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CASTAÑEDA DE LOS LAMOS. Conde de. Este título fue uno de los que con real autorización benefició en Lima el virrey Manso a consecuencia de la ruina causada por el terremoto de 1746. Lo adquirió por cuarenta mil pesos el obispo don Juan de Castañeda, y lo cedió a su sobrino don Joaquín de Lamo, hijo del teniente coronel don Joaquín de Lamo y Zúñiga Alcalde ordinario de esta capital en 1757. Refiérese que con aquella suma se reedificaron las casas y cárceles de la Inquisición.

El conde don Joaquín Lamo y Castañeda natural de Huaura pasó a vivir en España, y en 1817 era Grefier de la insigne orden del Toisón de oro. No teniendo sucesión dejó el título, según su testamento de 1818, a don Manuel Díez Requejo y Castañeda su primo, hijo del Secretario de la Inquisición que tuvo el mismo nombre. Requejo por escritura de 1819 hecha ante don José María de la Rosa Escribano del Cabildo de Lima, renunció el título en don Pío García declarando que no había estado en posesión de él. García tampoco pudo alcanzar esa investidura a pesar de sus gestiones. Véase el artículo que sigue, y el de Lamo.

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CASTAÑEDA VELÁZQUEZ Y SALAZAR. El diputado don Juan de. Natural de la villa de Huaura. Fueron sus padres don Francisco de Castañeda y doña Juana Velázquez y Salazar hija del alcalde provincial don Bartolomé Velázquez y de doña Josefa Salazar. Estudió en el colegio de San Martín en que fue maestro, y se graduó de doctor. Pasó al seminario de Santo Toribio donde prestó buenos servicios en la enseñanza de la juventud de ese instituto. Se ordenó de sacerdote, y nombrado cura, desempeñó el ministerio parroquial en tres doctrinas. Ocupó después en el coro del Cuzco, las sillas de Tesorero, Chantre y Arcediano de cuya dignidad ascendió a la episcopal de Panamá en 1743. Se le promovió a la iglesia del Cuzco en 1749, y tomó posesión en el año siguiente. Falleció el día 22 de Febrero de 1762 a la edad de 72 años, y se le hicieron en Lima magníficas exequias en la catedral, a que concurrió el virrey don Manuel de Amat, los tribunales y corporaciones el 30 de Marzo. Diósele sepultura en el templo de la compañía de Jesús del Cuzco según lo dispuso; porque antes de su fallecimiento se incorporó a ella e hizo los votos correspondientes.

Este Obispo se hizo notar por su caridad con los menesterosos, a quienes por mano de los prelados de las órdenes religiosas repartía muchas limosnas. Reedificó el ruinoso edificio del hospital de Huaura de que era patrón, y había fundado don Diego de Loza Bravo en 1674. Dio ochocientos marcos de plata de piña para una custodia en su catedral del Cuzco. Tuvo una suntuosa biblioteca, y dispensó su protección al muy recomendable literato doctor don Ignacio de Castro natural de Tacna, cura de San Gerónimo y Rector del colegio de San Bernardo de aquella ciudad. No faltaron detractores opuestos a la buena reputación del Obispo. Se le acusó al Rey por regidores y vecinos respetables del Cuzco, quienes dando amargas quejas de los abusos de los párrocos herían al Prelado acriminándole por su tolerancia; especialmente en lo respectivo a tres curas sus parientes inmediatos cuyos excesos será mejor silenciar, bien que fueron notorios y muy graves.

Hermano del Obispo fue el capitán don Alejo Castañeda Alférez Real del cabildo de Huaura que casó con su prima doña Luisa Hidalgo Velázquez y Sandoval hija del capitán don Gregorio Hidalgo Velázquez, y de doña Ana de Sandoval y Salazar todos nacidos en Huaura. Hijos de este matrimonio fueron: doña Francisca Castañeda casada con don Joaquín de Lamo y Zúñiga, doña Juana con el Marqués de Casa Castillo Gobernador de Chucuito, doña Paula con don Manuel Díez Requejo Secretario de la Inquisición, etc.

Abuela del obispo don Juan de Castañeda fue doña Josefa Salazar hija de don Pedro Pérez de Salazar, Capitán, Primer Alcalde y Corregidor de Huaura, y de doña Francisca Montesinos.

CASTAÑEDA Y AMUZQUÍBAR. Don Juan Miguel de. Nacido en Vizcaya, vecino y acaudalado propietario, comerciante y naviero de alto crédito en Lima, notable por su actividad característica, y su disposición benéfica para cuanto tenía relación con el bien del país. Su larga y respetable familia participó de iguales sentimientos que la hicieron merecedora del aprecio que disfrutó. Castañeda fue casado con doña Alberta Escobar y Rosas natural de Lima. Sus hijas contrajeron matrimonio; doña Manuela con don Joaquín de Asín e Irigaray oriundo de Navarra, hacendado de Bujama y Salitral: doña Paula con don Pedro Villacampa también español y comerciante muy acomodado: doña Juana Rosa con don Manuel de los Meros y Asunsolo nacido en Guipúzcoa. Doña Francisca Escobar hermana de doña Alberta, fue casada con don Francisco Echeverría —312→ Momediano Secretario de la Inquisición y que falleció en 1839 de 87 años.

Gobernando el Virrey Marqués de Avilés, y a mérito de haber falta de pólvora por el incendio de una fábrica antigua, y el atraso de don José Bohorquez Varela en enterar los once mil quintales por año a que estaba obligado, se celebró un contrato con don Juan Miguel de Castañeda para que elaborase la pólvora y llevase a efecto la construcción de un establecimiento con máquinas competentes por su clase y ventajoso sistema. Hiciéronse por Castañeda y Asín su hijo político, gastos considerables en los molinos y demás objetos; habiéndose tocado la necesidad de anticipar el Erario sesenta mil pesos por cuenta de pólvoras según lo dispuso el virrey Abascal, a fin de dejar expedito el edificio. La nueva fábrica abasteció cumplidamente al público y al Gobierno, que invirtió grandes cantidades de ese artículo en la dilatada guerra que duró hasta la emancipación del Perú, y en proveer a todas las plazas de Suramérica y aun a la misma España. Véase Abascal.

Pero al proclamarse la independencia era una cuantiosa suma la que se debía a la casa de Castañeda y Asín. Este crédito subió por el valor de las máquinas y oficinas de la fábrica, que entraron a la dirección y completo dominio del Estado.

Los derechos de los contratistas fueron al fin atendidos después de no pocas dificultades y largas tramitaciones: ellos tuvieron que convenirse en admitir la total cancelación de sus créditos con bienes nacionales que no sabemos si bastarían para salvarlos de compromisos antiguos y de los quebrantos que sufrieran con demora tan perjudicial en el abono de sus acciones. Las oficinas y maquinaria corriendo el tiempo, y principalmente por falta de cuidado y reparaciones oportunas, llegaron a desmejorarse mucho quedando casi en estado de nulidad. Por otra parte los molinos, máquinas y demás objetos pasaron de época y distaban mucho de los adelantos del siglo.

Siendo ineficaz e indebido cualquier gasto que se emprendiera para mejorar la fábrica, el Gobierno del presidente Echenique a instancias del general Mendiburu, Inspector de artillería, comisionó al subdirector don Pedro Cabello para que adquiriera en Europa la maquinaria que existe, habiéndose construido las grandes oficinas de beneficio de ingredientes con otras importantes obras que constituyen hoy un establecimiento de primer orden en América.

Don Juan Miguel de Castañeda prestaba siempre servicios de consideración y le distinguieron los virreyes Abascal y Pezuela. Sus buques se emplearon en diversas expediciones militares, particularmente el «Águila», que era un navío de alto bordo armado con 20 cañones, y fue apresado con otros más en Guayaquil por la escuadra de Chile a fines de 1819 estando cargado de maderas. Al fallecimiento de Castañeda en el mismo año 19, quedó de asentista de la fábrica de pólvora don Joaquín de Asín, y como tal funcionó en el estanco de ese y otros ramos hasta la caída del poder español en Lima.

CASTELL-BLANCO. Conde de. Véase, Rosas, don Francisco.

CASTELL BRAVO. Marqués de. Con motivo del matrimonio del Príncipe de Asturias, con doña María Antonia Princesa de Nápoles, el rey Carlos IV concedió cuatro títulos de Castilla para que recayesen en peruanos beneméritos y se previno al Virrey en 4 de Octubre de 1802, que de acuerdo con la Audiencia indicase las personas. Fue propuesto en 23 de Julio de 1806 para Marqués de Castell Bravo, don Diego Miguel Bravo —313→ del Rivero y Zavala natural de Lima: el Consejo prestó su aquiescencia desde 27 de Julio de 1807, y el Rey otorgó el título con facultad de poder redimir las lanzas; mas no lo invistió el interesado hasta 1813, sin duda por las turbulencias de España. Don Diego fue en el Perú el primero y último poseedor. Con aquella misma fecha se le había expedido título de Visconde de Zavala, y fue cancelado al conferírsele el de Marqués conforme a una ley que regía para estos casos. Véase Bravo, don Diego.

CASTELL-DOS-RIUS. Marqués de. Véase Oms de Santa Pau, Olin de Sentmanat, don Manuel, Virrey del Perú.

CASTELL-FUERTE. Marqués de. Véase Armendaris, don José de, Virrey del Perú.

CASTELLANOS. El licenciado don Juan de. Presbítero nacido en el reino de Sevilla. Cura de la doctrina de Tunja en los Estados Unidos de Colombia. Escribió en cantos la obra Elegías de varones ilustres de las Indias, cuya primera parte se imprimió en Madrid en 1589. La segunda y la tercera estaban originales en la librería del Marqués del Carpio. La segunda se dio a la estampa a fines del siglo XVI con aprobación de don Alonso de Ercilla. Las reimprimieron en su Biblioteca de autores españoles Aribau y Rivadeneyra agregando la tercera parte vista por don Pedro Sarmiento, según indica don Pedro Fernández del Pulgar en su Catálogo; y dice que Castellanos compuso dicha obra en prosa y tardó más de diez años en reducirla a octavas. Seis de sus cantos aparecen empleados en referir la jornada de las Amazonas de don Pedro Urzúa, su muerte, y las traiciones de Fernando Guzmán y Lope de Aguirre. En otros se contrae, entre diversidad de asuntos, a los hechos del adelantado don Sebastián de Benalcázar. Perdiose la cuarta parte de tan brillante producción, en que trataba de las hazañas y muerte del adelantado Gonzalo Jiménez de Quesada, la fundación de Bogotá y Tunja y otras escogidas materias.

Castellanos escribió la Historia Indiana cuya pérdida, también lamentable, ha privado a la América y en especialidad a Colombia de una obra de la mayor importancia, que sería un manantial de datos para conocer e investigar la verdad de tantos sucesos tratados en las diferentes crónicas antiguas con inexactitud o apasionado cálculo.

El lector tiene acerca de Juan de Castellanos un excelente opúsculo biográfico, que es más bien un estudio acabado de las Elegías, en el capítulo segundo de la interesante Historia de la literatura en Nueva Granada escrita por don José María Vergara cuya elegante y diestra pluma disfruta de merecidos elogios.

CASTELLAR. Conde de. Marqués de Malagón. Véase Cueva Henríquez de Saavedra, don Baltazar de la, Virrey del Perú.

CASTELLÓN. Marqués de. El rey Felipe IV en 8 de Febrero de 1657 concedió este título a don Juan Luis Berrio del orden de Santiago por los servicios de su hermano el mariscal de campo don Martín Berrio Gobernador de Gaeta en Sicilia. Habiendo muerto en Madrid en 15 de Abril de 1730 sin sucesión don Miguel Soto y Vaca a quien tocaba el título y mayorazgos anexos, se concedió a su prima doña Francisca Soto y Puente Marquesa de Selva hermosa, en 6 de Octubre de 1732. Ésta falleció en Lima en 19 de Febrero de 1733, y pasaron aquéllos a su hijo don José Javier Buendía y Soto, (Alcalde ordinario en 1749) por resolución judicial expedida en Madrid en 17 de Julio de 1734. Buendía fue Aguacil —314→ Mayor de Cruzada: y casó con doña Julia Santa Cruz y Centeno (hermana de don Diego Conde de San Juan de Lurigancho, y de las Marquesas de Moscoso y de Otero). Su hijo don Juan Manuel, Caballero de la orden de Carlos III, fue casado con doña Leonor Lescano y poseyó el Marquesado. Lo heredó en el año de 1800 su hijo don Juan Buendía y Lescano quien falleció en 1807 y fue casado con hija del Conde de Monteblanco. Como dicho título era de Nápoles estaba libre de los derechos de lanzas y media anata por auto del Consejo de Indias de 4 de Mayo de 1737. Don Juan Manuel y don Juan Buendía, nacidos en Lima, fueron regidores perpetuos del Cabildo de esta ciudad y sucesivamente sirvieron el cargo de Alférez Real vinculado en la familia y que después pasó al Conde de Montemar. Así mismo les perteneció el empleo de Tesorero general de rentas estancadas de tabacos, pólvora, naipes, etc., que obtuvieron en propiedad hereditaria. La hija del último Marqués de Castellón fue doña Clara Buendía y Carrillo que casó con don Diego Aliaga y Santa Cruz hijo segundo del Conde de San Juan de Lurigancho.

CASTILLA. Don Sebastián de, hijo del Conde de Gomera. Habían corrido cuatro años de la victoria del gobernador licenciado don Pedro de la Gasca en Sacsahuana, y de los escarmientos hechos en los partidarios de Gonzalo Pizarro en 1548. La tranquilidad del Perú era ficticia porque en los militares que se hallaban ociosos, pobres y descontentos, existía el fomes revolucionario que amenazaba abrasarlo todo con el mal apagado fuego de la discordia. En el Sur se habían sentido amagos de turbulencia y aun motines, como el de Miranda, Melgarejo y Barrionuevo sofocados con mano firme por el mariscal Alvarado que entró a mandar en el Cuzco y conservó el orden a despecho de los conspiradores.

Hallábanse ocultos en el convento de Santo Domingo de dicha ciudad Egas de Guzmán y Baltazar Osorio, venidos como prófugos de Charcas a causa de su mal comportamiento. Guzmán invitó a sus amigos a una reunión que tuvo por objeto trazar un plan subversivo, y lo acordaron aceptando a don Sebastián de Castilla, uno de los concurrentes, por jefe de la rebelión que estallaría dando muerte a las autoridades y vecinos principales. Don Sebastián carecía de las cualidades precisas para semejante empresa; pero además de su representación como noble, la tenía por su riqueza, era joven muy dadivoso y agradaba a los conjurados por sus costumbres disipadas, y porque faltándole la severidad, toleraría los excesos de aquéllos. No apeteciendo el mando por codicia, cedió a los estímulos de su ambición, y al empeño de amigos pérfidos a cuyas instancias no podía resistirse según su carácter inquieto y dispuesto para los desórdenes.

El mariscal Alvarado penetró los secretos de la Junta tenebrosa habida en Santo Domingo, y entre sus providencias de seguridad dictó la de que nadie pudiera salir del Cuzco sin su licencia. Castilla recibió una carta de Potosí en que Vasco Godínez le anunciaba una próxima revolución, y le requería para que se pusiese en marcha, pues estaba designado para acaudillarla. Don Sebastián fugó del Cuzco en compañía de los más comprometidos, y aprovecharon de la noche para alejarse y ponerse a salvo. Alvarado los hizo perseguir inútilmente, y previno al corregidor de Charcas don Pedro Hinojosa tomase preso a Castilla y a los demás, y que se guardase mucho, pues tenía entendido que iban resueltos a matarlo y efectuar un levantamiento.

Hinojosa no hizo caso del aviso de Alvarado, y en vez de prender a Castilla lo llamó a Chuquisaca, le recibió muy bien, y todavía tuvo la flaqueza e indiscreción de mostrarle la carta de Alvarado. Poco tardó —315→ en llegar a noticia de Hinojosa que con intervención de Castilla trataban de asesinarlo en un convite que le tenían preparado en una casa de campo; y con tal motivo se explicó con don Sebastián y le dio muy saludables consejos, asegurándole su leal y decidida amistad. Llegó a tal punto la incrédula confianza de Hinojosa, que desatendió un serio aviso del licenciado Polo Ondegardo, quien lo excitó mucho para que hiciese averiguaciones y cortara la conjuración: no creía lo que todos tenían por cierto, y en cuanto a Castilla le parecía imposible fuese capaz de tanta ingratitud.

Se dijo que Hinojosa, tratando de alucinar, dejaba entrever a los conspiradores que él se uniría a sus designios; porque Castilla comunicó a Egas de Guzmán que aquél esperaba ciertas contestaciones de los cabildos de varias ciudades para proceder con más seguridad. Estas revelaciones indujeron a Guzmán a postergar la muerte de Hinojosa quedando de acuerdo con Castilla para ejecutarla días después. Pero en nada pensaba menos Hinojosa que en mancharse con un crimen ajeno de su posición oficial y de la fortuna que disfrutaba; y así cualquiera indicación hecha a Castilla, se encaminaría sólo a investigar las cosas y entorpecerlas. Egas de Guzmán nunca prestó crédito ni acogida a tales suposiciones. Sin embargo de todo, Castilla como aspirante y corrompido por los sediciosos con quienes trataba, no veía la hora de elevarse al poder que era objeto de sus ansias.

Todavía hubo otra advertencia que hizo a Hinojosa el guardián de San Francisco, y fue despreciada como las anteriores, diciendo que no se le hablase más de aquel asunto porque en último caso le bastaba su espada para cuantos soldados había en Chuquisaca. Castilla reunió a los conspiradores en casa de Hernando Guillada y escogió a Pedro Saucedo, Antonio Sepúlveda, Garci Tello de Vega, Gonzalo Mata, Diego Vergara, Álvaro Pérez Payán y Anselmo Hervias como más atrevidos e idóneos para dar el asalto contra el general Hinojosa. Hubo quienes dijeran que a la hora precisa no dejó de remorder a Castilla su conciencia pensando en la felonía que iba a cometer con violación de las leyes sagradas de la hospitalidad que había recibido de Hinojosa.

El hecho se consumó entrando don Sebastián con los demás en casa de aquél, y encontrado que fue le dieron de estocadas Tello, Sepúlveda y Hervias: este último lo acabó de matar destrozándole la cabeza al golpe de una barra de plata y diciéndole «que se hartara de su riqueza». Acudieron a la plaza todos los conjurados a dar vivas al Rey según acostumbraban hacerlo los revolucionarios, y anunciando que era muerto el tirano. Ocurrió este atentado el 6 de Mayo de 1553, día en que fue reconocido don Sebastián de Castilla por jefe y caudillo de la sedición que lo elevaba al mando ilegalmente y de una manera bastante deshonrosa. Titulose Capitán General y Justicia Mayor, y se hizo aclamar por tal en el Ayuntamiento; reunió cerca de 200 hombres armados, decretó prisiones, persiguió a los que contaba por enemigos de su causa, y dejó saquear las casas de Hinojosa y de varios vecinos notables. No permitió la providencia que el tiempo se encargara de dar a Castilla los desengaños y el castigo que por aquel horrible hecho debía esperar. Cinco días disfrutó de su triunfo, y su autoridad fundada sobre tan falsas bases, desapareció con asombrosa rapidez. Supo que llegaban a Chuquisaca Vasco Godínez y Baltazar Velázquez, principales conspiradores a quienes Hinojosa había alejado de Potosí dándoles una comisión. Salió a recibirlos y encontrándoles en las cercanías de la ciudad, dijo Castilla a Godínez que renunciaba en él la autoridad que investía. Godínez le respondió con comedidas expresiones de afecto, que siempre había deseado —316→ verlo en aquel puesto. Luego le hizo reconocer por su Maestre de Campo, y a Velázquez por Capitán de caballos. Exigió Godínez se enviara fuerza al Cuzco a fin de matar al mariscal Alvarado, ofreciéndose para desempeñar este encargo. Castilla dijo tener nombrado al intento al capitán Juan Ramón quien desde luego se puso en marcha, pero en el camino volvió la espalda a la revolución y se sometió a órdenes de Alvarado.

Los sublevados no se entendían en Chuquisaca, donde la desconfianza y los recelos causaban grandes inquietudes. Godínez comprendió la inseguridad en que se hallaba y los peligros que habrían de rodearle. De una manera insidiosa propuso a Castilla mandase ahorcar a 20 soldados de lo más notables: quería que esta injusticia produjese un estallido violento y aparecer él como redentor de aquéllos; mas Castilla se negó en lo absoluto a dar tan inmotivado y peligroso escándalo. La gente con quien el mismo Godínez se había entendido y rozado para sus designios, como uno de los primeros autores del levantamiento, eran soldados viciosos, bandidos incorregibles sin fe ni lealtad, de quienes nada podían prometerse los que sin títulos usurpaban el poder. Meditando en su suerte futura concibió un nuevo crimen, creyendo descargarse de los anteriores, y recomendarse a costa de su cómplice Castilla, como restaurador de la causa del Rey en el territorio del Alto Perú. Godínez con Velázquez y otros de los suyos, se apoderaron súbitamente de la persona de don Sebastián de Castilla y le mataron a estocadas exponiendo su cadáver en la plaza pública. Con este hecho, y el castigo dado a varios de los asesinos de Hinojosa, se verificó una reacción ejecutada por el principal delincuente, quien repuso el antiguo Cabildo, y pidió le propusiese a la Audiencia que gobernaba en Lima para ser nombrado Justicia Mayor de Charcas y Capitán a guerra, pues Egas de Guzmán permanecía dueño de Potosí y no se sabían sus miras posteriores. Véase el artículo del mariscal Alonso Alvarado, tomo 1.º página 187. Y los respectivos al general Pedro Hinojosa, Egas de Guzmán y Vasco Godínez. Véase también el artículo Peruza y Ayala, Conde de la Gomera.

CASTILLA. Don Baltazar de, hermano del anterior. Empieza a ser citado en las antiguas relaciones históricas del Perú, desde el año 1541 en que con motivo de la muerte del marqués Pizarro, se le vio unirse en Lima al partido de don Diego de Almagro el mozo en cuyas filas concurrió a la batalla de Chupas el 15 de Setiembre de 1542.

En el de 1544, principiada la discordia que promovió Gonzalo Pizarro se juntó don Baltazar con otros, y salió de la capital en alcance de un clérigo nombrado Loayza, a quien el virrey Vela enviaba al Cuzco. Le tomaron en el camino, y le llevaron a Pizarro, quien enterado de las comunicaciones interceptadas, descubrió ciertos secretos, y por ellos hizo matar a varios individuos.

Destruido en Añaquito por Gonzalo el ejército del Virrey y muerto éste, envió a Panamá mandando la escuadra a don Pedro Hinojosa, quien llevó a sus órdenes a don Baltazar: allí estuvo en rehenes mientras se ajustó con el gobernador don Pedro de Casaos, que no reconocía a Pizarro, un arreglo que evitó las hostilidades, pasando la armada de Hinojosa a fondear en Taboga. Pronunciada ésta al poco tiempo por la causa del Rey, y sometido su jefe en Panamá al gobernador don Pedro de la Gasca, marchó Castilla a Guatemala y Nicaragua comisionado para colectar soldados y artículos de guerra.

De regreso, y ya dispuesto el ejército en el valle de Jauja para abrir campaña sobre el Cuzco, Gasca hizo nombramiento de los principales —317→ oficiales, y eligió a don Baltazar por Capitán de una de las compañías de infantería. Con este mando asistió a la batalla de Sacsahuana en que fue desbaratado Pizarro el 9 de Abril de 1548. El Gobernador al premiar a los vencedores, dio a Castilla el repartimiento de Parinacochas que producía de renta 40 mil pesos.

Servía don Baltazar de Maestre de sala en el gran convite del matrimonio celebrado en el Cuzco, de su sobrina doña María de Castilla, con don Alonso de Loayza sobrino del Arzobispo de Lima, cuando en medio del banquete en que se hallaba el Corregidor, fue sorprendida aquella concurrencia (día 13 de Noviembre de 1553) por don Francisco Hernández Girón, quien hizo allí saber con espada en mano y gente armada, que se proclamaba caudillo de una revolución. Hubo algunas víctimas en tan repentino desorden, y luego se hicieron los aprestos para la guerra que por consecuencia sobrevino.

Girón había sido amigo de don Baltazar de Castilla, y tuvo con él una entrevista en que le manifestó las razones que le habían movido a ejecutar ese levantamiento en que no llevaba otra mira que el bien común. Momentos después, Bernardino de Robles, hombre bullicioso, avisó a Girón que don Baltazar y el contador Juan de Cáceres iban a fugar en dirección a Lima, llevándose alguna gente, y que al efecto tenían hechos varios preparativos para seguridad de sus intereses. Girón ordenó al licenciado Diego de Alvarado (que en seguida fue su Maestre de Campo) formase proceso acerca de dicha acusación. Mas el nombramiento de semejante juez se consideró escandaloso y temerario, porque don Baltazar de Castilla había tenido dos meses antes un desafío con Alvarado, en que ambos salieron heridos. A causa de esto, se profesaban tenaz enemistad, y Alvarado, que preciaba más de valiente que de letrado, se lamentaba de no haber muerto a su contendor. Faltando pruebas y atropellando trámites, dio sentencia, que según opinión general fue muy injusta, y mandó dar garrote a Castilla y a Cáceres, lo cual hizo al punto el verdugo despojando a los cadáveres de sus vestuarios y dejándolos enteramente desnudos.

Este hecho llenó a todos de espanto en el Cuzco. Girón que quiso atemorizar con un espectáculo tan cruel como alarmante, reprendió al juez en público, y aseguró no haber tenido conocimiento de la ejecución ni de la pena impuesta por Alvarado. Puede verse en los artículos respectivos el fin trágico de estos hombres.

