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Doloras y Humoradas

Ramón de Campoamor



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ArribaAbajoDoloras




ArribaAbajoCosas de la edad



- I -

   -Sé que corriendo, Lucía,
tras criminales antojos,
has escrito el otro día
una carta que decía:
«Al espejo de mis ojos».
   Y aunque mis gustos añejos
marchiten tus ilusiones,
te han de hacer ver mis consejos
que contra tales espejos
se rompen los corazones.
   ¡Ay! ¡No rindiera, en verdad,
el corazón lastimado
a dura cautividad,
si yo volviera a tu edad,
y lo pasado, pasado!
   Por tus locas vanidades,
que son, ¡oh niña! No miras
más amargas las verdades
cuanto allá en las mocedades
son más dulces las mentiras!
   ¡Y que es la tez seductora
con que el semblante se aliña
luz que le edad descolora!...
Mas ¿no me escuchas, traidora?
(¡Pero, señor, «si es tan niña»...!)


- II -

   -Conozco, abuela, en lo helado
de vuestra estéril razón,
que en el tiempo que ha pasado,
o habéis perdido o gastado
las llaves del corazón.
   Sí amor con fuerzas extrañas
a un tiempo mata y consuela,
justo es detestar sus sañas;
mas no amar, teniendo entrañas
eso es imposible, abuela.
   ¿Nunca soléis maldecir
con desesperado, empeño
al sol que empieza a lucir,
cuando os viene a interrumpir
la felicidad de un sueño?
   ¿Jamás en vuestros desvelos
cerráis los ojos con calma
por ver a solas, sin celos,
imágenes de los cielos
allá en el fondo del alma?
   Y ¿nunca veis, en mal llora,
miradas que la pasión
lance tan desgarradora,
que os hagan llevar, señora
las manos al corazón?
   Y ¿no adoráis las ficciones
que, pasando, al alma deja
cierta ilusión de ilusiones?
Mas ¿no escucháis mis razones?
(¡Pero, señor, «si es tan vieja»...!)


- III -

   -No entiendo tu amor, Lucía,
-Ni yo vuestros desengaños.
-Y es porque la suerte impía
puso entre tu alma y la mía
el yerto mar de los años.
   Mas la vejez destructora
pronto templará tu afán.
-Mas siempre entonces, señora,
buenos recuerdos serán
las buenas dichas de ahora.
   -¡Triste es el placer gozado!
-Más triste es el no sentido;
pues yo decir he escuchado
que siempre, el gusto pasado
suele deleitar perdido.
   -Oye a quien bien te aconseja
-Inútil es vuestra riña.
-Siento tu mal-. No me aqueja.
-(¡Pero, señor, «si es tan niña»...!)
-(¡Pero, señor, «si es tan vieja»...!)






ArribaAbajoGlorias de la vida


   ¡Al fuego, cartas de adorados seres,
por quien la sangre derramé viviendo!
¡Arded a impulsos de esa luz, y, ardiendo,
con vos se extinga «mi fatal pasión»!

   ¡Ved cuál la gloria de sus dulces rasgos
se lleva el aire en fútiles despojos!
¡No su partida lamentéis, mis ojos,
«que humo las glorias de la vida son»!

   ¡Al fuego, signos que sin fe trazaron
falsas mujeres que adoraba ciego!
VICTORIA, OCTAVIA, INÉS... ¡al fuego!, ¡al fuego!
¡Maldita sea «mi fatal pasión»!

   «-¡Nadie en el mundo como yo te adora!»
¡Arda a su vez la que tan bien mentía!
¡Ay! ¡Quién, tal gloria al poseer, diría
«que humo las glorias de la vida son»!

   ¡Al fuego, enigmas de infernal sentido!,
¡digno sepulcro; el desengaño os presta!
¡Cuán bien mi madre me alejaba en ésta
del torpe error de «mi fatal pasión»!

   «¡Huye -dice-, el amor, porque su gloria
y al fin verás, alma del alma mía,
es pacto vil de la ilusión de un día,
«que humo las glorias de la vida son»!






ArribaAbajoVentajas de la inconstancia



   Después de amarla, olvídala; que el cielo
la inconstancia al amor le dio en consuelo.

