A su venida fue tratada por la Corte con algún honor en obsequio de sus padres, y casó después con su tío Herrando Pizarro, a quien fue a asistir y consolar   -255-   en su prisión. De este matrimonio nacieron tres hijos y una hija, por los cuales ha pasado a la posteridad la descendencia y casa del descubridor y conquistador del Perú, y es la que hoy se conoce en Trujillo con el título de marqueses de la Conquista.

»Los autores no concuerdan ni en el número de los hijos, ni en el de las madres. El testimonio de Garcilaso, que los conoció cuando muchacho, debería al parecer ser preferido; pero aquí se sigue la información judicial citada arriba (pág. 326) y algunos papeles inéditos de la misma casa comunicados al autor de esta vida, que todos, por ser de oficio, deben merecer más crédito que la autoridad de Garcilaso.

»De doña Inés no se sabe cuándo murió: cuéntase de ella que al tiempo que los indios alzados tuvieron cercada a Lima, trató de escaparse a ellos, llevándose consigo una petaca llena de esmeraldas, patenas y collares de oro, que ella tenía del tiempo de su padre Huayna-Cápac. Avisaron de ello al Marqués, que la llamó y preguntó sobre el caso. Ella respondió que jamás había tratado eso por sí; pero que una coya suya llamada Asapaesiu la importunaba para que se fuera con un hermano suyo, que estaba entre los sitiadores. Pizarro perdonó a su amiga; mas hizo venir a la coya y la mandó dar garrote en su mismo cuarto. Montesinos: año de 1536».


Doña María Josefa Ampuero hija de don Francisco de Ampuero y de doña Inés Huayllas Ñusta, fue casada con don Juan Avendaño Azarpay su tío, segundo hijo del capitán don Diego Avendaño caballero de la orden de Santiago y de doña Juana Azarpay hermana del emperador Huayna-Cápac. La familia de Ampuero poseyó ricos mayorazgos y disfrutó de muchas distinciones. Véase Halles, Mr.

AMPUERO BARBA. El capitán don Martín Alonso. Antiguo vecino de la ciudad de Lima, fue regidor de su Cabildo en 1570, y Alcalde ordinario en los años 1583 y 1595. Instituyó un patronato por el cual él y sus descendientes fueron dueños de una capilla en la iglesia de la Merced que le donó esta religión para entierro de su familia, en remuneración de un capital que él dio al convento en ganado lanar para que con su aumento sucesivo pudiera sostenerse la comunidad. Garcilaso cambió a Martín Ampuero con Francisco: éstos según el decir de algunos no tenían parentesco. Él incurrió en el error de asentar que Martín fue casado con la princesa doña Inés Huayllas Ñusta.

AMUNÁTEGUI. Don Miguel Luis. Escribió la Dictadura de O'Higgins, obra histórica de Chile, cuya segunda edición corregida, salió a luz en Santiago en 1854. Tiene íntima conexión con la historia de la dominación española en el Perú por estar comprendidos en aquella los sucesos de las campañas de Rancagua, Chacabuco y Maypú, en que figuraron las tropas enviadas del Perú para subyugar a Chile por los virreyes Abascal y Pezuela.

ANCHORIS. Don Ramón Eduardo. Natural de Buenos Aires, mayordomo del arzobispo de Lima don Bartolomé M.ª de las Horas. El año 1810, por el mes de julio, se inquietaban los ánimos por las noticias de hallarse España ocupada por los ejércitos franceses; y antes de pasar tres meses, con las que se recibieron de la reiterada revolución de Quito y entrada al Alto Perú de las tropas argentinas dirigidas por Castelli, se sintió en la capital del Virreinato la agitación que era consiguiente a tan señalados y alarmantes sucesos.

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El día 18 de setiembre se procedió en Lima al arresto de varios individuos, dándose por razón que conspiraban contra el poder y orden establecidos. El doctor Anchoris; el abogado don Mariano Pérez de Sarabia, el cura de San Sebastián don Cecilio Tagle, argentino; el impresor don Guillermo del Río, el italiano don José Boqui y otros, fueron encerrados en diferentes parajes: Anchoris ocupó un calabozo en el cuartel de Santa Catalina. Del proceso que se siguió con mucha actividad, no resultó el esclarecimiento que apetecía el virrey Abascal, porque algunos de los acusados pudieron combinar sus declaraciones, y las pruebas no presentaron la amplitud necesaria para ser incontestables. Pero no es dudoso que hubo un plan de conjuración que estaba en sus principios, y que el Virrey cortó aprovechando el lance para atemorizar con un ejemplo de severidad. Anchoris fue enviado a España a disposición del Consejo de Regencia: para con los demás presos se tomaron otras providencias64, las cuales tuvieron el serio carácter de penas.

Anchoris estuvo preso en Cádiz en una fortaleza, y sus sentimientos liberales y americanos le hicieron padecer más desde el restablecimiento del Gobierno absoluto de Fernando VII. Y cuando alcanzó su libertad, se vino a Buenos Aires y Chile, y vio al general San Martín con quien había contraído amistad en España. Creemos que no regresó a Lima. El cura don Cecilio Tagle volvió a padecer persecuciones en 1820 y estuvo preso en la cárcel de la Inquisición acusado como otros de complicidad en nuevos trabajos revolucionarios.

ANDES. Conde de los. Véase Serna, don José de la -virrey del Perú.

ANDRÉS CORNELIO. Negociante holandés. Salió de Amsterdam en 1734, en un navío armado y con el valor de un millón de pesos en mercaderías. Dobló el Cabo de Hornos y recorrió en 1735 algunos puertos del Sur. El virrey marqués de Castellfuerte quiso enviar en su demanda buques corsarios pero no pudieron arreglarse las condiciones. Aquel se dirigió a la costa del Chocó y otros puntos, en los cuales se habían retirado a precaución los víveres, ganados y otros recursos. Estas providencias y una remesa de pólvora que de Lima se hizo a Guayaquil, se debieron al Presidente de Quito don Dionisio Alcedo y Herrera. Andrés, luego abandonó sus empresas y se encaminó a las Molucas.

ÁNGELES. Fray Baltazar de los. Descalzo de la orden de San Francisco, natural de Lima. Pasó a España donde por sus luces y vida ejemplar, mereció ser predicador del rey Felipe IV y confesor de la infanta sor Margarita de la Cruz. Carecemos de otras noticias que debieron ilustrar este artículo, pues aquellas elevadas distinciones no las habría disfrutado este religioso limeño, si no hubiera reunido eminentes cualidades. En la obra Estrella de Lima, hallamos además que fue presentado para obispo de Guatemala, y que rehusó aceptar esta dignidad.

ANGELINI. Don Pedro y doña Carolina Grijoni. Actores principales de una Compañía lírica que vino a Lima en 1814. Las funciones dadas por ella fueron las primeras óperas que aquí se representaron.

ANGLERÍA. El doctor don Pedro Mártir de. Perteneciente a una familia ilustre: célebre por su capacidad y suficiencia como diplomático. Nació en Arena en el Milanés el año de 1455. Estuvo diez años al servicio del cardenal Sforza y se relacionó con muchos literatos. Pasó a España en 1487 con la Embajada de su país. Militó bajo los Reyes Católicos,   -257-   pero dejó en breve las armas por el estado eclesiástico. En 1492 abrió una escuela de letras humanas en Madrid. El rey Católico Fernando V le confió la educación de sus hijos, le envió de Embajador a Venecia, y después a Egipto en 1501. Fue deán en Granada, abad de Jamaica, consejero de Indias, y antes cronista. Escribió en latín muchas cartas que se publicaron en Alcalá en 1576, en las cuales trata del descubrimiento de la América, y refiero con exactitud; según el concepto general, lo bueno y malo que los españoles hicieron en mar y tierra durante algunos años. Los más de los historiadores que han escrito de asuntos de América, citan a Pedro Mártir en apoyo de muchas de sus narraciones. Fue también autor de las ocho Décadas oceánicas del nuevo orbe, en diez libros, impresas en latín; París 1536, con diferentes relaciones enviadas al Consejo de Indias. Escribió otras obras, entro ellas una de su vida en 38 tomos con muchos datos históricos. Ricardo Haklinto ilustró y anotó las Décadas en 1587 con un mapa del nuevo mando. Falleció Anglería en 1526.

ANGLÉS Y GORTARI. Don Matías -corregidor de Potosí. Después de las alteraciones ocurridas en el Paraguay, y estando presos en Lima el doctor don José de Antequera y don Juan de Mena y Velasco, el virrey marqués de Castellfuerte confirió a don Matías de Anglés el encargo de recibir en calidad de juez las declaraciones que eran indispensables en el proceso de aquellos para comprobar los hechos y absolver también diferentes citas. Anglés pasó al efecto al Paraguay donde nunca había estado ni conocía a persona alguna; y como el Virrey lo previniera se guiase por el parecer del obispo coadjutor don fray José de Palos, a quien lo recomendó, el comisionado dócil a sus indicaciones aceptó por testigos a los que le designó como dignos de entera fe. Anglés los buscaba imparciales y de confianza; mas el dicho prelado como partidario decidido e instrumento ciego de los jesuitas eligió de acuerdo con estos a hombres apasionados y a personas incapaces y tachables.

Conociendo Anglés, aunque tarde, todo el peso de la responsabilidad que lo agobiaba, y sabiendo por las relaciones que ya tenía contraídas en el Paraguay, no menos que por la notoriedad de los sucesos y los datos ciertos que el tiempo le proporcionaba, que las declaraciones adolecían de falsedad, que los testigos no merecían ser creídos, y que él mismo había sido presa de intrigas y maquinaciones, se resolvió a tomar un recurso que a su modo de ver descargara su conciencia atormentada. Formuló una larga exposición revelando las nulidades, calumnias y objeciones que arrojaban los autos, poniendo de manifiesto las verdades contrariadas u oscurecidas y el ningún crédito que merecían los autores y cómplices de tan inicuos atentados.

Escribió prolijamente y vino a terminar este trabajo en Potosí ya de regreso de su comisión, firmándolo el 10 de mayo de 1731, (dos meses antes de la trágica muerte de Antequera). Envió este documento importante al Tribunal de la Inquisición para que haciendo uso de él, en lo que fuese necesario, lo remitiera a la Suprema Inquisición de Madrid a fin de que se instruyese el Rey de las revelaciones que hacía con respecto a hechos y asuntos que ignoraba en lo absoluto.

En el artículo «Antequera» hemos copiado la parte de la exposición de Anglés que se contrae al proceso, a los testigos y a las calumnias sostenidas por rencor y venganzas para perder a aquel desgraciado funcionario. Y como sea indispensable que otras materias que abraza la extensa denuncia de Anglés y lo que refiero del gobernador Reyes, estén en conocimiento de todos para que se sepan y causen asombro los hechos y   -258-   procedimientos de los jesuitas en el Paraguay, tenemos por oportuno insertar a continuación lo que hay de más notable en aquella obra que fue publicada en Madrid en 1769.

Algunas cláusulas del informe que hizo el general don Matías de Anglés y Gortari, corregidor de Potosí, sobre los puntos que fueron causa de las discordias sucedidas en la provincia del Paraguay, y motivaron la persecución de don José de Antequera de parte de los regulares de la compañía. Este informe fue dirigido a los inquisidores del Santo Oficio de Lima.

«7.- Pero con todo esto, y el agradecimiento en que estoy a los dichos padres, no me quita el verdadero conocimiento que tuve de las cosas de aquella provincia, y creo que no debo silenciar los graves casos, que me parecen dignos de moderar o reprehender, aunque sea en personas de tan particular estima; ni me sosiegan ni aquietan el ánimo de las continuas punzadas de mi conciencia, que con el justo temor que me sobresalta del cargo que me pueda hacer el Divino Juez, me veo como inexcusablemente forzado a decir clara e individualmente a Vuestra Señoría Ilustrísima65 que los padres de la compañía son los únicos émulos de la provincia del Paraguay, y por consiguiente son opuestos y contrarios a todos aquellos vecinos, que con celo español y justo han procurado conservar la provincia en su primitivo estado, para el buen gobierno de ella.

»3.- Los padres de la compañía tienen en las orillas de los dos ríos Paraná, y Uruguay veinte y seis pueblos, o doctrinas de multitud de indios, y otros cuatro pueblos más, que tienen en medio de dicho Paraná, y cercanías del río Tebiquari, y comúnmente se dice, que tienen otros cuatro o seis pueblos más que los expresados, que se recatan a la noticia y registro de los españoles; pero los treinta expresados son los innegables, y que a mí me constan con evidencia, como también el excesivo número de indios de dichas doctrinas, siendo certísimo, que la nómina o padrón no es legítima, sino la que se hace con cuidado y prevención, reservando muchos millares de indios, que sólo viven, y quedan al conocimiento de dichos padres.

»9.- Cada uno de estos treinta pueblos, o doctrinas, que se intitulan misiones del Paraguay, tiene tanta abundancia de haciendas y riquezas, que pudiera cada uno mantener de lo necesario a otros seis pueblos, por que el que menos, tendrá treinta o cuarenta mil vacas, con su torada correspondiente, copiosas y abundantes sementeras de toda especie de granos, y especialmente de algodón, de que cogen porciones crecidísimas, que hilan y tejen las indias. Así mismo plantan cañaverales dulces y tabacales que tienen estimación y gran consumo: tiene también cada pueblo numerosas crías de yeguas, caballos y mulas; y abundante multiplicidad de ovejas y carneros, porque la grande aplicación de dichos padres, y la muchedumbre de indios, que tienen en continuo trabajo y servidumbre, y los fertilísimos terrenos, y campañas que ocupan, producen y venden cuanto puede desear la imaginación.

»11.- Tienen los dichos padres curas ocupados una gran parte de los indios de su pueblo en los montes, y beneficio de la yerba; y como les abunda el gentío, y no les cuesta nada su manutención, trabajan copiosamente, y juntan porciones considerables de yerba de palos que es la que más abunda; y en el pueblo de Loreto, en el de Santa Ana y otros dos o tres más, se beneficia y enzurrona la más selecta y escogida, que llaman Camini de Loreto y cuanta corra y se consuma en este reino de esta calidad, la hacen y benefician los padres con sus indios, sin que español ninguno del Paraguay, ni de otra parte coja ni beneficie una rama de dicha yerba; y estas porciones considerables las conducen los padres   -259-   en sus propias embarcaciones al colegio de la ciudad de Santa Fe, y las vende el procurador del oficio de misiones, cuya administración dé entrada y salida, y considerables ganancias, y manejo en cosas de comercio, exceden con muchas ventajas a cuantas tienen a su cargo los seculares el todo reino: y también remiten los dichos padres bastantes porciones al colegio de Buenos Aires, donde mantienen otro procurador de misión. Estas cantidades, las venden dichos procuradores a plata en contado, y también suelen admitir algunos géneros que necesitan; y son tan eminentes en la inteligencia de toda suerte de mercancías, tratos, compras y ventas, que dificultosamente habrá mercado en todo el reino que les iguale.

»13.- También conducen de las misiones en sus embarcaciones propias, más de setenta a ochenta mil varas de lienzos de algodón, que es muy gastable en aquellas partes, y se vende a cuatro, cinco o seis reales cada vara; así mismo conducen cantidades de tabaco, azúcar, antes, escritorios, bultos de santos y otras muchas cosas y alhajas: que todo se vende, y adquieren considerables porciones de caudal, sin pagar ni contribuir alcabala alguna, ni derecho de entrada o impuestos para la defensa de la ciudad de Santa Fe, aun estando tan fatigada y afligida del enemigo.

»14.- El dicho oficio de misiones, se compone de almacenes para todos géneros de mercancías de Castilla y ropa de la tierra y paños de Quito, que venden públicamente en Santa Fe; y en ninguna tienda o almacén se hallan tantos ni tan buenos, como los que tienen dichos padres, y al mismo tiempo remiten río arriba al colegio de la ciudad de Corrientes y al de la del Paraguay considerables memorias de géneros que se venden a precios muy subidos, y recogen con muchas creces lo que producen aquellos países; y lo mismo ejecutan remitiendo grandes porciones de dichos efectos a los curas de los cuatro pueblos San Ignacio, Santiago, Santa Rosa y Santa María que son los que llevo dicho, están entre al Paraná y el río Tebiquari, más inmediatos al Paraguay; y en cada uno de estos hay un almacén surtido de todo lo gastable en aquellos países, y tienen los dichos padres curas feria y venta continuada en los guaireños, que son los vecinos de Villa Rica, a quienes avían y suplen los padres lo que necesitan, y cobran después en la yerba que les llevan en continuadas piaras de cuanto benefician en los montes, y extraviándola de esta suerte los dichos guaireños, no bajan con ella a la ciudad de la Asunción, ni buscan en ella los avíos y providencias como se estilaba hasta estos últimos tiempos: de que resulta el atraso común de todos, y especialmente de los comerciantes, y carecer los pobres de la yerba, como si fuera efecto de reinos extraños, y también se pierden los derechos reales y el del tabaco, aplicado en el Paraguay para sobrellevar algunos gastos de guerra y para obras públicas, y sólo lo pagan y contribuyen los españoles, aun de lo poco que comercian y adquieren de dicho efecto de la yerba.

»15-. Todas estas crecidas cantidades de plata, que recogen dichos padres se depositan en los dichos oficios de misiones para remitir a España y Roma con los procuradores generales, que despachan, sin los frecuentes envíos que hacen por vía de los ingleses y portugueses: pues es constante a toda la ciudad de Buenos Aires (aunque dificultosamente lo declarará ninguno, por el respeto y temor que tienen a dichos padres) que el año de 1725 se embarcaron en aquel puerto para los de Europa en un navío inglés, el padre procurador Gerónimo Ran, y su segundo Juan de Arzola, y llevaron más de 400000 pesos, como consta a don Salvador García Posse, como comandante de los registros, que estaban en dicho   -260-   puerto; y lo que yo puedo asegurar y certificar es, que habiendo llegado a Córdova por el mes de julio de 1725, y comunicado con frecuencia al padre Joseph de Aguirre, provincial que acaba de ser, me dijo hablando de los cuidados y afanes que tenían, que el despacho de los dos referidos procuradores les había causado gran trabajo; así por lo mucho que se escribía, como por haber juntado 170000 pesos en doblones, que entregaron aquel año, a dichos padres para los negocios de la provincia y su buen éxito en las cortes de Madrid y Roma; y en esto es a donde se embebe y termina la mayor parte de tan crecidos caudales para fomentar y conseguir los graves intentos que tienen los padres, y también para imponer y desfigurar con estos auxilios, y sus ponderadas representaciones las justísimas quejas que se puedan alegar contra el gobierno de los dichos padres.

»16.- En cada pueblo o doctrina asisten dos jesuitas, el uno es el cura, y el otro su compañero; tienen a sus indios tan impuestos en el trabajo de todas las cosas, que es una admiración la tolerancia y sufrimiento que tienen; pues siendo así que todas las haciendas, los ganados, las sementeras, las tierras, y todo lo demás que trabajan y fabrican, es y pertenece a dichos indios, de nada participan, ni tienen uso de cosa alguna, porque todo cuanto producen con el sudor y trabajo de los indios, lo recogen, y manejan los padres curas, y por su mano se les da a los indios la eximida y el vestuario, que siempre es bien escaso, y no les permiten acción de dominio ni en un caballo, ni oveja, ni en una vara de lienzo; y es tanto el rigor que practican con ellos, que pasa de esclavitud la gran servidumbre y miseria en que los tienen; y sólo su abatida pusilanimidad pudiera sobrellevar tan desmedida opresión, trabajo, e infelicidad. No hay nación, ni indios más ricos, ni tampoco los hay más pobres: no los hay más desventurados, porque la opulencia y fertilidad de sus pingües territorios, sólo la logran y manejan los padres en abundantes comercios para su propia utilidad.

»17.- No sólo da cada pueblo para la manutención de comida y vestuario de todos los indios, y de los dos padres: sino que ofrece lo que vendo en considerables porciones el padre cura; así en vacas, caballos, mulas, cueros, granos de todas cosechas, que reditúa mucho caudal, que no lo ven, y aunque lo sepan y lo conozcan, se hacen ciegos los indios, porque la menor palabra, que dijesen sobre esto, les costaría un dilatado castigo, y quizá la vida.

»18.- El vestuario de los padres es de lienzo de algodón teñido de negro, hilado y fabricado por las mismas indias de los pueblos; y si tal cual padre tiene un capote o manto de paño de Castilla, le sucede de unos a otros y dura un siglo entero. Las indias, y los indios visten todos del mismo lienzo de algodón blanco, y se les da con tiento y escasez, aunque sobran muchos millares de varas para vender, sin que de tan crecidas porciones de género de castilla, y tropa de la tierra, gasten, ni apliquen una vara para los de sus pueblos, y sólo a los indios magnates del Cabildo, (que lo son en el nombre) les dan unos vestidos de gala para ciertas festividades o recibimientos, y en cumpliéndose la función, los vuelven a entregar a dichos padres, y se guardan en las viviendas del cura, y bajo de su llave, ni tienen los padres otro gasto que el vino para celebrar, y para su alimento, y aun en varios pueblos han plantado viñas, y cogen bastante porción de dicho vino; y al que le falta, con solos cuarenta pesos le sobra al año, porque de Santa Fe se lo remiten al costo, sacando esta cantidad de las porciones considerables de plata, que producen los efectos que cada cura remite al expresado oficio de misiones. En fábricas de iglesias no se gasta nada, porque todo lo hacen   -261-   los indios; sin que para esto, ni otra manufactura o trabajo, les asistan ni acudan con paga o jornal, y sólo tienen los dichos padres el cuidado y dirección de las obras y fábricas.

