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1

Refiere Herodoto que después del asesinato del falso Esmerdis, habiéndose reunido los siete libertadores de Persia para deliberar sobre la forma de gobierno que darían al Estado, Otanes se manifestó decididamente por la república, opinión extraordinaria en boca de un sátrapa, pues, aparte la pretensión que tuviera del trono, los poderosos temen más que a la muerte un sistema de gobierno que los fuerce a respetar a los hombres. Como puede suponerse, Otanes no fue escuchado, y viendo que se iba a proceder a la elección de un monarca, él, que no quería ni obedecer ni mandar, cedió voluntariamente a los otros su derecho a la corona, pidiendo por toda compensación ser libre e independiente, él y toda su posteridad, lo que le fue concedido. Aunque Herodoto no nos dijera cuál fue la restricción que se le puso a ese privilegio, sería necesario suponerla; de otro modo, Otanes, no reconociendo ninguna especie de ley y no teniendo que rendir cuentas a nadie, habría sido omnipotente y más poderoso que el mismo rey. Pero no es presumible que un hombre capaz de contentarse en tal caso con semejante privilegio fuera capaz de abusar de él. En efecto: no se ha visto que ese derecho haya causado nunca ninguna perturbación en el reino, ni por parte del sabio Otanes ni por parte de sus descendientes.

 

2

Tarquino el Soberbio (Lucius Tarquinius Superbus), séptimo y último rey de Roma. Según la tradición, Tarquino consiguió ser nombrado rey por la violencia y el asesinato, y su reinado fue una oprobiosa tiranía. Su hijo Sexto violó a Lucrecia, mujer de Colatino, sobrino de Tarquino el Soberbio. Colatino y su amigo Bruto juraron vengar el ultraje, y consiguieron que Tarquino fuera destronado y su familia desterrada. Tarquino huyó de Roma y fue proclamada la República hacia el año 509 a. de J. C. N. de T.

 

3

Desde mi primer paso me apoyo confiadamente en una de esa autoridades respetables para los filósofos, porque proceden de una razón sólida y sublime que ellos solos saben hallar y comprender.

«Por mucho interés que tengamos en conocernos a nosotros mismos, yo no sé si no conocemos mejor aquello que no somos. Provistos por la naturaleza de órganos destinados únicamente a nuestra conservación, sólo los empleamos en recibir las impresiones exteriores; tratamos solamente de exteriorizarnos, de existir fuera de nosotros. Demasiado ocupados en multiplicar las funciones de nuestros sentidos y aumentar la dimensión exterior de nuestro ser, raramente hacemos uso de ese sentido interior que nos reduce a nuestras verdaderas dimensiones y que separa de nosotros lo que nos es extraño. Sin embargo, de este sentido tenemos que servirnos si queremos conocernos; él es el único por el cual podemos juzgarnos. Pero, ¿cómo dar a ese sentido toda su actividad y toda su extensión?; ¿cómo apartar nuestra alma, en la cual reside, de todas las ilusiones de nuestro espíritu? Hemos perdido el hábito de emplearla; ha permanecido sin ejercicio en medio del tumulto de nuestras sensaciones corporales y se ha desecado por el fuego de nuestras pasiones; el corazón, el espíritu, los sentidos, todo ha trabajado contra ella.» (HIST. NAT., De la naturaleza del hombre.)

 

4

He aquí en qué términos estaba concebida la cuestión propuesta por la Academia de Dijon: Cuál es el origen de la desigualdad entre los hombres y si está autorizada por la ley natural.

El DISCURSO de Rousseau no obtuvo el premio, que fue concedido a un abate Talbert. N. de T.

 

5

«Aprende lo que Dios quiso que fueses y en qué puesto te ha colocado dentro de la sociedad.» N. de T.

 

6

Nombre de un paseo de Atenas donde, paseándose, daba Aristóteles sus lecciones. Por eso se los llamó a él y a sus discípulos «peripatéticos», palabra originaria del verbo griego peripate/w [peripatéo] «pasear». N. de T.