(PATRICIO M. DE RAYÓN)                



   ¡Ay! Anoche te escuché
(el que escucha oye su mal),
cuando a otro hombre, por tu fe,
le jurabas fe eternal.
      ¡Imprudente!
Nadie quiere eternamente;
que pase un mes y otro mes,
y me lo dirás después.
Aunque nuestro amor fue extraño,
      ya no lloro
ni mi engaño ni tu engaño,
      pues no ignoro
que la inconstancia es el cielo
      que el Señor
abre al fin, para consuelo
la los mártires de amor».

   Después, ¡ingrata! ¿Qué hiciste?
¿Fue el ruido de un beso aquél?
Bien te oí cuando dijiste:
«-No hice otro tanto con él».
      ¡Ay, Victoria
cuán frágil es tu memoria!
Ruega a Dios que siempre calle
aquella fuente del valle...
Si me engañas, ya antes, ducho,
      te engañaré;
porque, aunque me amabas mucho,
      yo bien sé
«que la inconstancia es el cielo
      que el Señor
abre al fin para consuelo
a los mártires de amor».

   Por último, ¡horrible paso!,
dijiste, el partir, de mí:
«-Es un...» ¡Ah! Mas, por si acaso,
lo dije yo antes de ti,
      Sí, gacela:
aquí, el que no corre, vuela.
Lo que tú hoy de mí, yo ayer
dije de ti a otra mujer.
Que los seres en amores
      adiestrados,
todos son engañadores
      y engañados;
«que la inconstancia es el cielo
      que el Señor
abre al fin para consuelo
a los mártires de amor».

   Adiós. Te juro leal,
por el que nació en Belén
que nunca te querrá mal,
si no te quise muy bien.
      Conque adiós.
«Navia y Julio a veintidós».
Hoy por mí, y por ti mañana.
¡Tal es la doblez humana!
Si te ama algún importuno
      o, imprudente,
llegases tú a amar alguno,
      ten presente
«que la inconstancia es el cielo,
      que el Señor
abre al fin para consuelo
a los mártires de amor».






ArribaAbajoLos sollozos


   Si a mis sollozos les pregunto dónde
la dura causa está de su aflicción,
de un ¡ay! que ya pasó, la voz responde:
-«De mi antiguo dolor recuerdos son»-.

   Y alguna vez, cual otras infelice,
que sollozo postrado en la inacción,
de otro ¡ay! que aun no llegó, la voz me dice:
-«De mi dolor presentimientos son»-.

   ¡Ruda inquietud de la existencia impía!
¿Dónde calma ha de hallar el corazón,
si hasta sollozos que la «inercia» cría
presentimientos o memorias son?






ArribaAbajoQuien vive, olvida



   Que la dicha, si es colmada,
si nada turba el contento
suele trocarse en tormento;
porque cansa al corazón
siempre una misma pasión,
siempre un mismo sentimiento.

(EL CONDE DE REVILLAGIGEDO)                



ÉL

   ¡Cuánto amor, Adela mía,
      aquí un día
me juraste y te juré!

ADELA

   Por cierto que fue en Noviembre,
      y en Diciembre
me olvidaste y te olvidé.

ÉL

   Allí grabé con pasión
      la expresión
de que «vivir es amar».

ADELA

   Bajo expresión tan traidora
      graba ahora
que «vivir es olvidar».

ÉL

   Aun por ti mi amor se inflama,
      porque el que ama
nunca olvida, si ama bien.

ADELA

   No hagas de tu amor alarde,
      que, aunque tarde,
«a gran amor gran desdén».

ÉL

   Entre estas ramas, ¡ay triste!,
      me dijiste:
-«No te olvidaré jamás».

ADELA

   No acerté, en mi error profundo,
      que en el mundo
«quien más vive, olvida más».

ÉL

   ¿Cuándo con locos extremos
      volveremos
a amar con tan ciego ardor?

ADELA

   Nunca, pues ya hemos sabido
      «que el olvido
sigue cual sombra al amor».

ÉL

¡Tiempos felices aquellos
      en que, bellos,
«vivir era idolatrar»!

ADELA

   ¡Quién entonces (¡pena fiera!)
      nos dijera
«que vivir es olvidar».






