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CACHO. Don Fernando. Coronel de artillería que militó en la guerra de Chile y fue conducido a las Bruscas a consecuencia de la batalla de Chacabuco que perdieron las armas de España en 12 de Febrero de 1817. Consiguió fugar de aquella confinación en compañía del cadete don Ramón Castilla, y trasladándose al Brasil, vinieron al Alto Perú después de vencer un dilatado camino, y en seguida a Arequipa y Lima.

Cacho fue nombrado por el virrey don Joaquín de la Pezuela Juez fiscal en comisión para seguir una causa con motivo de haberse denunciado en esta capital una conspiración. El Lunes Santo 26 de Marzo de 1820, fueron presos don José de la Riva Agüero, el padre don Segundo Antonio Carrión de San Felipe Neri, el diputado don Joaquín Mansilla, el diputado don José Pezet, el diputado don Félix Devoti, don Eduardo Carrasco y muchas otras personas, acusadas de intentar un trastorno político. Terminó el juicio al cabo de varios meses sin haberse podido encontrar pruebas legales a pesar de la eficacia y severidad del fiscal. Los procesados obtuvieron su libertad, otorgando fianza algunos de ellos.

El coronel Cacho siguió sirviendo en el ejército. En 1821 fue nombrado Subinspector de artillería en reemplazo del general don Manuel del Llano. En 1823 lo ascendió el virrey la Serna, entre otros, a Brigadier. Comprendido en la capitulación de Ayacucho el 9 de Diciembre de 1824 en cuya batalla estuvo de Comandante general de la artillería, se retiró a España donde aún vivía en 1851.

CADALSO SALAZAR. El capitán don Juan de. Uno de los más antiguos vecinos de Lima, persona distinguida y acaudalada. Alcalde ordinario seis veces en el siglo XVI; la primera en 1566 y la última en 1596: fue familiar de la Inquisición y el primer mensurador general que hubo en esta ciudad. Fue casado con doña Luisa de Acuña.

Tenemos que tratar en este artículo de la historia del Santo Cristo de Burgos que se venera en la iglesia de san Agustín por las causas que diremos enseguida. Fray Antonio de Montearroyo natural de los Algarbes, religioso de mucho crédito por sus virtudes, que tomó el hábito en aquel convento el año 1580, y que nunca quiso destinos elevados en su religión, encargó a un comerciante que iba a España le trajese una copia exacta de aquel crucifijo hecha de bulto. El agente encontró apoyo en el convento de Burgos en un fraile que había pertenecido al de Lima, fray Rodrigo de Loayza, deudo de don García de Loayza que fue Arzobispo —116→ de Toledo. Viendo dicho religioso que su influjo no pudo vencer al Prelado que era el célebre fray Luis de León, quien se negó a permitir que el escultor Gerónimo Escorceto trabajase el Santo Cristo, se dio trazas para conseguir que el artista ocultamente fijase su atención en la imagen. Ejecutó luego la obra con cuidado y esmero, entregándola a satisfacción del comisionado don Martín de Goyzueta que en el acto salió para Sevilla. Fray Luis de León, luego que lo supo, reprehendió al padre Loayza, y envió varios frailes en seguimiento de aquél, los mismos que embargaron el cajón y lo llevaron a Salamanca donde fray Luis se hallaba. El encargado se mantuvo en silencio, esperando la próxima elección de provincial, y como ésta recayese en el mismo León, perdió toda esperanza de lograr su objeto. Pero fray Luis murió al siguiente día de ser reelecto, y el nuevo Prelado que se nombró, cediendo a los ruegos que se le dirigieron, permitió la salida del crucifijo que el padre Loayza condujo a Sevilla y entregó a Goyzueta. Éste lo trajo a Nombre de Dios en uno de los buques de guerra del general don Francisco Leyva, y habiendo fallecido en Panamá, retuvieron allí a sus herederos un año, por pleito que hubo con los acreedores de dicho Goyzueta.

Estaba allí fray Salvador de Rivera natural de Lima, Provincial entonces de Santo Domingo, que después fue Obispo de Quito, hijo del conquistador don Nicolás de Rivera. Se ofreció a traer al Callao a su costa el Santo Cristo, y se cumplieron luego sus deseos. Desembarcolo en Huacho y lo trasportó a Chancay, donde el cajón pasó a bordo de una falúa enviada al efecto desde el Callao. En este puerto lo colocaron en el navío la «Capitana», del cual lo pasó a tierra bajo palio, el general de marina y adelantado don Álvaro de Mendaña en una solemne procesión de botes con gran concurso de personajes y salvas de artillería.

La recepción que se hizo en Lima, las fiestas y demostraciones religiosas, fueron suntuosas. El capitán don Juan de Cadalso Salazar que era dueño de una pequeña capilla en la iglesia de San Agustín, quiso se colocase en ella el Cristo de Burgos, porque al fundarla se acordó poner en su altar un crucifijo. Después de un pleito que sostuvo con tenacidad, desistió de su intento, y al Santo Cristo se destinó la capilla en que hoy existe, situada en lugar preferente. Esta capilla llegó a ser propiedad y sepulcro del capitán Cadalso y su familia, adquiriéndola en 10 de Mayo de 1596 por haber hecho donación al convento de toda su hacienda calculada en cien mil pesos, fuera de cincuenta mil que gastó en adornos y útiles del culto.

Se fundó una cofradía con rentas considerables, y disfruta de las concesiones e indultos que tiene la iglesia de Letrán; es decir, cuantos se han otorgado en la Iglesia Católica. Mediante los recursos proporcionados por Cadalso, se daban dotes de quinientos pesos a jóvenes honradas, se enterraban pobres por caridad, y se costeaba una procesión del Santo Cristo de Burgos que salía en lo antiguo el Jueves Santo a las 11 de la noche.

El padre Montearroyo falleció en 22 de Abril de 1620. Don Juan de Cadalso Salazar había muerto en Mayo de 1599, después de hacer indemnizaciones a sus indios (pues era encomendero) de los daños que sus ganados les habían hecho en diferentes sementeras.

CAJICA. Fray Juan. Religioso agustino: natural de Vizcaya. Vino al Perú en 1573. Fue cura de Totora, Omasuyos y Cajabamba, Prior en Aymaraes y en Pucarani desde 1584 hasta 1591. Predicó y trabajó con tesón en doctrinar a los indígenas para lo cual le sirvió de mucho su fácil disposición para entender bien los idiomas del país. Hay que admirar —117→ de este religioso la singular constancia que empleó para escribir treinta y dos volúmenes que no pudieron imprimirse según asegura el padre Calancha porque habría costado más de cien mil pesos darlos a luz. Doce de ellos eran de a folio y veinte en cuarto: todos en español y en tres idiomas peruanos, cada cual en columna separada. Estos libros trataban extensamente materias concernientes a la instrucción religiosa y a las doctrinas necesarias para conocimiento de la fe católica. Contenían también diferentes catecismos, himnos, salmos, etc., y se conservaron por largo tiempo en la biblioteca del convento de San Agustín de Lima. El padre Cajica falleció en Cajabamba en el siglo XVII.

CALAFRE. Don Bartolomé. Había en esta ciudad una plazuela que se extendía desde el puente del río hacia el Rastro, lugar que así se denominaba porque en él se abastecía al público de carnes. En esa localidad estuvo en un tiempo el rollo en que se azotaba a los delicuentes, y se ponía la horca en que los malhechores expiaban sus crímenes. También servía ese sitio para pruebas de artillería como que se hallaba inmediato al cuartel de esta arma y a una oficina de fundición: y por último la citada plaza era concurrida de multitud de negras que vendían comestibles. Tal era el paraje vecino a las ventanas de la parte del palacio habitada por los virreyes, debiendo agregarse que en todo el lado inmediato al río, un vasto acopio de basuras e inmundicias, hacía más repugnante tan desagradable e infausto lugar. En él fabricó don Bartolomé Calafre por el año 1636 con permiso del Virrey Conde de Chinchón una capilla dedicada a Nuestra Señora de los Desamparados, en la cual se decía misa para los vendedores y gente de la plebe que allí se agolpaba en los días festivos: Calafre estableció una cofradía, la cual cuidaba de dar sepultura en dicha capilla a los muertos que se encontraban en los campos y a los cadáveres de los ajusticiados. Corrido algún tiempo, murió el fundador, y su hija doña Úrsula Calafre, careciendo de recursos para entretener el culto y para reparar el edificio que se hallaba muy maltratado, resolvió ceder y traspasar el patronato y dominio que poseía. Algunos frailes dominicos pretendieron que donase la capilla a su religión, y doña Úrsula estando ya para verificarlo, mudó de parecer y se dirigió a los de la compañía de Jesús por medio del padre Juan de Ludeña que había sido su confesor, para que admitiesen la cesión que quería hacerles, con la mira de que el padre Francisco del Castillo que de continuo predicaba a los negros, se hiciese cargo de la capilla y de conservarla. Aunque hubo alguna contradicción entre los jesuitas resolvieron aceptar el patronato, y con licencia del arzobispo Villagómez, se posesionaron de él el día 3 de Octubre de 1658.

Los de la compañía muy luego fueron dueños de la plazuela y del cuartel de artillería, y disponiendo de una área considerable, edificaron el convento de los Desamparados con el título de Casa Profesa, en la cual los religiosos hacían su cuarto voto.

En los artículos relativos al padre Francisco del Castillo y al Virrey Conde de Lemos referimos cómo se edificó la Iglesia de los Desamparados y algunos sucesos notables ocurridos con motivo de esta obra y de las tareas espirituales de Castillo. Véanse.

CALANCHA. Fray Antonio de la. Nacido en Chuquisaca en 1584: religioso de la orden de San Agustín muy docto y literato: fueron sus padres el capitán don Francisco de la Calancha, y doña María de Benavides. Estuvo entroncado con la familia del célebre capitán Martín Robles de Melgar, uno de los conquistadores, y a quien siendo ya muy anciano, —118→ hizo decapitar en Chuquisaca el oidor Altamirano de orden del virrey don Andrés Hurtado de Mendoza Marqués de Cañete. Robles era casado con una tía abuela de Calancha.

Este religioso estudió en Lima. Fue maestro, secretario de provincia, definidor, Rector del colegio de San Ildefonso y Doctor en la Universidad de San Marcos. Se hallaba de Prelado del convento de Trujillo cuando aconteció el terremoto de 14 de Febrero de 1619 que arruinó dicha ciudad: después fue Prior en Lima. Dio a luz en Barcelona en 1638 su interesante obra Crónica moralizada del orden de San Agustín en el Perú con sucesos ejemplares de esta monarquía. Salió después en latín (1651) traducida por fray Joaquín Brulio también agustino y desfigurada con el título que le dio de Historia Peruana. Calancha había impreso en Lima en 1629 un volumen en latín sobre la Concepción de la Virgen, otro tratando de los santuarios de Copacabana y del Prado, y otro que se publicó en 1642, sobre los castores que se cazan desde el Callao a Chile manifestando que son los verdaderos, y la renta que de este ramo podía sacar el Rey.

La crónica comprende la historia de la religión de San Agustín en Sudamérica, la erección de todos los conventos que tuvo, los capítulos que se celebraron y los prelados que se sucedieron. Está además enriquecida con muchas y variadas noticias topográficas, históricas y particulares desde el descubrimiento de la mar del Sur, y con prolijas narraciones de acontecimientos y hechos dignos de recordarse. Hablando de Lima, dice: «no se conoce en el mundo ciudad donde se repartan cada año más limosnas». Su estilo limpio y elegante, abunda en agradable erudición que acredita y realza los conocimientos del autor en las historias sagrada y profana. El padre Calancha falleció de una violenta enfermedad el día 1.º de Marzo de 1654.

CALATAYUD Y BORDA. El padre fray Cipriano Gerónimo. De la orden de la Merced, natural de Lima, hijo de don Gerónimo (que fue paje del virrey Castellfuerte y Cónsul del consulado en 1754), y hermano de don Francisco Calatayud Caballero de la orden de Santiago, Cónsul de dicho Tribunal en 1795, cuya hija doña Juana casó con don Juan Aliaga Conde de San Juan de Lurigancho. El padre Calatayud como predicador y como doctor teólogo disfrutó de bastante reputación: fue catedrático de Artes en la Universidad de San Marcos donde está su retrato; regente de nona, sustituto en la de prima de teología, Rector del colegio de San Pedro Nolasco, Provincial, examinador sinodal del Arzobispado y de la diócesis del Cuzco. Fue uno de los colaboradores del periódico Mercurio Peruano bajo el nombre de Meligario, como miembro de la sociedad de «Amantes del país» en 1790. Entre sus oraciones se conserva impresa una que mereció general aplauso y pronunció en las exequias de María Antonia Larrea y Arispe religiosa de las Trinitarias que falleció en 1782 y perteneció a la familia de doña Rosa Cossío Condesa de San Isidro. Falleció Calatayud en 11 de Agosto de 1814 a la edad de 80 años.

El ya citado don Francisco Calatayud hizo al hospital de la Caridad de Lima como su Mayordomo, muy señalados servicios. Lo fomentó con su peculio, aumentó sus rentas, estableció economías y estimuló a muchas personas para que asistiesen a dicha casa y la auxiliasen con sus erogaciones.

CALATAYUD. Don fray Martín de. Obispo, religioso de la orden de San Gerónimo y natural de Aragón. Fue elegido Obispo de Santa Marta en 1543. Vino al Perú a consagrarse, y hallándose en Trujillo en 1546, salió a recibir a Gonzalo Pizarro que volvía de Quito victorioso, y le —119→ acompañó en la entrada que con aparato regio hizo en Lima. Como este Prelado se le hubiese mostrado afecto, Gonzalo acordó marchase a Tierra Firme para que desde allí escribiese al Rey informando favorablemente de su persona y de lo que en el Perú pasaba. Diole una buena ayuda de costa; mas el Obispo apenas se vio en Panamá en compañía del arzobispo Loayza y del Provincial de Santo Domingo, quienes por salir de Lima habían aceptado el encargo de ir a la Corte con el objeto de abogar por la causa de Pizarro, unió a ambos sus esfuerzos en sentido contrario. Viéronse en Panamá con el presidente Gasca, y le ayudaron con todo empeño al buen éxito de la empresa que le estaba encomendada. El Emperador escribió después al obispo Calatayud dándole gracias por sus servicios en aquella ocasión. Falleció en 1549.

CALDERA. El Licenciado. Natural de Sevilla, persona de letras, de muy sanas intenciones y acierto en sus consejos. Vino al Perú en calidad de Justicia mayor en las tropas que el adelantado don Pedro Alvarado trajo de Guatemala el año 1534. Empleó su influencia reflexionando con bastante madurez acerca de la necesidad de celebrar un convenio con el mariscal don Diego Almagro a fin de evitar una guerra que habría sido funesta en aquellas circunstancias. Logrose el objeto habiendo intervenido Caldera en el proyecto de las estipulaciones de Riobamba, como agente oficial autorizado por Alvarado y en consorcio de Luis Moscoso. En consecuencia recibió dicho General una suma de dinero y se regresó a Centroamérica, después de someter y entregar su división, buques, repuestos, etc., a las órdenes de Almagro. Caldera quedó por entonces en el Perú, y el gobernador Pizarro le dio amigable acogida, obsequiándole con valiosos presentes. Después marchó con él al Cuzco, y se empeñó mucho hasta conseguir se reanudara la buena inteligencia de dicho Gobernador con don Diego de Almagro, y se obligasen ambos a cumplir sus anteriores y recíprocos compromisos. No hemos hallado noticia de si Caldera falleció en el Perú, o se trasladó a otra parte: no lo mencionan más los antiguos cronistas. Véase Almagro, tomo 1.º de esta obra, página 113.

CALDERÓN. Don Antonio. Natural de Vilches en Jaén, hijo de Diego López Calderón y de doña Catalina Sánchez. Fue familiar del colegio real de Granada: después Deán de la iglesia de santa Fe de Bogotá: y Obispo de Puerto Rico en 1592. Promovido a Panamá en 29 de Octubre de 1597, entró en esta ciudad en 24 de Mayo de 1599, y fundó en su iglesia dos capellanías. Como sufragáneo asistió al V Concilio de Lima reunido por el arzobispo Santo Toribio en 1601. Fue el primer Obispo que tuvo la diócesis de Santa Cruz de la Sierra en 1605 y falleció de más de cien años. Este Obispo a su salida de Puerto Rico fue tomado prisionero por un corsario llamado Santa Cruz en la isla del mismo nombre, el día de la Cruz, y le quitaron su única alhaja que era la Cruz del pectoral. Su muerte acaeció en la Villa de las Salinas de su Obispado. Se le sepultó en el convento de San Agustín, para cuya fábrica había contribuido con una crecida suma.

CALDERÓN. Don Ángel Ventura. Caballero de la orden de Santiago, Regente del Tribunal de cuentas de Lima, Marqués de Casa Calderón en 1734. Fue casado con doña Teresa Vadillo. Véanse Casa Calderón; y Ceballos, don Gaspar, que fue su nieto.

CALDERÓN Y VADILLO. Doña Juana. Natural de Lima, hija única del anterior, cuyo título heredó. Fue casada con don Gaspar Ceballos de la —120→ orden de Santiago, que estudió en Salamanca. Tuvieron por hijos al canónigo de Lima diputado don Juan Evangelista Ceballos y a don Gaspar, Oidor de esta Audiencia y último Marqués de Casa Calderón. Los precoces talentos de doña Juana fueron justamente admirados lo mismo que su decisión por las letras y el estudio. A la edad de 12 años sabía el idioma latino: después poseyó el francés y el italiano: fue muy versada en las historias sagrada y profana, en la mitología, y en la poesía cuyo arte empleó al exponer el sentido del cántico de los cánticos. Fue su maestro y director de estudios el diputado don Agustín de Gorrichategui que llegó a ocupar la silla episcopal del Cuzco. Falleció el día 28 de Noviembre de 1809 de 82 años 11 meses. Hay un elogio de esta señora en el periódico de Lima la Minerva de 25 de Enero 1810. Véase Casa Calderón, Marqués de.

CALDERÓN. Don Fernando. Alférez Real de Moquegua. Compró a don Luis Antonio de Peñalosa una finca que donó luego a los religiosos dominicos, y en ella se estableció una hospedería en 1652 que después fue convento. Dioles también dos esclavos y mil cuatrocientos pesos.

CALDERÓN. Fray Martín. Natural de Arequipa, de la orden de Santo Domingo, sujeto de virtud probada y grande literatura: fue Catedrático de vísperas de teología en la Universidad de San Marcos. Pasó a Roma donde se hizo lugar por su mérito, y fue regente de estudios en el colegio de la Minerva. Volvió al Perú, y se atribuyó su posposición en España a la enemistad de un grande porque separó a una monja de las relaciones que tenía con él.

CALDERÓN. Doña María. Era una mujer vehemente en sus opiniones y opuesta al partido de Gonzalo Pizarro siendo incansable en su detracción y locuacidad. El maestre de campo Francisco Carvajal mandó se le amonestase para que tuviera prudencia y contuviese su lengua descomedida.

Por varias veces fue reprendida y amenazada, mas ella lejos de enmendarse se irritaba y excedía más en sus odios y osadas palabras. Carvajal aunque compadre espiritual de ella determinó matarla en su mismo aposento para que no lo entendiese Pizarro y se opusiera, como varias veces lo hizo, a la temible saña de su Teniente y favorito.

Entró Carvajal a casa de la Calderón con unos negros que siempre le acompañaban y al decirle que iba a que le diesen garrote creyó ella se burlaba tratando sólo de amedrentarla. Los negros cumplieran la orden y ahogándola en el acto la colgaron de una ventana que daba a la calle donde al retirarse el Maestre de campo dijo mirando a la víctima. «Señora comadre si de ésta no escarmienta vuesa merced no sé qué me haga». Pizarro tomó a mal este bárbaro asesinato, y muy en secreto lo lamentó sin reconvenir siquiera al implacable y sanguinario de su predilecto amigo. La escena pasó en el Cuzco y doña María Calderón era casada con el capitán Gerónimo de Villegas vencido en Guarina y a quien perseguía cruelmente el partido de Gonzalo Pizarro.

CALDERÓN. El licenciado N. Vivió en Lima en el siglo XVII. Escribió y publicó un libro en unión del licenciado Robles acerca de las plantas del Perú y sus cualidades. No hemos podido saber más de estos individuos a pesar de nuestro empeño de tomar datos acerca de ellos y de su obra.

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CALERO. El doctor don Jacinto Muñoz. Natural de Lima. Abogado de este ilustre colegio y catedrático de la Universidad de San Marcos. Fue asesor de la Tesorería general de la intendencia de Lima, de la Casa de Moneda, de la aduana y del estanco de tabacos en los años corridos desde 1802 hasta 1821. Alcalde del crimen honorario de esta Real Audiencia en 1815. Falleció en 1824.

CALVETE DE LA ESTRELLA. Don Juan Cristóval. Natural de Barcelona. Fue autor de varias obras publicadas en España, entre ellas una en verso titulada Comentarios del Perú en que están los hechos del gobernador licenciado Cristóval Vaca de Castro, y la guerra civil que siguió a la usurpación de don Diego de Almagro el hijo.

CALLA CUNCHUY. En la magna obra de la fortaleza del Cuzco hubo cuatro maestros mayores. Calla Cunchuy fue el 4.º de ellos, y en su tiempo llevaron la piedra cansada, a la cual él puso su nombre para que se conservase en la memoria.

CALLE Y HEREDIA. Don fray Juan de la. Religioso mercedario, natural de Madrid. Vino a América de Vicario general de las provincias de México y del Perú. Fundó el colegio de San Pedro Nolasco de Lima para cuyo establecimiento el provincial de la Merced fray Juan Vallejo había comprado a los jesuitas desde 1626 una huerta en cuyo terreno se hizo la fábrica. El papa Alejandro VII en 1664 condecoró al colegio con el título de Universidad Pontificia. Estudiaron en él los religiosos de la orden, y muchos jóvenes particulares.

Nombrado fray Juan de la Calle Obispo de Trujillo en 7 de Setiembre de 1661 y consagrado por el arzobispo don Pedro Villagómez, tomó posesión personalmente en 11 de Enero de 1663. Consagró su catedral en 24 de Junio de 1665, con cuyo motivo hizo el Cabildo de dicha ciudad suntuosas demostraciones de regocijo. Gobernó hasta 17 de Octubre de 1675. Fue promovido al Obispado de Arequipa de que se recibió en 9 de Enero de 1676. Allí falleció en 15 de Febrero de 1677.

Se trajo su cuerpo a Lima y está sepultado en la iglesia de San Pedro Nolasco; su corazón se llevó a Trujillo y por encargo suyo se guardó en la catedral. El colegio está hoy suprimido.

CAMACHO. Fray Francisco. Lego de la orden de San Juan de Dios, memorable en Lima por sus virtudes. Nació en Jerez de la frontera el año 1629, hijo de Lázaro Rodríguez Camacho y de María Vivas, personas pobres y de humilde extracción. Dejó de ser peón de labranza para servir de soldado, y se halló en la plaza de Lérida sitiada por los franceses, como San Juan de Dios en Fuenterravía. Perteneció luego a las galeras de Cartagena, Gibraltar y Cádiz: llegó a verse sentenciado a muerte y se le perdonó estando al pie de la horca. Posteriormente ascendió a Sargento, y habiendo venido a Cartagena de Indias abandonó la carrera militar, y atravesando el Nuevo Reino de Granada y la provincia de Quito, arribó a Lima. Colocose de administrador de la hacienda de Copacabana, y no conformándose con gobernar negros, anduvo por Conchucos y Pasco procurándose otro modo de subsistir.

