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Divinas palabras. Tragicomedia de aldea1

Ramón del Valle-Inclán



DIVINAS PALABRAS

TRAGICOMEDIA POR DON RAMON DEL VALLE-INCLAN

OPERA OMINA



VOL XVII



COSTE DIECISEIS REALES DE VELLON



Tipografía Yaglles.- Nuncio.8. Madrid.- Teléfono 44-99.



DIVINAS PALABRAS

[5]

DIVINAS PALABRAS TRAGICOMEDIA POR DON RAMON DEL VALLE-INCLAN

OPERA OMNIA



VOL XVII



[7]

DRAMATIS PERSONAE
 

 
LUCERO, QUE OTRAS VECES SE LLAMA SEPTIMO MIAU Y COMPADRE MIAU
POCA PENA, SU MANCEBA
JUANA LA REINA Y EL HIJO IDIOTA
PEDRO GAILO, SACRISTÁN DE SAN CLEMENTE; MARI-GAILA, SU MUJER, Y SIMONIÑA, NACIDA DE LOS DOS
ROSA LA TATULA, VIEJA MENDIGA
MIGUELÍN EL PADRONES, MOZO LEÑADOR *LAÑADOR*
UN CHALÁN
MUJERUCAS QUE LLENAN LOS CÁNTAROS EN LA FUENTE
MARICA DEL REINO CON OTRAS MUJERUCAS
UN ALCALDE PEDÁNEO
UNA RAPAZA
EL CIEGO DE GONDAR
EL VENDEDOR DE AGUA DE LIMÓN
UN PEREGRINO
LA PAREJA DE CIVILES
UN MATRIMONIO DE LABRIEGOS CON UNA HIJA ENFERMA
LA VENTERA
SERENÍN DE BRETAL
UNA VIEJA EN UN VENTANO
UNA MUJER EN PREÑEZ
OTRA VECINA
UN SOLDADO CON EL CANUTO DE LA LICENCIA
LUDOVINA LA TABERNERA
TROPAS DE RAPACES CON BURLAS Y CANCIONES
BEATERIO DE VIEJAS Y MOZAS
BENITA LA COSTURERA
QUINTÍN PINTADO
MILÓN DE LA ARNOYA
COIMBRA, PERRO SABIO
COLORÍN, PÁJARO ADIVINO
EL TRASGO CABRÍO
UN SAPO ANÓNIMO QUE CANTA EN LA NOCHE
FINAL DE GRITOS Y ATRUJOS MOCERILES


[9]

OPERA OMNIA

DIVINAS PALABRAS

TRAGICOMEDIA DE ALDEA



VOL XVII

[11]






JORNADA PRIMERA

[13]


DIVINAS PALABRAS: JORNADA PRIMERA: ESCENA PRIMERA

 

(SAN CLEMENTE, ANEJO DE VIANA DEL PRIOR. Iglesia de aldea sobre la cruz de dos caminos, en medio de una quintana con sepulturas y cipreses. Pedro Gailo, el sacristán, apaga los cirios bajo el pórtico románico. Es un viejo fúnebre, amarillo de cara y manos, barbas mal rapadas, sotana y roquete. Sacude los dedos, sopla sobre las yemas renegridas, las rasca en las columnas del pórtico. Y es siempre a conversar consigo mismo, huraño el gesto, las oraciones deshilvanadas.)

 

[14]

PEDRO GAILO.-  ...Aquellos viniéronse a poner en el camino, mirando al altar. Estos que andan muchas tierras, torcida gente. La peor ley. Por donde van, muestran sus malas artes. ¡Dónde aquellos viniéronse a poner! ¡Todos de la uña! ¡Gente que no trabaja y corre caminos!...

 

(PEDRO GAILO se pasa la mano por la frente, y los cuatro pelos quédanle de punta. Sus ojos con estrabismo miran hacia la carretera donde hacen huelgo dos farandules, pareja de hombre y mujer con un niño pequeño, flor de su mancebía. Ella, triste y esbelta, la falda corta, un toquillón azul, peines y rizos. El hombre, gorra de visera, la guitarra en la funda, y el perro sabio sujeto de un rojo cordón mugriento. Están sentados en la cuneta, de cara al pórtico de la iglesia. Habla el hombre, y [15] la mujer escucha zarandeando al niño que llora. A esta mujer la conocen con diversos nombres, y, según cambian las tierras, es Julia, Rosina, Matilde, Pepa la Morena. El nombre del farandul es otro enigma, pero la mujer le dice Lucero. Ella recibe de su coime el dictado de Poca Pena.)

 

LUCERO.-  Tocante al crío, pasando de noche por alguna villa, convendría soltarlo.

POCA PENA.-  ¡Casta de mal padre!

LUCERO.-  Pon que no lo sea.

POCA PENA.-  Tú mismo eres a titularte de cabra.

[16]

LUCERO.-  Pues titulándome padre del crío, considero que no debo legarle mi mala leche.

POCA PENA.-  ¿Qué estás ideando? ¡No te pido correspondencias para mí, te pido que tengas entrañas de padre!

LUCERO.-  ¡Porque las tengo!

POCA PENA.-  Si el hijo me desaparece, o se me muere por tus malas artes, te hundo esta navaja en el costado. ¡Lucero, no me dejes sin hijo!

LUCERO.-  Haremos otro.

[17]

POCA PENA.-  ¡Ten caridad, Lucero!

LUCERO.-  Cambia la tocata.

POCA PENA.-  ¡Escapado de un presidio!

 

(LUCERO hace un gesto desdeñoso, y con la mano vuelta pega en la boca de la coima, que, gimoteando, se pasa por los labios una punta del pañuelo. Mirando la sangre en el hilado, la coima se ahinca *ahínca* a llorar, y el hombre tose con sorna, al compás que saca chispas del yesquero. Pedro Gailo el sacristán levanta los brazos entre las columnas del pórtico.)

 

[18]

PEDRO GAILO.-  ¡A otro lugar era el iros con vuestros malos ejemplos, y no venir con ellos a delante de Dios!

LUCERO.-  Dios no mira lo que hacemos: Tiene la cara vuelta.

PEDRO GAILO.-  ¡Descomulgado!

LUCERO.-  ¡A mucha honra! ¡Veinte años llevo sin entrar en la iglesia!

PEDRO GAILO.-  ¡Te titulas amigo del Diablo!

[19]

LUCERO.-  Somos compadres.

PEDRO GAILO.-  Ahora ríes enseñando los dientes, ya te llegará el rechinarlos.

LUCERO.-  No temo esa hora.

POCA PENA.-  Hasta las bestias del monte temen.

PEDRO GAILO.-  Para toda conducta hay premio o castigo, enseña la doctrina de Nuestra Santa Madre la Iglesia.

[20]

LUCERO.-  Cambie usted la tocata, amigo. Esa polka es muy antigua.

PEDRO GAILO.-  Dios Nuestro Señor no baja su dedo porque yo calle.

LUCERO.-  ¡Bueno!

 

(UNA VIEJA con mantilla de paño pardo sale al pórtico, después otra, más tarde otra. Salend eshiladas *Salen deshiladas*, portan agua bendita en el cuenco de las manos y la van regando sobre las sepulturas. La última tira de un dornajo con cuatro ruedas, camastro en donde bailotea adormecido un enano hidrocéfalo. Juana la Reina, sombra [21] terrosa y descalza que mendiga por ferias y romerías con su engendro, interroga al sacristán, de quien es hermana.)

 

LA REINA.-  ¿Cómo no disteis la comunión en la misa?

PEDRO GAILO.-  No había partículas en el copón.

LA REINA.-  Hacía cuenta de recibir a Dios. La tierra me llama.

PEDRO GAILO.-  Sí que estás decaída.

LA REINA.-  Esta madre roe en mí.

PEDRO GAILO.-  ¡Madre llamas a la tierra! ¡Madre es de [22] todos los pecadores! ¿Y el sobrino va despertándose? Él alumbra algún conocimiento, hermana mía.

LA REINA.-  ¡Malpocado!

 

(PEDRO GAILO pone su ojo bizco sobre el enano, que con expresión lela mueve la enorme cabezota. Y la madre le espanta las moscas que acuden a posarse sobre la boca belfa donde el bozo negrea. Tirando del dornajo cruza la quintana y sale a las sombras de la carretera. El perro del farandul, levantado en dos patas, ensaya un paso de danza ante aquella figura triste y color de tierra. Lentamente el animal se dobla, y agacha la cola aullando con el aullido que reservan los canes para el aire del muerto. Lucero silba, y el perro, otra vez en dos patas, va para su amo, que ríe guiñando un ojo.)

 

[23]

LUCERO.-  Este animal tiene pacto con el compadre Satanás.

PEDRO GAILO.-  Hasta que tope quien le diga los exorcismos y reviente en un trueno.

LUCERO.-  Reventaremos los dos.

PEDRO GAILO.-  Con la verdad quieres levantar una duda.

LUCERO.-  Me has conocido el pecado.

POCA PENA.-  ¡Cuánta pamema!

[24]

LUCERO.-  ¡Ven acá, Coimbra! Y mira mucho cómo respondes a una pregunta. Mano derecha para el Sí. Mano siniestra para el No. El rabo te queda para El Qué Sé Yo. Y ahora responde sin mentira: ¿A este amigo su señora le hace Don Cornelio?

 

(COIMBRA, siempre en dos pies, reflexiona moviendo la cabeza, manchada de negro y azafrán, co ncascabeles *con cascabeles* en la punta de las orejas. Poco a poco, poseída del espíritu profético, queda inmóvil mirando a su dueño, y tras un momento de vacilar, temblantes los cascabeles de las orejas, comienza a mover furiosamente el brazuelo izquierdo.)

 

LUCERO.-  Amigo, Coimbra responde que no. Ahora [25] va a decirnos otra cosa: ¿Coimbra, tendrías ciencia para conocer si este amigo está llamado a ser de la Cofradía de los Coronados? Mano derecha para el Sí. Mano siniestra para el No. El rabo le queda a usted, señorita, para El Qué Sé Yo.

 

(COIMBRA, moviendo la cola y ladrando, vuelve a saltar en dos patas, y con leve y alterno temblor en los brazuelos, se avizora mirando al farandul. Los cascabeles de las orejas tienen un largo y sutil temblor. El farandul sonríe siempre guiñando un ojo, y de pronto la perra se decide a levantar el brazuelo derecho.)

 

LUCERO.-  ¿No estarás equivocada, Coimbra? Saluda, Coimbra, y pide perdón a este amigo de haberle calumniado.

[26]

PEDRO GAILO.-  ¡Mala ralea! Burlas de un réprobo no afrentan.

LUCERO.-  Amigo, hay que tomarlo como juego. ¡Al avío, Poca Pena!

PEDRO GAILO.-  Mucho vas a reir *reír* en los Infiernos.

 

(POCA PENA tercia el pañolón, recogiendo al niño en sus pliegues, y el farandul se carga a la espalda la jaula del Pájaro Sabio. Caminan.)

 

POCA PENA.-  ¡Ten entrañas de padre, Lucero!

LUCERO.-  ¡Boca callada!

[27]

POCA PENA.-  Romperé la esclavitud de esta vida. Me desapartaré de ti.