»20.- No hay cura en toda la cristiandad, que goce tanta conveniencia, regalo y servicio; como los de estas dichas doctrinas; porque como tienen impuesto a los indios en la creencia firme, de que el padre provincial de la compañía es el superior que tiene de misiones, y los curas son los únicos dueños y superiores, y le manifiestan así los dichos padres en el gobierno, castigo y demás disposiciones de sus pueblos, sin que para nada de esto se oiga, ni se pronuncie el nombre del rey ni intervenga el gobernador de la provincia, ni los jueces seculares: de aquí nace, que cuanto imaginan los padres curas, tanto ejecutan los indios con ciega subordinación, lo mismo hacen para lo que conduce al más especial regalo, recreación y gasto del padre cura; por cuya razón todos los sujetos más graves de los colegios de las tres provincias, anhelan para descanso y felicidad humana el conseguir una de las dichas doctrinas.

»24.- Los indios de estas visiones, que comúnmente llaman Tapes o Guaraníes son los más torpes e ignorantes en punto de doctrina y cristianismo, de cuantos tiene aquella región, porque como lo más del tiempo, por no decir todo el año, los tienen ocupados en los montes y beneficios de la yerba, en fábricas de embarcaciones grandes y pequeñas, en los viajes largos, que hacen por el Paraná y el río Uruguay, Santa Fe y Buenos Aires, conduciendo los efectos y cargazones que quedan referidas, en cuya navegación tardan meses, en entradas contingentes y dilatadas que hacen con ejército de cuatro o cinco mil indios armados para recoger más número de vacas sobre las inmensidades que tienen, en matar toros y hacer corambre para vender, corriendo y penetrando las Campañas y vastos terrenos, que hay a las cercanías de San Pablo hasta la colonia de los Portugueses, que están a la otra banda de Buenos Aires, prosiguiendo hasta Maldonado y Castillos, no les queda a dichos indios tiempo para aprovechar en la doctrina, ni tienen lugar para profesarla, pues apenas les queda el suficiente para el descanso.

»25.- No tienen los españoles más enconados y alevosos enemigos que los dichos indios misioneros, y son tantos los ejemplares de las traiciones y mortandades, que efectúan en los que hallan descuidados, y en los pasajeros; y tan frecuentes, los rollos y violencias que practican con los vecinos del Paraguay, a los de la ciudad de las Corrientes, que fuera necesario mucho tiempo y desembarazo para referir sus maldades y violencias; pero son tan notorias a todos los españoles de aquellas partes, que el común concepto y horror, que tienen a tales indios, oscura la expresión que pudiera hacer en este particular, y sólo diré que en el tiempo que he andado por aquellas partes, han ejecutalo con los españoles tres o cuatro casos de suma crueldad, atrevimiento y rigor.

»30.- Su Majestad tiene ordenado que los dichos indios paguen tributo, y esto con apretadas expresiones y mandatos; pero como de obedecer esta orden con la debida formalidad, resultaría que se descubriesen los indios, y por ellos se había de rehilar el crecido importe de la tasa y tributo que debían pagar; y esto no conviene al interés y utilidad de dichos padres, y lo resisten con desmedido empeño, consiguieron con grande facilidad que el gobernador don Diego de los Reyes, pasase a las misiones a dar cumplimiento a la cédula de Su Majestad, y se ampararon los dichos padres da tal suerte de su voluntad, que no tuvo una acción que la de hacer ciegamente lo que sus reverencias le insinuaban que hiciese, y en la numeración de los indios se contentó con poner lo que los padres querían y señalaban, y no los que él mismo estaba viendo.

  -262-  

»31.- Esto es lo que se ha hecho durante muchos gobiernos en el Paraguay, y me parece que esto corre comúnmente en todo el reino en materias que tocan o intervienen los reverendos padres de la compañía, y no hay gobernador ni juez que tenga valor para proceder íntegramente en ellas, porque a todos les asombra el formidable escollo de tenerlos por contrarios o quejosos; y especialmente en las tres provincias del Paraguay, Buenos Aires y Tucumán sube a muchos grados de desproporción el grande predominio, que tienen dichos padres; y de esto resulta el que los gobernadores, los cabildos y los jueces callan todo cuanto debían decir, y antes dan a dichos padres todos los informes que imaginan, y hacen las diligencias jurídicas del modo que las apetecen, aunque sean muy distantes y opuestas a la verdad y justicia; y sujetan todos la razón y conocimiento a tan impropia servidumbre, porque de lo contrario tropiezan con el escollo y pierden los seculares los oficios y la estimación.

»45.- No solamente mueven guerras los padres de la compañía contra los indios infieles sin licencia de Su Majestad ni de sus gobernadores, sino que fomentan con empeño a los ministros y demás que les asisten a estas funciones, y les ayudan a destruir a fuerza de combates y aun de traiciones a los dichos infieles, como sucedió el año de 1717 con don Diego de los Reyes, siendo gobernador de la provincia del Paraguay, que hallándose varias tolderías de indios payaguas, situadas en la orilla del río, en las cercanías de la Asunción, guardando paz, correspondencia y comercio con los españoles, le aconsejaron los dichos padres y le dieron parecer para que asaltase y avanzase de repente con toda la soldadesca a dichos indios payaguas, y el gobernador don Diego de los Reyes abrazó este campo con tan imprudente resolución y cruel tiranía, que sólo lo declaró una hora antes de acometer; y hallándose los dichos payaguas con sus mujeres y chusma descuidados, y bajo del seguro y palabra, que les habían dado en nombre del Rey al tiempo de situarse en aquel paraje, se vieron de improviso acometidos por tierra y agua de numerosa fusilería, y saliendo de sus tolderías asustados de los tiros y de la mortandad, tiraron a ganar el agua y las montañas, porque los que se quisieron defender, perecieron en la muchedumbre de soldados. Los indios payaguas sobresaltados de mortal terror cargaron con sus tiernos hijos y criaturas inocentes, y se arrojaban con precipitación al río y allí perecieron muchos con la congoja de nadar por preservar la vida de sus hijos; y el último extremo de rigor y de crueldad fue, que estando las miserables mujeres y afligidísimas madres en tanta zozobra, las tiraban los soldados desde tierra repetidísimos balazos: y al mismo tiempo los que estaban en los botes prevenidos a este efecto, les daban caza remando y matando a cuantas infelices alcanzaban. Y aunque en este inhumano suceso perecieron bastantes indios payaguas, fue mucho mayor el número de las mujeres y criaturas inocentes que se ahogaron y murieron al rigor de las balas y de las lanzas: sucesos verdaderamente tan horrorosos y lamentables, y por todas sus circunstancias tan llenos66 de impiedad que aun la memoria se ofende de tan indigno recuerdo, y no puede una católica consideración dejar de graduarlo por el más feo lunar, que tiene nuestra nación.

»46.- Esto que brevemente he referido, es tan evidente y notorio a todos, que aun los mismos parciales de los padres lloran y lamentan; y sin embargo sus reverencias no solamente lo han querido encubrir, sino que lo pusieron tan desfigurado, y tan subrepticiamente disimulado en la noticia, y comprensión de nuestro católico monarca y consejo de las Indias, que expidió una real cédula dándose por bien servido, y aprobando   -263-   lo ejecutado por don Diego de los Reyes; y a este gobernador, que por este y otros hechos y actos injustos y temerarios de su gobierno, se le habían de aplicar los correspondientes castigos, para que quedara satisfecha la justicia, lo han favorecido con tanto empeño, los dichos padres, que este ha sido el principal motivo de las justas quejas de los vecinos del Paraguay, y la más fundamental ocasión de las perturbaciones de aquella provincia.

»47.- Después de la mortandad referida, cogieron los soldados unas sesenta mujeres, y muchachas payaguas, que se habían escondido entre las masiegas y bañados del río, y todas las entregó el gobernador don Diego de los Reyes a los padres de la compañía quienes por fuerza las llevaron a sus doctrinas, y nunca las han querido volver: de que están mortalmente sentidos los payaguas, como me lo han dicho repetidas veces ellos mismos en la Asunción.

»48.- De este suceso se originó la guerra cruel, que los payaguas dieron en la provincia del Paraguay, donde hicieron muchas muertes y hostilidades, y especialmente las ejercitaron contra los padres de la compañía y sus indios guaranís; porque tuvieron noticia de que sólo por complacer a los padres lo había ejecutado don Diego de los Reyes: y también porque supieron, que las mujeres, que llevo referido habían escapado el avance, las habían llevado por fuerza a sus doctrinas; y estos indios encendidos de mortal encono y furor, mataron de allí a muy pocos meses a los padres Blas de Silva, tío de la mujer del gobernador don Diego de los Reyes, y provincial que había sido; al padre Mateo Sánchez Rector que fue del colegio de la Asunción, al padre José Masón cura del pueblo de San Ignacio y al coadjutor Bartolomé de Niebla, que fueron los principales que influyeron, y fomentaron con sus instancias y consejos a don Diego de los Reyes para que ejecutasen la mortandad de los dichos indios payaguas; y esta la hicieron navegando dichos padres por el Paraná en diversas embarcaciones cargados de efectos que llevaban para vender a Santa Fe; y así mismo mataron dichos payaguas a varios españoles, que iban con los padres, y a otros los cautivaron y consumieron a todos los indios guaranís o tapes que llevaban, o fue muy raro el que escapó; y hasta el día de hoy conservan la enemiga con los dichos padres y sus indios, aunque están de paz con los españoles y bajan frecuentemente a comerciar a la ciudad de la Asunción, como los he visto muchas veces, y los he tratado y comunicado en mi casa.

»49.- Hará unos ocho o nueve años que el padre Joseph Pons y el padre Félix Villa García sacaron de unos parajes de los montes unas cuatrocientas familias de indios tarumas, o monteses con engaños y estratagemas y, habiéndolas llevado al pueblo de Santa María, y conocido los tales indios el mal estilo, modo, y rigor de los tales padres escaparon los más de ellos, y se han vuelto a su gentilidad y no quieren oír, ni aun el nombre de los padres, ni el de los cristianos; y esta reducción o conquista, que ha tenido tan poca duración, me consta que la han celebrado grandemente los padres y la han hecho muy plausible en Madrid y Roma.

»50.- Como los dichos padres navegan los ríos grandes Paraná, Paraguay y Uruguay con embarcaciones armadas en guerra sin más licencia ni permiso que el suyo propio, emprendieron subir el río arriba del Paraguay con dos embarcaciones bien pertrechadas de gente y municiones, para descubrir camino para las otras sus misiones de los Chiquitos, y todos cuantos se embarcaron, así padres, como soldados españoles, que llevaban a sueldo, y todos sus indios perecieron67, sin que escapase   -264-   ninguno, ni se ha sabido hasta ahora con certeza el paraje de su desgracia.

»51.- Y persistiendo en estos descubrimientos volvieron los dichos padres a armar otras dos embarcaciones con bastantes soldados españoles y muchos de sus indios tapis, y se embarcaron de jefes el padre Gabriel Patiño y el coadjutor nombrado ya, Bartolomé de Niebla, y se incluyeron por el río grande Pilcomayo, que desemboca en el del Paraguay, y penetraron por él subiendo hacia su origen, y encontraron unas naciones de indios pilcomayos, de color blanco y de bizarra estatura y belleza, pero muy inocentes y chontales, porque jamás habían visto embarcaciones, ni españoles; y habiendo venido los pilcomayos a la orilla a la novedad, y tratando unos días con los españoles, tuvo cierto desmán un indio tape con otro pilcomayo, y habiéndose juntado número de ellos, y encaminándose hacia la misma orilla, se embarcaron todos las que habían saltado a tierras y desde las embarcaciones, dispararon las bocas de fuego al montón de los indios, y mataron a muchísimos pilcomayos, y además de ser esto público y notario, me lo refirió el mismo padre Patiño, y es igualmente constante que el coadjutor Niebla, hizo la mayor mortandad con el manejo de las bocas de fuego en que era muy diestro, y especialmente con un pedrero que disparó de la embarcación, cargado de bala menuda, y mató más de cien indios, de que hacía alarde y lo refería el mismo Niebla muchas veces en el Paraguay, y con esta expedición se volvieron, dejando aquellas naciones irritadísimas contra el cristianismo.

»52.- Con los portugueses de San Pablo y la Colonia, y con sus indios cristianos tapis, han tenido los padres diversos combates, y es muy corriente que en uno de ellos aprisionaron los portugueses a un jesuita extranjero, que cayó herido de un balazo, y era el que capitaneaba el ejército de sus indios.

»53.- Las guerras y sangrientos combates, que los dichos padres han dado a los indios charúas, las han movido con el fin de hacerse dueños de los campos que ocupan, y de las vacas que se mantienen en ellos, pues aunque los dichos padres se han apoderado por fuerza, y con absoluto dominio de las vaquerías, en gravísimo perjuicio de los vecinos españoles, y de las ciudades de Buenos-Ayres, Santa Fe y Corrientes, y han limpiado y barrido con la multitud de sus tapis las inmensidades de vacas, que había en aquellos dilatadísimos terrenos desde las Corrientes hasta Maldonado y Castillos, y las han llevado al centro de sus misiones, donde (además de los crecidos millares que tiene cada pueblo) tienen congregadas y juntas, en ámbito dilatado, que les sirve de cerco por aquella parte, la cordillera inaccesible de San Pablo, más de 400000 vacas con su torada correspondiente y aunque en estos viajes y combates pierden los padres millares de indios, no les causa ningún sentimiento, y sin que sea temeridad se puede decir, que como tienen tantos, parece que los exponen a estos riesgos para tener menos que mantener.

»54.- Habiendo nombrado a los cuatro padres, que murieron en manos de los payaguas, Sánchez, Silva, Masón y Niebla, no puedo dejar de desahogar un interior reparo, y es el de que habiendo yo llegado a la ciudad de Córdova del Tucumán por el año de 1725, y comunicado desde que llegué a los padres de la compañía, de aquel colegio, me fueron refiriendo las dichas muertes, que habían tenido estos sujetos, celebrándolos como de insignes mártires y apostólicos misioneros, y yo los oía con ternura, y lo creía con tanta firmeza, que estuve para encomendar mis pasos a tan venturosas almas, como pudiera a la de San Francisco Javier. Esto mismo oí referir en diversas ocasiones a diferentes cándidos   -265-   y sencillos parciales de dichos padres, de aquellos que por su resignada ignorancia creen de par en par cuanto les dicen, y no pueden, ni se atreven a discernir las cosas, ni fatigan su corto entendimiento en más acto, que el de ceñirse ciegamente a cuanto los dichos padres les profieren o les imponen. Y como yo no tenía antecedentes de estos sucesos, confieso que me mantuve en la piadosa inteligencia, que llevo referida, hasta que viéndome precisado a pasar a la provincia del Paraguay a actuar la grave y difícil comisión que dejo expresada, llegué a la ciudad de Santa Fe, y de ésta a la de las Corrientes, y la última a la de la Asunción en las cuales con la comunicación de los vecinos, y asuntos diferentes de las conversaciones, y especialmente con las que tuve con los padres de los colegios, vine en evidente conocimiento de que el padre Blas de Silva, natural del Paraguay, y tío de la mujer del gobernador don Diego de los Reyes, había sido uno de los más insignes comerciantes, y de tan perspicaz ingenio para adelantar los negocios, y las conveniencias, que reconociendo las ventajas, que en esta línea hacía a los demás. Llegó a ser provincial de la compañía, y creo que había sido el único criollo, que ha obtenido esta dignidad, en medio de que en la profesión de las letras fue muy limitado. Este dicho padre influyó con mayor eficacia en don Diego de los Reyes, para que ejecutase la inhumana mortandad, en los indios payaguas.

»55.- El padre Mateo Sánchez, natural de España, tuvo tan extraordinaria y violenta condición, que los mismos padres refieren cosas asombrosas de su inaccesible y terca tenacidad. Gobernó y capitaneó como comandante, ejércitos de sus indios tapia o guaranís contra los indios charúas, y combatió contra ellos, disparando sus bocas de fuego y manejando el alfanje, hiriendo y matando a cuantos podía, y en una ocasión que estaban los indios charúas ausentes, acometió el padre con un ejército a una toldería de mujeres, y chusma de criaturas, y después de haber hecho bastante mortandad en ellas, se llevó un crecido número de prisioneras donde las ha mantenido por fuerza; y estas crueles hostilidades y otras, que han hecho los padres contra esta nación, han sido sin provocación ni motivo que los charcas les hayan dado, quienes estando quietos en sus terrenos, se han hallado improvisamente con estas guerras, que les han movido los padres para exterminarlos, y hacerse dueños de aquellas campañas, y de las vaquerías; y con el fin de quitar a los españoles, las entradas que suelen hacer, para sacar vacas con beneplácito, y aun con la ayuda y asistencia de dichos charúas.

»56.- El dicho padre Mateo Sánchez que se hallaba en el Paraguay, cuando se ejecutó la mortandad de los payaguas, fue el que con más ardimiento y esfuerzo la solicitó y fomentó con dicho gobernador don Diego de los Reyes. El padre José Masón sirvió el curato de San Ignacio, y manifestó siempre oposición a los españoles (que esta es común a todos los padres) y perdió la vida por su imprudente confianza; pues pasando con su embarcación cargada de efectos por cerca del puerto de Itati, uno o dos días después de haber muerto río arriba al padre Silva los indios payaguas, le gritaron y le hablaron varios españoles desde la orilla, dándole noticia del suceso que ignoraba, y le dijeron que se detuviese, y parase en dicho puerto, y no quiso aceptar este consejo; antes respondió, que se defendería de esa canalla, y que llevaba indios y armas para no temerlos, y prosiguiendo su viaje a las dos leguas más abajo le salieron y abordaron los payaguas y lo mataron, y a todos los tapis que llevaba menos uno o dos que escaparon.

»57.- El coadjutor Bartolomé de Niebla, propio y muy natural andaluz, fue soldado en España en el tercio de la costa, o en otros de los de   -266-   la armada y conservó siempre un espíritu tan denodado, arrogante y temerario que atropelló en muchas ocasiones a los seculares de mejor nota; y sus conversaciones más frecuentes eran de combates y pendencias que había tenido; tratar de bocas de fuego, preciando de manejarlas mejor que todos y referir tantos hechos de valentías propias. Sirvió en las guerras que los padres dieron a los charcas y otras naciones: adquirió nombre de valentón y arrojada y apreciaba más este concepto en que le tenían, que cualquiera otro par muy superior que fuese.

»59.- Estos son los verdaderos progresos, acciones y ejercicios, que tuvieron en vida y muerte estos cuatro sujetos de la compañía, que tantas veces me habían celebrado los padres por misioneros a y mártires. Y si estas inauditas proposiciones e injustas santificaciones las profieren, y publican en el Tucumán, ¿dónde más fácilmente se pueden averiguar que no habrán publicado los padres en Lima, Madrid y Roma? Teniendo por cierto, que los habrán puesto en muchos colegios en cuadros muy bien pintados, con todas las insignias y laureles de mártires, y con rótulos que expliquen las imaginarias virtudes, que han querido atribuirles, y que nunca profesaron: consideración que en mi ignorancia y en el celo católico que deseo conservar, me ha causado y me causa tristísima meditación.

»61.- En la Asunción, capital de la provincia del Paraguay, tienen los reverendos padres de la compañía un colegio que hasta estos tiempos ha tenido el segundo lugar después del colegio máximo de Córdova y entrando el padre rector y dos procurado uno de misiones y otro del colegio, jamás se han mantenido sino ocho o nueve sujetos en él; y mientras yo he estado en aquella ciudad, no se ha completado este número, porque en los primeros tres o cuatro meses no hubo más que cinco, después vinieron otros dos, que cerraron el número de siete por toda comunidad. Tienen escuela de muchachos, y un maestro de gramática, y no se enseña ni se estudia en aquel colegio otra ninguna facultad.

»76.- De todo lo referido, y del porfiado tesón con que los dichos padres de este colegio, y las misiones, han intentado en varias ocasiones arruinar, y destruir los vecinos de la provincia del Paraguay entrando en ella con ejércitos de sus indios guaranís armados, como con más indignación lo ejecutaron en tiempo del Ilustrísimo señor obispo don fray Bernardino de Cárdenas, atropellando tan indecorosamente el respeto y dignidad de aquel santo prelado, y ejercitando estos abominables indios en las familias de los españoles vencidos los más depravados excesos de torpeza y los más inhumanos arrojos de crueldad, de cuyos horrorosos estragos viven recientes en aquellos habitadores, tan injuriosas y tan indignas memorias.

»82.- Y por 1o que mira a los expresados últimos sucesos y acontecimientos del Paraguay, debo participar al recto tribunal de usía para descargo de mi conciencia, que los reverendos padres de la compañía los han causado, movido y provocado por el antiguo anhelo, que tienen de destruir aquella provincia: pretextando para esto la restitución de don Diego de los Reyes al gobierno del Paraguay, que con tanto empeño fomentaban y solicitaban dichos padres. Y sobre lo que ya llevo referido de este caballero, tenía un natural recio y torpe, violento y temerario, y sólo mostró docilidad e inclinación para favorecer injustamente los intentos de los padres, siempre contrarios a los vecinos y a la conservación de la provincia.

»135.- Habiéndose tratado en el consejo de que los indios de los pueblos de las misiones, que están en la gobernación del Paraguay, se empadronasen y pagasen tributos y diezmos, como parece de la cédula de   -267-   24 de agosto de 1718 obedeció tan malamente el gobernador don Diego de los Reyes; pues en esta tengo por cierto que manifiesta Su Majestad hallarse informado, que en la dicha gobernación tienen los padres de la compañía siete pueblos. Y en otra que expidió Su Majestad el año de 1726 estando yo en el Paraguay, y consiguió en la carta el padre procurador Gerónimo Ran, se sirve ordenar Su Majestad; que los treinta pueblos, que están al cargo de los padres de la compañía en el Paraguay, es su voluntad pasen y se incorporen todos en el gobierno y capitanía general de Buenos Aires: de suerte que en el corto término de ocho años, tuvieron los padres esta notable implicación. Cesando se trató y discurrió en el consejo por el año de 1718, que los indios pagasen tributo y se empadronasen, representaron los dichos padres que no tenían más que siete pueblos en dicha gobernación, ocultando los demás para que Su Majestad tuviera menos ingreso. Y cuando los dichos padres quisieren desprenderse y segregarse del gobierno del Paraguay, por los sucesos últimos de aquella provincia, representaron que tenían treinta pueblos en dicha gobernación, cuyo número expresa y señala Su Majestad en su dicha cédula del año 1726, etc.»