El venerable padre Francisco del Castillo predicaba al pueblo de Lima en la plazuela del Baratillo; y oyéndole Camacho, resolvió dejar el mundo y hacer una vida penitente: así había convertido el padre Ávila a San Juan de Dios fundador de la orden hospitalaria, cuyo hábito tomó Camacho en Lima después de sacarle Castillo de la loquería de San Andrés donde creyéndole insano le tuvieron preso y le azotaron frecuentemente. —122→ También Juan de Dios fue azotado por loco en el hospital de Granada: coincidencia que como las anteriores hace notar el autor de la vida de Camacho que se escribió en Lima.

Desde su ingreso en la comunidad no se entregó Camacho únicamente a las mortificaciones ni a la práctica de las virtudes que poseyó en grado sobresaliente y ejemplar; sino que tomó sobre sí el cuidado de colectar limosnas para su convento y enfermería de San Juan de Dios. Y en 34 años que pasó con singular constancia en tan pesado ejercicio, se asegura que la suma que por sus manos ingresó en aquella casa fue de más de 90 mil pesos. Esta crecida cantidad se invirtió en la obra del templo, sus adornos, ornamentos, plata labrada, etc.

Camacho era en Lima objeto de veneración y de aprecio. Incansable en actos de caridad y humilde y paciente como los santos, llegó a ser mirado por el pueblo como un favorecido de Dios; y así sus consejos y amonestaciones guiaron a muchos que corrigieron sus malas costumbres y enmendaron su licenciosa vida.

Falleció el día 23 de Diciembre de 1698, y se le dio sepultura al pie de la peana del altar de la enfermería. Asistieron a sus funerales los cabildos eclesiástico y secular, y el hábil jesuita José Buendía pronunció la oración que se imprimió en esta ciudad, y de la cual hemos extractado estos apuntes.

CÁMARA. Don Marcos Antonio de la. Vino al Cuzco en 1665, para servir los corregimientos de Tinta, Calca y Urubamba. Casó con doña María Leonor Mollinedo y tuvo varios hijos: doña Gabriela que contrajo matrimonio con don Martín Concha que fue Brigadier y Presidente interino del Cuzco: doña Eulalia esposa de don Juan José Clemente de Larrea natural de Quito, hermano del Marqués de San José, y en segundas nupcias de don Pedro Antonio Cernadas Oidor de la Audiencia del Cuzco: doña Manuela mujer de don Vicente Villavicencio tío de Larrea: doña Tadea que casó con don Fermín Piérola oficial del regimiento de Soria.

Muerto don Marcos, su viuda contrajo nuevo enlace con don Domingo de Rosas natural del Cuzco. Del matrimonio de Villavicencio y doña Manuela Cámara, nació doña Rosa que en 1814 casó con don Vicente Peralta, Conde de Villaminaya. Véanse los artículos, Concha, don Martín; Larrea, don Juan José; Cernadas y Bermúdez; y Piérola.

CAMARGO. Alonso. Garcilaso en sus Comentarios menciona a este individuo tratando de la guerra civil de Gonzalo Pizarro principiada en 1544. El cronista Herrera refiriendo sucesos ocurridos en 1541 en el Sur del Perú, hace figurar en ellos a Camargo y dice que llegó al puerto de Arequipa con un buque que entró por Magallanes en 1540 y fondeó en Quilca. Esta embarcación mandada por Camargo fue una de las tres que envió el obispo de Placencia don Gutierre de Vargas para que por el Estrecho viniesen a negociar en el Pacífico, y salieron de Sevilla en Agosto de 1539. Aunque no parece creíble que al momento de su arribo pasase Camargo a tomar parte en las revueltas, dejando el buque en que acababa de vencer tan señalada empresa, ello es verdad que en 1541 Pedro Álvarez Holguín envió del Cuzco a Francisco Sánchez para que trabajase por apartar a la ciudad de Arequipa de la causa de don Diego Almagro el hijo, y para llamar en su auxilio a la gente venida en el susodicho navío. Gomara cuenta que este buque llegó al Perú en 1544; pero su aserto es una manifiesta equivocación. Camargo pasó al Cuzco con el capitán Pedro Anzures del Campo-redondo y sirvió a órdenes de Vaca de Castro en la destrucción de Almagro.

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Estando en Chuquisaca fue cómplice de don Diego Centeno en la muerte de Francisco Almendras que mandaba allí como Lugarteniente de Gonzalo Pizarro. En 1546 perteneció a la columna que en favor del Rey capitaneó Lope de Mendoza y fue batida por Francisco de Carvajal en Pocona (Santa Cruz de la Sierra). Tomado prisionero como otros en la activa persecución que les hizo Carvajal, éste mandó dar garrote a Nicolás Heredia y a Lope de Mendoza; mas a Camargo le conservó la vida con el fin de que le comunicara ciertas noticias que necesitaba. Carvajal ya en Chuquisaca supo por un Betanzos que iban a matarle un domingo al salir de misa. Camargo que era uno de los conjurados sufrió la pena de muerte con ocho de ellos. Garcilaso al hablar de Alonso Camargo le considera como vecino principal de Chuquisaca, y dice que el secreto que Carvajal quiso saber de él, fue dónde tenía Centeno cincuenta mil pesos que había ocultado.

Hubo en el Perú un Camargo cuyo nombre no indica el cronista Herrera al decir que era natural de Trujillo de Extremadura y hermano del obispo de Placencia don Gutierre de Vargas. Creeríamos fuese el mismo Alonso Camargo de que hemos hablado, a no tropezar con el inconveniente de que éste llegó al Perú a principios de 1540 con el buque que vino por el Estrecho; y el otro se encontraba ya aquí en 1539 cuando unido con Pedro Sánchez de la Hos, trataba de la conquista de Chile, y el gobernador don Francisco Pizarro los rechazó encargando de la empresa a don Pedro Valdivia.

CAMPERO. Don Mariano. Nacido en el Cuzco y de una de las principales familias. Fue Caballero de la orden de Calatrava, Coronel del regimiento de milicias disciplinadas de dicha ciudad y después de ejército. Miembro del Cabildo perpetuo como Alférez Real cuya vara poseía por vinculación. Hizo las campañas del Alto Perú en el ejército del mando del general Goyeneche, y como representante de éste firmó con los comisionados argentinos el convenio del armisticio de 40 días que se ajustó en Laja el 16 de Mayo de 1811, por los jefes de las fuerzas beligerantes. Concurrió a la batalla de Guaqui el 21 de Junio de dicho año. Estuvo posteriormente a cargo del Gobierno e Intendencia de Potosí.

Siendo Campero Teniente Coronel se le acusó de cómplice en el plan de conspiración tramado en el Cuzco por Aguilar y Ubalde el año de 1805. Terminada la causa que se siguió, Campero fue absuelto en la sentencia de la Audiencia por no haberse comprobado ninguna de las acriminaciones que se le hicieron.

CAMPO. Fray Juan del. De la Orden de San Francisco, español. Vino a Lima y leyó teología en su convento, habiendo sido varias veces guardián y provincial, y obtenido el cargo de Comisario general de todas las provincias del Perú. Los virreyes don Francisco Toledo y don Martín Henríquez, hicieron del padre Campo el aprecio a que por su ciencia era acreedor, y le consultaban en casos graves y delicados de la administración. Y los arzobispos don fray Gerónimo de Loayza y Santo Toribio le visitaban y oían en circunstancias difíciles, fiados en su literatura y discreción. Las luces del religioso que nos ocupa, fueron de notable provecho en el Concilio de 1582 a que concurrió entre los teólogos diputados. Trabajó con tesón en defender a los indios, hasta haber alcanzado se prohibiese la costumbre de cargarlos como a animales. Se negó absolutamente a aceptar el Obispado del Paraguay para que fue presentado por el rey Felipe II el año de 1575; y acabó sus días en 1584 como fraile desprendido y humilde. Celebrose su funeral con asistencia de todas —124→ las autoridades, pronunciando la oración el docto padre Acosta de la compañía de Jesús.

CAMPO. El doctor don Nicolás del. Caballero de la orden de Santiago. Nació en Lima, y estudió en el colegio de San Martín. Fue Oidor de las audiencias de Panamá y de Charcas.

CAMPO. Don Tomás del. Vecino de Lima. Véase Villarrubia de Langre, Marqués de.

CAMPO AMENO. Marqués de. El Virrey Conde de Superunda en virtud de facultades que tenía por especiales cédulas, confirió este título en 30 de Octubre de 1733 a don Alonso González del Valle vecino de Ica, declarándole libre perpetuamente de lanzas y media anata. Recayó después en su hijo y último poseedor don Alonso González del Valle, Caballero de la orden de Carlos III, Subdelegado que fue de Castrovirreina en 1804 y Coronel del regimiento de milicias de Ica.

CAMPO GODOY. El doctor don Juan del. Natural de Lima; estudió en el colegio real de San Felipe: Catedrático de vísperas de leyes, y Rector de la Universidad de San Marcos en 1630. Fue Oidor de las audiencias de Quito y de Chile.

CAMPOS. Fray Juan. De la orden de San Francisco. Cuando en la provincia de Cajamarquilla, o Pataz, empezaron a adquirirse noticias y aun relaciones de comercio con las naciones de gentiles que habitaban las montañas inmediatas y las pampas vecinas al Huallaga, los religiosos franciscanos pidieron al Virrey Conde de Castellar se les encargase explorar el país y establecer misiones. El padre fray Juan Campos fue el destinado a tan importante objeto y el año 1676 marchó a emprender sus tareas humanitarias acompañado de dos legos y seguido después por los padres José Araujo y Francisco Gutiérrez. Éste redujo a la nación conocida con el nombre de Cholones, a formar un gran pueblo que tituló San Buenaventura de Apisoncho. Y bajo la conducta del padre Araujo se congregaron los llamados Hibitos, en otro denominado Jesús de Ochanache. Divididos por barrios y decurias les señalaron horas para instrucción y trabajo, y ellos contribuyeron, dóciles, del producto de la tierra para sostener el culto y los párrocos. Los frailes de San Francisco mantuvieron ambas misiones hasta 1754 en que las cedieron a los de Ocopa. Éstos quisieron extender las conquistas, pero las expediciones hechas hasta 1757 no les produjeron sino desgracias, bien que llegaron a descubrir el río Manoa.

En dicho año los padres Fresneda y Cabello con 300 indios Cholones e Hibitos expedicionaron sobre los pueblos de Manoa, mas al llegar al de Masemague los rechazaron sus vecinos y en el combate murió Cabello. En 1759 otros frailes repitieron el intento en compañía de 28 soldados españoles y portugueses, los cuales al poco tiempo se sublevaron, y por tanto ya no pudieron los religiosos pasar adelante. En Mayo de 1760, hizo otra incursión fray Miguel Salcedo saliendo de San Buenaventura con 90 indios, siete europeos, y la célebre joven manoíta ya bautizada con el nombre de Ana Rosa. Ésta influyó en que se tranquilizasen los bárbaros de la ranchería de Suaray. Fueron bien acogidos los cristianos, y cuando Salcedo regresó a dar cuenta a su Prelado quedó en Manoa fray Juan de Dios Fresneda quien consiguió se aviniesen en paz varios pueblos que estaban en abierta lucha. Así empezaron a florecer las misiones —125→ de Manoa, pero después sufrieron algunas alternativas hasta 1767, año en que alborotados los Setebos, Sipibos y Conibos por el mismo Rungato que tiempo antes había facilitado la entrada de los misioneros, dieron muerte a cuantos existían en diferentes pueblos, y desaparecieron las misiones de Manoa, y las esperanzas de descubrir el país incógnito a que se da el nombre de Pampa del Sacramento. Véase, Girbal y Barceló, fray Narciso.

CAMPUSANO Y SOTOMAYOR. Fray Baltazar. Religioso agustino, nacido en Lima, Maestro de provincia, Calificador de la Inquisición. Disfrutó de gran crédito por su elevado ingenio, literatura y erudición. Pasó a España donde desempeñó comisiones de su convento y provincia peruana. En Madrid imprimió en 1646 su obra El planeta Católico; y en 1661 otra titulada La antigüedad de Guadalajara. Siendo asistente general de su orden en Roma, publicó en 1655 el Sumo Sacerdote bajo el nombre de don Francisco de la Correa: y en la misma capital en 1657, La conversión de la Reina de Suecia, Noche y día, Discursos sobre la peste, Filosofía y anillo de la muerte.

El padre Campusano falleció en Roma de una apoplejía el 5 de Abril de 1666. Quedaron sin salir a luz varias producciones suyas que no se sabe si existirán. Menciónanse las siguientes, por don Francisco Antonio Montalvo en el Sol del nuevo mundo: Notas sobre la difinición del misterio de la Concepción, Ministro celoso: discursos sobre la vida de Elías, La buena suerte, España perseguida, Alma y cuerpo, de las calidades de un Nepote Papa.

CANCINO. Don Pedro. Según noticias muy antiguas que se conservan en Moquegua, fue el primer descubridor de aquel valle a su llegada de España, de donde vino con su mujer doña Josefa Bilbao.

CANDIA. El capitán Pedro. Griego de nación; uno de los trece soldados que no quisieron abandonar a don Francisco Pizarro cuando en el año 1526 quedó en la isla de la Gorgona con motivo de haberle negado la obediencia la demás tropa que se regresó a Panamá. Luego que el piloto Bartolomé Ruiz llegó a dicha isla con la embarcación que Luque y Almagro consiguieron se enviase del istmo para favorecer a Pizarro, Candia vino en ella con los demás al descubrimiento que se hizo de la costa del Perú.

Después que Pizarro oyó la relación de Alonso de Molina acerca de lo que había visto en Tumbez, ordenó a Candia bajase a tierra a explorar más el país para que pudiese darle razón de cuantas particularidades advirtiese. Candia informó a su regreso a bordo, de todo lo que había llamado su atención: dijo haber adquirido datos de las riquezas del país: que vio la casa de las vírgenes del sol, y en ella vasijas y planchas de oro y plata: que a pedimento de los indios, disparó su arcabuz causándoles admiración y espanto; agregando pormenores y noticias de interés a los designios de Pizarro. Pero lo más notable que refirió fue que los indios para probar si con el arcabuz podría hacer cosas extraordinarias en su defensa, le soltaron un león y un Tigre, cuyos animales en vez de embestirle se le acercaron con extraña mansedumbre y sumisión, porque Candia soltando su arma, sacó una cruz ante la cual esas fieras tuvieron que rendirse. Esta invención que fue creída y aceptada por todos pasando en España por un caso milagroso y significativo, dio mérito para que los antiguos historiadores la escribiesen como verdadera, y si alguno no la creyó tal, se abstuvo de manifestarlo. El tiempo no gastó esta fábula —126→ ni despertó la duda, hasta que con formalidades legales se declaró en 1578 ser enteramente falsa la aventura del león y tigre forjada por Candia. Esto resultó de una información detenida que se siguió en tiempo que gobernaba el virrey don Francisco de Toledo.

Pedro Candia pasó a España con don Francisco Pizarro, y allí como principal testigo de lo que ocurrió en el descubrimiento del Perú, sirvió de mucho para que admitidas las noticias que llevaron a la corte, se decidiese el Emperador a acordar las concesiones y demás estipulado con Pizarro para la conquista. Candia fue comprendido en la gracia acordada a los trece de la Gorgona de que fuesen Hijosdalgo los que no lo eran por notoriedad de solar conocido, y que a los que lo fuesen, se les titulase Caballeros de espuela dorada.

Emprendida por don Francisco Pizarro la reducción del Perú, Pedro Candia sirvió en las campañas con crédito de buen soldado. En Cajamarca figuró como Capitán de los mosqueteros que Pizarro situó en un lugar elevado de la plaza, y rompió el fuego sobre el ejército de Atahualpa en cuanto se dio la señal convenida: cooperando así de una manera activa al destrozo y dispersión de las tropas peruanas y a la prisión del Inca. Tocaron a Pedro Candia en la distribución del tesoro reunido para el rescate de Atahualpa 407 marcos de plata y 9.900 pesos de oro.

Fue Candia uno de los primeros oficiales que ocuparon el valle de Jauja con la vanguardia de Pizarro, y por sus conocimientos y contracción se le encomendaba siempre lo tocante a composición de armamento, fábrica de pólvora y municiones. Él era amigo de los Pizarros, y cuando don Hernando fue preso y sacado del Cuzco a consecuencia de la rebelión de don Diego de Almagro, se le nombró depositario o administrador de los bienes de dicho don Hernando en el Cuzco. Luego que éste destruyó a Almagro en la batalla de las Salinas en 1538 y en circunstancias de que deseaba alejar y dar ocupación a los vencedores cuya codicia y osadía eran temibles, dio a Pedro de Candia la autorización y títulos que le pidió para emprender el descubrimiento de un país situado al Oriente del Cuzco y pasados los Andes. Una india le había hecho creer que encontraría la tierra poblada y muy rica, que se denominaba «Ambaya»; y Candia con esta esperanza, tomó empeño en abrir una campaña incierta gastando ochenta y cinco mil pesos de oro que tenía y contrayendo una deuda de otro tanto. Había en el Cuzco más de mil seiscientos soldados; y como muchos eran pobres y murmuraban a Pizarro, se alistaron trescientos calculando que el proyecto sería bueno desde que Candia gastaba tanto en sus aprestos.

Organizó éste su fuerza, nombrando por capitanes a Francisco de Villagrán, a Alonso de Quiñones, a Martín de Solier y a su hermano don Francisco: a Juan de Quijada por Maestre de campo; y a Alonso de Mesa por Capitán de arcabuceros y ballesteros. Hernando Pizarro queriendo desembarazarse de los del partido de Almagro, envió algunos a esta jornada como desterrados, entre ellos, a Arias de Silva, Gonzalo Pereyra, Pedro de Mesa, Juan Alonso Palomino, Juan Ortiz de Zárate, don Francisco de León, Francisco Gómez y otros hombres de cuenta.

Púsose Candia en camino, y como se detuviese mes y medio en un valle a diez leguas del Cuzco, Hernando Pizarro le envió orden con Garcilaso de la Vega de seguir su marcha sin detenerse. Así lo hizo penetrando de pronto hasta treinta leguas; pero fueron muchos los malos usos, trabajos y dificultades que más adelante encontraron. Los caballos se despeñaban, los hombres se herían y maltrataban; y aunque Candia era persona de buen proceder, no tenía la reputación y autoridad —127→ que requería el caso, ni el entendimiento necesario para gobernar esa gente aun en país más accesible. Con inmensa fatiga por montañas espesas, y pasando infinitos peligros, llegaron a unos valles ardientes donde descansaron e hicieron provisiones. Entre tanto, Candia mandó que se adelantasen algunos a reconocer, y éstos a su regreso dijeron que era más cerrado e intransitable el terreno: con lo que creció la confusión y el desaliento.

Pero aun así vencieron algunas jornadas más, encontrando indios flecheros y feroces que comían carne humana. Los españoles rendidos del trabajo que tenían para poder abrirse paso, ya no podían sobreponerse a los inconvenientes ni seguir allanándolos. Con pocos arcabuzazos ahuyentaron a los indios que les acometían aún por retaguardia, y supieron por los que tomaron, que nada encontrarían en esa región sino montañas ásperas e indios que tenían chozas dispersas y que se mantenían de ciertas raíces y de los animales que mataban. Candia, viendo su desengaño y la crítica de sus soldados que atribuían sus desgracias a una estratagema de Pizarro empleada para deshacerse de ellos, adoptó unas sendas y dirección que no sin riesgos, hambre y angustias les sirvieron para caminar retrocediendo hasta salir a una provincia del Collado, después de tres meses de penalidades.

Los capitanes Mesa y Villagrán, tramaron una conspiración para revelarse contra Hernando Pizarro, darle muerte y salvar a don Diego de Almagro que estaba preso y procesado. Redujeron a Candia a marchar al Cuzco para pedir a Pizarro les permitiese descubrir y hacer reducciones en el territorio de Carabaya. Pero una carta que uno de los conjurados adelantó por medio de un indio, fue origen de que otros de entre ellos mismos denunciasen a Pizarro lo que pasaba.

Hernando Pizarro, que ya había mandado decapitar a Almagro, salió al camino acompañado de varios oficiales, y encontrándose con la tropa de Candia, la halagó con promesas y otra campaña provechosa a que la destinaba. Reunió a los capitanes en su alojamiento, y allí mandó poner prisiones a Candia, Mesa, Villagrán y otros encargando de la fuerza y expedición a Carabaya a Pedro Anzures del Campo-redondo. Vista la inocencia de Candia le volvió a su libertad, y sólo a Mesa castigó con la última pena. Candia quedó muy resentido y preparado contra Pizarro.

Muerto en Lima el marqués don Francisco Pizarro, y puesto al frente del Gobierno don Diego de Almagro el hijo, se empeñó otra guerra sangrienta. El licenciado Vaca de Castro Gobernador por el Rey llegó al Perú, y con un ejército que pronto se organizó abrió campaña contra el usurpador. Pedro Candia enrolado en el partido de Almagro mandaba la artillería de su ejército que había ayudado a fundir en el Cuzco a unos griegos inteligentes en el arte y a quienes llamaban «levantiscos». Estando casi a la vista las tropas de uno y otro bando, se abrieron negociaciones pacíficas, y cuando se creía próximo un avenimiento, los de don Diego hubieron una carta en que el yerno de Candia escribía a éste aconsejándole emplease mal la artillería para que triunfasen los del Rey que capitaneaba Vaca, porque al fin eran más en número, y habían de vencer a los de Almagro declarándolos traidores. Ofendiéronse los capitanes de Almagro de que se ocurriese a estos medios reprobados en momentos en que se trataba de ajustar la paz, y ya no pensaron sino en precipitar el combate.

Trabose batalla en el campo denominado Chupas cerca de Huamanga, y observando don Diego de Almagro que su artillería no hacía ya fuego, y que los tiros hechos habían sido mal dirigidos y por alto, se fue presurosamente sobre Pedro Candia y lo mató a lanzazos sospechando que —128→ le traicionaba. Parose luego encima del brocal de un cañón, bajando así la puntería cuanto era dable, y habiéndolo disparado, causó grande estrago en las tropas del Rey. Pero éstas fueron las victoriosas, y la batalla de Chupas puso término a la guerra civil el día 16 de Setiembre de 1542, dando por resultado que Almagro perdiese la vida en un cadalso como su padre, y fuesen luego ahorcados los asesinos del marqués don Francisco Pizarro.

CANDISH O CAVENDISH. Tomás. Caballero inglés que en 1585 había cruzado en las costas de Virginia y de la Florida. Salió de Plymouth el 22 de Julio de 1586 con tres bajeles armados y bien tripulados. Después de hacer algunas correrías en la de Guinea, entró al Pacífico por el estrecho de Magallanes en Febrero de 1587. Halló abandonada la población de Filipopolis o de San Felipe, que fundó el almirante don Pedro Sarmiento en 1583, la artillería del fuerte sepultada, y un sólo hombre que había quedado de los 400 de su guarnición. Llamábase Fernando Gómez y dio a Candish noticia de las desgracias que pasaron los pobladores del estrecho desde que les dejó allí Sarmiento. Candish dio al puerto la denominación de Famine por el hambre bajo cuyo rigor habían perecido. Después de recorrer las costas de Chile y del Perú en que practicó varias demarcaciones se retiró a la de México, apresó un navío que venía con valiosa carga de Manila para Acapulco, hizo rumbo al Cabo de Buena Esperanza, y doblándolo siguió por la costa de África, y entró en Plymouth el 8 de Setiembre de 1588 haciendo alarde de su feliz campaña con el velamen que puso en el buque que montaba, y era de los tejidos de seda de la China más alegres y primorosos. Dejó en el Perú frustrados los gastos que el virrey conde del Villar don Pardo hizo en un poderoso armamento para perseguirlo. Esta escuadra mandada por el almirante don Gerónimo Portugal sobrino del Virrey, no pudo encontrar en parte alguna al inglés, quien entre tanto hizo graves daños en Arica, Paita y Guayaquil, habiendo sido rechazado en el primero y el último de esos puertos.