LUCERO.-  ¿Sospechas que iría a cortejarte? Estás engañada.

POCA PENA.-  Ya fuiste una vez y a un hombre diste muerte.

LUCERO.-  Mi intención no era.

POCA PENA.-  ¡Si el golpe venía para mí, por qué lo erraste?

[28]

LUCERO.-  Suspende la tocata. ¿Tiene alpiste el pájaro?

POCA PENA.-  Se niega a comer.

LUCERO.-  ¡Coimbra, dónde encontraremos otro? ¿Te parece pedírselo al compadre Satanás?

POCA PENA.-  ¡Pamemas!

 

(SE DESCONSUELA el niño en brazos de la madre, y sobre la espalda del errante bambolea la jaula del pajarito que saca la suerte: Dorada bajo el sol, es Alcázar de la Ilusión.)

 

[29]



JORNADA PRIMERA: ESCENA II

 

(PARAJE de árboles sobre la carretera. Juana la Reina, en aquellas sombras, pide limosna con el pañuelo de flores abierto en las ribas de la cuneta, y el enano hundido en el jergón del dornajo, vicioso bajo la manta remendada, hace su mueca.)

 

LA REINA.-  ¡Un bien de caridad para el desgraciado sin luz de razón! ¡Miradle tan falto de valimiento!

 

(A LO LARGO de sus palabras, gime oprimiéndose los vacíos. Y Rosa la Tatula, que en el buen tiempo de romerías y sementeras también pide limosna, le da sus consejos de vieja prudente y doctora.)

 

[30]

LA TATULA.-  Habías de estar en el Hospital de Santiago. ¡Te entró fiera la dolor!

LA REINA.-  ¡Años va que no me deja!

LA TATULA.-  ¡Y fortuna que el hijo te vale un horno de pan!

LA REINA.-  ¡Pudiera él salir de su jergón, aun cuando contra su madre, con un puñal desnudo se viniera!

LA TATULA.-  Dios Nuestro Señor te lo dió así, y con ello se cumple su divina voluntad.

LA REINA.-  ¿Has visto que vaya contra ella?

[31]

 

(SUSPIRANDO y trenqueando, con un plato de peltre en las manos, iba al encuentro de los ricos feriantes. Un chalán que conduce novillos del monte, levantándose sobre los estribos, da voces por que se aparte del camino.)

 

EL CHALÁN.-  ¡Eh!... ¡No me espantes el ganado!

 

(LA MENDIGA, oprimiéndose los flancos, vuelve a la sombra de los robles. Tiene los ojos con vidrio, y la boca del color de la tierra. Los juvencos del monte, berrendos en negro; desfilan en una nube de polvo, y el chalán, de perfil romano, encendido y obeso, trota a la zaga.)

 

LA REINA.-  ¡Ay, muero! ¡Ay, muero!

[32]

LA TATULA.-  ¿Es mucha la dolor?

LA REINA.-  ¡Un gato que me come en el propio lugar del pecado!

LA TATULA.-  ¡Es mal de ijada!

LA REINA.-  ¡Un trago de anisado dábame la vida!

LA TATULA.-  Alguno pasará que lleve su caneco.

LA REINA.-  ¡El Señor me abra sus puertas!

[33]

LA TATULA.-  Los trabajos del mundo ganan el Cielo.

LA REINA.-  ¡Este día acabo!

 

(SE DOBLA con la boca pegada a la tierra, el pelo sobre las mejillas, y las manos arañando la yerba. Bajo el cairel roído del refajo, las canillas y los pies descalzos son de cera. Rosa la Tatula la contempla con expresión de sobresalto.)

 

LA TATULA.-  ¡Prueba a levantarte! ¡No entregues el alma en este camino, criatura! ¡Tienes que hacer confesión y ponerte a las buenas con el Señor!

LA REINA.-  ¡Ay, qué gran romaje! ¡No falta condumio!

[34]

LA TATULA.-  La dolor te priva el sentido.

LA REINA.-  ¡Recogedme ese pañuelo, que no le cabe encima más moneda!... ¡Calla, Laureano!... ¡Ay, qué bueno!...

LA TATULA.-  ¡San Blas! ¿Esto es delirio?

LA REINA.-  ¡Marelo, pon un vaso de agua de limón! ¡Hay dinero, Marelo!... ¡Hay dinero!

LA TATULA.-  ¡Juana Reino, no acabes aquí, que me comprometes! ¡Prueba a tenerte! ¡Vamos para la aldea!

[35]

LA REINA.-  ¡Qué estrellón en el Cielo!

 

(LA TATULA intenta levantar aquella reliquia doliente, y el cuerpo flácil y deshecho escúrrese alzando los brazos como dos aspas.)

 

LA TATULA.-  ¡Ay, qué rajo!

 

(A LO LEJOS, bajo chatas parras, sostenidas en postes de piedra, asoma un mozuelo, y tras esta figura se diseña el perfil de otra figura tendida a la sombra. El rapaz, requiriendo el palo, échase a los hombros el tabanquillo de los lañadores. Es Miguelín el Padrones, uno que anda caminos, al cual por. sus dengues le suele acontecer en ferias y mercados que lo [36] corran y afrenten. Miguelín lleva arete en la oreja.)

 

LA REINA.-  ¡Acude acá, cristiano!

MIGUELÍN.-  Si es por que te socorra, ya estoy cerca.

LA TATULA.-  ¡Ven acá, por el alma de quien te trajo al mundo!

MIGUELÍN.-  Me parió mi suegra.

LA TATULA.-  Deja esos relatos. ¡La acudió una dolor de alferecía a Juana la Reina!

MIGUELÍN.-  Friégala con ortigas.

[37]

LA TATULA.-  ¡Ven acá, mal cristiano!

MIGUELÍN.-  Ahora acude el Compadre Miau.

 

(EL OTRO que estaba tumbado a la sombra de las parras, ya se incorporaba y salía a la luz. Es aquel farandul otras veces visto en compañía de una mujer apenada que le llamaba Lucero.)

 

MIGUELÍN.-  ¿Bajamos, Compadre Miau?

EL COMPADRE MIAU.-  Solamente veríamos la mueca de la muerte.

MIGUELÍN.-  ¿A usted le mandó el aire?

[38]

EL COMPADRE MIAU.-  Hace rato mandóselo a Coimbra.

LA TATULA.-  ¿Qué receláis, cativos?

EL COMPADRE MIAU.-  Puesto que por nuestro nombre nos llama, vamos para allá caminando.

 

(LOS DOS compadres bajan hacia la carretera. Miguelín se busca con la lengua un lunar rizoso que tiene a un canto de la boca, y el otro bate el yesquero. En la sombra de los robles yace la pordiosera inmóvil y aplastada. Las canillas desnudas salen del refajo como dos cirios de cera.)

 

LA TATULA.-  ¡Juana Reino! ¡Juana Reino!

[39]

EL COMPADRE MIAU.-  No esperes respuesta: Te cumple llevar aviso a las familias. Solamente declaras media verdad: Que en este paraje le entró dolor, y que con el dolor queda. Esa mujer ya está difunta.

LA TATULA.-  ¡San Blas! ¡Que me cueste andar en justicias tener el corazón de manteca!

EL COMPADRE MIAU.-  Excusado decir que a mí para nada me nombras...

LA TATULA.-  ¿Y quién advirtió que era muerta?

EL COMPADRE MIAU.-  No me nombras.

LA TATULA.-  ¿Y si me llaman a declarar?

[40]

EL COMPADRE MIAU.-  No me nombras.

LA TATULA.-  ¡Tanto temor qué representa!

EL COMPADRE MIAU.-  Tu cuero para un pandero.

 

(EL FARANDUL se ha sentado a la sombra de los árboles, y pica dos tagarninas juntas con su navaja de Albacete. Rosa la Tatula, helada y prudente, se calza los zuecos en la orilla de la carretera, requiere el zurrón de espigas, y apoyada en el palo, tranqueando, se parte a llevar la mala nueva. En la fronda del robledo, el idiota, negro de moscas, hace su mueca. Miguelín el Padrones, con la punta de la lengua sobre el lunar rizoso, se escurre ondulando, y mete las manos redondas bajo el [41] jergón del dornajo, de donde saca una faltriquera remendada, sonora de dinero.)

 

EL COMPADRE MIAU.-  ¡El timbre es de plata!

MIGUELÍN.-  De la que da la gata.

EL COMPADRE MIAU.-  A verlo vamos.

MIGUELÍN.-  Esto solamente es negocio mío.

EL COMPADRE MIAU.-  ¡No le creía a usted tan avaro, compadre! Usted no quiere que sea negocio de los dos, y tenemos que ventilarlo.

MIGUELÍN.-  ¿En qué tribunal?

[42]

EL COMPADRE MIAU.-  ¿Compadre, quiere usted que el pleito lo sentencie Coimbra?

MIGUELÍN.-  Compadre, no quiero mi pleito en el Diablo.

 

(EL FARANDUL se levanta, liando el cigarro con aquella su navaja de cachas doradas, y apenas anda dos pasos se sienta sobre la arqueta del lañador. Miguelín, con una sonrisa sesga y muy pálido, esconde el bolso entre la faja. Después, bizcando para mirar el tufo que le cae sobre la frente, estalla la lengua.)

 

EL COMPADRE MIAU.-  ¡Maricuela! Si por buenas no arrías el bolso, te mando al corazón la navaja.

MIGUELÍN.-  ¿Qué fué de aquella mujer que iba en su compañía, Compadre?

[43]

EL COMPADRE MIAU.-  Para su tierra caminando.

MIGUELÍN.-  ¿Muy largo camino?

EL COMPADRE MIAU.-  ¡Muy largo!

MIGUELÍN.-  ¿No será el fin del mundo?

EL COMPADRE MIAU.-  La plaza de Ceuta.

MIGUELÍN.-  Donde está el gran presidio.

EL COMPADRE MIAU.-  Y la flor de España.

[44]

MIGUELÍN.-  ¿Conoce usted esa ribera?

EL COMPADRE MIAU.-  Comadre Maricuela, de allá soy escapado. ¿Qué se ofrece?

MIGUELÍN.-  ¡Y mirando que tanto tiene corrido, no será mejor que renuncie a estos cuartos!

EL COMPADRE MIAU.-  Maricuela, cambia la tocata. Aún estoy por reclamarte un recuerdo en el escalo de la Colegiata de Viana.

MIGUELÍN.-  Si por sospechas fuí a la cárcel, por estar sin culpa a la calle me echaron.

EL COMPADRE MIAU.-  ¿Recuerda usted una ocasión en que estábamos [45] con chanzas en la taberna del Camino Nuevo?

MIGUELÍN.-  ¡Coplas!

EL COMPADRE MIAU.-  Coimbra le ha designado como de aquel negocio.

MIGUELÍN.-  ¡Coplas!

EL COMPADRE MIAU.-  Coplas fueron, que escarbando al pie de la ventana por donde se hizo el robo, descubrió este arete. Recóbrelo usted, que es hermano del que lleva en la oreja, y repartamos ese dinero. Y si usted no quiere la prenda, iremos con ella a los Señores Guardias.

MIGUELÍN.-  ¡Cochinos ochavos! ¡Los aborrezco! ¡A pique estuvimos de reñir, compadre! Riña de enamorados.