ArribaAbajoLas dos almas


   -¿A dónde vas, alma mía,
hacia ese mundo perdido?
-A ser alma de un nacido
la Omnipotencia me envía.
   Y tú, alma mía, ¿que vuelo
sigues, ganando la altura?
-Dejo a uno en la sepultura
y voy caminando al cielo.
   Puesto que subes, hermana,
y te hallo al bajar al mundo,
dime si es... -Un caos profundo,
que llaman cárcel humana.
   Prosigue, y no tan altiva,
hermana, bajes ahora;
porque vas, siendo señora,
a ser del hombre cautiva.
   Que en él, con rumbo perdido,
sigue en loco devaneo
cada potencia un deseo
y un gusto cada sentido.
   Pues de ansia de goces lleno,
busca el oído armonía,
el paladar ambrosía,
e impúdico el tacto, cieno.
   Así sus gustos sin calma
van los sentidos gozando,
mientras que a merced, flotando,
va de los suyos el alma.
   Y en rumbos tan desiguales
y tan contrarios vaivenes,
si el alma delira bienes,
acosan al cuerpo males.
   Y amando el cuerpo, la tierra,
y el ama adorando al cielo,
siempre están en su desvelo,
carne y espíritu en guerra.
   -Pues si ya, el cíelo ganando,
dejaste cárcel tan fiera,
¿por qué al aire, compañera
vas esas lágrimas dando?
   -Porque hay, hermana, en el suelo
seres que también se adoran,
y que, al dejarlos, se lloran
como al dejar los del cielo.
   -Si el cielo que dejo escalas,
y al mundo voy que tú dejas,
llevemos, pues, tú mis quejas
y yo tu llanto, en las alas.
   Y el mundo adonde me alejo,
cuando le muestre tu llanto,
muestra mis ayes, en tanto,
el cielo hermoso que dejo.
   Y ya que fatídico arde
de mi cautiverio el día,
con Dios queda, hermana mía,
-Hermana mía, Él te guarde.






ArribaAbajoNo hay dicha en la tierra


   De niño, en el vano aliño
de la juventud soñando,
pasé la niñez llorando,
con todo el pesar de un niño.
   Si empieza el hombre penando
cuando ni un mal le desvela,
       «¡Ah!
la dicha que el hombre anhela,
      ¿dónde está?».

   La joven, falto de calma,
busco el placer de la vida,
y cada ilusión perdida
me arranca, el partir, el alma,
   Si en la estación más florida
no hay mal que al alma no duela.
      «¡Ah!
la dicha que el hombre anhela,
      ¿dónde está?».

   La paz con ansía importuna
busco en la vejez inerte,
y buscaré en mal tan fuerte
junto al sepulcro la cuna.
   Temo a la muerte, y la muerte
todos los males consuela.
      «¡Ah!
la dicha que el hombre anhela,
      ¿dónde está?».






ArribaAbajoLa virtud del egoísmo


   Si anoche no estuve, Flora,
a adorar tu talle hermoso,
es porque soy «virtuoso»
y me da sueño a deshora.
      ¡Pecadora!
   Ya le contaré a tu madre
que, porque amo mi quietud
      y salud,
dijiste hoy a mi compadre:
-«¡Qué egoísta es la virtud!».

   ¿Cómo he de ir con fe no escasa
a ver tus ojos serenos,
si hay cien pasos por lo menos
desde mi casa a tu casa?
      Y ¿qué pasa
al hallarnos frente a frente?...
¿Qué?... Tú mientes sin guarismo,
      yo lo mismo.
El no ir, por consiguiente,
«¿es virtud o es egoísmo?».

   «Verbi gratia», el otro, día,
el verte de mi amor harta,
puse un bostezo de a cuarta
entre un «paloma» y un «mía».
      Es falsía
la de bostezar amando;
mas si hoy, con más pulcritud
      y quietud,
no he ido a amar bostezando,
«¿fue egoísmo o fue virtud?».

   Desde hoy no vuelvo a tu edén
a tomar, Flora, el sereno:
si es por «egoísmo», bueno
y si es por «virtud», también,
      Sí, mi bien:
esto haré por mi salud,
aunque diga tu cinismo
      que es lo mismo
«la gloria de la virtud
que el triunfo del egoísmo».






ArribaAbajoPropósitos vanos


Nunca te tengas por seguro en esta vida.


(KEMPIS, lib. I, cap. XX)                




   -Padre, pequé, y perdonad
si en mi amorosa contienda
se lleva el viento a mi edad,
propósitos de la enmienda.