Así terminó sus días don Baltazar, uno de los principales caballeros avecindados en el Cuzco, y de cuya familia proceden otras notables del Perú.

CASTILLA. Don Gabriel de. Sirvió en México a fines del siglo XVI: estuvo en la defensa de San Juan de Ulúa y vino al Perú en 1596 con su tío el virrey don Luis de Velasco después Marqués de Salinas. De orden de éste organizó en Lima una fuerza de 160 hombres y pasó a Chile de Maestre de Campo llevando municiones, vestuarios, etc. (1596): allí combatió frecuentemente con los araucanos, y cooperó a la reconstrucción del fuerte de Purén tan célebre en la historia de aquella guerra. Volvió a Lima a solicitar auxilios con motivo de la muerte del gobernador Loyola, y formó otros 160 soldados con los que marchó segunda vez a Chile (1599) manteniendo a su costa tropa y caballos. En 1602 mandó los galeones que trajeron caudales de Arica, y los condujo a Panamá, con otras sumas que salieron de Lima: posteriormente permaneció al mando del puerto del Callao como Lugarteniente del Virrey, quien le dio en premio de sus servicios la encomienda de indios de Huarochirí.

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CASTILLA. Altamirano, don Fernando de. Hermano del Conde de Santiago, natural de México, y cabeza de esta casa en Lima, fue Alcalde ordinario en 1607. De sus hijos, don Francisco sirvió igual cargo en 1634. Don Fernando en 1642 y 1662 y don Pedro en 1700, como lo fueron otros individuos de las diversas ramas de esta familia. El citado don Fernando Castilla Altamirano fue Caballero de la orden de Santiago, Capitán de la compañía de lanzas del reino, Corregidor y Justicia Mayor de varias provincias, una de ellas la del Cuzco, y habiendo casado con doña Grimanesa de Loayza Calderón natural de dicha ciudad, su hijo heredó los mayorazgos y señoríos de Quiñones y Mogrobejo corno tercer nieto de doña Grimanesa Mogrobejo hermana de Santo Toribio y esposa de don Francisco Quiñones. Véase a éste, Loayza Calderón, don Juan y don Pedro su hijo.

En la sala del de profundis en el claustro del convento de San Francisco de Lima, está el entierro de don Luis de Castilla Altamirano y de doña Luisa Barba su mujer, con un costoso retablo dedicado a la Virgen, y a los lados están los dos de rodillas copiados al natural. Encima se ven los escudos de armas de sus casas.

CASTILLA Y TABOADA. Don Carlos de. Véase Otero, Marqués de.

CASTILLA Y ZAMORA. Don Cristóval de (hijo natural del rey Felipe IV). Era Inquisidor de Lima por los años de 1659. Nombrado Obispo de Guamanga se encargó de la Diócesis en 1669 y fue el Prelado que mayores beneficios la hizo. Viajó a las montañas, y según consta de su edicto de 20 de Abril de 1672, convocando un sínodo diocesano, que se dice fue el único que se ha celebrado en Guamanga, entró por los Andes a tierra de gentiles: navegó por el río Apurimac: plantó en el cerro de los tigres el estandarte de la fe: tomó posesión de aquellos países en nombre del rey Carlos II: bautizó solamente por su mano en el primer día, 118 bárbaros y muchos más en los siguientes, asistido del padre jesuita Juan de Ugarte, a quien y al padre Juan de Aranzeaga (según el capítulo 33 del sínodo) encargó la prosecución de la empresa. El editor de las sinodales, que se imprimieron en 1677, añade que aún se conservaba la cruz en aquel cerro: que se había fundado un pueblo, y que habiendo confirmado el Obispo a los recién bautizados les dejó de cura al licenciado don José de Angulo que entendía sus dialectos. Dijo el Obispo en el citado edicto que en las montañas se despeñó el padre Andrés Núñez, y que él estuvo en grande peligro y varias veces atado a cordeles que se fijaban en los árboles. El sínodo lo celebró en Junio de 1672. También estableció el arancel parroquial que ha regido siempre en el Obispado. Fundó la Universidad de San Cristóval en 3 de Julio de 1677, y recabó para ella los privilegios y regalías de las de Lima, México, Salamanca y Valladolid, otorgados por el rey Carlos II en 31 de Diciembre de 1680, en cuya cédula se leen las palabras: «mando al Virrey... cuide de la indemnidad de esta universidad como prenda de mi patrimonio real etc.». Gastó el Obispo de su peculio en la fábrica del edificio de ella más de setenta mil pesos. El papa Inocencio XI confirmó la fundación por bula de 11 de Mayo de 1684.

Consagró la catedral en 19 de Marzo de 1672. Fundó un hospital en Huanta, y en 1674 formó un seminario para la educación de la juventud dotando cuatro cátedras con sus bienes particulares. Con motivo de la expulsión de los jesuitas, el Seminario ocupó desde 1768 el convento de la compañía por orden de Carlos III. Cesó el gobierno del Obispo en 1679 en que pasó de Arzobispo a Chuquisaca. En atención a los servicios de este Prelado, el rey Carlos II dio título de Marqués de Otero en 1692 —319→ al capitán don Cristóval Castilla y Zamora su sobrino. Véase Otero. En 1659 y cuando se hallaba de Inquisidor, formó las constituciones del colegio de Santa Cruz de nuestra señora de Atocha en Lima. Refiere el padre Buendía en la vida del venerable Francisco del Castillo, que el santuario de Cocharcas en la provincia de Andahuaylas se edificó con mucho costo y magnificencia por la generosidad del obispo Castilla. Dicho santuario estaba fundado desde el año de 1598 en que era Corregidor de Huamanga don García Solís Portocarrero.

CASTILLEJO. Conde de. Dio este título el rey Carlos II en 12 de Junio de 1683 a don Diego Atanasio de Carvajal y Vargas natural y vecino de Lima, Caballero de la orden de Calatrava, 6.º Correo Mayor de las Indias, Patrón de la provincia de San Francisco del Perú, y encomendero del repartimiento de Ichiguari, relevándole de la media anata de creación atendido el lustre de su familia, y por los servicios de su padre don Francisco Carvajal del orden de Alcántara, Corregidor de Canas y Canchis. Don Diego Atanasio no tuvo sucesión de su mujer doña Francisca Luna, y pasó el título con el Mayorazgo que fundó, a su sobrino el capitán don Diego de Carvajal Caballero de la orden de Santiago, quien tampoco dejó hijos de su esposa doña Constanza de la Cueva Marquesa de Santa Lucía de Conchan, y recayó el título en doña Catalina de Carvajal mujer del Marqués de Monterrico y lo heredó su hija de segundo matrimonio doña Joaquina Brun que casó con su primo el capitán de caballería don Fermín de Carvajal y Vargas después Duque de San Carlos. Su hijo primogénito fue don Mariano de Carvajal y Brun, Caballero de la orden de Santiago y Conde del Puerto: éste poseía el título de Castillejo en 1792. Habiendo enviudado de su esposa doña Mariana Manrique de Lara, se trasladó a España, donde ya estaba su hijo mayor don José Miguel en quien recayó el Condado del Puerto y después el de Castillejo.

El título de Conde de Castillejo fue relevado de lanzas y media anata, por la persona del Duque de San Carlos y su hijo, según la real cédula de 13 de Octubre de 1768 sobre incorporación de la renta de correos a la corona. Véase Carvajal y Vargas, don Fermín Francisco.

CASTILLO. El venerable padre Francisco del. De la compañía de Jesús. Nació en Lima en 9 de Febrero de 1615 y se le bautizó en la catedral el 23. Fueron sus padres don Juan Rico natural de Toledo y doña Juana Morales del Castillo nacida en Santa Fe de Bogotá, quienes vinieron al Perú en la familia del arzobispo don Bartolomé Lobo Guerrero. Doña Juana falleció en 27 de Abril de 1642 día en que celebró Francisco su primera misa: oficiaron en sus exequias sus tres hijos sacerdotes, fray José, el padre Francisco y el licenciado don Alonso Rico del Castillo.

Entró Francisco en la compañía el 31 de Diciembre de 1632. Estudió en el colegio máximo de San Pablo, siendo su maestro y director espiritual el venerable padre Juan de Alloza limeño de elevada fama. Pasó después al de San Martín a enseñar y cuidar de la conducta de un crecido número de jóvenes alumnos. La buena reputación de Castillo se generalizó en breve: aprovechado en los estudios, de costumbres ejemplares, y consagrado a sus deberes del modo más austero se vio acatado de toda la sociedad que aplaudía sus virtudes y merecimientos.

Hallábase en el Callao ocupado de la predicación y de ejercicios piadosos, cuando el Virrey Marqués de Mancera, que de él tenía formado alto concepto, quiso que en calidad de Capellán y Consultor, acompañase a su hijo don Antonio de Toledo, General de dicho puerto y presidio, en la expedición destinada a reconquistar Valdivia, arrojando a los holandeses —320→ que se habían apoderado de aquel país acaudillados por Enrique Brower. Aceptó Castillo la distinción con que el Virrey le honraba y salió del Callao el 31 de Diciembre de 1644: componíase la flota de 18 buques, doce de ellos bien armados. Fueron a bordo muchos caballeros principales de Lima, tropas de desembarco, no poca artillería y un considerable parque. Castillo se embarcó en el navío «Santiago», que era el buque capitán de la armada. Los holandeses habían desistido de su proyecto de sostenerse en Valdivia, y hostilizados por la autoridad principal de la provincia y sus vecinos, tuvieron que abandonarla. Véase Brower.

A la llegada de la expedición, el 4 de Febrero de 1645, no tuvo don Antonio Toledo otra atención que la de poner a Valdivia en el mejor pie de defensa: hizo levantar una fortaleza que denominó Mancera, desembarcó artillería gruesa de bronce fundido en Lima, y después de dejar allí sus órdenes y todo género de recursos, zarpó el 1.º de Abril para Valparaíso de donde vino a Arica y luego al Callao en que fondeó el 6 de Mayo. Castillo en seguida pasó su tercera probación en el colegio que tenían los jesuitas en dicho puerto.

Uno de los propósitos en que desarrolló más su perseverancia fue el que no le abandonó nunca, de predicar al pueblo e inclinar a los negros por medio de la doctrina a las prácticas de religiosidad y moral. Los amonestaba continuamente en los parajes públicos en que solían reunirse, y eligió para los días festivos el que se conoce por plaza del Baratillo, porque en ella se hacían ferias de mercaderías y se expendían efectos a bajo precio. Desde 1648 hasta 1653 no cesó de pronunciar sermones en ese lugar. Colocó al centro sobra una peana de piedra cubierta con azulejos, una cruz que bendijo el arzobispo Villagómez en San Lázaro y fue conducida en procesión. En esto y en una espaciosa y sólida ramada que situó en dicha plaza, gastó más de cuatro mil pesos que lo dio su hermano el clérigo don Alonso Rico. No contento con predicar en el Baratillo, tomó la costumbre de hacerlo en las chácaras y obrajes, y en los hospitales de San Lázaro y San Bartolomé que de sus manos recibían muchas limosnas que él mismo colectaba.

Pretendió que los Virreyes Conde de Alba y Conde de Santistevan favoreciesen su proyecto de fundar una casa de recogimiento para mujeres arrepentidas. Sus diligencias fueron inútiles, pero renovadas después con más eficacia, surtieron el efecto que deseaba: pues fueron bien acogidas por el Virrey Conde de Lemos, quien en la época de su gobierno se contrajo sobremanera a ejercicios religiosos y a refrenar los vicios. Compró Lemos a don Fernando de Córdoba un solar en el sitio en que ahora está el monasterio de Santa Rosa, y empleó 10.200 pesos en la fábrica de la casa, dando principio a ella en 9 de Junio de 1668. El padre Castillo intervino en la obra y en formar las constituciones: el Virrey le entregó la dirección del establecimiento y encargó al Tribunal del Consulado nombrase por semanas algunos comerciantes para que procurasen limosnas. Celebrose el estreno del recogimiento con suntuosas fiestas en los días 19, 20 y 21 de Marzo de 1670: pero las mujeres no prestándose a vivir allí, se quejaron contra Castillo, haciendo oposición con diversidad de calumnias y crítica al proyecto de la casa de recogidas que miraban como una afrenta. Castillo al través de todo, y con mucho trabajo, consiguió después de dos meses tomasen el hábito nueve, las cuales profesaron en 28 de Mayo y se mantuvieron de la caridad del Virrey y de otras personas. Con respecto a la suerte posterior de la casa de Amparadas de la Purísima Concepción, remitimos al lector al artículo relativo al presbítero don Nicolás de la Cruz.

El padre Francisco del Castillo era no sólo querido, sino aun venerado —321→ del Conde de Lemos. Antes de llegar al Perú este Virrey le escribió una carta desde Portobelo en 19 de Junio de 1667, favoreciéndole con claras muestras de amistad, y diciéndole se le había recomendado en España el Marqués de Aytona con quien Castillo tenía correspondencia. Lemos eligió a éste por su confesor, y le hizo padrino de tres de sus hijos que nacieron en Lima. Pero a este paso el padre Castillo nunca ocupó en lo menor al Virrey, y llegó su moderación y delicadeza al extremo de suplicarle revocase el nombramiento de Corregidor de Canta que había hecho en favor de su deudo el capitán don Manuel Pantoja.

Hemos dicho en el artículo Calafre, don Bartolomé, que la hija de éste doña Úrsula hizo cesión a la compañía de una capilla que poseía en la plazuela de Desamparados. El padre Castillo la tomó a su cuidado, la refaccionó y mejoró proveyendo a su adorno y aseo. Hizo quitar los escombros y basuras que afeaban sus alrededores: estableció ejercicios religiosos continuos, atrayendo a las negras a sus distribuciones doctrinales y de devoción, a las que en breve concurrieron muchas personas distinguidas. Del oratorio particular de doña Úrsula Calafre logró sacar Castillo un bulto de nuestra señora del Pilar de Zaragoza que entregó al escultor Tomás de La Parra para que lo variase y conformase con la imagen de la Virgen de los Desamparados que original se venera en Valencia. Hecho así, la colocó Castillo en el altar de la capilla, trayéndola en solemne procesión desde el convento de la compañía.

El padre Castillo fabricó en seguida unas salas, y reunió en ellas hasta 303 niños pobres que fueron instruidos gratis en las primeras letras, y éste fue el origen de la Escuela de los Desamparados. Para esta obra recibió auxilios pecuniarios que le enviaron de Puno los mineros don José y don Gaspar Salcedo y el capitán don Gaspar de la Serna Salazar.

Luego fomentó allí los ejercicios semanales titulados Escuela de Cristo, que se extendieron a las parroquias de Lima, y en breve a muchas ciudades del reino, perteneciendo a esta asociación los sujetos más principales que la cultivaron con empeño, al paso que el Sumo Pontífice la concedió diversas gracias e indulgencias.

El joven Conde de Lemos Virrey del Perú, cuya consagración a las prácticas y distribuciones religiosas fue ilimitada, profesaba la más fervorosa devoción a la Virgen de los Desamparados, y queriendo manifestarla de una manera digna de su entusiasmado celo, proyectó edificar un templo en el mismo lugar que ocupaba la vieja capilla levantada por Calafre a la cual concurría muy a menudo.

El Conde se contrajo a la realización de su empresa: buscó fondos, adoptó algunos arbitrios extraordinarios y proporcionó sumas de dinero suyo, a fin de que la obra avanzase sin interrupción.

El 7 de Junio de 1669 se trazaron los cimientos del templo. El 29 del mismo mes, día del santo del Virrey, bendijo la primera piedra el provincial de la compañía padre Luis Jacinto de Contreras. Bajó a lo profundo de la zanja el Conde de Lemos, y la colocó en el lugar designado con un cofrecito en que se guardaron diferentes monedas de oro y plata, y dos imágenes de plata, una de la Virgen de los Desamparados, otra de san José cuyos nombres se pusieron al nuevo templo. Encima se asentó una gran lámina de plata con una inscripción.

Para mientras se fabricaba el templo de los Desamparados, hizo traer el Virrey a la capilla de palacio al Santísimo Sacramento y a la imagen de la virgen. Las distribuciones de la capilla de los Desamparados, Escuela de Cristo y demás, se hicieron ya dentro de palacio con asistencia del Virrey, quien alojó también allí al padre Castillo y a otros jesuitas.

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Para la traslación de la imagen de los Desamparados de la capilla de palacio a su nuevo templo, hizo el Virrey un convite general y dispuso una procesión de las más suntuosas que se vieron en Lima por los costosos y extraños adornos y colgaduras con que se engalanaron las calles.

En la vida del padre Francisco del Castillo publicada en Madrid en 1693, están escritos por la elegante pluma del padre José de Buendía todos los pormenores de la fábrica y estreno de la iglesia de los Desamparados y de las fiestas que hubo en Lima en esa ocasión.

En Castillo brillaron con solidez las virtudes que pueden calificar de justo al hombre que las posee con celo cristiano y con profunda humildad. Su caridad y sufrimiento nunca tuvieron límites. Fue incansable en servir a los necesitados, en consolar a los que padecían, en aconsejar y apaciguar discordias domésticas. Se le amó y respetó en Lima, se le miró como a un apóstol favorecido de Dios. En medio de sus muchas ocupaciones se dio tiempo para escribir un libro Devocionario de la Virgen que circuló lo mismo que algunas de sus poesías sobre asuntos sagrados.

Falleció el martes 11 de Abril de 1673 a las cuatro y media de la tarde, y a la edad de 58 años, después de una violenta enfermedad de cuatro días que principió por una epidemia que se conoció entonces en Lima con el nombre vulgar de Cordellate. Tuvo en sus manos hasta su último instante el mismo crucifijo que llevó consigo don Juan de Austria en la batalla de Lepanto y que conservaban los jesuitas de Lima. Están sus restos al pie del altar de la capilla interior de Nuestra Señora de la O en San Pedro y al lado del evangelio. Uno de sus huesos se halla en el templo de los Desamparados a la derecha en el muro del presbiterio en un nicho en que también están el corazón del Conde de Lemos y dos huesos del venerable jesuita limeño Antonio Ruiz de Montoya.

Todas las prendas de uso del padre Castillo las tomaron a porfía las personas de más suposición de esta ciudad. El provincial de la compañía Hernando de Cabero en 17 de Mayo de 1667 pidió a instancias de muchos sujetos principales, se hiciesen informaciones sobre la santa vida de Francisco del Castillo. Al efecto fue nombrado por juez el canónigo don Agustín Negrón, años después Deán de esta catedral. Actuó como notario fray Antonio José Pastrana, dominico, y el doctor don José Lara Galán sirvió el cargo de promotor fiscal. Procurador general fue el padre Tomás de Villalba. La información de 144 testigos de lo más escogido del país, se remitió a Roma en Noviembre de 1685 con petición de las autoridades y corporaciones para que Castillo fuese beatificado. El rey Carlos II recomendó este asunto al papa Inocencio XI en 20 de Marzo de 1687, y a su Embajador en Roma Marqués de Cogolludo. En 1690 se renovaron las súplicas con una segunda información que se siguió de orden del arzobispo don Melchor de Liñán y Cisneros. Véase Lemos, Conde de.

CASTILLO. Fray Francisco del. Conocido también por «el ciego de la Merced» de cuya orden tenía el hábito como lego. Nació en Lima en el siglo pasado careciendo completamente de vista según opinión general, o como quieren otros, habiéndola perdido en los primeros años de su niñez. Él por su ceguera no pudo recibir la menor instrucción, y sin embargo su comprensión fácil y su fiel e inagotable memoria, le sirvieron para dar pruebas de su poco común inteligencia. Invertía el tiempo en meditaciones acerca de las ciencias: rodeábanle siempre jóvenes que seguían la carrera literaria, conservaba con ellos estrecha relación, y hacía que sostuviesen en su presencia cuestiones sobre las materias que —323→ eran objeto de sus estudios. El ciego se ponía luego al corriente de ellas, tomaba parte en los altercados y zanjaba las dificultades con acierto. Buscaba a los teólogos con frecuencia para ventilar complicados argumentos, y entraba en ellos expidiéndose con tino y discreción.

Sin más arte que el que poseía por especial favor de la providencia, cursaba la poesía, improvisando regulares versos con una fluidez y elegancia admirables. No había más que proponerle un asunto, determinarle objeto, o precisarlo a un resultado; él se desempeñaba con propiedad y destreza por espinoso que fuera el caso, y estrecho el compromiso. Formaba comedias distribuyendo entre los concurrentes los diversos papeles, en que a cada cual dictaba las producciones oportunas. Castillo en sus composiciones se servía de la historia y de la mitología, como si de ellas hubiese hecho el más detenido estudio. Tocaba diferentes instrumentos, y por lo regular tomaba la vihuela al anochecer, y poetizaba sobre lo que en el día se había hecho con su conocimiento o intervención, adornándolo con gracias o sátiras que su agudeza sabía emplear.

Atraía la atención de todos, y era generalmente querido: no había en Lima fiesta, banquete o regocijo al cual no fuese llamado: buscábanle también los jóvenes cuyo ingenio se cebaba en la detracción y maledicencia, y entre ellos daba rienda suelta a la burla y a la desvergüenza en poesías sarcásticas y obscenas.

Castillo en Europa habría sido lo que otros ciegos como él de rara habilidad, que hicieron en diversas épocas estudios profundos, y que en sus trabajos científicos dejaron ostentosos recuerdos del poder de la naturaleza. Él vivía en las concurrencias y el bullicio, deseaba celebridad, y halagado por el interés, éste le ayudaba a vencer las dificultades: prodigaba su delicado y fecundo talento versificando en convites de bodas, funerales, plácemes y otros casos sin cansarse jamás de este ejercicio.

Este hombre raro se asegura falleció por los años 1787. No se han impreso sus composiciones poéticas, pero aún se conservan algunas y es grande el número de las que han ido desapareciendo.

CASTILLO. El doctor Juan del. Natural de Toledo, médico de Lima. Era un profundo místico y de vida ejemplar. Tuvo largas discusiones con Santa Rosa, y examinó con madurez sus principios religiosos, doctrinas y prácticas de moral y santidad. Castillo ya anciano y viéndose enfermo, tomó el hábito de Santo Domingo y profesó en esta orden. Su fallecimiento acaeció en el año de 1629, y escribió su vida el canónigo y después obispo del Cuzco don Pedro de Ortega y Sotomayor natural de Lima.

CASTILLO. El bachiller don Juan del. Nació en Lima y fue hombre notable por sus luces, instrucción, y mucho más por su desgracia e incredulidad absoluta en todo lo concerniente a la fe cristiana. Acercose una vez al arzobispo Santo Toribio a decirle cómo el cómputo eclesiástico estaba errado, y a hacerle diversas interpelaciones sobre materias delicadas y tocantes a la disciplina. El Prelado, que no carecía de noticias acerca de los errores de Castillo, después de tolerarle con benignidad, le aconsejó callase y creyese lo que creía y confesaba la Iglesia Católica. Al poco tiempo el bachiller Castillo preso en la cárcel de la Inquisición, sostuvo con multitud de argumentos la religión hebrea, manifestando sus opiniones contra el cristianismo. El tribunal le sentenció como a judío, y fue relajado y ahorcado en Lima el día 10 de Julio —324→ de 1608. En este auto de fe hubo 17 reos más que sufrieron las penas a que se les condenó.

CASTILLO Y ARTEAGA. El diputado don Diego del. Nació en Tudela reino de Navarra en 14 de Enero de 1605: sus padres, don Pedro del Castillo y doña Ana de Arteaga. Estudió en el colegio de Málaga, y en la Universidad de Alcalá fue Catedrático de artes y de prima de teología. Dijo su primera misa en Tudela en 1632, y se graduó de Doctor en 1635. Después Canónigo magistral de la iglesia de Ávila en 1637; y presentado en 1651 para Obispo de Cartagena de Indias, no admitió la mitra, pero sí la de Trujillo en Noviembre del año de 1653. En 28 de Mayo de 1655 se recibió en Trujillo carta suya anunciando desde Madrid que enviaba su poder, pero éste no llegó a recibirse. No se había consagrado cuando se le ascendió al Arzobispado de Santa Fe de Bogotá en 1655, de lo que se tuvo aviso en Trujillo en 19 de Diciembre de 1656, y antes de embarcarse para América se le trasladó al Obispado de Oviedo donde murió. Este Prelado fue autor de la obra titulada Ornatu et vestibus Aronis.

CASTILLO Y HERRERA. El doctor don Alonso. Natural de Quito. Estudió en el colegio de San Martín de Lima. Fue Oidor de Quito, y como decano, Presidente interino en 1665: Alcalde del crimen y Oidor de la Real Audiencia de Lima en 1688 y posteriormente Gobernador de Huancavelica. Fueron sus padres don Alonso del Castillo y Herrera español a quien se dio en Madrid el empleo de Oidor de la dicha Audiencia de Quito por su matrimonio con doña Gabriela López Olivares y Olmedo según ésta lo dijo en su testamento. Muerto Castillo, su viuda casó con don Juan Llano Valdez Oidor de Quito y de Lima. Consta que el Virrey Conde de Alba de Liste obsequió a doña Gabriela el corregimiento de Mizque que se estimaba en ocho mil pesos, y que ella lo destinó a su hijo don Gabriel del Castillo. Don Alonso estuvo en España por dos veces, y cuando falleció su madre ya era Oidor de Quito.

CASTILLO Y TORRES. Don Rodrigo, y don Juan Jacinto su hijo. Véase Casa Castillo, Marqués de.