[47]



JORNADA PRIMERA: ESCENA III

 

(OTRO CAMINO galgueando entre las casas de un quintero. Al borde de los tejados maduran las calabazas verdigualdas, y suenan al pie de los hórreos las cadenas de los perros. Baja el camino hasta una fuente embalsada en el recato de una umbría de álamos. Silban los mirlos, y las mujerucas aldeanas dejan desbordar las herradas, contando los cuentos del quintero. Rosa la Tatula llega haldeando, portadora de la mala nueva.)

 

LA TATULA.-  ¡Alabado sea Dios, y qué callada es su divina Justicia! Ahí atrás queda privada del sentido Juana la Reina. Estuve dándola voces, y ni a pie ni a mano. Tiene la color de la [48] muerte. Sin tanta ansia como llevo por estar en la villa, pasábame por la puerta de aquella hermana que tiene en la Cruz de Leson. ¿Alguna de vosotras mora por aquel ruero?

UNA MUJERUCA.-  Puerta con puerta tenemos las casas.

LA TATULA.-  Ya le podías llevar la mala razón.

UNA MUJERUCA.-  ¿Y a tu consentimiento rindió el alma?

LA TATULA.-  Que tiene la color de la muerte, es cuanto digo.

OTRA MUJERUCA.-  Llevaba tiempo que roía en ella el mal. Ya pasó sus trabajos, soles y lluvias, siempre a [49] tirar del carretón. ¿Qué suerte tendrá ahora el engendro? ¿Adónde rodará?

LA TATULA.-  Conforme al modo que ello se considere, es una carga y no la es. Juana la Reina achicaba en un día más bebida que una de nos achica en un año, y la bebida no la dan sin moneda. Por su engendro tenía mantenencia. ¡Mal sabéis lo que se gana con un carretón! No hay cosa que más compadezca los corazones. Juana la Reina sacaba un diario por riba de siete reales. ¿Y adónde vas tú, cuerpo sano, que saques ni el medio de ese estipendio?

 

(DOS MUJERES, madre e hija, con los cántaros en la cabeza, bajan por el sendero a la umbría de la fuente. La madre, blanca y rubia, risueña de ojos, armónica en los ritmos del cuerpo y de la voz. [50] La hija, abobada, lechosa, redonda, con algo de luna, de vaca y de pan.)

 

UNA MUJERUCA.-  Cara aquí vienen las Gailas. Esas son familias.

LA TATULA.-  Mari-Gaila, casada con un hermano carnal de la difunta. Pedro Gailo, el sacristán, en sus papeles es Pedro del Reino.

OTRA MUJERUCA.-  El porte que ellas traen no es de saber la nueva.

LA TATULA.-  Mari-Gaila corre, que a tu cuñada le acudió una alferecía, y está privada en las sombras de la vereda.

MARI-GAILA.-  ¿Cuál de las dos cuñadas?

[51]

LA TATULA.-  Juana la Reina.

MARI-GAILA.-  ¡Ay, Tatula, declárate si ella es difunta, que no me falta fortaleza!

REZO DE LAS MUJERES.-  Más de lo que sabes aquí no sabemos.

 

(MARI-GAILA deja caer el cántaro, desanuda el pañuelo que lleva a la cabeza, y frente a la hija que suspira apocada, abre los brazos en ritmos trágicos y antiguos. La fila de cabezas, con un murmullo casi religioso, está vuelta para la plañidera que bajo las sombras de la fuente aldeana resucita una antigua belleza histriónica. Detenida en lo alto del camino, abre la curva cadenciosa de los brazos, con las curvas sensuales de la voz.)

 

[52]

MARI-GAILA.-  ¡Escacha el cántaro, Simoniña! ¡Simoniña, escacha el cántaro! ¡Qué triste sino! ¡Acabar como la hija de un déspota! ¡Nunca jamás querer acogerse al abrigo de su familia! ¡Ay, cuñada, no te llamaba la sangre, y te llamó para siempre la tierra que todos pisan de una vereda! ¡Escacha el cántaro, Simoniña!

UNA MUJERUCA.-  ¡No hay otra para un planto!

OTRA MUJERUCA.-  De la cuna le viene esa gracia.

OTRA MUJERUCA.-  Corta castellano como una alcaldesa.

MARI-GAILA.-  ¡Ay, cuñada, soles y lluvias, andar caminos, [53] pasar trabajos, fueron tus romerías en este mundo! ¡Ay, cuñada, por cismas te despartistes de tus familias! ¡Y qué mala virazón tuviste para mí, cuñada! ¡Ay, cuñada, te movían lenguas anabolenas!

LA TATULA.-  Las familias, si no es que son padres para hijos, hay que tenerlas como ajenas.

UNA MUJERUCA.-  La ley de sangre siempre da su dictado.

LA TATULA.-  Por veces también se niega.

MARI-GAILA.-  ¡No en mi pecho, Tatula!

LA TATULA.-  Así se contempla.

[54]

MARI-GAILA.-  Y aun cuando me quede sin pan que llevar a la boca, he de hacerme el cargo del carretón.

LA TATULA.-  El carretón, si no lo retiras de los caminos, trae provecho.

MARI-GAILA.-  ¡Cativo provecho si tengo que dejar el apaño de mi casa!

LA TATULA.-  Lo pones en arriendo. Si llega el caso, habla conmigo.

MARI-GAILA.-  Lo tendré presente. Que venga a mí el cargo del carretón, tampoco lo dificulto. La difunta era hermana de mi hombre, y otra familia más allegada no tiene.

[55]

LA TATULA.-  El pleito será entre vosotros y tu cuñada Marica del Reino.

MARI-GAILA.-  ¡Pleito! ¿Por qué ha de haber pleito? Yo hago esta caridad porque tengo conciencia. ¿Quién puede disputarle el cargo al hermano varón? Si van a justicias, el varón gana el pleito o no hay ley derecha.

LA TATULA.-  Pues si para en tu dominio, recuerda de lo que ahora tenemos hablado.

MARI-GAILA.-  Ya te echo el alto. Ninguna palabra hay de por medio.

LA TATULA.-  Cierto que no hay palabra, pero si quieres recordar alguna cosa de lo hablado...

[56]

MARI-GAILA.-  Aquello que no se me borre podré recordarlo.

LA TATULA.-  Yo me pasaré por tu puerta.

MARI-GAILA.-  Con bien llegues a ella.

UNA MUJERUCA.-  El carretón representa un horno de pan.

OTRA MUJERUCA.-  ¡De pan trigo!

MARI-GAILA.-  ¡Qué mala ventura tuviste, cuñada! ¡Aprendan de ti las Anabolenas! ¡Morir sin confesión en un camino!

 

(SIMONIÑA, blanca, simplona, carillena, apretando los ojos remeda el planto de su madre, y abre los brazos ante el cántaro roto.)

 

[57]



JORNADA PRIMERA: ESCENA IV

 

(EL ROBLEDO, al borde del camino real. Juana la Reina está tendida de cara al cielo, y tiene sobre el pecho una cruz formada por dos ramas verdes. Los pies descalzos y las canillas del color de la cera, asoman por debajo de la saya como dos cirios. Bastián de Candás, alcalde pedáneo, pone guardas a la muerta, y da sus órdenes con una mano en el aire, como si fuese a bendecir.)

 

EL PEDÁNEO.-  Vosotros, rapaces, aquí firmes, sin desviaros del pie de la finada difunta. No habéis de consentir por cosa del mundo que muevan el cuerpo antes de comparecer el Ministro de la Ley.

[58]

 

(ALGUNAS mujerucas aldeanas llegan haldeando. Resplandor de faroles, negrura de mantillas. Viene, entre ellas una vieja encorvada que da gritos con el rostro entre las manos. Por veces se deja caer en tierra abriendo los brazos, y declama las frases rituales de un planto. Es Marica del Reino, hermana de la difunta.)

 

MARICA DEL REINO.-  ¿Dónde estás, Juana? ¡Callaste para siempre! ¡Nuestro Señor te llamó, sin acordar de los que acá quedamos! ¿Dónde estás, Juana? ¿Dónde finaste, hermana mía?

UNA MOZA.-  ¡Conformidad, tía Marica!

 

(TÍA MARICA, ayudada por las mujeres y cubierta con el manteo, camina encorvada. Cuando llega al pie de la difunta, se abraza con ella.)

 

[59]

MARICA DEL REINO.-  ¡Ay, Juana, hermana mía, qué blanca estás! ¡Ya no me miran tus ojos! ¡Ya esa boca no tiene palabras para esta tu hermana que lo es! ¡Ya no volverás a detenerte en mi puerta para catar los bollos del pote! ¡Cegabas por ellos! ¡Inda esta segunda feria los merendamos juntas! ¡Qué bien te sabían con unto y con nebodas *nébodas*!

 

(DESPUÉS del planto, queda recogida sobre las rodillas, gimiendo monótonamente. Las mujerucas se sientan en torno, refiriendo azares de los caminos, casos de muertes repentinas, cuentos de almas en pena. Y cuando decae el interés de aquellas historias, renueva su planto Marica del Reino. Atravesando la robleda, llega el matrimonio de los Gailos. La mujer, echada [60] sobre los hombros la mantilla, y el marido, con capa larga y bastón señoril de dorada contera y muleta de hueso. La hermana, viéndolos llegar, se alza de rodillas y abre los brazos con dramática expresión.)

 

MARICA DEL REINO.-  ¡Tarde vos dieron el aviso! Yo llevo aquí el más del día, casi que estoy tullida de la friura de la tierra.

PEDRO GAILO.-  El hombre que tiene cargo, no dispone de sí, Marica. ¿Y cómo fué que aconteció esta incumbencia?

MARICA DEL REINO.-  ¡Ordenado estaría en la divina proposición!

[61]

PEDRO GAILO.-  ¡Cabal! ¿Pero cómo fué que ello aconteció?

MARICA DEL REINO.-  ¿Y a mí lo preguntas? ¡Vírate para la difunta, que ella solamente puede darte la respuesta!

PEDRO GAILO.-  ¡Difunta, hermana mía, mucho te tiraba el andar por caminos, y andando por ellos topaste la muerte!

MARICA DEL REINO.-  ¡Las mismas consideraciones le tengo hechas! ¡Dios nos ampare!

 

(EL SACRISTÁN, limpiándose los ojos, donde el estrabismo parece acentuarse, se acerca al dornajo del idiota.)

 

[62]

PEDRO GAILO.-  ¡Ya eres huérfano, y no puedes considerarlo, Laureano! ¡Tu madre, la hermana mía, es finada, y no puedes considerarlo, Laureano! ¡Por padre tuyo putativo me ofrezco?

MARICA DEL REINO.-  El cargo del inocente a mí me cumple.

MARI-GAILA.-  Nosotros tampoco lo abandonamos, cuñada.

 

(MARI-GAILA tiene el gesto de desenfado y una luz provocativa en los ojos parleros. La otra tuerce la cabeza mostrando desdén.)

 

[63]

MARICA DEL REINO.-  A mi hermano, que lo es, me refería.

MARI-GAILA.-  Mas yo te respondía.

EL PEDÁNEO.-  Muera el cuento.

PEDRO GAILO.-  ¿Qué esperamos, Bastián?