EL CONFESOR

   -¡Siempre es viento
a esa edad un juramento!
¿Qué pecado es, hija mía?

LA PENITENTA

   -El «mismo» del otro día.
Y, aunque es el «mismo», id templando
      vuestro gesto,
pues dijo ayer predicando
      fray Modesto,
«que es inútil la más pura
      contrición,
si abona nuestra ternura
flaquezas del corazón».
   Ayer, padre, por ejemplo,
tocó a misa el sacristán,
y en vez de correr al templo
corrí a la huerta con Juan.

EL CONFESOR

      -¡Triste don,
correr tras su perdición!...

LA PENITENTA

   -Sí, señor; mas don tal vil,
de mil, lo tenemos mil.
No hay niña que a amor no acuda
      más que a misa;
que el diantre a todas, sin duda,
      nos avisa
«que es inútil la más pura
      contrición,
si abona nuestra ternura
flaquezas del corazón».


   La verdad, tan poco ingrata
con Juan estuve en la huerta,
que, como él mirando mata,
huí de él... como una muerta.

EL CONFESOR

      -¡Dulcemente!,
fascina así la serpiente.

LA PENITENTA

   -¡No os extrañéis, siendo el pecho
de masa tan frágil hecho!
Si voy, cuando muera, al cielo
      (que lo dudo),
ya contaré que en el suelo
      nunca pudo
«sernos útil la más pura
      contrición,
si abona nuestra ternura
flaquezas del corazón».


   -Y mañana ¿qué he de hacer,
padre, al sonar la campana,
si él me dice hoy, como ayer:
«Vuelve a la huerta mañana»?

EL CONFESOR

      -¡Ay de vos!
¡Antes Dios y siempre Dios!

LA PENITENTA

   -Es cierto, mas entre amantes
no siempre suele ser antes.
Y, en fin, si de ser cautiva
      me arrepiento,
o me absolvéis mientras viva,
      o presiento
«que es inútil la más pura
      contrición,
si abona nuestra ternura
flaquezas del corazón».






ArribaAbajoLa ciencia de la vida



    Amargando tu existencia
de tu corazón en daño,
ya te enseñaré esta ciencia
el libro «de la Experiencia»
página «del Desengaño».

(E. FLORENTINO SANZ)                




   Seguid: veremos a qué luz impura
del porvenir el caos se ilumina.

EL AGORERO

   -Mas ¿quién, desengañado, no adivina
de la vida el horóscopo fatal?
   Siempre en mi ciencia se predicen bienes.
¡Dios los da al hombre por amor profundo!
Después se augura un mal, porque, en el mundo,
«tarde o temprano es infalible el mal».


   -Seguid.

EL AGORERO

      -Si a un triste le auguráis su estrella,
algún placer le auguraréis mintiendo;
que, aunque nuestro hado es «esperar sufriendo»,
la esperanza, aun sufriendo, es celestial.
   Y si su suerte predecís acaso
a los que mira compasivo el cielo,
hacedles ver que, en la orfandad del suelo,
«tarde o temprano es infalible el mal».


   -Seguid.

EL AGORERO

      -Sabréis mi dolorosa ciencia
si grabáis en la mente con empeño
que es el bien, por ser bien, «sueño de un sueño»,
que el mal, sólo por serlo, «es inmortal».
   Que nunca falta una ilusión gloriosa
que alegre una existencia maldecida,
y que en la paz de la más dulce vida,
«tarde o temprano es infalible el mal».






ArribaAbajoVanidad de la hermosura


A Octavia.





   Ni amor canto, ni hermosura,
porque ésta es un vano aliño
      y, además,
aquél una sombra oscura.

OCTAVIA

   -¿No es más que sombra el cariño?
      -«Nada más».
   Esas flores con que ufana
tu frente se diviniza
      ya verás
cuál son cenizas mañana.

OCTAVIA

   ¿Nada más son que ceniza?
      -«Nada más».
   Y, en tu contento no escaso,
¿qué dirás que es el contento,
      qué dirás?

OCTAVIA

   -¿Nada más que viento acaso?
-Nada más, niña, que viento;
      «nada más».
   En la edad de las pasiones,
a vueltas de mil enojos,
      hallarás
aire, sombras e ilusiones:
¡nada más, luz de mis ojos,
      «nada más»...!