Véase Cárdenas, don fray Bernardino.

ANGULO. El capitán don Félix -vecino de Moquegua. Contrató en 16 de abril de 1705 la construcción del altar mayor de la Iglesia matriz de dicha ciudad que trabajaron los maestros indígenas de Juli, Juan Huaican y Marcos Rengifo. Angulo costeó toda la madera, y dio por el trabajo tres mil docientos cincuenta pasos.

ANGULO. Don Francisco. El primer gobernador que tuvo la provincia de Huancavelica. En 1.º de setiembre de 1570 compró el rey a don Amador Cabrera y vinculó en la corona la propiedad de la mina de azogue de Huancavelica, y el expendio de este artículo. Tomó Angulo posesión de ella un año después. Inmediatamente principiaron las labores y la apreciación de los metales siendo veedor don Pedro de los Ríos nombrado por el virrey don Francisco Toledo. Gobernó Angulo hasta 1576 y en su quinquenio se extrajeron 9137 quintales 91 libras de azogue. Fue su sucesor Garcí Núñez Vela y Arias el cual cesó en 1593: los demás sólo gobernaron dos o tres años.

Angulo trazó la Villa de Huancavelica en 1572 de orden de dicho Virrey titulándola la «Villa Rica de Oropesa», porque Toledo era hijo de los condes de Oropesa. Está a 3798 metros sobre el nivel del mar, y en la latitud de 12º 53'. Véase Toledo don Francisco y Cabrera Amador.

ANGULO. Don Gerónimo, conde de.

ANGULO. Don José, don Vicente y don Mariano, hermanos, nacidos en el Cuzco. El primero se ocupaba de la agricultura y los otros dos del comercio: el último era oficial de milicias. Los tres abrigaban ideas revolucionarias, y aspiraban a poner en obra algún plan conducente a la desaparición del poder Español en el Perú. Habitaban en el Cuzco algunos individuos del ejército real que, vencidos en Tucumán estuvieron prisioneros en el ejército argentino, y alcanzaron su libertad en virtud de la capitulación de Salta y del juramento que prestaron de no tomar las armas en la contienda Americana. Los Angulos y otras personas que oían con gusto las doctrinas que aquellos habían recibido entre los de Buenos Aires, aumentaban su esperanza de ver realizada la emancipación del país. Acechaban una ocasión que se presentase propicia a sus   -268-   intentos, y en secreto extendían y ramificaban sus pensamientos y combinaciones.

No tardó en ofrecerse la oportunidad ansiada, y quisieron aprovecharla con decisión y arrojo. Las provincias del virreinato se hallaban casi sin tropas, el brigadier Osorio aún necesitaba en Chile las que condujo para recuperar aquel reino, el general Pezuela se encontraba en Salta con su ejército distraído por el argentino que era natural fuese reforzado después de la rendición de Montevideo y en diferentes provincias del Alto Perú se reproducía la insurrección combatiendo con los españoles en frecuentes encuentros.

En diciembre de 1812 se había recibido en el Cuzco la constitución política de la monarquía jurada ya en Lima, y como el presidente de la audiencia dejase pasar cuatro días sin proclamarla, el abogado don Rafael Ramírez de Arellano, formó una representación en términos destemplados e irrespetuosos, la cual por sus instigaciones, firmaron treinta individuos quejándose de la demora y amenazando a nombre del público68 que no sería reconocido el ayuntamiento ni obedecida la jurisdicción de los alcaldes si no eran creados y autorizados según el nuevo régimen.

El brigadier don Mateo Pumacahua que hacía de presidente interino, mandó levantar sobre este hecho un sumario y en principios de febrero de 1813 dispuso el arresto de Ramírez de Arellano. Algunos de los que suscribieron la representación se retractaron entonces formalmente.

Los Angulos y sus prosélitos, tenían organizados los trabajos a fin de nombrar regidores de su confianza y a propósito para sus fines. El día 7 de ese mes, más de mil personas que se hallaban congregadas en la parroquia de la compañía para verificar las elecciones, atropellando la guardia, ocuparon el cuartel en que estaba preso aquel abogado, y rompiendo una reja lo pusieron en libertad: acaudilló este desorden el Tesorero don Baltazar de Villalonga caballero cruzado de la orden de San Juan.

Establecido el Cabildo constitucional, y quedando impune aquel motín, fueron tomando cuerpo los proyectos revolucionarios del Cuzco. El gobierno tuvo datos que le dio don Mariano Zubizarreta en 5 de octubre de 1813, de que don Vicente Angulo, don Gabriel Béjar, don Juan Carvajal y otros, se hallaban resueltos a asaltar el cuartel y a sublevarse contra las autoridades. Repitió su anuncio el 9, indicando que en la noche tendría lugar el movimiento apoyado por los oficiales don Marcelino Vargas y don Matías Lobatón que estaba de guardia. Los conjurados pasaban de 200, pero todo quedó por entonces aplazado por haber advertido Lobatón que se tomaban precauciones que sin duda tuvieron origen en la citada denuncia. Angulo, Béjar y Carvajal fueron arrestados y por más indagaciones que se practicaron, su delincuencia no quedó comprobada.

El 5 de noviembre, el oficial de la Tesorería don Mariano Arriaga avisó por escrito al contador don Francisco Basadre que a las siete de la noche con pretexto de la conducción del cadáver supuesto de un párvulo se reuniría mucho concurso de gente y estallaría la tan anunciada revolución. Una noticia semejante a esta, fue comunicada en el mismo día por don José Taboada al tesorero don Antonio Zubiaga, quien la trasmitió al brigadier don Martín Concha que había entrado a servir la presidencia. El escribano don José Agustín Chatón Becerra ante quien dio Arriaga su declaración pertenecía al complot, y en el acto avisó lo que pasaba a los Angulos; no obstante, uno de ellos fue preso en aquella noche por el mismo Arriaga. Quedó con esto frustrado otra vez el levantamiento no porque faltase a la hora convenida la preparada reunión de pueblo,   -269-   que con gritos y pedradas amenazaba al cuartel, sino por las medidas de precaución tomadas por la autoridad, y la resistencia de los soldados que rompiendo el fuego mataron a varios paisanos.

Al siguiente día se reunió el Cabildo, y dirigió reclamaciones al presidente Concha acriminándole por lo acaecido. El alcalde teniente coronel don Martín Valer (movido por el agente fiscal don Agustín Ampuero, a quien agitaba Ramírez de Arellano) actuó una sumaria información en la cual se designaba a los muertos con el renombre de mártires de la patria. Conforme a esto, y después del cambiamiento se hizo en memoria de ellos una solemne función fúnebre al año cumplido, concediendo el obispo don José Pérez de Armendaris a los que asistiesen a presenciarla, cuarenta días de indulgencia.

El virrey Abascal ordenó viniesen a Lima, Valer, Ampuero y Arellano quienes se le presentaron en enero de 1814. Estaban por entonces presos en el Cuzco y acusados de infidencia don Gabriel Béjar, don José y don Vicente Angulo, don Manuel Hurtado de Mendoza y el Vicario de la parroquia del triunfo doctor don José Feyjoo. A este y a don Vicente Angulo se les dio soltura bajo de fianza a pesar de que la causa se hallaba en Lima; y de la seguridad de los demás se cuidó poco, como que se les permitía salir de noche. Corrió así el tiempo y lejos de extinguirse el conato de revolución, se sazonaban nuevos planos para consumarla. Los arrestados, por último, sedujeron a la tropa acuartelada con promesas y otros arbitrios, y en la noche del 2 de agosto del mismo año de 1814 ejecutaron el movimiento aprisionando al presidente y oidores, (menos a don Manuel Lorenzo Vidaurre) a las demás autoridades y a muchos españoles; y fijando dos horcas en la plaza principal. Ni el Obispo ni los Cabildos secular y eclesiástico ni la diputación provincial, trataron de hacer oposición alguna: los miembros de esas corporaciones dieron a conocer las simpatías que abrigaban por el sistema que acababa de proclamarse, y ellas mismas nombraron y aclamaron comandante general de las armas a don José Angulo que se hallaba preso e hizo el primer papel en el cambiamiento. Crearon por elección una junta de gobierno que debía componerse de dicho Angulo, del brigadier don Mateo Pumacahua, del coronel don Luis Astete y del teniente coronel don Juan Tomás Moscoso.

Llamado al Cuzco Pumacahua que estaba en Urquillos, y que siendo cacique de Chincheros tenía gran ascendiente sobre los indios, se acomodó luego a las nuevas ideas ayudando a los Angulos a propagarlas en las provincias vecinas. Reunieron desertores del ejército, y dieron servicio a los oficiales licenciados a consecuencia de la capitulación de Salta: colectaron cuantas armas se encontraban en la población y hasta fundieron unas piezas de artillería que llamaron «vivorones». Sin pérdida de tiempo, enviaron fuerzas a Puno, la Paz, Arequipa y Guamanga; a los dos primeros puntos a órdenes del arequipeño don José Pinelo que había sido capitán del ejército del Rey, y a quien hicieron coronel marchando a su lado el cura de la Parroquia de la Compañía don Ildefonso de las Muñecas, las destinadas a Guamanga, al mando de don Gabriel Béjar, don Mariano Angulo y don Manuel Hurtado de Mendoza natural de Santa Fe de Corrientes, y acaso, el más audaz de los revolucionarios: el primero y el último fueron reconocidos como brigadieres. La expedición para Arequipa salió a cargo de Pumacahua, elevado a mariscal de campo, llevando de su segundo a don Vicente Angulo graduado de brigadier. Constaba de cinco mil hombres, 500 de ellos con fusil, los demás con lanzas, picas y hondas; numerosa caballería y piezas de artillería.

La división de Pinelo y Muñecas entró a Puno el 29 de agosto en virtud   -270-   de haberse defeccionado la guarnición, pasó el Desaguadero el 11 de setiembre tomando allí trece cañones con otros artículos de guerra; y el 24 ocupó la Paz al abrigo de alborotos populares que incapacitaron al intendente marqués de Valde-hoyos para llevar adelante la defensa que había emprendido. En el saqueo y sucesivos tumultos perecieron entonces Valde-hoyos y cincuenta y nueve personas más; entre ellas varios jefes. Guamanga recibió con aceptación a la tropa conducida69 por Béjar y Mendoza. La guarnición realista, anticipadamente se había entregado al desorden; y tanto en dicha ciudad como en las otras poblaciones, fueron depuestas las autoridades, reemplazadas al instante, perseguidos y presos los españoles.

En Arequipa el mariscal de campo don Francisco Picoaga con el gobernador intendente don José Gabriel Moscoso y el brigadier don Pío de Tristán, hicieron los preparativos que permitió el tiempo para verificar su defensa. Con una corta fuerza de que pudieron disponer, esperaron a Pumacahua, éste los atacó y venció en la Apacheta inmediata a Cangallo, el 9 de noviembre de 1814 entrando a la ciudad el 10. El Cabildo que con parte del vecindario, se adhirió a la revolución, ofició al Virrey manifestándole que era indispensable cesase una guerra tan contrariada por la opinión pública. Cuando Pumacahua y Angulo abandonaron Arequipa retirándose al Cuzco, condujeron prisioneros a Picoaga y a Moscoso, quienes en la noche del 19 de enero de 1815 fueron pasados por las armas en dicha capital. Véase Picoaga, don Francisco.

La causa de la emancipación con este suceso y otros desagradables y escandalosos, iba perdiendo de su primitivo crédito. Sus caudillos se envanecieron sobremanera, y cuando agotados los recursos, se apeló a exacciones forzosas después de los donativos hechos voluntariamente, empezó a advertirse descontento en las clases acomodadas. Sin embargo, el partido revolucionario tomaba con un sustentáculo poderoso en el clero y las religiones que imitaban al obispo Pérez Armendaris en su decisión por la Independencia: los curas generalmente la invocaron con entusiasmo. Angulo envió de emisarios a las provincias argentinas en demanda de auxilios, al presbítero don Carlos Jara y al abogado don Jacinto Ferrándiz, mas estos no pudieron llegar a su destino por hallarse interpuesto el ejército del Alto Perú. Jara falleció en Arequipa, y su compañero anduvo prófugo en la provincia de Puno.

Entre tanto, los conflictos del virrey Abascal eran de muy serio carácter: perdidas las provincias del Sur desde Guamanga beata la Paz, carecía de comunicación con el trabajado ejército del Alto Perú, cuyo general se veía por su frente con un enemigo fuerte en el territorio argentino, y una insurrección popular de grandes dimensiones a su retaguardia. La situación de Pezuela se agravó con el proyecto revolucionario que descubrió y castigó pasando por las armas al coronel don Saturnino Castro, natural de Salta, el vencedor de Vilcapugio, que sabiendo los acontecimientos del Cuzco, concibió el plan de proclamar la Independencia en el mismo ejército. Pero Abascal y Pezuela en esos días críticos y de inminente peligro, dieron las pruebas más perentorias de su inteligencia y de su elevación de ánimo. El Virrey dirigió una proclama a los cuzqueños, y el arzobispo de Lima una pastoral invitándolos a apartarse del camino en que se habían colocado. Estos interesantes documentos produjeron un efecto contrario y se miraron como un testimonio de impotencia.

Pezuela retirándose desde el cuartel general de Saypacha hasta Santiago de Cotagaita, envió una división a cargo de su segundo el general don Juan Ramírez para que arrojase de la Paz a los patriotas y viniese a   -271-   exterminarlos en el Bajo Perú. La comisión de Ramírez era difícil por demás, su fuerza se componía casi toda de cuzqueños, oficialidad y tropa destinadas a subyugar a sangre y fuego su país natal, mas el resultado, acreditó cuán poderoso era entonces el poder de la disciplina y de la obediencia militar, y cuanto fruto prometía a los mandones españoles el atraso y la abyección de aquellos militares, extraños todavía a todo sentimiento precursor de la libertad americana.

El mariscal Ramírez, batió a los revolucionarios delante del cerro de Chacaltaya el 2 de noviembre, restableció en la Paz las autoridades realistas, hizo lo mismo en Puno y siguió su marcha sobre Arequipa. Pumacahua y Angulo sabedores de los triunfos de Ramírez, evacuaron esta ciudad el 30 de noviembre y se encaminaron al Cuzco. En su marcha dirigieron a Ramírez una intimación para que depusiera las armas, ofreciéndole salvoconducto. También escribieron a algunos jefes y oficiales para que se resolviesen a hacer un cambiamiento. La división realista fue recibida por una diputación que manifestó la adhesión de Arequipa; descansó allí más de 60 días, y en seguida partió para Lampa.

En el mes de febrero de 1815 y en medio de las copiosas aguas de la estación, buscó Ramírez al ejército independiente que contaba 600 fusileros, 37 cañones y como 20000 indios regimentados a pie y a caballo. Después de algunos movimientos, se trabó una sangrienta batalla cerca de Humachiri y de la margen del río de este nombre el día 11 de marzo de dicho año. La victoria fue de los españoles, y no bien estuvo declarada cuando Ramírez hizo pasar por las armas a varios jefes, al auditor Melgar y otros.

Pumacahua y Angulo fugaron en dirección al Cuzco: al primero lo aprehendió el paisanaje de Marangani, y presentado a Ramírez sufrió en Sicuani la pena de muerte, llevándose su cabeza a la capital. En ella al punto se tramó una reacción para templar la saña del vencedor, y como estallase el 18 de marzo aclamando al Rey, los Angulos tuvieron que huir precipitadamente. Intentaron volver al Cuzco con dos cañones y alguna gente que les acompañaba, mas experimentaron el desengaño de ser rechazados: la ciudad pertenecía ya al bando realista que revivía a la sombra de su victoria con el furor de la exaltación y de la venganza.

Había sonado para los Angulos la hora del infortunio, y no podían luchar con el poder del destino. Fueron aprisionados por los vecinos de Zurite, y consecutivamente entregados a merced de Ramírez, corriendo igual suerte don Gabriel Béjar, Becerra, Rosell y algunos más. Por un lado entraban a la ciudad, y por el opuesto los que conducían la cabeza del desgraciado Pumacahua. Reuniose un consejo de guerra que sin respeto a formas judiciales ni tramitaciones, expidió muchas sentencias. El 29 de marzo de 1815 murieron fusilados don José y don Vicente Angulo y don Gabriel Béjar. El mismo trágico fin cupo a algunos otros individuos. Don Mariano Angulo pereció en aquella división que operó en Guamanga con Béjar y Hurtado de Mendoza. Éste fue inmolado por su misma tropa a órdenes del caudillo Pacatoro que se unió a los realistas, con motivo de la noticia del contraste de Humachiri. La capital del Cuzco había experimentado en 1814 todos los males que la guerra civil ofrece en su violento desarrollo; y en 1815, conmovida y aterrorizada con el sucio de Picoaga, Moscoso, los Angulos y demás víctimas, vio repetirse la horrible escena de Tupac-Amaru y su infortunada familia.

Otro hermano de los Angulos que era presbítero estuvo preso entonces con el prebendado don Francisco Carrascón y multitud de vecinos del   -272-   Cuzco. Aquel fue remitido a España donde hemos oído decir, que le consideró el Rey dándole asiento en el coro de una de las catedrales.

En el artículo Ramírez de Orosco, don Juan, damos más prolijos datos de su campaña y batallas en la Paz y Humachiri; y de las ejecuciones que de su orden se hicieron en el Cuzco y otros puntos.

Los españoles en sus periódicos y aun en documentos oficiales circularon multitud de noticias, unas exageradas y otras falsas con el objeto de desacreditar y aun llenar de ridículo a los Angulos y demás caudillos de la revolución de 1814. Decían que Pumacahua se denominaba Inca y marqués del Perú, y que los Angulos se habían hecho reconocer en los más elevados rangos militares, titulándose don Vicente conde de la Estrella. No podemos afirmar cosa alguna en cuanto a los excesos de que les acusaban; y si bien es cierto que a don José Angulo se le daba el dictado de capitán general, probablemente lo adquirió en las reuniones populares presididas por el Cabildo y Corporaciones del Cuzco. Su casaca ricamente bordada la envió Ramírez al virrey Abascal con el magnífico estandarte de la revolución destinado a la iglesia de Santa Rosa de Lima. En una gran banda que usaba Angulo se leía esta inscripción:


«En láminas de oro, no de bronce,
imprime ¡oh Perú! tu libertad:
en que del Cuzco sola su lealtad,
te puso como el mundo hoy reconoce».


Y en la orla del escudo bordado en la misma banda, la leyenda siguiente:

«Viva el valeroso restaurador de la Patria:

de la religión defensor, y terror de los injustos magistrados».


Remitimos al lector al artículo González, don Vicente, teniente coronel del regimiento de Talavera, en cuanto a las operaciones que éste dirigía en las provincias de Guancavelica y Guamanga, y batallas en que derrotó en Huanta y en Matará con gran mortandad, a la columna que según dejamos dicho, salió del Cuzco para propagar la revolución en aquellos territorios, bajo el mando de don Gabriel Béjar, don Manuel Hurtado de Mendoza y don Mariano Angulo.

También en el artículo González, don Francisco de Paula, coronel e intendente de la provincia de Puno, se encontrará noticia de otros sucesos posteriores y de los escandalosos actos de crueldad que cometió en la persecución de diferentes caudillos que aun continuaron haciendo la guerra a los españoles en aquel territorio.

Un decreto del Congreso de la República de 6 de junio de 1823 declaró beneméritos a la patria a los peruanos Ubalde, Aguilar y Pumacahua, comprendiendo también a don Vicente Angulo, mas no a sus hermanos ni a los demás caudillos de la revolución de 1814. En ese decreto se mandó «borrar de cualquiera parte del territorio todo padrón que infamase la memoria de aquellos individuos», sin duda porque en las sentencias en que fueron condenados, hubo alguna particularidad en ese sentido. Se dispuso así mismo «que sus nombres se colocasen a la par de los más celosos defensores de la Independencia».

No debemos poner término a este artículo sin unir a él la nota en que oficialmente participó don José Angulo al Virrey el cambiamiento de 3 de agosto de 1814. Este documento de suyo importante como la respuesta de Abascal, pone de manifiesto el carácter que se dio a la revolución en su origen y antes de que diesen principio las hostilidades. De su tenor resulta que el nuevo Gobierno erigido en el Cuzco, aseguraba conservar   -273-   su fidelidad al Rey y a la Constitución, protestando obedecer las órdenes del Virrey. Esta misma senda se siguió en diferentes ciudades de América y si se tomó por imitación en el Cuzco, no hay duda de que fue con la mira de adormecer la autoridad del Virrey y ganar tiempo para robustecer la revolución, hacer preparativos de defensa y propagarla en otras provincias.

Oficio de don José Angulo al Virrey.

«La alta política de Vuestra Excelencia no ignora, que la obediencia de los pueblos y de la fuerza armada que los resguarda, no puede conservarse largo tiempo, si aquellos no están persuadidos de la justificación y rectitud de las autoridades y magistrados que les gobiernan. La ciudad del Cuzco se hallaba cabalmente en esta situación y la aversión a los gobernantes por sus multiplicadas arbitrariedades e injusticias, se había propagado desde los primeros ciudadanos hasta la ínfima plebe, la cual estaba también quejosa por los frecuentes denuestos y vejámenes con que era insultada diariamente por varios europeos españoles en los portales y plazas públicas, desde la aciaga noche del 5 de noviembre en que se derramó mucha sangre inocente, según Vuestra Excelencia se halla individualmente informado por los autos de la materia.

»Toda esta provincia murmuraba también en silencio del desprecio con que se trataba a las reliquias de sus hijos restituidos a su país natal, después de haber dejado los cadáveres de sus compañeros de armas hacinados en los campos de batalla; y aun mucho más de la miseria en que quedaban los unos, de la orfandad de otros, de la multitud de viudas y del triste espectáculo de familias desoladas. Esos valientes soldados que tantas veces se habían coronado de gloria en servicio del señor don Fernando VII, fueron inhumanamente tratados, abatidos y vilipendiados, porque la suerte de las armas no les favoreció en la jornada de Salta.