EL PEDÁNEO.-  Esperamos la comparecencia de la Justicia.

PEDRO GAILO.-  Poco tiene que esclarecer. Para mí, la difunta bebió alguna agua corrompida, y eso [64] la mató. Es probado que los sulfatos de las viñas emponzoñan las aguas y producen muertes.

EL PEDÁNEO.-  ¿Recordáis aquella mi vaca pintada?

MARI-GAILA.-  ¡Una vaca como una reina!

EL PEDÁNEO.-  Pues a la muerte la tuve, que la saqué adelante con cocimientos de genciana. Por cima de siete reales gasté en botica.

UNA VIEJA.-  Hay aguas mortales.

[65]

PEDRO GAILO.-  Que las hay no tiene duda, y al cuerpo adolecido más pronto lo dañan. Le corrompen el interior.

MARI-GAILA.-  Entre el señorío, tanto mirar mal el aguardiente, y no decir cosa ninguna contra las aguas.

EL PEDÁNEO.-  El señorío mira mal el aguardiente porque se regala con otros resolios.

MARI-GAILA.-  ¡Anisete escarchado!

[66]

 

(POR el camino real vese venir al juez, caballero en un rucio de gayas jalmas y anteojeras con borlones. El alguacil zanquea al flanco, como espolique. Las mujerucas, alzadas sobre las rodillas y soplándose los dedos, avivan la luciérnaga de sus faroles. Comienza un planto solemne.)

 

MARICA DEL REINO.-  ¡Juana, hermana mía, si en el mundo de la verdad topas con mi difunto, dirásle la ley que le guardé! ¡Dirásle que nunca más quise volver a casar, y que no me faltaron las buenas proporciones! Ahora soy una vieja, pero me dejó bien lozana! Dirásle que un habanero de posibles me pretendía, y que jamás le viré cara. ¡Un mozo como un castillo!

MARI-GAILA.-  ¡Cuñada, flor de los caminos, ya estás a la vera de Dios Nuestro Señor! ¡Cuñada, que [67] tantos trabajos pasaste, ya tienes regalo a su mesa! ¡Ya estás en el baile de los ángeles. ¡De hoy más tu pan es pan con huevos y canela! ¡Ay, cuñada, quién como tú pudiese estar a oir *oír* los cuentos divertidos de San Pedro!

[69]



JORNADA PRIMERA: ESCENA V

 

(SAN CLEMENTE. El atrio con la iglesia en el fondo. Pasa entre los ramajes el claro de la luna. Algunos faroles, posados en tierra, abren sus círculos de luz aceitosa en torno al bulto de la difunta, modelado bajo una sábana blanca. Los aldeanos del velorio -capas y mantillas- beben aguardiente al abrigo de la iglesia. El murmullo de las voces, las pisadas, las sombras tienen el sentido irreal y profundo de las consejas.)

 

PEDRO GAILO.-  Desde el momento primero, yo fuí en decir que la difunta finó por haber bebido de alguna [70] fuente ponzoñosa, pues ya van muchas desgracias en ganados y cristianos así aparejadas.

MARI-GAILA.-  Y el engendro bebió algún trago de la misma agua, pues todo se derramó, con perdón, en las pajas. Fué menester lavarlo como a un niño de teta. ¡Y si supieseis qué completo es de sus partes!

MARICA DEL REINO.-  ¡Calla, cuñada! Poco tendrás que renegar de tales trabajos, que yo me hago cargo del carretón.

MARI-GAILA.-  ¡Ahí está tu hermano! Con él te gobiernas, Marica.

MARICA DEL REINO.-  ¿Qué tienes tú que deponer, hermano mío?

[71]

PEDRO GAILO.-  Los brazos de un hombre llevan mejor cualesquiera carga.

MARICA DEL REINO.-  La voluntad de la difunta era encomendarme el cuido del carretón. ¡Declarado me lo tenía!

MARI-GAILA.-  ¿Dónde están los testigos, Marica?

MARICA DEL REINO.-  Con mi hermano hablaba.

MARI-GAILA.-  Pero yo te escuchaba.

[72]

MARICA DEL REINO.-  ¡Ay, si la difunta pudiera declarar su voluntad!

PEDRO GAILO.-  ¡Habla tú, difunta hermana mía! Habla si era tu intención negar la ley de familia.

LA TATULA.-  No esperes te responda, que la muerte no hila palabras.

EL PEDÁNEO.-  Tiene sin aire el fol, y no hay palabra sin aire, como no hay llama.

PEDRO GAILO.-  Pero se obran prodigios.

[73]

EL PEDÁNEO.-  En otros tiempos, que en éstos al carro de la muerte ninguno le quita los bueyes.

MARICA DEL REINO.-  ¡Y todo este hablar salió a cuento del pleito que tratan entre sí de sustentar dos hermanos propios carnales!

MARI-GAILA.-  No habrá pleito si tú respetas el derecho del que nació varón.

MARICA DEL REINO.-  Consultaremos con hombre de Ley.

EL PEDÁNEO.-  ¡Como lleguéis a la puerta del abogado, os [74] enredáis más! Sin salir de la aldea hallaréis barbas honradas sabiendo de Ley.

PEDRO GAILO.-  ¿Cuál es tu dictado, Bastián de Candás?

EL PEDÁNEO.-  Si fuese a daros mi dictado, a ninguno había de contentar. ¡Como que ninguno tiene la Ley!

MARI-GAILA.-  ¿No llama al hermano varón?

EL PEDÁNEO.-  Las voces de la Ley tú no las alcanzas.

MARI-GAILA.-  ¡Pero aquí hay alguno que sabe latines!

[75]

EL PEDÁNEO.-  A eso solamente respondo que latines de misa no son latines de Ley.

PEDRO GAILO.-  ¿Cuál es tu dictado, Bastián de Candás?

EL PEDÁNEO.-  ¡Si no habéis de seguirlo, para qué escucharlo!

MARICA DEL REINO.-  Te pedimos tu consejo, y cumples con darlo.

EL PEDÁNEO.-  Si como la finada no deja otro bien que el hijo inocente, dejase un par de vacas, cada cual se llevaría su vaca de la corte. Tal se [76] me alcanza. Y si dejase dos carretones, cada cual el suyo.

LA TATULA.-  Tampoco había pleito.

EL PEDÁNEO.-  Pues si solamente deja uno también habéis de repartiros la carga que represente.

LA TATULA.-  No es carga, que es provecho.

EL PEDÁNEO.-  Son bienes proindivisos, que dicen en juzgados.

MARI-GAILA.-  ¡Ay, Bastián, tú sentencias, pero no enseñas cómo se puede repartir el carretón! ¿Zueco en dos plantas, dónde irás que lo veas?

[77]

EL PEDÁNEO.-  Pero vi muchos molinos cada día de la semana, moler para un dueño.

UNA MOCINA.-  Mi padre muele doce horas en el molino de András.

MARICA DEL REINO.-  Por manera que el justo sentir es de repartirse el carretón entre las familias, determinados los días.

EL PEDÁNEO.-  Un suponer: Sois dos llevadores de un molino. De lunes a miércoles saca el uno la maquila, y el otro de jueves a sábados. Los domingos van alternados.

LA TATULA.-  Así no había pleito.

[78]

MARICA DEL REINO.-  A ti te corresponde hablar, hermano mío.

PEDRO GAILO.-  Lo que propone aquí este vecino honrado es un consejo, y a nosotros cumple tomarlo o dejarlo. Mi sentir ya está manifiesto, el tuyo debes declararlo.

MARICA DEL REINO.-  Mi sentir está con el tuyo, y de ahí no me descarrío.

MARI-GAILA.-  Retuertas vienen esas palabras.

MARICA DEL REINO.-  Claras como el sol.

EL PEDÁNEO.-  Veremos si yo marcho por tus caminos, [79] Marica del Reino. A mi ver, con tales palabras quieres significar que te avienes con aquello que se avenga este tu hermano.

MARICA DEL REINO.-  ¡Claramente!

EL PEDÁNEO.-  ¿Y tú qué respondes, Pedro del Reino?

MARI-GAILA.-  Este bragazas se conforma al respective.

EL PEDANEO.-  Pues muera el cuento.

MARICA DEL REINO.-  Por manera que tres días el carretón al cargo mío, y otros tres al cargo de mi cuñada.

EL PEDÁNEO.-  El domingo es el indiviso.

[80]

LA TATULA.-  Ya tenéis hechas las partijas, sin peritos.

MARI-GAILA.-  Hay que cumplimentarlo bebiendo una copa. Cachea por el caneco del aguardiente, marido.

PEDRO GAILO.-  Míralo a la vera tuya, arrimado a las parihuelas de la difunta.

MARI-GAILA.-  Y hay que darle una copa al baldadiño.

EL PEDÁNEO.-  ¿Lo cata?

MARI-GAILA.-  Y se relame. Veréis vosotros cómo no se conforma con una. Está imbuido en la bebida.

[81]

LA TATULA.-  Tantas lluvias y soles por caminos... Sin ese reparo moría.

MARI-GAILA.-  ¿Quieres echar una copa, Laureano?

LA TATULA.-  Amuéstrale el caneco, que por palabras no saca el sentido.

 

(MARI-GAILA, donairosa y gentil, erguida al pie de la difunta, colma el vaso de las rondas, y respira con delicia el aroma del aguardiente.)

 

MARI-GAILA.-  Bastián, a ti toca beber el primero, que fallaste el pleito.

[82]

EL PEDÁNEO.-  Pues a la salud de toda la compañía.

MARI-GAILA.-  A tras de ti va el baldadiño. Ahora lo catas, Laureano.

LA TATULA.-  Dáselo para que remede el trueno. ¡Lo hace cumplidamente!

MARI-GAILA.-  ¡Mirad aquí, por vuestra alma! ¡Saca la lengua como un pito!

EL IDIOTA.-  ¡Hou! ¡Hou! ¡Dade acá!

[83]

MARI-GAILA.-  ¿Quién lo da?

EL IDIOTA.-  Nanay.

LA TATULA.-  ¿Qué es ello, Laureano?

EL IDIOTA.-  Hou! ¡Hou!

MARI-GAILA.-  ¿Cómo se pide?

EL IDIOTA.-  ¡Releche! ¡Hou! ¡Hou!

MARICA DEL REINO.-  Dale el trago y no lo hagas más condenar.

[84]

MARI-GAILA.-  Has de hacer el trueno, si quieres beber.

EL IDIOTA.-  ¡Miau! ¡Fu! ¡Miau!

MARI-GAILA.-  Cativo, así es el gato.

LA TATULA.-  Laureano, remeda el cohete que vas a beber.

MARICA DEL REINO.-  No lo hagáis más condenar.

EL IDIOTA.-  ¡Ist!... ¡Tun!... ¡Tun!... ¡Tun!... ¡Ist!... ¡Tun!...

[85]

EL PEDÁNEO.-  Ya se ganó el trago.

MARI-GAILA.-  ¡Es un mundo de divertido!

PEDRO GAILO.-  ¡Enternece!

MARICA DEL REINO.-  ¡La finada, muy bien adeprendido lo tenía! No por ser nuestra hermana dejaba de ser una mujer de provecho. ¡Ay, Juana, qué negro sino tuviste!