ArribaAbajoVivir es dudar


   Si vivir no es dudar, prenda querida,
decidme, en mal tan fuerte:
«¿es el fin de esta vida nuestra muerte,
o es la muerte el principio de otra vida?»
   Porque es nuestra existencia
turbio fanal de inescrutable esencia,
pues, cual luz mortecina,
sólo bordes de sombras ilumina.
   Siguiendo la esperanza,
quien la alcanza una vez, frágil la alcanza;
si el aire sombra hiciera,
como la sombra de los aires fuera.
   Lloramos la partida
de esta que vuela inconsolable vida,
y es en la humana suerte
la vida el pensamiento de la muerte.
   Nuestros pérfidos cantos
preludios son de venideros llantos;
que es del dolor la puerta
la que el gozo al pasar nos deja abierta,
   El mayor bien gozado
jamás es grande, hasta que ya es pasado;
pues sólo en la memoria
es grande, al parecer, la humana gloria.
   Y en tan vil confusión, prenda querida,
nadie sabe inquirir, en mal tan fuerte,
«si es el fin de esta vida nuestra muerte,
o es la muerte el principio de otra vida».






ArribaAbajoPoder de la belleza


   ¡Me caso! Yo, que odio eterno
siempre profesé a este paso,
como a un paso del infierno,
ya cándidamente tierno...
¿Podréis creerlo?, ¡me caso!
   Y pues ya amo a una mujer
(siento decir que no miento),
justo es que cante, y lo siento,
«de la belleza el poder».

   Yo, que amante meritorio
llevé en España mi ardor
de un jolgorio a otro jolgorio
haciendo el don Juan Tenorio,
con doncellas de labor.
   Hoy mi indómita cabeza
a un yugo al fin se somete:
aquí dio fin el sainete...
«¡oh poder de la belleza!».

   Yo, que canté a cualquier hora:
«No me da pena maldita
si tu pecho no me adora,
pues la mancha de una «mora»,
con otra «blanca» se quita»,
   pero por una mujer,
y (aparte) rabio de celos.
¡A tanto se extiende, cielos,
«de la belleza el poder»!

   Yo, que amé en la edad florida
cada «cien días» a «ciento»,
¡ya hace «un mes» que mi querida
es aliento de mi vida,
es la esencia de mi aliento!
   «Un mes» en mí de terneza
es de treinta años emblema;
es la vida... es el poema
«del poder de la belleza».

   Con mi triste casamiento
(mis ex amadas, mi ex gloria),
¡ya nos arrebata el viento
tanto amor que ha sido historia,
tanta historia que fue cuento!
   Mas todo es sueño, a mi ver,
en esta vida traidora:
sólo es real, a cuartos de hora,
«de la belleza el poder».

   ¡Ya no os daré cantinelas,
jugando al toma y al daca,
pelo, anillos, ni cadenas,
ni tantas cosas, tan buenas
para hacer nidos de urraca!
   Y a fe que es necia flaqueza
que, ganando mil ventajas,
sólo estribe en zarandajas
«el poder de la belleza».

   Pues me caso, Satanás
haga a mi esposa, o Dios la haga
no pedir cuentas de atrás;
pues «si el que la hace la paga»,
¡Santo Cristo de Candás!
   Si expiación llega a haber,
siendo, cual la muerte, fuerte
es horrible, cual la muerte,
«de la belleza el poder».

   ¡Dios a quien ofendo impío,
dad a tanto error disculpa;
perdonad mi desvarío:
¡«por mi culpa», padre mío;
«por mi grandísima culpa»!
   No os venguéis de quien, si empieza
cantando la palinodia,
leo en tono de salmodia
«el poder de la belleza».

   Desde hoy mis glorias de amante
se concretarán, Dios mío,
a tener en adelante
una mujer que me espante
las moscas en el estío.
   No extrañéis que cual placer
el no «ver moscas» os nombre
que a tal punto humilla el hombre
«de la belleza el poder».

   Hoy mi pecho, en conclusión,
pide perdón y perdona
a cuantas fueron y son...
desde Lisboa a Pamplona,
desde Sevilla a Gijón.
   Y hoy, en fin, mi bien empieza,
o empieza mi mal acaso:
de cualquier modo, ¡me caso!
¡VICTORIA POR LA BELLEZA!