Don Rodrigo contrajo matrimonio con doña Juana Castañeda, sobrina del obispo del Cuzco don Juan de Castañeda. Y su hija doña Concepción Castillo casó con don Manuel Gallegos y Dávalos Conde de Casa Dávalos. Véanse los artículos correspondientes a todas estas personas.

CASTILLO Y VELASCO. Don Luis del. Nacido en Madrid en Setiembre de 1578. Después de militar en España, sirvió como Capitán de infantería en la guerra de Chile. Fue Gobernador y Maestre de Campo de la provincia de Chiloé, sus fuertes, fronteras y gente de armas, Corregidor y Justicia Mayor. Después desempeñó el cargo de Contador oficial real de hacienda de la ciudad de Huamanga y asiento de minas de Huancavelica. Casó en Concepción de Chile con doña Claridiana Corvera y Benavides, y falleció en Lima el año de 1627.

CASTRILLO Y FAJARDO. Don Henrique. Sobrino político del tercer arzobispo de Lima don Bartolomé Lobo Guerrero. Fue Caballero de la orden de Santiago, Alcalde ordinario de Lima en 1616. General de la caballería del Perú y Capitán de la compañía de los gentiles hombres lanzas del reino desde principios del siglo XVII. Él y su esposa doña Jacobina Lobo Guerrero fueron los primeros patrones de la capilla de San Bartolomé que fundó aquel Prelado en la catedral, en la cual están los retratos —325→ de ambos. Refiere el historiador agustino Calancha, que don Henrique Castrillo después de matar a uno que se atrevió a desmentirlo, se refugió en el colegio de San Ildefonso: que allí se enfermó y que doña Jacobina lo encomendó a San Nicolás de Tolentino ofreciéndole, si sanaba, tantas arrobas de cera cuantas pesase su marido. El asilado recobró la salad y hubo 9 arrobas de aquel artículo, que dio la interesada para el culto del Santo. También consiguió Castrillo una sentencia absolutoria de aquel asesinato, para la cual le valió su elevada posición, y el pretexto de ser necesarios sus servicios con motivo de haber aparecido al frente del Callao la escuadra mandada por Jacobo Heremitae en 1624.

CASTRILLÓN Y TABOADA. Don Diego. Coronel de artillería, natural de Lima, hijo 3.º de don Francisco Castrillón y Arango Corregidor de Huánuco y Alcalde ordinario de Lima en 1778, y de doña Isabel de Taboada y Santa Cruz Marquesa de Otero.

Salió don Diego para Europa en 1797 y se detuvo en Buenos Aires a causa de la guerra con la Gran Bretaña hasta 1799, en cuyo año llegó a España. Principió su carrera de cadete en el regimiento de infantería de Guadalajara. En 1800, se incorporó al colegio militar de Zamora donde estudió matemáticas, fortificación, ataque y defensa de plazas, arquitectura militar, estática, hidráulica, artillería, construcción de planos, etc. En 1804 ascendió a Subteniente de aquel cuerpo, y en 1806 fue admitido en el cuerpo de artillería con el empleo de Teniente, previo un riguroso examen que dio en el colegio de Segovia. En 1808 regresó a Lima, donde se le dio de alta en la plana facultativa de su cuerpo. En 1811 ascendió a Capitán, en 1814 a Teniente Coronel, y en 1816 se le encomendó la Dirección de la Maestranza de artillería y fábrica de pólvora. En 1819 se le promovió a Coronel de su arma, y continuó sirviendo en ella hasta la caída del poder español a fines de 1824.

Castrillón asistió a las batallas de Guaqui y de Sipesipe en 1811 a órdenes del general Goyeneche; a la de Tucumán en 1812; a la de Salta en 1813 con el brigadier don Pío de Tristán; y a la de Ubiluma en 1815 con el general Pezuela, tocándole en las más de estas funciones mandar en jefe la artillería. Permaneció en Lima fuera de todo servicio hasta 1860 en que falleció muy anciano. Véase Otero, Marqués de.

CASTRO. De este apellido hubo en Lima algunas familias entroncadas con otras igualmente distinguidas como puede verse en el artículo Sancho Dávila. Don Manuel de Castro y Padilla fue Oidor de esta Real Audiencia, y su nieto el maestre de campo don José de Castro Isazaga, Alcalde ordinario en 1676. Don Fernando de Castro Rivadeneyra y Bolaño natural de Galicia, Caballero de la orden de Santiago, descendiente de los Condes de Lemos, vino al Perú en el mismo siglo XVII con el empleo de General del presidio del Callao: su hijo don Sancho de Castro y Rivera, fue también Alcalde en 1682. Véase Remírez de Laredo.

CASTRO. El capitán Alonso de. Era Teniente de Alguacil Mayor en Lima, cuando en 1544, el virrey Blasco Núñez Vela, mató en su misma habitación al factor Illén Suárez de Carvajal dándole con una daga. Castro se hallaba en casa del Virrey, y luego que esto hizo arrojar de los corredores abajo el cadáver del Factor, lo recogió en compañía de Sebastián de Coca, y poniéndolo en un repostero lo llevaron a enterrar. El capitán Alonso de Castro, fue uno de los que intentaron sostener a dicho Virrey en los momentos en que los oidores alborotaron la población para deponerlo y echarlo del país.

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Nueve años después, en 1553, estando Castro en Chuquisaca de Teniente del general Pedro de Hinojosa que mandaba en aquella provincia, aconteció la rebelión que encabezó don Sebastián de Castilla. Éste con los conjurados, pasó a casa de Hinojosa, y antes de que lo tomasen y matasen, salió a recibirlos Castro, y preguntándoles qué significaba el desorden en que iban, y lo que querían, dieron contra él don Sebastián y Anselmo de Hervias; y al tiempo que Castro huía, le atravesó éste clavándolo en la pared. La espada se dobló cerca de la punta, y al repetir Hervias otras estocadas, como no entrase con facilidad, decía: «Oh perro traidor! Qué duro tienes el pellejo», y ayudado de otros que como él eran los verdaderos traidores, le acabó de matar.

CASTRO. María Francisca Ana de. Natural de Toledo, vecina de Lima y casada. A la edad de 49 años fue juzgada por el Tribunal de la Inquisición convicta de ser judía. En el auto de fe de 23 de Diciembre de 1736 en que fueron condenados 27 reos más a diversas penas como destierro, azotes, etc., salió la Castro con sambenito de dos aspas, coroza, soga al cuello y cruz verde en la mano. Sentenciada a las llamas y entregada a la justicia ordinaria, la condujo el Alguacil Mayor del Cabildo desde la plaza mayor, hasta la plazuela de Otero. Allí fue arrojada a la hoguera en la cual pereció; también consumió el fuego las estatuas del jesuita Ulloa y de Juan Velasco naturales de Chile, y además los huesos de éste en una caja; habían fallecido antes de sentenciarse su causa. En el número 38 del periódico titulado El Mapa están los pormenores de este auto de fe.

CASTRO. Pedro (o Nuño, según Garcilaso). Capitán de piqueros en las tropas del gobernador don Francisco Pizarro al tiempo de las cuestiones ocurridas entre éste y don Diego Almagro el año 1537. Castro en un consejo que celebré el Gobernador fue de parecer se adoptasen medios de terminar las diferencias pacíficamente antes de apelar a las armas. Cuando se verificó en Mala la entrevista de ambos caudillos que concurrieron allí con sólo 12 hombres de escolta, Gonzalo Pizarro de por sí, o acaso con acuerdo de su hermano don Francisco, hizo salir de Lima en hora excusada una fuerza de 700 soldados, y adelantando un número de arcabuceros los ocultó al mando de Castro en un cañaveral inmediato a Mala, no se sabe si a precaución, o como está escrito, para esperar órdenes y un toque de clarín que indicase la llegada de Almagro, señal que no se dio, y por tanto se ignora si hubo el intento de aprisionarlo según se asegura.

Resuelta la guerra por haberse tocado la imposibilidad de arribar a un avenimiento, el capitán Castro combatió a órdenes de Pedro Valdivia en las ásperas sierras de Guaytará con las tropas de Almagro mandadas por Rodrigo Orgóñez: el triunfo fue de los de Pizarro. Hizo Castro la campaña hasta el Cuzco y se halló en la batalla de las Salinas en que sucumbió la causa de Almagro el día 26 de Abril de 1538. Castro después de ser uno de los que más se distinguieron en la lucha, insultó a don Diego Almagro ya prisionero, y aun quiso matarlo; pero se lo impidió el mariscal Alvarado que lo llevaba bajo su custodia.

A la muerte del marqués Pizarro y cuando en el Cuzco se reconoció a don Diego Almagro el hijo, Castro con otros oficiales fugó de la ciudad y dirigiéndose a la provincia de Chucuito, se adelantó en comisión a reunirse a don Pedro Álvarez Holguín que iba a penetrar con una fuerza en país del interior. Este jefe contramarchó, y colocando a Castro de Capitán de arcabuceros se vino al Cuzco, y luego caminó hasta Huaylas —327→ donde se puso a órdenes del licenciado Cristóval Vaca de Castro que estaba ya funcionando como Gobernador nombrado por el Rey.

En el Cuzco al entrar Holguín, fugaron muchos del partido de Almagro: Castro salió a perseguirlos y logró tomar hasta 40. Encontrose en la batalla de Chupas el 16 de Setiembre de 1542, la cual fue adversa al desgraciado Almagro que luego fue ejecutado.

En 1552 estaba el capitán Castro en el Alto Perú, y cuando la muerte del general Hinojosa y el levantamiento de don Sebastián de Castilla, marchó por orden de éste con una partida mandada por el capitán Juan Ramón que debía ir al Cuzco para sorprender y matar al mariscal don Alonso Alvarado. Ramón ayudado por Castro se defeccionó invocando la causa del Rey y sometiéndose al Mariscal. No sabemos qué fin tendría Castro cuyo nombre no vuelve a parecer en las relaciones antiguas.

La lectura de éstas ocasiona confusión y dudas en cuanto a Castro. Los más de los sucesos que hemos referido, son tomados del cronista oficial Antonio de Herrera quien le denomina Pedro; pero Garcilaso refiere esos mismos hechos llamándole Nuño. Herrera habla de Nuño mencionándole únicamente en lo que toca a la tropa del capitán Juan Ramón. Del estudio que hemos hecho alcanzamos que el capitán Castro que prestó los servicios relacionados, era Nuño, el cual salió mal herido en la batalla de Chupas donde mandaba una fuerza titulada de sobresalientes; y que el oficial Pedro Castro es el que aparece en la expedición de Juan Ramón en 1553.

CASTRO. Don Pedro de. Conde de Lemos, Virrey del Perú. Véase Fernández de Castro.

CASTRO. Don Saturnino. Natural de Salta. Militó con los españoles en las campañas del Alto Perú. Hallábase en 1813 de Comandante del escuadrón de Dragones denominado «Partidarios» cuando el general en jefe don Joaquín de la Pezuela maniobraba contra al ejército argentino del mando del general Belgrano. El caudillo Cárdenas con una fuerza considerable de guerrilleros, se había adelantado hasta Ancacato, y don Saturnino Castro cayó de improviso sobre él dispersando aquella muchedumbre en que hizo terribles estragos. Al escuadrón vencedor se lo dio el título de «Dragones de Ancacato».

Pezuela se movió de Condocondo a Vilcapugio donde atacó a Belgrano el 1.º de Octubre de 1813. Al emprender su marcha, ordenó a Castro que desde Ancacato se dirigiese a Vilcapugio. Éste cumplió el encargo, y como llegase con anticipación sin ser sentido de los contrarios, se replegó antes de amanecer. Empeñada la batalla, estuvo no sólo dudoso su resultado, sino a punto de ser fatal para los realistas, pues fueron envueltos completamente en la ala izquierda los batallones «Partidarios» y «Centro», llamado antes «Azángaro», de los cuales murieron muchos oficiales; así como el coronel don Felipe de la Hera de «Partidarios». Herido el coronel don Gerónimo Lombera del 2.º regimiento del Cuzco, se dispersó también este cuerpo. En tal conflicto, y mientras en la derecha se sostenían con ventaja Picoaga y Olañeta al frente de otros cuerpos, apareció Castro con su escuadrón atraído por el fuego que había oído: cargó por retaguardia a la victoriosa a la derecha de Belgrano con mucha resolución y la envolvió y derrotó. Convirtiendo así a los vencedores en vencidos, decidió la batalla; y a esta victoria debieron los españoles el no perder todo el Perú en circunstancias tan críticas como las que les rodearon entonces.

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Castro ascendido a Coronel se halló en la batalla de Ayohuma el 14 de Noviembre de 1813. Antes de cumplirse un año, estalló en el Cuzco el levantamiento que capitanearon los Angulos: y con noticia de este acontecimiento, premeditó el coronel Castro hacer otra revolución en el ejército del Alto Perú proclamando la independencia. Escribió al general argentino Rondcau para que avanzase y protegiese el cambio que creía realizable. Trató de ganarse al primer regimiento acantonado en Moraya y compuesto de cuzqueños; y puso en obra otros preparativos, dejando la ejecución para el 1.º de Setiembre. Castro había alcanzado licencia temporal para venir a Lima, y aunque no estaba al frente de su escuadrón, intentó comprometerlo: no consiguió su objeto, habiéndosele adherido sólo unos pocos individuos de tropa. Denunciado al general Pezuela en Suypacha, dispuso éste su prisión; pero la evitó fugando, y entonces hizo esfuerzos para que el primer regimiento se sublevase. En este cuerpo fue insuficiente la trama urdida por Castro a pesar de sus diligencias. Él intimó a Pezuela orden para que se rindiera y circuló una proclama en todos los cantones, manifestando que el General los sacrificaba, y que la revolución del Cuzco se había extendido hasta Lima desapareciendo el virrey Abascal.

El coronel Castro fue tomado en los momentos de ir a emprender su evasión: se le juzgó sumariamente en el cuartel general y fue pasado por las armas en Moraya. Torrente, tratando de este suceso, dice que Castro en sus últimos instantes se arrepintió, dio a Pezuela avisos importantes con respecto a ciertas personas, le nombró su albacea y le confesó que había tenido intención de asesinarlo. No sabemos si será prudente dar crédito a estas aserciones de aquel sospechoso historiador.

Castro tuvo un hermano llamado don Pedro Antonio que prestó largos servicios en el ejército del Alto Perú y llegó también a la graduación de Coronel.

CASTRO. El diputado don Ignacio de, presbítero. Natural de Tacna. Pasó muy joven a Moquegua donde estudió latinidad, haciéndose notable por su distinguido talento y disposición para el cultivo de las letras. Trasladose al Cuzco, y en breve, bajo la dirección del celebrado padre Juan Bautista Sánchez, concluyó filosofía, teología y derechos, en el colegio de San Bernardo de la compañía de Jesús. Era bien joven cuando ya conocía a los célebres poetas y clásicos oradores de la antigüedad, de cuyas obras había sacado con su feliz memoria, el más abundante fruto. Castro fue objeto de la admiración de sus colegas y maestros, y ya graduado de Doctor, crecieron los aplausos que con razón le tributaba el público ilustrado. El obispo don fray Juan de Castañeda le encomendó la instrucción de sus familiares y le franqueó su gran biblioteca. Recibió la orden sacerdotal a título de cura de la doctrina de Checa. Allí, sin desatender a los deberes de párroco, se consagró a dar a sus conocimientos, la extensión y profundidad que le valió su elevación al rango de los sabios. Cultivó los idiomas, griego, latino, inglés, francés, italiano y portugués que conocía suficientemente lo mismo que la lengua quechua.

Castro pronunció varias oraciones gratulatorias de delicado gusto, y en sus oposiciones a las sillas vacantes del coro, dio magníficas pruebas de superioridad de luces en materias eclesiásticas. Encomendole el obispo don Agustín de Gorrichátegui la visita del partido de Tinta: en seguida obtuvo el Rectorado de San Bernardo, que aún servía en 1791, el curato de San Gerónimo cuya renta cedía a dicho colegio, y el cargo de Examinador sinodal del Obispado. Contraído al progreso de las ciencias, —329→ mejoró mucho los estudios y encaminó a la juventud a los adelantamientos que se dejaron ver como resultado de sus doctrinas, de su erudición y fina crítica.

La hidropesía, única enfermedad que el cura Castro tuvo, puso término a sus días en 1792 a los 59 años de su edad. Dejó muchos manuscritos importantes que contenían disertaciones científicas, sermones, etc.: ocho volúmenes en folio en que había colocado en orden alfabético las noticias más escogidas de la historia, bellas letras y asuntos eclesiásticos. Se publicó en Madrid en 1795 el libro que escribió relativo a la fundación de la Audiencia del Cuzco y fiestas que con ese motivo se hicieron en dicha ciudad. También salió a luz la defensa que formó del obispo don Juan Manuel Moscoso, sobre quien pesaron fuertes acusaciones en la época de la revolución de Condorcanqui (llamado Tupac Amaru). Perteneció el doctor Castro a la sociedad «Amantes del país» que en Lima daba el Mercurio Peruano, periódico en el cual se leen varios discursos de la diestra pluma de aquel literato. El colegio de San Bernardo dedicó a su memoria un honroso epitafio latino que decoró el sepulcro de su apreciado Rector. Algunos tuvieron al doctor Castro por natural de Arica, apoyados en que así se dijo en un rasgo que en elogio suyo se imprimió en Lima a poco después de su muerte: pero es evidente y debe tenerse por indudable su nacimiento en Tacna.

CASTRO. Inés de, alias la voladora. Sentenciada por la Inquisición en el auto de fe de 21 de Diciembre de 1625 en que sufrieron castigo 24 personas. Presenció la muerte de dos reos que fueron quemados, y cuando vio arrojar al fuego varios cuadernos que ella había escrito, y que el Tribunal calificó de heréticos, gritaba «echa flores». Esta mujer que se dice era joven y bien parecida, tenía fama de hechicera y la daban el sobrenombre de «voladora» porque escapaba de las prisiones de una manera misteriosa.

CASTRO. Doña Marcela. Mujer desgraciada que abrazó con vigoroso y tenaz empeño la causa de Tupac Amaru en la terrible revolución de 1780. Después del martirio que sufrió este caudillo, su mujer y otros, Marcela Castro se comprometió de nuevo en los planes de don Diego Cristóval Tupac Amaru hermano de aquél, para encender otra vez el fuego de la insurrección cuando ya disfrutaba de un indulto a que se sometió jurando obediencia al Rey. La influencia de la Castro, su ardor ilimitado por la libertad de su raza y por vengar los castigos ejecutados cruelmente contra los suyos, la precipitaron a cooperar y dar impulso a los temerarios intentos de don Diego que estallaron en Marcapata por Febrero de 1783. Sofocada la rebelión con indecible actividad, fueron aprisionados sus autores y cómplices: siguiose un juicio que terminó con la sentencia condenatoria que dictó en el Cuzco a 17 de Julio de 1783 el oidor de Lima don Benito de la Mata Linares asesorando al comandante general don Gabriel de Avilés. Conforme a este fallo se dio a don Diego y demás reos una muerte horrible. Véase Avilés, tomo 1.º página 413. Véase Tupac Amaru, don Diego.

La parte que en dicha sentencia correspondió a Marcela Castro, y que fue cumplida en aquella ciudad el 19 de Julio en la plaza del Regocijo, se contiene en la cláusula que copiamos a continuación.

«A Marcela Castro debemos igualmente condenar, en que sea sacada de la cárcel donde se halla presa, arrastrada a la cola de una bestia de albarda, llevando soga de esparto al pescuezo, atados pies y manos con voz de pregonero que manifieste su delito: siendo así conducida por las —330→ calles acostumbradas al lugar del suplicio, donde esté puesta la horca, junto a la que se le cortará la lengua, e inmediatamente colgada por el pescuezo y ahorcada hasta que muera naturalmente, sin que de allí la quite persona alguna sin nuestra licencia; y con ella será después descuartizada, poniendo su cabeza en una picota en el camino que sale de esta ciudad para San Sebastián, un brazo en el pueblo de Sicuani, otro en el puente de Urcos, una pierna en Pampamarca, otra en Ocongate, y el resto del cuerpo quemado en una hoguera en la plaza de esta ciudad, y arrojadas al aire sus cenizas».

CASTRO Y DEL CASTILLO. Don Antonio de. Natural de Castrojeriz en Burgos, hijo del licenciado Alonso del Castillo que fue Corregidor de Alcalá la Real y de doña Inés de Padilla. Estudió en Alcalá y en Salamanca, donde se graduó de Bachiller. Recibió en la Universidad de San Marcos de Lima el grado de Licenciado. Fue cura de la iglesia mayor de Potosí, Gobernador del Arzobispado de Charcas, Inquisidor del Tribunal de Lima durante once años desde el de 1627. Reedificó a su costa en 1639 la capilla denominada de las Cabezas que se fundó en 1615, y se había destruido desde 1634 a causa de una inundación del río de esta ciudad; la adjudicó renta y nombró por patrones de ella a los inquisidores. Rehusó aceptar el cargo de Obispo coadjutor de Guamanga para el cual se le presentó con motivo de hallarse ausente el Obispo de dicha Diócesis don fray Antonio Conderino. Después aceptó el Obispado de la Paz para que fue nombrado en 13 de Setiembre de 1647. Le consagró el obispo de Santa Cruz don fray Juan de Arguinao. Visitó su Diócesis y dio seis mil pesos suyos para la fábrica de la iglesia catedral en 1651.

CASTRO Y DE LA CUEVA. Don Beltrán de. Hermano de doña Teresa Ana esposa del virrey don García Hurtado de Mendoza Marqués de Cañete con quien vino al Perú en 1596. Fue General de la mar del Sur y del puerto y presidio del Callao. Mandó en jefe los tres buques de guerra que salieron a cruzar por la costa del Sur con motivo de haber entrado al Pacífico por el estrecho de Magallanes una fuerza naval inglesa que hacía extorsiones en la costa de Chile al mando de Ricardo Hawkins, conocido por Achines. Sufrió la armada de don Beltrán un temporal en el paralelo de Cañete y sus buques tuvieron algunas averías que le obligaron a volver al Callao en momentos en que avistaba las naves enemigas.

Con mucha diligencia se trabajó en remediar los daños recibidos por los bajeles españoles, y en cuanto estuvieron arreglados zarparon con rumbo al Norte. Encontraron a los ingleses frente al puerto de Atacames en la costa de Esmeraldas. Se empeñó un combate que fue muy sangriento, y en el cual muchos caballeros de la nobleza de Lima se portaron y distinguieron valerosamente. Vencidos los contrarios y prisionero el mismo Hawkins, don Beltrán le garantizó la vida y le hospedó en su casa defendiéndolo del rigor de la Audiencia que le condenaba a la pena capital. La cuestión pasó a resolverse en España, y el Rey mandó poner en libertad al jefe inglés. El Conde de la Granja en el poema a Santa Rosa enriquece sus cantos con el brillante triunfo de don Beltrán, y encomia a los que le acompañaron, puntualizando sus nombres. Cuéntase que al instante de recibir el Virrey la noticia de tan señalada victoria, calificándola de milagrosa, se dirigió a pie con la cabeza descubierta a la iglesia de San Agustín a rendir gracias al Santo Cristo de Burgos que allí se venera, y a quien él había pedido patrocinase la armada del Callao.

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Otras particularidades y algunas octavas del Conde de la Granja sobre el combate y los que a él concurrieron, las encontrará el lector en el artículo «Achines» tomo 1.º de nuestra obra página 63.

CASTRO Y MENA. El maestro fray Rodrigo de. Natural de Madrid, religioso mercedario. Tomó el hábito en 17 de Noviembre de 1661 y no profesó hasta 9 de Junio de 1666. Fue Rector del colegio de la Vera Cruz de Salamanca, Comendador en Logroño y Burgos. Predicador del rey Carlos II, vino de Vicario general de las provincias del Perú donde falleció. Se imprimieron muchos de sus sermones, entre ellos la oración que pronunció en la catedral en las exequias de aquel Rey el año de 1701.

CASTRO Y TABOADA. Don Mariano. Natural de Lima. Estuvo en España donde sirvió como subalterno en la carrera militar. A su regreso al Perú fue Subdelegado del partido de Chota desde 1802 hasta 1808: de Cajamarca desde este año hasta el de 1817. Coronel de milicias de Celendín en 1813. Después de la independencia obtuvo el cargo de Prefecto de la Libertad siendo Coronel de ejército, y el de Ministro de Guerra y Marina. Falleció en 1830.

CASTROMONTE. Don Juan Modesto de. Nació en la ciudad de Huaraz y fue agricultor en la misma provincia. Falleció el día 12 de Diciembre de 1790 a la edad de 133 años. Estuvo casado dos veces, dejó ocho hijos y multitud de nietos, bisnietos y terceros nietos; y de la descendencia de una hija de su primer matrimonio alcanzó a ver cuartos nietos. Su segunda esposa murió de 96 años a los 80 de haberse casado. Dicho individuo, se aseguró que nunca había tomado licor ni tenido enfermedad alguna: que conservó en vigor su razón y sentidos hasta el fin de su vida, y que su fallecimiento fue tranquilo, y sin dolencia de ninguna especie (Mercurio Peruano de 10 de Febrero de 1791).

CATARI. Véase Tupac Catari.

CAYCUEGUI. Don Manuel. Natural de Lima, de la orden de Santiago. Fue Capitán de una de las compañías de línea del presidio del Callao en 1746, Teniente Coronel de ejército, encomendero de Lampa, Chilques y Chumbivilcas como marido de doña Juana Orcasitas y Aliaga, hija del gobernador don Francisco de Llano Orcasitas de la orden de Alcántara, y de doña Juana Aliaga y Oyague de la familia de los mayorazgos Aliaga. Padre de don Manuel fue don Agustín de Caycuegui, vizcaíno, Prior del Tribunal del Consulado en los años 1676 y 1695, y uno de los comerciantes acaudalados de Lima, que con motivo de haber ocupado y saqueado Guayaquil unos piratas en 1687, armaron dos navíos de guerra, los cuales combatieron y vencieron a aquéllos en fines de Mayo, cerca de la isla del muerto. Véase Filibusteros.

