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Disolución de partidos

Manuel Ugarte





Cuando contemplamos panorámicamente la situación política actual, comprendemos que ha llegado la hora resolutiva, susceptible de marcar una fecha en la historia de un país. Las viejas agrupaciones partidarias que hasta hoy se concentraron o interpretaron los sentimientos de la colectividad se debilitan y se agrietan, trabajadas por la fermentación de fuerzas nuevas y por la renovación natural de la atmósfera.

Si sólo se tratase de un partido, podrán explicarse el desconcierto por causas directas y privativas de su evolución interior. Estas causas existen también, desde luego, en el origen; y así ocurre en el caso del cisma socialista, del cual nos hemos ocupado en números anteriores. Pero como en el seno del Partido radical empieza a pasar lo mismo y como el descontento se hace sentir simultáneamente en todas las agrupaciones, grandes o chicas, con hondos caracteres de crisis fundamental, hay que admitir -por encima de las razones particulares de malestar que bullen dentro de cada agrupación-, la existencia de motivos superiores y de fenómenos generales que disgregan y arremolinan las formaciones existentes.

Es lo que nos lleva a decir -adelantándonos según los hechos, pero no a las realidades en potencia- que nos hallamos abocados a un proceso de disolución de los partidos actuales, provocando por una renovación del ambiente nacional, que -no hay quien lo niegue- ha rebasado al molde de las fórmulas destinadas a contenerlo. Objetivamente, sin procurarnos en pro o en contra, sin asombro de hostilidad o preferencia, cabe comprobar que el desasosiego que trabaja a los partidos -socialista, radical, conservador-, deriva, dejando de lado la anécdota circunstancial, de la pertinacia en la repetición de ciertos tópicos, del estancamiento, de la inactualidad, a menudo, de las reivindicaciones, oportunas en su tiempo, pero en pugna hoy, velada o evidentemente, con la realidad.

Ni admite la opinión que se ajuste a la marcha a las inducciones de Marx, ni se presta a volver a tomar el Parque, ni entiende retrotraer a la República a los tiempos de preeminencia oligárquica. La consciencia colectiva se ha evadido de las fórmulas pretéritas y ansía la concreción de propósitos adecuados a la etapa superior. Además, la nueva era ideológica y emocional a que dio nacimiento la guerra de 1914 se ha extendido por contagio hasta los pueblos que no intervinieron en la contienda, creando una nueva atmósfera universal, a la cual nadie logra sustraerse. Amenazados como estamos por acontecimientos que pueden tener decisiva acción mundial, la angustiosa espera anula toda veleidad de seguir barajando monótonamente los naipes viejos.

La fidelidad a las ideas no ha de sobrevivir a la utilidad de aplicación y a la vitalidad de las ideas mismas.

Se resienten los partidos entre nosotros de una repetición obstinada que no condice con las preocupaciones del momento. La indiferencia de la opinión pública, el alejamiento de las masas, la desorientación nerviosa de los mismos militantes que se desinteresan, se indisciplinan o se dispersan, indica que el anhelo todavía confuso o inorientado, no encuentra expresión en las fórmulas memoristas. Así se ha creado un estado de espíritu al cual hay que dar satisfacción antes de que se desvíe en decisiones peligrosas o extremistas, y así apunta en el horizonte, con la disolución gradual de los partidos existentes, la formación de nuevos núcleos.





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