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1

   Hemos oído desaprobar la preferencia dada a Madrid para colocar la universidad Central, alegando la distracción que las diversiones de la corte ocasionarían a los estudiantes, y el mayor dispendio que causarían éstos a sus familias en un pueblo tan caro. Los que así hablan sin duda confunden una universidad con un colegio, y no ven que lo que parecería conveniente para uno, sería, absolutamente hablando, extraño y aún perjudicial para lo otro. Las razones principales que se han tenido presentes para haber elegido este local están tocadas en el texto. Podríanse añadir las siguientes: 1.ª Que las consideraciones de economía son según las circunstancias particulares de cada individuo; y que, mirándolo en grande, se puede asegurar que hallarán más recursos para vivir en la capital los estudiantes pobres que inconvenientes los bien acomodados para costearse su carrera. 2.ª Que de tiempo inmemorial ha habido en Madrid escuelas de diferentes ramos sin advertirse menos concurrencia ni aprovechamiento en los alumnos. Las enseñanzas dadas en la academia de San Fernando, en los estudios de San Isidro y en el colegio de cirujía médica de San Carlos, sin contar otras de menor consideración, son una prueba bien obvia y convincente de que el ruido de la corte no perjudica tanto como se piensa al estudio y a la aplicación de la juventud. 3.ª Que en esta cuestión la duda está en gran parte decidida por el hecho, puesto que las universidades más célebres y concurridas del mundo se han fundado y existen en capitales o en grandes poblaciones: en Italia Bolonia, Pavía, Turín; en Francia Paris, en Inglaterra Oxford, Cambridge, Edimburgo en Alemania Vieira, Leipsick, Gottinga; en España Salamanca Valladolid, Sevilla, Valencia; etc. Por donde se ve que en todos tiempos y en todas partes los fundadores de las universidades no han ido a buscar yermos ni aldeas para establecerlas, sino aquellos puntos en que fuese más fácil reunir los medios de instrucción necesarios para el objeto que se proponían.

Entre estos medios hay uno que solamente puede proporcionarle una gran capital. Éste es la mayor concurrencia, el mayor trato, la más fácil comunicación con hombres de todas clases, versados en todos los negocios, y acostumbrados a dar a los conocimientos de la escuela la aplicación que tienen a los usos y conveniencias de la vida. Así es como se adquieren el gusto y tino en las artes, el discernimiento delicado y juicio sano en las letras, el despejo, la facilidad y el buen tono en la conversación, ajeno de aquella (...)ticidad escolástica y pedante que suelen tener los estudios cuando se siguen en pueblos no suficientemente concurridos ni afinados. Un filósofo harto amante de la soledad y del retiro ha dicho que en la conversación de los autores se aprendía más que en sus libros, y más todavía en la conversación general que en la de los autores1.1 . Estas consideraciones, que tal vez tendrían menos peso tratándose de institutos de menor importancia, son de una fuerza muy grande respecto de la universidad Central, donde la enseñanza ha de tener la extensión y complemento necesarios para formar no sólo estudiantes, sino sabios.

 

1.1

C’est l’esprit des sociétés (añade) qui développe une tête pensante, et qui porte la vue aussi loin qu’elle peut aller.

 

2

 La mayor parte de los autores citados no se consideran en este lugar sino bajo el aspecto que presenta la superioridad de sus estudios y de sus conocimientos en los ramos en que respectivamente sobresalieron. Pero muchos de ellos, como Buffon, Condillac, Franklin, han hecho también servicios importantísimos a este mismo espíritu filosófico que caracteriza a su siglo. Y ¿quién desconoce ya que el inmortal Montesquieu es su fundador y su padre?

 

3

   No hay ciertamente bastantes colores en la elocuencia para pintar como se debe la degradación y nulidad en que habían caído nuestros estudios a fines del siglo XVII; y cuando se tropieza casualmente con oigan sermón, algunas conclusiones, o bien tal cual aprobación de libro (porque a esto puede decirse que estaban reducidos entonces los productos literarios de nuestras universidades), siendo tan grande la náusea que producen, es todavía mayor la vergüenza que ocasionan. Por eso es tanto más de agradecer y bendecir el benéfico influjo de la filosofía, que nos fue poco a poco sacando de aquella sentina, y enseñando el modo de estudiar para saber. Fruto de esta comunicación de luces fueron los establecimientos de enseñanza que se erigieron después en diferentes épocas, fundados todos sobre bases convenientes para dirigir el entendimiento y adiestrarle en la adquisición de la literatura y de la ciencia. Tales fueron el seminario de Nobles y los estudios de San Isidro en Madrid, después de la expulsión de los jesuitas; el seminario de Vergara, el de San Fulgencio en Murcia, el plan de estudios formado para la universidad de Valencia, la reforma de los de filosofía en Salamanca, el instituto Asturiano, las escuelas militares. A las luces adquiridas entonces se debió también la fundación del colegio de cirujía médica de Barcelona, al que se siguieron el de Cádiz y Madrid, en cuya planta se tuvieron presentes los mejores principios, y de donde han salido tantos excelentes profesores y facultativos. Su influjo no se ha limitado sólo al arte de curar, sino que también ha alcanzado a extender la afición y allanar la senda para la adquisición de las ciencias auxiliares, como son la química la botánica, etc.

Todavía es mayor, considerado individualmente, el beneficio que ha recibido la España de la comunicación de las luces generales en el siglo pasado; y pasma el sinnúmero de sugetos que por sí solos, y casi siempre teniendo que vencer los vicios de una mala educación primera, han sabido sobreponerse a la ignorancia común, sacudir las preocupaciones, imbuirse de principios sanos y rectos, y penetrar los misterios que tan noblemente ejercitan el entendimiento, así en el estudio del hombre como en el de la naturaleza. Producciones literarias y científicas a la verdad ha habido muy pocas; y esto debía ser así, atendidas las muchas causas que han influido para ello, y cuya exposición no es de este lugar. Pero en medio de este reposo y silencio no han dejado de descollar de cuando en cuando talentos de primer orden, que por las muestras que daban de su fuerza se ponían a la par con lo más alto de Europa. Yo no citaré aquí más que el ejemplo de un hombre cuya muerte están llorando aún las letras, la filosofía y las virtudes. «Digno de Turgot pareció en Francia el Informe sobre la ley agraria, digno también de Smith en Inglaterra»; y esta asociación tan gloriosa del nombre de Jovellanos al de aquellos sabios insignes no es ciertamente una ilusión de la parcialidad española, es la opinión ingenua y litoral expresión de un elocuente filósofo extranjero3.1.

 

3.1

Monsieur Garal, en las Memorias históricas sobre monsieur Suard, Lib. 5.