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ArribaAbajoActo II


Escena I

 

ENEAS y NESTEO.

 
ENEAS
    Era mejor que el corazón, amigo,
hecho de bronce o de diamante fuera,
y que nunca, jamás, en él tuviesen
algún poder las impresiones tiernas.
Mi trabajada vida ningún paso5
me ofreció tan difícil; y más cuesta
en la lucha de afectos encontrados
hacer que al corazón la gloria venza,
que insultar los peligros y la muerte
en el ardor feroz de la pelea,10
y arrollar con denuedo imperturbable
en negra noche las falanges griegas.
¿Quién creería que un pecho acostumbrado
a los horrores de la cruda guerra,
fuese pecho amador, blando, sensible,15
que a los encantos del amor cediera?
Ello es así. De mi valor, Nesteo,
el esfuerzo mayor es esta ausencia.
Dido se quejará de su destino,
pero nunca de mí. Por dondequiera20
lléveme el hado; mas la imagen suya
estará siempre en mi memoria impresa;
que el amor no degrada, y nunca puede
ser generoso quien ingrato sea.
NESTEO
La pasión de la reina es acreedora25
a una pasión igual, y si no fueran
las órdenes del cielo...
ENEAS
No, Nesteo;
es grande mi pasión, mas no me ciega;
y yo estoy bien seguro de mi triunfo
pues mi primer deber lucha con ella.30
La victoria es costosa, pero al cabo
siempre fue necesaria: estas riberas
no son en las que un día los troyanos
hallar su patria y su fortuna esperan.
Las reliquias de Troya, reservadas35
para formar una nación soberbia,
deben sólo fijarse en las regiones
do el Tíber corre, y el latino reina.
El oráculo santo lo ha ordenado;
y a nosotros, amigo, sólo resta40
obedecer al cielo, y engreírnos
de ser los instrumentos que quisieran
los Dioses elegir, para que un día
su voluntad suprema se cumpliera.
Mas, aunque las deidades sus designios45
hubieran ocultado, nunca Eneas
pudiera permitir que tantos héroes
como han sobrevivido a la funesta
destrucción de su patria, peregrinos
en la extensión de la anchurosa tierra,50
mendigasen asilos extranjeros,
y esclavos fuesen de una ley ajena.
Atravesando mares, e insultando
la muerte, la desgracia, y la miseria,
debiéramos buscar de cualquier modo55
entre nuevos peligros, glorias nuevas.
La historia de los héroes pocos días
debe marcar obscuros, y la nuestra
ha de servir de ejemplo a las edades,
por más que cueste al corazón violencia.60
NESTEO
Tal es mi parecer; y el labio mío
jamás desmiente mi interior. Quisiera
que, mudos los oráculos, dejaran
a nuestra sola decisión la empresa
de conquistar la fama; y que la gloria65
de un inmortal renombre la debieran
a sí mismos, no al cielo, los troyanos.
Mas, por mucho que el alma se posea
de esta noble ambición, no puedo menos
que lamentar la suerte de una reina...70
ENEAS
Es justo, amigo: como tú lamento
su desventura yo: ¿ni quién pudiera
con más razón dolerse de sus males,
que el mismo que los causa? La demencia
de la pasión de Dido, sus transportes,75
el fuego abrasador en que se incendia,
estériles no han sido, y a mi pecho
harto cuesta el sentirlos. Era fuerza
esperar en Cartago a que volviese
la estación mansa de la primavera,80
para lanzar a un mar desconocido
nuestras pequeñas naves; y la reina
en todo este período ha fomentado
la infundada esperanza de que Eneas,