CEBADA. Rafael. Actor principal en la compañía dramática del teatro de Lima por los años 1813. Impelido por una violenta pasión que tenía por la actriz María Moreno, la asesinó a puñaladas el día 2 de Agosto de 1814. Se ocultó y pudo frustrar de pronto las diligencias que hizo la policía para aprehenderlo, mas habiéndose descubierto que estaba refugiado en la recolección de Descalzos, fue extraído de ese asilo el día 4 por uno de los alcaldes ordinarios de orden del virrey Abascal. Muy poco tiempo pasó para la conclusión de su causa, y sentenciado a muerte, sufrió la pena de garrote en la plaza mayor, por estar prohibida la de —332→ horca bajo el régimen constitucional de entonces; siendo éste tan transitorio, que sólo en Cebada se empleó el aparato denominado garrote.

CELADA DE LA FUENTE. Marqués de. Por decreto de 12 de Octubre de 1688 concedió este título el rey Carlos II a don Francisco Pro León y Montemayor, vecino de Lima, en el que le sucedió por línea trasversal don Mateo Pro y León, y a éste su hijo don Mateo, Caballero del orden de Calatrava, casado con doña Rosa Colmenares hermana del primer Conde de Polentinos. Por su fallecimiento, recayó en su hija doña Rufina Pro y Colmenares. Ésta y su hermana doña Magdalena renunciaron el derecho al título por notoria insolvencia, y con este motivo lo solicitó el coronel don Felipe Colmenares y Córdoba (hermano del 2.º Conde de Polentinos) por ser pariente del último poseedor dentro del cuarto grado de consanguinidad; ofreciendo redimir las lanzas como lo verificó, y satisfacer la media anata respectiva conforme se le ordenó en 1773. Diose en su favor pase al título por la junta de lanzas en 1776, y lo confirmó el Rey en cédula del 19 de Octubre de 1778. Por fallecimiento de don Felipe Colmenares en 1807, pasó el título al Conde de San Juan de Lurigancho don Sebastián de Aliaga su sobrino, que fue el último que lo poseyó y murió en 1817. Véase Colmenares. Véase Aliaga, don Sebastián.

CELIS. El padre Isidoro. De la orden de agonizantes, o San Camilo, español, lector de filosofía y teología en el convento de Lima, autor de un compendio de matemáticas celebrado entonces.

Tuvo la gloria de haber instruido a la juventud estimulándola al estudio de la física de Newton. En 1781 publicó sus primeras tablas que después fueron mejorando otros sabios religiosos. Era el padre Celis hombre de profundos conocimientos, e infatigable en el trabajo: dejó en Lima muchos discípulos, cuyo notable aprovechamiento honró su memoria. Perteneció a la sociedad de «Amantes del país» cooperando a la edición del Mercurio Peruano.

Había escrito para el uso de los estudiantes de su convento de la Buenamuerte un curso filosófico que se imprimió y mereció elogios en México y Lima. Hallábase en Madrid en 1793 y dio allí a luz su obra Filosofía de las costumbres en un poema didáctico que disfrutó de la mejor aceptación. No sabemos si llegó a publicar sus poesías latinas de que trató el Mercurio, recomendándolas y expresando los deseos que había entre los amigos del padre Celis de verlas impresas.

CENTENERA. Don Martín del Barco. Véase Barco Centenera.

CENTENO. Don Diego. Nacido en Ciudad Rodrigo. Vino al Perú el año de 1534 en la expedición que condujo de Guatemala el adelantado don Pedro Alvarado, mas no sabemos cuándo salió de España , ni los servicios que prestaría en México y Centroamérica. De resultas del avenimiento celebrado en Riobamba entre aquel jefe y don Diego Almagro, Centeno quedó a órdenes del gobernador don Francisco Pizarro como los demás militares que pertenecieron a dicha expedición.

Según el testimonio del cronista Antonio de Herrera, Diego Centeno se halló en la batalla de las Salinas en 1538 a órdenes de Hernando Pizarro y entre los oficiales que escoltaban el estandarte real. El Inca Garcilaso no menciona a Centeno como concurrente a esa campaña, y empieza a nombrarlo con motivo de su asistencia a la de Chupas en 1542: pero debemos estar a lo que refiere el primero como escritor oficial.

Muerto el marqués don Francisco Pizarro en 1541, y cuando en la ciudad —333→ de Chuquisaca el Cabildo se declaró en favor de la causa del Rey con apoyo del capitán Pedro Anzures del Camporredondo que gobernaba en Charcas, Diego Centeno se incorporó a la fuerza que éste mandaba, y vino con él a Arequipa pasando en seguida al Cuzco. En esta ciudad se reconoció por Capitán General a Pedro Álvarez Holguín, quien con las tropas que se reunieron, se puso en movimiento sobre Jauja. Maniobrando casi al frente del ejército de don Diego Almagro el hijo, que había usurpado el poder, pudo Holguín continuar su marcha hasta Huaylas. Allí se sometió a las órdenes del licenciado don Cristóval Vaca de Castro quien en virtud de real mandato ejercía ya el gobierno del Perú.

Abierta la campaña, Diego Centeno figuró en el ejército realista y estuvo en la batalla de Chupas donde quedó destruido el bando de Almagro. Carlos V le había escrito en particular, como a otros militares notables a quienes recomendó la misión de Vaca de Castro.

A la llegada del virrey Blasco Núñez Vela en 1544, la noticia de las nuevas ordenanzas que traía causó desagrado y agitación en las ciudades principales en que tanto influjo tenían los conquistadores y encomenderos. Gonzalo Pizarro por su rango y crecida fortuna en Charcas, atrajo las miradas de los descontentos porque también era el que más se señalaba en las quejas y desahogos que preparaban el fuego de la discordia. Sin embargo, los vecinos de Chuquisaca adoptando un consejo del exgobernador Vaca, que les escribió desde el Cuzco, determinaron evitar toda alteración y suplicar de las ordenanzas enviando comisionados cerca del Virrey para que suspendiera su ejecución y esperase ulteriores determinaciones del Rey. Don Diego Centeno que era Alcalde, y el regidor don Pedro Hinojosa, fueron los elegidos para el desempeño de ese encargo, debiendo obrar de acuerdo con los procuradores de otras ciudades.

En el camino encontraron con Fernando Bachicao y Gaspar Rodríguez, quienes les dieron noticias alarmantes y exageradas relaciones, propias para desconceptuar al Virrey censurando sus procedimientos. Acordaron los comisionados que Hinojosa se volviese para entrar en acuerdos con Gonzalo Pizarro, y que Centeno continuase su marcha para la capital. Vela lo recibió muy bien, y como tenía dicho al Cabildo de Lima que ninguna resolución tomaba acerca de las ordenanzas hasta que llegasen los oidores, sólo se ocupó de hacer reconocer su autoridad. Al efecto dio a Centeno las provisiones respectivas a Guamanga y Cuzco, para que a su regreso fuera el conductor de ellas. Ya el Obispo de Lima instruyendo al Virrey del estado peligroso en que el país se hallaba a causa del sonido de las ordenanzas, le había aconsejado no ponerlas en planta sin consulta y orden real posterior. Diego Centeno cumplió en Guamanga con los encargos que para tranquilizar a los vecinos le hizo el Virrey a quien se le reconoció sin ninguna observación. No sucedió así en el Cuzco donde activamente se preparaba Gonzalo para la guerra, y quitó de las manos a Centeno los pliegos que llevaba para el Ayuntamiento. Entre tanto el indiscreto Virrey promulgaba en Lima las ordenanzas faltando a su ofrecimiento de aguardar se instalase la Audiencia: mas luego ésta le obligó a declararlas en suspenso.

Centeno, contrariando sus mismos procederes, tomó parte con los inquietos y turbulentos que en el Cuzco excitaron a Pizarro para que dejando cautelas se sublevase de una manera resuelta. Poco tardó Centeno en arrepentirse del calor con que atizó la revolución, y escribió al Virrey para que le perdonase aquella flaqueza e inconsecuencia. Otros hicieron lo mismo, y el que trajo a Lima las cartas fue Baltazar de Loayza presbítero. Éste aseguró al Virrey que esos individuos estaban resueltos a servirle en el Cuzco y aun a matar a Gonzalo Pizarro; dato que sirvió para —334→ que otorgase el indulto pedido, y se los remitió con algunas órdenes que tuvo por conveniente expedir.

Mientras esto pasaba en Lima, Centeno adormecía a Pizarro recomendándose con darle aviso de que varios vecinos notables del Cuzco, hasta 30, se habían fugado dirigiéndose para Arequipa con ánimo de someterse al Virrey. Gonzalo ya estaba fuera de la ciudad y en marcha sobre la capital con sus tropas. No valieron a Centeno estos manejos, porque le hizo tomar preso, lo mismo que a Gaspar Rodríguez a quien se le dio garrote por inteligencia con el Virrey descubierta en las comunicaciones conducidas por el clérigo Loayza. Contra Centeno no eran tan graves las sospechas; y así pudo conseguir su libertad y siguió con Gonzalo hasta que éste con su ejército entró en Lima a fines de Octubre de 1544. Francisco Almendras fue nombrado Lugarteniente y Gobernador de Charcas. Diego Centeno que en este país tenía encomienda de indios y lo representaba como procurador, rogó e importunó, valiéndose de la protección y apoyo de Almendras, para que se le dejara ir en compañía de éste, y consiguió su intento pues era muy amigo de Almendras y le llamaba padre por los muchos beneficios que le debía desde su juventud y época en que no contaba con el menor recurso. En el tránsito a petición de Centeno, consintió Almendras que algunos comprometidos por sus opiniones volviesen al Perú Alto; y a súplicas del mismo convino en perdonar a Lope de Mendoza cuando iba a ser ejecutado.

En medio de estos antecedentes, Centeno en Chuquisaca, tomando por pretexto la muerte dada de orden de Almendras a don Gómez de Luna, amigo suyo, tramó una conspiración contra el Gobernador a fin de apoderarse de la autoridad y restaurar allí la obediencia al Rey declarando guerra a Gonzalo Pizarro. Hubo noticia de que el virrey Vela que salió de Lima preso por disposición de los oidores, había aparecido en Tumbez, y penetrado hasta Quito donde contaba ya con tropas y recursos. Centeno en quien tenía Almendras plena confianza, quiso ir a Paria con una comisión, y le rogó permitiera pasar al mismo punto a Lope de Mendoza que se hallaba confinado. Alcanzó lo que deseaba y aún más, porque le concedió Almendras que cumpliera aquel su destierro donde le acomodase.

En Paria Centeno reunido con Mendoza, Alonso Camargo, Alonso Pérez de Esquivel, Hernán Núñez de Segura, Lope de Mendieta, Juan Ortiz de Zárate, etc., concertaron el plan que les convenía poner en obra. Y escribió al Gobernador interesándose en que diera licencia a Lope de Mendoza para estar en Chuquisaca por unos días, ofreciendo que absueltas ciertas diligencias urgentes, saldría otra vez de la ciudad restituyéndose al lugar de su destino. Consiguió Centeno lo pedido, y en consorcio con los demás se dirigieron a la ciudad. Almendras luego que supo su aproximación, fue a encontrarlos acompañado de algunos de sus amigos: los recibió alegremente y convidándolos a su casa, satisfizo a Mendoza y le ofreció sus servicios. No quiso Almendras prestar atención a los avisos que se le dieron de que esos sujetos abrigando dañadas intenciones trataban de sublevarse.

El astuto Centeno conociendo que toda demora podía crear embarazos y peligros, acordó con sus cómplices que él iría a verse con Almendras para comunicarle la nueva, por entonces falsa, de que Gonzalo Pizarro había vencido al virrey Vela, y que sin dejar pasar muchos instantes entrasen los conjurados y tomasen preso al Gobernador. Se hallaba Almendras en cama, y cuando se juntaron aquéllos en la habitación, Centeno se abrazó de él, le intimó prisión y lo llevó a su casa. Formaron un mal proceso acumulando cuantos cargos pudieron hacérsele por hechos —335→ de su vida pasada hasta el suplicio de Gómez de Luna. Desoyó Centeno los clamores del desdichado Almendras, que invocaba la compasión en favor de doce hijos menores que tenía, y conviniéndose en que le castigaran cortándole algún miembro de su cuerpo. Todo fue inútil y con voz de pregonero calificándolo de traidor, se le ajustició el 16 de Junio en el mismo sitio en que había hecho degollar a don Gómez.

Diego Centeno sin dificultad proclamó al Rey, y el Cabildo le tituló Capitán General y Justicia Mayor para que sostuviese la causa que defendía el virrey Vela. Procedió a hacer aprestos militares, cubrió los caminos, y envió a Arequipa a Lope de Mendoza para extraer gente y otros auxilios. Mandaba en el Cuzco Alonso Toro sin gozar de popularidad a causa de su dureza y arbitrariedades: acababa de salvar de algunos conjurados que por dos veces habían hecho por matarle. Sin embargo, él engrosó la fuerza que le obedecía, y se puso en marcha con el objeto de buscar a Centeno, y desbaratarle. Toro para dar fomento al crédito de Gonzalo Pizarro, refería sus grandes servicios en la conquista del país, sus derechos a gobernarlo mientras el Rey no determinase otra cosa, sus sacrificios por salvar a los vecinos las propiedades que se quería arrebatarles, y por último le presentaba inculpable de la destitución del Virrey hecha por la Audiencia. Por su lado Centeno alimentando el partido realista en sus discursos, hablaba de la lealtad debida al Soberano y de los crímenes cometidos por Gonzalo al usurpar el poder, apoderarse del caudal del Rey, despojar de los indios a los vecinos más beneméritos, y hacerse dueño de sus encomiendas. En este sentido fue la respuesta que dio Centeno al Cabildo del Cuzco cuando le escribió a instancias de Toro para que depusiese las armas.

Centeno salió a encontrar a Toro, extendiendo sus miras hasta la ocupación del Cuzco. Estando ya en Chucuito, supo que iba sobre él con fuerza superior, y acordó con sus oficiales retirarse y no comprometer ningún lance de armas. No podía confiar mucho en sus soldados desde que casi a un tiempo se le separaron 40 en el Desaguadero. Por esto se puso en retirada pensando aumentar su gente en Chuquisaca: pero le faltó el tiempo, pues Toro avanzó hasta dicha ciudad. La encontró asolada y desprovista de recursos: y no pudo pasar adelante en busca de Centeno que se había internado en Chichas. Toro regresó al Cuzco donde su presencia era reclamada por las circunstancias. Antes de hacerlo había tentado entrar en avenimiento con Centeno para que disolviera su tropa y Chuquisaca se conservase con dos alcaldes, uno de cada partido, hasta el término de la contienda; proposición tan absurda como la de exigir que compareciesen ante Toro para ser juzgados con clemencia los asesinos de Almendras, sin considerar que Centeno era el principal de ellos.

Cuando Gonzalo Pizarro se instruyó en Quito de los sucesos ocurridos en el Alto Perú, dispuso que su maestre de campo Francisco Carvajal marchase prontamente a restablecer en ese país el sosiego turbado por Diego Centeno. Caminó reforzándose en las poblaciones hasta Guamanga, y como en ésta llegase a su conocimiento la campaña hecha por Alonso Toro y su vuelta al Cuzco, después de haber dispersado, según decía, a los soldados de Centeno, se regresó Carvajal a Lima con su gente teniendo por inoficiosa su ida hasta aquel territorio.

Pero la cuestión había quedado en pie desde que existía Centeno con los restos que le acompañaban; y así apenas se alejó Toro en su contramarcha, cuando una fuerza que hizo adelantar Centeno y que obedecía a Lope de Mendoza, entró en Chuquisaca. Alonso Mendoza a quien había dejado Toro de Gobernador y se hallaba en Porco al frente de una partida, —336→ se vio obligado a retirarse a Paria. Marchó contra él Centeno, le quitó treinta soldados y todo el bagaje habiendo escapado casi solo hasta venirse a territorio de Chucuito de donde envió avisos al Cuzco.

Centeno en Chuquisaca hizo ahorcar a N. Vivanco, a Juan Pérez, etc., y cortar una mano a Moreno, no siendo éstos los únicos castigos que aplicó a los que él calificaba de traidores.

En cuanto Carvajal supo en Lima que Centeno se rehacía en Charcas, con mucha actividad se puso en marcha para Arequipa, pasó luego al Cuzco y bien reforzado tomó la dirección conveniente a fin de encontrar al enemigo que se había venido hasta el Collado. Centeno cuando lo tuvo cerca intentó sorprenderlo creído como estaba de que se le pasaría un buen número de soldados: pero encontró a Carvajal muy prevenido, y no logrando nada con su imaginada alarma, se le alejó en buen orden hacia el Alto Perú. Aprovechó de todos los incidentes del terreno para contener a Carvajal y tentar fortuna, así perseguido como se veía en su retroceso, por tan tenaz y peligroso adversario. Hallándose un día rodeado de dificultades y a punto de fracasar tomó un arbitrio ingenioso para distraer a su contrario, hacer se detuviera, y poder entretanto salir de la situación desfavorable en que le tenía estrechado. Mandó que unos hombres resueltos marchasen a prisa a efectuar un ataque al convoy en que llevaba Carvajal su parque y otras cosas de mucho interés. Ejecutáronlo así introduciendo el desorden y precisando a los de retaguardia a pedir socorro; mas Carvajal no quiso darlo porque a su juicio no merecía atención un aviso que creía inexacto o exagerado. Repitiose la demanda de auxilio, y como se le anunció la pérdida de la plata que iba en las cargas, y se sintió la explosión de unos barriles de pólvora incendiada por los agresores, Carvajal con ser tan cauto y entendido cayó en el lazo y volvió atrás con su fuerza a remediar aquel contraste. Centeno entonces abandonó el mal terreno de que no era dable escapase, y sin desperdiciar momentos marchó con rapidez hasta ponerse a buena distancia. Aunque el cronista Herrera no refiere este suceso, Garcilaso se ocupa de él con muchos pormenores y le llama un galano ardid de Centeno. Sin duda tenía éste ideas militares y desembarazo para los trances de apuro sin faltarle en las ocasiones suficiente audacia.

Pruébalo así la determinación que puso en obra de cambiar de plan repentinamente, desistiendo de una retirada sin término y en la cual iba expuesto a disolverse. Ejecutó un movimiento veloz por un flanco de su contrario, y ganándole delantera por dirección enteramente opuesta, se vino a marchas forzadas con la mira, nada menos, de invadir el Cuzco y probar fortuna en diferente teatro de operaciones. El intento era bien atrevido, y a no faltarle su tropa qué sabemos si Centeno llegara a tocar los fines que se proponía. Flaqueó el ánimo de muchos, y fuese el terror que infundían las crueldades de Carvajal sobre hombres ya muy fatigados, o las nuevas que corrían del triunfo de Gonzalo Pizarro en Quito, y la muerte del virrey Vela, cierto es que empezaron a huir de Centeno aun sus amigos de confianza como lo fueron Alonso Pérez de Esquivel, Martín Corrieta, Diego Medina, Mazuelo, etc. Apenas Carvajal comprendió el designio de su enemigo, contramarchó y se empeñó en perseguirlo sin demora ni descanso. En Ayo-ayo faltaban ya más de 50 soldados en las filas de Centeno contándose Girón, Villarroel y otros de sus más adictos; y cuando pasó y cortó la puente del Desaguadero, su gente estaba tan reducida y desanimada, que decayeron por entero sus proyectos y esperanzas: allí desertaron su sargento mayor Hernán Núñez de Segura, el alguacil mayor Francisco Tapia y algunos otros que él distinguía.

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En ese paraje se supo por Centeno que en la costa de Arequipa existía una embarcación mercante, y calculando que podía salvar en ella con los amigos que aún le acompañaban, dispuso se adelantase Diego Rivadeneira con 14 arcabuceros para que tomando la voz del Rey se apoderara de dicha nave. Este Capitán tuvo que seguir hasta Arica donde la encontró, y posesionándose de ella por medio de una estratagema la trajo a Quilca. Centeno y su poca gente (cuarenta únicamente) hostigados por la persecución que les hacía Carvajal, no pudieron ni tenían donde esperar el resultado de la comisión de Rivadeneira, y se vieron en la necesidad de desparramarse en distintas direcciones; y así cuando el buque se presentó en aquella bahía, Carvajal que se hallaba en el puerto, aunque dio pasos para que se le sometiera, no lo consiguió: aquél se dio a la vela para otro destino. En cuanto a Centeno, pasó con Luis de Rivera a ocultarse en una cueva, en la misma provincia de Arequipa, donde permanecieron largo tiempo socorridos secretamente para subsistir mediante la caridad de un curaca del repartimiento de Miguel Cornejo. Lope de Mendoza, Luis Perdomo y otros, se fueron a los montes de Pocona en el Alto Perú. Luis de León, Alonso Pérez de Castillejo, etc., hacia Guamanga; Juan Ortiz de Zárate y el padre Domingo Ruiz con algunos de su intimidad, huyeron en demanda de cualquier punto en que les fuera dado refugiarse. Advertiremos que Francisco Fuentes que mandaba en Arequipa, no teniendo fuerza a sus órdenes, acaso de buena fe, o porque aún temiese a Centeno, le había ofrecido asilarlo prometiéndole un indulto de Gonzalo Pizarro. Centeno no creyó prudente fiarse de él y desechó su benévola proposición.

Mientras la mala suerte tenía sumido en la desdicha al capitán Diego Centeno, perdidos todos sus esfuerzos, acaecían en el Norte del Perú señalados sucesos que presagiaban la caída de Gonzalo Pizarro y su causa, antes preponderante por las victorias alcanzadas en Quito, y su triunfal entrada en Lima con pompa extraordinaria. Había ingresado al país el licenciado don Pedro de la Gasca comisionado por el Emperador para pacificarlo y gobernarlo. De todas las provincias acudían a él para prestarle ayuda en sus operaciones: los hombres más comprometidos en la revolución acogiéndose a un indulto real, desamparaban a Pizarro por efecto de su carácter voluble y falso, o por cobardía e ingratitud, o por temer algunos el nombre y prestigio del soberano. La escuadra que mandaba en Panamá don Pedro Hinojosa desconoció la autoridad de Gonzalo Pizarro sometiéndose a la de Gasca, y parte de ella se presentó en el Callao a cargo de Lorenzo Aldana. Los propietarios vecinos de Lima, los oficiales de diversos rangos, los soldados más distinguidos, todos abandonaban al caudillo que habían adulado a porfía, apresurándose a ir a presentarse y servir a Gasca, obrando así una reacción general regida por una idea uniforme, semejante a las que en nuestros tiempos suelen popularizarse con absoluto olvido de deberes y afecciones, y sin dar cabida a ningún meditado examen. ¡Quién pudo haber imaginado este cambio después de lo que hicieron con el virrey Vela, y de tantas excitaciones a Pizarro para que los redimiera del yugo de las ordenanzas!

Gonzalo Pizarro viendo desquiciarse su poder y su influencia de la manera más admirable y rápida, determinó dejar la capital que había convertido en odio profundo la adhesión y voluntad más pronunciadas, y se puso en camino para Arequipa con los restos de su numeroso ejército.

Entre tanto la inquietud había cundido por el Sur en tal grado, que Centeno salió de la cueva y al andar de pocos días tuvo a su rededor más de cuarenta hombre armados. Diego Álvarez fue personalmente a aquel lugar y puso a sus órdenes un número de soldados que acababa de reunir. —338→ Centeno resolvió dar un asalto a la ciudad del Cuzco donde gobernaba por Gonzalo Pizarro el capitán Antonio Robles. El plan era temerario porque éste tenía 300 hombres en servicio activo; y así en cuanto recibió aviso de la aproximación de Centeno, mandó reconocer la fuerza que llevaba, por parecerle imposible que éste se arriesgara con el corto número que se anunciaba.

El que salió a hacer aquella exploración fue Francisco Aguirre, quien dio aviso de dónde y cómo había resuelto Robles defenderse. Centeno contaba con la cooperación de algunas personas influyentes que le escribieron llamándolo y ofreciendo ayudarlo. Ya en las goteras de la ciudad dispuso que el ataque fuera de noche, y queriendo suplir la falta de gente y formar ruido para ocasionar mayor confusión, ordenó fuesen sus soldados a pie encaminándose por determinadas calles hasta la plaza donde estaban los contrarios en formación. Por un lado opuesto mandó que penetrasen anticipadamente muchos indios, conduciendo de tiro y sin bridas todos los caballos que llevaban mechas encendidas atadas de las sillas y de los cabezones. Entraron los dichos indios con gran estrépito y vocería y soltaron los asustados animales que sembraron el desconcierto y el temor, a tiempo que Centeno y su gente acometieron con tan feliz éxito que desbarataron a los de Robles, terminando por entregarse casi todos. Siguió a tan extraño suceso otro de mucha rareza o singularidad. Pedro Maldonado vecino pacífico que en esos momentos estaba rezando en el templo, guardó en el pecho su libro devocionario y salió a la plaza donde el primero que encontró fue Diego Centeno. Sin saber quién era le hirió en una mano con una pica y en seguida el muslo izquierdo. Algunos acudieron a defender a Centeno y obligaron a Maldonado a rendirse después de haber disparado sobre él un arcabuz: el golpe de la bala le hizo caer a tierra pero sin herirle, porque dio en el libro que llevaba consigo, el cual quedó muy maltratado según cuenta Garcilaso diciendo haberlo visto tiempo después.