MARI-GAILA.-  ¡Ay, cuñada, espera el día para el planto, y bebe tu copa, que ya se me cansan los brazos de estar alzados con el caneco!

[86]

 

(LA OTRA suspira y, antes de catar el aguardiente, se pasa por los labios un pico de la mantilla. Luego, de un sorbo, con mueca de repulsa, apura el trago. Mari-Gaila bebe la postrera y se sienta en el corro. Una vieja comienza un cuento, y el idiota, balanceando la cabeza enorme sobre la almohada de paja, da su grito en la humedad del cementerio.)

 

EL IDIOTA.-  ¡Hou! ¡Hou!

EL SAPO.-  ¡Cro! ¡Cro!

FIN DE LA JORNADA PRIMERA

[87]





JORNADA SEGVNDA *SEGUNDA*

[89]


DIVINAS PALABRAS: JORNADA SEGVNDA *SEGUNDA*: ESCENA PRIMERA

 

(LUGAR DE CONDES. VIEJO caserío con palios de vid ante las puertas. Eras con hórreos y almiares: Sobre las bardas, ladradores perros. El rayar del alba, estrellas que se apagan, claras voces madrugueras, mugir de vacas y terneros. Sombras con faroles entran y salen en los establos obscuros, portando brazadas de yerba. Cuece la borona en algún horno, y el humo de las jaras monteses perfuma al casal que se despierta. Marica [90] del Reino, acurrucada en el umbral de su casa, se desayuna con el cuenco de berzas.)

 

UNA VECINA.-  ¿Cuido que espera al carretón, tía Marica?

MARICA DEL REINO.-  Desde ayer que lo espero.

LA VECINA.-  Pues se demora su cuñada la Gaila.

MARICA DEL REINO.-  ¡Cuñada! Esa palabra me sujeta la lengua. A la gran ladra, como trae otras luces dentro del fol, la toma el escuro sobre los caminos, y se pasa la noche por ventorrillos y tabernas, perdiendo la conducta.

LA VECINA.-  Cuando tiene una copa, muy divertida se [91] pone. ¡San Blas, lo que pudimos reir *reír* con ella estos tiempos pasados en el ventorrillo de Ludovina! El Ciego de Gondar, que también estaba a barlovento, la requería para que se le juntase, y ella le cerraba la boca con cada sentencia…

MARICA DEL REINO.-  Pues el ciego es agudo.

LA VECINA.-  Pues no le valía su agudeza. Y todo se lo decían en coplas: El ciego con la zanfona, y ella con el pandero.

MARICA DEL REINO.-  Milagros del vino, y mal mirar por la conducta.

LA VECINA.-  ¡Si no se paga todo lo que bebe! Muchos la [92] convidan por su labia y por oirle *oírle* las coplas tan divertidas que saca.

MARICA DEL REINO.-  ¡Es gracia nueva que nunca le conocí! ¡Y no haber modo de redención para el baldadiño! Ni mira por él, ni le remuda la paja del jergón, ni le pasa unas aguas por sus vergüenzas, que está llagado como un San Lázaro. ¡Ay, qué alma negra!

LA VECINA.-  Pues el carretón rinde su provecho. ¡Algunos quisieran ese bien!

MARICA DEL REINO.-  A ella le rinde, porque no se duele de pasearlo por soles y lluvias, de feria en feria. Otra cosa acontece conmigo. Como es mi sangre, me compadece, y solamente trabajos [93] me procura. ¡Rodando el carretón todo el día, nunca arribé al estipendio de una peseta!

LA VECINA.-  Pues su cuñada, en bebida ya lo sobrepasa.

MARICA DEL REINO.-  A mí me ata la decencia.

LA VECINA.-  Y cuando ella bebe, convida al carretón.

MARICA DEL REINO.-  ¡No es mérito! También se lo gana.

LA VECINA.-  Pues el anisado tampoco ha de ser cosa buena para el Inocente.

[94]

MARICA DEL REINO.-  Superado, no. Una copa, si tiene lombrices, se las quema.

LA VECINA.-  Quedárase en una...

MARICA DEL REINO.-  ¡No me lo digas!

LA VECINA.-  Y hoy no espere a su cuñada la Mari-Gaila.

MARICA DEL REINO.-  ¡Cállate ese texto! ¡Cuñada! ¡Cuñada! ¡Nunca esa gran bribona lo fuera! ¡Y el hermano mío, tan engañado!

[95]

LA VECINA.-  Tío Pedro canta en los entierros, y la mujer en los ventorrillos.

MARICA DEL REINO.-  ¡Cuánta verdad que las mujeres somos hijas de la Serpiente! ¡Y el hermano mío, tan ajeno de su vergüenza!

LA VECINA.-  El solamente ve la moneda.

MARICA DEL REINO.-  ¡Ni eso!

LA VECINA.-  La Mari-Gaila aventuro que se fué con el carretón a la feria de Viana. No pierde ella ese provecho.

[96]

MARICA DEL REINO.-  ¡Y me roba mi día! ¡Santo Tomás, una y no más! Rescato el carretón y no se lo vuelvo. Te lo digo secretamente: La sombra de mi hermana vino a llamar en mi puerta: Ve los trabajos que pasa el hijo de su pecado, y me declaró que no quiere verlo en manos ajenas. Me ordenó hacerme todo el cargo del carretón, y a esa intrusa le pronosticó fierros de cadenas en este mundo y en el otro. ¡Si te digo mentira, que me condene!

LA VECINA.-  Son cosas que traen los sueños.

MARICA DEL REINO.-  Estaba bien despierta.

LA VECINA.-  ¿Y talmente habló con el alma de la difunta?

[97]

MARICA DEL REINO.-  ¡Talmente! No lo divulgues.

LA VECINA.-  Sepulto queda.

 

(LA VECINA entra en su casa a mirar por la lumbre. Pica en el umbral una clueca con pollos, y tres críos, sucios, que enseñan las carnes, se desayunan sobre una higuera.)

 

[99]



JORNADA SEGVNDA *SEGUNDA*: ESCENA II

 

(VN *UN* SOTO de castaños, donde hace huelgo la caravana de mendigos, lañadores y criberos, que acuden anuales a las ferias de Agosto en Viana del Prior. La Mari-Gaila, gozosa de su nueva ventura, sofocada y risueña, llega tirando del dornajo, por la carretera cegadora de luz.)

 

MIGUELÍN.-  Mucho te vale el tesoro, Mari-Gaila.

MARI-GAILA.-  Ni un mal chavo pelón.

EL CIEGO DE GONDAR.-  ¡Si robas la plata con la ocurrencia que [100] sacaste de enseñar las vergüenzas del engendro!

MARI-GAILA.-  No son tiempos estos en que corra dinero

EL VENDEDOR DE AGUA DE LIMÓN.-  El dinero, aun cuando se deje sentir, es a corros, y siempre se duelen los de algún arte.

EL CIEGO DE GONDAR.-  ¡Por acá nos dolemos todos!

MIGUELÍN.-  No hay dinero, y el que hay lo emboba el Compadre Miau.

MARI-GAILA.-  ¡Séptimo Miau! Tengo oído, y también de su perro Coimbra. A lo que cuentan, es un tuno de mucho provecho.

[101]

MIGUELÍN.-  ¡Un condenado!

 

(MARI-GAILA arrima el dornajo a la sombra de los castaños y se sienta a la vera, los ojos y los labios alegres de malicias.)

 

MARI-GAILA.-  Me va por la pierna una pulga con zuecos, y voy ver si la cazo. ¡No mires, Padronés!

MIGUELÍN.-  ¿Qué temes? ¿Qué te saque tacha? Público es que las piernas tienes tuertas.

MARI-GAILA.-  Tuertas y encanilladas.

EL CIEGO DE GONDAR.-  Contigo no hay penas. Puestos los dos a [102] correr ferias y romerías, ganáramos muy buenos machacantes. Y tú ya no dejas esta vida.

MARI-GAILA.-  Es el bien que me trujo la herencia renegada.

MIGUELÍN.-  ¿Pues no abandonaste el Palacio del Rey?

MARI-GAILA.-  Abandoné mi casa donde era reina.

EL VENDEDOR DEL AGUA DE LIMÓN.-  Muy mal le irá a usted, señora, pero tiene usted unas carnes que no tenía.

LA TATULA.-  ¡Y colores!

[103]

MARI-GAILA.-  Toda la vida tuve las colores de una rosa, así me achacaron lo de la bebida. ¡Cuando era la buena conducta!

 

(RIEN *RÍEN* los mendigos, negros y holgones, tumbados a la sombra de los árboles. Por la carretera, una niña con hábito nazareno, conduce un cordero encintado, sonriendo extática entre la pareja de sus padres, dos aldeanos viejos. Mozas vestidas de fiesta pasan cantando, entre tropas de chalanes y pálidos devotos que van ofrecidos...)

 

EL VENDEDOR DEL AGUA DE LIMÓN.-  Promete estar superior la feria de Viana.

MIGUELÍN.-  La feria que estos tiempos suena, es la del Cristo de Bezán.

[104]

MARI-GAILA.-  Esas ferias distantes son buenas para vosotros, que sois cuerpos libres. ¿Pero, adónde voy yo, siete leguas tirando del carretón?

EL CIEGO DE GONDAR.-  Se busca una buena compañía, y se hace el camino por jornadas. Para sacar del carretón su por qué *porqué*, las ferias de la montaña. Esas son ferias de mucho bien de Dios.

MARI-GAILA.-  A donde *Adonde* ese año no falto es al San Campio de la Arnoya.

EL CIEGO DE GONDAR.-  Y verás tú provecho, si te pones en un acuerdo conmigo.

MARI-GAILA.-  De acuerdo ya estamos, salvo que tú llames [105] acuerdo al dormir juntos, y eso de mí no lo esperes.

LA TATULA.-  ¡Amén de Dios, si el pecado no puede con vosotros!

MARI-GAILA.-  Con mi carne de rosas, que este cativo ya me está palpando. ¡Aparta la mano, centellón!

EL CIEGO DE GONDAR.-  ¡No escapes, Mari-Gaila!

MARI-GAILA.-  Cachea si tienes un mixto.

EL CIEGO DE GONDAR.-  ¿Quieres hacerte la calderada?

[106]

MARI-GAILA.-  ¡Mucho penetras!

EL CIEGO DE GONDAR.-  Me llegaron vientos de sardinas. ¿Y si juntáramos el compango, Mari-Gaila?

MARI-GAILA.-  De mi banda, solamente puedo poner cuatro arenques que me dieron en una puerta. Es comida que reclama bebida.

EL CIEGO DE GONDAR.-  Tiéntame las alforjas, que algo bueno viene en ellas.

MARI-GAILA.-  ¡Ay, tunante! Te das el trato de un Padre Prior.

[107]

 

(MARI-GAILA, los brazos desnudos y las trenzas recogidas bajo el pañuelo de flores, enciende unas ramas, y se levantan cantando las lenguas de una hoguera. El humo tiende olores de laurel y sardinas, con el buen recuerdo del vino agrio y la borona aceda. Un viejo venerable, que parecía dormido, se incorpora lentamente. Tiene el pecho cubierto de rosarios y la esclavina del peregrino en los hombros.)

 

EL PEREGRINO.-  A fe que siento, cristianos, no tener cosa que ofreceros para ser parte.