prestándose por fin a un himeneo,85
no saldría ya más de estas riberas.
Su amor pasó a mi pecho, pero nunca
su ceguedad pasó; ni de mi lengua
el dictado de esposa escuchar pudo
por más que quiso que su esposo fuera.90
Si yo no me debiese a los destinos,
sólo a Dido, Nesteo, me debiera;
porque al cabo la amé, ni vendrá día
en que de haberla amado me arrepienta.
NESTEO
¡Difícil posición! Y ¡cómo a veces95
los cuidados que el cielo nos dispensa,
y el interés que en nuestra dicha toma,
suspiros mil al corazón le cuestan!
Mas por esto, señor, mejor sería,
pues no hay otro remedio, que la ausencia100
fuese como la fuga, sin mostraros
otra vez a la vista de la reina.
¿A qué fin exponeros a reproches
que ciertamente la razón condena,
pero que el corazón, por más que luche,105
encuentra justos, y en silencio aprueba?
Bien veis que a Dido ni el amor de gloria
ni el destino arrebata: amante y ciega,
ni escucha más razón que su cariño,
ni siente más que su pasión intensa.110
¿O queréis que, abatida, desolada,
desesperada después, vuestra presencia
encone más la herida de su pecho,
y se deje llevar...? ¡Señor!, es fuerza
que huyamos de una vez: en su delirio115
una mujer amante todo atenta,
y quién sabe si Dido... Mas, vos mismo,
al rayar este día, con la idea
estabais de partir sin ser notado.
¿Qué causa puede haber que así convierta...?120
ENEAS
Es verdad, lo pensé; mas yo creía
ocultar nuestra fuga de la reina,
y que su desengaño le viniese
cuando, lejos del puerto nuestras velas,
ni yo viera su llanto, ni ella misma125
que yo insultaba su dolor creyera.
Se frustró mi designio: el movimiento
en que están los troyanos, la presteza
con que acuden al puerto, mi salida
temprano del palacio, y la sorpresa130
que ha causado a la reina el que este día
faltase yo del sitio en que me espera
para ir a la caza, han excitado
su amarga duda, y su cruel sospecha.
Yo lo temí cuando en la playa misma135
en medio del concurso vi a Barcenia,
y la curiosidad que la agitaba;
y, sin embargo, resistí esta prueba.
Mas la hermana de Dido de repente
ansiosa entre el tumulto se me acerca,140
me aparta de Cloanto, de su hermana
me pinta la aflicción, llora, me ruega,
y yo entonces prometo... ¿Quién resiste
consolar a su amante, cuando ella
no exige más consuelos que la vista145
del causador de sus amargas penas?
Le prometí volver; he vuelto, amigo,
y ¡ojalá que mi pecho no sintiera
lo terrible del lance! Mas, al menos
yo puedo resistir...
NESTEO
Podéis; pero ella
150
ni sabrá, ni podrá: no son consuelos,
son causas de furor las que la reina
en su delirio busca; la esperanza
aún quizá la promete... ¿Quién consuela
a una mujer frenética? Es preciso155
que vuestra pronta fuga la convenza
que ya no hay esperar: entonces puede
que, por creeros ingrato...
ENEAS
¿Y yo debiera
darle motivo para que algún día
me impute con razón nota tan fea,160
y recuerde mi nombre como el nombre
de un insensible, que el dolor desprecia?
No, Nesteo; he de verla: estoy seguro
de no olvidarme de quien soy: la reina
sabrá que, si la dejo, en ningún tiempo165
la dejaría, si no fuese Eneas.
Pronto debe venir hasta este sitio:
retírate, Nesteo. En la ribera
que todo se prepare, y vuelve al punto
en que deba mi nave dar la vela.170
 