 

7

Los cambios que ha podido determinar en la conformación del hombre la larga costumbre de andar en dos pies, las semejanzas que se observan todavía entre sus brazos y las patas anteriores de los cuadrúpedos, y la consecuencia sacada de su modo de andar, han podido sugerir dudas sobre cuál podía ser en nosotros el más natural. Todos los niños empiezan por andar a cuatro pies, y necesitan de nuestro ejemplo y de nuestras lecciones para aprender a sostenerse de pie. Hay incluso pueblos salvajes, como los hotentotes, que, abandonando casi por completo a sus hijos, los dejan andar tanto tiempo con las manos, que luego apenas pueden enderezarlos. Igual sucede con los hijos de los caribes. Hay además varios ejemplos de hombres cuadrúpedos, y yo puedo citar, entre otros, el de un niño hallado en 1344 cerca de Hesse, donde había sido alimentado por lobos, y que después decía, en la corte del príncipe Enrique, que si sólo hubiera tenido que contar con su deseo, hubiese preferido volver entre ellos que vivir entre los hombres. De tal modo se había habituado a caminar como aquellos animales, que fue preciso ponerle piezas de madera que le obligaban a tenerse derecho y en equilibrio sobre sus dos pies. Lo mismo ocurrió con el niño hallado en 1604 en los bosques de Lituania y que vivía entre los osos. No daba, dice Condillac, ninguna muestra de razón; andaba con pies y manos, carecía de lenguaje articulado y sólo profería unos sonidos que en nada se parecían a los de un hombre. El pequeño salvaje de Hannóver que hace varios años fue conducido a la corte de Inglaterra pasaba las penas del Purgatorio para acostumbrarse a caminar en dos pies, y en 1719 se encontró en los Pirineos a otros dos salvajes que corrían por las montañas como cuadrúpedos. En cuanto a la objeción que podía hacerse de que eso es privarle del uso de las manos, con las cuales tantas ventajas obtenemos, además de que el ejemplo de los monos demuestra que la mano puede emplearse de dos maneras, eso probaría solamente que el hombre puede dar a sus miembros un empleo más cómodo que el de la naturaleza y no que la naturaleza haya destinado al hombre a andar de modo distinto al que ella le enseña.

Pero me parece que hay mejores razones para sostener que el hombre es bípedo. En primer lugar, aunque se demostrara que pudo estar al principio conformado de manera distinta a como hoy le vemos, y transformarse luego como es, eso no sería suficiente para afirmar que haya sucedido así, porque, después de haber demostrado la posibilidad de ese cambio, sería preciso todavía, antes de admitirlo, demostrar su verosimilitud. Además, si los brazos del hombre parecen haber podido servirle de piernas en caso necesario, ésa es la única observación favorable a esa hipótesis, contra gran número de otras que la contradicen. Las principales son que, dada la manera como el hombre tiene unida la cabeza al cuerpo, en lugar de dirigir su mirada horizontalmente, como todos los demás animales, y como él mismo la dirige andando de pie, hubiera tenido los ojos, caminando a cuatro pies, directamente fijados hacia el suelo, situación muy poco favorable para la conservación del individuo; que la cola, de que carece y que para nada necesita marchando a dos pies, es útil a los cuadrúpedos, ninguno de los cuales está privado de ella; que los senos de la mujer, perfectamente colocados para un bípedo que tiene que tener en brazos a su hijo, estarían tan mal en un cuadrúpedo, que ninguno los tiene de esa manera; que siendo las piernas de una excesiva altura en proporción con los brazos, por lo cual nos arrastramos sobre las rodillas si andamos a cuatro pies, hubiera hecho del hombre un animal desproporcionado y de incómodo andar; que si hubiera sentado el pie como las manos, de plano, hubiese tenido en la pierna una articulación menos, que los otros animales, a saber, la que une el metatarsiano con la tibia, y que pisando sólo con la punta del pie, como parece hubiera tenido que hacer, el tarso, sin hablar de los muchos huesos que lo componen, parece demasiado grande para ocupar el lugar del metatarsiano, y sus articulaciones con el metatarso y la tibia demasiado aproximadas para dar a la pierna humana en esta situación la misma flexibilidad que tienen las de los cuadrúpedos. El ejemplo de los niños tomado en una edad en que las fuerzas naturales no están aún desarrolladas ni los miembros fortalecidos, nada dice, pues también podría decir yo que los perros no están destinados a caminar porque sólo se arrastran algunas semanas después de su nacimiento. Los hechos particulares tienen todavía poca fuerza contra la práctica universal de todos los hombres, incluso de naciones que, por no haber tenido con otras ninguna comunicación, nada podrían haber imitado de ellas. Un niño abandonado en un bosque antes de que pudiera andar y amamantado por una bestia seguirá el ejemplo de su nodriza ejercitándose en andar como ella; la costumbre le dará facilidades que no habrá recibido de la naturaleza, y así como ciertos mancos llegan a fuerza de ejercicios a poder hacer con los pies todo lo que hacemos con nuestras manos, llegará en fin a emplear las manos como los pies.