»Esta ciudad y este cuartel creían haber merecido la consideración de Vuestra Excelencia para ser tratados, no solamente con justicia, sino aun con cariño; pero al ver que Vuestra Excelencia harto molestado con los recursos contra el cruel Gobierno del señor brigadier don Martín Concha, sin conocer el carácter personal del marqués de Valde-hoyos, o preocupado con los siniestros informes de las antiguas autoridades, destinaba a este para jefe político de esta provincia; no pudo ver sin espanto que se premiase de este modo su ciega obediencia, sus largos servicios, y los copiosos arroyos de sangre derramados en servicio de la nación y del señor don Fernando VII. El marqués de Valde-hoyos se ha hecho célebre en esta época calamitosa por las providencias más despóticas y por los procedimientos más absurdos en justicia y en política; a Vuestra Excelencia mismo ha desobedecido, y son demasiado notorias en esta América las determinaciones anticonstitucionales, tomadas a pesar de Vuestra Excelencia y hollando su alto respeto, contra el contador de las cajas nacionales de la ciudad de la Paz, contra muchos particulares y contra todo el vecindario de la misma ciudad. Las reclamaciones hechas de ésta, elevadas a Vuestra Excelencia habían producido el deseado efecto de que se le separase de aquella intendencia; pero ciertamente no merecía el Cuzco que se le trasladase aquí; y que se abusase, hasta tal punto de su sufrimiento y paciencia. Atestigua la fama pública, que el marqués de Valde-hoyos es un temerario invasor de la hacienda de los particulares, de la libertad civil, de la seguridad individual, y que no tiene más principios de justicia que los que le dicta su atroz política...

»Yo me hallaba preso en un calabozo de este cuartel juntamente con don José Gabriel Béjar y don Manuel Mendoza, calumniados por los desgraciados   -274-   y sangrientos sucesos de 9 de octubre y 5 de noviembre del año anterior: a las dos de dicha mañana estuvo a nuestra disposición toda la fuerza armada de este cuartel, aclamándome por su comandante general, a las cuatro de la misma mañana se hallaban ya detenidas en este cuartel todas las autoridades y algunos españoles europeos díscolos, que se habían acarreado la pública detestación, dejando a los demás en el reposo de sus casas. Sucedieron algunos desórdenes, robos, insultos, que no estuvo en mi mano evitarlos; pero tengo la satisfacción de tener el honor de participar a Vuestra Excelencia que no se derramó una gota de sangre, lo cual no hubiese sucedido, si dejo en libertad a los señores que todavía se hallan detenidos en este cuartel con todo el decoro que permiten las circunstancias, mas bien por precaverlos de las asechanzas de los quejosos, que por inferirles el menor vejamen.

»Inmediatamente excité a las corporaciones a que nombrasen un jefe político haciendo dimisión en sus manos de la Comandancia militar que tuvieron a bien confirmarla. Después de los muchos altercados sobre si el Jefe político sería uno, o se formaría una junta de cinco o tres individuos, que copulativamente reuniesen todas las atribuciones del Jefe político con arreglo a la constitución y leyes posteriores de las cortes soberanas, convinieron finalmente en que, como las apuradas circunstancias exigían preservarse de toda corrupción que pudiese aventurar el reconocimiento a la autoridad de las cortes soberanas, a la de nuestro amado monarca el señor don Fernando VII, a la de la Regencia del reino y a la inmediata de Vuestra Excelencia, se nombrasen tres individuos, cuya elección recayó por pluralidad absoluta de sufragios en los señores brigadier don Mateo García Pumacahua, coronel doctor don Luis Astete y teniente coronel don Juan Tomás Moscoso; personas conocidas por su honor y demás prendas que les han acarreado la aceptación general, y que son incapaces de la más pequeña corrupción...

»Sin embargo de la fatalidad que parece dirige las convulsiones populares, todas corporaciones de esta ciudad, la tropa armada, el pueblo en general, han ratificado solemnemente la observancia de la constitución política de la monarquía, la fidelidad a nuestro amado monarca el señor don Fernando VII, a las cortes soberanas y a la serenísima Regencia del reino.

»Por mi parte protesto a Vuestra Excelencia bajo mi palabra de honor, que no abusaré jamás de la situación en que la divina Providencia me ha puesto, a pesar de mi demérito, y de haberme hallado poco antes sepultado en un calabozo, que no tomaré venganza alguna de mis antiguos opresores, que los pondré en libertad oportunamente, y de acuerdo con el Gobierno político, y con la cautela conveniente, y daré cuenta por medio de Vuestra Excelencia de mis procedimientos a las cortes soberanas y a la serenísima Regencia del reino, cuyas determinaciones espero, del mismo modo que las de Vuestra Excelencia, de cuya sabia política me persuado no confundirá la sedición con la sublevación, juzgará con equidad a estos pueblos largo tiempo oprimidos por sus magistrados; y me comunicará todas las prevenciones y órdenes que estime oportunas para la tranquilidad y felicidad de esta provincia, sin chocar las opiniones comúnmente recibidas, ni dar margen para que continúen las quejas de estos pueblos de que los americanos se hallan excluidos de los empleos por un plan sistemático de todos los gobiernos.

»La organización de las salas de la Audiencia constitucional de esta provincia, es de la primera atención de Vuestra Excelencia por la renuncia jurada que han hecho los antiguos señores ministros de ella, a excepción del señor don Manuel Vidaurre, que se ocultó, que no quiso aceptar el Gobierno político,   -275-   y que últimamente se ha ausentado; para estos destinos recomiendo a Vuestra Excelencia a los abogados de esta ciudad, que después del trabajo de muchos años, no suelen tener otra recompensa que la miseria y desdicha.

»Para complacer la muchedumbre he estado dictando todas las providencias benéficas a la provincia, y que están en la esfera de las atribuciones de un comandante militar; y en las que no, he estado excitando a las respectivas corporaciones. Mi situación es bien apurada, y le protesto a Vuestra Excelencia que quisiera volver a mi calabozo, porque la sanidad de mis intenciones no puede ver con indiferencia hombres angustiados, y las más veces me hallo precisado a recibir el impulso de las convulsiones civiles.

»Los principales partidos han reconocido a esta Comandancia general, y en algunos se espera que los españoles europeos alarmen los pueblos, y hagan preparativos hostiles: lo que me será muy sensible, pues serán víctimas de su imprudente celo, porque el entusiasmo es demasiado general, y hay muchos soldados ejercitados en las campañas del Alto Perú, y que apetecen la guerra como un estado peculiar a su profesión.

»He circulado un manifiesto abreviado a todos los señores Intendentes, y a los ayuntamientos de las capitales, dándoles parte del verdadero estado de las cosas, a efecto de que no crean al Cuzco en sublevación y que tal vez quieran imitar un ejemplo que no se les da, y que está muy distante de coadyuvar este noble y fiel vecindario, a cuyo nombre y al año, hago a Vuestra Excelencia esta abreviada exposición como a primer jefe del Reino, esperando sus superiores y justificadas ordenes.

Dios guarde a Vuestra Excelencia muchos años.

Cuartel general del Cuzco y agosto 13 de 1814.

José Angulo.

Excelentísimo señor marqués de la Concordia, virrey del Reino del Perú».


Contestación del Virrey.

«El oficio que usted me dirige con fecha de 13 del pasado, manifestando su conducta en el suceso de la noche del 2 al 3 del mismo, está fundado en muchas equivocaciones que no están del todo bien avenidas las unas con las otras. El Tribunal de Justicia y el juez político militar de esa ciudad desempeñaban mal sus empleos, como usted dice; y si han sido tan maltratados los vecinos de ese pueblo ¿en dónde están las quejas que se han dado, ni las representaciones que se me han hecho para dictar las providencias convenientes? Si la noche del 3 de noviembre del año anterior fue aciaga para esa ciudad por la muerte de tres o cuatro amotinados ¿quién ha causado esta desgracia? Si usted y sus compañeros se hallaban presos en el cuartel por sospechas de motores de él ¿á quién pueden atribuirlo? ¿Acaso los que mandan están puestos para permitir semejantes desórdenes, o para evitarlos, valiéndose de la fuerza cuando no son suficientes las persuasiones? ¿En dónde está el desprecio con que usted dice se han tratado las reliquias de la acción de Salta, pues todos aquellos que en virtud del juramento prestado al Gobierno de Buenos Aires se quisieron regresar a sus casas, a ninguno se le puso embarazo, y los que con mejor acuerdo se quisieron incorporar al ejército, se les ha atendido de modo que hay alguno que desde entonces ha tenido dos ascensos? Usted mismo ha logrado antes de aquella desgracia los que debía tener muy presentes para no haber incurrido en la nota de ingrato, si es que lo sea. Dice usted que sin conocer el carácter personal del marqués de Valde-hoyos, o preocupado de siniestros informes de las antiguas autoridades   -276-   lo destinaba para jefe político de esa provincia; pero no sólo los he conocido y tratado personalmente en la península y en cerca de un año que residió en esta plaza, sino que teniéndole por uno de los más ilustres americanos, tanto en lo militar como en lo político, le envié a la Paz con bastante disgusto suyo, y por lo bien que se portó en aquel Gobierno, hallándome en la necesidad de remover al señor Concha, le nombré para sucederle; y la prueba de este aserto es una patética representación de los vecinos de mejor nota de la Paz, suplicándome que no lo retire de aquel mando, porque no podré encontrar otro que lo desempeñe como él; cuya verdad sólo la podrán contradecir los pícaros de mala vida y costumbres a quienes ha sabido tener a raya. Otra impostura semejante es la que da a entender que el marqués de Valde-hoyos tomaba el dinero de las carta-cuentas con pretexto de enviarlo al ejército para quedarse con él; pues siempre lo ha librado contra estas cajas, y el intendente de ejército me participaba haberla recibido íntegramente. No me detengo en otros particulares que usted alega arbitrariamente, ni en la mala inteligencia que da a algunos artículos de la constitución; pues al cabo vendremos a parar en que si ha pecado, y verdaderamente se halla arrepentido, es digno de consideración, como igualmente lo es el modo con que ha sabido contener en lo posible el desorden que pudo haber causado la explosión del levantamiento de la tropa, y el orden con que ha sabido mantenerla y conservar al pueblo sin los estragos que son consiguientes en semejantes casos, para cuya continuación ha sido muy oportuna la Junta política gubernativa por los tres recomendables sujetos en quienes ha recaído la elección, quienes interesándose a favor de usted con especialidad el señor coronel don Luis Astete, junto con mi invariable propensión a la lenidad antes de emplear la fuerza, me tienen decidido no sólo a indultar a todos los que han tenido parte en el suceso, sino a proporcionar a usted la decente y cómoda colocación a que aspire, siempre que deponiendo las armas y entregando el mando militar y político a la persona caracterizada de ese mismo país que yo elija, ponga en libertad a los magistrados y europeos que sin causa ni formalidad de juicio se hallan presos, en la inteligencia que no residen en mí facultades para privar a los primeros de sus empleos, ni menos la de nombrar otros en su lugar.

»Cuando mi representación ha sido muy inferior a la que en el día me condecora, no he sabido faltar jamás en lo mas mínimo a mi palabra; y estoy mucho más distante de incurrir en el día en semejante flaqueza opuesta a los verdaderos sentimientos de un caballero, hombre de bien, revestido de los altos empleos a que me ha elevado la providencia, con cuya protesta puede usted caminar seguro de que no podré dejar de cumplir lo que prometo, bajo las calidades que le propongo.

»Sentiré mucho que a la gente armada de esa provincia introducida en el partido de Andahuaylas, le suceda un trabajo con la tropa del regimiento de Talavera próxima a llegar a Guamanga, como sucederá irremediablemente si no se retira con tiempo de aquel territorio.

»Dios guarde a usted muchos años. Lima, setiembre 2 de 1814.

El marqués de la Concordia.

A don José Angulo».


La circular de don José Angulo a las autoridades de las provincias del virreinato del Perú fue del tenor siguiente:

«Como los rumores populares suelen desfigurar los hechos sencillos, creo propio de mi deber informar a vuestra señoría brevemente de los acaecidos en la mañana del día   -277-   3 del presente, en que la divina Providencia por sus ocultos designios puso a mi disposición las armas de este cuartel, que me aclamó por su comandante general, nombramiento confirmado auténticamente por todas las corporaciones eclesiásticas y civiles. Las antiguas autoridades que se habían acarreado la común detestación por las infracciones de las leyes de la constitución política de la monarquía, y de las reglas de la justicia primitiva, fueron depuestas dicha mañana, y detenidas en este cuartel en que se mantienen, más bien con el objeto de precaver sus personas de los insultos de algunos mal intencionados, que con el de inferirles el menor vejamen; pues esta revolución parcial tiene el carácter original de no haberse derramado una gota de sangre, y de haberse hecho con arreglo a las leyes fundamentales de la monarquía. Digo con arreglo a las leyes fundamentales, porque el artículo 255 concede acción popular contra los magistrados y jueces infractores de las leyes; y como esta acción fuese casi imposible intentarla, según los trámites forenses por la distancia en que se halla el gobierno superior, se hizo el pueblo justicia por sí mismo en aquellos primeros momentos en que la fatalidad dirige las convulsiones políticas. Sin embargo de que estas mismas antiguas autoridades me habían sepultado muchos meses en un calabozo, del cual he salido a mandar las tropas, mi corazón, más cristiano que el de aquellas, ha olvidado todo resentimiento; y sin querer imitar su ejemplo, sólo he tratado de la observancia de las leyes; he excitado, y he convenido gustosamente con las corporaciones que se nombre un gobierno con todas las atribuciones del jefe político, pero que éste sea siempre distinto del comandante de las armas en conformidad al artículo 5.º capítulo 3.º, de la instrucción sancionada por las cortes soberanas para el gobierno económico de las provincias. Y aunque debiese recaer en uno sólo el nombramiento de jefe político, sin embargo como las actuales circunstancias exigen preservarse de toda corrupción que pudiese aventurar y comprometer el reconocimiento a la autoridad de las cortes soberanas, a la de nuestro amado monarca el señor don Fernando VII y a la Regencia del reino, fue el voto general que fuesen a lo menos tres individuos para que así fuera más difícil la corrupción; la cual está muy distante de introducirse en los recomendables señores brigadier don Mateo García Pumacahua, coronel don Luis Astete, y teniente coronel don Juan Tomás Moscoso, que fueron nombrados por pluralidad absoluta de sufragios.

»Consiguientemente se halla ratificada solemnemente la constitución política de la monarquía, la fidelidad a nuestro amado monarca don Fernando VII a las cortes soberanas, y a la serenísima Regencia del reino. Las relaciones legales, comerciales y políticas con las provincias limítrofes se observarán uniformemente por todas las corporaciones de esta capital y sus partidos, con entera conformidad a los reglamentos y leyes promulgados por las cortes soberanas de cuyo solo cumplimiento se trata.

»Por este bosquejo conocerá la penetración de vuestra señoría que en la realidad no ha sido variación de gobierno, sino variación de gobernantes que abusaban de la autoridad; que esta comandancia general y los señores que componen el gobierno político siguen por inclinación y por sistema las invariables reglas de la equidad y de la justicia; y que los sucesos del día 3 de agosto son un nuevo testimonio al mundo y a la posteridad, que en países remotos y próximos obliga más la justicia que la fuerza, y que la obediencia de los pueblos se asegura mejor con la equidad que con el despotismo.

»Así puede vuestra señoría sin temor alguno entenderse con esta comandancia   -278-   general y con el gobierno político en todos los negocios relativos al cumplimiento de las leyes y al restablecimiento de esas provincias desoladas.

»Doy cuenta de mis procedimientos, del mismo modo que el gobierno político a las cortes soberanas, a la regencia del reino, cuyas determinaciones espero y al Excelentísimo señor Virrey del reino, cuyas providencias se cumplirán con arreglo a las leyes.

»Si alguna de esas personas poseídas de egoísmo y nutridas con las máximas de la bárbara tiranía confundiendo la sublevación con la sedición, osasen tomar armas contra esta provincia y ciudad, entonces haré el uso conveniente de la respetable fuerza armada que la Providencia ha puesto a mi dirección, y emplearán justa y dignamente los valerosos cuzqueños su conocido esfuerzo, su actual entusiasmo, y los conocimientos militares que han adquirido en los campos de batalla.

»Espero de vuestra señoría, despreciando las complicadas y chocantes especies que suelen esparcir los apologistas del despotismo, solamente dé crédito a las noticias oficiales, y que cooperando a la común felicidad, me comunique las prevenciones que sean conducentes a ella, aun orando sea necesaria alguna expedición militar, para lo cual le podré mandar a vuestra señoría algunos oficiales de pericia y valor ejercitado, soldados bien disciplinados, armas y pertrechos de campaña.

»Dios guarde a vuestra señoría muchos años.

»Cuartel general del Cuzco, 11 de agosto de 1814.

»José Angulo.

Señor don Manuel Quimper, gobernador intendente de Puno».


Carta del arzobispo de Lima a los del Cuzco.

«Mis queridos hijos en el Señor; al aun son accesibles vuestros oídos a los amorosos ecos de vuestro antiguo pastor, si aun prestáis a sus tiernas voces esa religiosa docilidad con que las mansas ovejas se dejan siempre conducir pasto saludable, y que en casi todos los pueblos de esa vasta diócesis cautivó tantas veces mi corazón, cuantas tuve la dicha de dirigirlas mis consuelos, escuchad hoy, os ruego, los caritativos esfuerzos de la lánguida voz, finito desahogo de este pecho oprimido son las infaustas noticias de vuestras desgracias y peligros.

»Los espantosos aullidos del lobo infernal, parece, han resonado ya en el seno tranquilo de ese apacible rebaño; y por el órgano funesto de los novadores políticos intenta descarriarlo. El doloroso y siempre abominable trastorno del sistema civil, a que únicamente afectan dirigir sus empresas los genios sediciosos es en todas ocasiones seminario de horrores y desastres que detesta la sana moral. Pero cuando a la vuelta de esos planes especiosos vemos romperse sin conmiseración los dulces vínculos de la caridad evangélica, clavar con furor inhumano el puñal en el inocente pecho del hermano, del pariente, del amigo, hollar descaradamente la honestidad, profanas el templo, insultar sus ministros, y cebar del moda más impío la vil codicia aun en las propiedades sagradas; ¡ay, mi amada grey! ¿cómo es posible enmudezcan vuestros70 amorosos pastores, y vean con la más fría indiferencia a los malvados robaron con necias ilusiones el precioso tesoro de todas las virtudes, y convertir vuestra religiosa sencillez en instrumento sacrílego de sus viles pasiones? Tended la vista por las provincias vecinas; y después de tan costo sus sacrificios por sus imaginadas mejoras, preguntad; ¿cuáles han sido los frutos de su obstinada resistencia? Triunfos efímeros, promesas ilusorias, esperanzas vanas. Sólo hallaréis de cierto en todas partes inmoralidad,   -279-   disolución, desórdenes. Estos son, pues, los preciosos bienes que hoy va a producir; si es que por desgracia no los ha producido ya, ese miserable puñado de tumultuarios. No: vuestro antiguo pastor, cuyos vínculos públicos con aquella Iglesia rompió su nueva contracción con esta sagrada esposa, pero cuya caridad y ternura hacia vosotros, ninguna edad, ni la mayor distancia podrán relajar; vuestro pastor, digo que se gloría de haber conocido sus apacibles ovejas en cada uno de sus pueblos, no ha sospechado jamás que, olvidada su sana doctrina, os hayáis precipitado gustosos al venenoso pasto de este nuevo sistema. Pero se recela que sorprendida la sinceridad por los ilusos, y asociándoos incautamente a sus manadas, teniéndolas por de corderos inocentes, descubráis ya tarde su carácter de lobos, y os hagáis, cuando no haya remedio, tristes víctimas de su rapacidad. No permita el Dios de las misericordias tan desastroso acontecimiento, que amargando mis últimos días me haría descender al sepulcro bailado en llanto inconsolable. Mas si acaso, por ejercicio de la fe y purificación de sus escogidos, el cielo decretase tal desgracia, abjurad al momento, hijos queridos, vuestro engaño, y alejad de vosotros, por medio de una conducta fiel, honrada e inocente, aquel terrible azote anunciado a los pueblos criminales por Jeremías, cuando el señor dijo por su boca, que hombres engañadores los dominarían: Illusores dominabuntur eis. ¿Y cómo, en el caso de esta retractación honrosa, que cubriría de eterna gloria vuestro nombre, había de permitir el piadoso y esclarecido jefe protector de vuestra seguridad, que sus respetables armas, tan temidas hasta aquí por las facciones sediciosas, llevasen al seno de la fiel e ilustre capital de los incas esos horrores militares digno castigo71 de aquellos pueblos infames que sólo por un principio de injusticia se obstinan en el crimen? Estas, y no otras, creedme, mis amados cuzqueños, son las nobles y religiosas providencias de este sabio gobierno, si es que le viese empeñado de la venganza, me atrevería a desarmar, no lo dudéis dirigiéndole mis más eficaces ruegos envueltos en las lágrimas de mi paternal ternura hacia vosotros, a fin de mereceros su generosa clemencia, y con ella un olvido eterno de vuestros inculpables desvíos. Entre tanto, son vuestras presentes necesidades la materia continua de mis ardientes votos para alcanzar del soberano. Autor de todo bien el remedio más oportuno a tanto mal. Por esto dulce lenguaje no podréis desconocer a vuestro amante pastor. Sólo me resta conoceros a vosotros por el consolante testimonio de vuestra docilidad, sumisión y respeto. Dado en nuestro palacio arzobispal en Lima, en 26 de agosto de 1814. Bartolomé Arzobispo de Lima».