(Se va NESTEO.)

 


Escena II

 

DIDOy ENEAS.

 
 

(Sale DIDO y hay algunos momentos de silencio en los que ésta mira a ENEAS con cierto aire de indignación.ENEAS manifiesta lo indeciso y difícil de su posición.)

 
DIDO

 (Prorrumpe exaltada.) 

¿Pudiste, pérfido, esperar? ¿Creíste
que el disimulo tu maldad cubriera,
y así, callado, entre ignominia y llanto
dejarme abandonada? ¿Menosprecias
el hospedaje que te di oficiosa,175
y que pude no darte?; ¿la obsecuencia,
la amistad de los tirios?; ¿más que todo,
la pasión impetuosa de una reina?
¡Perjuro! ¿Sabes lo que a mí me debes?
¿O el burlarte en mi mal crees que a tu nombre180
puede añadir honor? ¡Qué es esto, Eneas!
Mi amor, la mano que te di de esposa,
este fuego voraz, que por mis venas
circula, y cunde, y me consume toda,
sin dejarme sentir más existencia185
que la que siento para amarte, ¿nada,
nada es bastante para hacer que vuelvas
a contemplar a Dido, y los horrores
en que la dejas para siempre envuelta?
Bien lo predijo mi espantoso sueño...190
La tumba, nada más, la tumba yerta,
la venganza terrible de los manes,
ése es el premio que mi amor espera.
Anoche yo te vi, te vi, perjuro,
abandonar a Dido; y Dido, en presa195
a los espectros; y a la horrenda muerte,
conoció tarde lo que amarte cuesta.
Yo te llamaba, y te llamaba en vano;
heme ya junto a ti: puedes siquiera
librarme de ti mismo, de los males200
que, aun en idea, sin piedad me aterran.
¡Ingrato!, ¡ingrato! Tan siquiera aguarda
a que, más decidida, te prometa
un viaje fácil la estación propicia.
Un día, nada más, un día espera.205
Yo no pretendo que en Cartago siempre
vivas, y reines, y a mi lado mueras.
¡Oh!, ¡si pudiera ser! Pero te ruego
que un breve espacio, una pequeña tregua
prestes a mi dolor, mientras mi pecho210
a vivir muertes en la horrible ausencia
se puede preparar; mientras la suerte
a saber ser tan infeliz me enseña.
¿Me lo podrás negar? ¿Tendrás acaso
de bronce el corazón? Parta mi Eneas,215
parta a su Italia, y en remotos climas
un bello reino y una amante bella
busque en buenhora; pero deme al menos
derramar mi dolor en su presencia;
y esta inmensa pasión siquiera logre220
que quien la vio nacer, un día vea
hasta dónde llegó... ¡Mísera Dido!
¡Oh, Dioses! ¡Qué furor!... Y si tuvieras
pecho de bronce y corazón de roca,
¿qué más harías con tu amante? ¿Cierras225
el labio mentidor? ¿Nada respondes?
¿Llegar pudiste hasta esperar mi afrenta
para entonces, malvado, y sólo entonces,
abandonarme así? ¡Oh, luz funesta
la que ayer me alumbró! ¿Por qué no vino230
una fiera del bosque?... ¡Oh, Dios! ¿Tu lengua
hora calla, traidor? Mejor callara
cuando a tu amante en su delirio oyeras.
¡Cruel! ¿Y no se asoma por tus ojos,
ni mentida, una lágrima siquiera?235
ENEAS
¡Dido! ¡Mísera reina! Yo conozco
la razón de tu amor: jamás Eneas
se olvidará de lo que a Dido debe,
y de los males que por él la cercan.
Si yo solo de mí y de mis acciones,240
como tú de las tuyas, dispusiera,
nunca tendrías que llamarme ingrato,
por más que fuese tu pasión violenta.
No es para mí la vida que los cielos
con afán cuidadoso me dispensan:245
me debo a sus designios; y el Olimpo,
cuando escoge a un mortal, marca la senda
por do debe marchar, ni le permite
un solo paso separarse de ella.
No es una sombra vana, no es un sueño250
al que obedezco yo, ¿ni quién pudiera
así curarse de ilusiones tales?
Un Dios es, Dido, quien a mí me ordena
buscar entre peligros y borrascas
más allá de los mares otra tierra.255
Un Dios es, Dido, quien mis pasos mueve:
a la deidad, no a mí...
DIDO
¡Malvado! ¿Piensas
que también no hay un Dios que a Dido cuida,
y del perjurio y la traición la venga?
ENEAS
No soy perjuro ni traidor, querida:260
si así te llama y te llamó mi lengua,
nunca, jamás, la desmintió mi pecho,
donde tu imagen y tu amor se encierran.
Bastantes días ya, bastantes días
me reclama la gloria, que debieran265
solamente en buscarla haberse empleado,
si nunca ardido en tu querer hubiera.
Mis compañeros de infortunio, aquéllos
que quisieron ponerme a su cabeza,
y llamarme su rey, desde el momento270
en que, entre el fuego y la matanza griega,
los libré del incendio de su patria,
después que el cielo decretó perderla;
ésos han acusado con justicia
mi estación en Cartago: ellos esperan,275
confiados en la fe de los oráculos,
que Italia admire de la Troya nueva
el naciente esplendor: yo mismo, Dido,
a acusarme llegué; ni pudo Eneas
esperar a que un Dios lo concitara280
sí no te hubiera amado con vehemencia.
DIDO
No insultes más en mi presencia al cielo.
¿De cuándo acá los Dioses aconsejan
el perjurio, el engaño; y autorizan
a que un mortal sacrílego se atreva285
a cubrir con su nombre sacrosanto
las abominaciones que detestan?
ENEAS
Siempre el perjurio y la traición me imputas,
cuando mis sentimientos no se mezclan
con crímenes tan feos. ¿En qué tiempo290
su juramento ha quebrantado Eneas?
Te juré que te amaba; y te amo, Dido,
y te amaré, mientras la lumbre vea
del sol vivificante, y esta vida
me dispense el destino que me fuerza.295
Yo debí obedecerle, y fue por eso
que consentir no quise en que encendiera
Himeneo su antorcha, y nuestras almas
por siempre uniese en ligadura eterna.
Nunca mi esposa te llamé, ni nunca300
se escapó de mis labios una prenda
de tamaño valor: te alucinaste,
y a los delirios de tu pasión ciega
diste una realidad que...
DIDO
Tú, tú mismo
me hiciste concebir tan lisonjeras,305
tan dulces esperanzas. ¿Con qué objeto
fomentabas mi llama, y en mis venas
el veneno fatal a cada instante
vertían tus palabras halagüeñas?
Pero yo ¿dónde voy? ¿Cómo pretendo310
con llanto débil ablandar la peña
de que es formado el corazón de un monstruo?
Mis lágrimas ¿qué valen?... Nada... Aumentan
el triunfo del malvado, y, engreído,
contempla mi dolor y lo desprecia.315
¿Se le oye algún suspiro? ¿Algún sollozo
interrumpe su hablar? Quiere que crea
que lo violenta un Dios; como si fuesen
los Dioses como Dido, que no piensa
en nada más que en él; como si un hombre,320
un hombre solo interesar pudiera
a los que en lo alto de su gloria miran
como nada los cielos y la tierra.
¡Un Dios! ¡Blasfemo! Parte; parte, inicuo;
la ambición es tu dios: te llama; vuela325
donde ella te arrebata, mientras Dido
morirá de dolor: sí. Pero tiembla,
tiembla cuando, en el mar, el rayo, el viento,
y los escollos que mi costa cercan,
y amotinadas las bramantes olas,330
en venganza de Dido se conmuevan.
Me llamarás entonces, pero entonces
morirás desoído. Cuando muera
tu amante desolada, entre los brazos
de tierna hermana expirará siquiera.335
Y sus reliquias posarán tranquilas,
y bañadas de llanto en tumba regia:
pero tú morirás, y tu cadáver,
al volver de las ondas, será presa
de los marinos monstruos; e, insepulto,340
ni en las mansiones de la muerte horrenda
descansarán tus manes. Parte, ingrato,
no esperes en Italia recompensas
hallar de tu traición; parte, que Dido
al menos estará entonces contenta345
cuando allá a las regiones de las almas
de tu espantable fin llegue la nueva.
 