Centeno en posesión del Cuzco tomó a su cargo la autoridad principal, y aunque hizo comparecer a Antonio Robles, no tenía intención de hacerle daño, sino más bien la de atraerlo a su partido. Sin embargo, lo mandó degollar por la mucha desvergüenza con que se produjo ofendiendo al Rey y a los que seguían, como Centeno, el bando opuesto a Gonzalo Pizarro. De la propiedad de éste se confiscaron cien mil castellanos que fueron repartidos a los vencedores.

Organizó Centeno una regular fuerza nombrando por Capitanes de infantería a Pedro de los Ríos y a Juan de Vargas (el hermano de Garcilaso de la Vega), Capitán de la caballería a Francisco Negral y Maestre de Campo a don Luis de Rivera. Al frente de 400 hombres armados salió Centeno del Cuzco, y marchando por el collado tomó la dirección de Charcas para dominar el Alto Perú y trabajar por que se le uniera Alonso Mendoza que allí gobernaba. Al efecto envió a negociar con él, al maestrescuela del coro del Cuzco don Pedro González de Zárate. En la marcha se unieron a Centeno 130 hombres que habiendo salido de Arequipa a órdenes de Lucas Martínez con el objeto de reforzar a Pizarro, se sublevaron tomándolo preso, y repartiéndose 40 mil pesos: esta fuerza se sometió a Centeno capitaneada por Gerónimo Villegas.

Del Callao envió un buque Lorenzo Aldana para que dejase en Quilca a un religioso conductor de comunicaciones del gobernador Gasca para Diego Centeno: contenían los despachos y poder que traía del Rey, con la revocación de las ordenanzas y un indulto general. Alonso de Mendoza a invitación de Centeno se instruyó de todo, y amistándose con éste, proclamó en Charcas al Rey con la condición de gobernar él su tropa, y de —339→ que a ninguno de los que le obedecían, se le pidiese cuenta de nada, porque habiendo ganado en la guerra lo que poseían, no era justo ni prudente despojarlos en manera alguna. Juntáronse ambos caudillos y se incorporaron además otras partidas sueltas que fueron improvisándose y reconocieron la autoridad superior de Centeno. El total de sus tropas pasaba de mil soldados bien regimentados, mientras que Gonzalo Pizarro ya en Arequipa, se veía con poco más de quinientos disponibles para combatir.

Centeno, Mendoza y el obispo del Cuzco don fray Juan Solano acordaron venirse al Desaguadero y fortificarse allí. En Ayo-ayo León tentaba al capitán Juan Silvera que había servido con Pizarro, para que matase a Centeno. Súpolo éste por el mismo Silvera, y mandó en el acto dar garrote a León. Pizarro por consejo del oidor Cepeda escribió a Centeno iniciando un avenimiento y abriéndole cuantos partidos pudieran lisonjearle: no olvidó hacerle recuerdo de que en anterior ocasión y estando preso con causa bastante, le había perdonado la vida. En concepto de unos esta carta tuvo el objeto de descuidar a Centeno para que no hostilizase al capitán Acosta que con una fuerza había de bajar del Cuzco a reunírsele: otros creyeron que Gonzalo se proponía sembrar sospechas entre Alonso Mendoza y Centeno: algunos en fin, opinaron que era un pretexto para comunicarse con los que en el campamento estaban marcados por su adhesión a Gonzalo Pizarro. En efecto Francisco Boso que fue el conductor, a pesar de sus compromisos y de las relaciones que tenía con Francisco Carvajal, Maestre de Campo de Pizarro, entró en acuerdos secretos con Centeno, revelándole cuanto sabía, y aun le entregó las cartas que llevaba. Una de ellas era para el alférez general Diego Álvarez, quien escapó la vida porque tuvo la fortuna de denunciarse antes y alcanzar perdón.

Boso regresó con una respuesta en que Centeno se negó a todo, al paso que aconsejaba a Pizarro abandonase la revolución en la seguridad de que el Rey le haría grandes bienes. Escribió también al licenciado Cepeda y a Carvajal en igual sentido: al segundo le mandó ofrecer cien mil castellanos, un indulto absoluto y las garantías que quisiese. Francisco Boso, que recibió mil pesos de manos de Centeno, sin detenerse se apartó de la causa de Gonzalo y se marchó en solicitud del gobernador Gasca a quien entregó carta de Centeno dándole parte de cuanto pasaba en el Sur. Gasca le confirmó en el goce del repartimiento que le dio Centeno.

Algunos escritores están contestes en que desanimado Pizarro al verse con la diminuta fuerza que le quedaba, y recibiendo de todos lados tan terribles decepciones, estuvo determinado a alejarse por las montañas a países desconocidos, o emprender una campaña al territorio de Chile, pues para ello su gente tan probada ya, le prestaba confianza suficiente. Pero cualquiera que fuese su decisión, tenía que adoptarla con prontitud, y aventurar una función de armas, desde que Centeno le estorbara el paso en la línea formada por el Desaguadero, tránsito indispensable para la realización de sus proyectos. Partió pues de Arequipa con denodado ánimo, remitiendo su suerte al éxito que iba a buscar en un desigual combate. Un religioso llamado Pantaleón marchó llevando comunicaciones de Centeno para el gobernador Gasca. En el tránsito fue tomado por unos exploradores contrarios, y el maestre de campo Carvajal lo hizo ahorcar con su breviario colgado al cuello.

A la aproximación de Gonzalo, Centeno hizo destruir el puente del Desaguadero y concentró su ejército. Pizarro trató de hacer creer a su adversario, por medio de Francisco Espinosa, que tomaba distinta dirección —340→ de la que había adoptado: pero los indios descubrieron la verdad y pusieron al corriente de ella a Centeno, a quien servían de buena fe cumpliendo las órdenes que al efecto les daba don Cristóval Paullu Inca. Otra vez tentó Pizarro el medio de entenderse con Centeno; y ya en momentos apurados envió a un capellán suyo llamado Herrera, con carta que tenía por objeto evitar la batalla, y que le dejase pasar para ausentarse del país con la gente que le obedecía. Para el caso de no conseguirlo, protestaba no ser él sino Centeno, el causante y el responsable de los daños y muertes que sucediesen. El clérigo se presentó con un crucifijo en mano y, oído que fue, quedó detenido y a disposición del Obispo del Cuzco.

Conocido por Centeno el camino que llevaba Pizarro, marchó a su encuentro y se avistaron en Guarina. En la noche envió Pizarro al capitán Juan de Acosta con 20 jinetes escogidos para que penetrase en el campo realista, y asaltando el toldo de Diego Centeno que se hallaba enfermo, hiciese esfuerzo por matarlo. Acosta entró con mucho tiento y tomó los centinelas, pera fue sentido por unos negros que en el acto alarmaron a todos. El alboroto fue grande, y aquél tuvo que huir precipitadamente con los suyos. De la gente de Centeno algunos fugaron dejando las armas; en particular varios soldados traídos de Chile, y que don Pedro Valdivia introdujo por Arica a su paso para el Callao, de donde pasó a reunirse al gobernador Gasca que estaba por Jauja.

Al siguiente día, 20 de Octubre de 1547, se preparó para la lucha el ejército realista. Constaba de 200 caballos y 150 arcabuceros con escasez de pólvora: la fuerza restante era de piqueros: el total, más de 900 soldados y sin artillería según el cronista Herrera. Gomara asienta que fueron 1.212, Zárate y el Palentino que poco menos de mil. Formó en una línea la infantería robustecidas las alas por arcabuceros: los capitanes eran Juan de Vargas, Francisco Retamoso, Francisco Negral, N. Pantoja y Diego López de Zúñiga. A la derecha de la infantería estaban tres compañías de caballos con los capitanes Pedro de los Ríos y Antonio Ulloa. A la izquierda 100 caballos de la gente de Arequipa y la procedente del territorio argentino, cuyos capitanes fueron Alonso de Mendoza y Gerónimo Villegas: el cargo de Maestre de Campo lo ejercía Luis de Rivera y el de Sargento Mayor Luis García del Sanmamés. Diego Centeno no tomó parte en la batalla por enfermo y se mantuvo a la vista conducido en una litera: adolecía del costado y acababan de hacerle seis sangrías.

Gonzalo Pizarro, dice Garcilaso, llevaba 400 hombres, pero otros historiadores afirman que tenía 500 en sus filas. Sus arcabuceros muy superiores a los contrarios, pues eran 250 con armas de reserva y abundante dotación de municiones: sus capitanes Diego Guillén, Juan de la Torre, Juan de Acosta y el mismo maestre de campo Carvajal. La caballería en menor número que la contraria, comandada por Gonzalo Pizarro, siendo sus capitanes el licenciado Cepeda y el bachiller Guevara: Hernando Bachicao llevaba a sus órdenes 60 piqueros.

Era tal la confianza de los de Centeno, y tenían por tan segura la victoria, que se mandó preparar rancho doble para poder dar de comer a los prisioneros. Mas los indios que entendían en los aprestos, contradiciendo tan vanas esperanzas, decían a sus patrones que Pizarro había de triunfar sin embargo de su inferior fuerza. Cobraron el mayor enojo los amos, y algunos quisieron castigar a sus indios suponiéndolos hechiceros y que hablaban con el diablo.

Los dos ejércitos permanecían a 600 pasos uno de otro en terreno muy llano, y sin ofenderse, pues Carvajal quería aguardar a los enemigos para romper el fuego cuando los tuviera muy cerca. Y consiguió su objeto, —341→ porque avanzaron disparando sus armas en la idea de que les era muy honroso principiar el combate y ser los que atacasen. Hicieron alto a los cien pasos: hubo un cambio de tiros entre guerrillas, pero sin resultado. Carvajal que persistía en su plan de no acometer, se movió un corto trecho con mucha pausa, y entonces los realistas excitados imprudentemente por unos clérigos vascongados, se adelantaron con sus picas caladas, aproximándose tanto cuanto aquél deseaba. Así que Carvajal los tuvo a cien pasos, hizo disparar sus bien manejados arcabuces, matando o hiriendo 150 hombres y varios oficiales: en otra descarga el estrago fue mayor, poniendo en completa derrota a sus contrarios que se dieron a la fuga. Así se expresan los historiadores que hemos ya citado; pero refieren que la caballería de Centeno luchó hasta el punto de ver arrollada y vencida la contraria, y a Pizarro rodeado de enemigos que lo abrumaban, y en cuyo campamento hicieron muchos robos. Todavía continuó el combate en que los de Centeno hicieron sus últimos esfuerzos matando en ellos al capitán Pedro de Fuentes e hiriendo en el rostro al licenciado Cepeda. Murieron los capitanes realistas Silvera, Retamoso, López de Zúñiga, Negral y Pantoja, varios otros oficiales, el maestre de campo Rivera, el alférez general Diego Álvarez, etc. La mortandad de individuos de tropa del bando del Rey ascendió a 350, y tanto o más notable fue el número de los heridos: contáronse 182 caballos muertos en aquel horroroso teatro. Puede decirse haber sido la batalla de Guarina, la más reñida y sangrienta de cuantas en aquellos tiempos acontecieron en el Perú. Los victoriosos no quedaron en posibilidad de perseguir por ninguna dirección a sus enemigos desbaratados y prófugos. Sus bajas también fueron crecidas: a lo cual debió Diego Centeno su evasión, pues a pesar de su falta de salud tomó un caballo y emprendió la fuga por sendas excusadas sin haberse detenido en parte alguna hasta llegar a Lima en compañía de un sacerdote vizcaíno.

Reuniéronsele aquí hasta 30 que también salvaron, y con los cuales marchó después de un breve descanso, a incorporarse al ejército real que obedecía al gobernador licenciado don Pedro de la Gasca. Éste lo recibió en Andahuaylas con mucha benevolencia y distinciones, tratando con esto de ensanchar su angustiado espíritu. Acompañaban a Gasca en esta guerra las obispos de Lima, Quito y Cuzco, y los provinciales de Santo Domingo y de la Merced. No hacía mucho tiempo que a la entrada triunfal de Gonzalo Pizarro en Lima después de vencer al Virrey en Añaquito, venían a su lado esos mismos obispos y el de Bogotá: ¡tales son las vueltas de la veleidosa fortuna!

El presidente Gasca movió en dirección al Cuzco su ejército, el más numeroso que se había visto en el Perú; y Pizarro, que ocupaba aquella capital, marchó con sus tropas para recibir al enemigo situándose en Sacsahuana. Allí se dio una batalla el 9 de Abril de 1548 en la cual combatió Centeno al lado de Alonso Mendoza que mandaba un escuadrón de caballos: no le había empleado Gasca en otro puesto ni dádole mando alguno. Vencieron las huestes realistas sucumbiendo para siempre el partido de los Pizarros. Prisionero Gonzalo fue presentado a Gasca quien encomendó su custodia a Diego Centeno. Cuando éste le dijo que tenía gran pesar de verlo en aquel trance, le contestó sonriéndose: «No hay que hablar en eso señor Capitán, yo he acabado hoy, mañana me llorarán vuesas mercedes». Centeno puso a Pizarro en su propia tienda, y dejándole bien custodiado salió al campo en que vio traían preso a Francisco Carvajal. Éste le llamó, fiándose en su protección, porque le acometían soldados ruines aplicándole al cuello mechas encendidas con el fin de quemarle la ropa. Haciendo uso de su espada, dispersó Centeno —342→ a esa vil gente, y luego Pedro Valdivia presentó ante Gasca a Carvajal: señalose un toldo para su arresto bajo la vigilancia y órdenes de Centeno. Ejecutado que fue Gonzalo Pizarro, cuidó dicho Centeno de que no se le despojara de su vestido, pagándolo al verdugo; dispuso lo necesario para su funeral que se hizo con limosnas en el templo de la Merced, y se le colocó en la misma sepultura de los Almagros padre e hijo, enterrados también por la caridad pública.

El licenciado Polo Ondegardo que marchó de Gobernador a Charcas, hizo prender a Francisco Espinosa y a Diego Carvajal, llamado el galán, y los remitió al Cuzco para su juzgamiento. Desde el camino escribieron a Centeno suplicándole intercediera en su favor; mas él se negó a prestarles amparo porque sus delitos habían sido muy atroces; los dos fueron ahorcados y descuartizados sin la menor compasión.

Repartió el gobernador Gasca las encomiendas de indios cuyas rentas pasaron de dos millones y medio, y ciento cincuenta mil castellanos de oro que sacó a los encomenderos. La desigualdad de la distribución levantó muchas quejas, y causó descontento por las injusticias cometidas protegiendo a unos, y desatendiendo a otros. A Centeno no le hizo concesión alguna, dejándole con el solo repartimiento de Pucuna que desde antes disfrutaba; y sin embargo lo comprendían los cabezas de un motín que se proyectaba, entre los que debían ser presos.

Resentido Centeno de la conducta de Gasca en guanto a él, pasó a Chuquisaca con la mira de recoger sus intereses y dirigirse a España para representar al Emperador sus muchos servicios a fin de alcanzar las recompensas a que se consideraba acreedor. Sus amigos tomaron empeño para que desistiera de este pensamiento. Despreció los anuncios que sus indios le hacían de que se trataba de matarlo; y a los pocos días de su llegada, fue convidado a un banquete de una persona principal, cuyo nombre se abstuvo Garcilaso de indicar en su historia. En la comida se le propinó un veneno que no produjo efecto inmediato; pero que al tercer día de padecimiento causo su muerte, sin que hubiera sido posible acertar en la curación. Un hermano suyo participó el suceso al Emperador, pidiéndole favoreciera a dos hijos que dejó aquel distinguido Capitán. Prestole el monarca la debida atención, y mandó se diesen doce mil ducados castellanos para dote de la una, y para el otro que se nombraba Gaspar Centeno, señaló una renta de cuatro mil pesos situados en las cajas reales de Charcas.

Refiere el cronista Antonio de Herrera (década 8.ª, libro5.º, capítulos 1.º y 2.º) que el presidente don Pedro de la Gasca nombró al capitán Diego Centeno para la gobernación de las provincias del Río de la Plata con facultad de poblar, hacer repartimientos y establecer moderados tributos. Y dice que estando próximo a emprender el viaje, acaeció su muerte, frustrándose las esperanzas de un feliz resultado, que prometían su buen discernimiento y otras cualidades que se reunían en su persona. Extracta el citado cronista las instrucciones que libró Gasca para que Centeno se rigiese por ellas en el desempeño de aquella importante comisión. Hemos leído en los anales de Potosí que cuando el indio Gualpa descubrió aquel gran mineral y llegó a noticia del afortunado Villarroel, que fue el primer español que lo reconoció, éste se juntó para explotarlo con el capitán Diego Centeno, principiando por la rica veta llamada la «Descubridora de Centeno» (1545).

Con ocasión de su muerte el gobernador Gasca repartió a diferentes personas los indios que le estuvieron encomendados. Véanse los artículos Carvajal, Francisco; Gasca, el licenciado don Pedro de la; Pizarro, —343→ don Gonzalo; y Mendoza, don Lope, en la parte que tienen relación con Centeno.

CENTENO. Doña Luciana. Fue casada con don Alonso García Remón, Gobernador y Capitán General de Chile. Enviudó y tomó el hábito en el convento de Santa Clara de Lima, donde hizo una vida ejemplar en compañía de seis nietas suyas, a las cuales vio después profesas. Cumplidos once años de religiosa, falleció en 15 de Noviembre de 1643. Una hija de doña Luciana estuvo casada con don Francisco Messía de Sandoval de la orden de Calatrava.

CENTENO FERNÁNDEZ DE HEREDIA MALDONADO. El diputado don Juan. Natural del Cuzco, Comisario de la Inquisición, cura de varias doctrinas de aquella Diócesis, Vicario de la provincia de Cotabambas. Hizo renuncia de su curato de Tambo en la de Calca, y de la vicaría de Urubamba que le confirió el obispo don Juan González de Santiago en 1707. Para vivir retirado del mundo fabricó una celda en la recolección de Urubamba, y cuando iba ya a ocuparla, enfermó y murió por los años 1709. Este sacerdote se hizo memorable por haber cedido desde mucho antes todos sus bienes para la obra del hospital de la Almudena del Cuzco, y para la asistencia de los enfermos que en él entrasen. Las propiedades que donó fueron las haciendas de Silque, Mechay y sus punas, las casas que poseía en el Cuzco, y en Maras, y otros intereses calculados en más de doscientos mil pesos.

Centeno fue hijo del general don Antonio Centeno Fernández de Heredia, Corregidor y Justicia Mayor de Vilcabamba por los años de 1699 a 1704. A esta familia perteneció don Miguel Mariano Centeno padre de don Anselmo que en la república ha servido de Director de la Casa de Moneda del Cuzco, Diputado a Congreso y Consejero de Estado.

CEPEDA. El licenciado don Diego. Natural de la villa de Tordesillas en la provincia de Valladolid. Era Oidor de Canarias cuando el emperador Carlos V le eligió entre otros magistrados previstos para componer la Audiencia que había de crearse en Lima; y fueron el doctor Lissón de Tejada, y los licenciados don Juan Álvarez y Ortiz de Zárate, siendo Cepeda el primero en antigüedad. Estaba nombrado Blasco Núñez Vela Virrey Capitán General del Perú y Presidente de la Real Audiencia: como tal había de tener voz y voto en ella. El Emperador al recibir el cumplido que le hicieron los nuevos oidores, les dijo:

«Que el principal fundamento del buen gobierno de las provincias del Perú, había de ser aquella Audiencia, y que por tanto la había mandado instituir; y que así los encargaba, que mirasen mucho por la justicia, y en todo guardasen las leyes; y que confiaba que lo harían, pues entre otros los había elegido por hombres que lo sabían bien hacer». ¡Cuánto se engañaba el soberano! De esos oidores, el que no fue un perverso, carecía de firmeza y de las luces necesarias para conducirse con acierto. Se ha dicho que Blasco Núñez Vela era indiscreto, irascible y sin tacto gubernativo: que sus arrebatos y falta de espera y sagacidad, causaron las grandes alteraciones de que a su llegada fue teatro el Perú. En el artículo que corresponde a este personaje, formaremos acerca de él el juicio a que es llamado por la historia; y al hacerlo, nos guiará la verdad y justicia según nuestro reflexivo estudio de los hombres y de los sucesos de aquella época. Ahora al ocuparnos del oidor Cepeda tendremos que referir sólo crímenes, porque el tejido y conjunto —344→ de sus obras no nos ofrece ninguna digna de elogio, sino las pruebas más palpables de su carácter turbulento, intrigante y pérfido.

El país se hallaba inquieto, y lo disponían a las revueltas los que se lo habían apropiado esclavizando a los indios y acumulando riquezas mal habidas. Se tuvo conocimiento de las ordenanzas sancionadas por el Emperador para reprimir abusos y establecer prescripciones justas, empezando por condenar la servidumbre de los indios, impedir la herencia de las encomiendas, quitarlas a los que ejercían autoridad, a las iglesias, conventos, etc., así como a los delincuentes en las pasadas guerras civiles: abolir el servicio personal, prohibir que se tratase a los indios como a bestias, dándoles trabajo que no podían sobrellevar, dejando de pagarles y desatendiéndolos en lo tocante a sus alimentos, abrigo y asistencia en sus enfermedades. El Emperador dictó éstas y otras ordenanzas bien enterado de lo que pasaba en América, y convencido de que era deber suyo poner término a la avidez y tiranía de los militares de la conquista y sus prosélitos. Y éstos levantaron alborotos para rechazar los mandatos y sobreponerse a la voluntad del soberano.

El Virrey estaba obligado a cumplirlos: su misión era obedecerlos, y contra esto se complotaron cuantos se creían de algún modo perjudicados por las ordenanzas, agregándoseles muchos soldados ociosos e inmorales. Sus desacatos y amenazas alarmaron a todos, y conocida la causa del odio que juraron al Virrey, se comprende también que las provocaciones insolentes que le hicieron, y el incremento del desorden, debían producir una general conflagración para derrocar la autoridad. ¿Cuál era la línea de conducta que por honor y lealtad correspondía se trazase la Audiencia para guiar sus pasos en semejante conflicto? ¿Rodearon los oidores al Virrey, lo apoyaron y sostuvieron, lo aconsejaron acaso, para ir unidos a un fin, robusteciendo al primer magistrado? No procedieron así; y el más culpable fue Cepeda de que la Audiencia violase sus deberes y terminase por encabezar una revolución.

El primer escándalo que dieron los oidores fue el de venir desde Tumbez dando oídos a los que vituperaban al Virrey, y ofreciendo que le irían a la mano en sus desatinos, luego que se reuniesen con él en Lima y se instalase la Audiencia. Admitieron alojamiento y la acogida y dádivas de los vecinos más pronunciados contra las ordenanzas, subsistiendo a costa de ellos. Luego se pusieron en relación con los descontentos; aceptaron sus temerarias pretensiones en vez de impugnarlas y desaprobarlas. Dejaron de ser respetados, porque no defendieron los mandamientos del Rey; y contemporizando con los rebeldes, se hicieron instrumentos de sus miras hasta el punto de patrocinarlas. Viose el Virrey abandonado por sus propios y naturales consultores, y así sus providencias para conjurar la tormenta que amagaba, y sus mismas medidas precautorias, nacían de él solo, resintiéndose las más de violentas e indiscretas. No ignoraban los turbulentos que no contaba con la Audiencia, y que ésta era desafecta a las leyes en lugar de cumplirlas, y al representante del monarca al cual debían sostener.

Las torcidas intenciones de Cepeda ocasionaron siempre el extravío de sus colegas; y apenas el Virrey, al ver el estado del país y los preparativos hostiles de Gonzalo Pizarro en el Sur, se determinó a formar ejército y hacer gastos extraordinarios, la Audiencia se le opuso con tenacidad, favoreciendo las miras de los conspiradores que trabajaban porque Gonzalo rompiera contra el Gobierno. Los mismos oidores exigieron se decretase la revocación de las ordenanzas que el Virrey había promulgado y mandado obedecer: instado, tuvo que someterse a este retroceso, y dictó la resolución de suspenderlas temporalmente. Pero luego protestó en el —345→ real acuerdo por qué había obrado por la fuerza, y agregó que haría ejecutar aquéllas luego que se restableciese el sosiego.

Cimentada con todo esto la discordia entre el Virrey y la Audiencia, tomaron mayor cuerpo las demasías de los turbulentos; que es bien sabido crecen y se desencadenan, cuando lejos de contenerlos en los principios, se les otorgan concesiones que atribuyen a tímida debilidad y los ponen más soberbios e insolentes. Entonces empezó a surgir la idea de que el Virrey se volviera a España, y que gobernase el Perú Gonzalo Pizarro, mientras se daban por el Emperador las órdenes que estimase convenientes. Cuando el Virrey contaba ya con 500 soldados, y cuando más le era preciso el auxilio moral y la cooperación de la Audiencia, recibió un amargo desengaño al saber que la casa del oidor Cepeda era una fragua de inicuas artes para sembrar el descontento y fomentar las defecciones parciales de los militares: era éste el medio tenebroso en que los revolucionarios fincaban sus esperanzas para menoscabar el poder de la autoridad y minándola, conseguir su disolución. Los revoltosos consideraban que el gobierno del Virrey traía consigo la reforma de las malas costumbres, y el de Pizarro la tolerancia de ellas, la licencia y la impunidad. Y los oidores Cepeda y Álvarez a pesar de su disimulo, promovían y protegían la deserción: al caudillo del levantamiento se enviaban cartas con ofrecimientos que le aseguraban tener a la Audiencia de su parte. Por entonces acaeció la muerte dada por el Virrey al factor Carvajal, con cuyo motivo se excandecieron más los ánimos, y el licenciado Álvarez formuló un proceso y declaró que aquel hecho atroz era conforme a justicia.