Posteriormente Candish arregló cinco buques y navegaba otra vez al estrecho para hostilizar las costas peruanas considerándolas indefensas: pero una tempestad le hizo sucumbir con toda su gente en la costa del Brasil. El viaje de Candish por el estrecho de Magallanes fue escrito y publicado en inglés en 1588 por Francisco Brettie, o Bretcio. Véase Sarmiento Gamboa, don Pedro. Véase Villar, don Pardo.

CANILLAS. Conde de. Véase Henríquez de Guzmán, don Pedro Luis.

CANO Y OLMEDILLA. Don Juan de la Cruz. Natural de Madrid, geógrafo pensionado del Rey, individuo de las academias de San Fernando y de la sociedad vascongada de amigos del país. Dio a luz en 1769 un mapa marítimo del Estrecho de Magallanes en cuya formación intervino el diputado don Casimiro Ortega que la promovió. Después dispuso e hizo gravar un mapa geográfico de la América meridional que se publicó en 1775 teniendo presentes varios planos y noticias originales arreglados a observaciones astronómicas entre ellas la carta del mar Pacífico hecha por las marinos don Jorge Juan y don Antonio de Ulloa en 1744; las del río Amazonas y sus afluentes trabajadas por el padre Samuel Fritz y por la Condamine: las observaciones del padre Feuilleé, la carta geográfica de Chile que formó el padre Gregorio de León, franciscano, etc. El mapa general de Cano ha servido de antecedente a cuantos se han publicado después, a pesar de los errores que era indispensable tuviese. Don Juan de la Cruz murió en Madrid en 15 de Febrero de 1790.

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Aprovechando de los datos formados por monsieur M. Bouguer y la Condamine, y por don Pedro Maldonado, Gobernador de Esmeraldas, por disposición del virrey don Manuel Guirior, trabajó monsieur Anville en 1778 una carta de la América del Sur inédita, que aunque combinada con arte, se consideró un plano más correcto que el anterior.

En 1786 se imprimió por don José Clemente del Castillo un mapa de las provincias del Obispado de Trujillo a expensas del obispo don Baltazar Jayme Martínez Compañón, quien lo dispuso y entendió en su formación y pormenores. Y el Mercurio Peruano número 59 de 28 de Julio de 1791, da razón del plano corográfico del territorio que baña el Huallaga y países circunvecinos, hecho según los trabajos del padre fray Manuel Sobreviela, Rector de Ocopa, quien en 1790 hizo observaciones viajando por aquel río.

El capitán de navío don Alejandro Malaspina que dio vuelta al mundo habiendo salido de Cádiz con dos corbetas de guerra el año de 1789, dirigió importantes trabajos hidrográficos en el litoral del Perú y demás del Pacífico. A esta expedición se debió la rectificación de muchas cartas, y la formación de otras de las costas peruanas.

En 1792 se grabó y publicó un pequeño mapa cuyo autor fue el piloto graduado de oficial don Andrés Baleato que dirigió un tiempo la escuela náutica de Lima. Lo insertó el doctor don Hipólito Unanue en la Guía política que dio a luz en 1793. El mismo Baleato en 1795 concluyó otro plano general de las montañas orientales y confines del Brasil, formado de orden del virrey don frey Francisco Gil y con vista de las relaciones del misionero fray Joaquín Soler, y del padre Narciso Girbal.

El prebendado del Cuzco don Francisco Carrascón imitando más en grande al célebre cosmógrafo doctor don Juan Ramón Koenig que en 1681 hizo un mapa en una plancha de plata, dispuso se grabase otro plano del Perú en una lamina del mismo metal el año de 1802.

Existen también diez mapas anónimos de otras tantas provincias del Cuzco hechos en 1808, y no faltan algunos otros trabajos de los regulares de la compañía que no llegaron a salir a luz. Un plano que hay grabado del archipiélago de Chiloé lo trabajó el padre fray Pedro González de Agüero guardián que fue del colegio peruano de Ocopa.

Los Tenientes de marina don José Ignacio Colmenares y don José Moraleda rectificaron y perfeccionaron en 1803 las cartas geográficas de las costas del Pacífico reconociendo y describiendo los principales surgideros, con cuyos objetos vinieron de España varios buques de guerra.

El Teniente de fragata don José Moraleda arregló en 1806 otros planos respectivos a las provincias de Huamalíes, Tarma, Jauja, Canta, Huarochirí y Chancay. Los tres primeros fueron levantados en 1767, el 4.º en 1770, el 5.º en 1774, y el último en 1775 por disposición del visitador eclesiástico.

Hay otro plano geográfico del Perú trabajado en 1808 con los datos recogidos en la escuela náutica de Lima; el cual es bastante exacto en cuanto al litoral y a las quebradas que descienden de la cordillera. Y existe otro del Perú y Bolivia grabado en París en 1825, teniendo a la vista los croquis y los trabajos de los estados mayores de los ejércitos españoles y peruanos.

Antes de 1820 don Cornelio Fuentes hizo un plano de las provincias de Guamanga de que era propietario el Cabildo y se considera bastante aproximado. Es probable que este mapa se formase por otro que en 1804 trabajó don Miguel Tevor de orden del intendente don Demetrio O'Higgins.

De la provincia (departamento) de Arequipa, se encuentra un plano corográfico anónimo y con no pocas imperfecciones hecho en 1823.

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Por el artículo 53 de la ordenanza de intendentes estaba dispuesto que en las provincias se levantasen planos topográficos; mas esta atención fue muy descuidada, como tantas otras en tiempo del Gobierno español.

CANO Y SÁENZ GALIANO. El doctor don Francisco Ruiz. Véase Ruiz Cano, y Soto Florido, marqués de.

CANTERA. Don Juan de la. Inquisidor de Lima. Fundó en el año 1656 el monasterio de Santa Teresa con el caudal que al efecto dejó a su cargo el licenciado don Juan Suárez, y con el auxilio de limosnas que colectó. Véase Suárez, don Juan.

CANTERAC. Don José. Nacido en Francia, Teniente General y en Jefe de uno de los ejércitos españoles en el Perú. Su padre, de la misma nación, siguió la carrera militar y era General cuando por su consecuencia al partido realista, se le sacrificó como a algunos de su familia, por los que dirigían la revolución de fines del siglo pasado. Con motivo de tales desgracias, Canterac vino a España y se consagró al servicio de la misma casa de Borbón que acaballa de fracasar en Francia con la muerte de Luis XVI.

Sirvió Canterac en los cuerpos de caballería y sus ascensos, hasta llegar a mandar como Coronel un regimiento de coraceros, los obtuvo por resultado de su mérito y denuedo en las campañas y funciones de armas a que concurrió. Terminada la larga y difícil guerra de la independencia, en que se distinguió y le fueron acordadas diferentes condecoraciones, se le dio la alta clase de Brigadier en 1815, colocándole al frente de una división destinada al Perú y que debió venir por Panamá, a cuyo fin el virrey Abascal envió a este puerto buques que trasportaran dichas tropas. Mas el crecido gasto de los fletes (120.000 pesos) fue perdido a causa de que el general en jefe don Pablo Morillo, incorporó dicha división al ejército que mandaba en Costa Firme: la componían el 2.º batallón del regimiento de Burgos, dos del regimiento de Navarra, un escuadrón de lanceros, otro de cazadores y una compañía de artillería: en todo 2.700 hombres.

Canterac tenía órdenes para emplear su fuerza en auxilio de las operaciones de Morillo en caso que éste lo exigiese; así es que no podía oponerse a sus disposiciones, y cumpliéndolas estuvo en la expedición a la isla de la Margarita, en el desembarco en Mangles y acciones que se empeñaron en seguida, lo mismo que en los reñidos ataques a los fuertes de Pampatar, y en el sangriento combate disputado delante de la ciudad de la Asunción, en que los españoles sufrieron quebrantos considerables que los forzaron a ponerse en retirada. Asistió también Canterac a las funciones de «Juan Griego» y «Puerto Norte» donde se les rechazó por tres veces, y cuando ocuparon éste, fue a costa de muchas vidas, habiendo el mismo Morillo mandado matar gran número de prisioneros.

Canterac dejó aquel teatro trasladándose a Panamá con sólo sus ayudantes y noventa hombres de caballería a cargo de cuatro oficiales. Embarcado en dicho puerto, pasó después al de Arica y de allí al Alto Perú. A mediados del año 1818 en el cuartel general de Tupiza, se recibió del Estado Mayor General del Ejército que obedecía al general don José de la Serna: era éste el destino que le había conferido el Rey a su salida de España.

Por Julio expedicionó el brigadier Canterac a la provincia de Tarija: allí hizo perseguir las guerrillas de Uriondo, de Espinoza, Sánchez, Rojas —131→ y otros. Estas fuerzas ligeras ocupaban diferentes puntos, siendo incansables en hostilizar a las tropas realistas que tenían que estar en continua agitación; y aunque de ordinario triunfaban por efecto del número y de la disciplina, aquellas bandas resueltas y constantes se rehacían luego, sin faltarles nuevos y esforzados caudillos en reemplazo de los que morían combatiendo o eran ejecutados. Por mucho tiempo y en diversas provincias, este género de guerra trabajó y cansó a las tropas españolas, sin que durante el mando del general la Serna hubiese en el ejército del Alto Perú un suceso señalado de armas, ni una adquisición de territorio, que no fuera pasajera y sin provecho estable; no podía avanzar ni pensar seriamente en las fronterizas provincias argentinas, porque las del Alto Perú era infalible se conmoviesen destruyendo las guarniciones desde que el ejército se alejase. Por otra parte, el poder numérico de éste no habría bastado para responder del extendido país de retaguardia, todo él preparado y mil veces comprometido por la causa de la independencia. Muy luego los anuncios de una expedición de Chile al Perú, por consecuencia de la victoria de Maypú y de la toma en Talcahuano de la fragata de guerra «Isabel» con los buques que convoyó y trasportaron tropas desde Cádiz, sirvieron de terrible advertencia para que los jefes del ejército del Alto Perú comprendiesen, bien a su pesar, que en breve tendrían que desistir de todo plan ofensivo, y que aun la conservación de aquellas provincias se haría difícil y hasta de dudoso efecto.

Las correrías de Canterac y algunos de sus jefes en los alrededores de Tarija, produjeron la ventaja de dispersar no pocas partidas armadas, siendo la más fuerte la del jefe Castillo que interrumpía la marcha de las tropas realistas ocupadas también de defender crecido número de reses y de cargas. De otros muchos encuentros de esa misma época damos cuenta en diversos artículos, ciñéndonos en el presente a sólo las operaciones practicadas por el brigadier Canterac, o bajo su dirección. En 1819 esparcida la noticia de que el general Belgrano movía sus tropas sobre el Alto Perú, creyó la Serna conveniente avanzar las suyas hacia el Sur. Salió de Tupiza el 12 de Marzo. Situó el cuartel general en Cangrejos, adelantándose a Humaguaca el brigadier Canterac con la vanguardia, y luego que fue reforzado con la mayor parte de la caballería, penetró hasta Jujuy, ciudad que ocupó el 26 del mismo mes, después de dispersar las guerrillas de Arias, Álvarez y Cortos que demasiado le molestaban. El general Belgrano había vuelto a Córdova para emplear sus tropas en la lucha contra Artigas, y además se temía en Buenos Aires la invasión de un grueso ejército que debió salir de España para el Río de la Plata a órdenes del Conde del Abisbal. Al retirarse Canterac y seguidamente la Serna a sus antiguos cantones, sufrieron tenaces acometidas de grupos numerosos de ganchos, que detenían a los cuerpos españoles, fatigándolos con una guerra sofocante, bien que sin regularidad ni concierto en ella, era imposible llegar a resultados que los escarmentasen por algún tiempo.

Cuando el general Canterac se encargó del Estado Mayor General, lo estaba desempeñando el coronel don Gerónimo Valdez, y como disfrutaba del favor y predilección del general la Serna, tomó éste el arbitrio de nombrarlo Subinspector de las tropas, creándole una posición que era desconocida. La subinspección general existía en Lima legalmente, y en el ejército las atribuciones de ella debían expedirse por el Estado Mayor General entonces de nueva institución; habiendo en él una sección de inspección para entender en los documentos de ese ramo, y remitir a la capital aquellos que correspondían centralizar cerca del Gobierno. —132→ Valdez apoyado en su círculo, abrigó desde ese tiempo cierta emulación hacia Canterac, que más tarde dividió el ejército en dos partidos, siendo evidente que el de Valdez era el agresivo y dominante; así como resintió y disgustó con sus imprudencias a los antiguos militares del primitivo ejército del Alto Perú a quienes despreciaban los recién llegados cuerpos europeos, porque su instrucción no era conforme a la táctica moderna. Ese mismo partido provocó las quejas y enemistad posterior del general Olañeta y sus adeptos, dando por consecuencia la guerra civil y la destrucción de unos y otros. Torrente lamenta tales divisiones y García Camba, apuntando también las causas que las produjeron, tuvo que confesar algunos, hechos, que no somos los primeros en referirlos; pero se olvidó de culparse a sí mismo y de asignarse la mucha parte que le cupo en ellos.

El virrey Pezuela con la seguridad de la próxima venida de la expedición de Chile al mando del general San Martín, conoció ser necesario aproximar al Bajo Perú parte de las fuerzas del ejército de la Serna. Éste situó su cuartel general en Oruro en Mayo de 1819, formando allí con varios cuerpos una división que estuviera más disponible, y la puso a órdenes de Valdez.

El Rey había admitido la renuncia hecha por el general la Serna, concediéndole permiso para regresar a España y nombrando General en Jefe en su lugar al teniente general don Juan Ramírez que se hallaba de presidente en Quito. Al separarse la Serna del mando en jefe del ejército, quedó encomendado accidentalmente al brigadier don José Canterac, desde Setiembre de 1819.

De Oruro salieron fuerzas a emplearse en la continua fatiga de perseguir las guerrillas que se reproducían por diferentes partes, y cuyos caudillos morían conforme se les batía o se les tomaba: los más notables fueron los hermanos Contreras, Rodríguez, Ramos, Hervoso, Gómez, Antesana y otros oficiales que perecieron a manos de las tropas de los comandantes Ameller y Espartero. Canterac desde su cuartel general de Tupiza hizo perseguir a la partida de Chorolque, quien fue sorprendido y batido el 10 de Diciembre, con tal desgracia que apenas escapó un individuo: Chorolque, su mujer y toda su gente quedaron prisioneros: él y algunos más perdieron la vida. Dispuso también Canterac, que el coronel Loriga y el graduado don Agustín Gamarra, marchasen a ocupar de improviso la quebrada de Toro, y San Antonio de los Cobres, en cuyos puntos dispersaron varias hordas de gauchos armados, y recogieron ganados en número considerable.

Canterac dirigió en el mismo año 1819 al virrey Pezuela un plan que creía ejecutar con buen suceso, expedicionando a Tucumán, y aún más adelante para impedir que el general San Martín se ocupase de su proyectada campaña al Perú. Calculaba de un modo erróneo que atendido el estado de inquietud y debilidad de las provincias argentinas, el ejército que venció en Maypú, acudiría a defenderlas con preferencia a todo. Pero el Virrey más experimentado y cuerdo, negó su autorización para semejante empresa que habría desguarnecido el Alto Perú, quedando descubierto el territorio litoral del Virreinato por la parte del Sur, sin que Canterac lograra su impremeditado designio.

El 5 de Febrero de 1810 llegó a Tupiza el general en jefe don Juan Ramírez y se recibió de un ejército que contaba siete mil hombres en sus filas. Continuaron las correrías y encuentros parciales con las fuerzas que reorganizaban los jefes contrarios en diferentes puntos.

Ramírez, es más que probable que cediendo a sugestiones de Canterac, emprendió el movimiento deseado por éste sobre las provincias —133→ de Jujuy y Salta, cuando no tenía ejército argentino contra quien combatir. Marchó con seis batallones, siete escuadrones y cuatro piezas, el 8 de Mayo, adelantándose el brigadier Canterac que con una ligera columna entró en Jujuy el 25. El 31 ocupó Salta, y el ejército observó a su frente crecidas fuerzas de gauchos montados: hubo repetidos encuentros más o menos ventajosos para los realistas; y sin otros resultados que algunos prisioneros y armas tomadas, se emprendió la retirada al mismo Tupiza, luchando en sus marchas con los arrojados, invencibles y tenaces gauchos.

La llegada del general San Martín en Setiembre de 1820, ocurrió cuando el general Ramírez había ya traído al Perú parte del ejército, estableciendo su cuartel general en Arequipa. Aprovechando el Virrey el corto tiempo en que la escuadra chilena a órdenes de lord Cochrane había dejado el bloqueo del Callao, envió al puerto de Arica las fragatas de guerra «Prueba» y «Venganza» con el trasporte «Rosa», cuyos buques recibieron a su bordo el 2.º batallón del primer regimiento del Cuzco mandado por el coronel graduado don Agustín Gamarra y los dos escuadrones de lanceros del ejército de que era jefe el teniente coronel don Ramón Gómez Bedoya. Estas fuerzas a las inmediatas órdenes del brigadier Canterac, desembarcaron en Cerro Azul el 27 de Noviembre de 1820; y el día que entraron en Lima fue el mismo (3 de diciembre) en que se supo en la capital que ya el ejército realista no contaba con el batallón de Numancia que se había marchado a unirse con el general San Martín. Canterac pasó al campamento de Aznapuquio nombrado Jefe del Estado Mayor General del Ejército, cesando el mariscal de campo don José de la Mar en este cargo que desempeñaba como Subinspector general.

Varias personas influyentes habían de antemano hecho comprender al Virrey, cuanto interesaba utilizar los servicios y luces del mariscal de campo don José de la Serna, a fin de que impidiera su viaje y le colocara en el ejército. Este General, según sus palabras, sólo apetecía volver a España, y tanto él cuanto sus amigos de intimidad hablaban sin cesar de su desprendimiento, de su ninguna ambición y aun de lo quebrantado de su salud. El general Camba dice en sus memorias «que las autoridades de Lima pidieron oficialmente la permanencia de la Serna en el Perú». Como quiera que sea, pues un hecho de esta especie habría sido notorio a todos, este General suspendió su marcha y admitió al virrey Pezuela en fines de 1819 el elevado ascenso a Teniente General que le confirió en nombre del Rey.

El brigadier Canterac descendió a ser instrumento de los mismos que le miraban con azar y envidia: lo ganaron lisonjeando su amor propio los jefes colaboradores y partidarios ardientes de Valdez que componían la logia a que la Serna estuvo siempre sujeto. Necesitaban de Canterac, y él miró en menos sus deberes por atender a su particular interés que le aconsejó unirse a aquel club revolucionario. Canterac por su graduación superior y por el puesto que ocupaba, tenía el mando del ejército acampado en Aznapuquio. Allí se hacía amarga censura de todas las disposiciones del Virrey, algunas de las cuales ciertamente fueron desacordadas; y allí la indisciplina tomando creces culpaba al Virrey de cuantas desgracias fueron inevitables y acaecieron por causas independientes de la previsión y celo del general Pezuela. Atribuíanle el deseo de conservar y defender la capital sin fijarse en las verdades estratégicas ni en las consecuencias de quebrantar los principios más claros del arte. Intentaron desprenderlo de su familia para que enviada ésta a Europa quedase el Virrey desembarazado y expedito para obrar libremente abandonando el sistema defensivo que se le veía seguir. De aquí nació la suspicaz —134→ conjetura que hacían propalar, de que Pezuela se encaminaba a una capitulación: y cuando con apoyo del Cabildo pidieron un arreglo de paz muchos vecinos respetables de Lima, no pocos de ellos españoles, siendo algunos jefes y oficiales del regimiento de la Concordia, y otros de milicias, los fervorosos defensores del Rey en el campo de Aznapuquio, alzaron el grito contra el Virrey acusándolo de complicidad o tolerancia porque varios amigos suyos habían suscrito dicho documento. Para contrariarlo hicieron que muchos individuos más o menos insignificantes que servían en la Concordia como soldados y clases, firmaran un recurso al Virrey pidiendo se separase del cuerpo a los jefes y oficiales cuyos nombres aparecían en aquella representación. De este hecho y otros notables de esos días (fines de 1820) trataremos por extenso en el artículo Pezuela.

El suceso del batallón Numancia había producido honda impresión y alarma en el ejército y en el Gobierno. El anciano Virrey conocía la actividad y talento militar del general San Martín, que dueño del mar podía embarcar sus tropas y trasladarlas adonde le conviniese: meditaba mucho las operaciones y vacilaba a veces para emprenderlas; mientras que a los jefes del ejército todo parecía fácil y hacedero, resueltos como decían hallarse a buscar al enemigo que maniobraba constantemente en la provincia de Chancay. Con motivo de haber avanzado el general San Martín hasta la hacienda de Retes, se les vio más afanosos por ir a atacarle, figurándose que los esperaría o le obligarían a combatir, y no se fijaban en que el ejército contrario obraba bajo muy distinto plan. El Virrey condescendió con dar orden para el movimiento, y marchó el brigadier Canterac con una fuerte división de vanguardia, compuesta de varios batallones y la caballería, debiendo seguirle el resto del ejército con el general la Serna segundo del Virrey en el mando de las armas. El general San Martín que sólo pretendía atraer al ejército español para que se alejara de Lima, lejos de hacerle frente en Retes retrocedió a Huaura.

García Camba tildando a San Martín de confiado y calificando de absurda su venida a Retes dice que se retiró apresuradamente luego que supo la marcha del ejército español, y culpa al Virrey de la falta de secreto porque le rodeaban personas sospechosas. Se empeña en demostrar que San Martín hubiera fracasado, y que su movilidad marítima no podía servirle a causa de que el viento contrario no le hubiera permitido llegar por mar a las cercanías de Lima y Callao, antes de que los cuerpos realistas se volvieran de Huaura y Huacho: pero estas reflexiones que no convencen, porque podía suceder, o no, lo que el escritor da por seguro y evidente, las hace con el fin de acopiar glosas y cargos para que la destitución del Virrey fuese una necesidad premiosa e inapelable. La Serna debía salir de Aznapuquio el 27 de Enero de 1821, mas no emprendió su movimiento por haberlo impedido una orden del cauto Virrey que dispuso también la contramarcha de Canterac que avanzaba sobre Huaura: era el deseo del general San Martín, quien estaba muy distante de aventurar una batalla decisiva: su venida a Retes había tenido por objeto proteger el paso del batallón Numancia.

El regreso de Canterac a Aznapuquio fue la señal de la tempestad que estallara contra el Virrey: exaltados los ánimos de sus enemigos lamentaban con frenética desenvoltura el no haber destruido al ejército de San Martín, a causa de la citada contra orden. La Serna se vino a Lima, y entretanto formuló el coronel Seoane dirigido por Canterac y Valdez, una representación al Virrey, o mejor dicho una intimación para que entregara el mando al general La Serna. En ella se amontonaron en lenguaje descomedido y altivo, cuantas acriminaciones pudieran —135→ imaginar la mala fe y la cavilosidad: se atribuía al Virrey Pezuela cuanto suceso desgraciado se enumeraba desde la llegada de la expedición de Chile. La primera firma que se estampó en el tal escrito fue la de Canterac, continuando las de sus principales cómplices y las de otros jefes dóciles a los preceptos que les imponía la dominante facción.

Depuesto el Virrey, parecía lógico que Canterac y Valdez tomasen la ofensiva contra San Martín, pero no fue así: las cosas siguieron como antes desde 29 de Enero en que se recibió la Serna del poder hasta Julio en que se retiró al territorio del interior. Este General cuando Pezuela en el primer momento le previno fuese a Aznapuquio a contener aquella sedición, se excusó diciendo, que como los jefes no habían de ceder a sus instancias, se exponía a que se le creyese en connivencia con ellos; mucho más cuando él estaba designado en el pliego de providencia para suceder al Virrey. Esto lo indica Torrente, página 146 tomo 3.º, y lo silencia Camba, quien al hablar varias veces de dicho pliego, cuida de advertir que se había sabido después, estar previsto La Serna para suceder a Pezuela.