(Se va con precipitación.)

 


Escena III

 

ENEAS.

 
ENEAS
¡Dido! ¡Dido infeliz! Ya no me escucha.
La triste se abandona a la violencia
de su pasión fatal; y yo, que la amo,350
¿qué puedo hacer por mitigar su pena?
Nada me es dado; nada: yo conmigo
me llevo su dolor; pero esta ausencia
se juzga ingratitud; y mi memoria,
manchada de una nota que detesta355
mi corazón sincero, será odiada
de la mujer que adoro. Más valiera,
sí, más valiera que la suerte oscura
me hubiese confundido entre la inmensa
muchedumbre vulgar: mi nombre entonces360
cuando muriere yo, también muriera,
sin emplearse la fama en transmitirlo
de una edad a otra edad; empero, exenta,
mi vida fuera mía, y mi cariño
no costara a mi amante lo que cuesta.365
¡Oh, cielos! El tormento que yo sufro
no debería ser la recompensa
del sacrificio doloroso y grande
que a vuestra voluntad consagra Eneas.
Perdonadme, deidades inmortales:370
pero, ya que me disteis resistencia
para acallar los gritos de mi pecho,
y no escuchar más voces que las vuestras,
mirad a Dido con piedad un día;
y llegue a persuadirse que su amante375
hasta un extremo tal supo quererla,
que a una pasión tan dulce, nada, nada,
que no fueran los Dioses prefiriera.
Pero, Eneas, ¡qué es esto! ¿Tu cariño
puede cegarte ya? Sigue la senda380
que la gloria te marca: los troyanos
te eligieron su rey; toda la tierra
está pendiente de un destino nuevo:
las esperanzas de los tuyos llena,
cual debieras hacerlo, aunque el Olimpo385
no se dignara dirigir la empresa.
Mucho tarda Nesteo; nuestras naves
pudieran ya partir; nada interesa
el esperar la noche, porque Dido
ya penetró el misterio. ¡Qué violentas390
son ya las horas que en Cartago pasan!
Mas ¿qué será? La hermana de la reina
hacia esta estancia se dirige. ¡A mi alma
nuevos combates por mi mal esperan!


Escena IV

 

ANA y ENEAS.

 
 

(Sale ANA.)