MARI-GAILA.-  Pues la alforja rumbo mete.

EL PEREGRINO.-  No guarda otra cosa que mi penitencia.

[108]

EL CIEGO DE GONDAR.-  ¡Algún pernil!

EL PEREGRINO.-  La piedra donde descanso la cabeza cuando duermo.

 

(ABRE la alforja y enseña un canto del río con un gran alvéolo redondo y pulido, la huella de largos sueños penitentes. Mari-Gaila, ante aquel prodigio, siente una gozosa ternura.)

 

MARI-GAILA.-  Llegue acá, venturoso, y haremos entre los tres reparto.

EL PEREGRINO.-  ¡Alabado sea Dios!

[109]

MARI-GAILA.-  ¡Alabado siempre sea!

 

(MARI-GAILA aparta las sardinas de la lumbre y las pone en una escudilla de peltre. Luego saca el pan y la bota de las alforjas del ciego, y hace un lugar al peregrino en torno de la capa remendada, que sirve de mantel. Mientras come la compañía, el ciego, con risa socarrona, huele su sardina puesta sobre una tajada de pan, y alarga la oreja.)

 

EL CIEGO DE GONDAR.-  El cabezal lo tiene de piedra, pero las muelas aún le ganan. La penitencia es para el mal dormir, que para el mal comer... ¡Contro con el santo!

[110]

EL PEREGRINO.-  Tres días llevaba sin tocar sustento.

EL CIEGO DE GONDAR.-  ¿Indigestado?

EL PEREGRINO.-  ¡Penitente!

EL CIEGO DE GONDAR.-  Somos viejos en esos engaños, amigo.

 

(EL PEREGRINO acoge tales palabras con gesto seráfico, y el ciego, tras de refrescar la boca con el trago, torna a reir *reír*. Miguelín el Padronés, que en las mismas sombras remienda un paraguas, hace un guiño maleante y silba un aire. La pareja de tricornios, negra y polvorienta, [111] penetra en las sombras del soto donde sestea la taifa de hampones. Viéndola llegar, todos callan, y la pareja, inquiridora, cruza entre unos y otros.)

 

UN GUARDIA.-  ¿No estuvo aquí uno que hasta hace poco corría las ferias con una mujer de la vida? El Conde Polaco.

EL CIEGO DE GONDAR.-  Aquí no tratamos con gente tan política.

EL OTRO GUARDIA.-  Es el nombre con que viene reclamado.

EL CIEGO DE GONDAR.-  El nombre se cambia más pronto que la pelleja.

[112]

MIGUELÍN.-  ¿En qué oficio se emplea ese sujeto, Señores Guardias?

UN GUARDIA.-  En los más peores, y se me representa extraño que os sea desconocido.

EL CIEGO DE GONDAR.-  Unos corremos el mundo con honradez, y otros sin ella.

MARI-GAILA.-  Ya se les alcanza a los Señores Guardias.

EL OTRO GUARDIA.-  Yo, para no equivocarme, os ponía a todos a la sombra. ¡Cuidado con lo que se hace, que andamos vigilantes!

[113]

MARI-GAILA.-  Nuestras obras están a la luz del sol, Señores Guardias.

UN GUARDIA.-  ¡Pues mucho ojo!

 

(LOS SEÑORES GUARDIAS, adustos, partida la jeta cetrina por el barboquejo de hule, se alejan bajo miradas de burla y temor. El correaje, los fusiles, los tricornios, destellan en la carretera cegadora de luz.)

 

EL CIEGO DE GONDAR.-  ¡No hay prenda como la vista! Estos son más ciegos que los que andamos a las escuras.

MIGUELÍN.-  Pudiera suceder.

[114]

EL CIEGO DE GONDAR.-  Me parece que señalamos el mismo santo.

MIGUELÍN.-  Yo nada aventuro.

EL CIEGO DE GONDAR.-  Pues mi boca está sellada.

MARI-GAILA.-  ¡Qué hablar por cifra!

EL CIEGO DE GONDAR.-  Acá nos entendemos.

MIGUELÍN.-  ¡Miau!

[115]

 

(EL TAIMADO mozuelo, recostado en el tronco de un árbol, abre el paraguas por juzgar del arte con que puso el remiendo, y silba un nuevo aire. Mari-Gaila, procurando tomarle al oído, escucha con una sonrisa quieta y los ojos entornados.)

 

MARI-GAILA.-  ¡Linda tocata! Parece habanera.

EL VENDEDOR DEL AGUA DE LIMÓN.-  El compadre Miau vino con ella del fin del mundo.

MARI-GAILA.-  Será de reir *reír* la primera vez que nos encontremos. No le conozco, y llevo tres noches en que sueño con él y con su perro.

[116]

MIGUELÍN.-  Falta que el hombre de tu sueño tenga la cara del Compadre.

MARI-GAILA.-  Padronés, si tal acontece, también te digo que tiene pacto.

[117]



JORNADA SEGVNDA *SEGUNDA*: ESCENA III

 

(LA MARI-GAILA rueda el dornajo y dice donaires. Para convocar gentes bate el pandero.- Claros de sol entre repentinas lluvias. Tiempo de ferias en Viana del Prior. Rinconada de la Colegiata. Caballetes y tabanques bajo los soportales: Verdes, y rojas estameñas, jalmas y guarniciones. Un campo costanero sube por el flanco de la Colegiata. Sombras de robles con ganados. A las puertas del mesón, alboroque de vaqueros, alegría de mozos, refranes de viejos, prosas y letanías de mendicantes. Miguelín el Padronés, bajo la mirada de la mesonera, laña una fuente de flores azules. Coimbra, vestida de colorines, irrumpe entre el gentío, y el alcázar del pájaro mago aparece sobre los hombros del farandul, que ahora se cubre el ojo izquierdo con un tafetán verde. El Compadre Miau levanta su tabanque a la [118] puerta del mesón, y tañe la flauta haciendo bailar a Coimbra. El pájara mago entra y sale en su alcázar, profetizando. Mari-Gaila se arregla sobre los hombros el pañuelo de flores, y buscando que la mire el farandul canta una copla en el ritmo habanero que mueve la flauta del Compadre.)

 
MARI-GAILA
   ¡Yo quisiera vivir en la Habana,
A pesar del calor que hace allí,
Y salir al caer de la tarde
   A paseo en un quitrí *quitrín*!

MIGUELÍN.-  ¿Reconoces al hombre de tu sueño?

MARI-GAILA.-  Cambia por el ojo que lleva tapado.

MIGUELÍN.-  Compadre Miau, una suerte del pajarito para esta mujer. Yo la abono.

[119]

EL COMPADRE MIAU.-  Yo se la regalo, que más merece por su gracia. Colorín, saca la suerte de esta señora. Colorín, interroga su estrella.

MARI-GAILA.-  Mi suerte es desgracia.

 

(COLORÍN, caperuza verde y bragas amarillas, aparece en la puerta de su alcázar, con la suerte en el pico. Mari-Gaila recoge el billete, y sin desdoblarlo se lo entrega al farandul, que hace la lectura en una rueda de rostros atentos.)

 

LECTURA DEL COMPADRE MIAU.-  «Venus y Ceres. En esta conjunción se descorren los velos de tu Destino. Ceres te ofrece frutos. Venus, licencias. Tu destino es el de la mujer hermosa. Tu trono, el de la Primavera.»

[120]

MARI-GAILA.-  ¡Quebrados aciertos! Mi suerte es desgracia.

 

(BAJO el parral ancho y corrido sobre las puertas del mesón, las figuras se definen en una luz verdosa y acuaria. Miguelín el Padronés, lañada la fuente, se arrima al corro, la lengua sobre el lunar, la risa torcida, recogidos los brazos, el andar ondulante.)

 

MIGUELÍN.-  ¿Qué representa el ojo que lleva usted cubierto, Compadre Miau?

EL COMPADRE MIAU.-  Que con uno me basta para conocerle a usted las intenciones, Comadre Maricuela.

MARI-GAILA.-  Vuelve por otra, Padronés.

[121]

EL COMPADRE MIAU.-  ¿No me hace gracia el ojo tapado? ¿Dígalo usted, señora?

MARI-GAILA.-  Si usted se lo descubre, amigo, podré compararlo.

EL COMPADRE MIAU.-  Luego nos apartaremos secretamente para el cotejo. ¿Hace?

MARI-GAILA.-  ¿Qué representa esa palabra?

EL COMPADRE MIAU.-  ¿Quiere decir si quedamos convenidos?

MARI-GAILA.-  Si usted lo desea.

[122]

 

(EL CIEGO DE GONDAR, con la montera derribada y una taza de vino entre las manos, asoma en la puerta del mesón. Tiene la risa jocunda del mosto y del yantar.)

 

EL CIEGO DE GONDAR.-  Mari-Gaila, ven a echar un trago.

MARI-GAILA.-  Se agradece.

EL CIEGO DE GONDAR.-  Bebe para refrescar la voz, Mari-Gaila. Adentro oí tu copla.

 

(MARI-GAILA enjúgase los labios con un pico del pañuelo que lleva a la cabeza, recibe la taza desbordante y roja de manos del ladino viejo, y bebe, gorjeando el vino en la garganta.)

 

[123]

MARI-GAILA.-  ¡Es canela!

EL CIEGO DE GONDAR.-  Propio del Condado.

MARI-GAILA.-  Y con estas calores se aprecia doblemente.

EL CIEGO DE GONDAR.-  ¿Quieres catar ahora un blanco que hay de Amandi? ¡Sabe a fresas!

MARI-GAILA.-  ¡Buena vida te das!

EL CIEGO DE GONDAR.-  Si quieres catarlo, entra.

MARI-GAILA.-  ¿Y si da en mareárseme la chola?

[124]

EL CIEGO DE GONDAR.-  Nos subimos a dormir al sobrado.

MARI-GAILA.-  ¡Condenada tema! ¿Cómo estás tú sin una buena rapaza?

EL CIEGO DE GONDAR.-  Las rapazas solamente valen para sí. Un ciego requiere mujer lograda.

EL COMPADRE MIAU.-  ¡Más parece al contrario! Como no ve, no puede apreciar hermosura, y cuando palpe querrá encontrar las mollas prietas.

EL CIEGO DE GONDAR.-  ¿Tú, cómo las tienes, Mari-Gaila?

LA VENTERA.-  Después de parir, no hay mollas duras.

[125]

MARI-GAILA.-  Eso va en la condición de cada mujer. Yo, después de parir, tenía la carne que no se me agarraba un repulgo.

EL CIEGO DE GONDAR.-  Deja ver cómo la tienes ahora.

MARI-GAILA.-  Para que te acompañe, has de tener las manos quedas.

EL COMPADRE MIAU.-  ¡Si usted se va, no podremos hacer el cotejo!

MARI-GAILA.-  ¿Habla usted del cotejo del ojo biroque?

EL COMPADRE MIAU.-  ¡Cabal!

[126]

MARI-GAILA.-  Nos juntamos luego.

EL COMPADRE MIAU.-  ¿Quiere usted esperarme en el mesón?

MARI-GAILA.-  Con este amigo le aguardo, si no se tarda.

