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Al discurso V

                          Hallará que el humano entendimiento
a diverso progreso sometido,
no es eslabón del orbe en que ha nacido.   Pág. 152.

     A cuatro, dice Juan Pico de la Mirandula, que se pueden reducir las opiniones de los antiguos sobre el Hado o Necesidad. La primera es de los que no distinguen el Hado de la Naturaleza; esto es, de la constitución física del Universo: la segunda, de los que admiten en las cosas criadas un encadenamiento inevitable, y una serie de causas no interrumpida: la tercera pertenece a los delirios de la Astrología, y constitución de los astros: la cuarta es de los que no conocen más Hado que la ejecución de la voluntad de Dios(312). Estando ya puesto en práctica que los Sofistas modernos no hayan de hacer más que renovar las opiniones envejecidas; y siendo también costumbre entre ellos, inclinarse siempre a las más absurdas; es fácil conjeturar la razón que hay para que el Fatalismo haya sido tan célebre en nuestros tiempos. Atenerse a la constitución física del Universo, es una vulgaridad que nada tiene de singular. La falsedad de los horóscopos está demostrada concluyentemente. La Providencia de Dios, es dogma que tiene íntima conexión con la Religión Cristiana. ¿Qué les queda pues que hacer a los Filósofos, sino echar mano del Fatalismo? No hay que creer que esta reflexión es hija del deseo de hacerlos odiosos. Es una observación segurísima, que se verifica infaliblemente en cuantas fábulas se han publicado en estos últimos tiempos con título de Filosofía. Éstos que se intitulan Filósofos no han tenido otro objeto, que el de alejarse de la vulgaridad y de la Religión Cristiana: y de aquí ha nacido la innumerable multitud de opiniones, sueños y sistemas con que nos han inundado, sin más trabajo que el de haber afeitado los delirios rancios, que por el hecho de ser delirios estaban ya olvidados y desterrados del círculo de la ciencia humana.

     Que la opinión del Fatalismo sea una fábula de las más absurdas que pueda inventar una imaginación delirante, es cosa que se hace patente con sólo poner a la vista las aserciones de sus mismos patronos. ¿Qué cosa más absurda que ver en el hombre una facultad de deliberar; y hacer necesarias las obras que se siguen de la deliberación? Consulto allá dentro de mí, si será bueno hacer o no hacer tal cosa: y después, la obra que resulta de mi resolución o determinación, es un efecto necesario de una infinidad de causas anteriores que me han obligado a producirla. Verdaderamente, la idea que estos buenos hombres se forman de la omnipotencia de Dios, si no es abominable, es bien ridícula por lo menos. Me da Dios una potestad amplia para deliberar, para conocer como debo obrar; y mis obras, no obstante, no podían ser sino de aquel modo con que las produzco. ¿Para qué pues necesito el entendimiento, si soy necesitado a obrar? ¿Para qué me dio Dios esta facultad de discernir lo bueno y lo malo, lo útil y pernicioso? Dado el Fatalismo, soy un ente pasivo: y para este género de existencia poquísima falta me hace el conocimiento de lo justo y de lo injusto.

     Los Fatalistas responderán sin dula, que este mismo acto de conocer, y esta misma facultad de deliberar entran en la conexión de las causas, y son eslabones de la cadena: que sin la deliberación humana no podría la Necesidad efectuar las obras humanas; y henos aquí en el ciego laberinto, y en la alternativa miserable, o de limitar la omnipotencia de Dios, o de representar inocentes a los reos más execrables y malvados. ¿Dios no pudo hacer a los hombres de tal suerte, que sin el entendimiento y la deliberación, ejecutasen las mismas obras que ejecutan? Creó este gran prodigio del Universo, cuyas leyes supremas nos son absolutamente desconocidas, ¿y no podría hacer de los hombres otras tantas maquinas? No hay remedio: Dios no pudo menos de hacerme inteligente: Dios no pudo menos de concederme la facultad de discernir: Dios no pudo menos de darme la potestad de deliberar: Dios no pudo menos de prescribirme los preceptos de la virtud: y después de todo, si me entrego al vicio, no pudo menos de verificarse en mí la ejecución de las acciones viciosas, a pesar del conocimiento, del discernimiento, de la deliberación, y de la ley que me prescribió el mismo Dios. En verdad una opinión tal debía ser más digna de risa, que del horror con que la miran los que la combaten: porque ¿qué Dios es éste, que concede inútilmente al hombre por necesidad las facultades más excelentes que hay en el hombre?