La contestación del capitán general patriota don José Angulo al oficio con que remitió el Arzobispo la pastoral fue la siguiente:

«Excelentísimo e Ilustrísimo Señor. Los religiosos sentimientos que con tanta unción vierte Vuestra Excelencia Ilustrísima72 en su oficio de 31 de agosto último, que recibí el 25 de setiembre siguiente, son muy propios de su apostólico ministerio, de esa caridad ardiente que debe brillar en un príncipe de la Iglesia, y de la particular predilección que conserva a esta su antigua esposa. Pero desde aquella fecha a esta han variado las circunstancias de un modo inesperado; pueblos y provincias se hallan en el mismo caso que el cuartel de esta ciudad y pueden no desesperar de su suerte con la mediación de Vuestra Excelencia Ilustrísima ante el Excelentísimo señor Virrey del reino.

»No digo esto por que Puno, el Desaguadero, la Paz y otros pueblos se han unido con el Cuzco, sino porque estas provincias y las demás del Perú, y aun esa misma capital necesitan de un indulto general que   -280-   ponga término a la guerra devastadora que hace cinco años aflige estos desgraciados países. A pesar de poder abrazar el sistema de Buenos Aires, de hallarse con fuerzas y recursos suficientes y de que pudiera progresar con más ventajas, decidiéndome por una insurrección; me limito siguiendo mi conciencia, a pedir en esta fecha al Excelentísimo señor Virrey haga la paz, o a lo menos unos armisticios con las provincias, el río de la Plata, que con la conquista de Montevideo nos oprimirán sin duda con el peso irresistible de sus triunfantes armas. La primera que sentirá los efectos de la fuerza de Buenos Aires, será esa capital, que verá en sus mares una formidable escuadra que no la hay en el mismo Cádiz. Y entonces se perdió el Perú, por una política inflexible, cuyas perjudiciales consecuencias harán olvidar las brillantes medidas con que ha hecho célebre su gobierno ese Excelentísimo señor Virrey.

»Interceda pues, Vuestra Excelencia Ilustrísima con él para que otorgue al Perú una paz general, y supuesto que la caridad es una virtud universal, procure Vuestra Excelencia Ilustrísima este bien a esa Iglesia metropolitana, a esta su antigua, y a las demás sufragáneas suyas. Un príncipe de la Iglesia es un ministro de paz, y si proporcionándola para una sola provincia deja correr en los demás ríos de sangre, no cumple sin duda con su ministerio. Vuestra Excelencia Ilustrísima se halla cerca del primer jefe del reino, en cuya mano se halla la salud de los pueblos; los del Perú después de sufrir las calamidades de la más desastrada guerra serán al fin víctimas del temerario empeño de sus conquistadores; y por no ceder parte alguna de derechos contestados, nos veremos en el triste caso de perderlo todo. Contribuya pues Vuestra Excelencia Ilustrísima a que el Excelentísimo señor Virrey ordene al señor mariscal de campo don Joaquín de la Pezuela, que se halla muy fatigado, que ha evacuado Potosí, y que se halla errante, capitule con el ejército del río de la Plata en los términos más decorosos que puedan conseguirse. Así se evitará la efusión de sangre, se restituirá esta provincia a su antiguo estado, con las garantías correspondientes, y se conservará el Perú para la nación española, para nuestro amado monarca el señor don Fernando VII; así cesarán las calamidades de estos pueblos, se hará célebre el nombre de ese jefe y de Vuestra Excelencia Ilustrísima: del uno porque procurará la paz, del otro porque la dio al Perú.

»Dios guarde a Vuestra Excelencia Ilustrísima muchos años.

»Cuartel general del Cuzco, 28 de octubre de 1814.

Excelentísimo e Ilustrísimo señor José Angulo».


Excelentísimo e Ilustrísimo señor doctor don Bartolomé María de las Horas, dignísimo Arzobispo de la Santa Iglesia Metropolitana de Lima.

Segunda nota de don José Angulo al Virrey.

«Excelentísimo señor: después de la detenida lectura del respetable oficio de Vuestra Excelencia de setiembre último, que recibí el 25 del mismo, he meditado seriamente sobre los puntos principales a que se reduce y he consultado la opinión pública de diversos modos, y he extendido la vista, no solamente por los objetos próximos y someros, sino también por los que parecen remotos e impenetrables. La divina Providencia que me ha puesto a la cabeza de una revolución, me hace responsable de la suerte de los pueblos que se hallan entre muchos contrastes. A más de esperar los efectos del enojo de Vuestra Excelencia tiene que gemir con Vuestra Excelencia mismo bajo las triunfantes armas del río de la Plata. Tamaños males de que acaso Vuestra Excelencia se cree inmune, pero que no por eso dejan de ser ciertos, deben entrar en el plan de la salvación del Perú; y los grandes políticos como Vuestra Excelencia   -281-   consideran los objetos bajo todos los aspectos diferentes, y comenzando por el origen de los males aplican a él el remedio; tratando después ya de las quejas particulares y asuntos subalternos.

»Los relativos a esta provincia, y las pocas quejas que expuse a Vuestra Excelencia ligeramente en el parte de 13 de agosto, son de segundo orden y muy mudadas. Detenerme en demostrar su solidez y justicia sería en vano, pues de los intereses públicos solamente juzgan con sanidad los hombres imparciales y la severa posteridad. No obstante, permítase Vuestra Excelencia le indique con el mayor respeto algunas reflexiones sobre dos particulares de mucha importancia al honor y talentos de Vuestra Excelencia.

»El primero se acerca de la verdadera idea y concepto del juramento que se vio precisado a prestar en Salta el ejército que mandaba el hábil y valeroso militar brigadier don Pío Tristán. La plana mayor, los oficiales de la tropa y ésta misma en ninguna manera juraron obediencia al gobierno de Buenos Aires, como Vuestra Excelencia lo asegura sino que capitularon según las leyes de la guerra, y por no sacrificar unos hombres tan beneméritos, ofreciendo en uno de sus artículos no tomar armas contra el río de la Plata donde el Desaguadero para allá, ludiendo hacerlo, sí, desde el Desaguadero para acá. Esta clase de capitulaciones nada tienen de vergonzoso ni humillante, son muy frecuentes en la Europa como sabe Vuestra Excelencia, las hay mucho más duras al vencido, los más célebres generales han pasado por estas antiguas prácticas, y los soberanos de las naciones civilizadas aprueban con gusto y las cumplen de su parte; porque los buenos príncipes economizan sobremanera la sangre de sus soldados, y jamás hacen la guerra con el funesto empeño de dejar de existir o aniquilar al enemigo.

»Sin embargo, cree Vuestra Excelencia que el conceder un triste asilo a los juramentados de Salta, y no ponerles embarazo para que regresasen a sus casas, ha sido un rasgo de generosidad; pero permítame el respeto de Vuestra Excelencia, que diga, que si el juicio público no tuviera gran prueba de aquella virtud de Vuestra Excelencia, sin duda no la pondrían entre las que adornan su ilustre persona. Los que después de capitular en Salta se incorporaron al ejército con el acuerdo que Vuestra Excelencia llama mejor que el retirarse a su casa, han sido víctimas de la errónea opinión de que les obligaba el juramento pues a más de los que han muerto en los campos de batalla, los que han sido tomados prisioneros han pagado su perjurio con la última pena. Es mucha la que causan cuantas consideraciones se hacen sobre ésta materia tan lastimosa, que es una nueva prueba de que jamás se trata de buena fe con los que se llaman insurgentes.

»No seguiré en mi juicio, sobre el segundo particular, esa máxima bien vulgar de que debe parecerse al malvado el que hace su apología, pues las pruebas que tiene dadas Vuestra Excelencia de la sanidad y rectitud de sus intenciones, acreditan que es una excepción por mucho que pretenda justificar la conducta del marqués de Valde-hoyos. Este malvado, que para alivio de la humanidad doliente ya no asiste entre los hombres, y que ha sido pernicioso en su larga vida como en su horrible muerte, es el objeto de la execración pública. Vuestra Excelencia ha sido el primero y el único que lo ha caracterizado por el americano más ilustrado en lo militar y en lo político, por un hombre de bien que recibió con disgusto el gobierno de la Paz, por un hombre a cuyo favor dirigieron los vecinos de ésta una patética representación, suplicándole no se le retirase del mando por haberse portado bien. El marqués de Valde-hoyos tuvo sin duda entre sus grandes vicios el de la refinada hipocresía, pues engañó la penetración de Vuestra Excelencia, y esa representación de los vecinos de la Paz, obra de la coacción y de las tinieblas, sería sin duda organizada por el mismo   -282-   marqués de Valde-hoyos, para amasar a Vuestra Excelencia y para hacerse un mérito con lo que lisonjeaba su ambición. Estas son verdades, excelentísimo señor, que no solamente serán apoyadas por los pícaros de mala vida y costumbres, a quienes se dice supo tener a raya el marqués de Valde-hoyos, sino también por los hombres de bien, por los mismos europeos a quienes sacrificó en la ciudad de la Paz el día 28 de setiembre último. Este grande malvado que vio frustrados sus atroces designios de envenenar la tropa, que se había posesionado del Desaguadero por consultar la seguridad de esta provincia, tuvo la perfidia de no avisar al comandante militar que tomó la plaza a discreción, ni a los demás prisioneros de guerra que había comprometido con la más obstinada y sangrienta resistencia, de todas las minas que tenía preparadas; solamente fue capaz de la flaqueza de denunciar la que estaba bajo de sus pies, mas no la que tenía en el cuartel principal donde se hallaban todos los pobres europeos que habían sido indultados: el mismo Valde-hoyos estaba comprendido en esta gracia, siendo así que sólo él había sido autor de la guerra, que habían pedido su cabeza todos los vecinos, y que había sido librado por las plegarias del capellán y por la generosidad del comandante.

»Puesto que salvó con la excavación de la mina que había puesto en la misma casa de gobierno en que habitaba, y donde nunca creyó se le hiciese el honor de custodiarlo, se persuadió estar ya fuera de todo riesgo, y que podía proporcionarse una evasión, aunque fuese a costa de los mayores crímenes. En efecto, cometió el más execrable crimen que puede imaginarse en el más desapiadado corazón.

»Después de cuatro días de prisión, admirando la bondad de los oficiales, que cuanto eran intrépidos en la guerra, eran benignos fuera de ella, y abusando de la franqueza con que se lo trataba, sobornó a otro malvado como él, para que pegase la mecha de otra mina secreta que tenía bajo del cuartel principal en el cual estaban más de ochenta europeos, prisioneros de guerra, y que debían ponerse en libertad el horroroso día 28 de setiembre próximo pasado. ¡Día funesto! ¡día horrible! cuya memoria hará gemir a edades futuras, que ha hecho verter tantas lágrimas a la presente, y que durará en la memoria de los hombres como uno de sus más horrorosos cuadros. La historia, testigo fiel, escribirá con espanto la conducta del marqués de Valde-hoyos; y será muy sensible que repita que hizo alguna vez Vuestra Excelencia su apología.

»Las medidas de Valde-hoyos se desconcertaron en el tiempo y en los resultados. La explosión sobrevino de día, y cuando se estaba celebrando la misa solemne de gracias, después de la cual debía ponerse en libertad a todos los prisioneros de guerra: el desorden y turbación que causó, y a cuyo favor pensó fugar, no embarazó que el pueblo le reconociese inmediatamente por único de tanto estrago, y aunque se dejó ver armado, a palos y a pedradas le dieron una muerte peor que la que él causó a los compasibles europeos que se abrazaron y sepultaron en el incendio y ruina del parque y cuartel. ¡Qué horror, excelentísimo señor! ¡qué desolación! ¡qué aborto de tiranía! ¿Y éste era el buen jefe político y militar que Vuestra Excelencia nos enviaba? ¡Qué profunda hipocresía no tendría este malvado, que engañó la perspicacia de Vuestra Excelencia, pues la opinión general y de los menos advertidos jamás se equivocó sobre el concepto de Valde-hoyos, de lo cual tengo documentos originales de todo el Perú y de esta misma capital!

»La provincia del Cuzco, pues, que con la muerte del marqués de Valde-hoyos ha sido librada por la divina Providencia de mayores plagas que lo que pueden imaginarse en la más desastrada revolución;   -283-   que ha extendido sus armas por todas las provincias limítrofes, en fuerza de la suprema ley de la seguridad; que tiene aliados con quienes debe correr una suerte y que no tiene otro objeto que una paz general; debe merecer toda la atención de Vuestra Excelencia, y a su sublime política no se esconde que por una prerrogativa natural si me cree Vuestra Excelencia digno de un indulto, debo extenderlo a algunas familias de esta misma ciudad, también a las de Guamanga y Puno con todos sus partidos, y mirando los objetos más en grande, a todo el Perú sin exceptuar esa misma capital, pues toda se halla en la misma necesidad de morir, sea por órdenes de Vuestra Excelencia o sea bajo la insuperable fuerza de los ejércitos del Río de la Plata. Los males del Perú son generales, y Vuestra Excelencia debe curarlos con remedios igualmente generales. En la hipótesis de que el indulto de Vuestra Excelencia sea inalterable, de que sea un lenitivo suficiente y universal a estos pueblos, y de que alivie las angustias de toda esta provincia, la enfermedad política del Perú solamente se paliará, y los nuevos síntomas con que después se manifieste por los que posteriormente quieran curarla, tal vez serán mucho más fatales a la causa de la nación. Cure Vuestra Excelencia pues el mal radicalmente y en su misma fuente, que no es otra que la obstinada guerra que se sostiene con las provincias del río de la Plata. Todos los jefes y prelados eclesiásticos se conmueven con la idea de una revolución, tratan con la mayor ignominia los que la promueven, o la sostienen, pintan con los más negros colores los estragos y muertes que acarrean. Pero, ¿qué diferencia hay entre las muertes que suceden a una revolución y las que suceden para poner término a la guerra? Millares de víctimas se han sacrificado en los cinco años que Vuestra Excelencia ha dejado correr la fatal plaga de la guerra en el virreinato de Buenos Aires.

»Esta capital se halla ahora con fuerzas navales y terrestres insuperables. La toma de Montevideo ha sido la última ruina del Perú. Dentro de breve Vuestra Excelencia mismo y esa capital verán al enemigo con una escuadra y gente de desembarco que traerá la guerra sobre el propio territorio, y que hará experimentar todas las calamidades a los generosos habitantes de esa costa, porque no es posible que la intrépida política del gabinete de Buenos Aires repose con la conquista que ha hecho. Con ella está inexpugnablemente asegurada en su capital y provincias inmediatas: tiene tropas, buques, marinos, y su gobierno es enteramente militar. ¿Y creeremos que se mantengan en una inercia tan contraria a sus principios y recursos? Aquí es donde debe Vuestra Excelencia manifestar toda su rectitud y política; de lo contrario, aunque Vuestra Excelencia sojuzgue con sus armas esta provincia, me borre con otros millares de la lista de los vivos, y haga llover sobre estos pueblos desolados rayos y tempestades, no conservará Vuestra Excelencia el Perú, será responsable de su pérdida a la nación y al rey, y solamente aumentaría las desdichas de los tristes americanos. Este es el indulto que pido a Vuestra Excelencia y no el que me ofrece, que no cura los males de mi patria. Mis días como los de Vuestra Excelencia han de tocar naturalmente el término, después del cual solamente quedará entre los hombres la memoria del bien o del mal que se les hubiese hecho, y en el libro del Eterno las obras de caridad practicadas en su nombre.

»Inmediatamente que a lo menos Vuestra Excelencia ponga término a la guerra por una tregua o por unos armisticios, entre tanto las cortes soberanas sancionen la paz y declaren o que las provincias del río de la Plata no son parte de la monarquía española, o que estipulan con ella los pactos que fuesen convenientes; entonces garantizando Vuestra Excelencia suficientemente el olvido de lo pasado en esta provincia y las otras, entregaré el mando a la persona que tiene indicada Vuestra Excelencia en su citado oficio de 2 de setiembre; entonces se pondrá en libertad a los magistrados y europeos que se hallan   -284-   detenidos; y entonces conocerá Vuestra Excelencia que se evitan males sin número: aplaudirá a Vuestra Excelencia toda la nación, y no se dirá que por una política inflexible ha perdido Vuestra Excelencia a toda la América meridional.

»Así, pues, espero que Vuestra Excelencia tenga la bondad de contestarme con aquella franqueza propia de su alta dignidad; porque en este supuesto tengo comunicadas órdenes a mis comandantes militares para que suspendan toda hostilidad. Esto mismo contestaré al señor mariscal de campo don Francisco Picoaga, que con fecha de 12 del presente me ha intimado rendición desde la ciudad de Arequipa, sin acreditar la comisión de Vuestra Excelencia. Sus fuerzas son demasiado inferiores a las de las tropas que se hallan en observación, sin penetrar en territorio ajeno: se le puede atacar con ventaja, pues aunque el señor Picoaga, enemigo declarado de su patria, en la que tiene mujer, hijos y propiedades, está en el error de que es lo mismo pelear con cuzqueños que contra ellos, es muy varia la suerte de la guerra, la cual cesar a luego que Vuestra Excelencia determine la paz con el río de la Plata. De otro modo apuraré todos los recursos de estas provincias, me uniré por la imperiosa ley de la necesidad con los del río de la Plata, a los cuales les he declarado oficialmente una neutralidad armada. Y estos pueblos jamás serán tachados de insurgentes, pues que tomarán las armas para pedir la paz, por reclamar sus derechos, y por evitar mayores males. La empresa tal vez puede ser desgraciada, pero será justa; y de Vuestra Excelencia pende del mismo modo ser infeliz, y sin duda, alguna será injusta. No entienda Vuestra Excelencia que éste es parto de mi debilidad; muy al contrario, la pequeña ventaja conseguida en Guanta por la división de Talavera, que fue la que comenzó la agresión matando alevosamente al parlamentario capitán don Mariano Castro, es muy poca cosa en la balanza de recursos militares. Tengo millares de indios, oficiales experimentados y soldados que han acreditado su valor: diez y ocho regimientos provinciales, no igual armamento, pero sí una artillería numerosa. Toda esta fuerza sostendrá la paz; que la pediremos con las bayonetas en las manos al ejército del río de la Plata.

»Dios guarde a Vuestra Excelencia muchos años.

»Cuartel general del Cuzco, 28 de octubre de 1814.

Excelentísimo señor.- José Angulo.

Excelentísimo señor virrey del Perú».


El Virrey contestó el 16 de noviembre, del modo siguiente:

«El oficio de usted de 28 del pasado contestando el mío de 2 de setiembre, me hace ver el cúmulo de errores en que lo tienen los espíritus inquietos que le rodean, a la escasez de noticias en que se halla del antiguo y Nuevo Mundo. Hace más de tres meses que sé la rendición de Montevideo por falta de subsistencias, y que los infames porteños faltaron en todo a las capitulaciones y al derecho de gentes; sé que la misma plaza está sumamente estrechada, y padeciendo todos, los horrores del bloqueo que le tiene puesto Artigas; sé que sus fuerzas marítimas son ningunas, y que el venir a hacer un desembarco en las costas de este reino es una ridícula quimera como la es igualmente el que el marqués de Valde-hoyos haya querido envenenar el agua, ni que haya minado el cuartel: patraña inventada por el malvado que mandaba la cuadrilla de asesinos que ocupó aquella desgraciada ciudad, quienes sabiendo que iban a ser atacados por tropas de Oruro, determinaron precipitadamente su evacuación, pegando fuego a las municiones que no podían llevar, porque preferían los robos de plata, oro y alhajas, sacrificando después a los miserables criollos y europeos que habían sido, despojados   -285-   de ellos; sé que Fernando VII está sentado en el trono desde el 14 de mayo, habiendo antes anulado en Valencia la nueva constitución en todas sus partes, y disuelto el Congreso de cortes; sé que había decretado 40000 hombres para venir a sujetar las Américas, cuyos transportes ingleses iban llegando a Cádiz y a la Coruña el 20 de junio, y que para Buenos Aires estaba destinada con otras tropas la famosa división del célebre Morillo, con este general a su cabeza; sé que Pezuela está con su ejército atrincherado en Santiago de Cotagaita, sin cuidado ninguno de Rondeau, que no se ha movido de Jujui, mas que para adelantar algunas descubiertas hasta Cangrejos; sé que la ciudad y provincia de Cochabamba ha escrito a ese Gobierno una carta que no le habrá lisonjeado; y sé entre otras muchas cosas que la total derrota y dispersión de los insurgentes de Chile el 2 de octubre en la batalla de Rancagua puso a todo aquel reino a la obediencia del mejor y más deseado rey de la tierra, cuyo suceso debe trastornar en mucha parte las ideas de los porteños; y sé por último que si ese Gobierno no se aviene pronto a la razón, se arrepentirá antes de mucho del daño que con harto dolor mío ha causado y causa a sus naturales y a sí mismo. Con lo que contesto al expresado oficio de usted del 5 del pasado.

»Dios guarde a usted muchos años.

»Lima, y noviembre 16 de 1814.

El marqués de la Concordia».

A don José Angulo.


El Virrey impuso del contenido de este oficio a la Junta del Cuzco en los términos siguientes.

«Al tejido de patrañas que me escribe ese comandante de armas, cuya suerte infeliz entregada al arbitrio de los pícaros que le rodean me es sumamente dolorosa, no he podido menos de contestar con esta fecha para su desengaño lo que al pie de la letra contiene la adjunta copia. Sé que no se creerá nada de lo que digo, porque tildo insurgente achaca a invenciones mías cuanto no le lisonjea; pero es necesario que conozcan que un hombre de mi dignidad y alto carácter no es posible que falte a la verdad en lo más mínimo, y que no ignoren que mi lenidad y deseo constante de un acomodamiento racional sólo es hijo de un temperamento humano y opuesto a usar de la fuerza y del derramamiento de sangre, antes de agotar los recursos de la prudencia, por el bien de mis semejantes. Si ustedes pueden contribuir y contribuyen efectivamente a estos benéficos deseos, se libertarán y libertarán a ese país de una ruina positiva. Con lo que doy respuesta al oficio de ustedes de 27 de setiembre cuya fecha contemplo equivocada,

»Dios guarde a ustedes muchos años.