 

(MARI-GAILA bate en la espalda del viejo ladino, y penetra en el mesón, tirando del dornajo. Antes de desaparecer en la obscuridad del zaguán se vuelve, y con un guiño dice abur a los que se quedan.)

 

EL COMPADRE MIAU.-  El garbo de esta mujer no es propio de estos pagos. ¡Y el pico!

[127]

EL VENDEDOR DE AGUA DE LIMÓN.-  ¡Pues no se dan las pocas mujeres de gusto y postín en esta tierra! Y usted habrá oído de una que tiene fama en el mundo. ¡La Carolina Otero! Pues esa es hija del legoeiro de San Juan de Balga. ¡Esa, la propia que se acuesta con el rey de los franceses!

EL COMPADRE MIAU.-  Los franceses no tienen rey.

EL VENDEDOR DE AGUA DE LIMÓN.-  Pues del que manda allí.

EL COMPADRE MIAU.-  Allí es República, como debiera serlo la España. En las Repúblicas manda el pueblo, usted y yo, compadre.

EL VENDEDOR DE AGUA DE LIMÓN.-  ¡Pues entonces, con quién se acuesta la [128] hija del legoeiro de San Juan de Balga? ¡Porque la historia es cierta! ¡Y ahí tiene usted una hija que no se olvida de su madre! ¡La sacó de andar a pedir, y la puso taberna!

LA TATULA.-  ¡Y pensar que una suerte como esa pudo tener la Mari-Gaila!

MIGUELÍN.-  Coplas de este amigo.

EL VENDEDOR DE AGUA DE LIMÓN.-  Este amigo, por tener andado mundo, debe entenderlo.

EL COMPADRE MIAU.-  Esa mujer, en unas manos que supiesen conducirla, pudo llegar adonde la otra.

EL VENDEDOR DE AGUA DE LIMÓN.-  ¡Mucho decir es!

[129]

EL COMPADRE MIAU.-  No soy el primero. Colorín también se lo ha pronosticado, y en su pico está toda la ciencia de lo venidero. ¡A la suerte del pajarito, señoras y señores! ¡A la suerte del pajarito, que les descorrerá el velo del porvenir! ¡Señoras y señores, a la suerte del pajarito!

[131]



JORNADA SEGVNDA *SEGUNDA*: ESCENA IV

 

(LA QUINTANA DE SAN CLEMENTE, a la caída de la tarde, en la hora de las Cruces. Está llena de pájaros y de sombras casi moradas. Pedro Gailo, el sacristán, pasea por el pórtico, batiendo las llaves. Con las barbas grises sin afeitar, y las mejillas cavadas, el sacristán tiene algo que recuerda la llama amarilla de los cirios. Salen de la iglesia las últimas mujerucas, y reza sobre la tierra fresca de una sepultura, Marica del Reino.)

 

PEDRO GAILO.-  ¡Adiós, Marica! Al salir, cierra la cancela.

MARICA DEL REINO.-  No te vayas sin hablar conmigo. Déjame rematar este Gloria.

[132]

 

(EL SACRISTÁN se sienta en el muro del atrio sonando las llaves. Marica del Reino se santigua. El hermano la ve venir sin moverse.)

 

MARICA DEL REINO.-  ¿Qué era lo tratado?

PEDRO GAILO.-  ¿Por dónde vienen esas palabras, Marica?

MARICA DEL REINO.-  ¿Y no se te alcanza? ¡Pues es manifiesto!

PEDRO GAILO.-  Si no haces más luz...

MARICA DEL REINO.-  ¿Qué fué del carretón?

[133]

PEDRO GAILO.-  Cuanto tú sabes, cuanto sé.

MARICA DEL REINO.-  ¡Así dejas que la mujer se te vaya extraviada!

PEDRO GAILO.-  Tiene quien le cubra la honra.

MARICA DEL REINO.-  ¡Ay, hermano mío, otro tiempo tan gallo, y ahora te dejas así picar la cresta! ¿Qué te dió esa mala mujer que de tu honra no miras?

PEDRO GAILO.-  ¡Llegas como la serpiente, Marica!

MARICA DEL REINO.-  ¡Porque te hablo verdad, me motejas!

[134]

PEDRO GAILO.-  ¡Te dejas mucho llevar de calumnias, Marica!

MARICA DEL REINO.-  ¡Calumnias! ¡Ojalá lo fueran, que esa mala mujer, con su conducta, es oprobio de nuestras familias!

PEDRO GAILO.-  ¡Tanto hablar, tanto hablar, pudiese acontecer que diese fin de mi prudencia! Ya no le queda más que el rabo.

MARICA DEL REINO.-  ¡Acaba de desollarlo, y paga en esta tu hermana, que lo es, la rabia de tu honra!

PEDRO GAILO.-  No iban por ti mis palabras, aunque bien pudieran ir. ¡Son muchas las malas lenguas!

[135]

MARICA DEL REINO.-  ¡Ya se te caerá la venda, hermano mío!

PEDRO GAILO.-  ¿Qué puñela quieres que haga? ¡Tú buscas que tu hermano se pierda!

MARICA DEL REINO.-  ¡Busco que no sea consentido!

PEDRO GAILO.-  ¡Que se pierda!

MARICA DEL REINO.-  ¡Tendrás honra!

PEDRO GAILO.-  ¡La honra de una cárcel!

[136]

MARICA DEL REINO.-  No te digo que la mates, pero májala.

PEDRO GAILO.-  Se me vuelve.

MARICA DEL REINO.-  No le darás a ley.

PEDRO GAILO.-  Estoy resentido de pecho. ¡Considera!

MARICA DEL REINO.-  ¡Por qué considero!

PEDRO GAILO.-  Para alcanzar alguna cosa tendría que matarla. Las tundas no bastan, porque se me vuelve. ¡Considera!

[137]

MARICA DEL REINO.-  Pues desuníos.

PEDRO GAILO.-  Nada se remedia.

MARICA DEL REINO.-  Esa mala mujer te tiene avasallado.

PEDRO GAILO.-  Si un día la mato, me espera la cadena.

MARICA DEL REINO.-  ¡Eres bien sufrido!

PEDRO GAILO.-  ¡Tú quieres que yo me pierda, y tanto harás que me subirás a la horca! ¡Me hilan el cáñamo las malas lenguas, y llaman sobre mí al verdugo! ¡Por perdido me cuento! ¡Tendrás, [138] Marica, un hermano ahorcado! ¡Esta noche saco los filos al cuchillo! ¡No quisiera sobre mi alma tus remordimientos!

MARICA DEL REINO.-  ¡A mí me culpas! Si tienes perdida la honra y miras por cobrarla, será tu sino que así sea.

PEDRO GAILO.-  El sino que me dan las lenguas murmuradoras. ¡Abrasadas sean tantas malas lenguas! ¡Así se pierde a un hombre de bien que iba por su camino sin faltar! ¡Cuitado de mí! ¡Marica, hermana mía, cómo de considerarlo no te entra mayor pena!

MARICA DEL REINO.-  El corazón tengo cubierto.

PEDRO GAILO.-  ¡Ay, qué negro calabozo el que me dispones!

[139]

MARICA DEL REINO.-  ¡En qué hora triste fuiste nacido! ¡Jamás de los jamases me quitaré el luto de encima, si llevas a cabo tu mal pensamiento! ¡Ay, hermano mío, antes quisiera verte entre cuatro velas que sacando filo al cuchillo! ¡Celos con rabia a la puerta de la casa, nunca dictaron buen consejo! ¡Ay, hermano mío, sentenciado sin remedio! ¡Cuando quieres mirar por tu honra, te echas encima una cadena! ¡Esconde el cuchillo, hermano mío, no le saques filo! ¡No te comprometas, que solamente de considerarlo, toda el alma se me enciende contra esa mala mujer! ¡La gran Anabolena se desvaneció con el carretón! ¡Ay, hermano mío! ¿Por qué es tan tirana la honra, que te ordena cachear, en busca de esa mujer, hasta los profundos de la tierra?

 

(LAS voces declamadoras de aquella vieja, en el silencio del atrio lleno de sombras moradas, de fragancias de rocío, de vuelos inocentes de pájaros, [140] tienen el sentido de las negras sugestiones, en la primera inocencia sagrada. El sacristán huye por el camino de la aldea: La sotana escueta y el bonete picudo ponen en su sombra algo de embrujado: Se vuelve, perdido entre los maizales llenos del rezo de anochecido, y levanta los brazos negros, largos, flacos.)

 

PEDRO GAILO.-  ¡Me entregas al pecado! ¡Me entregas al pecado!

[141]



JORNADA SEGVNDA *SEGUNDA*: ESCENA V

 

(CIELO estrellado. Una garita de carabineros medio tumbada en la playa y deshaciéndose. Olas de mar con perfiles de plata abren sobre las peñas; se mecen sombras de masteleros; alumbran las boyas lejanas; en la taberna del puerto hay coplas y cartas. Mari-Gaila llega tirando del dornajo, y escucha, acurrucándose en la sombra de la garita. Suenan livianos unos cascabeles. Coimbra corre la playa olfateando. Y se destaca, por negro, en la puerta iluminada de la taberna, la figura de Séptimo Miau. Mari-Gaila le cecea, y en la sombra de la garita se juntan los dos.)

 

MARI-GAILA.-  Vamos más lejos.

[142]

SEPTIMO MIAU.-  No se sobresalte usted.

MARI-GAILA.-  Miro por mi honra. Si aciertan a vernos juntos, ya están levantando un enredo.

SEPTIMO MIAU.-  Podemos ocultarnos en la casilla.

MARI-GAILA.-  No le quiero a usted tan cerca, amigo. Retire usted el brazo.

SEPTIMO MIAU.-  Ya está usted amenazándome con las uñas.

MARI-GAILA.-  Es mi modo. ¿Y cómo va usted por el mundo sin una buena compañera?

[143]

SEPTIMO MIAU.-  Aún no pude ganar un corazón.

MARI-GAILA.-  ¿A quién requirió usted, que alcanzó tan mala correspondencia?

SEPTIMO MIAU.-  De mujeres maldigo.

MARI-GAILA.-  Por ellas ciega.

SEPTIMO MIAU.-  Por una sola, que es usted.

MARI-GAILA.-  ¡Cuánta calor!... Pues iba el amigo acompañado, no hace mucho, de una buena hembra.

[144]

SEPTIMO MIAU.-  Usted la ha conocido.

MARI-GAILA.-  Oí conversas. ¿Qué ha sido de ella?

SEPTIMO MIAU.-  Se ha suicidado.

MARI-GAILA.-  ¿Qué representa tal palabra?

SEPTIMO MIAU.-  Que ella misma se ha dado muerte.

MARI-GAILA.-  ¿De verse abandonada?

[145]

SEPTIMO MIAU.-  De falta de cabeza.

MARI-GAILA.-  O de mucho amor.

SEPTIMO MIAU.-  ¿Por usted no se ha matado ningún hombre?

MARI-GAILA.-  ¡Cómo se chulea!

SEPTIMO MIAU.-  Pues seré yo el primero.

MARI-GAILA.-  No tiene mi cara ese mérito.

[146]

SEPTIMO MIAU.-  Usted no puede apreciarlo.

MARI-GAILA.-  ¡Qué labia gasta!

SEPTIMO MIAU.-  Usted no querrá mi muerte.