     No sin razón se ha dicho que esta opinión es una consecuencia precisa del Materialismo. Los Fatalistas no pueden escapar de uno de dos extremos: o de hacer inútil la inteligencia humana; o de hacer material el principio de esta inteligencia. Inútil, porque para obrar ciegamente, ninguna falta nos hace la facultad de deliberar: la deliberación pende de la facultad de entender(313). Material, porque un ente inmaterial es preciso que tenga facultades y acciones propias de su ser y ajenas enteramente de las que corresponden al orden de los entes materiales: este orden consiste en la trabazón de las causas y efectos que se suceden continuamente: el alma, según los Fatalistas, no está fuera de este orden: es pues preciso que para que las causas físicas produzcan efectos necesarios en la inteligencia humana, tales, por ej. como los produce en los árboles la venida de la Primavera, sea también material esta inteligencia.

     Con efecto, no fue otro el modo de pensar de los Estoicos, cuyas disputas en favor de su Pronoea fueron el monumento más enérgico que se ha consagrado a la Fatalidad. Haciendo al mundo materialmente animado, y considerando el alma del hombre como parte del alma o Ether (que así lo llamaban) del Universo(314); era fácil concluir que los movimientos de nuestra alma pendían necesariamente de los movimientos del alma universal. La sujeción de todas las cosas al artificio de la Naturaleza, y a gobierno de la Providencia eran dos modos de decir con que expresaban los efectos distintos de la Necesidad. Hacían lo mismo con la explicación del alma universal: porque distinguiendo sus efectos con los nombres de Mundo, Hado, Mente Naturaleza, Fuego artificioso, Providencia;(315) al fin, con todas estas voces ninguna otra cosa querían dar a entender, sino que Dios, esto es el Mundo, gobierna todas sus partes, cual se puede juzgar que se gobernaría una cadena, si su primer anillo tuviese en sí la facultad de moverse, y se moviese en efecto en círculo o giro perpetuo(316).

     Los Estoicos rígidos no apartaban de la necesidad fatal la existencia de los males, moral y físico. «Ninguna de las cosas singulares (decía Crísipo), ni aun la más mínima, puede suceder de otro modo, que conforme a la ordenación de la Naturaleza común... La viciosidad que induce los accidentes terribles, tiene también su motivo particular: su existencia pende de la razón de la Naturaleza; y no inútilmente (por decirlo así) con respecto al todo del Universo(317)... Así, no inútilmente suceden los hurtos, se engaña, y se delira; no inútilmente son los hombres inútiles, dañosos, malignos(318)... Nada es culpable, nada reprehensible, procediendo todas las cosas según el orden conveniente a la mejor Naturaleza(319). «Era sin duda fatalísima esta cadena. Dios mismo estaba sujeto ella(320): y no sólo los vicios y miserias de la vida(321); pero los mismos votos y sacrificios(322).

     Para sostenerla ¿qué sutilezas no hubieron de inventar los Estoicos? Todo axioma es cierto o falso en sí (decían), porque está decretado desde la eternidad que haya de verificarse, o no(323). Esta aserción fue un semillero de disputas entre los Estoicos y Académicos. Ni lo fue menos el otro dogma, célebre de que el asenso es inseparable de la comprehensión, que ellos llamaban cataléptica. Esta metafísica Estoica es una prueba de lo mucho que trabajó esta secta en desentrañar las operaciones del entendimiento humano: y el que quiera instruirse bien en ella debe leer el ya citado opúsculo de Pedro de Valencia, De Judicio erga Verum, donde con claridad y erudición admirable ilustra estos misterios Estoicos, que son la fuente de muchos sistemas que hoy nos venden los Filósofos por partos legítimos de su invención.