 
ANA
En nueva vez os busco, para daros395
por mi infeliz hermana nuevas quejas.
¿Era posible que en el pecho vuestro
se anidara, señor, una dureza
que el exterior desmiente, y que parece
no poderse hermanar con vuestras prendas?400
En mí no veréis llanto; y esto mismo
me cierra la esperanza. Al que no muevan
las lágrimas preciosas de su amante,
¿qué podrá ya mover? Pero, ¿no piensa
el héroe de llión en la desgracia405
de Cartago, los tirios, y la reina?
Cuando arribasteis vos a nuestros puertos
en hora fortunada, estas riberas
recién dejaba el implacable Yarbas.
Bien lo sabéis, señor, en la demencia410
de su pasión feroz, pidió de Dido
el tálamo partir, y que la diestra
le entregara mi hermana, consintiendo
en un enlace que el amor detesta.
Dido se denegó, y él mismo entonces415
se presentó en Cartago. La fiereza
de un carácter atroz, unida al fuego
de un amor tan furioso como aquélla
se dejó ver en Yarbas: Dido opuso
más tenaz y más justa resistencia420
al temerario empeño; y, desperado,
el amante feroz se ausenta de ella.
Pero, al partir, «Yo volveré», le dijo,
«no ya como a rogarte; ni la tea
que mi mano traerá podrá apagarse425
sin que en cenizas a Cartago vuelva.
Tú sola escaparás de tal incendio;
pero no más que para ser la presa
en que se cebe mi rencor. Armada
a toda la Getulia en mi defensa430
pronto verás venir; y arrebatada
de en medio de los tuyos, en mis tierras
serás esclava, pagarás bien caro
tu orgullo, tus insultos, y mi afrenta;
y, si aquí a Yarbas conociste amante,435
allá conocerás cómo se venga»,
dijo, y partió; y en los confines nuestros
ya bramaban las furias de la guerra,
cuando entraron, preñadas de troyanos,
a este puerto, señor, las naves vuestras.440
Dido las recibió; y al ver un héroe
de cuyo nombre sus comarcas llenas
estaban de antemano, y los soldados
que pelearon diez años contra Grecia,
ni ya temió de Yarbas los insultos,445
ni pensó en levantar las fortalezas
que en el cimiento veis, y en que debían
ampararse los tirios en la guerra.
La Fama al punto discurrió, y de Yarbas
llevó al oído la funesta nueva450
de tan próspero arribo, y los amores
que en el pecho encendisteis de la reina.
Lo supo; y si, temiendo a los troyanos,
contuvo sus furores la impotencia,
la sed de su venganza más se enciende:455
¿y cuál será su efecto cuando vea
que, abandonada la infelice Dido
del brazo que se alzaba en su defensa,
en presa queda a los rencores suyos?
¿Cómo será su rabia, cuando aumentan460
los celos su furor? ¡Señor!, al menos
esperad unos meses, mientras puedan
levantarse los muros de Cartago,
ya que nos falta quien su vez hiciera.
Esperad unos meses: el delirio465
calmará de la reina, y ya dispuesta
a miraros partir, no hará en su pecho
el estrago que temo vuestra ausencia.
¡Eneas! ¿No escucháis? Si en su infortunio
a mi hermana mirarais, no cupiera470
más resistencia en vos: yo la he dejado
en poder de sus tristes compañeras
abandonada a su dolor terrible,
a un dolor que la mata: ni su lengua
pronuncia ya más voz que la de «muerte»,475
ni ya mi esfuerzo a consolarla llega.
ENEAS
Señora, vuestra hermana es la que causa
que el favor que los cielos me dispensan
tenga por infortunio; y que la gloria
me parezca enfadosa, cuando vuelan480
todos mis compañeros en su busca,
y ellos me llaman cual me llama aquélla.
¿Y qué queréis de mí? Yo adoro a Dido;
empero más adoro la suprema
voluntad de los Dioses: ellos mismos485
abatirse se dignan hasta Eneas,
lo futuro me enseñan, y me mandan
que parta al punto de esta dulce tierra.
Y yo, ¿qué puedo hacer? Mi amante mismo,
la misma Dido, ¿en mi lugar qué hiciera?490
¿Teme de Yarbas el rencor innoble?
Y antes que yo viniese, ¿cuál defensa,
que no fueran los tirios, a la rabia
del tirano vecino se opusiera?
Los tirios bastarán; estas murallas495
tienen tiempo de alzarse, antes que pueda
el duro Yarbas concitar su pueblo,
reunirlo, armarlo, y emprender la guerra.
Además, el amor no dura mucho
en un pecho feroz; la llama tierna500
es extranjera en él, arde de paso,
y luego lo abandona a su rudeza.
Así de Yarbas la pasión insana
tal vez no existe ya, ni...
ANA
Si existiera
en vuestro pecho la que en otros días505
a mi hermana jurasteis, no pudiera
la ingratitud dictaros los efugios
que vuestro mismo corazón condena.
ENEAS
Ni yo ni nadie condenarme puede.
Entre las esperanzas lisonjeras510
de que una nueva Troya allá en Italia
emule de la antigua la grandeza,
y de ver a los míos presidiendo
los grandes cambios que la tierra espera,
sólo Dido me aflige, sólo Dido515
al hondo pecho los tormentos lleva
que amargan mi ventura, y que me impiden
ser feliz de una vez. Jamás ausencia
fue más justa en amante que la mía:
jamás hubo ninguno que cediera520
a una necesidad más imperiosa
que la que a mí me arrastra. Si la reina
piensa que sólo en su ulcerado pecho
la hiel amarga del dolor se ceba,
es porque todavía no ha acabado525
de conocer el corazón de Eneas.
Pero Nesteo viene.
ANA
¡Oh, Dios!
ENEAS
¡Señora!
Quizá el momento de partir se acerca:
volad a vuestra hermana, consoladla;
si a mí me fuera dado, yo lo hiciera.530
Vuélvanla la razón vuestros consejos,
mas no la aconsejéis que me aborrezca.