El nuevo Virrey nombró General en Jefe del ejército de Lima al brigadier Canterac, y Jefe del Estado Mayor General al coronel Valdez. Éstos y los demás jefes congratularon a La Serna en una nota oficial manifestándole que el ejército «ardía en puros deseos de sacrificarse por defender la integridad de la monarquía». En efecto se sostuvieron tres años en el interior obteniendo elevados ascensos, destruyendo el país cuando no ignoraban que tales esfuerzos al fin serían inútiles, y que nada podían esperar de España.

Entre tanto las tropas del brigadier Ricafort que estaban en Jauja, se retiraron a Izcuchaca no pudiendo dominar la insurrección en aquel valle: Valdez marchó a sofocar la de Huarochirí y prestar apoyo a Ricafort con 1.200 hombres. Ambos atacaron la indiada sublevada y la destruyeron haciendo en Ataura una matanza espantosa hasta en los vencidos; después de lo cual vinieron a reunirse al ejército en Aznapuquio.

Canterac asistió a la entrevista de los generales San Martín y La Serna en Punchauca y es regular tomara parte en los manejos empleados por Valdez para desviar al Virrey de toda tendencia al avenimiento que se negociaba.

El general Arenales había marchado con una división desde Huaura al interior y ocupó el valle de Jauja sin que el ejército español tratara de cruzar sus movimientos, ni de emprender operación alguna contra San Martín que carecía de aquella fuerza, y de otra que salió para Arica al mando del almirante Cochrane y del teniente coronel Miller. La única mira fija de los revolucionarios de Aznapuquio fue cambiar de teatro colocándose al otro lado de la cordillera. En Junio salió Canterac para Huancavelica con una fuerte división y pretextando llevar el objeto de perseguir a Arenales: la retirada total todavía era un secreto, y para más asegurarlo quedaron en Lima los equipajes. El 6 de Julio de 1821 evacuó el Virrey la capital y se dirigió por Yauyos al valle de Jauja: dejó muchos enfermos en los hospitales y una escasa guarnición en la plaza del Callao. Según Camba eran dos mil hombres, pero en realidad no pasaron de la mitad; y hace subir a mil el número de los enfermos. La mucha deserción de oficiales y tropa sufrida por los cuerpos del Virrey en su retirada fue efecto de la opinión reinante, así como la alta cifra de enfermos era consecuencia de los seis meses de inacción que tuvieron en Aznapuquio los censores de Pezuela: la experiencia de éste había previsto bien que tales contrastes, lo mismo que la pérdida del Callao, tenían que experimentarse al abandonar la capital.

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Canterac no llegó a Huancavelica y se encaminó hacia Huancayo: dicen los escritores españoles que unidas en el valle todas las fuerzas no contaba el ejército español un total de cuatro mil hombres. Arenales tuvo orden de bajar a Lima y lo verificó sin ser molestado: a esta división Torrente y Camba le dan 4.300 plazas; auméntanle más de mil (apoyados en Miller que incide en la misma exageración) para disculparse de no haberla perseguido oportunamente.

Canterac era el jefe más distinguido de cuantos vinieron de España a sostener la guerra en el Perú: sus conocimientos teóricos y prácticos en las tres armas y en el ramo directivo del Estado Mayor, guardaban conformidad con sus estudios y hábitos militares. Sus cualidades se desarrollaron por largo tiempo en el valle de Jauja en acertadas tareas y con una actividad extraordinaria para la reorganización y disciplina de los cuerpos, y los jefes de éstos siguiendo su ejemplo, los aumentaron e instruyeron con un tesón nunca visto: el reclutamiento fue numeroso y sin excepciones; la labor de las maestranzas continua y provechosa en las obras nuevas de todas clases, lo mismo que en la refacción prolija de armas de fuego que escaseaban mucho y no era fácil reponer.

Debe tenerse en cuenta, para que la historia no continúe falsificada como hasta ahora por plumas maliciosas y apasionadas como las de Torrente y Camba, que los jefes españoles tan aplaudidos por éste, imaginaron que bajando a Lima, al mes de haberla entregado, obligarían al general San Martín a retirarse de la capital, o lo batirían si se prestaba a combatir; y que a no resultar lo uno ni lo otro, volverían a la sierra sacando fusiles de la plaza del Callao e inutilizando las fortificaciones que días antes habían abandonado a su suerte y casi sin víveres, creyendo que se conseguirían de los buques fondeados en un puerto cerrado por fuerzas navales contrarias. Este conjunto de quimeras abrigadas por los rígidos jueces del virrey Pezuela, los decidió a hacer un movimiento sobre la costa para cumplir, decían, con el compromiso contraído de regresar en auxilio del Callao. Alistaron casi toda la fuerza veterana y escogida del ejército y salieron de Jauja con un grueso cuerpo de 4.000 hombres que Camba considera en 2.500 infantes 900 caballos y 9 piezas de artillería; olvidando haber dicho que la división de Arenales había traído del interior 4.300 y que San Martín disponía de más de doce mil hombres, para lo cual sigue el falso aserto de Stevenson escritor adversario de este General, como parcial del almirante Cochrane. La fuerza realista vino mandada por el general en jefe don José Canterac, Valdez era el Jefe del Estado Mayor y el coronel Loriga el Comandante General de la caballería.

Antes de pasar adelante daremos noticia verdadera de las fuerzas que obedecían al general San Martín en esas circunstancias. Batallones argentinos: cazadores, 300 plazas; número 7, 500; número 8, 400; número 11, 300. Chilenos: número 2, 300; número 4, 700; número 5, 300. Peruanos: Numancia, 800; número 1 de cazadores, 400. Caballería argentina: cazadores, 350; granaderos, 300; escolta, 100; artillería, 14 piezas de montaña, argentinas y chilenas: cuyas tropas dan un total de 4.000 infantes y 750 caballos. Así es que con evidencia puede decirse que el ejército contaba con cinco mil hombres disponibles, y no más; pudiendo agregarse 700 guerrilleros en varias partidas. Y así como diremos siempre en verdad y justicia que San Martín tuvo mucha razón para no aventurar una batalla en que habría expuesto a un azar tal vez desastroso la suerte definitiva de la contienda; no nos cansaremos de repetir que sus enemigos no han procedido de buena fe al hacerle cargos porque no acabó entonces la guerra de un golpe; sin recordar en su ceguedad que tenía muchos reclutas en las filas y no pocos enfermos en el hospital; que no podía dejar del todo descubierto el sitio del Callao; —137→ que había en la provincia de Ica una columna de operaciones; y que con el entusiasmo por grande que sea, y partidas de guerrilleros, no se ganan batallas campales que demandan ejércitos disciplinados y competentes. No admitimos como comprobante de las fuerzas los anuncios de los periódicos, porque en ellos se acostumbra, y aun es lícito, separarse de la exactitud con la mira de confundir al enemigo y alucinar al público desafecto, y hasta al amigo para que más se aliente.

El 25 de Agosto de 1821 rompieron su marcha de Jauja las tropas de Canterac y descendieron al valle de Lurín situándose en la Cieneguilla el 5 de Setiembre: al amanecer del 7 tomaron posición en «Pampa Grande», esperando, según dijeron, ser atacados por el general San Martín cuyo ejército estaba acampado en la Chácara de Mendoza. El día 8 hizo Valdez un reconocimiento por las alturas de la Molina, después de lo cual ambos ejércitos maniobraron como les pareció oportuno, y el realista amagando por San Borja con su caballería, pudo dirigirse por la Magdalena al Callao, y situarse el día 10 bajo los fuegos de las fortalezas. Decir los escritores contrarios que esto se debió al tino y valentía con que verificaron sus operaciones, no es en el todo conforme con los hechos y sus causas; porque el general San Martín resolvió estar a la defensiva teniendo por ventajoso que Canterac entrase al Callao donde no podía permanecer por falta de subsistencia y forraje.

Puso el general Canterac cuantos medios estuvieron a su alcance para ver si se podía abastecer de víveres la plaza; se trató de arreglar un contrato que no era dable se cumpliera, desde que la escuadra chilena había de mantener el puerto incomunicado y en la bahía no se encontraban sino cortos auxilios. Aun se reunió una suma de dinero prestado según refiere el general Camba en sus memorias, agregando que fue recibida por el gobernador mariscal de campo don José de la Mar quien no la entregó a los contratistas. Debió decir que se exhibió en Tesorería, y si hasta 1846 en que publicó su obra, no supo que esa cantidad se invirtió, parte en víveres y lo demás en gastos legales del servicio, nosotros lo diremos así, para que no quede con esa aserción hecha a bulto, lastimada o puesta en duda la probidad jamás contradicha del general la Mar a quien tenemos obligación de defender de tan enfático y sospechoso relato: ya que él había muerto años antes de la edición de aquellas memorias. El general Camba, si hería la reputación del general la Mar por piques mezquinos, estaba en el deber de dar razón de los términos de esa contrata, las personas que la celebraron, si de buena fe creía que tal abasto de víveres podía realizarse, y qué garantías se hubiesen dado para anticipar el dinero en cuestión, del cual entendemos que una parte aún se devolvió a ciertos prestamistas.

El 11 de Setiembre se celebró una junta de guerra en que, según el parte de Canterac al Virrey, dio el gobernador la Mar las razones por que el plan de inutilizar las fortalezas no era posible tuviese efecto. Tratándose de una batalla se tocó el embarazo de haber prohibido el Virrey se aventurase, y el de que en caso de un revés, no había más punto de retirada que el Callao donde faltaban los medios de subsistencia. En otra junta del día 13 se acordó por Canterac la retirada al interior esguazando el Rimac por la playa; pero después de marchar en la noche del 14, volvió al Callao porque le impidieron el paso varios buques menores con sus disparos de artillería. Por último, el día 16 opinó Canterac ser inverificable la idea de que la tropa de infantería marchase con dos fusiles, y propuso los llevasen los jefes y oficiales, o en caso contrario dar una batalla exponiéndolo todo. Hubo variados pareceres, y no faltó jefe de caballería que dijese no embarazaría a la tropa de esta arma para —138→ manejar sus sables el llevar un fusil a las espaldas. Se convino en que era impracticable sacar para el ataque artillería gruesa del Callao; y la mayoría de la reunión estuvo por no batirse y ponerse en retirada. Estos inconvenientes, vacilaciones y confusión que afectaron por entero la moral y disciplina, acreditan que los jefes de la revolución de Aznapuquio vivían de ilusiones y fueron experimentando los grandes obstáculos que Pezuela había siempre advertido mejor que ellos: el apretado lance en que se encontraban era consecuencia de sus vanas teorías, o sean desaciertos de más bulto que los que imputaron a dicho Virrey.

Leyendo lo escrito por García Camba acerca de estos hechos creemos haber sido exactos en nuestro relato, y sólo encontramos de notable que diga haber recibido Canterac «nuevas seguridades sobre el cumplimiento de la contrata entablada para abastecer de víveres la plaza»; mas no nombra a los contratistas ni indica cuáles eran esas seguridades, siendo extraño que el general Canterac no les hiciera entregar el dinero reunido de antemano. El historiador Torrente fue más verdadero al ocuparse de este asunto. Refiere «que el comisionado recibió los ochenta mil pesos que se habían reunido y que no encontrando en la línea del mar a la persona encargada de la negociación, regresó con aquella suma a su fortaleza». Y que el Gobernador «por creer irrealizable dicha contrata e impracticable el regreso de Canterac al Callao, mandó devolver una parte de aquel dinero a los contribuyentes y pagar con lo restante a las tropas». Torrente por no dejar de censurar al general La Mar agrega, «que se rindió antes del término que le había fijado el general Canterac (siete días en los cuales éste nada podía hacer, salvo dar una batalla que rehusó provocar) y que bajo este aspecto aparece altamente reprensible su conducta, etc.». Acababa de decir «que la plaza había perdido la esperanza de ser socorrida». Canterac se puso en marcha el 16 de Setiembre para volverse al interior: los sitiados inferían que iba a batirse, pues para hacerlo creer así, hizo vestir de parada las tropas y depositar en el Castillo el armamento los equipajes y otros artículos. El general La Mar estaba en el secreto como lo dicen esos mismos autores: si capituló el 21, fue cuando sólo había víveres para tres días, y cuando sus comisionados vieron en Lima más de 800 desertores del ejército real que se retiraba a la sierra, inclusive 32 oficiales.

El general San Martín tenía su campo en Mirones: Canterac vino hasta la legua, e hizo avanzar una fuerza ligera mientras que con el grueso de sus tropas pasó el río por Villegas, se dirigió a Oquendo y de allí por Márquez a Copa cabana y Pueblo Viejo de Carabayllo. Como era de suceder fue perseguido; y de este modo San Martín prestó apoyo a la deserción experimentada por los que atravesando la provincia de Canta buscaban la cordillera para volver a Jauja abatidos y diezmados. Opinamos que la persecución debió ser muy seria activa y forzosa, y que el general San Martín pudo reportar mayores ventajas de la huida del ejército español.

Esta campaña ciertamente no tuvo nada de acertada ni honrosa: fue un desbarato, un conjunto de contradicciones desde que no venció Canterac a San Martín, no socorrió ni abasteció al Callao, no sacó armamento de la plaza ni provecho alguno de semejante incursión inútil en lo absoluto, desde que le era prohibido combatir.

Bien comprendió dicho General su desaire, cuando en su parte al Virrey se esmeró en referir multitud de triunfos que dijo haber obtenido en su tristísima retirada, dando color y entidad de formales encuentros a tiroteos parciales y exagerados, los más de ellos con partidas de paisanos guerrilleros. Pero en medio de esto se ve estallar su cólera en aquel documento concebido en los términos arrogantes y acres que Canterac —139→ acostumbró siempre en sus escritos. Hablando de las bajas que ocurrieron se expresó en su dicho parte de la manera siguiente. «Desde este día me vi precisado a abandonar la idea de volver al Callao y me decidí a alejarme cuanto antes de las inmediaciones de Lima, pues la más inaudita y escandalosa deserción de más de 30 oficiales y 500 soldados de diferentes cuerpos de todas armas iba a exponer a un grande contraste las fuerzas de mi mando. A la vista de aquel pueblo recordaron estos infames los vicios en que habían vivido en él encenagados y que tantos males han traído a la disciplina de este ejército; compararon cobardes tan abominables placeres con los trabajos que al repasar los Andes podían tener, y se abandonaron al más detestable crimen, olvidando el honor y constancia que siempre han distinguido a los soldados españoles».

En uno de los choques, que fue el de Puruchuco, realmente alcanzaron ventaja, y habiendo sorprendido a dos oficiales que de sus filas venían a unirse con los independientes, fueron fusilados en virtud de orden de Canterac. Esto dice Camba, pero Torrente refiere que fueron prisioneros que antes habían abandonado a las tropas realistas. Llegaron éstas a Jauja el 1.º de Octubre de 1821 y así terminó la memorable expedición al Callao. El virrey La Serna que había aguardado en Huancayo el éxito de ella, se trasladó al Cuzco. Canterac volvió a ocuparse con mayor empeño del aumento del ejército, de su equipo y mejora de la disciplina: envió al Cerro de Pasco una columna con el coronel Loriga en demanda de recursos: allí corrió serios peligros viéndose acosada por fuerza contraria y por el pueblo, hasta que después de recios ataques que rechazó pudo retirarse al valle: Loriga servía el Estado Mayor de Canterac por haber marchado a Arequipa el coronel Valdez a desempeñar igual cargo en el ejército del Sur mandado por el general don Juan Ramírez.

Tenemos que referir aquí un acto innoble y oscuro del brigadier Canterac. El Capitán de Estado Mayor graduado de teniente coronel don Antonio Placencia, fue uno de los que abandonando el ejército español tomó servicio con los independientes. Irritado Canterac contra él le dirigió una carta redactada en términos de mucha confianza y apropiados para hacer creer que aquel oficial había venido a desempeñar una comisión secreta. Le trataba de algunos de los encargos que suponía haberle hecho y agregaba otras prevenciones artificiosas para persuadir de que Placencia procedía de mala fe. Éste presentó en el acto al Gobierno la insidiosa comunicación, y con permiso del general San Martín dio Canterac una terrible respuesta defendiendo su honor y poniendo en trasparencia lo indigno y bajo del arbitrio calumnioso empleado para satisfacer una venganza. El periódico Correo Mercantil insertó en su número 27 (año de 1822) estas cartas que reproducimos, la primera íntegra y la segunda en lo más sustancial por su demasiada extensión.

«Huancayo 20 de Noviembre de 1821. Mi querido Placencia: recibí su aviso y en contestación digo a Usted no intente lo que me decía, y si bien al contrario permanezca Usted aunque sea aguantando todo y disimulando: pues llegará el día en que cerca mis tropas de las de San Martín me será Usted tan útil como en mi expedición pasada... Usted me conoce y por lo mismo debe Usted estar bien persuadido que seré generoso en recompensar sus servicios. Como me dice Usted tiene muchas dificultades para hacerme llegar las suyas, puede Usted valerse de este conducto, que antes de marcharse el Virrey me ha asegurado ser de toda confianza. A Dios, suyo Canterac».

Contestación.- «Lima Diciembre 8 de 1821. Mi querido Canterac: He recibido por conducto de mi asistente, entregada a éste por un sujeto, no sé quién, una de Usted en que afecta la intención de que llegase a mis —140→ manos, cuando en verdad aspiraba Usted a todo lo contrario. Su contenido, relativo a fingir que yo le doy avisos, habría exaltado hasta lo infinito a otro que conociese menos el temple de Usted; pero yo que lo tengo tan penetrado; yo que por desgracia mía he asistido las más veces a sus conferencias, donde se han desenvuelto su modo de pensar planes y proyectos; yo finalmente que me precio de saber de cuanto es Usted susceptible, he distado mucho del grado de exaltación a que otro habría ascendido (...).

»Sube de punto cuanto he dicho, al considerar que con semejante procedimiento no sólo viola Usted los sagrados derechos del hombre, sino que infringe sacrílegamente los juramentos que tiene prestados de hacer bien a sus semejantes en cualquiera parte del globo donde se halle. No es nuevo en Usted este manejo de desconocer sus deberes en América: pero cada hecho que se agrega es un comprobante más del olvido de sus primeras obligaciones y un capítulo para la causa que le traerá algún día los funestos resultados que hoy inútilmente ha querido Usted hacerme sentir por sólo haber descubierto mi contrariedad a sus principios (...) y no puedo desistir de las ideas liberales que me animan, y por las que a no haber andado indulgente Olañeta, me habría fusilado en la ocasión que advirtió la fuga de Iriarte y mi complicidad en ella; y Usted en las muchas que le indiqué mi opinión sobre la injusta guerra que hacíamos en América, sobre la impotencia de España para prestar auxilios, y sobre lo poco que se podía esperar de la oficialidad y tropa del ejército de Lima: comprobándolo alguna vez con el suceso de haber salido Usted con tres escuadrones para el Trapiche, donde nos hicieron correr treinta montoneros por mañana y tarde llevándose después una piara de mulas que teníamos encerrada en la casa.

»No he podido a pesar de las distinciones que a Ustedes he merecido, sofocar aquellas ideas que igualmente Usted y los demás amigos antes de su desembarco manifestaron, y después ocultaron por su propia conveniencia. Digo por su propia conveniencia, porque Usted sabe muy bien que cuando vinieron a este país fue con intención de formar en él una revolución, de cuyo proyecto está también impuesto Su Excelencia el Supremo Protector del Perú, por las comunicaciones que le manifestó el capitán Carretero: y que habiendo llegado al Alto Perú se aprovecharon de la imbecilidad de aquel General, le dominaron y se colocaron en un rango a que nunca habrían llegado por su poca representación: y ya constituidos en este estado, no entraron en relaciones con el general Belgrano, como se había tratado y convenido, pretextando que los americanos eran indignos de consideración y amistad. Usted a su llegada previó, aunque con cálculo erróneo, que según las esperanzas que le dio Pezuela, conseguiría muchas ventajas en su carrera y que hallándose vacante la Intendencia de Potosí podía obtenerla y sacar de ella más partido que el que se prometía de contribuir a la felicidad de esta parte de América: solicita Usted del Gobierno español premie sus virtudes con dicho destino, y desentendiéndose de todo no piensa en aquella época más que en los impuestos que debía recargar cada un año en las visitas de minas. Se llama Usted a servil por su propio interés y declama contra el general Lacy, y después contra Quiroga, Riego y otros que proclamaron la libertad española en la isla de León, deseando ver sus cabezas fijadas en el puente Suaso: y conservando después estos mismos sentimientos, es el primero que cuando llegó a Aznapuquio el comisionado regio don Manuel Abreu expone su voto sobre que debía ser éste asesinado por manifestación que hizo de que los americanos hacía diez años derramaban su —141→ sangre, y que era necesario, si se había de entrar en alguna composición, tener presente su valor para ceder parte de nuestro derecho (...).

»Me parece que le oigo a Usted tacharme de tanto más ingrato cuanto soy de ingenuo en confesar lo que llevo expuesto, pero es un engaño: porque ni se obró por espíritu de beneficencia en lo que dice relación a mi persona, ni merece el renombre de ingratitud haberme separado de una facción, que olvidando los sentimientos de honor, se ha propuesto sostener a todo trance las banderas de la propia conveniencia que son las que ustedes sostienen hasta el día. Ha visto usted realizados mis designios; sabe usted que nos conocemos: considere usted que debo ser un pregonero eterno de que no defienden ustedes más causa que su capricho y los empleos en que se han colocado por la intriga: que no hacen la guerra con otro fin que con el de degradarse en indebidas adquisiciones y acarrear cuantos males puedan al país, con la muerte, el horror y la desolación: que han desterrado de sí todas las virtudes y no conocen otros resortes que la ambición, el despotismo y arbitrariedad: todo esto y mucho más se viene a la imaginación de Usted en los ratos de su impotente despecho, y ardiendo en furor de verme protegido por el Gobierno filantrópico del Estado del Perú y contribuir en cuanto está a mis débiles alcances al feliz éxito de la justa causa de América, no haya usted arbitrio como causar mi destrucción. Persuadido de que el presente le ha salido estéril, porque Su Excelencia está penetrado de la malignidad con que usted y los demás amigos proceden aun en los asuntos más triviales, busque usted otro de los muchos que hay en los oscuros fondos de la intriga y la cabala, y póngalo usted en ejercicio; seguro de que la venganza de usted me es tanto más honrosa, cuanto sea más negra y ajena de los sentimientos de un jefe».

Bien comprendía Canterac que para dominar por entero en el valle de Jauja, tenía que esparcir el terror entre sus habitantes; y como en los pueblos limítrofes o más próximos al territorio de Huarochirí asomaba la insurrección con facilidad, sin reparar en lo instable de las ocasiones, ni temer la cercanía de numerosas fuerzas, procedió aquel general a subyugarlos y anonadarlos por medio de atroces crueldades. Copiamos la proclama de Canterac a los moradores de Pachacayo dada allí mismo el 1.º de Febrero de 1822, la cual vimos entonces, y se halla inserta en la Gaceta de Lima de 16 de dicho mes.

«El no haber atendido a las insinuaciones que os han sido hechas, exhortándoos a que os presentaseis y no dieseis auxilios a los rebeldes, os ha proporcionado el castigo que acabáis de sufrir, el que por la misma causa sufrieron los pueblos Huaihuay y Chacapalpa, y el mismo que sufrirán todos los que sirvan de abrigo y guarida a los bandidos. Mirad los pueblos que componen los valles de Jauja y Tarma: sus moradores conociendo sus verdaderos intereses, se mantienen tranquilos, sirven fielmente en cuanto se les ocupa en servicio de la nación y del rey, y por esta conducta que vosotros debierais haber imitado, están libres del castigo que experimentáis: escarmentad pues: perseguid a esos malvados que sólo bajo el nombre de Patria intentan vuestra ruina, y entonces hallareis protección en las armas españolas que tengo el honor de mandar». Canterac.