     Comprehensión cataléptica llamaban los Estoicos a la que derivada originariamente de los sentidos, era formada de lo que existe realmente, de aquel mismo modo que existe.(324) Sexto Empírico explica largamente y por partes esta difinición(325). Lo que hace a nuestro propósito es, que fundando los Estoicos en esta comprehensión el Criterio de la Verdad; por una consecuencia precisa sostenían, que el asenso va unido siempre a ella(326), de modo que para los Estoicos, comprehender las cosas catalépticamente, y asentir a ellas eran actos inseparables: o, para explicarlo más claramente, la fantasía, o imagen evidente impresa en el ánimo, unida al asenso, era lo que llamaban comprehensión cataléptica. Comprehendida así la cosa; si era conforme a la Naturaleza(327), se seguía el apetito; si contraria, la repugnancia o aversión. Y he aquí, según los Estoicos, el origen de las acciones humanas.

     Pero este mismo artificio, o sistema intelectual era entendido entre ellos diversamente. Los Estoicos más antiguos, siguiendo a los Físicos de los primeros tiempos, atribuían todo esto a una necesidad absoluta, derivada de una encadenada serie de causas, que llamaban antecedentes(328); de suerte que hasta el mismo asenso era fatal, esto es, necesario. Y ve aquí de dónde nacían aquellas expresiones varoniles con que tanto se señalaban los Estoicos entre las demás sectas. Cleantes no temía decir a Júpiter animosamente:

                          Llévame donde quieras, o tú, Jove,
Alto Moderador del alto polo;
voluntario te sigo y obedezco:
intrépido te atiendo; si te agrada
que tu voz no obedezca, repugnando
te seguiré también. Así, perverso
sufriré lo que el bueno sufrir sabe.
Encaminan los Hados al que cede;
y arrastran con violencia al que repugna(329).

     Crísipo empero, no queriendo por una parte conceder a los Académicos uno de los principales capítulos, en que se encontraban las opiniones de sus escuelas; y convencido por otra de que las acciones humanas no podían proceder de las causas que los suyos llamaban antecedentes; introdujo una nueva división de causas que, manteniendo el Hado, dejase libres los movimientos de la voluntad. Como buen mediador procuró componer las diferencias, aplicando a cada parte aquello sobre que más esforzaban sus pretensiones. Dividió las causas en dos géneros. A unas daba nombre de perfectas y principales: a otras de adyuvantes y próximas. Así: cuando los suyos decían que todo acaece por causas antecedentes; aplicándolo al hombre interpretaba él, no sólo por las perfectas y principales, sino por las adyuvantes y próximas: por las que dan origen al movimiento, sin que intervengan en la duración y progreso de él(330). Ilustraba su división con el ejemplo de un cilindro, que arrojado, recibe el movimiento de la mano que le impele; pero después, él por sí mismo se mueve y cae sin el concurso de la mano(331). En suma, Crísipo atribuía al Hado las inclinaciones; pero las acciones a la voluntad(332)

: y esta división, famosísima en la antigua Filosofía por las disputas que suscitó, dio sin duda motivo al Cínico Oinomao para decir, en unos fragmentos que nos han conservado Eusebio y Theodoreto, que Demócrito hizo esclava a la Voluntad, y Crísipo semi-esclava(333).