MARI-GAILA.-  Ni la de usted ni la de nadie. ¡Demonio fuera! ¡No me pase usted el brazo!

SEPTIMO MIAU.-  ¿Tiene usted cosquillas?

MARI-GAILA.-  Sí las tengo. ¡Estése *Estese* quieto el amigo, que llega gente!

[147]

SEPTIMO MIAU.-  Nadie llega.

MARI-GAILA.-  Puede llegar. ¡Es usted atrevido!

SEPTIMO MIAU.-  Vamos a entrarnos en la casilla.

MARI-GAILA.-  ¡Le acudió buena tema!

 

(EL FARANDUL empuja suavemente a la coima, que se resiste blanda y amorosa, recostándose en el pecho del hombre. Los cohetes abren sus luces de colores y cabrillean sobre el mar. Clamoreo de campanas que tocan a vísperas. En la súbita claridad de los cohetes aparecen [148] las torres de la Colegiata. Mari-Galla, en la puerta de la garita, se agacha y levanta un naipe caído en la arena.)

 

MARI-GAILA.-  ¡Las siete espadas! ¿Cómo se interpreta?

SEPTIMO MIAU.-  Que de siete trabajos te recompensas durmiendo esta noche con Séptimo.

MARI-GAILA.-  ¿Y si duermo la semana?

SEPTIMO MIAU.-  De tu vida entera.

MARI-GAILA.-  ¡Se proclama usted Dios!

[149]

SEPTIMO MIAU.-  No conozco a ese sujeto.

 

(MARI-GAILA se detiene resistiendose *resistiéndose* a entrar en la garita, entorna los ojos, respira con reir *reír* alegre de vino y licencias. Dejándose abrazar del farandul, murmura con transporte:)

 

MARI-GAILA.-  ¿Eres el Conde Polaco?

SEPTIMO MIAU.-  Deja esos cuentos.

MARI-GAILA.-  ¿No lo eres?

[150]

SEPTIMO MIAU.-  No lo soy: Mas pudiera suceder que le conociese.

MARI-GAILA.-  Pues si es tu amigo, cumples dándole el santo de que le buscan los Guardias.

SEPTIMO MIAU.-  ¿Piensas que él no lo sepa? ¡Ya estará advertido!

MARI-GAILA.-  ¿Tú no lo eres?

SEPTIMO MIAU.-  Cambia la tocata.

MARI-GAILA.-  Por cambiada.

[151]

SEPTIMO MIAU.-  Entra.

MARI-GAILA.-  ¿Y qué hago del carretón?

SEPTIMO MIAU.-  Lo dejas fuera. Entramos, pecamos y nos caminamos.

MARI-GAILA.-  Lindo verso.

SEPTIMO MIAU.-  ¡Hala!

MARI-GAILA.-  ¡Séptimo, no me aprecias!

[152]

 

(EL FARANDUL muerde la boca de la mujer, que se recoge suspirando, fallecida y feliz. El claro de luna los destaca sobre la puerta de la garita abandonada.)

 

SEPTIMO MIAU.-  ¡Bebí tu sangre!

MARI-GAILA.-  A tí me entrego.

SEPTIMO MIAU.-  ¿Sabes quién soy?

MARI-GAILA.-  ¡Eres mi negro!

[153]



JORNADA SEGVNDA *SEGUNDA*: ESCENA VI

 

(LA CASA de los Gailos. En la cocina, terreña y atejavana *a tejavana*, ahuma *ahúma* el pábilo sainoso del candil, y las gallinas se acogen bajo la piedra morna de las llares. Simoniña, dando cabezones tras un cañizo, soltábase los refajos para dormir, y el sacristán bajaba del sobrado, descalzo y cubierto con una sotana vieja. En una mano trae negro cuchillo carnicero, y en la otra un pichel. Hablando con su sombra se sienta a canto de la piedra larera.)

 

PEDRO GAILO.-  ¡He de vengar mi honra! ¡Me cumple procurar por ella! ¡Es la mujer la perdición del hombre! ¡Ave María, si así no fuera, quedaban por cumplir las Escrituras! ¡De la mujer se revira la serpiente! ¡Vaya si se revira! ¡La serpiente de las siete cabezas!

[154]

SIMONIÑA.-  ¿Qué barulla mi padre? ¡Ande a dormir!

PEDRO GAILO.-  Callar la boca es obediencia.

SIMONIÑA.-  Hoy achicó fuera de ley. ¡Ande a dormir, borrachón!

PEDRO GAILO.-  Tengo de sacar filo al cuchillo.

SIMONIÑA.-  ¡Borrachón!

PEDRO GAILO.-  ¡Toda la noche a la faena!... ¡Para vengar mi honra! ¡Para procurar por ella! ¡Ya va dando los filos! ¡Es mi suerte que me pierda! ¡Sin padre y sin madre te vas a encontrar, [155] Simoniña! ¡Considera! ¡Mira cómo el cuchillo da los filos! ¡Tiene lumbres de centellón! ¿Y tú, tan nueva, qué harás en este valle de lágrimas? ¡Ay, Simoniña, el fuero de honra sin padre te deja!

SIMONIÑA.-  ¡Condenada tema dióle la aguardiente!

PEDRO GAILO.-  ¡Sin padre te quedas! Con este cuchillo he de cortar la cabeza de la gran descastada, y con ella suspendida por los pericos iré a la presencia del Señor Alcalde Mayor: Usía ilustrísima mandará que me prendan. Esta cabeza es la de mi legítima esposa. Mirando por mi honra se la rebané toda entera. Usía ilustrísima tendrá puesto en sus textos el castigo que merezco.

SIMONIÑA.-  ¡Calle, mi padre, que toda la sangre se me hiela! ¡Levantáronle la cabeza con cuentos! ¡Ay, qué almas negras!

[156]

PEDRO GAILO.-  ¿La mujer que se desgarra del marido, qué pide? ¿Y los malos ejemplos, que piden? ¡Cuchillo! ¡Cuchillo! ¡Cuchillo!

SIMONIÑA.-  ¡No se encienda en malos pensamientos, mi padre!

PEDRO GAILO.-  ¡Está escrito! ¡Mujer, pagarás tu vilipendio con la cabeza rebanada!... Te quedas huérfana, y lo mereces por rebelde. No me da ninguna dolor de tu orfandad. Pues a lo mío. ¡Mira cómo el cuchillo reluce!

SIMONIÑA.-  ¡Arrenegado! Usted no es mi padre. El Demonio revistióse en su forma. ¡Tres veces arrenegado! ¿Qué gran culpa es la de mi madre? ¿Dónde se manifiesta?

[157]

PEDRO GAILO.-  ¡Su culpa tú no la ves! ¡Cacheas por ella, y no la ves! ¿Y ves al viento que levanta las tejas? ¡Tu madre tiene sentencia de muerte!

SIMONIÑA.-  ¡Ay, mi padrecito, esperemos que Dios se la mande! Usted no se cubra las manos de sangre. ¡Mire que habrá de verlas siempre manchadas! ¿Y quién nos dice que mi madre no volverá?

PEDRO GAILO.-  ¡Oveja que descarría, clamará en cortaduría! No te pongas de por medio, Simoniña. ¡Desapártate! ¡Déjame que prenda de los pericos a esa mala mujer! ¡He de arrastrarla por la cocina! ¡Berrea, gran adúltera! Llevarás una piedra entre los dientes, como los puercos.

SIMONIÑA.-  Repórtese, mi padrecito. Beba otra copa, y duérmase.

[158]

PEDRO GAILO.-  ¡Calla, rebelde! ¿Por qué abriste la puerta para que se esvaneciese? Enterrada al pie del hogar, nunca descubierta sería...

SIMONIÑA.-  Ha de ser una cueva bien honda, y ahora le cumple tomar ánimos con un trago.

 

(EN CAMISA, descubiertos los hombros, toma el pichel del aguardiente y lo levanta sobre la boca del borracho, que lo aparta con una mano y cierra los ojos.)

 

PEDRO GAILO.-  Bebe tú primero, Simoniña.

SIMONIÑA.-  ¡Es anisado!

PEDRO GAILO.-  Bebe tú y déjame una gota. ¡La mujer se desgarra de su casa!

[159]

SIMONIÑA.-  Apure lo que resta, y espante los malos pensamientos.

PEDRO GAILO.-  La mujer se debe al marido, y el marido a la mujer. Los dos usan de sus cuerpos por el Santo Sacramento.

SIMONIÑA.-  Si quiere mujer ha de hallarla, que no es tan viejo ni tan cativo. Usted busque el amigarse fuera de casa, que otra a gobernar, aquí no entra.

PEDRO GAILO.-  ¿Y si de noche el enemigo me solivianta, que es muy tentador? ¡Muy tentador, Simoniña!

SIMONIÑA.-  Con latines lo espanta.

[160]

PEDRO GAILO.-  ¿Si me llama a pecar contigo?

SIMONIÑA.-  ¡Demonio fuera!

PEDRO GAILO.-  Cúbrete los hombros, que el pecado está en mí revestido.

SIMONIÑA.-  Beba y duérmase.

PEDRO GAILO.-  ¡Qué piernas redondas tienes, Simoniña!

SIMONIÑA.-  Si toda yo soy repolluda, no había de tener flacas las piernas.

PEDRO GAILO.-  ¡Y eres blanca!

[161]

SIMONIÑA.-  No mire lo que no debe.

PEDRO GAILO.-  Vístete un refajo, y vamos a minar la cueva.

SIMONIÑA.-  ¿Otra vez vuelve con el mismo delirio?

PEDRO GAILO.-  ¡Me parte la cabeza!

SIMONIÑA.-  Ande para la cama.

PEDRO GAILO.-  ¿Para qué cama, venturosa? Si no has de estar conmigo en la cama, no voy a ella.

SIMONIÑA.-  Pues deje el cuchillo. ¡Era buena burla acostarnos los dos!

[162]

PEDRO GAILO.-  Vamos a jugársela

SIMONIÑA.-  ¿Ya no piensa en rebanar ningún pescuezo?

PEDRO GAILO.-  Calla la boca.

SIMONIÑA.-  Póngase en pie, y no me pellizque las piernas.

PEDRO GAILO.-  ¡Eres canela!

 

(SIMONIÑA conduce al borracho a la yacija, tras el cañizo, y le empuja, sofocada. Cayéndole la camisa por los hombros, y deshecha la trenza, descuelga el candil y sube a dormir en el sobrado. La voz nebulosa del sacristán sale del cocho de paja.)

 

[163]

PEDRO GAILO.-  ¡Ven, Simoniña! ¡Ven, prenda! Pues que me da corona, vamos nosotros dos a ponerle otra igual en la frente. ¿Dónde estás, que no te apalpo? Ahora tú eres mi reina. Si coceas, no lo eres más. Le devolvemos su mala moneda. ¡Cómo ríe aquel Demonio colorado! ¡Vino a ponérseme encima del pecho! ¡Tórnamelo, Simoniña!... ¡Prenda! ¡Espántamelo!

 

(SIMONIÑA, con el candil en la mano, escucha acurrucada en la escalera. El borracho comienza a roncar, y las palabras borrosas que dibujan la línea del sueño, se distinguen apenas.)

 

[165]


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