Lima, y noviembre 16 de 1814.

El marqués de la Concordia.

Señores don Domingo Luis de Astete, don Juan Tomás Moscoso y don Jacinto Ferrándiz».


El Virrey, después de haber sido fusilados los jefes de la revolución del Cuzco, dictó un decreto de amnistía concebido en estos términos:

«En el momento que recibí la desagradable noticia de la insurrección del Cuzco dirigí a los habitantes de aquella provincia la sucinta, pero paternal proclama de 20 de agosto del año pasado, estimulándolos a que depusiesen las armas que injustamente habían levantado contra el mejor de los reyes, al tiempo mismo que acaba de recibirse la plausible noticia   -286-   de su deseada restitución al trono de sus mayores, después de la larga esclavitud que alevosamente le hizo sufrir el mayor de los monstruos; poniéndoles de manifiesto las ruinas a que se exponían, si diesen lugar a que las valientes tropas que dirigía contra los rebeldes entrasen a su territorio tratándolos como enemigos. Pero por desgracia despreciaron mis exhortaciones amorosas atribuyendo mi humanidad y carácter benéfico a debilidad, y mis aserciones políticas y religiosas a invenciones fraguadas en mi gabinete. Mas habiendo manifestado la experiencia su certidumbre en los varios choques en que han tenido la audacia de pretender hacer frente a las tropas reales, por las que en todas las acciones han sido deshechos como el humo, ocupada la capital, y la mayor parte de las provincias sojuzgadas, con pérdida de su artillería, armamento y municiones, quedando sin recursos para continuar con su infeliz propósito; ha llegado el caso de darles yo la última prueba de mi aversión al derramamiento de sangre, y tierno amor que profeso a mis semejantes, ofreciendo a nombre de Su Majestad a todos los habitantes de la presidencia del Cuzco e intendencia de Guamanga y Guancavelica indulto general del extravío que han padecido, con olvido absoluto de su delito; cuya gracia hago extensiva a la de Puno y demás que componen el Alto Perú con tal que en el término de dos meses contados desde esta fecha se reduzcan a sus hogares y a sus respectivos ejercicios y ocupaciones los de este virreinato y tres para los de Buenos Aires; haciendo nuevo y sincero juramento de vasallaje al rey, y obediencia a las legítimas autoridades, entregando en las cabezas de sus partidos todas las armas de fuego y blancas con que se hallaren; sin lo cual no tendrá efecto esta gracia, y serán tratados los contraventores como verdaderos enemigos. En consecuencia de lo cual y para que llegue a noticia de todos, y produzca los buenos efectos que deseo, se publicará este edicto en todas las subdelegaciones de los distritos que comprende, a cuyo fin se imprimirá competente número de ejemplares. Dado en Lima, a 14 de abril de 1815.

El marqués de la Concordia

Toribio de Aceval».


ANRIQUE DUARTE. Portugués de nación. Fue relajado y ahorcado en Lima en 13 de marzo de 1605, por sentencia del Tribunal de la Inquisición. En este auto de fe, hubo 40 reos que sufrieron las penas a que se les condenó.

ANSÓN JORGE. Vicealmirante inglés. Nació en Staffordshire en 1697. Gustó desde niño de oír contar las historias de héroes del mar. Entró a la marina y pasó por todos los grados. Fue tres veces a la Carolina del sud con varios buques, y edificó una ciudad con su nombre (de 1724 a 1735). Se le dio el mando de una escuadra para venir al Pacífico a destruir el comercio español y sus puertos. Salió de Santa Helena por setiembre del año de 1740, con cinco buques de guerra, uno armado y dos trasportes. Eran el «Centurión» de 60 cañones que él mismo mandaba y que tenía a su bordo 400 hombres; el «Glocester» de 50, con 300 hombres de tripulación a órdenes de Ricardo Norris; el «Severn» de igual fuerza al mando de Eduardo Les; la «Perla» de 40 cañones y 250 hombres de equipaje comandada por Mateo Mitchel; el «Wager» de 28 y con 160 hombres a bordo; la «Tryal» de 8 cañones y 100 hombres con su capitán Juan Murray. Los dos trasportes conducían 470 inválidos y solos de marina con sus jefes. Esta escuadra estuvo en la isla de Santa Catalina, esperando la buena estación para doblar el Cabo de Hornos, y después tocó en la de San Julián, de donde zarpó el 27 de febrero de 1741, y se encaminó al Estrecho de Mayre. Experimentó una tormenta que   -287-   duró más de un mes y dispersó los buques. El «Severn» y la «Perla» fueron al Janeiro; el «Wager» se hizo pedazos en Patagonia, pero se salvó su gente, Ansón venció el paso del Estrecho y ancló en la isla de Juan Fernández el 7 de junio, allí estuvo tres meses, sembró legumbres y plantó árboles, se le reunieron el «Tryal», el «Glocester» y los transportes, al nombrado «Anna» que había refrescado en Chiloé, por hallarse muy maltratado lo hizo Ansón varar y desmantelar, todos los buques tuvieron pérdida grande en su tripulación.

En setiembre apresó al navío «Monte Carmelo» que iba del Callao a Valparaíso con 23 mil pesos, azúcar y otras mercancías, y por los prisioneros tuvo noticia de que la escuadra y tropas inglesas del almirante Wernon habían sufrido el memorable contraste de Cartagena en 1740. Véase Eslava don Sebastián de, virrey de Santa Fe.

Ansón envió al «Glocester» a Payta, al «Tryal» a Valparaíso, y él quedó cruzando con el «Centurión» y el «Carmelo» que acababa de armar. El «Tryal» apresó al «Aránzazu» procedente del Callao que tenía a su bordo 25 mil pesos y muchos efectos. Armó este navío al mando del capitán Saunders, y echó a pique al «Tryal» que hacía mucha agua: se vino a Sangallán, y tomó al navío «Santa Teresa» que viajaba a Guayaquil al Callao con frutos del país. Siguió hasta las islas de Lobos y capturó al navío «Carmen» que acababa de salir de Paita con igual destino, cargado de mercaderías europeas.

Por consejo de un inglés Williams que había vivido en el Perú, y que estaba a bordo del «Carmen» se encaminó Ansón a Paita cuyo puerto sorprendió y ocupó de noche el 24 de noviembre de 1741. En Paita no había tropa ni armas, la población huyó como pudo abandonando cuanto tenía. Los ingleses dijeron que los caudales tomados allí de la Real Hacienda y de particulares, montarían a 30 mil libras; pero los españoles aseguraron que subieron a millón y medio de pesos, sin contar alhajas, oro y pedrerías. La ciudad fue quemada, y se cuenta que para destruirla con prontitud por la aproximación de gente de Piura, encendieron muchos géneros de algodón untados de alquitrán y los arrojaron sobre las casas. Fueron clavados dos cañones viejos que había en el puerto, y echados a pique cinco buques. El corregidor de Piura don Juan de Vinatea y Torres llevó a Paita 150 hombres los más de ellos desarmados.

Dirgiéndose Ansón después a Panamá, encontró al «Glocester» que traía dos buques con diversos artículos. Registradas las sacas de algodón que se encontraron en uno de ellos, se halló dentro dinero sellado que sumó 72 mil pesos. Envió a la costa los prisioneros y quemó en seguida tres de las presas, continuó con su armada hasta las aguas de Méjico, y tomó otra embarcación mercante. Buscaba un Galeón que debía venir de Manila, pero este se detuvo en Acapulco con noticia que adquirió del peligro que le amenazaba. El 9 de diciembre de 1741 dejó la isla de Quibo, y acudió por agua al puerto de Chequetan. Incendió las presas que le quedaban, y el 6 de mayo de 1742, con el «Centurión» y el «Glocester» hizo rumbo a las Marianas. En una de estas se ocupó de curar su gente, atacada por segunda vez de escorbuto y disentería. Había destruido al «Glocester» por su mal estado y el «Centurión» que ya era su único buque, rompió las amarras impelido por una tempestad. Mas ella misma le volvió al puerto en circunstancias de estar Ansón y su gente en la mayor desesperación por la suerte que les aguardaba. Zarpó de allí y pasó a Macao, donde permaneció hasta 19 de abril de 1743. Encontró y apresó después de un combate al «Galeón Covadonga» que llevaba más de un millón de pesos, 35 mil onzas de plata en barras y otros   -288-   intereses. Con esta riqueza pasó a Cantón, dio libertad a los prisioneros, el 10 de diciembre, se hizo a la vela para otro puerto donde vendió el «Covadonga» en seis mil pesos. Por último partió para el Cabo de Buena Esperanza y llegó a Inglaterra fondeando en Spithead el 15 de junio de 1744 después de cerca de cuatro años de aventuras alrededor del mundo.

Los náufragos del «Wager» padecieron mucho en Patagonia, y lucharon unos contra otros. En una arca que construyeron con los fragmentos del buque, y en la lancha y chalupa, salieron a la mar 81 individuos el 13 de octubre de 1741, dejando en tierra al capitán, al cual depusieron, y a otros varios. También en las canoas de los indios se habían salvado algunos de dicha tripulación. Aquella chalupa se perdió por la fuerza de las olas. Las otras dos embarcaciones salieron del estrecho, y lograron llegar a Río Grande, de donde fueron trasladándose a Inglaterra en 1742 y 43. El capitán de «Wager», David Cheaper, se hizo al mar en un frágil barquillo con algunos hombres que reunió. Después de inauditas desgracias, resultó en Chiloé guiado por unos indios que le acogieron en el Estrecho. De Chile salió para Europa en 1744.

Resta hacer memoria de las providencias del Virrey del Perú, marqués de Villa García, a quien de Buenos Aires se dio aviso de la expedición del vicealmirante Ansón al Pacífico y empresas que proyectaba.

Armáronse en el Callao los buques «Concepción» de 50 cañones, «San Fermín», y el «Sacramento» con 40 cada uno, y el «Socorro» con 24. Bien tripulados se hicieron a la vela en abril de 1741, al mando del general de la mar del Sud. Cruzaron en la costa de Chile e isla de Juan Fernández, retirándose de ésta tres días antes del arribo de Ansón a ella. Se dijo que dicho General había faltado a las instrucciones del Virrey; y es cierto que murió repentinamente por haber sufrido una fuerte reprensión.

El Virrey aumentó las compañías de la guarnición del Callao, levantó en Lima un regimiento de infantería al mando del marqués de Monterrico y dos de caballería, en la costa del sud, a las órdenes de don Diego de Chávez gobernador de Castrovirreina, y de don Diego Carrillo de Albornoz después conde de Montemar. Acuarteló como doce mil hombres de milicias, todas comandadas por el mariscal de campo, marqués de Mena Hermosa que era cabo principal de las armas del Perú, y más tarde gobernador de Tarragona. Envió el referido Virrey otra escuadrilla en 1742 con tropa y municiones a Panamá, a cargo del almirante del sud don Pedro Medranda, y fondeó en Perico el 22 de marzo, sin haber encontrado al enemigo. Véase Pizarro don José, general de marina.

Se dijo que el gobierno inglés no admitiendo la parte que él tocaba de los caudales tomados; la hizo distribuir en los expedicionarios. Era Ansón contraalmirante, y su victoria en 1757 contra la escuadra francesa de la Jonquere le valió el ascenso a vicealmirante; y su elevación a la dignidad de par del Reino Unido. Después fue nombrado primer lord del almirantazgo, y almirante. Murió repentinamente regresando de pasear su jardín de Moor Park el 6 de junio de 1762. Su capellán mister Robins redactó los viajes de Ansón y parece que escribió más de su imaginación que verdades, publicáronse en Londres, 1748.

ANTEQUERA Y CASTRO. El doctor don José de. Nacido en Panamá y procedente de una familia visible. Recibió esmerada educación, y en sus estudios hizo brillar el distinguido talento y claro ingenio que daban realza a su pasión por las letras. Dedicado en España a la jurisprudencia, sus progresos notables le ofrecieron nombre y crédito como doctor   -289-   en leyes y cánones. No descuidó el cultivo de otras ciencias y el del idioma latino que conocía profundamente, según lo probaron sus traducciones de poetas clásicos. En la corte de Madrid se granjeó bastante aceptación por su inteligencia y cualidades personales; y condecorado con la orden militar de Alcántara, volvió a América nombrado fiscal protector de la Audiencia de Charcas. Este apreciable magistrado, digno de recibir favores de la fortuna, se hallaba destinado a sufrir crueles adversidades, y a terminar prematuramente su carrera en una lamentable tragedia. La causa que promovió tales desgracias fue el habérsele enviado al Paraguay con un objeto importante del servicio.

Don Diego de los Reyes Balmaceda era gobernador de dicha provincia con infracción de la ley que prohibía optasen este cargo los vecinos casados en la comprensión de ellas. Atribuíanse este funcionario diferentes abusos, y la generalidad de las quejas animó a don Tomás de Cárdenas a formular contra él una serie de acusaciones que vistas en la Audiencia de Charcas con la atención debida; dieron mérito a providencias de esclarecimiento: Cárdenas dio fianza de calumnia por la suma de ocho mil pesos, y el tribunal nombró por juez de pesquisa al fiscal, don José de Antequera. Llegó éste a la Asunción, abrió el juicio, arrestó a Reyes y asumió la autoridad gubernativa, porque para ello se le facultó expresamente en un pliego cerrado de la Audiencia que debía abrirse en el caso de ser culpable Reyes. El virrey del Perú por su parte habrá designado a Antequera como gobernador para cuando aquel terminase su período. A Reyes se le señaló por cárcel su misma casa, y aunque Cárdenas pidió se le pusiese en seguridad, no fue atendida su instancia. Luego que resultaron afectivos los capítulos de la denuncia, dicho Reyes fugó de la Asunción acogiéndose a las misiones de los padres de la compañía.

Los jesuitas eran detestados en la capital y en la provincia, porque dueños de muchos pueblos, y obedecidos por los indios guaranís y otros; que armaban cada vez que les convenía, acumulaban en gran escala los ganados, tenían monopolizado el comercio de las producciones del país; nada pagaban al Erario en ningún respecto, compraban los fundos rústicos y mantenían crecidos talleres en que un trabajo constante proveía de artefactos para los consumos y exportaciones, sin que nadie pudiera en estos ramos industriarse con provecho. El gobernador Reyes hechura de los jesuitas, parcial de ellos, agente de sus miras y operaciones absorbentes, carecía por tanto de independencia; y en sus procedimientos, ajenas de la justicia y equidad, no era un gobernante celoso del bien público, sino instrumento de la más insaciable codicia. Concluida la causa en que Reyes había sido llamado a edictos y pregones, recibió la Audiencia cartas de las corporaciones de la Asunción dando gracias por el nombramiento de Antequera cuyos hechos en el gobierno eran los más alertados y benéficos, deteniéndose en ellos, elogiando su mérito y dandole por autor de la paz y sosiego de que antes carecían.

Pero entretanto la influencia de los jesuitas empleada con tino y secreto en favor de Reyes y para perder a Antequera, alcanzó por medio de calumnias que el virrey de Lima don fray Diego Morcillo llegase a formar del fiscal el peor concepto, y le hubiese por un turbulento y declarado enemigo del Rey. Resolvió que se repusiera a Reyes en el gobierno a pesar del proceso y de los mandatos de la Audiencia. A la instancia que hizo aquel para entrar a tomar posesión, determinó el Cabildo no responder. Entonces él en las misiones de la compañía prestó juramento ante un hijo suyo don Carlos de los Reyes haciendo entender a los indios que había para ello orden del Rey.

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Alborotada la provincia con este suceso, el Cabildo eclesiástico exhortó a Antequera para que aquietase los ánimos. El Cabildo secular protestó, como los militares, contra aquel hecho, y entonces el protector fiscal ordenó se presentase Reyes en la prisión, y manifestase al ayuntamiento su título que visto sería obedecido; pero que si no lo hacía se le aprehendiese. Él siguió al abrigo de su cuñado el superior de las misiones, donde había otros dos padres parientes suyos; y dirigió terribles amenazas de ir con fuerzas de indios a someter la ciudad. Creció la turbación, y las autoridades precisaron a Antequera a salir con 500 hombres, a observar a Reyes.

El despacho del Virrey estaba detenido en la Audiencia, que le representó la verdadera situación de las cosas, anunciándole los peligros y escándalos que con motivo del juicio seguido, alterarían el orden ocasionando disturbios de muy grave carácter porque estaban probados los delitos de Reyes. Todo lo desoyó don fray Diego73 Morcillo reiterando su orden para que se cumpliese inmediatamente. Hizo dicho Tribunal una nueva y vigorosa reclamación, diciendo que procedía conforme a las leyes en un asunto judicial de su exclusiva incumbencia, y que si el objeto era la salida de Antequera, nombrase a otra persona en su lugar desde que ya había puesto término a su comisión. Cuidó la Audiencia de pasar al Virrey un estricto del proceso en la imposibilidad de copiar prontamente más de siete mil fojas que contenía.

Reyes en uno de los pueblos de las misiones en que residía, se titulaba gobernador, ponía guardias en los caminos obligando a los transeúntes a que se le presentasen en señal de obediencia. Esto por sí sólo bastaba para que más se avivaran los rencores; y cuando se recibió en la Asunción una copia que decía Reyes ser de su título de gobernador autorizada por él y los padres de la compañía, el Cabildo acordó contestarle que no merecía fe: notándose de su tenor que se daba por fundamento de ese despacho y de la nulidad de la causa, el haber asumido el gobierno el juez pesquisador contra la ley que lo prohibía, siendo así que Antequera ejercía el cargo por mandato del mismo Virrey.

Tratose de formar en las misiones una causa contra Antequera, y para procurar acusadores y testigos no se excusaron feas e insidiosas intrigas, allí se embargaban bienes y se cometían otros atentados y violencias. Por esto el Cabildo y el gobernador hicieron cautelosamente tomar a Reyes como se verificó por el alguacil mayor don Juan de Mena, llevándolo a la capital y sujetándolo a prisión en la casa del ayuntamiento. A las conminaciones de los gobiernos de Buenos Aires y Corrientes contestó Antequera con urbanidad, satisfaciendo por la detención de Reyes, y diciendo que la Audiencia obraba con vista del proceso de que el Virrey no tenía conocimiento.

El virrey Morcillo alucinado por los jesuitas insistió otra vez en lo que tenía resuelto, y la Audiencia le amplió largamente sus reflexiones defendiendo su jurisdicción, y observando con extrañeza que ni Reyes ni sus paniaguados, bien instruidos de la causa; de nada se habían quejado al Tribunal, mientras que se dirigían al Virrey con sus exigencias, sin traer a consideración que el gobierno de un delincuente no podía ofrecer más que disturbios y venganzas. La cuestión era exclusivamente de los jesuitas, estaban de por medio sus intereses privados, su orgullo y su predominio; preciso era que los efectos fuesen según la medida del valimiento. Los de la compañía influían en la elección de los funcionarios, les convenía tenerlos subordinados, y el asunto era de mucha monta para que lo descuidasen tolerando autoridad que los censurase y atajase sus abusos. Nada es más odioso e insoportable a los que andan   -291-   por malas sendas que depender de quien los conozca y contenga en sus excesos.

La noticia de que el teniente de Rey de la plaza de Buenos Aires don Baltasar García Ros iba a la Asunción a colocar en el mando a Reyes, o a gobernar el mismo, produjo allí una vehemente reprobación, porque Ros era no sólo de la intimidad de Reyes sino un ardiente partidario de los jesuitas. Esta medida impolítica en sí, pecaba a todas luces de imprudencia, y sólo podía agradar y ser de utilidad a las miras de aquellos. Se celebró un Cabildo abierto asistiendo a él, los eclesiásticos y prelados de regulares, sin presentarse Antequera en la reunión. Por ella se declaró no convenir de ningún modo al vecindario ni a la paz del país la recepción de dichos jefes; resolviéndose además súplicas rendidamente al Virrey nombrase a una persona de independencia y probidad. Y sin embargo cuando Ros anunció que él gobernaría en virtud de despacho del Virrey, el Cabildo le exigió remitiese su título, a lo cual se negó en lo absoluto.

Regresó a Buenos Aires para volver con tropas suficientes como se verificó, bien apocar de Antequera que trabajó por evitar la guerra. Uno de sus arbitrios fue invitar al obispo auxiliar para que entrase en la ciudad, y haciendo que al efecto le dirigiesen también sus ruegos los prelados religiosos. Era don fray José de Palos obispo in partibus de Tatillun en la Mauritania, y nombrado coadjutor de la diócesis del Paraguay, permanecía en las misiones de la compañía tomando parte la más activa en los temerarios designios de esos padres a quienes sirvió con más empeño que nadie sin reservar medios por criminales que fuesen.

Cuando el doctor Antequera tuvo conocimiento de que en el Cabildo abierto se había acordado defenderse y oponer fuerza a la fuerza según constaba de la acta formada; impidió que el pueblo pasase al colegio de la compañía, temiendo se cometieses desmanes en el calor del odio y del resentimiento. Éste subió de punto al saberse que la fuerza armada de los jesuitas se hallaba en Tebicuari al mando de los padres Policarpo Duffó cura de Santa María, y Antonio Rivera cura de Santiago. Ya Ros estaba con ellos autorizando los escándalos y depredaciones que se hacían. Entonces el Cabildo amenazado por la agresión, y repitiendo que la tropa de indios de los jesuitas tenía siempre a la provincia hostilizada, abatida y privada de sus riquezas, determinó que todos tomasen las armas para rechazar a sus constantes enemigos, y que el alcalde lo comunicase al gobernador Antequera para que concurriese como capitán general y diese las providencias necesarias; bien entendido que si se excusaba le harían responsable de los daños y consecuencias que sobreviniesen. Pero que no lo esperaban de él por lo mucho que los había servido aun a costa de su reputación.

Los prosélitos de los jesuitas no han perdonado nunca medio alguno por falso y calumnioso que haya sido, para sincerarlos y defender su conducta en los sucesos del Paraguay. Con poca suerte desde luego porque las pruebas hablan al lado de los hechos; y aun los mismos documentos que hicieran valer entonces, están desmentidos por otros que pusieran al alcance común la falsedad de su tenor y su viciado origen. Contra la negativa tenaz de que esos padres intervinieron en las luchas armadas, no se necesita más que leer las cartas siguientes.