     Siendo Crísipo Materialista, es decir, que no conocía otro Dios que el mundo dotado de ánimo material, al modo que los demás Estoicos;. no sé yo cómo podría salvar su sistema de los argumentos que suministra la parte física de su Filosofía. Según ellos nuestro espíritu es una parte del universal. Al hegemónico o parte principal del alma del mundo; atribuían movimientos, apetitos y acciones. Éstas eran el origen o principio de este giro inmenso y encadenado con que proceden los entes, naciendo siempre causas de causas, y verificándose una sucesión continua de movimientos producidos unos de otros. Fácil es conocer, que si el alma del hombre (uno de los eslabones de esta cadena) participa de la facultad de obrar por sí, desprendiéndose de la trabazón (que era lo que quería dar a entender Crísipo con sus causas adyuvantes y próximas) quedaba en pie la libertad humana, y destruido, no sólo el Hado o Necesidad, sino también el fundamento del sistema físico de los Estoicos, que consistía en suponer una sola materia y una sola alma también material, divididas en innumerables individuos. Que la causa sea principal, que sea próxima; si la voluntad humana no responde al movimiento sucesivo de la trabazón, da en tierra el sistema Estoico: si responde; a pesar de las causas próximas, el Fatalismo absoluto queda en pie. La comunicación da ocasión al amor, éste al adulterio. Que responda Crísipo: ¿dada la comunicación entre Egisto y Clitemnestra, la voluntad de ambos podrá dejar de fomentar el amor? ¿y dado el amor, podrá dejar de cometer el adulterio? Esta dificultad es indisoluble para los Fatalistas: si ya no se empeñan en el absurdo de justiricar las acciones viciosas; solución tanto más horrible, cuanto deprime más la omnipotencia de Dios, y considera al hombre como una máquina, destinada tal vez a morir inocente en un patíbulo, o a ser la infamia de la racionalidad en un trono.

     No sin designio me he detenido en desmenuzar el sistema Estoico, aunque sea a costa del peligro de pasar plaza de pedante y hacinador. He dicho ya otra vez, y no me cansaré de repetirlo, que la Metafísica antigua dejó muy poco que inventar a la moderna, ya en verdades, ya en fábulas, y ya en impugnaciones de estas mismas fábulas. Los Fatalistas modernos no son más que copias afectadas del sistema Estoico: y las razones con que se apoye la Necesidad jamás serán otras que las de Crísipo. Tenemos dos ejemplos bien ilustres en Leibniz y Collins; aquél, Varón de ciencia casi universal; éste, célebre en la secta de los Sofistas por un Tratado en que intentó igualar su ser a la ciega y servil inclinación de los brutos.

     Cuántas máquinas moviese Leibniz para salvar la libertad humana en su sistema de la Necesidad hipotética, se ve bien en sus tres libros de la Theodicea. Sin embargo, hombres muy doctos han hallado que aquella Necesidad hipotética, examinada bien, se diferencia muy poco de la Necesidad Estoica o absoluta. Todo contribuye, según Leibniz, a la perfección del Universo. Si aquel Varón doctísimo hubiera establecido, que la libertad de indiferencia en el hombre era una de las cosas que concurrían a esta perfección; sin duda su sistema, fuera harto más verosímil que del modo que él lo propuso. ¿Y qué ínconveniente había en presuponer, que el mal moral no entra en el complemento de lo óptimo, siendo sólo un efecto de un principio absolutamente libre, que concedió Dios al hombre, por ser precisa la concesión de este principio para la existencia del mejor de los mundos posibles? Pensando así, Dios no sería autor del mal moral, ni aun idealmente: porque su existencia o inexistencia, pendería sólo de la elección humana, que sería la únicamente precisa para el complemento de lo óptimo(334).

     Por lo menos, si Leibniz no pensó (y no pensó en efecto) en la Necesidad absoluta; sus sectarios han sabido aprovecharse harto de su sistema para fundar en él aquella especie de Necesidad. El Autor anónimo del Ensayo de Psycología, impreso (según suena) en Londres el año 54 de este siglo, ateniéndose al Optimismo Leibniciano, no solamente enseña, que la Necesidad moral es idéntica a la Necesidad absoluta(335); sino que alargando la audacia sofística a un extremo increíble, se empeña en probar que esta Necesidad no es opuesta a la Religión Cristiana. Sus argumentos son los mismos mismísimos que empleaban los Estoicos para la confirmación de su Hado, como lo conocerá cualquiera que se resuelva a perder algunas horas en cotejar estos delirios modernos en aquellos sueños antiguos(336). Copiarlos aquí, sería desperdiciar el papel en acordar sofismas confutados más ha de veinte siglos.