«La anterior proclama avisa bien las ferocidades que cometen los enemigos para tener el placer de destruir los pueblos que no pueden dominar. Testigos presenciales que han podido salvar del incendio y devastación de sus hogares, han traído original la anterior proclama y han asegurado al Gobierno bajo la garantía de un amargo llanto, que no puede menos de ser sincero, que ellos han visto arder los —142→ pueblos e iglesias de Chacapalpa, Huayhuay, Llocllapampa, Pachacayo, Llanama, Mullunya y Cingua, de donde han robado todas las alhajas y vasos sagrados. Entre los infelices peruanos que han sido sacrificados, es muy notable el género de muerte que dieron los enemigos a Miguel Artica, a quien le cortaron la lengua antes de ejecutarlo, cometiendo igual crueldad con Paula Huamán y Eufrasia Ramos. ¿Habrá quien se admire de tan horribles e inauditos atentados? No es de esperarse ciertamente, pues todos saben que entre los españoles lo más bárbaro es lo más natural, mucho más si se recuerda que el general Canterac es el que ha dado las órdenes para que se hagan tan terribles agresiones contra la naturaleza, y que es el mismo que en Costa Firme cortó la retirada a más de 500 enemigos que fueron todos pasados a cuchillo». (Gaceta ya citada).

La provincia de Cangallo (antiguamente Vilcashuamán) había contraído generosos compromisos desde el principio de la guerra por su decidido afecto a la independencia. Tanto por su situación topográfica como por lo frecuente de las hostiles correrías que hacían sus habitantes en partidas montadas y armadas, inquietaban al ejército español y lo molestaban interrumpiendo la comunicación entre el valle de Jauja y el Cuzco, a tal punto que hasta los correos necesitaban de escolta para conseguir en su tránsito la necesaria seguridad.

El coronel Carratalá que maniobraba en aquel territorio sin poder arribar a un desenlace feliz y menos conseguir la pacificación completa que ansiaba, recibió órdenes de Canterac para castigar a los de Cangallo sin que la dureza y el rigor admitiesen tregua ni compasión. Tratando de su exterminio Carratalá entregó a las llamas el pueblo de Cangallo ejercitando la mayor crueldad con sus habitantes.

Que estos hechos atroces fuesen autorizados por Canterac no habrá quien lo extrañe: pero la Serna a quien elogiaban por filántropo los que le hicieron Virrey, no sólo aprobó esos atentados, sino que en decreto de 11 de Enero de 1622 después de llamar criminalísimo e infame al pueblo de Cangallo, mandó que nunca se reedificara para que desapareciese de la memoria de los hombres. Véase, la Serna. Véase, Carratalá.

El Gobierno de la República en Marzo de 1822 mandó levantar de nuevo ese pueblo titulándolo «Heroica Villa de Cangallo»: que en su plaza se erigiera un monumento: que por 4 años fuera, exceptuado de toda contribución, etc. Y el de Buenos Aires, indignado con el hecho vandálico e inolvidable que hemos referido, decretó en 28 de Marzo de 1822 que una calle de aquella capital se denominara «Cangallo» para perpetuar un recuerdo del patriotismo heroico de dicha población.

Canterac después del incendio y ruina de los demás pueblos de que hemos hecho memoria, tuvo la avilantez de hacer circular la siguiente proclama que suscribió en Huancayo a 15 de Febrero de 1822.

«Habitantes de Lima y de su Costa:

»Estoy bien penetrado de vuestra situación: los que os gobiernan hoy, han sido y serán siempre vuestros únicos enemigos: el ejército que tengo el honor de mandar, olvidará gustoso acaecimientos pasados por el placer de abrazaros como amigos, el día mismo que su valor os devuelva el título de ciudadanos de una nación grande, si vuestra conducta fuere la de habitantes pacíficos; pero si ciegos a vuestro interés favorecéis los designios de los revoltosos, tened a la vista el castigo que acaban de sufrir los habitadores de Huayhuay, Chacapalpa y otros, cuyos pueblos por su obcecación han sido entregados a las llamas. Este —143→ ejército espera de vosotros una conducta que exceda si es posible su generosidad. Éstos son sus sentimientos, que garantiza su General y vuestro amigo. José Canterac».

Este general precisaba a sus inmediatos tenientes a emplear el rigor más inhumano para con los pueblos; y ellos a su ejemplo recargaban las amenazas y las hacían efectivas para recomendarse, sobresaliendo en la barbarie que inspiraba la innoble conducta de la autoridad superior. Así el brigadier Monet que no entró en la sedición de Aznapuquio y a quien un tiempo se le consideraba en Lima como hombre moderado, en una circular que de orden de Canterac pasó en Jauja el 14 de Febrero de 1822 a los cabildos de ciertos pueblos para que concurriese gente a tomar parte en el trabajo de rehacer y fortificar el puente de Sobero, previno que al que no obedeciese se le saquearía y quemaría su casa sin perjuicio de ser fusilado el alcalde que no cumpliera el mandato. Véase, Monet.

Al territorio de Ica y Chincha envió Canterac una columna móvil en su mayor parte de caballería, la cual al mando del coronel Rodil inquietaba Cañete y recorría la costa de Pisco. Fueron frecuentes los choques de armas que tuvieron las partidas realistas de esa dependencia con las que desde Lima iban a contenerlas. Sufrieron varias derrotas y siempre fueron obligadas a replegarse. Para librar la provincia de Ica y asegurar su quietud, dispuso el general San Martín marchara a situarse en ella una división que encargó al general don Domingo Tristán y al coronel don Agustín Gamarra como Jefe de su Estado Mayor. La formaban los batallones número 2 de Chile, números 1 y 3 del Perú y 260 caballos con un total de 1.700 a 1.800 hombres según consta de las instrucciones del general San Martín a Tristán publicadas después: mas los escritores españoles hacen subir la fuerza de esta división a 3.000 hombres con la mira de dar más importancia al triunfo que alcanzaron los realistas, no más que por la imprevisión y faltas de sus contrarios.

Con motivo de haber avanzado el coronel Gamarra hasta Nasca al frente de una columna ligera, el general Ramírez envió con otra desde Arequipa al coronel Valdez para defender Caravelí y seguir por las inmediaciones de Parinacochas y Lucanas observando aquella fuerza y amagando a Ica por los altos. Como era consiguiente Gamarra tuvo que retirarse reincorporándose en dicha ciudad a la división de que dependía.

Canterac salió de Huancayo para Ica el 26 de Marzo de 1822 con 1.400 infantes escogidos, 600 buenos caballos y 3 piezas de artillería (según Camba). El Virrey acababa de ascenderlo a Mariscal de campo promoviendo a brigadieres a Valdez, Loriga, Carratalá y otros. Llevó de Jefe de Estado Mayor a Carratalá, de Comandante General de la infantería al brigadier Monet y de la caballería a Loriga. La marcha fue rápida y por meditada dirección: en Ramadillas se avisó a Canterac por una mujer, refiriéndose a un pasajero, que Tristán se había retirado de Ica; y juzgando con ligereza que su movimiento estaba descubierto, dispuso regresar a Huancayo precipitadamente, porque su imaginación acalorada le hacía concebir la idea de una expedición de Lima al valle de Jauja que quedaba casi indefenso: conjetura no muy discreta ni acorde con el tiempo que tal empresa demandaba para llevarse a efecto.

Y como se le hiciesen reflexiones contra un retroceso inmotivado, varió Canterac su resolución determinando se practicara un reconocimiento sobre Huamaní del cual resultó saberse con evidencia que existía la fuerza de Tristán en Ica. Entonces avanzó al Carmen Alto, de donde se movió de noche por un lado de la ciudad hasta ocupar el camino de Lima y detenerse momentos en la hacienda de la Macacona. La sorpresa —144→ fue consumada y cuando la división peruana se apercibió del peligro, ya lo tenía delante. No se habían guardado las avenidas a la distancia conveniente ni empleado un espionaje bien concertado y activo: y lo único que se infirió, oído el rumor de enemigos, fue que sería la columna del Sur la que se aproximaba a órdenes de Valdez. Es de advertir que se había mandado a un oficial a título de parlamento; mas como le siguiese tropa y se trabase un choque en Huamaní se le declaró prisionero de guerra. El parlamentario llevaba una nota para Canterac y 12 onzas de oro para auxilio de un oficial prisionero: las contestaciones de aquél dieron a conocer que no se sabía ni aun se imaginaba en Ica la expedición procedente de Huancayo.

Conocida la realidad de las cosas por el general Tristán emprendió su retirada de Ica; y siendo la una de la mañana del 7 de Abril, con la claridad de la luna reconoció a los enemigos que de la Macacona se habían adelantado hacia la ciudad situándose en terreno que les favorecía. Trabose un choque de guerrillas y luego se empeñó por ambas partes un combate en que alcanzaron victoria los realistas. Salvose una parte de la fuerza que se dirigió a Pisco y a Chincha.

La caballería que envió Canterac a perseguir los dispersos a órdenes del comandante Marcilla se volvió de Villacurí, y encontró y batió al escuadrón de lanceros del Perú que iba para Ica sin saber el suceso desgraciado de la división.

El brigadier Loriga con dos escuadrones ocupó Pisco y sin demora se regresó a Ica. No perdió tiempo Canterac conociendo lo que le importaba restituirse a Huancayo; y dejando a Carratalá en Ica con algunas órdenes, rompió la marcha por la vía de Guaytará donde se vio con el brigadier Valdez, quien se puso inmediatamente en camino la vuelta del Sur. El triunfo de Ica enorgulleció al ejército español y levantó a mucha altura la proverbial insolencia del general Canterac. En sus documentos oficiales figuraban mil prisioneros y un gran parque: pero de la división dispersada fue reuniéndose tropa, y a poco había en Cañete más de 500 hombres aparte de los muchos prófugos que desaparecieron. Tristán tenía en Ica sólo las precisas municiones y algunas armas; sus repuestos de consideración se conservaban a bordo en el puerto de Pisco.

El Virrey concedió un crecido número de ascensos, particularmente a los jefes, por la campaña que acabamos de referir.

El ministro plenipotenciario de Colombia Joaquín Mosquera refiriendo que conforme a una orden general del ejército de Canterac los individuos del batallón Numancia que cayesen prisioneros serían fusilados, ocurrió al Gobierno del Perú en Mayo de 1822 con el objeto de que tomara alguna providencia capaz de contener la barbaridad que entrañaba aquella disposición. Agregó que la había comunicado al Presidente de Colombia para que hiciese entender al Virrey que se usaría de represalia con los prisioneros de Pichincha, ya que se violaba lo pactado en aquella República cuando se regularizó la guerra. Con este motivo dio Canterac al general en jefe don Rudesindo Alvarado con fecha 7 de Junio una larga contestación en que a falta de ajustadas razones deslizó su pluma con los descomedimientos a que tenía propensión en sus escritos oficiales. Tuvo derecho para decir que era falso se hubiese pasado por las armas a los oficiales Torres y Montanches; e indicó que sólo fueron fusilados por especiales causas, que no dijo, el teniente Zapata y cuatro individuos de tropa prisioneros en Ica. Para no dejar asentado por nuestro simple dicho que la altivez del general Canterac salió de límites desde la victoria de Ica, copiaremos unas pocas cláusulas de su citada nota.

—145→

«(...) También se advierte a primera vista una grosera falta de inteligencia, o sobrada malicia, cuando el señor enviado expresa haber visto en la Gaceta del Gobierno legítimo, una orden en que se previene que a ningún individuo de Numancia que se hallare sirviendo con los enemigos y fuese prisionero, se dé cuartel. Que lea otra vez el señor Mosquera la orden, y se convencerá de que ella sólo condena a los indignos oficiales de Numancia a no tener cuartel; y que a la tropa de dicho batallón se le dará siempre, pues estamos seguros fue seducida por aquellos infames (...).

»El Gobierno para dar a conocer los humanos sentimientos de que naturalmente se halla revestido, ha proscripto únicamente a los indignos oficiales de Numancia, ejercitando su generosidad con todos los individuos de tropa del mismo cuerpo, como el señor enviado Mosquera, si sabe leer, no podrá negar (...).

»La experiencia me ha convencido, de que es inútil todo tratado entre este ejército, y el que tiene Usted a su cargo; pues nosotros dependientes de una nación grande, cumplimos religiosamente lo que pactamos, según Usted si lo examina sin pasión, confesará de buena fe; y así, es indudable que perderíamos mucho en el convenio, cuando por la parte contraria es muy raro se realice nada de lo que se ofrece o conviene (...).

»Para concluir de contestar la citada nota, advertiré a Usted por el modo grosero, indecoroso, impropio y falto de urbanidad, con que se produce el señor Mosquera: que si en lo sucesivo en los asuntos que se tercien durante nuestra contienda, no se guarda el decoro y dignidad que exigen las personas constituidas en cargos superiores, y no se conserva el respeto a la noble nación a que pertenecen, serán devueltos sin contestación los pliegos que reciba, y cesarán para en adelante toda especie de comunicaciones. Con lo que llevo referido, dejo contestado también al oficio de Usted y sólo añadiré sobre su último acápite: que luego que tenga la satisfacción de que el ejército de mi mando llegue a las manos con el del cargo de Usted, se verá quién pide cuartel, si Numancia o los valientes que tengo el honor de dirigir (...)».

En otras notas igualmente descorteses y acres que dirigió Canterac a Alvarado tratándolo de Coronel por el ridículo desahogo de no reconocer su empleo de General peruano, hizo en 1822 varias gestiones con diferentes objetos. Propuso el canje del coronel don José Santiago Aldunate tomado en Ica, con el de igual clase Marqués de Valleumbroso que navegando para España en el bergantín de guerra «Maypú» cayó prisionero por haber tomado a este buque la corbeta de guerra de Buenos Aires la «Heroína». Valleumbroso iba a dar cuenta al Rey de la revolución de Aznapuquio; y el Gobierno aceptó el indicado canje en cuya virtud regresó libre el coronel Aldunate. Negando Canterac que a este jefe se le hubiese causado molestias, halló como hacer una acriminación basada en un hecho falso. Dijo que se había dado mal trato al coronel Beza en Chile y estando con heridas de más gravedad que las de Aldunate. El general Alvarado respondió a Canterac que Beza no recibió herida alguna, sino un golpe de caballo, en la batalla de Cancharrayada que no le impidió concurrir muy luego a la de Maypú, y que prisionero en ésta había sido considerado por su clase sin darle el menor motivo de queja. En las demás notas de Canterac que están impresas en la Gaceta de Lima de 3 de Julio de 1822 hay diferentes suposiciones que fueron contestadas haciendo ver la malicia o error con que fueron escritas. Y el general Alvarado al ver lo injusto y destemplado —146→ de las notas de Canterac, tuvo que expresarse en estos términos.

«A un solo punto quiero contraerme por honor personal mío; tal es la sorpresa de Izcuchaca. Nadie mejor que el señor Carratalá podrá responder a este cargo: pues cinco días antes de haberla sufrido, recibió el aviso mío de estar rotas las hostilidades; y yo tuve antes de haberla ejecutado contestación suya. Son muy ajenos de mi educación civil y militar los insultos personales; jamás he acostumbrado ofender con palabras; y nunca sé extender mis tiros más allá de la circunferencia que puede marcar la punta de mi espada».

Por Julio de ese mismo año prometiendo un indulto a las tropas del ejército independiente, les dirigió Canterac una proclama desde Huancayo llamándolas para que se uniesen a las realistas, asegurando estar próximos a llegar poderosos auxilios de España y anunciándoles que tendrían que abandonar sus hogares y familias siendo conducidas por sus jefes a países remotos e insalubres.

Los encuentros de armas no cesaban, amagado como estaba el valle de Jauja por las partidas de guerrilleros que abrigados por los pueblo, distraían las fuerzas de Canterac por diferentes direcciones. Fue rechazada con bastante pérdida la que intentó tomar el punto de Comas el 29 del mes de Julio. Desde Yauyos y Huarochirí aquellas fuerzas ligeras en sus continuadas correrías, reportaban ventajas y privaban de recursos a sus enemigos.

Después de su triunfo en Ica, Canterac conservó guarnición en dicha ciudad de donde con frecuencia salían expediciones sobre Pisco, Chincha y aun Cañete. No pocas veces sufrieron contrastes y se dieron a la fuga hostilizadas por la caballería peruana que nunca les permitió reposo. En estos ataques hubo algunos de consideración sin que en una sola vez dejase de ser favorecida por la victoria. Al coronel español Rodil estaba confiada la dirección de las tentativas procedentes de Ica que ciertamente nada tuvieron de felices según lo advierte el resultado de ellas: la más notable fue la de Cancato en Noviembre de 1822.

Luego que supo el Virrey que el general Alvarado había salido del Callao para la costa del Sur con el ejército que mandaba, ordenó a Canterac enviase con el brigadier Monet dos batallones y dos escuadrones vía del Cuzco: mas Canterac aumentando otros dos escuadrones se puso en camino para conducir estos cuerpos y dirigir por sí mismo la campaña que era indispensable hacer en aquel territorio. El Virrey tomó a mal la resolución en cuanto a la persona de Canterac creyendo que no debía separarse del valle de Jauja: pero no obstante él la ejecutó dejando a cargo del resto de su ejército al brigadier don Juan Loriga. Acerca de este particular dice el escritor García Camba «que Canterac ambicionaba estar en todas partes donde hubiera mayor riesgo; pero que esto no era compatible con los intereses del mejor servicio». Así encubrió su crítica que en verdad provenía de que la ida de Canterac al Sur privaba del mando en jefe al brigadier Valdez de quien aquél era exaltado partidario.

Alvarado desembarcó en Arica donde estuvo en larga inacción porque un trasporte con el batallón número 5 de Chile tardó en el viaje 53 días, y porque no llegaban los caballos que esperaba de Chile. Principió sus operaciones tarde y en su movimiento a Tacna llevó parte de su caballería en mulas y burros. Hizo una activa requisa de caballos que produjo buen efecto gracias al entusiasmo y desprendimiento de los habitantes. El ejército que los exagerados historiadores españoles han dicho se componía de 5 a 6 mil hombres, y que la Legión Peruana llevaba dos batallones, no tuvo más cuerpos y fuerzas que las que vamos a expresar —147→ y que nos consta porque servíamos entonces en su Estado Mayor General. Ejército de los Andes: batallones 7 y 8 que formaban el regimiento Río de la Plata, 820 plazas: batallón número 11, 310: Regimiento Granaderos a caballo, 4 escuadrones con 400 hombres, al mando del general don Henrique Martínez y su Jefe de Estado Mayor era el coronel mayor don Cirilo Correa. De Chile los batallones número 2, con 200 hombres, número 4 con 680, número 5 con 300, y una brigada de artillería con 8 piezas, bajo las órdenes del coronel don Francisco Antonio Pinto que era el Jefe del Estado Mayor General del Ejército: el primer batallón de la Legión Peruana con 560 plazas. El 2 de Chile quedó en Tarapacá, y de la Legión, su compañía de Cazadores pasó a la costa de Arequipa con el coronel Miller. La fuerza total de este ejército fue pues de 3.380 hombres y cuanto en contrario se diga aumentándola, es de todo punto falso.

El brigadier Valdez vigilaba la costa de Moquegua y Tacna con los batallones Gerona y Centro cada uno con más de 800 hombres como pudo calcularse por lo que se vio en la batalla de Torata. Su caballería constaba de 3 escuadrones de Cazadores, el de Dragones de Arequipa y el 3.º de Dragones de la Unión: una compañía de Zapadores y varias piezas de artillería. En el artículo tocante a Valdez daremos noticia de las operaciones practicadas por la División que mandaba y por el ejército del general Alvarado hasta que ambas fuerzas combatieron en Torata.

En el presente nos toca tratar de los sucesos ocurridos desde que el general Canterac, se presentó en ese campo de batalla y quedó a su cargo el mando en el cual se le había ya reconocido en la división de Valdez.

Con los dos batallones y cuatro escuadrones que hemos dicho sacó Canterac del valle de Jauja llegó al Cuzco y descendió a Puno: eran el de Burgos y el de Cantabria con 600 plazas cada uno: los escuadrones fueron, 2 de Granaderos de la guardia y 2 de Dragones de la Unión que contarían un total de 450 caballos. Sabedor Canterac del estado de las cosas y que la provincia de Moquegua era el teatro de la guerra, dejó Puno y por la cordillera marchó hacia Torata. Llegados a Chilota (una jornada antes) se adelantó con sólo sus ayudantes y entró al mismo campo en el fragor de la batalla, en la tarde del día 19 de Enero de 1823.

El empeño imprudente del general Alvarado de forzar las inexpugnables alturas de Yluvaya y Valdivia, más bien que la suerte de las armas dio la victoria a las tropas españolas después de una lucha tenaz de 9 horas en que el número de muertos y heridos fue muy considerable.

La Legión Peruana perdió siete oficiales y el regimiento Río de la Plata 15, cuatro de ellos capitanes. Ninguna batalla ha tenido en el Perú más duración ni ofrecido más víctimas: y entiéndase que en la línea de ataque no estuvieron sino esos dos cuerpos y el número 4 de Chile: el número 5 y el número 11 se hallaban en segunda línea como la caballería: conque es visto que la diferencia numérica de combatientes no era tal que mereciese vanagloriarse tanto los escritores españoles incansables en encomiar a Valdez. Si este brigadier supo elegir las posiciones, la justicia dirá siempre, que a éstas más que a todo lo que se quiera debió su victoria.

El general Alvarado casi al entrar la noche hizo su retirada en buen orden, y acampó en Samegua su diezmado ejército: se ha calculado con fundamento que 300 soldados quedaron fuera de sus filas. Las fuerzas que bajaron de Puno y las vencedoras se reunieron en Torata el día 20 y el 21 antes de asomar la luz se pusieron en marcha sobre sus contrarios como era de presumirse. El general Alvarado resolvió comprometer —148→ otra batalla y pasó a situar su ejército en un campo vecino a la ciudad de Moquegua defendido en su frente por un barranco y a su derecha por cerros muy cercanos y elevados. El peor inconveniente que se presentaba era la falta de municiones, consumida como había sido casi toda la existencia del parque en la larga lucha de Torata.

A las 9 de la mañana más o menos se presentó Canterac con el ejército real y formó delante de su adversario cuatro masas paralelas de batallón: las dos de la derecha eran Burgos y Cantabria con el brigadier Monet, quien cubrió el frente con prolongadas guerrillas y a su flanco derecho estaban siete escuadrones y cuatro piezas de artillería. Las otras dos columnas eran los batallones Gerona y el Centro al mando del brigadier Valdez y tenían a su flanco izquierdo dos escuadrones. Esta división hizo un movimiento dirigiéndose a circular por su izquierda y tomar las alturas que apoyaban la derecha de las columnas del general Alvarado. Cuando éste lo advirtió mandó para que las ocupase antes una compañía de cazadores del Río de la Plata que de la misma eminencia a que llegó fue arrojada descendiendo en dispersión. Entonces Alvarado envió el 2.º batallón de dicho regimiento para que sostuviese a sus cazadores y rechazara a Valdez: pero no había tiempo para semejante defensa porque ya Valdez bajaba por aquel cerro; y luego penetró en el campo de los independientes formando al punto sus dos masas y los dos escuadrones que llevaba. En tanto que en nuestra derecha se combatía con ardor, la división del brigadier Monet precediéndola sus guerrillas, pasó el barranco y a pesar del fuego de los dos batallones chilenos 4 y 5, número 11 de los Andes, y artillería, logró entrar a nuestro campo aunque con notable pérdida y allí se peleó con igual esfuerzo. La Legión Peruana sostuvo al regimiento Río de la Plata en la derecha y sufrió un ataque de caballería. El escuadrón realista 1.º de Granaderos de la guardia fue derrotado, y su comandante Fernández muerto en la carga que le dio el 1.º de Granaderos de los Andes con el coronel don Eugenio Necochea a su cabeza. En esta arma llevaba gran ventaja el ejército de Canterac que tenía 9 escuadrones, siendo cuatro los de su contrario: en cuanto a la infantería, sus 2.500 hombres se hallaban bien provistos de municiones. No era superior en número la infantería de Alvarado que agotó sus cartuchos sin tener cómo reponerlos; y así fue batida quedando sin embargo muy bien puesto su honor. De todas sus tropas, aunque perseguidas en la fuga llegaron a reembarcarse más de 300 hombres infantes y como 250 de la caballería argentina, 500 de los batallones chilenos y 200 de la Legión Peruana: el número 2 de Chile y parte de lo que se salvó de la Legión, perecieron después combatiendo en Iquique. En el tránsito por la Rinconada se detuvieron los granaderos de los Andes y haciendo frente a retaguardia rechazaron ventajosamente a la caballería realista, con lo que la retirada a Ilo pudo hacerse con menos desorden vista también la tardía diligencia de las fuerzas victoriosas.