El Virrey pensó en retirarse a Trujillo, y aunque los oidores Cepeda, Álvarez y Tejada le prestaron al efecto su voto afirmativo, en seguida lo contrariaron diciendo que el Rey había mandado que la Audiencia residiese en Lima. Hicieron al Virrey un requerimiento para que se marchase solo, dejando al Tribunal en la ciudad de la que no le era permitido ausentarse. Este paso lo dieron en virtud de acuerdo de Cepeda con los principales conspiradores y agentes de Gonzalo Pizarro; y para sostenerse en él, lograron el apoyo de no pocos militares: de los mismos que tenían a su cargo las tropas del Virrey, y de los miembros del Cabildo y muchos vecinos notables. Entre todos crearon el plan de desobedecer al Virrey y compelerle a que saliera del reino, excitando a Pizarro para que disolviese su fuerza, y proclamando a Cepeda por Presidente entre tanto el Emperador nombrara otro Virrey.

A este extremo habían llegado las cosas; y como sucede de ordinario que un atentado es seguido de otros cuando se anda por la senda del crimen, los dichos oidores dirigidos por Cepeda (a excepción de Zárate) suscribieron una provisión a 17 de Setiembre de 1544 diciendo «que la Audiencia no se movería de la capital, y que todos la defendiesen so graves penas». La intención era tomar preso al Virrey: pidiéronle unos arcabuceros para guardia de sus personas, y él se los franqueó sin poner embarazo alguno. Seguidamente se reunieron los conjurados en casa de Cepeda, y aunque el Virrey quería ir contra ellos, se lo impidieron diferentes oficiales aconsejándole evitara la efusión de sangre, pues no se pretendía más sino que se embarcase. Variando el plan de hacerse fuertes en un recinto que tenían preparado, se marcharon a la plaza donde aguardaron el resultado de la notificación que hizo al Virrey el escribano mayor Gerónimo Aliaga. La tropa fue pasándose al bando de los oidores con los capitanes Martín de Robles, Pedro Vergara, etc., y el alcalde Nicolás de Rivera intimó orden al Virrey para que fuera preso a presentarse a la Audiencia. Hízolo así, y lo llevaron a la casa de Cepeda quien en esos —346→ momentos despidió al oidor Zárate que no había concurrido a la reunión, y se declaraba inculpable ante el mismo Virrey. Tratose a éste con muy poco respeto rodeándole de centinelas; y dueño Cepeda de la situación hizo a sus colegas y cómplices una peroración indigna y sediciosa loando lo hecho, encareciendo el servicio del Rey, y previniendo se mandase a Gonzalo Pizarro disolviese sus tropas y viniese a la capital sin más que 12 hombres. Al oidor Álvarez se le ordenó entender en ciertas informaciones contra el Virrey. Cepeda como Presidente y Capitán General se hizo proclamar a voz de pregonero, nombró jefes y oficiales encargando a Robles de la gente de guerra, y de tener asegurados a los militares que no quisieron figurar en la revolución.

Cepeda llevó al Callao al virrey Vela. Diego Álvarez Cueto cuñado de éste, y que mandaba la escuadra de diez buques que allí existía, pidió que se lo enviasen a bordo; y se le respondió que entregase la armada de la cual se le dejaría un buque para que condujese al Virrey, a quien en caso contrario le cortarían la cabeza. Cueto quemó 4 y con los 6 restantes se fue a Huacho donde se vio en la necesidad estrecha de rendirse: entonces fue embarcado Blasco Núñez Vela con destino a Panamá y salió bajo la custodia y orden del oidor don Juan Álvarez comisionado al intento por Cepeda. Antes lo tuvieron en la isla de San Lorenzo y de ella lo trasladaron a Huacho en una canoa de paja.

Refiérese que cuando el Virrey estaba en casa de Cepeda, comía con éste y ocupaba su misma cama; y que temiendo lo envenenase, preguntó el primer día al sentarse a la mesa «¿Puedo comer con seguridad señor Cepeda?». Que éste le contestó: «Mirad que sois caballero, como señor, ¿tan ruin soy que si os quisiese matar no lo haría sin engaño? Vuesa Señoría puede comer como con mi señora doña Brianda de Acuña (que era su esposa) y para que lo crea, yo haré la salva de todo...», y así lo cumplió siempre. Pasó el Virrey por otras amarguras, humillaciones y peligros. Fray Gaspar Carvajal se acercó a él diciéndole iba a confesarlo de orden de los oidores: interrogole aquél si cuando se lo mandaron estaba presente Cepeda, y como respondiese que no, y sí sólo los otros oidores, llamó el Virrey a Cepeda para quejarse, y éste le aseguró que nadie tenía poder para tal cosa sino él: entonces Blasco Núñez lo abrazó y besó en el carrillo delante del mismo fraile.

Era imposible que habiéndose roto los lazos de la obediencia y la lealtad, el usurpador del Gobierno se librara de los malos instintos de los mismos malvados con quienes contara en sus atentatorios procedimientos. Varios oficiales empezaron a arrepentirse de sus propias obras, y descontentos con los resultados, fraguaron una conspiración antes de que el Virrey fuese alejado, y tuvieron sus acuerdos con ciertos vecinos para restablecerlo en el Gobierno matando a los oidores: Cepeda debía morir a manos de un Sargento llamado Francisco Aguirre que le hacía la guardia. Mas uno de los conocedores del plan lo puso en noticia de Cepeda una hora antes de que se llevara a ejecución, y éste al momento hizo aprisionar a los capitanes don Alonso de Montemayor, don Pablo Meneses y don N. Cáceres, a don Alonso Barrionuevo y otros: al último nombrado se le condenó a muerte como inventor de la conjuración, pero se lo conmutó la pena con la de cortarle una mano: los demás salieron desterrados, y aunque hubo mayor número de culpables, la Audiencia no pasó adelante accediendo a las súplicas de algunos vecinos, y también por no acrecentar el escándalo.

Llegó a saber Pizarro estando en marcha sobre Lima, la muerte del factor Carvajal, la deposición del Virrey y su salida del país, a tiempo que don Agustín de Zárate y don Antonio de Rivera iban de parte de Cepeda —347→ llevándole la provisión de la Audiencia, según la cual debía él disolver sus tropas y presentarse solo en la capital. No podía recibir Pizarro más halagüeñas noticias: ellas disiparon todos los temores que le agitaban, pareciéndole que su pretensión de mandar adquiría ya fundamentos sólidos; porque el poder de la Audiencia naciendo de una revolución contra el representante del soberano, era una verdadera detentación. No creyendo Cepeda suficiente el encargo hecho a Zárate y Rivera, envió con nueva comunicación para Gonzalo a Lorenzo Aldana, esperanzado en la amistad que con él tenía para que se empeñase en reducirlo. El ambicioso Oidor imaginaba que aquel caudillo que había hollado los respetos del Virrey, podría tributarlos a un turbulento sin títulos: ofuscado por su insensata vanidad le ofrecía nombrarlo Gobernador de Guamanga. Muy pronto vio su desengaño, pues habiendo Pizarro consultado el caso con sus capitanes, éstos desecharon las tentativas de Cepeda, fundándose en los derechos que según ellos tenía Gonzalo para gobernar, desde que su hermano el marqués le designó entre otros para sucederle, autorizado al efecto por el Emperador. Despacharon a Zárate con la respuesta de que Pizarro vendría a Lima con sus tropas, y compuestas y arregladas las cosas, se restituirían todos a sus hogares. Zárate dijo que él entendía «que la pretensión de Gonzalo era mandar desde Quito hasta Charcas, matar a los que se le opusiesen y poner a saco las ciudades». Cepeda previno se estampase esto en el libro del acuerdo; pero Zárate manifestando miedo se negó a ello. Entonces los oidores pidieron dictamen al exgobernador Vaca de Castro que, dice el cronista Herrera, aún permanecía a bordo, y que nunca se prestó a dar parecer sobre tan delicado punto.

Llegó Pizarro a las inmediaciones de Lima, y desde Pachacamac hizo adelantar a Francisco Carvajal para que entrase de noche a la ciudad y tomase presos a varios capitanes y vecinos, que separándose de su causa en el Cuzco, se habían venido con el objeto de servir al Virrey; Carvajal puso 28 en la cárcel, y ahorcó tres sin que nadie pudiera evitarlo.

Los militares que había en Lima se iban al campo de Pizarro a ponerse a sus órdenes. La Audiencia viéndose amenazada y que los peligros crecían por instantes, exigiéndosele otorgase la provisión nombrando a Gonzalo por Gobernador del reino, dispuso se juntasen los obispos de Lima, Cuzco y Quito con diferentes funcionarios principales, para discutir tan grave asunto y resolver lo que fuese oportuno. Como los más de ellos no pensaban por entonces en el servicio del Rey, hablaron de la imposibilidad de defenderse y de la adhesión que manifestaba el vecindario a las demandas de Pizarro; concluyendo por opinar se le diera la gobernación como hiciese pleito homenaje de dejarla cuando el Rey se lo mandase. Todos firmaron la acta y el oidor Zárate pidió constase que lo hacía por temor: algunos han dicho que este ejemplo lo siguió el licenciado Cepeda. Expidiose la provisión en forma bajo el sello real a 21 de Noviembre de 1544.

Los oidores Cepeda y Tejada fueron al campo de Gonzalo y tuvieron con él una larga y secreta conferencia después de darle sus plácemes. Entró aquél en la capital con gran aparato de celebridad: hubo quienes le aconsejasen prendiera a los tales oidores, mas él se negó y por el contrario hizo mucha distinción de Cepeda, quien se ligó con él en el grado de confianza que más abajo diremos.

Resolviose enviar cerca del Emperador comisionados que le diesen cuenta de los sucesos del Perú, y defendiesen la causa de Gonzalo alcanzando su nombramiento de Gobernador. La Audiencia se fijó en el oidor Tejada, y Pizarro con acuerdo de sus capitanes y de los vecinos de Lima —348→ lo asoció con Francisco Maldonado para que representase a todo el reino, con poderes de los procuradores que las ciudades tenían previstos para reclamar de las ordenanzas. Mas el buque que debió conducir a ambos agentes desapareció del Callao llevado por el exgobernador Vaca de Castro, que a bordo estaba preso y se dirigió en él a Panamá: la partida de aquéllos vino a verificarse después.

El virrey Vela desembarcó en Tumbez, reunió gente y se encaminó a Quito. El oidor Álvarez, que salió de Huacho conduciéndole a Panamá, le entregó el buque en la navegación, y se puso a sus órdenes, después de pedirle perdón de los crímenes que había cometido. Cepeda indicó a Gonzalo enviase al capitán Bachicao a Tumbez con el objeto de buscar al Virrey y matarle o echarlo del reino.

La ocupación ordinaria de Cepeda era apoyar cuanto hacía Pizarro, y en sus repugnantes adulaciones tocó el resorte de aconsejarle se declarase soberano del Perú, dando vigor a su idea con citar ejemplos para prueba de que desde el principio del mundo las monarquías no tuvieron otro origen que las tiránicas usurpaciones, y que la nobleza había nacido de Caín como se advertía por sus blasones. Estas ocurrencias se las celebraba Carvajal, que era de igual parecer, y agregaba otras semejantes que Pizarro oía sin mostrar disgusto.

Determinó éste salir a campaña contra el Virrey, y al hacerlo quedó disuelta de hecho la Audiencia, pues llevó consigo el sello real, y el oidor Cepeda que le acompañó constantemente, se hizo notar peleando como un soldado en la batalla de Añaquito en que dicho Virrey pereció. Conforme a tan señalada victoria fue la entrada triunfal del vencedor en Lima, donde se renovó el pensamiento de inducirlo a que se coronase, propendiendo a él varios capitanes y el mismo Cepeda que reproducía sus anteriores opiniones. Agregaba que jamás rey alguno hubiera podido alegar mejores derechos que los que favorecían a Gonzalo para subir a esa dignidad; y siguió sosteniendo este tema con diferentes razones que aprobaban los más ignorantes, admirándolo como hombre de letras y de mucho alcance.

Gonzalo Pizarro comprendiendo la importancia que tenía el puerto de Panamá, y que era conveniente asegurarlo mucho, dio el mando de su escuadra a Pedro Hinojosa. Cepeda que en todo intervenía previno a éste, «que sin atender a cristiandades, se contrajese a la conservación de las vidas y haciendas, dándose buena maña en el cargo que llevaba, pues de ello dependía su perdición o salvación».

El oidor Álvarez, que dio libertad al virrey Vela cuando lo llevaba para Panamá, cayó prisionero y herido en la batalla de Añaquito. Había Cepeda vociferado con exaltación reprobando su conducta y así en aquella triste coyuntura nada quiso hacer en su favor: por el contrario se le atribuyó la muerte inmediata de Álvarez, diciéndose generalmente que él se la causó por medio de un tósigo. Pero a este paso Cepeda, cualquiera que fuese el motivo o designio que hubo para querer matar al adelantado Velalcázar, es cierto que se opuso a esta criminal disposición que casi se lleva a término después de la citada batalla.

Alarmado el Emperador con las noticias que se le dieron de lo que pasaba en el Perú, había nombrado atinadamente al licenciado don Pedro de la Gasca para que viniese a pacificar el país y reorganizarlo. Estando ya en Panamá escribió a Cepeda de orden del Rey, excitándolo para que se apartase del mal camino que llevaba, y ayudase a restablecer el orden turbado por la anarquía. Pizarro convocó una junta para consultar si debería permitírsele la entrada en el Perú. Y advirtiendo el astuto —349→ Cepeda que Gonzalo no se expedía bien en su alocución, tomó la palabra interrumpiéndole, y dijo:

«Que el señor Gonzalo Pizarro había mandado hacer aquella junta para que cada uno dijese su parecer sobre la nueva, que se tenía, de estar en Tierra Firme el licenciado de la Gasca, teniendo atención a lo que había sucedido, después de la entrada del Visorrey, y a que el señor Gonzalo Pizarro, por ellos, había aventurado su vida y hacienda, que lo mirasen, como a todos estuviese bien, de manera que no pensase el licenciado de la Gasca entrarse en la Tierra con sus cautelas, para hacer grandes castigos, como hizo en Valencia; y que supiesen, que estaba en Panamá aguardando a que le diesen licencia, para entrar en el Perú; que libremente cada uno hablase, y aconsejase lo que fuese mejor en este caso, porque el señor Gonzalo Pizarro quería allegarse a la mayor parte».

Bien se conoció por el discurso, que la junta tenía el objeto de explorar las voluntades, cuando no se sabía que Pizarro deseaba no se efectuara la venida de Casca. Algunos opinaron en este sentido; pero otros decían que pues traía buen despacho, prudente era se le oyese: y como al tomar los votos se viera que los más dictaminaban esto mismo, Pizarro antes de hallarse con un desengaño, emitió el suyo oponiéndose al ingreso de Gasca. Resolvió también mandar nuevos procuradores ante el Rey, uno de ellos Lorenzo Aldana, al cual se encargaría notificar al licenciado Gasca para que se regresase a España. En todas estas providencias entendió Cepeda, formulando los documentos del caso, y Pizarro le nombró Lugarteniente en Lima, reemplazando a Aldana que desempeñaba este cargo.

Existía perseguido en la misma capital Vela Núñez hermano del finado Virrey, y trabajaba en combinar el modo de fugarse embarcándose en un buque que creía haber conseguido. Denunció su plan a Pizarro Juan de la Torre, el mismo que tenía parte en él, y era el principal cómplice de Vela. Éste fue preso, y cuando iba a dársele tormento, estando ya desnudo de orden de Cepeda, le dijo: «se acordase de los beneficios que le había hecho su hermano el Virrey, y de las veces en que le había puesto bien con él». Esto contuvo a Cepeda, y mandó suspender aquel acto: pero muy luego lo sentenció a muerte, porque hacerlo así era voluntad de Pizarro; y de este modo acabó sus días el desgraciado Vela.

Recibía Gonzalo frecuentes quejas contra Francisco Carvajal por los asesinatos y robos hechos por él de la manera más escandalosa, y como los tiranos quieren siempre ser solos y son muy celosos de los atentados que otros consuman, se manifestó indignado y dispuesto a escarmentar a Carvajal. Halló Cepeda la ocasión de aprovecharse de este encono, hasta el punto de estimular y casi compeler a Pizarro para que lo mandase matar: porque Cepeda no quería tener rival en el favor y la influencia, y vivía con el azar de que aquél, en el momento menos pensado, le infiriera algún daño irreparable. Pero Carvajal regresó de su campaña en el Alto Perú después de dispersar a Diego Centeno, trajo a Pizarro setecientos mil pesos, y mediante tan valioso presente, no volvió a hablarse del castigo que tanto merecía.

Fue preso Pedro Hernández Paniagua a quien se le quitaron las comunicaciones de que era portador, y que el licenciado Gasca dirigía a Gonzalo Pizarro y otros. Examinado este hecho con anuencia de Cepeda, se determinó ponerlo en libertad devolviéndosele los pliegos para que él mismo los entregase. Principiaba ya el año 1547, y a la sazón volvía de España Francisco Maldonado muy ofendido del desprecio con que se le había visto en la Corte, y avisando que el Emperador se daba por —350→ deservido de las cosas hechas en el Perú. Los consejeros de Pizarro atemorizados con los efectos que produciría en el país la presencia de un enviado como Gasca, advirtieron a Gonzalo que nunca le convendría aceptar indulto ni partido alguno, porque era evidente que en seguida, con cualquier pretexto, le harían degollar sin que, reducido a la impotencia, tuviese arbitrio a que acogerse para evitarlo. Paniagua a quien Gonzalo había hecho la amenaza de cortarle la cabeza por alborotador del reino, fue despachado con la respuesta que le entregó para el licenciado Gasca concebida por Cepeda en términos muy estudiados para que en ella nada decisivo se encontrase.

En el artículo correspondiente a Francisco Carvajal, hemos referido lo que éste trabajó porque se recibiera a Gasca y se aceptara el indulto del Emperador. El contendor que tuvo, el que le contradijo una y otra vez, llegando a decirle que ya le dominaba el miedo, fue el implacable Cepeda que no cesó de sugerir desconfianzas a Pizarro, pintando a Gasca como un hombre cauteloso, falso y lleno de dobleces. Es de creer que a Cepeda le inquietasen sus crímenes, y que tendría por muy difícil que un Oidor por el Rey alcanzara perdón sincero y durable. Gonzalo se atuvo a la opinión de Cepeda, desde luego la más conforme a sus miras, y desechó toda idea de avenimiento con el comisionado regio.

La escuadra de Gonzalo Pizarro, que estaba en Panamá a cargo de don Pedro Hinojosa, se pronunció por la causa del Rey sometiéndose a las órdenes del gobernador Gasca. Esto mismo hizo Lorenzo Aldana, comisionado de Pizarro para ir de procurador a España, al cual se le encomendó el mando de varios buques para que viniera a presentarse en el Callao. Honda fue la impresión que tamañas nuevas ocasionaron en Lima; y en esos momentos Pizarro, por consejo y exigencia de Cepeda, dispuso se quemaran las embarcaciones existentes en el Callao, a fin de que Aldana no se sirviera de ellas: error que más tarde lamentó Carvajal, en cuya ausencia se cometió, pues él estaba por pertrechar bien esas naves y combatir con ellas.

Cepeda entendía en los principales negocios, mostrándose el más ardiente partidario de Pizarro, y valiéndose de todos los medios ingeniosos de que era capaz, para ser el primero en la intimidad y confianza del caudillo. Y a pesar de todo se daba tiempo para ocupar un puesto en el ejército como Capitán de caballería. Cada compañía enarbolaba su estandarte con un emblema elegido especialmente: la que mandaba Cepeda tenía el suyo con la imagen de la Santísima Virgen estampada en una cara, y en la otra el escudo de armas de Pizarro: así profanaban las imágenes divinas unos hombres que pretendían hermanar sus iniquidades con las cosas sagradas y dar cabida al fanatismo buscando para sus crímenes la protección y el auxilio que decían esperar del cielo.

Copiaremos unas líneas de la década 8.ª de Antonio Herrera, página 53, libro 3.º, relativas a las demasías de Cepeda, y a un proceso que formó contra el licenciado Gasca y otros, prometiéndose su delirante imaginación reportar ventajas de un proceso tan extraño como ridículo.

«El licenciado Cepeda, a vueltas de la justificación de la causa de Gonzalo Pizarro, con juramento amenazaba que había de cortar la cabeza al que hablase cosa fea del señor Gonzalo Pizarro, ni pusiese escrúpulo en su causa; y contra muchos caballeros procuraba indignar a Gonzalo Pizarro, y le pedía que le dejase matar cincuenta, que le allanaría la Tierra, porque no quería que nadie hiciese traición al que servía. Otras muchas fierezas, y blasfemias decía (según se creyó) por asegurarse con Pizarro y hacérsele muy confidente porque había muchos que le querían mal, y procuraban poner sospechas —351→ en él; y para más fundar su fidelidad, procuró que se hiciese proceso contra el licenciado Gasca, y los capitanes que habían entregado el armada; para lo cual mandó Gonzalo Pizarro, que se juntasen los letrados, que había en la ciudad, a los cuales por derecho mostró los delitos de Gasca, y de los capitanes; y como todos andaban amedrentados, ofrecieron firmar la sentencia la cual declaraba: Que al licenciado Pedro de la Gasca se lo cortase la cabeza; y arrastrasen, e hiciesen cuartos a Hinojosa, y a los demás capitanes. Los otros letrados dijeron a Gonzalo Pizarro: que no debían firmar esta sentencia, porque Gasca era sacerdote, e incurrían en excomunión; y que si aquellos capitanes sabían que estaban sentenciados, se les cerraba totalmente la puerta de acudir a servirle, de que no se debía perder la esperanza, pues las cosas podían tomar tal camino, que pudiese suceder, que volviesen la hoja. Y la sentencia se quedó firmada de Cepeda, el cual ya tenía a todos tan medrosos, que temblaban, temiendo que a cada momento se les podían ofrecer ocasiones, aunque livianas, con que perder las vidas: porque ya las cosas estaban de manera, que de las haciendas no hacían caso».

Intentó Cepeda que dicha sentencia la firmasen también los principales militares, y presentada al efecto a Francisco Carvajal, éste se burló de ella con las particularidades que hemos escrito en su artículo a la página 277.

Temeroso Cepeda de que el indulto que traía Gasca y las sugestiones que empleaba para desconcertar a Pizarro produjeran funestos resultados, el mayor de ellos que los vecinos y los militares desamparasen su causa como ya principiaba a suceder, apeló a un arbitrio que a su juicio creyó adecuado para que desaparecieran tan graves cuidados. Fue el de celebrar una reunión general y recabar de los concurrentes la aceptación de una acta en que, bajo el más solemne juramento, prometiesen sostener y seguir a Pizarro de un modo absoluto. Luego que estuvieron congregados hizo éste su peroración invitándolos a que hablaran con franqueza, dándoles libertad para separarse, y aun para ir a ofrecerse al servicio de Gasca: terminó diciendo que haría cortar la cabeza, al que después de suscribir un compromiso de honor, violase indignamente la fidelidad prometida. Todos se la ofrecieron y llenos de entusiasmo la juraron, firmando un escrito que Cepeda presentó y había redactado de antemano, el mismo en que estampó su nombre antes que ningún otro.

Corto número de días, y para algunos de horas, fue necesario transcurriese para que muchos de los firmantes se olvidaran del juramento hecho por Dios y sus Santos Evangelios. Unos tras otros fueron abandonando a Gonzalo Pizarro, porque los más lo tenían pensado así, y siendo como el viento reinante, la idea de aceptar el indulto, vecinos y militares se disputaban hacerlo primero, cual ocultándose, cual poniéndose en camino para buscar a Gasca. Las cosas llegaron a su colmo cuando los buques de Aldana aparecieron en el Callao. éste envió a un capitán Peña para que entregara a Gonzalo las credenciales de Gasca, el indulto general del Emperador, y la revocación de las ordenanzas, documentos que Pizarro arrojó al fuego. Cepeda dijo en ese instante a Peña, que prometía hacer cuartos a cuantos venían en la armada y castigar a Gasca por su atrevimiento, y la gran traición que había hecho en detener a los procuradores, añadiendo muchos otros desatinos propios de su acalorada imaginación.

Gonzalo con su ya diminuto ejército se retiró de Lima y pasó a Arequipa. En los artículos relativos a Diego Centeno y a Francisco Carvajal hemos contado lo que pasó a Pizarro en la campaña que emprendió —352→ contra aquél, y en la batalla que ganó en Guarina. Cepeda que en ella combatió como Capitán de caballería, recibió una cruel cuchillada en el rostro, y escapó maravillosamente, pues estuvo ya rendido: un hermano suyo, Baltazar Cepeda, que servía a órdenes de Carvajal, quedó muerto en el mismo campo.

Entre los repugnantes hechos con que los servidores de Gonzalo Pizarro abusaron de esa victoria, tienen un lugar notable los excesos cometidos por Cepeda en el Cuzco. Habiéndose adelantado a dicha ciudad con objetos diversos, hizo ahorcar al licenciado Martel y al alcalde Juan Vásquez de Tapia, con otros atentados que le atrajeron el odio general.