     Collins, dando menos amplitud a su error, se ciño sólo a la libertad de espontaneidad; sobre la cual había habido ya antes una célebre disputa entre dos grandes hombres, Leibniz y Clarcke. Mr. Des-Maizeaux en la Prefación que puso a la Colección que publicó de las cartas concernientes a esta disputa, expone así la opinión de Collins. «En esta obrilla (la de aquel) se propone probar que la libertad del hombre consiste en la potestad que goza de hacer lo que quiere y lo que le agrada; esto es, de obrar según lo piden su voluntad y su elección. Pero como el hombre es siempre llevado a obrar y a elegir antes una cosa que otra, por razones y motivos determinados, por miras de placer y de utilidad; y puestas estas razones y motivos que le inducen a obrar antes de un cierto modo que de otro, no puede, o por lo menos no sucede nunca que deje de obrar según lo piden aquellos motivos y razones; legítimamente se sigue que el hombre es determinado a obrar en todas sus acciones, y que, por lo mismo, es un Agente necesario.» Nada de nuevo hay en esta argumentación. Recuerde el lector lo que queda dicho arriba sobre la comprehensión cataléptica, y vea si Collins ha hecho más que renovar un error antiguo.

     ¡Miserable condición de la Filosofía! durar siempre en discordias y pareceres encontrados, que con título de adoctrinar al hombre, le confunden y enredan en un laberinto ciego y tenebroso. Aún no sabe el hombre si es libre, si para saberlo se atiene a las decisiones de éstos que se intitulan Maestros de la vida y esclarecedores de la racionalidad. Para unos, no soy más que una rueda servil de esta gran máquina del Universo. Otros no ven en mí más que un paciente autómato, movido por los muelles de placer o de la aversión. Y yo entretanto, ejercitando mi obediencia en cuanto ejecuto, siguiendo siempre las normas que me han prescrito la Naturaleza y la patria; conozco en mí una amplísima potestad para desviarme de estas normas, y sé y percibo que podría desviarme, a pesar del conocimiento que tengo de que no debo.

     Sobre nada se ha controvertido más que sobre la libertad, desde el mismo origen de la Filosofía; pero, como en todas las demás cosas en que los Filosófos se convierten en adivinos, estos hombres sagacísimos todavía ignoran lo que no ignoran los bandidos y malhechores: porque en efecto, aún no se ha visto que estos miserables, para disculpar sus delitos, hayan alegado los motivos urgentes que los indujeron a saltear, robar y asesinar. Hacer divisiones de la libertad humana en hipotética, en espontánea, y en otras explicaciones con que se ajustan a sistemas arbitrarios efectos conocidos, es propiamente enmarañar una idea clarísima, evidentísima; y obligar al hombre a que, hecho Filósofo, no entienda lo que entendía bien antes que lo fuese. En el hombre no hay otra necesidad que la de ajustarse a lo bueno y justo: y esta necesidad, ni nace de las impresiones que recibe, ni de encadenamiento alguno de causas anteriores; sino del mismo hecho de tener potestad para no ajustarse(337); y ve aquí la esencia legítima de la libertad, no fundada en metafísicas vanas y antojadizas, sino en el sentimiento íntimo que experimenta cada uno dentro de sí mismo. La fábula de Hércules en la encrucijada, tan bellamente escrita por Jenofonte, es la pintura de la libertad humana. Puede Hércules seguir dos caminos contrarios: este poder es su libertad. Sigue el de la virtud: éste ya es acto de su entendimiento, que le determina a lo que debe. Deja de seguirle: comete un crimen, en el mismo hecho de abandonar el camino de la virtud, sabiendo que debe seguirle, y que tiene amplia facultad para poder seguirle. Que el hombre obre siempre con motivo, que obre algunas veces sin él, esto nada importa a la esencia de la libertad. El hombre conoce lo bueno y justo, y debe seguirlo. Y ¿por qué se le manda que lo siga? Porque hay en él la facultad de poder desviarse: Todo el mundo conoce esto, menos los Filósofos; y es sin duda que los Filósofos, como saben fabricar mundos, tientan también formar a su modo éste en que vivimos.