En el parte que Canterac dio al Virrey sobre la batalla de Torata dijo, «que dos batallones y tres escuadrones batieron completamente a todo el ejército Libertador del Sur, cuyas tropas huyeron casi a un mismo tiempo de todos los puntos, etc.». Más jactancioso y menos veraz al participarle su triunfo en Moquegua, aseguró «haber reducido a la nada el nombrado Ejército Libertador». Las batallas no siempre las decide el saber y la valentía: muchas veces las victorias se alcanzan por los errores y desaciertos de los contrarios, observación que lleva en sí una verdad patentizada en la guerra de la independencia del Perú y contiendas posteriores.

—149→

Canterac y las tropas que llevó al Sur se retiraron de aquel territorio para volver a sus antiguos cantones. El Virrey le ascendió a Teniente General y al brigadier Valdez su favorito a Mariscal de campo; la promoción de éste ocasionó mucho descontento e hizo subir de punto los celos que en breve vinieron a producir funestos resultados.

El presidente don José de la Riva Agüero por el Ministerio de Gobierno se dirigió al general Canterac acompañándole copia de una minuta pasada al Virrey para un armisticio de dos meses con una proposición para regularizar la guerra. Canterac contestó desde Huancayo con fecha 23 de Marzo de 1823 lo que aparece de la siguiente nota:

«Tengo oficiado anteriormente al señor general Alvarado con respecto al tratado de regularización de guerra, y lo reproduzco en la actualidad diciendo también a Usted que si por su Gobierno ilegítimo se declara la guerra a muerte a los españoles europeos, es cosa que nos importará bien poco, pues aunque no ha sido declarada hasta ahora, nuestros enemigos la han hecho en realidad como lo prueban los horrores de la punta de San Luis, y recientemente los asesinatos del teniente coronel de pardos don Martín Oviedo, y teniente Galvay de Gerona. Además, en breve se verá cuál de las tropas, nacionales o de las insurgentes, estarán en el caso de pedir clemencia, asegurando a Usted que el ejército que tengo el honor de mandar, siempre se conducirá con la generosidad de tropas vencedoras, y sólo sí se verá en la dura precisión de cumplir la real orden que sentencia a pena capital a los extranjeros que sean tomados con las armas en la mano; y a esto sólo me queda que añadir, que los valientes españoles americanos que pelean por la justa causa de la nación a que pertenecen, seguirán siempre la suerte de sus hermanos europeos, y así toda declaración de guerra a muerte que se haga por Usted será general».

El ministro don Francisco Valdivieso le dio una contestación enérgica desvirtuando las acriminaciones que hacía y enrostrándole diferentes cargos de indisputable fuerza.

En otro oficio pasado por Canterac al Gobierno acerca del canje del coronel don José Montenegro se avanzó a decir: «está visto que sólo se ha tratado de este asunto tomándolo por pretexto para enviar parlamentarios a fin de adquirir noticias; y como esto me importa bien poco puede Usted siempre que guste comisionar sin disfraz a este valle oficiales que se pasearán libremente y regresarán del mismo modo a Lima».

Ocupado el Virrey con el pensamiento de expedicionar sobre Lima, hizo sus prevenciones al general Canterac quien pretendió realizar el plan no sólo con las fuerzas estacionadas en el valle de Jauja, sino aumentándolas con una división de 2 batallones y un regimiento de caballería que estaban en Guamanga con Valdez. La Serna no convino en ello: Canterac después de insistir, escribió al Virrey haciendo dimisión del mando del ejército y anunciando lo iba a entregar al brigadier Monet como el jefe más caracterizado. Al saber Valdez que mediaban acerca de esto serias contestaciones, se vino a Huancayo impidiendo pasaran al Cuzco las notas de Canterac, y se propuso poner término a semejante desagrado. Hizo ceder al Virrey y que se sometiera al injusto y perjudicial empeño de Canterac. Esta ocurrencia da la medida de la altivez de éste, y sirve para probar que la moral y subordinación entre los revolucionarios de Aznapuquio no eran tan sólidas y positivas como lo ostentaban. En esta vez como en otras olvidaría Canterac que la Serna en año y medio le había elevado a Mariscal de campo y Teniente General.

Al principiar Junio emprendió Canterac el año de 1823 su marcha sobre Lima: campaña que sólo podemos atribuir al intento de extraer recursos; —150→ porque no ignoraban los españoles que salía el general Santa Cruz con el ejército peruano en dirección al Sur, y que bien abastecida la plaza del Callao (cuyo buen estado de defensa era cual nunca se había visto) la gran expedición procedente del valle de Jauja carecía de objeto militar. Las tropas de Colombia, Chile y Buenos Aires existentes en Lima se retiraron a dicha plaza, y la caballería a Chancay burlando la superioridad numérica del ejército español.

Campado éste en las goteras de la capital principiaron las violencias, las depredaciones y ciertos actos de ruin venganza. Las puertas y los techos de la casa de campo llamada «La Pólvora» propiedad del Marqués de Torre Tagle, se destrozaron para servir de leña a los rancheros de los cuerpos; y Canterac lo permitió y presenció.

El 18 entró el brigadier Loriga en Lima con crecido número de escuadrones. En breve circularon causando horror las amenazas de incendiar la ciudad si no se entregaba una cuantiosa suma de dinero, paños, brin y otros artículos en proporciones exageradas. El vecindario y el comercio hicieron los mayores sacrificios por templar el rigor y la cólera del francés Canterac: las vejaciones y ultrajes con que se ejecutaron las cobranzas frisaron en la temeridad: las propiedades se violaron de la manera más osada y repugnante.

Hizo Canterac recoger de los templos cuanta plata existía elaborada en objetos del culto muy en particular de la Catedral y Santo Domingo. Después de fundirlos dispuso se trasladasen a Jauja las máquinas y útiles de la Casa de Moneda y que se entregara al fuego lo que no pudiera conducirse.

Situado su ejército en la hacienda de Concha sobre el camino del Callao, aparte de los encuentros y tiroteos parciales que eran consiguientes, el único hecho de armas notable fue el reconocimiento que practicó Canterac el día 26 a costa de considerables pérdidas.

La marcha de Valdez a Chancay fue un movimiento inútil de que no debió esperar resultado alguno.

El 5 de Julio se regresó el brigadier Valdez para el interior con tres batallones y tres escuadrones. Razón había tenido el Virrey para oponerse a que la división que tenía tan bien situada en Guamanga, viniese sin la menor necesidad a formar parte de la expedición a Lima; y lo que se hizo en contradicción, prueba que no era tanto el saber de sus tenientes, y que las alabanzas que se les hacían eran no más que ecos de interesados facciosos.

Las intimaciones y amenazas que contenían los diferentes bandos publicados en Lima según las órdenes de Canterac, dieron después lugar a que éste reflexionase el mal efecto que causaría su publicación en el periódico de que era editor García Camba. A fin de evitarlo escribió Canterac al coronel Rodil que estaba en Lima, la siguiente carta desde su campamento de Concha el día 26 de Junio.

«Mi estimado Rodil: no nos conviene que los bandos publicados en Lima corran en Europa como necesariamente sucederá, si se deja circular el primer semanario; y por lo mismo, que se recojan todos los ejemplares; y esta tarde irá Camba a tratar el modo de que se llene dicho primer número por lo que repito, que no debemos en papeles públicos hacer mención de los bandos que manifiestan medidas violentas, las que contradicen lo que se dice de la decisión del pueblo etc. Aún no parecen las mitades de dragones de Lima que espera aquí su afectísimo amigo. Canterac».

Entre tanto el general Sucre en el Callao terminó sus aprestos y embarcó los tres batallones de Colombia que allí se hallaban con las tropas —151→ de Chile y alguna caballería Peruana; y se dirigió a la costa del Sur donde emprendió sus operaciones y ocupó Arequipa.

Al instante que se apercibió Canterac de que una expedición marítima iba a dejar el puerto, se apresuró a emprender la vuelta a la Sierra con su crecido ejército que dividido lo internó por tres caminos rompiendo su movimiento el día 16 de Julio.

Torrente en su historia que abunda en imposturas, dice que más de 5 mil personas de todas edades siguieron al ejército español. El origen de esta enorme falsedad sería la emigración de una que otra familia relacionada con algunos del mismo ejército.

Cuando Canterac emprendió su movimiento sobre Lima, mandó que también se avanzase la fuerza con que tenía guarnecida la provincia de Ica. Después que su ejército volvió al interior, encaminándose él con una parte a Parinacochas, para observar el teatro del Sur sin perder de vista el valle de Jauja donde quedó Loriga con el resto, los escuadrones Dragones de Lima y Constitución fueron sorprendidos y destrozados por los Granaderos de los Andes en Pisco el 11 de Agosto.

Pertenece a los artículos tocantes a los generales la Serna y Valdez la relación de las operaciones y sucesos ocurridos en el campo de Zepita y seguidamente en el Alto Perú hasta la retirada del ejército del general Santa Cruz cuyos restos salvaron por Ilo y Arica. Asimismo lo respectivo a la división del general Sucre que ocupó Arequipa y se reembarcó en Quilca.

Cuando el Virrey vadeando el Desaguadero reunido a la división de Valdez seguía al Alto Perú para sostener e incorporar la división del brigadier Olañeta ordenó al general Canterac ocupase el Cuzco con las fuerzas de observación que mandaba, y tuviese la vista fija hacia Puno por si el general Sucre penetraba en el territorio de esta provincia. Canterac desde Huamanga marchó a Puquio donde se le reunió la división del brigadier Monet que estaba en Córdova: juntos iban a emprender directamente para Arequipa con cuatro batallones cuatro escuadrones y varias piezas de artillería, pero las órdenes del Virrey los obligó a ir al Cuzco y luego a Puno.

Apenas el Virrey dejó el Alto Perú dirigiéndose a Arequipa, previno al general Canterac se volviera con sus fuerzas al valle de Jauja. Esta orden afectó su imaginación susceptible, y como no la recibió en Puno porque se había ya movido con ánimo de buscar a la división del general Sucre que se decía avanzaba a la Sierra, continuó sus jornadas y encontró al Virrey en Cangallo: ambos hicieron su entrada en Arequipa el 1.º de Octubre de 1823. Fue entonces que la Serna organizó dos ejércitos uno del Norte mandado por Canterac, otro del Sur nombrándole a Valdez por General en Jefe, lo cual fue causa del disgusto del general Olañeta y de su posterior defección, no menos que del descontento de Canterac.

Restituido este general al valle de Jauja antes de Noviembre, secundó los pasos dados por el general Loriga para atraer hacia el interior las fuerzas del expresidente Riva Agüero a quien se ofrecía apoyo; y envió a éste los duplicados de las comunicaciones del Virrey: era ya tarde y creemos que Riva Agüero aunque había tenido tiempo para negociar algún arreglo, se prestaba sólo a celebrar un armisticio prolongado sin apartarse por lo demás de la base de independencia para el Perú.

Canterac envió a Ica al brigadier Rodil con algunas fuerzas para conservar ese punto y defenderlo de posteriores ataques.

Ya al terminar el año 23 don José Terón, que había marchado de Lima a Ica, escribió al general Canterac (según refiere García Camba) «indicándole arbitrios para restituir al dominio español la plaza fuerte del —152→ Callao». El escritor no se expresa con claridad sobre sus arbitrios de que se ocupara Terón en su carta; pero deja conocer que trataba del presidente Torre Tagle desde que dice haber contestado Canterac a Terón «que si el Marqués llevaba a feliz término su promesa, podía y debía cintar con volver a la gracia del Monarca y a la amistad sincera de sus representantes, y esperar además las recompensas que merecieran sus nuevos servicios». Parece que Terón tomó indebidamente el nombre de Tagle y que procedió en virtud de prevenciones y de datos que otros le dieron. Tagle protestó no haber tenido noticia de la misión de Terón que dijo haber reprobado al vicepresidente Aliaga; y en un manifiesto que publicó hallándose después entre los españoles, aseguró con diferentes razones que ninguna participación tuvo en la revolución capitaneada por el sargento Moyano en las fortalezas del Callao.

El Gobierno de Buenos Aires acreditó en Lima en Enero de 1824 una legación encargada de hacer saber que había celebrado en Julio anterior un convenio preliminar de suspensión de hostilidades con los comisionados del Rey de España. El ministro plenipotenciario Alzaga advirtió que el general las Heras había marchado desde Buenos Aires comisionado para entenderse con el virrey la Serna acerca de este mismo asunto, y que era de esperarse fuese aceptado por el Gobierno peruano aquel tratado precursor de la paz de América.

Instruido de estos particulares el general Bolívar que se hallaba en Pativilca, opinó se enviase un agente autorizado al Cuzco para invitar al Virrey a conferenciar bajo la base de aquel armisticio. Indicó que estipularlo por unos meses sería de suma importancia para dar tiempo a la venida de los refuerzos que esperaba de Colombia; y previno que para nada se tomara su nombre ni se dijera que se obraba con su acuerdo a fin de evitar la inferencia de que se reconocía débil en cuanto a fuerzas: por último dio en reserva la clave que debía normar la proposición y los argumentos persuasivos que al hacerla era preciso se emplearan. El presidente Tagle eligió al general Guido para que desempeñase la misión; pero a mérito de observaciones de Alzaga fundadas en que aquel general era argentino, lo reemplazó con el ministro de guerra don Juan de Berindoaga.

Esta materia en que hay abundantes pormenores que referir, pertenece a la segunda parte de esta obra y a los actos del Gobierno del general Tagle: en ella será tratada con la debida imparcialidad y el esmero que requiere su trascendencia. El general Canterac se negó a oír a Berindoaga en una entrevista que le pidió: se le recibieron por el general Loriga los pliegos dirigidos al Virrey, y no permitiéndole pasar al cuartel general de Huancayo, se le previno esperase el resultado fuera del territorio ocupado por las armas españolas. Las instrucciones dadas a Berindoaga, las notas que llevó y todos sus pasos fueron explícitamente aprobados por el general Bolívar en comunicación a Torre Tagle fechada en Pativilca.

En la noche del 4 al 5 de Febrero de 1824 estalló en la plaza del Callao una revolución hecha por el regimiento Río de la Plata que la guarnecía. La tropa de este cuerpo creía que se trataba de llevarla a Colombia, estaba desatendida y tenía a su favor crecidos haberes que no se le satisfacían. Ninguna otra causa hubo, a lo que creemos, para semejante levantamiento que encabezó el sargento Dámaso Moyano de acuerdo con los demás de su clase. Pusieron en prisión a sus jefes y oficiales y al gobernador general Alvarado, dieron soltura a los militares españoles que estaban en la fortaleza; y uno de ellos, el coronel graduado don José María Casariego, hombre astuto y resuelto, supo alucinar a los sublevados —153→ y presentarles un porvenir funesto y desnudo de toda esperanza. La tropa había perdido casi del todo la moral, y los desórdenes a que se entregaba eran seguro presagio de fatales consecuencias. Conociéndolo bien Moyano y su segundo Oliva, sin dejar de conservar el mando, se entregaron a la dirección de Casariego a fin de sostener la disciplina. Este jefe en breve los convenció de que su única salvación consistía en someterse al ejército español en el cual encontrarían poderoso apoyo y grandes recompensas. El pabellón de España tremoló en los torreones del antiguo real Felipe, y Casariego participando los sucesos acaecidos por instantes, pidió al general Canterac pronto y competente auxilio de fuerza.

El Gobierno de Torre Tagle adoptó cuanto arbitrio se le propuso o le sugirió su propio empeño para sofocar el movimiento del Callao por medio de una reacción, y se llegó al extremo de pregonar las cabezas de Casariego y de Moyano ofreciendo crecida suma de dinero a los que las presentasen. Así pasaron los días hasta el 16 en que se introdujo en la fortaleza el comandante Alaix mandado desde Ica por el brigadier Rodil con diez mil pesos, y orden de enviar a Pisco al general Alvarado en una lancha como se ejecutó al punto. Dos días antes regresando de Cañete el regimiento de granaderos a caballo de los Andes se defeccionó en Lurín: una parte considerable de él se vino al Callao y se unió a los insurrectos.

Luego que Canterac se instruyó del parte que le daba Casariego quiso venirse a Lima con el ejército; pero siguiendo prudentes consejos determinó mandar al general Monet que saltó el 20 de Febrero con una división, y que el brigadier Rodil con la que tenía en Ica acudiese también a la capital. Juntáronse en Lurín y entraron al Callao el 29; y como Canterac sabedor ya de la defección del general Olañeta en el Alto Perú, mandara a Monet se volviese al valle de Jauja, este General dejó en el Gobierno del Callao a Rodil con dos batallones, una guarnición en Lima, donde se encargó del mando político al Conde del Villar de Fuente, y emprendió su retirada el 18 de Marzo enviando a Ica una parte de su fuerza.

El 22 de Marzo de 1824 hallándose Valdez en campaña contra Olañeta escribió a éste el general Canterac una larga comunicación excitándolo con muchas reflexiones a que volviera a la obediencia del Virrey. Mezcló sus raciocinios con cargos expresados en lenguaje áspero y destemplado sin tener en cuenta la terquedad de Olañeta y la ninguna confianza que podían inspirarle estímulos procedentes de sus jurados enemigos.

Canterac hizo constante y tenaz oposición a cuantas advertencias se le hicieron para convencerle de que debía moverse sobre Huaraz, extender su línea de operaciones y buscar a sus contrarios donde estuviesen. El Libertador de Colombia se hallaba en el departamento de Trujillo contraído a organizar el ejército unido, aumentarlo y disponerlo para la campaña. Preciosos le eran los instantes y aprovechándolos con la inacción de Canterac, que el escritor francés Lafond califica de increíble, esperaba terminar sus preparativos, recibir nuevas tropas y abrir sus operaciones bajo buenos auspicios. El mismo Virrey aunque preocupado con la guerra de Olañeta, previno se celebrase una junta de jefes superiores en que se discutiera si convendría que el ejército de Canterac emprendiese sobre el Norte, y aun ordenó se le remitiesen por escrito los pareceres. La mayoría de éstos siguió el dictamen de Canterac, quien a pesar de contar con fuerzas competentes insistía en pedir otras de aumento, queriendo se le remitiesen del Sur. El Virrey siguiendo las ideas de Valdez, dominado por el odio a Olañeta, había preferido esa lucha —154→ dilatada que no prometía un desenlace final y en territorio tan distante, a tomar el partido seguro de abandonar a Olañeta al otro lado del Desaguadero y atender al riesgo mayor. Así los hombres que se tenían por muy entendidos y que no se cansaban de alabarse atribuyendo sus pasados triunfos a sólo su saber y destreza, dieron perentorias pruebas de insuficiencia cuando un genio superior supo anonadarlos y sacar ventaja de sus errores e impericia. Providencial fue la ceguedad de Canterac, y mayor el espíritu de bandería de Valdez para que cayese sobre ellos un golpe decisivo que pusiera término a la contienda que aniquilaba al Perú.

El Virrey resolvió que Canterac tomase la ofensiva, y lo hizo fundado en razones militares, una de ellas la circunstancia de estar los realistas en posesión de la capital y de la plaza del Callao. Pero Canterac no cumplió ese mandato en la creencia de que el tiempo justificaría su dictamen y sus observaciones acerca de la campaña.

El general Bolívar la emprendió denodado apenas vio realizada la parte principal de sus planes y esfuerzos, y cuando Canterac comprendió que operaba resuelto sobre el valle de Jauja, ya el ejército Libertador pasando por las inmediaciones del Cerro le amenazaba seriamente y muy de cerca, eligiendo con singular tino el terreno y posiciones que aseguraran más el progreso de su marcha.

Obligado entonces Canterac reunió su ejército a dos leguas de Jauja el 1.º de Agosto de 1824 y el 2 acampó en Tarmatambo. Constaba de ocho crecidos batallones en dos divisiones al mando de los mariscales don Rafael Maroto y don Juan Antonio Monet, 1.400 caballos a órdenes del brigadier don Ramón Gómez Bedoya Coronel de Dragones de la Unión y 8 piezas de artillería, tropas todas bien armadas y equipadas, engreídas con su instrucción y habituales fatigas.

El 5 de Agosto en que estuvo Canterac en Carguamayo, habiéndose adelantado con la caballería a reconocer Pasco, descubrió con sorpresa que el ejército independiente marchaba hacia Jauja por un camino diferente y paralelo que no cuidó de explorar; de lo cual podía suceder que resultase cortada su base de operaciones. Volvió atrás y se reunió de noche a su infantería. El 6 al amanecer salió de Carguamayo para Reyes y después de medio día marchando por esa llanura divisó al ejército unido Libertador sobre la derecha de su retaguardia, advirtiendo que avanzaba su caballería dejando los batallones a alguna distancia. Presentose a combatir no obstante su inferioridad, en una gruesa columna que apoyaba en derecha en los cerros de Junín cubriendo la izquierda con un extendido pantano, ramal de la laguna de Lauricocha. El frente sólo permitía el despliegue de dos escuadrones, pero en este terreno no podía ser flanqueada por los españoles.

Canterac más precipitado que reflexivo mandó que sus columnas de infantería continuaran retirándose y formó dos líneas de caballería: en la primera situó dos escuadrones de Húsares de Fernando VII y dos de Dragones del Perú, y en la segunda a retaguardia de los flancos, los Cuatro escuadrones de Dragones de la Unión en dos columnas según refirió en su parte al Virrey. No se sirvió de la artillería ni de las compañías de cazadores como le propuso Maroto, e hizo ejecutar la carga sin la inmediación debida, pasando antes de tiempo a los aires violentos con infracción de los principios tácticos y perdiendo un tanto el orden de la formación. Toda la caballería la comprometió de una vez y la victoria se decidió por las armas patriotas, cuya reserva situada en un punto conveniente, tomó parte en la batalla y derrota de los realistas que fueron acosados en su huida sin haber podido rehacerse en manera alguna hasta —155→ alcanzar a su infantería entrada la noche. La caballería española perdió 400 hombres y todo su prestigio, esparciendo el desaliento en los batallones.

Canterac, que ninguna providencia había tomado para desembarazarse del hospital y provistos almacenes del valle de Jauja, al segundo día de su derrota acampó en Huayucachi a 32 leguas del campo de Junín, nombre dado a la batalla que fue el gran preludio de la caída definitiva del poder español, y que dejó llenos de asombro a los pueblos que lo contemplaban como invencible. Anunció Canterac al Virrey que se retiraba hasta el Cuzco; y renunciando a todo esfuerzo no menos que a las ventajosísimas posiciones que podían favorecerle en tan largo tránsito, hizo marchas muy aceleradas que interrumpían el buen orden preciso en un repliegue que no demandaba atropellados movimientos. Perdió mucha infantería por el alto número de rezagados y desertores, y el 11 desde las alturas de Huando hizo volar el puente de piedra de Izcuchaca. El disgusto fue general en el ejército, habiéndose separado el mariscal Maroto a causa de un fuerte desagrado con Canterac motivado por la vergonzosa retirada en que persistía, y que monsieur Lafond calificó de «huida sin ser de cerca perseguido».