Cepeda había propuesto en Pucará a Gonzalo Pizarro entrase en comunicación con Gasca para arribar a un ajuste de paz. Le dijo que en Arequipa tratando de esto, convinieron en que se aprovecharía una favorable oportunidad para hacerlo; y que ninguna se ofrecería más ventajosa que la de haber alcanzado una victoria como la de Guarina que lo colocaba en situación preponderante. Pizarro rechazó la invitación enojándose con Cepeda, porque la idea era bien aceptada por algunos oficiales de valimiento: observó que ese paso se atribuiría a flaqueza y daría margen a que se huyesen muchos de los suyos. El historiador Gomara, capítulo 186, refiere que el presidente Gasca sabía que Cepeda se pasaría al campo realista si Gonzalo no se prestaba a negociar un avenimiento; y que quien le comunicó la promesa de Cepeda por encargo de este mismo, fue fray Antonio Castro Prior de Santo Domingo de Arequipa.

El ejército real avanzó en dirección al Cuzco donde le esperaba Gonzalo Pizarro: avistáronse ambos bandos, y Cepeda que estuvo entendiendo en la formación y orden en que habían de combatir las tropas de Pizarro, en un momento que le pareció a propósito, dio todo el andar a su caballo enderezándose al campo contrario. Persiguiole Pedro Martín de don Benito, que al entrar en un atolladero logró alcanzarlo, y al esfuerzo de un lanzazo hizo cayera el caballo arrojando a Cepeda en el cieno; y le matara, si prontamente no es auxiliado por gente de los realistas que salieron a librarle. Gasca recibió a Cepeda con mucho contento, y dice Gomara, capítulo 186, «lo abrazó y besó en el carrillo que llevaba lleno de lodo». Aconsejó al Presidente demorara la batalla que ese día (9 de Abril de 1598) acaeció en Sacsahuana; porque él tenía seguridad de que en la noche huirían muchos del ejército de Gonzalo Pizarro.

Agitose en el partido vencedor la cuestión de si el oidor Cepeda debía disfrutar del indulto general: Gasca viéndose muy estrechado se remitió a lo que el Emperador resolviera. Lo llevó consigo a España en calidad de preso. Siguiósele causa en Valladolid, en cuya cárcel le hizo fuertes acusaciones el Fiscal Real: Cepeda presentó sus descargos diciendo en lo sustancial que había siempre procedido con intención de servir al Emperador, y para que se contuvieran los agraviados con las ordenanzas. Sus deudos y amigos, viendo que no podían librarlo de la muerte en un cadalso infamante, determinaron dársela por medio de un veneno. Hiciéronlo así, y la sentencia ya notificada no pudo ejecutarse. Cepeda sostuvo que Gonzalo Pizarro y los de su bando, nunca traicionaron al Emperador, agregando que él tomaría de buen grado la defensa de esta causa, si hubiese de fallarse en el Parlamento de París, o en la Universidad de Bolonia. El doctor Gonzalo de Illescas en su Historia pontifical dice, que vio una importante alegación en derecho escrita por Cepeda, y que el que la leyese no podría menos que absolverle. Véanse los artículos Pizarro, don Gonzalo; Vela, Blasco Núñez; Gasca; y Carvajal, Francisco.

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CEPEDA. Fray Antonio. Asesinado por los bárbaros en las montañas de Andamarca. Véase Viedma, fray Manuel.

CEPEDA. Don Diego. Obispo. Véase Ramírez de.

CEPEDA. El licenciado don Juan López de. Fue Oidor de las Audiencias de la isla de Santo Domingo y de Santa Fe del Nuevo Reino de Granada, y Alcalde del crimen de la de Lima. De ésta pasó a Panamá de Presidente, y en 1588 a Charcas con igual carácter.

CEPEDA AHUMADA. Don Lorenzo. Hermano de Santa Teresa: vivía en Lima el año de 1562. Hemos visto varias cartas de la Santa que alcanzan hasta 1570 dirigidas a dicho individuo. Están en el tomo 7.º de las obras de don Juan de Palafox Obispo de Puebla, Arzobispo electo y Virrey de México.

Consta que el hermano enviaba desde Lima recursos a Santa Teresa, y ella los aprovechaba en objetos piadosos y en las fundaciones que tanto la ocuparon.

CERBELA. Fray Luis. De la orden de San Francisco. Hallándose de Comisario general, activó mucho la grande obra de la iglesia de San Francisco de Lima que había principiado desde 1556.

Él fue quien plantó el jardín del primer claustro y colocó en él las pilas de bronce: hizo traer de Pacages las piedras de Berenguela para las 27 cruces que estaban en el cementerio, y para las gradas interiores del templo: empleó cuatro artistas en la pintura de la vida del patriarca, cuyos lienzos rodean el cuadro del jardín. No hay constancia de la ascendencia de los gastos de tan costosas obras, aunque se dice que en la iglesia y claustros se invirtieron 2.250.000 pesos. Las limosnas, erogaciones y arbitrios que tomó el convento para hacer frente a dichas fábricas, fueron de mucha cuantía, y se asegura que considerable parte de los materiales de cal, ladrillo y piedra que importaban un caudal, se dieron gratuitamente, en especial la piedra para cal, sacada de las canteras del Marqués de Monterrico.

El claustro ya citado del jardín, tiene 680 pies de contorno: sus paredes están vestidas de azulejos recibidos de España y colocados el año de 1620. En los techos de cedro, se ven primorosos relieves: y el claustro en lo bajo y alto tiene 132 pilares, 88 de ellos de piedra negra traída de Panamá. Véanse los artículos Godines, Alonso; y Jiménez Menacho, don Juan.

CERDA. Don fray Alonso de la. De la orden de Santo Domingo. Nació en Cáceres de padres nobles, y habiendo venido al Perú, tomó el hábito en Lima el año de 1545. En el capítulo de 1557 se le nombró Prior del convento del puerto de Nombre de Dios en el istmo. En 1559 pasó con igual carácter al de San Pablo de Arequipa: fue Definidor en 1561 y luego Prior del de Lima, siendo entre los frailes que ingresaron a la religión en esta capital, el primero que obtuvo ese elevado puesto.

Hizo el altar mayor de su iglesia de Santo Domingo, agrandó el convento, y fabricó la enfermería. En 1565 recibió el nombramiento de Predicador general, y en 1569 recayó en él la elección de Provincial por votación unánime. En 1571 se separó de la provincia de Lima el convento del Nuevo Reino de Granada. Visitó la provincia y cuidó mucho de que en las doctrinas que se servían por frailes de su orden, se colocasen los más dignos y bien acreditados por sus luces e inteligencia en el idioma —354→ de los indios. Concluido su período, se le envió de Definidor al capítulo general, dándosele también el cargo de Procurador en España y Roma. Regresó de Obispo de Honduras, cuya Diócesis sirvió hasta 1577 en que fue promovido al Obispado de Chuquisaca. Llegó a Lima en 1586, y partió para su destino. Allí compró unas casas que agregó al convento de Santo Domingo para darle más extensión. Acaeció su fallecimiento por los años 1592.

CERDA. Don fray Ignacio de la. Nacido en el Perú, según dice Echave en la Estrella de Lima, agregando que estudió en el convento de San Agustín de esta ciudad, y que habiendo pasado a España fue Obispo de Aquila en Nápoles. No hemos podido adelantar más noticias de este religioso.

CERDA Y VADILLO. María de la, alias la Tucumana. Fue penada por hechicera en Lima el día 17 de Noviembre de 1641 por sentencia del Tribunal de la Inquisición. En el auto de fe de esa fecha hubo 16 reos.

CERDÁN DE LANDA, SIMÓN PONTERO. El doctor don Ambrosio. Alcalde del crimen de la Real Audiencia de Lima en 1780. Oidor desde 1785 hasta 1795. Fue Juez de cofradías y Juez de aguas del campo: individuo de la Real Academia Española de la Historia, Juez protector del convictorio de San Carlos, y Presidente por algún tiempo de la sociedad «Amantes del país» establecida en Lima (de la que era miembro bajo el nombre de «Nerdacio»), y la cual daba a luz el celebrado Mercurio Peruano, periódico en que están publicadas algunas producciones de Cerdán. Una de las más interesantes fue la disertación relativa a los documentos antiguos que debían consultarse para escribir la historia del Perú desde la conquista. Este curioso trabajo que el doctor don Manuel Fuentes insertó en el tomo 1.º de las memorias de algunos virreyes publicadas en 1859, es una clave importante para la reunían de datos seguros acerca de los hechos y acontecimientos que merecen trasmitirse a la posteridad. En él recorre Cerdán las crónicas, apuntes, relaciones y multitud de papeles oficiales, impresos o inéditos, que serán poderosos auxiliases para el estudio de materias históricas del país: pareciendo que poco se escapó de la investigación cuidadosa de Cerdán al recopilar las obras y memoriales dignos de tenerse presente con el provechoso objeto que se propuso.

En esa importante producción se expresa con respecto a la ciudad de Lima en estos términos: «Por la especificación que se asome de las producciones literarias y científicas vistas en esta capital, se convencerá que puede gloriarse con razón, de haber producido en todos tiempos dentro de su tranquilo seno, los más brillantes ingenios, como que la serenidad halagüeña del más benigno temperamento, es acompañada de igual carácter en sus moradores: notándose comúnmente la laboriosidad y el ardor, la robustez y la viveza, la deferencia bonodadosa, y la sagaz precaución en los felices habitantes del suelo Limano, un despejo y fondo de muy fina penetración, que se ostenta singularmente en el bello sexo con el más natural brillo».

El oidor Cerdán escribió el tratado de las aguas que fertilizan los valles de Lima, y las bases y método sobre que debía hacerse su distribución: este reglamento acertado y prolijo, que se imprimió en esta ciudad en 1793, aún rige al presente para todo lo relativo a la dotación de agua de los fundos rústicos.

El genio de Cerdán se extendió a promover la creación de academias —355→ en Lima, que no llegaron a plantificarse, y que habrían sido de gran utilidad. Eran las materias a que debían contraerse, la recopilación e inteligencia de las leyes de indias, la práctica forense, cuestiones canónicas y conciliares, liturgia, historia y disciplina eclesiástica indiana. Asegúrase que una de estas academias fue establecida en Chile por Cerdán con aprobación real, cuando perteneció antes de su venida al Perú a la Audiencia de aquel reino, donde creemos nació su esposa doña Juana Encalada. Cuando se advirtieron en Arequipa y otras provincias del Sur, síntomas alarmantes precursores de la rebelión de 1780, el oidor Cerdán fue comisionado por el virrey don Agustín de Jáuregui para seguir una causa de pesquisa, partiendo de ciertos hechos y de los datos que se habían recogido. Pasó a Arequipa, y cumpliendo su encargo averiguó las causas del tumulto acaecido en dicha ciudad, y las ramificaciones que existían en no pocos pueblos. Reunió diferentes documentos, y las memorias de los corregidores de Lampa, Azángaro y Cailloma, que revelaban la situación de esos distritos y los planes combinados para apoderarse de los intereses fiscales en las cajas reales de Cailloma y demás puntos. Lo actuado por Cerdán dio anticipada luz al Gobierno del verdadero estado del país, y sirvió con oportunidad a los planes que trazó después, para contrariar y reprimir el levantamiento de Tupac Amaru.

Tuvo Cerdán un hijo llamado don Dionisio que estudió en el colegio de San Carlos de Lima, y pronunció una brillante oración con motivo de la apertura de estudios en la Universidad de San Marcos el día 2 de Mayo de 1791. Don Ambrosio Cerdán fue nombrado Regente de la Audiencia de Guatemala en 1795.

CEREZUELA. El licenciado don Serván de. El cardenal don Diego Espinosa, Obispo de Sigüenza, Presidente del Consejo de Castilla e Inquisidor General, acordó con el rey Felipe II la erección del Tribunal de la Inquisición en el Perú, y al efecto se expidió la cédula de 7 de Febrero de 1569, dándole jurisdicción desde Panamá hasta Charcas, e incluyéndose Quito y Chile. Fueron nombrados por primeros inquisidores los licenciados don Andrés de Bustamante y don Serván de Cerezuela: el primero murió en Panamá, el segundo hizo su entrada solemne en Lima en 29 de Enero en 1570 siendo Virrey don Francisco de Toledo.

Trajo orden de no juzgar a los indios, quienes en los casos de herejía debían continuar sujetos a los obispos, y en los de sortilegio a la justicia civil. Con posterioridad fue alterada esta disposición, y aun se derogó del todo.

Fueron muchas las reales disposiciones dictadas ya para extender la autoridad de este Tribunal y apoyar sus hechos, ya para contenerlo en ciertos avances y pretensiones que herían demasiado los derechos de la corona. Interminable sería el trabajo si se hubiese de tratar de las regalías de la Inquisición, sobrepuesta en tantos casos a las leyes, y de las competencias que suscitaba frecuentemente. Las ocurridas en los primeros tiempos del Perú, sobre jurisdicción y otras materias, dieron mérito a la cédula expedida en Lerma, en 22 de Mayo de 1610 y que fue una de las llamadas de concordia.

Se hará mención de algunos de los puntos a que ella se contrajo, para dar idea de los inauditos abusos que cometía ese Tribunal. Prohibiose a los inquisidores arrendar las rentas reales en beneficio suyo y de sus deudos y amigos, o impedir que se arrendasen. Prohibióseles tratar en mercaderías y negocios, tomar por el tanto, cosa que a otro se hubiese vendido, tomar alguna cosa de mercaderes u otras personas contra su voluntad aunque fuese pagándola. Mandose que sus negros no usasen —356→ espada a menos que fuesen acompañando a sus amos; que los empleados del Tribunal que fuesen mercaderes pagasen derechos al fisco, que se registrasen sus casas y propiedades en casos de fraudes, y no pudiese la Inquisición ampararlos. Que la justicia pudiese compeler a los familiares, que fuesen depositarios en asuntos particulares, a que diesen cuenta de los bienes de que se les hubiese encargado. Que los comisarios de la Inquisición no expidiesen mandamientos contra las justicias u otras personas, si no fuere por causas de la fe en los casos permitidos, y por comisión del Tribunal: que éste no hiciese detener los correos y chasquis, y que derogase sus órdenes sobre esto. Que anulase también las que había dado para que los navíos y las personas no pudiesen salir de los puertos sin su licencia. Que cuando estuviese interesado un Inquisidor o alguno de sus empleados, en litigios de bienes, etc., no se llevasen los pleitos a la Inquisición, sino que se siguiesen en los tribunales en que hubiesen comenzado. Que no mandase el Santo Oficio sobreseer en los pleitos que tuviesen ante las justicias los individuos que por él fuesen presos. Que se quitasen los alguaciles que había en las villas y lugares. Que no amparase a sus empleados cuando por amancebamiento les hubiesen de juzgar las justicias. Que no mandase la Inquisición a las universidades graduar de doctores a algunos, contra los estatutos de ellas, ni se entrometiese en cosas semejantes, ni en negocios de gobierno. Que en los días de auto de fe, no prohibiese la Inquisición el uso de armas, si la autoridad pública quisiese que se llevasen. Que no procediese por censuras contra los virreyes por ningún caso de competencia, etc., etc.

En el mismo año de 1610, habiéndose erigido en Cartagena el Tribunal del Santo Oficio, el de Lima quedó sin jurisdicción en cuanto al territorio de los Obispados del Nuevo Reino de Granada y de Tierra Firme. Los inquisidores eran dos, y un Inquisidor Fiscal: el sueldo que se les señaló fue de tres mil pesos anuales, pagados por la Hacienda según real orden de 1572. El día de San Pedro mártir se daban mil pesos al Inquisidor decano que celebraba la misa de la fiesta anual que se hacía en el templo de San Pedro.

Tuvo el Tribunal dos secretarios con mil pesos cada uno, un Alguacil Mayor con mil pesos que se sacaban de los bienes confiscados. Tres notarios del secreto.- Un receptor general.- Un contador.- Un alcaide.- Un nuncio.- Dos letrados.- Un portero.- Un médico.- Un cirujano.- Un barbero.- Un solicitador.- Un juez de bienes y un despensero. Éstos fueron los oficios sobre que en tiempos posteriores hubo sus alteraciones.

Los consultores, juristas y canonistas, fueron los oidores y alcaldes del crimen a elección del Santo Oficio, que también elogia entre doctos y teólogos a las calificadores. Después nombraba consultores a las personas que tenía por conveniente; y se varió la primitiva práctica de ocupar a los oidores.

A fines del siglo pasado había siete consultores del clero y tres seculares. Los calificadores eran entonces 34 religiosos de todas las comunidades.

Las reales órdenes fechas en Madrid a 10 de Marzo de 1553 y a 20 de Agosto de 1570, señalaron el número de familiares que debía haber, y donde; e hicieron declaratorias acerca de sus exenciones, explicando en qué casos y cómo debían proceder, y aclarando muchos puntos sobre su jurisdicción. Tocaba al Cabildo de Lima, dar el pase a los nombramientos reales de los familiares para que no pudiesen ser más de 12; y estaba encargado de impedir su aumento, avisando a la Inquisición que no había lugar vacante. Los indios podían ser familiares por cédula del rey Carlos II de 16 de Abril de 1693. En la sacristía de la iglesia de Copacabana —357→ de Lima está un cuadro con los nombres de los miembros del Consejo Supremo de la Inquisición que acordaron se les hiciese la concesión que hemos indicado. Lo costeó la hermandad de indígenas de dicha iglesia que pertenece a ellos.

Los que solicitaron la licencia para colocar el mencionado cuadro en nombre de los caciques y principales, fueron:

El capitán don Lorenzo Guzmán Yacupuma.- El alférez don Estevan Montes, ambos veedores y diputados de la escuela real de los niños naturales de Lima.

Don Jacinto Minche, Principal, y don Nicolás Mayta Escalante, Podatario de los 24 electores nobles de la ciudad del Cuzco.

La Inquisición en Lima tuvo valiosos bienes, y en la plaza de ese nombre, titulada hoy de la independencia, poseía las grandes fincas que habitaron los inquisidores, las capillas interior y exterior, el salón del Tribunal, y la cárcel especial, fabricado todo a mucho costo y cuya solidez, disposición y seguridad son bastante conocidas.

El poder de este Tribunal fue decayendo desde fines del siglo XVIII, y en el presente los autos de fe no eran frecuentes ni de la naturaleza de los antiguos en que se aterrorizaba con las hogueras. En 1812 fue abolido en España; y la Constitución dada en Cádiz, lo desconoció como era indispensable. Publicada en Lima la extinción de dicho Tribunal, se apoderó la multitud de sus oficinas y cárcel en 23 de Setiembre de 1813, extrayendo y dispersando los papeles de su archivo; y es sensible se hubiesen perdido documentos curiosos que habrían dado mucho material a la historia de la Inquisición de Lima.

Luego que Fernando VII anuló la Constitución en 1815, fue restablecida la Inquisición, y se le devolvieron sus propiedades y rentas que estaban incorporadas al Erario nacional. Pero no recuperó el antiguo prestigio que la voluntad general había hecho desaparecer. Fue respetada por la fuerza, sus pretensiones bajaron muchos grados, y el ejercicio de su autoridad, especialmente en Lima, se limitó a imponer ligeras correcciones a los que eran acusados de faltas que en otros tiempos causaron la pérdida de tantos hombres. El Tribunal de Lima se suprimió segunda vez cuando se proclamó la misma Constitución en 19 de Setiembre de 1820; y fue para siempre, porque la independencia se juró en 28 de Julio de 1821.

Las rentas del Santo Oficio, pasaron al Erario peruano, y más tarde se aplicaron a la amortización de la deuda interna. Las casas se destinaron para llenar parte de las asignaciones con que se gratificó a los principales jefes del ejército argentino y chileno en 1821. Pero aquéllos fueron pagados de otro modo y volvieron dichas fincas al dominio del Estado. Hoy pertenecen a particulares que las adquirieron cancelando papeles del crédito público. En el local de la cárcel se pensó hacer un teatro el año de 1822. Más tarde se destinó para prisión, y así subsistió muchos años. La capilla se suprimió y su recinto fue vendido: los salones se han empleado y ocupan en diferentes objetos del servicio de la República.

El primer auto de fe que hubo en Lima por mandado de la Inquisición fue el domingo 15 de Noviembre de 1573 en que se quemó al francés Mateo Salado. Siguieron otros muchos, y el último que se celebró fue en 17 de Julio de 1806.

Siete individuos fueron inquisidores honorarios en el presente siglo: esto se pretendía y tenía por una señalada distinción en la carrera eclesiástica. Ellos, así como los secretarios, familiares y otros funcionarios del Tribunal, llevaban al pecho pendiente de una cinta negra, una medalla —358→ en que se veían la cruz verde, una espada y una palma sobre esmalte blanco, con una corona real encima. Usaban de ordinario una placa bordada de negro y blanco, semejante a la de los religiosos dominicos. Entre muchos catálogos, publicaremos después una relación de todos los inquisidores, y de los autos de fe que hubo en Lima.

CERMEÑO. Doña María. Véase Llanos, don Antonio.

CERNADAS Y BERMÚDEZ DE CASTRO. El doctor don Pedro Antonio. Natural de Galicia, de la orden de Carlos III y de la de Isabel la Católica, Consejero honorario de Indias. Vino de Oidor de la Audiencia de Charcas, con cuyo empleo pasó a la del Cuzco en su creación el año de 1788. Fue largo tiempo decano y en 1822 funcionó como Regente. Escribió un brillante y erudito opúsculo sobre la conveniencia y utilidad de establecer panteones, con motivo de haberse recibido una real orden circular para que se informase acerca de la materia. El oidor Cernadas fue comisionado por el virrey don frey Francisco Gil para examinarla, consultando datos y antecedentes para apoyar su dictamen. En el que dio a luz, y se agregó al expediente formado por el Virrey, manifestó la repugnancia que encontró en el Cuzco, especialmente en el clero y comunidades, que se creían perjudicados desde que se dejase de sepultar los cadáveres en las iglesias. Oponían la razón de que el temperamento seco y frío no daba lugar a la putrefacción. Cernadas opinó se hiciesen fuera de la ciudad tantos panteones, cuantas parroquias e iglesias había, con separación de sexos y párvulos, costeándolos de los fondos de fábrica y de hospitales, y subsistiendo el cobro de los derechos acostumbrados. Que además se hiciese un panteón general extenso, para el caso de una epidemia. El informe de Cernadas es una disertación en que recorre desde remotos siglos los usos de muchos países, acopia textos y doctrinas, cita concilios en su apoyo, y refiere el origen de la costumbre de sepultar en las iglesias y los males que produce.

Cernadas falleció en 1823. Fue casado con doña Juana Rivero en quien tuvo varios hijos; y en segundas nupcias con doña Eulalia de la Cámara. Su hija doña Francisca, contrajo matrimonio con el general don Andrés Santa Cruz, Presidente que fue de la República de Bolivia. Doña Eulalia estuvo antes casada con don Juan José Clemente de Larrea y Villavicencio de la orden de Carlos III, Contador oficial real del Cuzco.

CERVANTES. El licenciado don Juan Ortiz de. Natural de Lima. Después de sus estudios en la Universidad de San Marcos en el siglo XVII, pasó a España en calidad de Procurador general del Perú, y regresó en 1622 con el empleo de Fiscal de la Audiencia del Nuevo Reino de Granada, en la cual fue después Oidor. Imprimió en Madrid en 1621 los memoriales que presentó al Rey y al Consejo de Indias manifestando los derechos que asistían a los americanos para que se les atendiese en la provisión de plazas vacantes en estos reinos. También fue autor de la obra Hispaniarum Conciliis; y en 1619 de un opúsculo en que manifestó al Rey los abusos de los corregidores del Perú, sus robos y crueldades con los indios, la diminución notable que padecía esta raza, y cómo podría conservarse más, y aliviarse haciéndose perpetuas las encomiendas. Solórzano en su Política Indiana tratando de esto, cita la gestión hecha por Cervantes, que como otras anteriores sobre el mismo proyecto, no fue tomada en consideración por diferentes causas que indica. Falleció Cervantes en Santa Fe de Bogotá.

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CERVERA DE TRUJILLO. El capitán don Francisco. Vecino de Lima. Era de su pertenencia la capilla de San Ildefonso en la iglesia de San Francisco de Lima donde fue sepultado, lo mismo que su esposa doña María de Rivadeneyra y sus descendientes. Se ven en dicha capilla los escudos de armas de su casa.

CEVALLOS. Fray Fernando. Monje de la orden de San Gerónimo, autor de la obra Falsa filosofía. Véase el artículo Casas, don fray Bartolomé de las, en la página 308 de este tomo.

CEVALLOS. (El caballero) don José Antonio Gutiérrez. Del hábito de Santiago. Estudió en Salamanca en el colegio del Rey. Fue Inquisidor en Cartagena, y vino a Lima con igual empleo. Ascendió a Obispo de Tucumán en 1730: allí se hizo memorable por haber reducido a los indios Vilelas, obligándolos a vivir en sociedad, y en población que formó al intento a pocas leguas de aquella ciudad con el nombre de San Juan de los Vilelas. Promovido al Arzobispado de Lima, entró en esta capital y tomó posesión en 10 de Setiembre de 1742. Se dedicó al fomento y adelanto del colegio seminario, y mejoró y reformó su fábrica, construyendo un claustro y tres escaleras, y aumentando las celdas y habitaciones. Zahiriendo a este Prelado otro muy célebre como escritor, don fray Gaspar Villarroel, dice en su obra Gobierno Eclesiástico, tomo 2.º, página 54: «el Arzobispo tenía muchas ayudas de costa para errar en el punto; ser muy caballero, muy rico, muy reciente Prelado con su punta de colérico». Falleció en 16 de Enero de 1745 a los dos años, cuatro meses, seis días de gobierno, y está sepultado en la catedral en la bóveda del Cabildo. Fue su sucesor don Pedro Antonio Barroeta.