Escena V

 

ANA, ENEAS y NESTEO.

 
 

(Sale NESTEO.)

 
ENEAS
¡Cuál tardaste, Nesteo! ¡No tardaras
si lo que siento yo también sintieras!
NESTEO
No de otro modo pudo ser: las naves535
estaban prontas ya, y sólo a Eneas
esperaba el navío de Cloanto,
para tender al viento nuestras velas.
Yo volaba a llamaros, cuando siento
el náutico clamor desde la tierra,540
y observo a los pilotos prepararse,
cual para resistir fiera tormenta.
El lejano horizonte iba cubriendo
caliginosa nube, y densa niebla
nos ocultaba el mar, mientras brillaba545
en el seno del cielo, más serena,
del almo sol la esplendorosa lumbre...
ANA
¿No veis, no veis, señor, lo que os espera
si a la merced del pérfido elemento
exponéis otra vez vuestra existencia?550
NESTEO
No, señora; los cielos han hablado
más que nunca esta vez. En la ribera
conmigo estaba el sacerdote santo;
y, humillando su faz hasta la tierra,
invocó en alta voz a las deidades555
que al troyano protegen, y su lengua
enmudeció después; sus actitudes,
su mirar, sus acciones, todo muestra
que lo agitaba un Dios, y que a su vista
los celestes arcanos se presentan.560
Al cabo prorrumpió. «No pienses», dijo,
«troyana gente, que segura senda
nos abrirá la mar, mientras no tiña
la sangre de las víctimas la arena,
y no presencie Eneas y sus jefes565
el sacrificio que Neptuno ordena.
La conquista de Troya costó al griego
sacrificar en Aulida a Ifigenia,
y el mismo día se inmoló en las aras
del Dios del mar una hecatombe entera.570
Sin sangre de una virgen al troyano
el ponto se abre cuando a Italia vuela;
que, inmolados tres toros a Neptuno,
el mar y el viento su favor nos prestan.»
Dijo, y al punto el horizonte limpio575
quedó de nubes y de obscura niebla.
Yo dispuse al momento que Cloanto,
Sergesto, y los demás, que a la cabeza
están de nuestra gente, se impusiesen
del celestial portento; y, con presteza,580
las naves por un rato abandonando,
saltasen nuevamente a la ribera.
Os aguardan, señor, y el sacerdote,
para empezar el sacrificio, espera
que concurráis también: cuando termine,585
el bélico clarín hará la seña
del reembarco de todos.
ENEAS
¡Ana! Ahora,
decid, ¿nos habla el cielo? ¿Puede Eneas
ser acusado con razón de ingrato?
Vamos, Nesteo.
ANA
Sí: la triste reina
590
también es una víctima inocente
que sacrifica Eneas. Ifigenia,
al puerto de Calcas inmolada,
en Aulida expiró. Su misma tierra
verá morir a Dido, porque quiso595
un bárbaro troyano que muriera.
ENEAS
No más, señora, atormentéis mi pecho;
si vuestro labio sin razón se niega
a consolar a Dido, y al contrario
su desesperación tal vez aumenta,600
Eneas hará más: vendrá de nuevo
a ver si alcanza mitigar la fuerza
del dolor de su amante. Los momentos
que, en concluyendo el sacrificio, pueda
permanecer aquí, serán de Dido;605
y cuando los clarines den la seña
del instante postrero, de su lado
recién me apartaré; que la terneza
del que llamasteis bárbaro se extiende
a más de lo que creéis. ¡Pueda mi lengua610
persuadir a mi amante, y las deidades
apartar de sus ojos esa venda
que no la deja ver, y que su hermana
se empeña en no rasgar, como debiera!