                                                                     Del santo cielo
le indicó los secretos, e inclinado
le formó a que el desvelo
de aspirar a la patria en el mandara.    Pág. 158.

     A mi parecer, éste es el instinto del hombre: la noticia de Dios, y el conocimiento de los oficios que le debe y se debe. Sin él, la naturaleza humana sería vaga e indiferente, dispuesta por sí, como la cera o el barro, a recibir cualquier figura o modificación que se la quisiera dar: en cuya constitución se vería que el hombre solo, a diferencia de los demás seres, carecería de orden propio suyo en apetitos y acciones, sujeto a seguir los modos de obrar que caprichosamente le inspirasen las contingencias de la educación.

     No es argumento despreciable, para confirmar este instinto, la generalidad con que la mayor parte de las gentes se ha conformado en cierto género de obras y pensamientos, por más que lo quiera debilitar Locke. Si el haber en el mundo algunas naciones salvajes no es convencimiento suficiente para autorizar el brutal sistema de Rousseau; ¿por qué, de haber en el mundo un escaso número de racionales sin razón, ha de inferir Locke, que ni los principios de la Moral, ni el conocimiento de Dios son ingénitos en el hombre? Veinte árboles no prevalecen en un bosque inmenso: ¿perderán los demás los constitutivos de su naturaleza por el defecto de los veinte? En América hay naciones enteras de gentes apenas racionales: luego la perspicacia de la Razón no es propiedad intrínseca y constitutiva del hombre. Ilación falsa. El defecto del uso no destruye el derecho de propiedad. Hay gentes que no tienen idea de Dios; luego la noticia de este Ente inefable no es ingénita en el hombre. Tal argumentación es sofística. El ejercicio de la racionalidad, en la duración de la vida, necesita de ciertas disposiciones: si faltan éstas, el hombre degenera casi en bruto. Los sentimientos de la Razón residen ciertamente entonces en el alma; pero no los percibe el hombre, porque las potencias yacen sin uso, y como si no existieran. Ni es de extrañar que hombres que viven como brutos y carezcan de lo que es común a los que aun en el mismo abuso usan del vigor concedido al ser de su especie. Faltos de las disposiciones que despliegan la racionalidad, conservan las rudas ideas que recibieron de sus mayores. Trasládese un niño salvaje a la educación de Europa: él sera todo lo que pueda ser: y su razón no cederá a la de ningún Europeo en los progresos civiles, políticos o literarios.

     ¿Y por qué los hombres solos, a diferencia de los demás vivientes, han de estar expuestos a degenerar de su verdadero instinto? Dejado a su naturaleza, ningún viviente decae de su ser: sólo el hombre es capaz de perder casi el uso de su entendimiento, siendo éste su facultad específica. Así es. Pero explíquenme los puros Filósofos esta notable diferencia, sin acudir a la corrupción de la naturaleza humana. Vanamente nos ponderan sus excelencias, los que, para engrandecerse a sí, quieren hacerla pasar por perfectísima. Un simple gorrión, jamás deja de ser gorrión, aunque se solicite por todos los medios imaginables: y el hombre puede dejar de serlo por ligerísimas contingencias. Éste es uno de los argumentos más robustos con que confirmé la materia del Discurso III; y a mi ver no tiene salida en los puros principios de la Razón. Enfermo esta aquel ser, que necesita de auxilios para llegar a la perfección de su estado. Ente que abandonado a sí se aparta de las leyes de su orden, no está muy ordenado ciertamente. Poco vigor hay en lo principal de su naturaleza: y ésta falta de vigor, causa tiene que no comprehenderá jamás la locuaz y tenebrosa Filosofía.