El padre Francisco Robles al padre Antonio Rivera (citado arriba).

«Pax Christi y buena guerra.

»¿Por qué el señor don Baltasar hace tan poco aprecio de tantas tan   -292-   escogidas y animadas milicias como tiene hoy su señoría, que dice fuera temeridad acometer sin el auxilio correntino? Si por soldados de a caballo lo hace; hay tiene 800 jinetes que son unas águilas a caballo. Ahí tiene también muy buenos cabos de la Villa que están deseosos de embestir... Verá Vuestra Reverencia74 la función perdida por quererla mejorar y hacer sin sangre la herida... Todo esto queda a la discreción de Vuestra Reverencia a quien ruego amore Dei lo haga con el empeño que suele Vuestra Reverencia. Por acá no cesan las oraciones en la iglesia todo el día... Habiendo ido a pelear, y pudiéndolo hacer, están ociosos en un lodazal. ¿Siquiera para mantener el fervor en los soldados, no se puede dar de noche un asalto a la habitación de los principales, tocando alarma por otras dos partes más distantes para divertirlos, y coger de repente dicha habitación? Llevan por lo menos ocho trabucos, los Loretanos y de la Concepción etc., que pueden disparar cada uno de una vez 20 balas, y en el estruendo parecen pedreros. Ya se ve, se arriesgarán algunas vidas, que en las presentes circunstancias ya es necesario arriesgar. Con esto se mete horror al enemigo, que consta a Vuestra Reverencia los modos en que se halla, y a quien solamente las mañas y ardides de aquel buen caballero lo mantiene; y quitado este todo se acaba: ¿por conservar mil vidas no se puede arriesgar unas pocas?».


El mismo padre Robles al gobernador y capitán general don Baltazar García Ros, decía así:

«Hago chasqui al maestre de campo de los correntinos para que doblen las jornadas. No dejo de hacer continuos chasquis a los soldados del Uruguay para que abrevien, y aquí les doy comida para el cuerpo y alimento para el camino. Cada indio vale por muchos paraguayos, si ellos hacen campo, será carnaza para los cuervos, aunque ellos se pondrán en cobro. Pueden si quieren alguna escaramuza de 300 a 300, y se verá quién es cada uno... Ya despacho las 500 vacas que usía manda. Luego despachará las suyas el padre Cristóval. Bien puede contribuir la Estancia de Cabañas con el seguro de que corre por cuenta de usía su satisfacción».


Los vecinos del Paraguay no podían hacer otra cosa que defender sus vidas y sus hienas, y por esto salieron a campaña en número de 3000 entre españoles, indios y mulatos con el Cabildo y el gobernador Antequera. Empeñada una batalla en agosto de 1724 que no era dable evitar, las tropas contrarias fueron vencidas y los padres Duffó y Rivera que dirigían aquella guerra quedaron prisioneros. La mortandad fue considerable no tanto por las armas, sino por haberse arrojado al río en que se ahogaron muchos de los vencidos ¿Quién podría sostener que la opinión tan uniforme y afianzada en motivos indisputables, no fue la que produjo o impulsó la resuelta voluntad del Paraguay. ¿Pero el despecho y la novedad de la crisis, como el odio implacable de los jesuitas a ese Antequera que no era ni quiso ser un humilde siervo de su altivez y engrandecimiento, hicieron pasar sobre él toda la responsabilidad de los sucesos. Para ello le acriminaron dándole por autor de las quejas y descontento que existían desde mucho antes que el doctor Antequera fuese al Paraguay, y que se desarrollaron con los hechos de Reyes y el proceso de éste. La calumnia con todo el veneno de sus armas se puso en juego contra él, porque él sólo era el blanco de la envidia y del rencor. Jamás pudieran perdonarle la honradez con que había rehusado las tentativas y promesas que se le prodigaron desde que principió a llenar su comisión; y por eso dijeron que tenía la mira de enriquecerse, y que su codicia había sido igual a su ambición.

Irritado el virrey marqués de Castellfuerte sucesor de don fray Diego   -293-   Morcillo, por la impresión que causaban semejantes novedades vestidas con el ropaje horrible de encendidas pasiones, se dejó arrastrar por desfigurados informes y dictó providencias propias de su carácter violento y temerario. Mandó al general don Bruno Zavala, gobernador de Buenos Aires que sin demora marchase al Paraguay con fuerza suficiente, tomase a Antequera y lo remitiese a Lima después de confiscar sus bienes; ofreciendo una crecida suma al que lo entregase vivo o muerto. Ordenó al provincial de las jesuitas que proporcionase a Zagala gente de armas, autorizó a éste para que nombrara gobernador, y previno al obispo Palos contribuyese a la pacificación del país.

Zavala se arregló con el cabildo de la Asunción precediendo a sus providencias un indulto que otorgó e hizo circular. Antequera no se mostró dispuesto a promover ninguna resistencia aunque muchos querían encaminarlo a ese partido. Las circunstancias tenían ya otro carácter, y como no podían ocultarlo a su penetración, resolvió venir a la capital para esperarlo todo de la justicia llamada y examinar los hechos y obrar con antecedentes y pruebas. Salió libremente de la Asunción el 6 de marzo de 1725 con don Juan Mena y se dirigió a Chuquisaca. No era posible ni debiera él esperarlo, que la Audiencia contrariase las resoluciones del nuevo Virrey por prestar al protector fiscal un apoyo sin objeto y que ya no habría tenido fundamento, desde que Antequera estaba obligado a venir a Lima: él por su parte tampoco intentó eludir el cumplimiento de esa orden ni convenía a los bien entendidos intereses de su defensa.

En abril de 1726 llegaron a la capital Antequera y Mena quedando presos en la cárcel de corte y sujetos al juicio que debía seguírseles por la Audiencia. El Virrey creía que con activar su curso no sería difícil en pronta conclusión: pero en breve empezó a conocer que una causa de esta naturaleza tenía que prolongarse; mucho más cuando la distancia de los testigos bastaba para hacer morosas las tramitaciones, y alejar el día en que se viera en estado de sentencia.

Dos actuaciones corridas en el Paraguay figuraron en este proceso: la primera fue formada en las misiones por los jesuitas jugando en ella el nombre del obispo Palos, y apareciendo la intervención de don Baltazar García Ros como autoridad, cuando fue rechazado por el cabildo de la Asunción. Estas informaciones las tuvo a la vista el virrey Castellfuerte, (ignorándolas la Audiencia de Charcas) cuando procedió a dictar la orden dada al gobernador de Buenos Aires Zavala, para que marchase al Paraguay y remitiese preso al doctor Antequera. La segunda actuación se componía de las declaraciones de los testigos que emanaron de dicho proceso y a que fue preciso acudir posteriormente. Las recibió por encargo del Virrey el corregidor de Potosí coronel don Matías de Anglés y Gortari.

Veamos ahora cómo se expresó este funcionario concluida su comisión al dirigir al Tribunal de la Inquisición una larga denuncia relativa a los hechos atentatorios de los padres de la Compañía en el Paraguay, a fin de que llegaran a noticia del Rey. Esta exposición, más que prolija, del citado Anglés consta de 148 cláusulas, la suscribió en Potosí el 10 de mayo de 1731 dos meses antes del suplicio de Antequera en Lima, y se publicó en Madrid en la imprenta Real el año de 1769 estando legalizadas las firmas de Anglés y las de varios documentos que tiene adjuntos. Ha sido reimpresa el año de 1863 en el tomo 4 de la obra Los jesuitas presentados en cuadros históricos etc. escrita en Lima por el doctor padre Francisco de Paula González Vigil.

Tomaremos de aquel importante documento lo que se contrae al proceso   -294-   de Antequera con lo demás conducente a probar que este personaje fue víctima de un odio entrañable y de las calumnias e inauditos artificios que manejaren por venganza los padres de la Compañía.

«2. Y hallándome continuamente punzado de los estímulos de mi conciencia, y de los golpes de mi afligida consideración, que conocía los riesgos que tenía en decir la verdad, y el delito que cometía en callarla, determiné romper mi silencio para desplegar mis graves escrúpulos, dirigiendo mis palabras, y verdades al santo y recatado tribunal de Vuestra Señoría Ilustrísima, en cuyo inaccesible sigilo se conservan aun las más graves materias todo el tiempo que la justicia lo requiere.

»98. Tres sumarias actuó el dicho don Baltazar García Ros, una en el puerto de Santa Rosa, otra en el río Tebicuari, y la tercera en la ciudad de las Corrientes; y todas las remitió al Excelentísimo Señor Virrey, y debo decir, que todos los testigos que declararon en ellas, son notoriamente apasionados de los reverendos padres de la Compañía, y de don Diego de los Reyes, y algunos de ellos estaban fugitivos de la provincia, y retraídos en los pueblos de los dichos padres por las causas graves, que se les habían hecho en la ciudad de la Asunción, y no solamente tuvieron las sumarias este grave defecto, sino que se les añadió el muy inicuo e injusto de firmar a ciegas los testigos todo el contexto de las declaraciones, que hacía y dictaba don Roque Herrera (que asistió siempre a dicho don Baltazar) lo cual se conoce con evidencia en el mismo estilo parrafeado, y conforme de las cláusulas, que distan infinito de la capacidad y estilo limitado que tienen los sujetos que he comunicado, y se han ratificado en ellas; pues aunque los que han comparecido confiesan, que las dichas declaraciones son suyas, y las han ratificado; es cierto que en las preguntas, que yo les hacía dentro y fuera del juramento, conocía la incapacidad e ignorancia de los más de ellos, y el imposible de que pudiesen haberse explicado en el modo y con los pensamientos, que tienen las dichas declaraciones de las sumarias; pero todavía se comprueba esto con otra superior e instrumental evidencia, y es la de que el mismo don Roque de Herrera, habiéndole encontrado al volver del Paraguay en la ciudad de las Corrientes, y visitándome algunas veces me dijo con toda claridad que habiendo conocido el poco espíritu e inteligencia de dicho don Baltazar (en la primera ocasión, que pasó al Paraguay a reponer a don Diego de los Reyes en el gobierno y no pasó del río Tebiquari) y reconociendo el desconsuelo que tenía, le dije, no le dé cuidado ni se aflija usía que yo le sacaré en volandas de todo, y lo dispondré de suerte, que el señor Virrey consuma de una vez a estos pícaros del Paraguay; y que habiéndose retirado a su toldo o carretón, hizo un auto largo, que lo firmó el mismo don Baltazar; y a su tenor hizo las declaraciones, que firmaron los testigos, porque eran unos badulaques; y si no hubiera sido por él, no hubiera hecho cosa don Baltazar, ni se hubiera sabido manejar: palabras ciertamente del dicho don Roque, y tan propias y naturales suyas, que no las dudará ninguno de los que lo conocen. Y también es igualmente cierto, que todos los más de estos declarantes, como se mantienen con el favor de los padres, y les permiten la entrada a sus pueblos y asistencia en ellos, fiándoles algunos efectos, con que se bandean y mantienen; viven tan sujetos y resignados a dichos padres, que por complacerlos declaran herejías, y están muy seguros de que no les puede sobrevenir daño alguno, por concurrir estas y otras cosas muy injustas, como sea en beneficio de sus reverencias; y además de esto he conocido y experimentado en algunos de los parciales de dichos padres unas iniquidades extraordinarias, y muy depravadas   -295-   intenciones, y de los sujetos de estas prendas hacen los padres la mayor estimación, y ponen grande empeño en ampararlos y defenderlos; porque saben que no reparan ni escrupulizan en servirlos con sus personas y con sus firmas en cuantas injusticias intentan los dichos padres. Por cuyas evidentes y constantes razones deben ser despreciadas las dichas tres sumarias, y reputadas por instrumentos injustos, falsos e indignos de que por ellos procedan, ni determinen los tribunales y jueces, que deseen y deben obrar en Dios y en justicia, y así lo siento y lo conozco con firme y católica realidad.

»85. Otras muchas cosas expone en la expresada información sumaria y relación el dicho don Baltazar, que distan notablemente de la verdad; porque el director que llevó para estas cosas y ordenación de papeles e instrumentos, es el referido don Roque de Herrera, hombre tan inquieto, de tan injusta y perjudicial cavilación, y de tan destrozada conciencia, que aunque me dilatara mucho en definirlo, siempre quedara corto para lo que merecen sus odiados procedimientos; y el concepto en que lo tienen en las ciudades del Paraguay, y las Corrientes y Santa Fe, de las cuales lo han desterrado por falsario, caviloso y perturbador en diversas ocasiones, como le consta al dicho don Baltazar, que confirmó siendo gobernador en inter de Buenos Aires, una sentencia de destierro que fulminó contra dicho Herrera un alcalde ordinario de las Corrientes por una enorme falsedad que ejecutó.

»86. Después de concluida la referida sumaria y los informes en el pueblo de Santa Rosa de dichos padres, y remitídolos al Excelentísimo Señor Arzobispo Virrey, se volvió a Buenos Aires el dicho don Baltazar, y pocos días de su llegada se recibieron en aquella ciudad nuevos despachos y providencias de Su Excelencia Ilustrísima75, libradas y expedidas según estos y otros semejantes informes.

»90. En este estado todo fue bullir en las misiones, armamentos y preparativos de ejecutiva guerra, y marchar destacamentos de indios armados de unos pueblos a otros; ensayándolos y adiestrándolos los padres en el ejercicio y manejo de las armas, y alentándolos con las grandes promesas, que hacían a los indios de las remuneraciones y muchos despojos, que tendrían de los españoles a familias vencidas del Paraguay. Y hallándose en las dichas misiones el señor Obispo, viendo estos preparativos, se desentendió de ellos, malogrando la más gloriosa ocasión de ejercitar su celo pastoral, deteniendo estos marciales aparatos que sólo prometían sangre y mortandad y pudiendo pasar con toda la diligencia al Paraguay a ejecutar lo mismo con aquellos vecinos sus ovejas, que tenían noticia de todas estas violentas disposiciones, y sin duda alguna hubiera logrado en ellos cuanto hubiera solicitado y pretendido.

»106. Con el nombramiento de juez para la dicha provincia del Paraguay, y los demás despachos que se sirvió remitirme el Excelentísimo Señor virrey marqués de Castellfuerte, recibí una carta de Su Excelencia para el Ilustrísimo Señor obispo Palos, la que entregué en mano de su Ilustrísima el mismo día que llegué a la ciudad de la Asunción; y habiéndola abierto y leído, me dijo su Ilustrísima que el señor Virrey le hacía una gran recomendación de mi persona, y que le encargaba me atendiese, instruyese y dirigiese con un gran celo y comprensión, para todo lo que pudiese conducir al mejor éxito de la comisión que llevaba. Y después de estas expresiones y otras a este tenor, que su Ilustrísima me dijo contenía la carta de Su Excelencia me la quiso dar a leer, para que yo quedase más bien enterado de ella.

  -296-  

»107. Y como entonces y mucho tiempo después de mi llegada a aquella ciudad, no supe nada de lo que llevo expresado en este informe; porque con el curso del tiempo, experiencia y manejo de las cosas, las fui viendo y comprendiendo clara, individual y desapasionadamente; y no tenía yo el más leve motivo para desconfiar de su Ilustrísima, ni creer que en su respetable dignidad cupiesen afectos, ni pasiones tan empeñadas, mayormente debiendo proporcionarme lo que el Excelentísimo señor Virrey expresaba en su carta; y no teniendo ni pudiendo tener de recién llegado, conocimiento de las personas desapasionadas e independientes de aquella provincia, porque la mayor parte, por no decir todas, asisten en sus chácaras y estancias distantes de la ciudad, y sólo bajan a ella cuando los precisa y tienen alguna urgencia; y mandándoseme en los dichos despachos que después de algunas diligencias examinase luego al punto, treinta testigos independientes y desapasionados por las preguntas del interrogatorio, hecho por el Fiscal de esa real Audiencia; y que después prosiguiese a la actuación de las demás personas y larguísimas probanzas; pues la que se dio por parte de don José de Antequera tenía 214 preguntas; y el interrogatorio que presentó para la suya el apoderado de don Juan de Mena, se componía de 185, todo lo cual se había de ejecutar, dentro del término de prueba de los dos años. Y cuando llegué al Paraguay había corrido ya más de la mitad del expresado término; por cuya razón me fue más preciso redoblar el trabajo, porque no me faltará tiempo.

»108. Y deseando yo cumplir perfectamente con mi obligación, con mi conciencia y con lo que se me ordenaba, y viendo el imposible de poder conocer yo los verdaderamente independientes y desapasionados de los lances de aquella provincia, me vi precisado (y no con poco consuelo por entonces) de comunicar esta fuerte duda con Su Señoría Ilustrísima76. por las razones que dejo referidas; y apenas la comprendió, me dijo: que era un imposible el que se me mandaba, porque como había de conocer yo de recién llegado, los vecinos de aquella provincia dilatada; cuando aún en mucho tiempo de demora en la ciudad sería dificultoso el conseguirlo; y se me ofreció el señor obispo a nominarme las personas sanas, independientes y desapasionadas; para que yo las mandase llamar y comparecer por medio del maestre de campo general don Martín de Chávarri de quien me hizo especiales elogios, y entonces le signifiqué a Su Ilustrísima con el mayor fervor de mi celo y de mi pundonorosa obligación, que se dignase de atender mirar la gravedad del caso, y que en materia de tanta entidad y justificación, reparase que ponía en sus manos mi conciencia y toda la confianza que hacía de Su Ilustrísima el Excelentísimo señor Virrey; y como príncipe, pastor espiritual, consultor y favorecedor mío, mediase en este punto por las sendas del acierto y de la más pura e independiente razón y justicia, que era la que deseaba seguir en todas mis acciones, mayormente en la elección de los treinta testigos independientes que habían de declarar.

»110. Pues con toda esta recargada expresión, que tan vivamente hice a Su Ilustrísima, sin embargo conocí después que los tales testigos, que habían de ser independientes, vinieron muchos sumamente apasionados, rencorosos y bien inducidos, así de los vecinos del Paraguay que declararon; como de seis a siete vecinos de la villa rica del Espíritu Santo, que son por la mayor parte parciales declarados de los reverendos padres, por las razones que expresé al principio, y como cuando lo llegué a conocer y comprender, ya era tarde para el remedio, me quedó sólo con el profundo sentimiento de ver frustrada mi intención por el mismo medio   -297-   que me pareció y me debió parecer el más seguro, como autorizado y recomendable.

»111. Habiendo concluido la causa criminal, que actué contra don Ramón de las Llanas y estando a los últimos de la que se sigue contra el maestre de campo, general don Sebastián Fernández Montiel, y para empezar la probanza de los dichos treinta testigos independientes, que habían de declarar al tenor del interrogatorio referido del señor Fiscal; habiendo yo pasado a visitar a Su Ilustrísima, después de haber conversado sobre varios asuntos, me dijo que tenía por cierto que en dicho interrogatorio se contenía la pregunta o preguntas sobre que declarasen los testigos los daños, perjuicios y menoscabos que habían recibido los reverendos padres de la Compañía en su colegio y haciendas con la expresión que hicieron de sus reverencias; y conociendo yo que Su Ilustrísima y los reverendos padres sabían ya el contexto de dicho interrogatorio por las cartas que recibieron de Lima, le dije como en duda, que me parecía que sí, y que estaba en inteligencia de que se contenía lo que Su Ilustrísima me expresaba; y entonces me dijo con grande eficacia, que sería muy importante el que yo suprimiese y no hiciese mención de tales preguntas, sino que las salvase y pasase a las siguientes con los declarantes. Aseguro a usía que esta especie me causó notable y repentina novedad, pero sin detenerme respondía Su Ilustrísima, que cómo podía hacer yo semejante cosa, que la consideraba como un quebrantamiento expreso de lo que se me ordenaba y, que no podía dejar de leer fielmente a los declarantes todas las preguntas que el ministro que las había formado sabría la importancia de ellas; y en medio de éstas y otras expresiones que le hice, volvió a insistir de nuevo, diciéndome que importaba mucho para el crédito de los padres el no tocar estas preguntas; porque aunque sus reverencias habían escrito al señor Virrey, que habían tenido considerables pérdidas y menoscabos en la dicha expulsión, pero que no había sido así, porque era muy cierto y notorio, que no habían padecido atraso ni quebranto que pudiera llegar a trescientos o cuatrocientos pesos; y que sería muy reparable, que los testigos dijesen y declarasen la realidad de lo que había sucedido, cuando ésta era contraria a lo que sus reverencias habían informado: de que resultaría, que se hiciese menos juicio y estimación de las quejas y representaciones de dichos reverendos padres. Yo volví de nuevo a admirarme de oír semejantes razones en un prelado, en quien debe estar tan impreso el amor a la verdad y a la justicia; y en medio de todo lo que me persuadió Su Ilustrísima me mantuve firme en que no podía ocultar ni variar las expresadas preguntas del interrogatorio, y procuré manejarme con el mayor respeto y atención posible, moviendo otras especies para salir de aquella conversación, que verdaderamente me fatigaba y oprimía mucho; y conocí que Su Ilustrísima no quedó nada gustoso de mi excusación, y yo me quedé mucho más atónito de semejante propuesta.

»112. De allí a tres días vino el señor Obispo a honrarme a mi casa y después de las precisas urbanidades, y sin dar lugar a otras especies me dijo: "ya ha discurrido un modo muy seguro para que usía no toque ni haga mención de las preguntas del interrogatorio, y quede con toda buena opinión y crédito"; y aunque yo me volví a asombrar con nueva fatiga de ver en Su Ilustrísima este tan porfiado tesón, le respondí que cuál era el medio, y entonces me dijo que escribiría al Excelentísimo señor Virrey, participándole las razones que ya me había expresado, y que claramente le diría a Su Excelencia que la culpa o reparo que se podía poner, recayese en Su Ilustrísima, y que se haría cargo de ella, y que además de esto me lo agradecerían muy cumplidamente los dichos reverendos padres.