ArribaAbajoTodo se pierde


   Rosa, ¿conque perdiste
la flor encantadora
que la noche te di de tu partida?
Aunque la cosa es triste...
la flor vaya en buen hora,
si fue sólo la flor, Rosa, perdida,
mas esto me convida
(perdona) que recuerde
que en el mundo, mi bien, «todo se pierde».

   Todo se pierde, ¡ay triste!
De tu frente, antes pura,
baja, y verás con lágrimas tus ojos;
ya indócil se resiste
al corsé tu cintura
sube al cuello después, y... ¡ay, qué despojos!
El ver seco da enojos,
árbol que fue tan verde.
«Todo se pierde, sí, todo se pierde».

   De este pecho, tuyo antes,
perdí un día la llave,
y cuanto en él guardé perdí con ella.
Ilusiones amantes,
toda la villa sabe
que para ti guardaba, Rosa bella.
Mas ¡cuán tarde mi estrella
hizo que al fin recuerde
que «todo» (¿no es verdad?) «¡todo se pierde!».

   ¿Qué fue de tu hermosura?
¿Qué fue de mi terneza?
De la flor que te di, dime, ¿qué ha sido?
Perdiose la flor pura,
lo mismo que (¡oh tristeza!)
mi amor y tu hermosura se han perdido.
En el mundo es sabido
que, sin que uno se acuerde,
«todo se pierde»; ¡oh Dios!, «¡todo se pierde!».






ArribaAbajoLa compasión


   -Niña: ¿por que desvelada
suspiros con tal empeño?
-El por qué, madre, no es nada
sólo me siento hostigada
por las quimeras de un sueño.
   -El rostro, niña, sepulta
en la holanda, que el espanto,
viendo las sombras, se abulta.
-Así derramaré oculta
entre sus pliegues mi llanto.
   -Pronto, la noche ahuyentando,
llamará el alba a la puerta.
-Pues vendrá en vano llamando,
que si ahora duermo soñando,
después soñaré despierta.
   -¡Ay, que si el mundo ve ya,
de una niña el mal profundo,
que es amor en decir da!
-Pues sus razones el mundo
para decirlo tendrá.
   -¿Y en qué livianas razones
estriba el mal que te aqueja?
-En unas tristes canciones que,
de una lira a los sones,
alzaba un hombre a mi reja.
   Entré afligida en el lecho,
quedé traspuesta, y entonces
sonó un ruido a poco trecho
que ¡cuál llegaría el pecho,
cuando ablandaba los bronces!
   Desperté a oírle, y la lira
no alegró la soledad;
y ahora mi pecho suspira
no sé si porque es mentira,
o porque no fue verdad.
   -Mas, ¿quién alzó las querellas?
-Soñé que era un peregrino.
¡Ay de las tristes doncellas,
si al perseguir su camino
puso los ojos en ellas!
   -¿Un peregrino, alma mía,
cantaba en llanto deshecho?
-Y soñé que era el que un día
buscó albergue en nuestro techo
por la tormenta que hacía.
   Nieves y cierzo arrostrando,
húmedos ya sus despojos,
vino a la puerta llamando
y yo se la abrí, mostrando
la compasión en los ojos.
   -¿De cuándo acá se te alcanza
recordar tal desacuerdo?
-Dejadme en mi bienandanza.
¡Bella será una esperanza,
pero, es muy dulce un recuerdo!
   Aun me ocupa la memoria
cuando, la lumbre cercando,
entre ilusiones de gloria,
una historia y otra historia
me fue, amorosas, contando.
   Siempre en ellas se moría
uno que a su ingrato bien
como a sus ojos quería,
más no me contó que había
hombres ingratos también.
   Diome, con chistes discretos,
conchas, cruces y regalos,
y mágicos amuletos
que por instintos secretos
daban pavor a los malos.
   Y los gustos de la vida
me ponderaba halagüeño
en plática tan sentida
que, cual si fuese beleño,
me iba dejando adormida.
   Y mi amante pesadumbre
prosiguió astuto aumentando,
hasta que el postrer vislumbre
débil lanzando la lumbre,
se fue la sombra espesando...
   -¿Por qué entonces de su fuego
rémora no fue tu calma?
-Creí sus perfidias luego,
porque acompañó su ruego
con un suspiro del alma.
   -Y ¿fuiste, al rayar el día
su ruta, niña, a inquirir?
-En vano fuí, madre mía;
ya el sol derretido había
la nieve que holló al partir.
   Corriendo desalentada
fui de lugar en lugar...
-Y ¿qué hallaste, desgraciada?
-Al cabo de la jornada
hallé el placer de llorar.
   -¿Cuál genio, en tan triste día,
a escuchar su frenesí,
más ciega que él, te impelía?
-La «compasión», madre mía...
-Y... ¿quién la tendrá de ti?