A Maroto le reemplazó en la división que mandaba, con el brigadier don Juan Antonio Pardo, Coronel del regimiento de Burgos.

Bajó mucho el crédito del general Canterac a medida que seguía la precipitada marcha en que abandonó en pocos días el territorio de Huancavelica y Guamanga, poniéndose luego al otro lado del caudaloso Pampas cuyo puente destruyó como otros del tránsito. Vino a detenerse en los altos formidables de Chincheros donde dio 15 días de descanso a sus alebronadas tropas. Así prestó materia abundante para que se sonrojaran los mismos que antes derramaron amarga crítica contra el general Santa Cruz que no considerando prudente batirse en Oruro en Setiempre de 1823 incidió en el error de creer que podía retirarse forzando dos marchas para alejarse del ejército español. Santa Cruz caminó por territorio llano que no le ofreció abrigo ni ventaja, fue seguido con sin igual tenacidad y sufrió el contraste de que su parque se extraviara al tiempo mismo en que suspendía su repliegue resuelto a dar una batalla. Entonces los españoles abusando de su buena suerte emplearon el sarcasmo y el ridículo contra el ejército peruano titulando campaña del talón (como dice García Camba) una retirada más honrosa que la de Canterac después de Junín... ¡extravíos insensatos del orgullo inmoderado y que en los lances de la guerra se suelen pagar demasiado caro!

No bastó que el Virrey despachara órdenes a Canterac para que sacara cuanto partido le sugiriera su pericia militar de las variadas e inexpugnables posiciones que el terreno le ofrecía, para dar lugar a que el general Valdez acudiese con sus tropas: Canterac abandonó las de Chincheros y continúo con la misma precipitación hasta que pasó el Apurimac y cortó el puente principal y los demás que franqueaban el paso de ese río por otros parajes. Confundido el Virrey con semejantes adversidades, que trajeron consigo inmensas pérdidas y el abatimiento de la moral, ordenó a Valdez que se hallaba a 280 leguas de distancia, que dejando sin terminar la campaña contra Olañeta regresase al Cuzco con la prontitud posible. Personalmente se vino la Serna a Limatambo y reforzó a Canterac con 1.800 hombres de la guarnición del Cuzco.

Mientras esto pasaba en el Perú, el Gobierno del Rey que absolutamente tenía medios para prestarle auxilios, confirmaba a la Serna en el Virreinato, aprobaba sus disposiciones y los ascensos que había dado. Por entonces se agració a Canterac con la Gran Cruz de la orden militar —156→ de San Fernando y se hallaba designado para suceder al Virrey en caso necesario.

Reunido Valdez, y con posterioridad sus fatigados cuerpos, después de una larga y apresurada marcha en que sus bajas no fueron pocas, reasumió la Serna el mando en jefe del ejército en Limatambo el 22 de Setiembre para abrir nueva campaña sobre las fuerzas libertadoras que habían avanzado hacia el mismo Apurimac. Canterac fue reconocido por Jefe del Estado Mayor General y Valdez por Comandante General de Vanguardia.

Reservaremos para el artículo la Serna el dar cuenta de la organización que dio al ejército y de las operaciones que bajo su inmediata dirección se efectuaron, con los detalles de la batalla de Ayacucho en que herido dicho Virrey cayó prisionero en poder de los independientes el 9 de Diciembre de 1824.

En las críticas circunstancias de una pronunciada derrota, el mando en jefe quedó en el teniente general don José Canterac quien viéndose en el mismo campo de batalla con el general peruano don José de la Mar, fue presentado por éste al general en jefe del ejército unido don Antonio José de Sucre. Canterac, convencido de que no podía retirarse sin sucumbir, ni continuar una guerra inútil faltándole para ello competentes elementos (tal era la dispersión de sus tropas) propuso una capitulación más que honrosa para el ejército vencido y que Sucre con generosidad extraordinaria le concedió. Ha sido publicada muchas veces, y en virtud de ella terminó la devastadora guerra que el partido de Valdez sostuvo por más de tres años sin necesidad y sin porvenir; pero guerra calculada y útil a los intereses particulares de los que la hicieron para engrandecerse. El Virrey, Canterac, los generales y los jefes y oficiales que quisieron ausentarse del país, regresaron a España sin demora recibiendo al efecto los recursos indispensables.

Canterac se dirigió al Janeiro y de allí a Burdeos pasando luego a España, y fijó su residencia en Valladolid. En 1832 hallándose el general Monet de Ministro de Guerra, se le nombró Comandante General del campo de Gibraltar. Después del fallecimiento de Fernando VII servía la Capitanía General de Castilla-la Nueva cuando principiaron en Madrid las revoluciones militares. Un batallón sublevado por un oficial, ocupó la Casa de Correos y haciéndose fuerte en ella exigió la mudanza del Ministerio. Canterac se apersonó allí creyendo con su presencia dominar la sedición, y que aquel cuerpo se le sometiese volviendo al orden de que se había apartado: el general sufrió un grave error, que el conocimiento de sus deberes en aquel caso y su misma valentía, no le dejaron comprender. Los sublevados rompieron el fuego sobre él y atravesado por una bala cayó muerto de improviso en la plaza de dicho edificio, año de 1835. Fue casado con doña Manuela Domínguez Llorente a quien la Reina confirió el título de Castilla de Condesa de Casa Canterac en 1848.

CANTOS MALDONADO. Don Antonio. Era Teniente Coronel de ejército y Mayor de la plaza de Lima en 1787. Ascendió a Coronel en 1798 y en 1808 dejó la Mayoría y falleció. Hizo donación de una finca que poseía en el pueblo del Cercado para casa de ejercicios espirituales de hombres que se fabricó allí bajo la dirección y con recursos que reunió el padre fray José Calixto Orihuela de la orden de San Agustín que años después fue Obispo del Cuzco. Este edificio se hizo al lado de la antigua ermita y capilla de Nuestra Señora de Copacabana que tuvieron los indígenas en aquel pueblo y cuya imagen fue trasladada a la iglesia del mismo nombre que está abajo del Puente. En aquella capilla que se rehízo —157→ por Orihuela, está el retrato del coronel Cantos patrón de ella, y fue colocado en 24 de Agosto de 1801.

CAÑETE. Marqués de. Véase Hurtado de Mendoza, don Andrés, Virrey del Perú; y don García, también Virrey.

CAÑIPA. Don Felipe. Cacique del pueblo de Codpa. En 1780 los partidarios de Tupac Amaru extendieron por los distritos altos de la provincia de Arica las pretensiones de insurrección que también se agitaron en otros puntos distantes del Cuzco y la Paz, teatros principales del levantamiento de esa época. Cañipa hizo resistencia a la invasión que ejecutaron sobre Codpa partidas de indígenas procedentes de los lugares fronterizos de Bolivia. Pero no teniendo medios para destruirlas, cayó en poder de sus enemigos; y cuando éstos le estimularon y compelieron a que tomase parte en la revolución, nada lograron con sus instancias y promesas. Viendo que el cacique de Codpa era irreducible, y obstinado defensor del Gobierno español, probaron el medio de tratarlo mal y atemorizarlo. Le ataron a un poste que pusieron en la plaza, y pasando las amenazas a ser obras, le martirizaron arrancándole tiras de la piel desde el cuello para abajo. Sufrió Cañipa la muerte de esta manera cruel, insistiendo en vivar al Rey hasta que terminó su existencia. Pudieron sus hijos darle sepultura, por haberse retirado inmediatamente los invasores de Codpa, no sin haber causado otras desgracias.

Hemos sacado estas noticias del Mercurio Peruano de 21 de Octubre de 1792 ignorando si el Gobierno español acordaría algún premio y recompensa a la familia de Cañipa, o si quedaría olvidada por la ingratitud.

CAPAZ. Don Dionisio. Teniente de navío, 2.º Comandante de la fragata de guerra «Reina María Isabel» de 44 cañones. Este buque salió de Cádiz el 21 de Mayo de 1818 a cargo del capitán de navío don Manuel del Castillo, convoyando los trasportes que traían a Chile dos batallones del regimiento de Cantabria, un escuadrón de Dragones y una compañía de artillería, en todo 1.800 hombres: además cuatro mil fusiles, y mucho parque. De Tenerife no pudo continuar el viaje una de las fragatas a causa de averías que sufrió, y se distribuyó en las demás embarcaciones la tropa que conducía. Quedó también en Canarias el comandante Castillo por enfermedad que lo acometió, y recayó el mando de la «María Isabel» en don Dionisio Capaz.

En el artículo Cevallos Escalera, damos a saber la suerte que tuvieron los trasportes y las tropas de este convoy. Agregaremos en el presente que el Gobierno de Buenos Aires avisó al de Chile el punto de desembarco y todos los pormenores de la expedición, que descubrió con motivo de haberse sublevado la tropa en la fragata «Trinidad» y entregádose con el buque en Buenos Aires, después de asesinar a sus oficiales.

Estaba armándose en Valparaíso una escuadra compuesta del navío «San Martín» de 60 cañones, de la fragata «Lantaro» 44, la corbeta «Chacabuco» y el bergantín «Araucano». Estos buques mandados por don Manuel Blanco Encalada que fue oficial de la marina española, y después jefe en el ejército chileno, salieron el 10 de Octubre de 1818. El 15 habían empezado a entrar en Talcahuano los trasportes de la expedición procedente de Cádiz: tres de ellos desembarcaron la tropa y se vinieron al Callao; y la fragata de guerra quedó allí fondeada esperando a los demás sin sospechar el peligro que próximamente la amenazaba. El 28 de Octubre a las doce del día, el «San Martín» y el «Lantaro» —158→ con bandera inglesa, hicieron rumbo a la bahía de Talcahuano, reconocida con anticipación por el «Araucano». Estando ya muy cerca de la «Isabel» afianzaron el pabellón chileno. La fragata española después de hacer fuego, que contestó el «San Martín», varó a consecuencia de haber su misma tripulación cortado los cables y fugado a tierra en botes y aun a nado. Mucho costó a los marinos chilenos poner a flote la fragata que apresaron, y mientras empleaban para ello sus diligencias, Blanco envió a tierra alguna fuerza para entretener a los españoles. Momentos después, llegó a Talcahuano el brigadier Sánchez con más de mil hombres, restos del ejército de Osorio vencido en Maypú, restableció el orden, formó una batería y se trabó un combate cuando el viento norte hacía casi imposible sacar la fragata que los de tierra no lograron abordar en unas lanchas. En la mañana del día 29 se consiguió extraerla y llevarla mar afuera.

Fondeó la «Isabel» en la isla de Santa María el 31 de Octubre, y en el trascurso de una semana, llegaron varios trasportes que viendo en la fragata la bandera española, anclaron sin imaginar lo que pasaba, y fueron en el acto apresados.

Don Dionisio Capaz se vino de Talcahuano a Lima donde se le formó causa por la pérdida de la «Isabel»: hicieron de fiscales, el capitán de fragata don Joaquín Bocalán y el teniente de navío don Eugenio Cortés: este proceso fue visto y fallado en consejo de guerra en Madrid el año de 1821. La sentencia declaró a Capaz «libre y exento de todo cargo y acreedor a las gracias y recompensas del Rey por sus servicios y buen proceder» disponiendo se exigiese la responsabilidad a las autoridades superiores del Perú que aparecían culpables de aquel revés.

El defensor de Capaz fue el capitán de navío don José Ignacio Colmenares quien, en su alegato, expresándose en los términos más descomedidos, hizo vehementes acusaciones contra el virrey Pezuela, y su yerno el brigadier Osorio; 1.º porque éste no había esperado la expedición de España de que tenía seguros anuncios para emprender la campaña que acabó en Maypú: 2.º porque después de esta derrota y al venirse a Lima Osorio, no dejó instrucciones al brigadier Sánchez, no dispuso saliese algún buque a cruzar y diciendo que tenía órdenes del Virrey, desmanteló Talcahuano y derribó las fortificaciones cuando no ignoraba que la «Isabel» y trasportes necesitarían allí de abrigo y apoyo: 3.º porque el capitán Smith de la goleta mercante «Macedonia» a su arribo al Callao, avisó al Virrey que la fragata «Trinidad» se había entrado a Buenos Aires, cuyo Gobierno dio al de Chile inmediatamente datos acerca de la expedición. Y que Pezuela no aceptó a Smith el ofrecimiento que hizo de un buque para ir a Talcahuano a comunicar lo que pasaba y cruzar en aquella costa hasta encontrar al convoy. Smith había salido de Valparaíso estando cerrado el puerto, y fiándose en el andar de su buque: pidió permiso al Virrey para desembarcar en el Callao su rico cargamento prometiendo hacer en cambio aquel servicio.

Capaz fue ascendido en 3 de Junio de 1821 a Capitán de fragata con la antigüedad de 5 de Noviembre de 1819 que se abonó en los ascensos que hubo a mérito de la defensa del Callao en que él tuvo parte, contra los repetidos ataques de la escuadra chilena comandada por Cochrane. Y no sólo prestó esos servicios hallándose procesado, sino que el virrey Pezuela, sin sospechar las recriminaciones que le hiciera Colmenares en su alegato ante el consejo de guerra, nombró a Capaz plenipotenciario para que en unión del Conde del Villar de Fuente, tratase de paz con los comisionados del general San Martín que lo fueron don Tomás Guido, don Juan García del Río y don José Ignacio de la Rosa. Terminadas por falta —159→ de avenimiento las conferencias que dichos enviados tuvieron en el pueblo de Miraflores en Setiembre de 1820, Capaz dio a luz en la Gaceta del Gobierno un discurso virulento, afeando las pretensiones de San Martín: y condenando toda idea de independencia. Exhibiose Capaz como liberal y muy partidario de la Constitución española que en esos mismos días se proclamó en Lima, y que en dicho escrito tuvo la inocencia de creer era bastante para satisfacer los deseos de los americanos y frustrar los planes de San Martín.

Sin duda el pertenecer a ese partido preponderante en España el año 21, le serviría para la absolución que alcanzó entonces del consejo de guerra que hemos citado. Y la misma consideración para disculparle, obraría en el ánimo del historiador García Camba dependiente del partido liberal que depuso aquí a Pezuela, elevando al general la Serna al Virreinato.

Capaz ascendió en España hasta Teniente General y fue Gran Cruz de la orden de San Hermenegildo.

CAPELLÍN. Don Juan. Hizo el beneficio de la plata en Potosí por medio del azogue, según refiere Carlos Corso en una relación que escribió sobre este particular, indicando la merced y recompensa que se dio a aquél. Dicho libro, dice don Antonio de León Pinelo en su Biblioteca indiana, que existe en la librería del Rey con otras obras sobre el mismo asunto de que fueron autores Garci Sánchez y Juan Fernández Montano. Véase Cabrera, Amador de.

CAPITANES GENERALES PERUANOS. Después de expulsados finalmente los moros, cuando empezó para España la serie de contiendas exteriores que la elevaron a un alto grado de poder, y cuando había caído en descrédito el régimen militar feudal, Gonzalo Fernández de Córdova fue el primer General que aplicó a las operaciones de la guerra los principios estratégicos, y dio a la fuerza el auxilio del arte. El genio superior que alcanzó el dictado de Gran Capitán, antes de que existiesen Nasseau y Turena, organizó los cuerpos llamados tercios, a los cuales más tarde se dio la denominación de regimientos.

Puede decirse que la dignidad de Capitán General es tan antigua como las tropas permanentes, que empezaron a crear los Reyes Católicos bajo el título de Guardias de Castilla. Aunque se confirió ese elevado rango a uno que otro noble de señalada jerarquía, lo obtuvieron siempre los guerreros acreditados, a quienes por sus eminentes cualidades se daba el mando superior de los ejércitos. Vemos esto comprobado en las ordenanzas de 1541 en que el Emperador y Rey designó los deberes y funciones correspondientes a un cargo de tanta magnitud. En todas épocas fueron muy pocos los militares de categoría que merecieron el nombramiento de Capitán General; y ahora mismo (1860) que España presenta en sus registros cerca de mil oficiales generales y brigadieres, apenas se encuentran seis en posesión del distinguido empleo que sirve de término a la carrera de las armas. Entre los grandes hombres que lo alcanzaron en los siglos XVII y XVIII, se numeran los sudamericanos Orosco, Marqués de Mortara: Andia, Marqués de Valparaíso: Vásquez de Acuña, Marqués de Casa Fuerte: Avellanada, Marqués de Valdecañas: y don Pedro Corvete. Los tres últimos fueron hijos de Lima, y llevaron con mucha honra las mismas insignias que los vencedores en Mulberga y San Quintín, que Castaños de Bailén y Wellington el de Ciudad Rodrigo. Legaron, como éstos, a su descendencia gloriosas hazañas, y la corona ducal que los capitanes generales colocan sobre el escudo de sus armas. Será pues propio —160→ y permitido, que sus nombres y hechos sean objeto de recuerdo y alabanza en el país en que nacieron. Véanse los artículos respectivos.

CARACCIOLI. Don Carmine Nicolás. Natural de Nápoles, 5.º Príncipe de Santo Bueno, 8.º duque de Castell de Sangro, 12.º Marqués de Buquianico, Conde de Esquiavi, Señor de la ciudad de Añón, Barón de Monte Ferrante, Grande de España, Embajador que fue en Roma y en Venecia. Nombrósele Virrey del Perú el año 1715 en lugar del Duque de Linares que estuvo previsto para este cargo, siendo Virrey de México. Salió de Cádiz en 1716 en uno de los dos navíos de guerra que llegaron a Costa Firme al mando del Conde de Vega Florida: pasó el Istmo de Panamá y enseguida vino al Perú. Su entrada en Lima se verificó el 5 de Octubre de 1716 y relevó al virrey interino don fray Diego Morcillo Arzobispo de Charcas. Cuéntase haber sido tan viva la ambición de este Prelado que no pudiendo encubrirla, dijo a su sucesor que le entregaba el bastón que más tarde tendría que devolverle: y en efecto él reemplazó a Santo Bueno en virtud del caudal que se asegura empleó en la corte obsequiando al Rey y a los Ministros del Consejo.

Trajo el Virrey órdenes muy estrechas para extinguir el comercio extranjero en las costas del Pacífico que originaba males de mucha gravedad al sistema mercantil establecido en las colonias. En ese tiempo fueron muchos los reales decretos que se expidieron acerca de esta materia con prohibiciones las más severas y penas terribles a los contraventores ratificando siempre la de confiscación de buques, y la regla de entregar a las llamas y bajo inventario todas las mercaderías decomisadas. El Virrey hizo armar el navío «Poma dorada» que puso a órdenes de don Jacinto Segurola, para que persiguiese al buque «San Francisco», por no haber obedecido la orden que se le dio para que se retirase: pero abandonó oportunamente el puerto de Pisco y no pudo aquél apresarlo. Segurola entonces se ocupó de proceder contra las personas que habían hecho negocios con el Capitán del «San Francisco».

Era tal el contrabando por entonces, que causaba notable baja en las entradas de la Real Hacienda; y por el estado deficiente de ella no fue dable al Virrey armar otros buques. Las pastas de plata se extraían sin pagar quintos, y aun se conducían a Buenos Aires. Entre las providencias que dictó en esas circunstancias Santo Buono, se vio la de crear resguardos en los puertos, organizados a fin de cubrir el litoral con guardas armados. También ratificó los decretos dados por sus antecesores prohibiendo la exportación de oro y plata sin quintar, fijando el orden que debería observarse en las minas, y las penas rigurosas a que los defraudadores quedarían sujetos.

Aparecieron en el Pacífico a fines de 1717 los navíos de guerra «Conquistador» y «Rubí», mandados por el jefe de escuadra don Juan Nicolás de Martinet y monsieur de la Junquier. Otros dos navíos salieron de Cádiz en unión de aquéllos, con sus comandantes don Bartolomé de Urdinzú y don Blas de Lezo; mas tuvieron que arribar a Buenos Aires, y sólo llegó el 2.º al Callao.

El «Conquistador» y el «Rubí» habían estado en este puerto en tiempo del obispo virrey Ladrón de Guevara con los nombres de «Sancti Spiritus» y «Príncipe de Asturias». Estos buques y el que mandaba Lezo se emplearon en recorrer los puertos y ensenadas de Chile y del Perú, y trajeron al Callao seis embarcaciones francesas apresadas, cuyos valiosísimos cargamentos sirvieron de regular auxilio al deficiente Erario en vez de quemarlos. Por entonces la inquietud y ambición de Alberoni —161→ habían comprometido a la España en una contienda con Francia, Inglaterra y Holanda que al fin produjo la caída de aquel Ministro.

Vacante el Gobierno y Presidencia de Chile, nombró el Príncipe de Santo Buono en 1717 al oidor de Lima don José Santiago Concha natural de esta ciudad para que desempeñase aquel cargo interinamente; y así lo ejerció hasta la llegada del propietario don Gabriel Cano de Aponte.

El año de 1718 se mandó crear el Virreinato de Santa Fe; y para que fuese establecido, vino a Bogotá el consejero de indias don Antonio de la Pedrosa Guerrero. Nombrose por primer Virrey al teniente general don Jorge de Villalonga de la orden de San Juan, quien desde 1708 se hallaba de Cabo principal de las armas en el Perú, y Gobernador del presidio del Callao. La comprensión de dicho Virreinato abrazó todo el distrito de la Audiencia de Quito, la cual y la de Panamá quedaron por entonces suprimidas: pero el territorio del istmo no se incorporó al nuevo reino. Ocurrieron después inconvenientes y competencias de autoridad que tomaron un carácter desagradable entre aquel Virrey y el del Perú, y terminaron por extinguirse el Virreinato en 1722 volviendo a su ejercicio las dos referidas audiencias. Ya en el año 1739 se erigió de una manera definitiva el Virreinato de la Nueva Granada en cuya extensión se incluyó a Quito, Costa Firme y Panamá. Véase Villalonga, don Jorge.

Por ese tiempo el Gobierno español empezó a estudiar el plan de cegar las minas de azogue de Huancavelica, no por libertar de la mita a los desgraciados indios, sino para que tuviese mayor valor el azogue de España y proteger las minas de Almadén. Formose con el fin de apoyar este plan secreto, un expediente en que aparecieran todas las razones que pudiesen servir al intento. Pero habiéndose pedido informe a don Dionisio de Alcedo y Herrera funcionario de alto concepto por sus luces y servicios en el ramo de Hacienda, éste escribió en 1719 un manifiesto tan fundado acerca de la materia, que paralizó un proyecto caracterizado por él de injusto, impolítico y dañoso en todos sentidos. Véase el tomo 1.º página 85 de esta obra.

Con los trastornos de la guerra de sucesión se había interrumpido el tráfico de los buques denominados de Aviso creado desde 1605; y que se hacía viniendo cada dos meses uno de España hasta Chagres con efectos y correspondencia. En 1719 se mandó plantificar de nuevo ese medio de comunicación, y se dispuso que el consulado de Cádiz se encargase de dirigir un buque de tres en tres meses, a condición de que para subvenir al gasto necesario, se tomase un medio por ciento del oro que se condujese de América. El 15 de Agosto de 1719 se experimentó en Lima un eclipse de Sol y acerca de él publicó el doctor don Pedro Peralta el resultado de sus observaciones facultativas.

Una epidemia de fiebres mortíferas extendida en el Alto Perú, el año de 1719 y que penetró también en el Cuzco y otras provincias, acabó con un número considerable de indios (60 mil) en los tres años y meses de su duración: calamidad para la cual no se halló remedio probable siquiera, y que tuvo por compañera otra no menos aflictiva. Fue ésta la esterilidad de la costa, que habiéndose hecho sentir por consecuencia del terremoto de 20 de Octubre de 1687, tomó tanto cuerpo, que en el citado año 1719 se traía trigo de Chile cuando ya la fanega se pagaba en la costa del Perú a 50 pesos. El 17 de Junio se agregaron otras desgracias cansadas por el fuerte sacudimiento de tierra que en Huamanga tuvo el carácter de un terremoto destructor. Quiquijana durante tres años había sufrido muchos temblores desde 1717, en que acaeció uno bastante considerable.