  -298-  

»116: En fin debo decir, para crédito de la verdad y descargo de mi obligación y mi conciencia, que todo o lo más, que han declarado los treinta testigos por el interrogatorio del señor Fiscal, es tan injusto y tan falso, como lo que declararon los testigos de las sumarias que hizo el coronel don Baltazar García Ros, aunque se han ratificado en ellas; como dejo expresado; porque en unas y otras han procedido con pasión y con malicia, inducidos, sugeridos fuertemente; y los demás testigos que ha presentado el apoderado de don José de Antequera para la probanza que ha dado, y los que asimismo han concurrido para la de don Juan de Mena y Velasco, por lo común de ellos declararon la verdad de las causas, y han producido con justificación, porque muchas cosas de las que confiesan y declaran, se están viendo patentes y manifiestas al cielo y a los hombres, que no tienen vendados los ojos de una ciega, maliciosa y depravada pasión; y estos testigos de las últimas probanzas, como que aman y anhelan la justicia, se quejan y claman de tantos agravios, injurias, atrasos y desdoros que han padecido y padecen por la mortal enemiga, e injusta persecución de los padres de la Compañía y sus secuaces.

»117. En una de las últimas conversaciones, que tuve en el Paraguay con el dicho señor obispo Palos, me dijo con grande firmeza, que don José de Antequera se había perdido por su culpa, y que había malogrado su buen entendimiento; por no haber imitado a don Baltazar García Ros, cuando fue gobernador del Paraguay que en un todo se sujetó a los reverendos padres; y lo valió muy crecida porción de caudal, porque desde que llegó a la ciudad de Santa Fe, entregó al padre procurador de misiones toda la hacienda de géneros y mercancías que llevaba; y éste los despachaba en las embarcaciones de dichas misiones a aquellas doctrinas, y especialmente a los cuatro pueblos nombrados que están más inmediatos al Paraguay, y con las demás crecidas porciones de efectos y mercancías, que se conducían de cuenta de dichos padres para el tráfico que tienen con los vecinos de la Villa Rica y la de Curuguati, embebían también los que pertenecían a dicho don Baltazar, y cobraban los padres el importe en el mismo efecto de yerba y demás cosas, y las conducían por su mano, y en sus mismas embarcaciones al procurador de misiones del colegio de Santa Fe, y éste las vendía a plata, y le apartaban a dicho don Baltazar las cantidades que le correspondían, descontados los costos y gastos, y libraba y disponía de ellas como le parecía, y que todas las remisiones de hacienda y mercaderías para dicha negociación de don Baltazar, se encaminaban (aun actualmente) por mano; dirección y manejo de dichos reverendos padres, y con más especialidad en el tiempo que fue gobernador de dicha provincia del Paraguay; y añadió su ilustrísima que en el poco tiempo que le duró dicho gobierno, adquirió más caudal por este medio que si lo hubiera servido muchos años; porque como los procuradores y padres curas de dichas misiones son tan diestros comerciantes, procuraban darle mucho aumento a lo que vendían y manejaban de su cuenta; y concluyó Su Ilustrísima diciendo, que si don José de Antequera hubiera hecho lo mismo, tuviera mucho caudal y estimación, y los padres le hubieran favorecido y no se viera en los trabajos que padece, por haber caminado por otras líneas y desazonado a dichos reverendos padres.

»119. Con estos manejos y facilidad, que tienen los dichos padres para habilitar las dependencias y negociados, dominan en los gobernadores y jueces, y muy especialmente en los señores obispos, que les consignan las remisiones de caudales a España; y por las recomendaciones y agencias de los padres esperan y consiguen los ascensos a   -299-   mejores mitras; y por lograr éste tan anhelado fin de sus deseos (que lo es en la mayor parte de los señores obispos) no reparan en complacer a los dichos padres en cuanto imaginan. Y aunque muchas de las cosas que intentan, lastiman la razón y la justicia, como los señores obispos no tienen valor ni constancia para contradecirlos, se dejan llevar del corriente, y aplaudirlas y fomentarlas, como lo ha ejecutado el Ilustrísimo señor Obispo don fray José de Palos en varios informes que ha hecho; y especialmente en una carta impresa en Lima y en las misiones, que escribió su Ilustrísima respondiendo a otra de don José de Antequera, en que verdaderamente corrió el señor Obispo la pluma con grande empeño y energía; pero tan apartado de los sucesos, que no quedaba poco lastimada la razón de ver tan gravemente autorizados unos casos, y unas ponderaciones, que no tienen más fundamento, que el haberlos querido imaginar los que a Su Ilustrísima se las refirieron o los que quisieron influirlas o suponerlas.

»120. Y para que usía se sirva de disculpar ésta tan clara expresión, que parece se opone a la modestia y consideración, con que se debe tratar a los señores obispos; y que verdaderamente el significarlo me cuesta muy penetrante dolor; y así mismo para que usía conozca hasta donde se entiende el empeño y la pasión, me veo precisado a manifestar y declarar, que por el año de 1724 o 1725, estando el Ilustrísimo señor don fray José de Palos en la ciudad del Paraguay, escribió al padre José Aguirre, rector del colegio grande de Córdova del Tucumán, provincial que había sido, remitiéndole cuatro o cinco firmas en blanco; cada una en su pliego de papel, para que dicho padre José Aguirre, que había sido el factor y fomentador de los disturbios del Paraguay, las llenase, y uniese todo lo que le pareciera conveniente, y las remitiese a Su Majestad al Excelentísimo señor Virrey con las fechas que llevaban del Paraguay. Con efecto lo ejecutó el dicho padre Aguirre, agregando a cada firma varios pliegos escritos con largas relaciones y voluntarias suposiciones, todas contra los vecinos del Paraguay. Y en Madrid y en Lima han hecho grande operación, y se les ha dado grande crédito a estos informes del señor Obispo, que no tienen más que su firma, remitida de quinientas leguas de distancia; exponiendo Su Ilustrísima su opinión y su conciencia (sin reparo alguno) al desmedido a encono de la perspicaz viveza de un sujeto tan apasionado, como lo fue en estas materias el dicho padre José de Aguirre.

»121. Este quizás inaudito ejemplar en un señor Obispo, es sin embargo cierto y constante, y con verdadera realidad y profunda congoja me lo refirió y confesó en el Paraguay el año de 1729 el padre Juan Tomás de Araos, religioso sacerdote de la misma Compañía, que fue quien escribió y llenó los dichos informes, dictándoselos y ordenándoselos su tío el dicho padre José de Aguirre en el expresado colegio de Córdova por el año de 1725, en el cual se mantuvo sin salir de él hasta el año de 1726, que pasó al colegio de Buenos Aires el dicho padre Juan Tomás; y hasta este tiempo le comuniqué y presenté como paisano repetidas veces, al dicho padre Araos, en el dicho colegio y ciudad de Córdova, donde asistió y residió desde años antecedentes, como es público y constante a todos.

»122. La letra del dicho padre Araos es muy conocida y clara, y tengo en mi poder varias cartas y papeles de la expresada letra y firma, que remitiré alguna a usía para que por los medios que le pareciesen convenientes, se pueda cotejar con la de los informes, que tuviere Su Excelencia de dicho señor Obispo, si no los hubiere remitido el señor Virrey a Su Majestad, y se compruebe más plenamente la realidad de lo que llevo expresado,   -300-   y de la pura e ingenua confesión de dicho padre Tomás Araos.

»146. Esto es evidente y constante, y sin embargo tengo por cierto que lo ignora Su Majestad y que no lo sabe el Excelentísimo señor Virrey o que se halla tan diversa y opuestamente informado, que estará muchas leguas del conocimiento de la verdad, y la segura evidencia que tengo de todo lo que llevo expresado en este informe con las incesantes consideraciones y sobresaltos interiores que he tenido, y que en mi natural y genio se radican con profunda penetración, me han obligado y compelido a firmarlo con no pequeña fatiga, escribiéndolo todo de mi mano y pluma, y hurtando muchos ratos al preciso y nocturno descanso; porque con la concurrencia de mi casa y repetidos embarazos del oficio, no pudiese personé alguna llegarlo a entender, ni aun sospecharlo como en efecto estoy seguro de que nadie, ni aun mis íntimos amigos, han llegado a tener ni remota luz o noticia de lo que se contiene en este dicho informe, por cuya razón he tardado tiempo en concluirlo, y aun me ha faltado el necesario para leerlo, ordenar y corregir su estilo, porque todo el objeto de mi intención ha sido el de expresar la verdad, como si estuviera en la severa y respetuosa presencia de usía y no dar motivo a que ningún particular alcance ni comprenda estas cosas, ni que en lo público se siga o cause el más leve desdoro a una esclarecida religión, que tan afectuosamente venero y reverencia, y sólo con el de que enterado el santo y recto tribunal de usía de todo este contexto pase y dirija este original o su testimonio a la suprema general Inquisición de Madrid, a cuyo privado Tribunal tengo dada cuenta desde el año pasado hacia un importante informe; y que pasaría a sus manos por la de usía para que por tan preeminente y venerada autoridad, pase a ocupar la real comprensión y católico ánimo de Su Majestad y la justificación de su Supremo Consejo de Indias.

»147. Y respecto de que podrá ser muy conveniente que el señor Virrey y los señores ministros de esa real Audiencia tengan noticia de algunas cosas; de las que se contienen en esta relación para el acierto de las providencias que pudiesen dar para la provincia del Paraguay; y especialmente para la determinación y sentencia de la causa y autos actuados últimamente por mí en aquella provincia; podrá usía si le pareciese conveniente conferirles y comunicarles aquellos puntos, que puedan ser convenientes y necesarios para el mejor acierto y justificación de lo que se deliberase debajo de aquel recato y sigilo, que no se quebranta y que tan perfectamente practica ese santo y rectísimo Tribunal.

»148. Y en fin, vuelvo, a protestar a usía con toda la fuerza de mi conciencia y con el santo temor de Dios (que en todo lo que he escrito he tenido muy presente) que no me asiste, ni he tenido el más leve afecto, pasión o disgusto o venganza contra los reverendos padres de la Compañía, a quienes debo especiales favores, y les vivo muy agradecido; sino que he procedido en esto en cumplimiento de mi obligación, de la verdad católica y firme que profeso, y por sosegar las inquietudes de mi espíritu en este particular, y porque el divino Juez y mi Criador no me reconvenga con el cargo de que callé, cuando había de hablar, y que cerré y selló los labios, cuando los debía desplegar en crédito de la verdad, de la razón y de la justicia».


Siguen algunas cartas que acreditan no había enemistad entre don Matías Anglés y los jesuitas.

A lo que hemos copiado podríamos agregar mucho más en materia de pruebas; pero no hay necesidad de entendernos tanto para concluir diciendo   -301-   que la ejecución del doctor Antequera fue un asesinato preparado por las pasiones y las calumnias. En la obra del doctor Vigil se encuentra la tacha personal de los testigos contrarios hecha por el mismo Anglés, y las contestaciones dadas por Antequera destruyendo de una manera incontestable la serie de aserciones falsas y los errores en que el obispo Palos incurrió llevado de su escandalosa parcialidad. Se refutan en la citada obra las imposturas escritas por el padre Charlevois que siendo jesuita no era extraño formase juicio por las relaciones de los suyos, cuando el virrey Castellfuerte y la Corte misma no surtiéndose de otras fuentes obraron bajo la influencia de noticias interesadas y falaces, y sin esperar los datos y documentos adquiridos después.

Castellfuerte estuvo en ánimo de enviar a España con la causa al doctor Antequera y a don Juan de Mena; pero recibió la real orden que sigue del rey Felipe V; y variando de determinación pronunció con la Audiencia el fallo que también insertamos.

«Visto en mi Consejo de las Indias, con lo que sobre el asunto dijo mi fiscal... se ha considerado que el cúmulo de los delitos tan graves y extraordinarios cometidos por Antequera, sólo caben en un hombre, que ciego y desesperado, atropellando las leyes divinas y humanas sólo llevaba el fin de saciar sus pasiones y apetitos, y deseo de mantener el mando de aquella provincia, a cuyo fin la ha atumultuado, incurriendo en tantos otros delitos, como en el de lesa majestad, no siendo de menor calidad o gravedad el haber arrojado a los padres de la compañía, por verse despreciada una religión que en esos parajes ha reducido al verdadero conocimiento de la ley evangélica tantas almas. Y aunque se ha considerado también, que en abono de dicho Antequera pueda haber pruebas que desvanezcan la gravedad de estos delitos en el de rebelión y alteración, no hay prueba ni causa que pueda dar colorido ni mudar la especie de delito de lesa majestad, no habiendo duda en esto, tampoco la puede haber en haber incurrido en la pena capital y confiscación de todos sus bienes, y lo mismo los demás reos; pues cualquier castigo que se haya de ejecutar, conviene que sea luego a la vista, o a lo menos en ese Reino, para que sirva de escarmiento a otros, y no se dé lugar77, a que la dilación sea causa de que no se castigue. Por cuyos motivos he resuelto, que no obstante lo mandado por mi real despachó de 1.º de julio de 1725 sobre que remitierais a España al expresado Antequera, suspendáis esta providencia, y procedáis en los autos con acuerdo de la Real Audiencia, pues aunque se ha considerado ser tantos y tan graves delitos, sin oír a dicho Antequera y demás reos, no se puede pasar a sentenciarlos, y más teniendo este sujeto hechos autos. En cuya consideración, oyéndoseles a los reos, y sustanciada legítimamente esta causa; procederéis con acuerdo a dar sentencia, la que ejecutaréis, y daréis cuenta con los autos a mi consejo78. Y os encargo y mando, que en el caso de no haberse preso al dicho Antequera, se ponga talla a vuestro arbitrio, para que por medio de ella se logre... Buen Retiro, 11 de abril de 1726.- Yo el Rey».

«Vistos: fallo atento a los autos, y al mérito de dicha causa y lo que de ella resulta contra el reo doctor don José de Antequera, que debo condenar y condeno a que de la prisión y cárcel donde se halla, sea sacado con chía y capuz en bestia enlutada, y con voz de pregonero que manifieste su delito, a la plaza pública de esta ciudad, donde estará puesto el cadalso, y en él será degollado hasta que naturalmente muera; y así mismo le condeno a confiscación de bienes aplicados estos por mitad a la cámara de Su Majestad y gastos de justicia. Y por esta mi sentencia   -302-   definitivamente juzgando de él, pronuncio y mando con el acuerdo de esta real Audiencia, que se ejecute, sin embargo de la suplicación.- Marqués de Castellfuerte».

«Señores del acuerdo de este Real Audiencia, Doctor don José Santiago Concha, marqués de Casaconcha doctor don Álvaro Navía de Bolaños y Moscoso, don Álvaro Cavero, don Álvaro Bernardo Quirós, y don José Ortiz de Avilés, presidente y oidores de esta Real Audiencia, todos los que firmaron dicha sentencia en la ciudad de los Reyes del Perú, martes tres de julio de mil setecientos treinta y uno».


De lo que aconteció en la plaza mayor de Lima el día de esta ejecución, damos cuenta con algunos pormenores en el artículo tocante al virrey don José de Armendaris marqués de Castellfuerte. El lector puede también ver el artículo «Anglés» en lo relativo a los procedimientos y abusos de los jesuitas en las misiones del Paraguay en la época a que se contrae.

Pondremos fin al presente insertando las Reales órdenes en que Carlos III declaró a Antequera honrado y leal ministro, y concediendo a sus parientes pensiones pagaderas de las rentas de la extinguida compañía de Jesús en Lima.

«Excelentísimo Señor: con fecha 7 de agosto del año próximo pasado de 1777 se me comunicó la real orden, cuyo contenido literal es el siguiente:

»Ilustrísimo Señor: A consulta del consejo de Indias de 14 de diciembre del año próximo pasado relativa a las solicitudes, que hicieron los parientes de don José de Antequera y Castro, protector fiscal que fue de la Real Audiencia de la Plata, y juez pesquisador, despachado contra el gobernador del Paraguay don Diego de los Reyes, sobre que el Rey se dignase declarar a dicho don José de Antequera por bueno y fiel ministro, y por injusta la persecución y maquinaciones conque los regulares expulsos consiguieron diese su vida en un público suplicio en Lima, se sirvió Su Majestad conforme a lo que ha resultado del proceso que examinó el mismo consejo con la mayor escrupulosidad, declarar a aquél ministro por inocente de cuanto se le atribuyó en la causa que le hicieron, y fomentaron los regulares; y que fue recto, y leal ministro, procediendo en todo con amor y celo de su real servicio; y siendo el ánimo del Rey también que quede radicado en la familia del referido don José de Antequera y Castro el honor y buena memoria de este justo ministro, se dignó resolver atendería a los sujetos que probasen ser sus parientes, con las gracias que Su Majestad tuviese a bien dispensarles. Consecuente a esta real determinación se presentó doña Clara María de Vargas y Castro residente en Madrid, exponiendo ser sobrina segunda del citado ministro por línea materna, y solicitando que así a ella, como a su hija doña Juana María de Cárdenas se le concediese alguna pensión anual para poderse mantener, respecto a que su marido don Manuel Antonio de Cárdenas se hallaba su destino, y probado por el consejo de Indias el parentesco de esta interesada con el mencionado don José de Antequera y Castro, se ha dignado Su Majestad sobre consulta del mismo Tribunal de 9 de julio antecedente, concederá la enunciada doña Juana María de Vargas y Castro la pensión vitalicia de doce mil reales de vellón anuales desde hoy en adelante, situada sobre el ramo de temporalidades de los extinguidos jesuitas, hereditaria por su falta a su hija doña Juana María de Cárdenas; y en su consecuencia lo aviso a Vuestra Señoría Ilustrísima de su real orden a fin de que disponga se verifique su pago por las oficinas de las referidas temporalidades a que corresponda, de modo que quede cumplida la voluntad del Rey, que mira en el   -303-   todo a dar una justa idea del amor, celo y mejores servicios de aquel desgraciado ministro».

«Cuya real orden, habiéndola pasado al Consejo en el extraordinario, acordó la viese el señor fiscal don Pedro Rodríguez Campomanes, y consiguiente a lo que expuso, con examen de todo, hizo consulta a Su Majestad en 16 de octubre del propio año, con el dictamen que tuvo por conveniente, a la cual se sirvió Su Majestad tomar la real resolución que sigue:

»Sin embargo del parecer del Consejo, mando se lleve a efecto mi resolución; con la calidad de que la asignación que tengo hecha a doña Clara María de Vargas y su hija, se satisfaga de las rentas de las casas de los regulares extintos del Perú».

«Habiéndose publicado en el Consejo en el extraordinario celebrado en 16 de marzo próximo pasado, acordó se cumpliese lo que Su Majestad mandaba, y que a este fin se diese la orden conveniente a la junta superior de esta ciudad, quien dispusiese se ejecutase el pago de la pensión asignada, haciendo el prorrateo, que estime conveniente entre las rentas de las casas de los que fueron individuos de la extinguida compañía del Perú. De todo lo cual prevengo a Vuestra Excelencia con acuerdo del Consejo, para que haciéndolo presente en esa junta superior, disponga su ejecución y cumplimiento.

»Dios guarde a Vuestra Excelencia muchos años -Madrid 14 de abril de 1778-. Don Manuel Ventura Figueroa. Excelentísimo señor79 don Manuel de Guirior, virrey del Perú».

«El Rey se sirvió declarar a don José de Antequera y Castro, protector fiscal que fue de la Real Audiencia de la Plata y juez pesquisador, despachado contra el gobernador de la provincia del Paraguay don Diego de los Reyes por bueno y fiel ministro, y por injusta la persecución y maquinaciones, con que los regulares expulsos consiguieron diese su vida en un público cadalso en esa ciudad de Lima, y con este motivo, mandó Su Majestad se atendiese a los sujetos que probasen ser sus parientes, con las gracias que fuesen correspondientes.

»En este caso se hallaba doña Josefa María Leandra de Vargas y Romero hija de don José Vargas y Castro, capitán que fue del Regimiento fijo de Orán; y en esta atención y en consideración también a la indigencia en que se halla esta interesada se ha dignado Su Majestad conceder a consulta del Consejo de Indias de 11 de junio próximo anterior, la pensión vitalicia de seis mil reales de vellón (6000 reales vellón) en cada un año desde el día de la fecha de esta orden, situada sobre el ramo de temporalidades de ese reino del Perú; y en su consecuencia, prevengo a usía de orden del Rey disponga por todos los medios que sean necesarios, se lleve a debido cumplimiento esta gracia de Su Majestad, haciendo se entregue esta asignación a la persona que represente ser parte legítima en virtud de poder de dicha doña María Josefa Leandra de Vargas y Romero.

»Dios guarde a usía muchos años-. Madrid 6 de julio de 1780. José de Gálvez -señor visitador general del reino del Perú».


ANTONIO. Don Nicolás, nacido en Sevilla, en 1617. Estudió en dicha ciudad en Salamanca y fue discípulo de don Francisco Ramos del Manzano. Escribió y publicó la Biblioteca Hispana, vasto índice de autores españoles desde el imperio de Augusto. La segunda parte o Biblioteca nueva la dio a luz en Roma en 1763. Comprende a los que escribieron desde el año 1500 hasta 1684. Adicionó esta don Ambrosio de la Cuesta canónigo de Sevilla, y en ella se encuentra noticia de muchos autores que trataron del Nuevo Mundo, su descubrimiento, conquista, etc. Asimismo   -304-   de los americanos dignos de memoria por sus grandes estudios, indicando las obras que escribieron: entre ellos se encuentran 35 peruanos y 19 nacidos en los demás Estados sud americanos. Murió don Nicolás en Madrid en 1684. Fue cruzado de la orden de Santiago, canónigo de Sevilla y Fiscal del Supremo Tribunal de Cruzada, habiendo sido en 1654, Agente general del Rey Felipe IV en las Cortes de Roma y Sicilia. Gastaba su renta en libros y llegó a contar 30 mil volúmenes en su biblioteca.

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