 

8

Si se hallase entre mis lectores algún físico bastante malo para ponerme reparos sobre la suposición de esta fertilidad natural de la tierra, me adelanto a contestarlo con el siguiente pasaje:

«Como los vegetales sacan para su nutrición mucha más substancia del aire y del agua que de la tierra, sucede que al pudrirse devuelven a la tierra más que de ella han sacado; por otra parte, los bosques atraen las lluvias deteniendo los vapores. Así, en un bosque que se conservara virgen largo tiempo, la capa de tierra que sirve para la vegetación aumentaría considerablemente; pero como los animales restituyen a la tierra menos de lo que sacan de ella y los hombres consumen enormes cantidades de madera para el fuego y otros usos, se deduce que la capa de tierra vegetal de un país habitado debe disminuir continuamente y convertirse en fin en un terreno como el de la Arabia Pétrea y tantas otras provincias de Oriente, que es, en efecto, el clima habitado desde tiempo más remoto y en el que sólo se encuentra sal y arena, porque la sal fija de las plantas y animales queda, mientras las otras partes se volatilizan.» (HIST. NAT., Pruebas de la teoría de la tierra, art. 7.º)

Puede añadirse a esto la prueba práctica de la cantidad de árboles y plantas de todo género de que estaban cubiertas casi todas las islas desiertas descubiertas en estos últimos siglos y el hecho que refiero la historia de los inmensos bosques talados por toda la tierra a medida que se poblaba o civilizaba. Sobre esto hará todavía las tres observaciones siguientes: la primera, que si hay una especie de vegetales que pueden compensar el consumo de materia vegetal hecho por los animales, según el razonamiento de Buffón, son los árboles especialmente, cuyas copas y hojas atraen y se apropian mayor cantidad de agua y de vapores que las otras plantas; la segunda, que la destrucción del suelo, es decir, de la substancia necesaria para la vegetación, debe acelerarse en la proporción en que la tierra es más cultivada, y que los habitantes más industriosos consumen en mayor abundancia sus productos de toda especie; la tercera y la más importante observación es que los frutos de los árboles proporcionan al animal una alimentación más abundante que los demás vegetales, experiencia que he hecho yo mismo comparando los productos de dos terrenos iguales en extensión y calidad, uno cubierto de castaños y el otro sembrado de trigo.

 

9

Entre los cuadrúpedos, las dos distinciones más universales de las especies veraces se derivan, una, de los dientes, y la otra, de la conformación del intestino. Los animales que sólo viven de vegetales tienen todos los dientes planos, como el caballo, el buey, el, carnero, la liebre; pero los voraces los tienen puntiagudos, como el gato, el perro, el lobo, el zorro. En cuanto a los intestinos, los frugívoros tienen algunos, como el colon, que no se encuentran en los animales voraces. Parece, pues, que el hombre, que tiene los dientes y los intestinos como los animales frugívoros, debía ser naturalmente clasificado en esta clase, y no sólo confirman esta opinión las observaciones anatómicas, sino hasta los monumentos de la antigüedad le son muy favorables. «Dicearca -escribe San Jerónimo- refiere en sus libros sobre las antigüedades griegas que bajo el reinado de Saturno, cuando la tierra todavía era fértil por sí misma, ningún hombre comía carne, sino que todos se alimentaban de frutas y de legumbres que crecían naturalmente.» (Libro II, adv. Jovinian.) Esta opinión puede ser apoyada con los relatos de varios viajeros modernos. Francisco Correal refiere, entre otros, que la mayor parte de los habitantes de las islas Lucayas, que los españoles transportaron a las islas de Cuba, Santo Domingo y otras, murieron por haber comido carne. Por aquí se ve que prescindo de razones que podía hacer valer, porque, siendo la presa casi la única causa de combate entre animales carniceros, y viviendo los frugívoros entre sí en una paz continua, si la raza humana es de este último género, es claro que hubiera tenido más facilidad para subsistir en el estado natural, menos necesidad y motivo para salir de él.

 

10

Pueblo de guerreros dominando sobre una masa de 290.000 ilotas y rodeado de otros pueblos fuertes y agresivos, los ciudadanos de esparta querían que sus hijos fueran como ellos aguerridos y valerosos. Cuando nacía un niño, los ancianos le examinaban inmediatamente, y si le hallaban débil o mal constituido, se le conducía al monte Taigeto, donde era abandonado. N. de T.