El Príncipe de Santo Buono declamaba con ardor en el real acuerdo —162→ contra la mita de indios que se enviaba a Potosí; y apoyándose en los dictámenes que sobre la materia recibió de los provinciales de San Agustín, Santo Domingo y la Compañía, acordó se consultase al Consejo de Indias la abolición de dicha mita. El Consejo en 4 de Mayo de 1718 informó opinando se extinguiese. Pero el Rey que pidió parecer a don José Rodrigo, se adhirió al voto de este Magistrado, quien sostuvo la mita bajo de ciertas reglas y condiciones que se decía bastaban para extirpar los abusos. En la realidad eran arbitrios ingeniosos para paliar la injusticia de la resolución.

El rey Felipe V por cédula de 5 de Abril de 1720 mandó que cesase del todo la mita forzada en las minas de azogue y que en ellas sólo trabajasen indios voluntarios. Ordenó al Príncipe Virrey que fuese personalmente a Huancavelica a poner en práctica esta determinación. Pero al prevenírselo, dejó el mandato campo bastante para que se suspendiera su cumplimiento: porque se le dijo que si se tropezaba con dificultades insuperables se limitara a informar dando cuenta de ellas. El Virrey hizo presente que no había indios voluntarios: que no podrían costear los mineros el salario de 7 u 8 reales diarios por individuo, que ordenaba el Rey se diese, sin hacer subir el precio asignado al azogue según los últimos arreglos; que no sufrían los mitayos los padecimientos que se ponderaban y que eran menores que los que tendrían los voluntarios. Con éstas y otras reflexiones nacidas del interés y la codicia de los especuladores, quedaron desbaratadas las benéficas disposiciones del Rey como se disiparon en varias oportunidades; y los indios continuaron en sus desgracias sostenidas por las autoridades, que además cuidaban de presagiar la paralización de los trabajos y con esto la decadencia del país y de los ingresos del Erario.

Acaeció en Lima en noche del 6 de Junio de 1727 la muerte de don Alonso Esquivel, asesinado en la calle del Milagro por don Juan Manuel Ballesteros: suceso al cual siguieron grandes escándalos, pues éste se asiló en la iglesia de los Descalzos de donde fue eximido de hecho y se le hizo sufrir tormento que causó su inmediata muerte. Esquivel había sido mayordomo del arzobispo Morcillo. Hubo una procesión publicando la excomunión de los alcaldes y otras particularidades y resultados que hemos escrito en el artículo Ballesteros. Véase.

También ocurrió otra tragedia que ocupó mucho al público de Lima en el mismo año. El 16 de Agosto se encontró ahorcado en una ventana de su tienda al chileno Juan Portales y sobre una mesa su testamento en que hacía donación de su alma al diablo, con tal que él pudiera vengarse de su mujer y de un religioso que la había extraviado. Vivió Portales en la esquina de la Ventosilla a espaldas del convento de Santa Catalina; y a los pocos días se hallaron en un cuarto del callejón de la calle de San Bartolomé los cadáveres de aquéllos llenos de heridas de puñal.

Gobernando Santo Buono y a petición del Comisario General de Indias, dispuso el Rey viniesen de España doce misioneros de la recolección franciscana para ser empleados en las conquistas espirituales por la parte del Cerro de la Sal. En real orden de 10 de Noviembre de 1719 se comunicó al Virrey esta providencia con el expreso mandato de que no acudiera a los misioneros con la asignación de seis mil pesos anuales que después fue aumentada con dos mil más. Entre esos dignos religiosos que trabajaron con afán y muy felices resultados, figuraba como el primero el padre fray Francisco de San José que a los pocos años fue el que verificó la fundación del colegio de Santa Rosa de Ocopa en el valle de Jauja. Véase su artículo.

El obispo de Quito don Diego Ladrón de Guevara que sirvió el Virreinato —163→ y a quien se llamó a España cuando se le dio sucesor, no había querido ausentarse mientras no concluyera el juicio de residencia que se le siguió. Se embarcó en el Callao el 18 de Marzo de 1717 para Acapulco y falleció en México.

Durante el Gobierno del Príncipe de Santo Buono se recibieron diversas reales cédulas cuyo contenido debe considerarse como parte adicional del Código de Indias: haremos mención de las más notables.

Año de 1716. La de 16 de Enero declarando que el desafío es delito infame, y que perderían sus empleos y honores los que incurrieren en él, y los que tomasen parte en los hechos. De 2 de Febrero: prohibiendo que los oidores asistiesen a convites, entierros, fiestas, etc. De 20 de Julio: para que los virreyes no mandaran pagar de la Real Hacienda entierro de ningún ministro so pena de restitución. De 29 de ídem: Que las audiencias no permitiesen el goce de fuero eclesiástico a dependientes y criados de prelados aunque vivieran intra claustra, pues habían de estar sujetos a la jurisdicción real en sus causas civiles y criminales. De Diciembre 28: Que los arzobispos, obispos y provinciales eviten el abuso introducido por los eclesiásticos y religiosos de persuadir a los indios que ocupándolos ellos en sus casas y haciendas, estaban exentos de pagar tributos reales y de la jurisdicción de los seglares. De Febrero 14 de 1717: Que las capellanías de coro se proveyeran remitiendo al virrey las presentaciones en blanco para que las llenase con parecer del arzobispo, y previo el examen debido. De 27 de marzo: Que el virrey conserve en buen estado la plaza y presidio del Callao, y que la visite seis veces cada año. De ídem: Que el virrey cumpla con poner en posesión sin demora a los nombrados para empleos, sin que les cueste arbitrarias contribuciones, salvo los casos de que sean deudores al fisco, tengan residencia pendiente, u otro impedimento legítimo. De 30 de Abril: Que los virreyes y gobernadores no permitan fundación de convento ni hospicio, por ningún caso ni motivo, para religión alguna, y que si hubiese contravención, se demuela precisamente cualquiera obra principiada. De 26 de Mayo. Que se prorrogue la mesada eclesiástica por 5 años. De 29 de Noviembre: Que el virrey provea los empleos militares de la plaza de Valdivia. De 15 de Febrero de 1713: Que no se permita la introducción de mercaderías de la China, y se decomisen y quemen las que se sorprendan, so pena de destitución de empleo a los que no den cumplimiento a dicho mandato. De 16 de Agosto: Que el virrey haga restablecer y adelantar los minerales de cobre y otros metales para fundición de artillería. De 3 de Noviembre: Que el arzobispo castigue y expulse del país, con parecer del virrey, a los clérigos que no den buen ejemplo. De 19 de Febrero de 1719: Que el número de los alabarderos del virrey no exceda de 50, con 300 pesos de sueldo cada uno. De 1.º de Abril: Que se recojan las patentes de cualesquiera grados de religiosos de todas las órdenes que no sean de número, o no tengan pase del Consejo. De 14 de Noviembre: Que el Virrey haga renunciar el curato de San Marcelo al inquisidor Ibáñez por ser incompatible con sus funciones, y que si no lo hace se declare vacante. De ídem: Que los registros puestos encabeza de eclesiásticos conventos o comunidades, no sean exentos de pagar derechos de Aduana como hasta ahora, y se confisquen los buques en que se trasportasen estos géneros viciados. De 17 de Diciembre: Que los que sirvan destinos de protectores de indios no puedan tener tratos con ellos, ni emplearlos en su servicio en sus casas o chácaras. El Rey ordenó al Príncipe de Santo Buono hiciese pagar en el Perú del ramo de vacantes mayores una pensión vitalicia de 600 ducados a cada uno de los cuatro hijos del finado consejero don Melchor Prous.

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El Virrey solicitó en 1719 se le relevase para regresar a España. Fue resuelta favorablemente su instancia y después de entregar el 26 de Enero de 1720 el mando, que ejerció 3 años 3 meses 22 días, a su sucesor el mismo arzobispo de Charcas don fray Diego Morcillo, de quien lo había recibido, se embarcó en el navío «Peregrina» del mando del general don Pedro Medranda y Vivanco. Trasladose a Acapulco, atravesó el reino de México; y pasó a Cádiz a donde llegó en 1721.

Recordaremos al cerrar este artículo la antigua y autorizada costumbre de celebrar el recibimiento de los virreyes con un certamen en la Universidad de San Marcos. Tenemos a la vista un cuaderno escrito por don Pedro José Bermúdez de la Torre y Solier titulado El Sol en el Zodiaco, en cuya publicación están difusamente relatados los pormenores de la recepción del Príncipe de Santo Buono. En ella se gastó mucho dinero como se hacía siempre, en refrescos, mixturas y dulces que se repartían en abundancia. Se pronunció la oración laudatoria al Virrey, cuyo asunto principal fue su cuna, sus ascendientes, los hechos de su carrera, su capacidad y virtudes, etc., con las bajas y exageradas adulaciones que oían sin sonrojarse los personajes a quienes se dirigían tales encomios. Los pormenores del certamen están en el artículo Bermúdez de la Torre.

CARANI. El padre Goldoveo. Natural de Sicilia. Religioso de la casa primitiva de Agonizantes de Roma. Vino a Lima el año de 1709 con licencias para colectar limosnas para la canonización de San Camilo de Lelis. Contrajo buenas relaciones que le fueron de utilidad, especialmente la de un eclesiástico don Antonio Velarde y Bustamante natural de Burgos, quien poseía en la calle que conduce al monasterio de Santa Clara varias fincas que le producían una buena renta. Resolviose a hacer donación de ellas a fin de que pudiese fundarse una casa de religiosos Agonizantes, y lo verificó por escritura de 31 de Octubre de 1710. El padre Carani construyó inmediatamente una capilla que se tituló de Nuestra Señora de la Buenamuerte, habiendo acudido muchos vecinos con sus erogaciones para cooperar al logro de aquel proyecto. Estrenado el pequeño templo, doña Mariana de Castilla viuda de don Pedro Bravo de Lagunas que se llevó la imagen para vestirla y adornarla, obsequió una casa suya, y en su área se procedió después a edificar la iglesia que existe titulada de la Buenamuerte. Doña Mariana costeaba la fiesta anual que se hacía, y cuando falleció en 22 de Marzo de 1742 fue enterrada al pie del altar de la virgen.

El fiscal de la Audiencia don Lucas Bilvao de la Vieja había pedido se demoliese la 1.ª capilla y que al padre Carani se le enviase bajo partida de registro a España conforme a reales resoluciones, porque nadie podía levantar un templo sin real licencia. Cuando todo iba a ejecutarse, así por disposición del real acuerdo, la muerte casi súbita del fiscal Bilvao causó grande espanto, y nadie se atrevió a hablar más de este asunto.

A solicitud del padre Carani vinieron de España en 1716 con el Virrey Príncipe de Santo Buono dos religiosos de la casa profesa de Madrid, Juan Muñoz de la Plaza y Juan Fernández. Éstos se ocuparon en Lima de las funciones de su ministerio mientras Carani recorría el Alto Perú en demanda de limosnas para San Camilo.

Entretanto el comerciante don Gregorio Carrión costeó el viaje de otros religiosos que pidió a España; y se continuaron las diligencias para conseguir permiso del Rey a fin de establecer el convento. Se logró en 1735 la cédula real de 10 de Marzo mediante la influencia del Virrey Marqués de Castell fuerte y del arzobispo don Francisco Antonio Escandón.

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El padre Goldoveo Carani no alcanzó a ver la licencia, pues su fallecimiento ocurrió antes de que se recibiera.

Las fincas dadas por don Antonio Velarde y Bustamante y unas tierras que cedió al convento en el pago de Santa Inés doña María Belaunde, fueron los primeros bienes que poseyó la religión que tuvo por patriarca a San Camilo y estableció noviciado y estudios. El primer novicio fue el doctor don José de la Cuadra abogado que se retiró del mundo y dio al convento 34 mil pesos en dinero y la casa en que vivió. Las rentas se aumentaron después con las adquisiciones que hicieron los religiosos de bienes muy considerables.

En la Buenamuerte hubo pinturas de mucho mérito y valor que han ido desapareciendo en tiempos posteriores. Véase Cuadra, don José de la.

Entre los religiosos existieron algunos de notable saber en las ciencias o de buena fama por sus virtudes, como el memorable Martín de Andrés Pérez natural de Alcarria, cuya ejemplar vida escribió el padre González Laguna. Había sido Pérez durante 25 años Prefecto en Madrid, y después Viceprovincial en Lima, Doctor teólogo y Calificador de la Inquisición. Tuvieron en la Universidad una cátedra propia, de prima de moral sobre los casos ocurrentes en artículo de muerte, la cual aprobó el rey Fernando VI en 1755. Estuvo a cargo de ellos la iglesia y conventillo de Santa Liberata que fundó el obispo virrey don Diego Ladrón de Guevara.

CARAVANTES. Don Francisco. Hidalgo, natural de Toledo, y uno de los conquistadores del Perú. La escasez y carestía de vino que se experimentaba en Lima, lo movió a enviar por vides a España. El comisionado tocó en las islas de Canarias, escala que entonces se acostumbraba hacer en el viaje; y encontrando pronta oportunidad para regresar trayéndolas más frescas, y en menos tiempo, se proveyó allí de las que creyó suficientes, y emprendió su vuelta a Lima. No se detuvo en examinar la calidad de ellas, y después se vino a conocer que la uva era de color oscuro. Consecutivamente se propagó en algunos valles de la costa, y empezaron a verse luego plantíos de viñas. El capitán Bartolomé de Terrazas, también de los conquistadores, y uno de los que estuvo en Chile con Diego Almagro, tuvo abundante cosecha el año de 1555 en su repartimiento llamado entonces Achanquillo, provincia de Condesuyos y envió hasta el Cuzco a treinta indios cargados de uvas. Hizo este regalo a su amigo Garcilaso de la Vega, cuyo hijo dice en los Comentarios reales, que conforme a encargo de Terrazas, se distribuyeron dichas uvas a muchos caballeros, y que él fue el comisionado para llevarlas a las casas en fuentes conducidas por unos pajes. Agrega, que si se hubieran vendido, se habrían sacado cuatro o cinco mil ducados.

El misma Garcilaso cuenta (capítulo 25, libro 9.º, parte 1.ª) que oyó decir en el Perú a persona fidedigna, que un español había hecho una almáciga de pasas de España, y que prevaleciendo algunos granos de ellas, los sarmientos fueron tan delicados que hubo que tenerlos así tres o cuatro años sin trasplantarlos: añade que las pasas eran de uva negra. No pasó mucho tiempo de la provechosa empresa de Francisco Caravantes, sin que se conociesen en el Perú uvas de otras clases, inclusa la moscatel que Garcilaso menciona.

CARCAMO. El doctor don Gerónimo. Natural de México, hijo de don Francisco Díaz del Castillo y de doña Magdalena de Lugo. Fue Catedrático de Decreto en la Universidad de aquella ciudad donde estudió; y en su iglesia fue canónigo y dignidad de Tesorero. Presentósele para Obispo —166→ de Trujillo en Marzo de 1611, y murió en el mar ya cerca de Payta cuando venía a su diócesis en 1612.

CÁRDENAS. Don fray Bernardino. Nació en la ciudad de la Paz al acabar el siglo XVI, y perteneció a una familia noble. Tomó el hábito y estudió en el convento de San Francisco de Lima. Fue Lector en teología, Definidor, Vicario provincial y Visitador en la provincia de Charcas. Tuvo gran vocación al estudio de los idiomas de los indios llegando a conocer varios con perfección. Asistió al Concilio provincial argentino celebrado en 1629, el cual lo nombró Comisario delegado para la extirpación de la idolatría. En desempeño de este penoso ministerio, visitó un considerable número de poblaciones, predicó la doctrina de Jesucristo, y sacó de sus errores a infinitos indios, habiendo sido muy querido y venerado de todos. Mayor mérito contrajo todavía en su entrada al país de los Chunchos en que corrió peligros, sufrió privaciones y enfermedades llevando adelante su propósito de reducirlos al gremio de la iglesia con singular constancia y esmerado celo.

Cuando a mérito Del alzamiento de los indios de los pueblos de Songo, Challama, Chaupa, Simaco y otros que alteraron la tranquilidad en el Alto Perú matando a muchos españoles, comisionó el Virrey Marqués de Guadalcázar al maestre de campo don Diego de Lodeña para someterlos, le acompañó fray Bernardino de Cárdenas como el religioso de conocida influencia y capacidad para calmar a los rebeldes y sosegarlos. Entonces prestó señalados servicios a la Humanidad, empleando con fruto la voz de la razón, evitando derramamiento de sangre, y sirviendo su crédito entre los indios para que éstos con su garantía volviesen al orden, como se consiguió, cortándose una amenazante conmoción para cuyo desarrollo había terribles preparativos y combinaciones secretas en diferentes puntos. Véase Lodeña.

El rey Felipe IV queriendo premiar al padre Cárdenas y acreditar la estimación que hacía de sus méritos, lo presentó en 1638 para Obispo del Paraguay, confirmándolo el pontífice Urbano VIII. Consagrole el obispo de Tucumán don fray Melchor Maldonado en 1640.

Tocaremos de ligero asuntos relativos a este Prelado que confirma Alcedo (artículo Paraguay), y hemos encontrado en otros autores. Gobernaba esta provincia don Gregorio de Henestrosa, natural de Chile, cuando en 1642 acontecieron las ruidosas competencias y discreciones entre los jesuitas y el obispo Cárdenas que por varios años ocasionaron grandes desórdenes y alborotos, porque esos padres no quisieron que hiciese visita en sus doctrinas y aun le ofrecieron dinero para que desistiese del cumplimiento de dicha obligación. Llegaron los escándalos al extremo de haber dicho Gobernador echado de la diócesis al Obispo con el auxilio de 800 indios que los jesuitas le proporcionaron de sus reducciones. Diose por pretexto que se había consagrado sin bulas; lo cual fomentaron dos prebendados a quienes titula forajidos el obispo don Gaspar Villarroel en su obra Gobierno Eclesiástico. Ambos habían sido desterrados por su Prelado quien excomulgó al Gobernador por tres veces. Había éste allanado en alta noche el convento de San Francisco, y quitando el hábito a un fraile le puso grillos y lo envió a Santa Fe. El ejecutor fue don Sebastián de León parcial de los padres de la compañía. La Audiencia de Chuquisaca mandó comparecer a Henestrosa y le juzgó y condenó. A éste reemplazó en el Gobierno en 1648 el oidor don Diego de Escobar Osorio que murió el año siguiente. Con tal motivo el Obispo fue proclamado Gobernador tumultuosamente, bien que el pueblo tenía privilegio para nombrarlo en algunos casos; y encargado del —167→ mando, providenció el extrañamiento de los jesuitas de la provincia y de sus misiones (habían publicado éstos un folleto contra el Obispo), haciéndolos embarcar con violencia; de lo que se originaron nuevos disturbios, porque los regulares de la compañía, nombraron juez conservador, en virtud de una bula pontificia que tenían, a fray Pedro Nolasco que era Prelado mercedario sin aprobación.

La Audiencia de Charcas revocó el nombramiento popular de Gobernador del Paraguay hecho en el obispo Cárdenas: eligió para este cargo al oidor don Andrés de León y Garavito, natural de Lima, Caballero de la orden de Santiago; y dispuso que mientras éste iba a desempeñarlo, lo sirviese interinamente el maestre de campo don Sebastián de León. El Obispo rehusó admitirlo, y para empeñar su resistencia, armó a los indios y defendió la ciudad que al fin fue ocupada en Octubre de 1649, habiendo tenido León que cercar la iglesia. El juez conservador sentenció al Obispo privándole de su dignidad, declarándole reo de pena capital, y mandándolo encerrar en un convento. Salió desterrado en una canoa y pudo llegar al Alto Perú lleno de miseria. El Rey oyó los descargos y alegaciones del obispo Cárdenas, que nombró por su procurador al lego de San Francisco Juan de San Diego Villalón quien con relación a estas cuestiones, dio a luz un cuaderno (que hemos leído) confundiendo al jesuita Julián de Pedrasa que perseguía y calumniaba en Madrid a dicho Obispo. Don Andrés de León y Garavito, no sin nuevas dificultades, se posesionó después del mando y lo ejerció hasta 1651. El obispo Cárdenas, enemigo mortal de los jesuitas, fue trasladado a la iglesia de Popayán en 1647: no la admitió, excusándose con su avanzada edad y la distancia, a pesar de los consejos del obispo de Santiago Villarroel. Aunque aceptó la silla de Santa Cruz de la Sierra que se le confirió en 1666, no tomó posesión de ella, porque en el mismo año le dio el Rey el Obispado de la Paz en que falleció.

Era de opinión el obispo don fray Bernardino, de que las doctrinas debían servirse por clérigos y no por frailes, en razón a la clausura y a la obediencia, y porque esto es contrario al voto de pobreza, con otras reflexiones alegadas en un memorial que presentó al rey Felipe IV: escribió otros papeles, entre ellos el célebre manifiesto de los Agravios de los Indios y la obra titulada Memorial y relación de las cosas del reino del Perú que hizo publicar en Madrid en 1634, y se imprimió en francés en 1661.

Con motivo de los sucesos del Paraguay trabajó el jesuita Pedrasa un escrito que el obispo Cárdenas refutó en el mismo año de 1662. También escribió defendiéndolo fray Jacinto de Jorquera religioso dominico, y otros autores lo mencionaron con elogio y respeto, como el doctor Montalvo, el arzobispo Villarroel, que lo llamó «Varón de rara virtud», don Nicolás Antonio, don Juan de Solórzano, etc.

CÁRDENAS. El doctor don Francisco. Natural de Lima. Estudió en el colegio de San Martín. Fiscal de la Audiencia de Chile, después Oidor de la de Panamá, y fue el último presidente togado que allí hubo.

CÁRDENAS Y ARBIETO. El doctor don Pedro. Natural de Lima. Estudió en el colegio de San Martín. Fue Maestro en artes y Doctor en teología en la Universidad de San Marcos, cura de Vico y Pasto. Canónigo teologal de la iglesia de Lima por oposición en 1676, y Asesor general del virreinato. Ascendió a la dignidad de Obispo de Santa Cruz de la Sierra en 1684. El doctor Cárdenas fue uno de los distinguidos oradores de su época: y —168→ ocupó la cátedra el primer día de las grandes fiestas con que en 1680 se celebró en Lima la beatificación de Santo Toribio. Su padre que tuvo el mismo nombre, fue Rector de la Universidad en 1646, y descendía de uno de los conquistadores del Perú. En cuanto a su ascendencia materna, véase Arbieto.

CÁRDENAS Y MENDOZA. Don Francisco. Maestre de campo y Alcalde ordinario de Lima en 1595. Fue propiedad suya la capilla de la Concepción de la iglesia de San Agustín, cuyo altar construyó. Allí está su sepulcro y el de su esposa doña Leonor de Vera y Aragón que murió con fama de santidad por virtuosa y limosnera, dejando un hijo que heredó dicha capilla.

CARHUAJULCA. Don Marcos. Indio noble, vecino de Chota. Tenía en 1792 117 años y representaba a lo más 70: su razón en buen estado, y carecía de canas. Era recaudador de tributos y también se ocupaba de ejercicios de labranza. Vivió ocho años con su primera mujer y 69 con la segunda: tuvo 11 hijos y muchos nietos. Hacía más de 40 años que no tomaba agua sino chicha, mezclándola por la mañana con aguardiente de caña. Pretendía en aquel año contraer tercer matrimonio.

CARLI. El conde Juan Reinaldo. En sus Cartas americanas publicadas en Florencia, 1750, ilustró mucho las obras históricas sobre el nuevo mundo, escribiendo con amplitud y acierto, en cuanto a antigüedades peruanas. Defendió y vindicó a los americanos de las acusaciones y notas lanzadas por el atrabiliario Cornelio Paw en sus Disquisiciones.