CEVALLOS Y CALDERÓN. El doctor don Gaspar de. Natural de Lima, Marqués de Casa Calderón. Distinguido abogado, y catedrático de filosofía moral de la Universidad de San Marcos en que se graduó de Doctor en ambos derechos. Fue Capitán del regimiento de la nobleza, Alcalde ordinario en 1796 y 97, y desde 1807 hasta 1809. Rector, en 1810 hasta 1813, de dicha universidad, donde se conserva su retrato. Miembro de la junta censoria de imprenta en 1814. Alcalde del crimen de esta Audiencia desde 1815, y posteriormente Oidor. Juez de alzadas del Tribunal del Consulado desde 1814 hasta 1820. Véase Casa Calderón. Véase Calderón, doña Juana.

CEVALLOS. Don José Gregorio de, el Caballero. Natural de la Puente del Viezgo, Diócesis de Burgos, Bachiller canonista. Ingresó de colegial del Mayor de San Bartolomé de la Universidad de Salamanca en 24 de Agosto de 1677: fue Licenciado en leyes en 1680: obtuvo la Cruz de Santiago y una plaza de Oidor de Charcas en 1682. Vino a Lima de Alcalde del crimen en 1688, y en 1689 se recibió de Oidor de esta Audiencia. Casó en Lima con doña Venancia Dávalos hija única del primer Conde de las Torres, e invistió este título con el rico mayorazgo del conquistador Nicolás de Rivera (uno de los trece que quedaron con Pizarro en la isla del Gallo), fundado en 1556 por su mujer doña Elvira Dávalos. Pasó a Huancavelica de Gobernador. Este destino era servido antiguamente por uno de los oidores. Falleció en Lima. Véase Santa Ana de las Torres, Conde de.

CEVALLOS GUERRA. Don José Damián. Natural de San Felices, Diócesis de Burgos, Bachiller canonista. Entró de colegial en el Mayor de —360→ San Bartolomé de la Universidad de Salamanca, en 28 de Noviembre de 1706. Fue Licenciado en leyes en 1709. En 1713 Juez de la provincia de Santiago, asesor de rentas de Salamanca, Toro y Zamora. En 1720 vino a Lima de Fiscal de la Real Audiencia. En 1729 se le dio plaza de Oidor. Estuvo tres años de Gobernador en Huancavelica. Casó con su prima la hija del oidor conde de las Torres don José Gregorio Cevallos, el Caballero, y obtuvo dicho título. Murió en Lima en 1742. Véase Santa Ana de las Torres.

CEVALLOS, DÁVALOS Y RIVERA. El doctor don Juan José. Hijo del anterior y nacido en Lima: 4.º Conde de las Torres, Caballero de la orden de Calatrava. Fue Mayordomo de semana de los reyes Fernando VI y Carlos III, y Consejero del Real y Supremo de Hacienda. Estuvo casado con doña Brianda de Saavedra y Cabrera novena señora de la villa de Atalaya. El rey Fernando VI con motivo de un fuerte temblor que se experimentó en el sitio real de San Lorenzo, preguntó al Conde de las Torres qué opinaba de aquel sacudimiento, y qué observaciones se habían hecho en Lima acerca de los terremotos y sus efectos. El Conde además de haberle satisfecho de palabra, le dirigió un informe (que se encuentra en el tomo 16 del Semanario erudito de Madrid) tratando la materia con pulso y claridad, y dando razón de las reglas y precauciones adoptadas en Lima en la fábrica de los edificios después de la ruina de 28 de Octubre de 1746.

Don Juan José de Cevallos formó en Lima una compañía llamada de fusileros reales, compuesta de hombres ejercitados en la caza con obligación de costear sus armas, municiones y vestuario, y de acudir a la defensa del país y su Gobierno en toda circunstancia. El virrey don Manuel de Amat la aprobó poniéndola a órdenes de Cevallos, y concediéndole fuero por decreto de 26 de Mayo de 1762. Véase Santa Ana de las Torres, Conde de.

CEVALLOS ESCALERA. Don Rafael. Coronel de infantería. Salió de Cádiz el 21 de Mayo de 1818 con el regimiento de Cantabria 25 de línea de que era segundo jefe, primer escuadrón de dragones y una compañía de artillería, cuyas fuerzas en número de 2.200 hombres, componían aquella expedición desgraciada para los españoles y que convoyó la fragata de guerra «María Isabel». En Tenerife quedó un trasporte por su mal estado: otro, la «Trinidad», arribó a Buenos Aires entregado por la tropa que se sublevó matando a sus oficiales: de otros tres se desembarcaron como 500 hombres en Talcahuano, los cuales con el coronel del regimiento don Fausto del Hoyo, se reunieron a la división realista del brigadier Sánchez: la fragata «Isabel» fue apresada en el mismo Talcahuano el 28 de Octubre, y consecutivamente algunos trasportes más, por la escuadra de Chile. Un solo buque, la fragata «Especulación», vino directamente al Callao, y fondeó el 26 del mismo Octubre de 1818 con más de 200 individuos de tropa mandados por el teniente coronel Cevallos Escalera, bajo cuyas bases se formó en Lima el batallón Cantabria.

Dicho jefe había adquirido reputación en la guerra de la independencia de España. Siendo segundo del regimiento de Málaga, estuvo a cargo del castillo de San Luis, y rechazó con valentía una intimación que el general francés Noirot le hizo para que se rindiera, en Mayo de 1810.

Durante el bloqueo del Callao, principiado el 18 de Febrero de 1819, y en los ataques hechos por el vicealmirante Cochrane, Cevallos estuvo con su batallón cooperando a la defensa de la plaza. El 3 de Abril marchó —361→ a Huacho con una columna de 700 hombres para hostilizar a los buques chilenos que allí renovaban la aguada, y se reembarcó precipitadamente la fuerza que estaba en tierra. Tomó algunos prisioneros, y a título de que diez habían servido antes en el ejército real, hizo pasar por las armas a cinco de ellos. En otra refriega en el Callao, en la noche del 1.º de Octubre, Cevallos tuvo a su cargo la fortaleza de San Miguel y la batería de San Joaquín guarnecidas por los batallones Cantabria y Arequipa.

Por el mes de Diciembre del mismo año de 1819, en una promoción hecha a consecuencia de los combates del Callao, recibió Cevallos el grado de Coronel. Contrajo matrimonio con doña Carmen de la Pezuela hija del Virrey; y cuando éste fue depuesto en 29 de Enero de 1821, se embarcó Cevallos en su compañía y pasó a España, donde siguiendo su carrera, ascendió hasta Teniente General, y obtuvo altos mandos militares.

Por ausencia de Cevallos Escalera, quedó mandando el batallón Cantabria su segundo jefe don Antonio Tur, quien había entrado en la revolución de Aznapuquio contra el virrey Pezuela, y ascendió a Brigadier por la acción de Matará el 3 de Diciembre de 1824.

Cevallos tuvo dos hermanos en el Perú, uno era Teniente de Cantabria, y otro Teniente Coronel y Subdelegado de Canta: el primero estuvo en la provincia de Huaraz con su compañía en 1819 pacificando unos alborotos que allí ocurrieron: el segundo retiraba recursos del lado de Chancay para hostilizar al ejército del general San Martín, sostenía el territorio de Canta después de derrotado en Pasco el brigadier O'Reylli, y defendía su causa como escritor en algunos impresos. Véase Capaz, don Dionisio, Comandante de la fragata «Isabel».

CHACÓN Y BECERRA. Don José Agustín. Natural y vecino del Cuzco. Fue uno de los patriotas que con más decisión y constancia promovieron la revolución que se efectuó en dicha ciudad el año de 1814 contra el poder español. Para dar una noticia exacta, aunque compendiada, de sus servicios y activas medidas en favor de la causa de la independencia, bastará insertar en este artículo la sentencia en virtud de la cual fue pasado por las armas en el Cuzco el día 18 de Abril de 1815.

«Visto el proceso seguido contra el reo de infidencia José Agustín Chacón y Becerra: leída la conclusión fiscal y oída la defensa del padrino: todo bien examinado, y resultando de él ser Becerra uno de los autores principales de la insurrección suscitada en esta ciudad el tres de Agosto del pasado año de 1814, como uno de los concurrentes en las juntas subversivas que a este objeto se celebraron en su propia casa, en la del presbítero don Ildefonso Muñecas, y quinta de la Zarzuela: haber sido enemigo opuesto al orden público y sociedad común, a más de los sagrados derechos del soberano, a mérito de su decidida adhesión a la causa insurgente, propagando por ello especies seductivas, como prósperas y ventajosas al estado revolucionario del Río de la Plata, melancólicas y adversas al del ejército: haber sido defensor acérrimo de la insurgencia, convocando e invitando a congresos y cabildos por el predominio que tenía entre los autores y caudillos, para tratar los fines progresivos del sistema que se propusieron: haber procurado seducir los ánimos de los héroes el señor mariscal de campo don Francisco Picoaga, y el señor regente de esta Real Audiencia doctor don Manuel Pardo, y a éste por interposita persona: haberse opuesto a la libertad de este señor y demás que se hallaban presos, a pretexto de la conmoción popular, siendo en realidad el congreso, que a especie de asonada formaban sus hijos, para persuadir el furor y contradicción —362→ del pueblo: haber obsequiado el 20 de Marzo último a los insurgentes Béjar y Angulos en su quinta de Puquin, según lo manifiesta la notoriedad; haber sido empleado por el caudillo José Angulo de juez pesquisador o de vigilancia, para que celase la conducta de los fieles defensores del Rey: por cuyos méritos e influjos fueron distinguidos sus dos hijos, el uno de Capellán de las tropas revolucionarias, en cuyo ejercicio caminó hasta Arequipa, y el otro de Subdelegado de los pueblos altos de Tinta: haber presentado a dicho Angulo un jeroglífico de armas, para que más bien usase de ellas, que de las suyas, sólo por hallarse grabada la Masccapaccha de los antiguos incas, para renovar la triste memoria del gentilismo, cual era el objeto propuesto a seducir el incauto ánimo de los habitantes: haber memorado en el congreso del Cabildo el funesto pasaje de Tupac Amaru para que repudiasen el perdón que la bondad del Excelentísimo Señor Virrey del reino les propuso para que repusiesen las autoridades legítimamente constituidas, y que a no ser este triste recuerdo, se hubiera adoptado aquel benéfico indulto, por lo que no sólo preparó la idea, sino que fue causa para que se efundiese la sangre y ruina de estas provincias, concitando más el furor y obcecación: haber por fin escrito la carta satisfactoria, confidente y decisiva, al caudillo insurgente Mateo Pumaccahua hasta Arequipa el 27 de Noviembre del próximo pasado año, mandando se repliegue a Lampa y demás de su relato, con otros tantos crímenes que se omiten y que constan en el expediente. Por todo lo que ha condenado la comisión militar y condena a que el referido José Agustín Chacón y Becerra sea pasado por las armas con arreglo al artículo 26 y 45 del tratado 8.º título 10 de las ordenanzas del ejército; a más de la confiscación de sus bienes, a excepción de los que se justificare ser propios de su mujer. A cuyo efecto y para su respectiva aprobación, pásese con oficio al Señor General en Jefe de esta expedición. Cuartel general del Cuzco y Abril 17 de 1815.- Ramón González Bernedo.- Julián de la Llabe.- Mariano Antonio Noboa.- Mariano Gómez.- Manuel Venero.- Francisco Anglada.- Mariano Moscoso.- Ignacio de Iturralde.- Pedro Francisco Herrera.- Cuartel general del Cuzco y Abril 17 de 1815.- Ejecútese el día de mañana el auto por la comisión militar, el que en todas sus partes apruebo: y en cuanto a la confiscación de bienes, procédase por el Señor Presidente de esta ciudad.- Juan Ramírez.- Juan Nepomuceno Lira».

El presbítero doctor don Mariano Chacón y Becerra hijo de don José Agustín, sacrificado por la libertad de su país, es el digno Gobernador eclesiástico actual de la Diócesis del Cuzco (1863), quien fue allí muy perseguido por las autoridades, desde 1811, año en que le sorprendieron unas comunicaciones para los caudillos argentinos en el Alto Perú, y por esto le enviaron confinado a Lima al convento de San Pedro cuando no era más que Subdiácono.

Su hermano el presbítero don Juan Becerra, de quien habla la sentencia, permaneció por ocho años oculto arrostrando peligros y miserias hasta 1825. El general Bolívar le nombró Arcediano de la catedral del Cuzco, cuya silla ocupó hasta su fallecimiento en 1844.

CHAHUI. Indígena que falleció en 1617. Dejó a la iglesia de Ilabaya su hacienda denominada «el Cayro».

CHALLCUCHIMA. General del antiguo Perú, nacido en Quito, y tío materno de Atahualpa. A la muerte de Huaina Capac, y cuando con motivo de la división del imperio tuvieron principio las disensiones entre —363→ aquel Rey y su hermano Huáscar, Challcuchima fue uno de los personajes de alto valimiento que siguiendo la política y máximas de Collatopa y otros grandes, prestaron apoyo a Atahualpa para que desenvolviera sus ambiciosos planes. Collatopa a quien algunos historiadores dan el nombre de Illescas, era también tío de Atahualpa.

Habiendo exigido el emperador Huáscar el regreso al Cuzco del ejército que existía en el territorio de Quito, Challcuchima y los principales jefes de él se negaron a obedecer este mandato por sus compromisos con Atahualpa, y porque no esperaban tener en el Cuzco el lugar y representación que en Quito. La guerra civil estalló a causa de que el Rey de Quito sostuvo pertenecer a sus dominios ciertas provincias cuya voluntad era formar siempre parte del imperio peruano, y que también se reclamaban por Huáscar tratando del arreglo de los límites de ambos estados.

Hubo horrorosos castigos que Atahualpa, impuso a estos pueblos después de una lucha encarnizada. Challcuchima figuró en ella lo mismo que en las grandes batallas acaecidas después con los ejércitos de Huáscar venidos sucesivamente del Cuzco. Se hizo terrible por la crueldad, y hay autores que refieren haber hecho una escudilla para beber, del cráneo que engastó en oro, del bizarro Atoco, General cuzqueño, que como otros de elevado rango fueron muertos a flechazos cuando la fortuna militar les negó sus favores.

Challcuchima era un General de mucha inteligencia y pericia, pudiendo decirse que en aquellas guerras no se le conoció un rival competente. Él con Quizquiz, otro General de alto prestigio, invadieron el Cuzco, derrotaron los ejércitos de Huáscar y consiguieron apoderarse de este monarca trayéndolo preso al valle de Jauja. Los generales de Atahualpa cometieron en el Cuzco enormes atentados: muchos personajes de la familia real y de otras jerarquías, perecieron en los suplicios por órdenes del desapiadado Challcuchima.

Hallábase en Jauja sometiendo y castigando pueblos que se oponían al yugo de los de Quito, en circunstancias de la entrada del conquistador don Francisco Pizarro en Cajamarca y de la prisión del rey Atahualpa. Luego que éste ofreció a los españoles un inmenso caudal en oro y plata para su rescate, dispuso por exigencia de Pizarro que todas las riquezas del templo de Pachacamac se llevasen a Cajamarca, y al efecto vino comisionado Hernando su hermano, quien, cumplido su encargo, sabedor de que Challcuchima estaba en Jauja, le invitó para que se acercase a él. Mas como se negase desconfiando con razón del desconocido jefe, Hernando marchó para dicho valle a fin de verlo personalmente, y hacer por esa vía su regreso a Cajamarca. La visita era de suyo peligrosa; pero la situación lamentable de Atahualpa sirvió a Pizarro de garantía para la entrevista con un general tan temible y rodeado de elementos de resistencia.

Empleó Hernando la mayor sagacidad, porque tanto interesaba tenerlo como valiosa prenda para diversos fines; y no sin trabajo consiguió que Challcuchima marchase con él a ver al Rey prisionero. Y en cuanto llegaron a Cajamarca, Atahualpa recibió a su General que se le presentó llevando carga sobre sus espaldas, ceremonia acostumbrada que simbolizaba la sumisión y acatamiento inherentes al más humilde vasallaje. La escena fue triste y muy tocante en lo que hace a la profunda sensación experimentada por Challcuchima al contemplar la suerte de su soberano, y a las sentidas palabras que le dirigió asegurándole «que si él se hubiese hallado presente, no se viera sumergido en tan amarga desgracia». En cuanto a Atahualpa, su entereza y ánimo vigoroso no cedieron —364→ en lo menor, ni dio señal alguna del abatimiento en que podía hacerle caer una entrevista tan lastimera y penetrante.

Challcuchima en poder de don Francisco Pizarro no se vio exento de calumnias como no lo estuvo Atahualpa. Fuesen recelos, precauciones o conjeturas nacidas de la embarazosa situación del Capitán español, o pretextos creados y fomentados por él para deshacerse de unos presos de tanta cuantía, ello es verdad que les hicieron cargos falsos atribuyéndoles haber dado órdenes para que se reuniesen muchedumbres de indios con el designio de asaltar a Cajamarca, libertarlos y destruir a los españoles. Nada de esto hubo, pero a la sombra de tales recriminaciones, Pizarro resolvió mandar quemar a Challcuchima, y lo hubiera llevado a efecto, si su hermano Hernando no se opone y le impide ejecutar semejante crueldad.

Muerto Atahualpa y hecha por Pizarro la ridícula farsa de declarar Rey a su hermano materno Toparca, joven de quince años, con el objeto de sosegar a los indios, marchó en compañía de éste al valle de Jauja y de allí se dirigió al Cuzco. El nuevo monarca iba en andas lo mismo que Challcuchima a quien por su calidad y notable categoría tributaban los indios marcados respetos.

Cuando Hernando Pizarro ingresó en Jauja y se vio con Challcuchima, éste al emprender su camino para Cajamarca en compañía de aquél, expidió orden para que desde luego se diese muerte al emperador Huáscar. Challcuchima tenía prevención de Atahualpa para conservarlo en segura prisión y según se dice, para matarlo también en caso de que circunstancias apuradas o extraordinarias así lo exigiesen. Desde que Challcuchima advirtió que Huáscar se acogía al amparo de los españoles, prometiéndose no sólo obtener su libertad, sino recuperar la íntegra posesión de su imperio, y hacer que sucumbiera Atahualpa en manos de extranjeros, comprendió que había llegado el momento de sacrificar al Emperador, para lo cual es probable hubiese tenido nuevas órdenes; de esta manera pensarían él y el Rey cautivo allanar embarazos para entrar en arreglos con Pizarro, a tenor de lo que prometió al admitir el ofrecimiento del rescate.

Rodeado de azares y riesgos se internó el conquistador hasta las cercanías del Cuzco, donde, habiendo ya fallecido Toparca, se le hizo insoportable la existencia de Challcuchima, el que desde Jauja iba preso y con grillos, y era día por día acusado, con razón o sin ella, de tramar una sublevación general de indios, y de tener activa parte en las hostilidades que con sus tropas hacía a los españoles el general Quizquiz. Acerca de lo primero es fuera de duda que Challcuchima como General de Atahualpa, vencedor de Huáscar, y el que dispuso su muerte, no podía absolutamente influir en las provincias del Cuzco para excitarlas a un levantamiento. Respecto a lo segundo, cierto o no que se entendiera con Quizquiz, don Francisco Pizarro tenía de antemano meditada su muerte, y mandó ejecutarla en el valle de Jaquijaguana, donde vivo se le arrojó a una hoguera en que terminó su vida. Desapareció así el hombre que había aterrorizado al Perú entero, ya como militar experto, valeroso y afortunado, ya como una de las más firmes columnas de la ambición de Atahualpa. No aceptó el cristianismo, y murió invocando a Pachacamac con una serenidad imperturbable. Véase el artículo Atahualpa. Véanse los de Pizarro, don Francisco, y su hermano Hernando, y el de Huáscar Inca.

CHANCACAYE. Véase Laguna de Chancacaye.

CHARLEVOIX. El padre Pedro Francisco Javier de. De la compañía —365→ de Jesús. Escribió la historia del Paraguay que en tres tomos salió a luz en París el año 1756. El autor trata de las turbulencias ocurridas en aquel país, de la comisión que llevó el fiscal don José Antequera, sus procedimientos allí y causa a que se le sometió. Pero sus juicios son más que apasionados defendiendo a los regulares de la orden a que pertenecía; y no han faltado quienes le censuren contradiciendo algunas de sus aserciones. En el tomo 3.º página 85 refiere lo siguiente:

«Persuadido (Antequera) de que la Real Audiencia favorecía su causa o por lo menos quedaría seguro en la ciudad, recibió orden de comparecer delante de la Corte, y se presentó con aire de confianza, que chocó mucho. El Presidente le interrogó, si tenía que decir algo, para excusar las extravagancias cometidas en el Paraguay; y respondió, que nada había hecho sino en conformidad de las instrucciones que había recibido de la Corte. ¡Qué!, replicó el Presidente, ¿la Corte os ordenó expulsar a los padres de la compañía de su colegio, e ir con tropa armada contra las tropas de Su Majestad y pasar al filo de la espada un gran número de indios y españoles que servían en esas tropas? Quiso él replicar, pero el Presidente le impuso silencio, y lo entregó al Corregidor con orden de conducirlo con grillos a Potosí, lo que fue ejecutado».

Antequera salió voluntariamente del Paraguay, vino en libertad y se presentó a la Audiencia de Chuquisaca de que era miembro. El Tribunal no podía prestarle apoyo ni oponerse a las severas órdenes dadas por el virrey Castellfuerte para que se presentase en Lima. Mas decir que la Audiencia le trató como dice el padre Charlevoix, no parece muy ajustado a la verdad y menos el que se le remitiera a Potosí con grillos. Esa Audiencia de que era miembro, lo había sostenido en reiterados informes al Virrey después de instruida de los autos voluminosos que se formaron. La relación de aquel padre es pues sospechosa hasta en la forma en que está redactada. El doctor Vigil valiéndose de un magistrado respetable hizo buscar datos en el libro de acuerdos de esa época que existe en Chuquisaca; y el resultado fue no haberse encontrado rastro alguno de tal comparendo, mientras que hay constancia de la comisión que llevó Antequera al Paraguay, y de su nombramiento de Gobernador. Véase Antequera.

El padre Charlevoix escribió también la historia de la isla Española con presencia de las memorias manuscritas del padre Juan Bautista Le Pers misionero jesuita. Está en dos tomos en francés, publicados en París el año 1730.

El sabio literato limeño Llano Zapata, cita el Diario Histórico que escribió el padre Charlevoix; y contrayéndose a los grandes encomios que hizo de los conquistadores de la América, copia la siguiente cláusula sacada del tomo 6.º de dicho Diario, página 301.

«Se puede objetar con fundamento a estos últimos siglos una licencia desenfrenada de escribir más capaz de establecer entre los hombres un verdadero pirronismo en asunto de historia, que instruir a los que se dan a esta lectura; y más propia a rebajar del concepto a los héroes que han llenado el nuevo mundo de lo ilustre de sus hazañas y virtudes, por las fábulas que se han mezclado en estos hechos, que procurarles la inmortalidad que se les debe.

»Se ven hechos verdaderos representados como falsos, y falsos con toda la apariencia de verdad; sepultándose en el seno del olvido algunos que debieran haber sido el objeto de la memoria y del ejemplo, y colocándose en el templo de la fama otros que aun no merecen el más simple recuerdo de la historia».

Acerca de cuyo parecer dice Llano Zapata: «por evitar pues estos escollos —366→ damos los hechos, dejando la sentencia de ellos a los más juiciosos y mejor intencionados». Si esto escribió Zapata que fue apologista de los conquistadores, no debe extrañarse que apliquemos ahora al padre Charlevoix los conceptos de su discurso, que cuadran bien a él mismo por haber referido, como parcial, un hecho inexacto con respeto al desgraciado Antequera.

CHARPS O SHARP. Bartolomé. Juan Guarlen y Eduardo Wolmen piratas ingleses. Introdujéronse con 150 hombres por el Darien y penetraron a la costa del mar del Sur en 1680. Auxiliados por los indios, pasaron en piraguas y canoas al puerto de Perico, donde había fondeadas dos embarcaciones. Las sorprendieron y hallaron en la una 50 mil pesos, mucha harina, pólvora y pertrechos de guerra que para el socorro de Panamá se habían remitido del Callao. Con ambas presas y algunas gentes que se les unieron, saquearon varios lugares indefensos de la costa. Wolmen pasó a Tumaco por víveres e hizo muchos robos. El gobernador don Juan de Godoy llegó a la sazón al puerto con tropa, y habiéndola emboscado, dio de improviso sobre la gente del pirata en una de las entradas que hizo para llevar provisiones, y toda quedó muerta. Wolmen se batió con Godoy, y fue atravesado por éste porque no quiso rendirse. Guarlen y Charps, pasaron a la costa de Chile: robaron en Coquimbo y la Serena y se abrigaron en la isla de Juan Fernández. Habiéndolos descubierto uno de los buques de guerra que envió con el objeto de buscarlos el arzobispo virrey don Melchor de Liñán, huyeron con rumbo al Sur: pero lo cambiaron en la noche encaminándose para Arica. Cerca de este puerto desembarcaron y aprisionaron a algunos individuos rompiendo una trinchera, con cuya ventaja se decidieron a tomar la ciudad. Opúsoseles el maestre de campo Gaspar de Oviedo, y en el choque, que duró siete horas, murieron Guarlen, un Alférez que conducía la bandera inglesa y 23 hombres más, quedando prisioneros 19 que después fueron ahorcados. Los buques piratas con la gente restante, se retiraron en 1681 por el estrecho de Maire y llegaron a Inglaterra. El virrey Liñán con motivo de las invasiones referidas, hizo salir del Callao cuatro buques armados y con 800 hombres, a cargo de don Santiago Pontejos y don Pedro Pantoja: más tarde aumentó hasta nueve las embarcaciones; socorrió con tropas, dinero, armas y municiones a Panamá, Guayaquil y Paita.