     Hay pues un instinto en el hombre, porque hay un orden en su parte racional, y necesita conocer este orden para ajustarse a él ¿Y de dónde le viene este conocimiento? De su potestad misma, de su esencia, de su vigor. La principal facultad del alma es la de conocer. Ejerciendo esta fuerza sobre sí misma, no conoce su esencia, porque no la percibe; pero sí sus efectos (que son sus potencias), porque sensiblemente las advierte y hecha de ver. Este conocimiento despierta en ellas las ideas del destino o ministerio propio de aquellas potencias, y el fin para que son dadas: e inmediatamente, excitado el orden de la naturaleza racional por este fuego de la reflexión, aparecen en el entendimiento, la idea de Dios, fin de su orden, y la de sus obligaciones específicas, medios que le conducen al fin. Las potencias corpóreas no son de provecho para una operación propia y privativa del espíritu. Separado éste de la porción corpórea, ejercitaría las mismas obras, y lograría los mismos conocimientos.

     ¿Qué viene a ser en el hombre aquella generalísima facultad de aprobar cierta especie de acciones, y reprobar otras, cuando hace buen uso de su razón? En los brutos vemos un discernimiento, muy inferior, pero harto semejante al del hombre, no engendrado por las impresiones de los objetos externos, sino excitado solamente por ellos, con el cual siguen el período de las acciones de su especie, inalterables y siempre unos en la inclinación. Si los brutos fueran capaces de reflexión y conocimiento, reflexionando sobre esta inclinación suya, conocerían evidentemente el orden de su instinto, sin más auxilios que el vigor de su naturaleza. Tal es el entendimiento humano. Para conocerse a sí en lo que puede, son excusados otros auxilios que su mismo vigor o potestad de conocer. Las inclinaciones, dadas para que llene su orden cada criatura, inspiran infaliblemente las ideas que cada una necesita para llenarle. Si yo nazco inclinado a adorar a un Dios; esta inclinación, unida a mi reflexión, inspirará en mí la idea de Dios con mayor seguridad que las impresiones de los sentidos. Si nazco inclinado a la justicia; esta inclinación, acompañada de mi reflexión, me suministrará ideas evidentes de lo justo, que aprobaré por un impulso irresistible. Locke no contó las inclinaciones entre las fuentes de las ideas; y yo tengo para mí, que ellas y la reflexión son el verdadero origen de las que privativamente pertenecen al ánimo. Las inclinaciones son las que ocasionan las aprobaciones y asensos. Guían al hombre en sus obras, constituyendo el orden del espíritu; y este orden, que es independiente del cuerpo, para su constitución no tiene necesidad de adquirir en los objetos exteriores las ideas de lo que debe hacer. De otro modo, vendríamos a parar en que el alma, con estar destinada para conocer, no puede adquirir por sí conocimiento alguno, y por consiguiente que su unión con el cuerpo es de necesidad absoluta; opinión que no desagradó a Leibniz; y que debe agradar más principalmente a los que sujetan la potestad y vigor del ánimo a las imágenes de la fantasía.



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Erratas

          Página línea dice ha de decir
3 13 Roseau Rousseau.
10 8 de impiedad de la impiedad.
12 en la cita. Filosof. Phi1osoph.
113 16. atónico atónito.
257. cita(2) (1) -2
Ibidem.
262. cita (2) 1
268. cita (1) Disertation Disertacion
Ibidem. 2.
352 4. levarse llevarse.
364. cita -4 dr de

     Nota. En las citas griegas, cuando en principio o medio de dicción se halle , léase según el uso.

     Otras erratas de menor momento las perdonará fácilmente el lector que no sea pedante.

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