ArribaAbajoCorta es la vida


   Parose, una voz sentida
cierto viajero escuchando,
y vio un ave que, rendida
al pie de un árbol, piando
triste exhalaba la vida.
   Y al ver que, al árbol querido
mirando desde la grama,
alzaba el postrer gemido
hacia la flexible rama,
que era el sostén de su nido.
   -He aquí- dijo en su sorpresa
la imagen de la fortuna:
vagando sin ley alguna,
al fin hallamos la huesa
al mismo pie de la cuna.
   Y alejándose al momento,
por templar su mal no escaso,
añadió en su pensamiento:
-¿Cuánto las separa?- «¡Un paso!»
-¿Y qué media entre ambas?- «¡Viento!»






ArribaAbajoVirtud de la hipocresía


No eres más santo porque te alaben,
ni más vil porque te desprecien.
Lo que eres, eso eres.


(KEMPIS, lib. II, cap. VI)                


   Ya he visto con harta pena
que ayer, alma de mi alma,
mandaste colgar, Elena,
de tu balcón una palma.
   Y, o la palma no es el título
de una candidez notoria,
o no es cierto aquel capítulo
en que habla de ti la historia.
   Pues dicen que hoy, imprudente,
después que la palma vio
riéndose maldiciente
cierto galán exclamó:
   «-Mal nuestra honradez se abona
si nuestras virtudes son
cual la virtud que pregona
la palma de ese balcón».
   Bien te hará entender, Elena,
esta indirecta cruel,
que ya es pública la escena
que pasó entre Dios, tú y él.
   Pues, al mirarte, embebido,
dice entre sí el vulgo ruin.
-Ya hay alientos que han mecido
las flores de ese jardín-.
   Mas tú niegas el hecho, Elena,
porque, en materias de honor,
«antes», el Código ordena,
«ser mártir que confesor».
   Aunque a hablar de ti se atrevan,
siempre será necio intento
dudar de honras que se llevan
palabras que lleva el viento.
   Da al misterio la verdad,
que la virtud, en su esencia
es «opinión la mitad,
y otra mitad «apariencia».
   Palma ostenta, pues es uso;
que, aunque mentir no es prudente,
por algo Dios no nos puso
el corazón en la frente.
   Nada a confesar te venza;
que engañar por el honor
es en los hombres «vergüenza»,
y en las mujeres «pudor».
   Y si tu honor duda implica,
no dudes que hay mil que son
cual la virtud que publica
la palma de tu balcón.






ArribaAbajoEl concierto de las campanas


(Para música)


   Por un «nacido» allí imploran,
y aquí por un «muerto» lloran.
Cuando allí tocando están:
      «¡din don, din dan!»
tocan aquí en bronco son:
      «¡din dan, din don!».

   Allí un «vivo», y aquí un muerto.
A tan monstruoso concierto,
labrando mis goces van,
      «¡din dan, din don!»
su tumba en mi corazón:
      «¡din dan, din don!».

   ¡Ay, cuán falsamente unida
va con la muerte la vida!
¡Qué inútil es nuestro afán!
      «¡Din don, din dan!»
¡Qué breves las dichas son!
      «¡Din dan, din don!».






ArribaAbajoGlorias póstumas


   Aun el pesar me asesina
de cuando aquí por muy cierto
se dijo de CAROLINA,
que (¡Dios nos libre!) había muerto.
      El que menos,
con ojos de espanto llenos.
«-¡Cuánto lo siento!» -exclamaba;
pero ninguno lloraba.
El que se muere, PASTOR,
      o se ausenta,
es «cero» que olvida amor
      en su cuenta.
Los que esperan fe en muriendo,
      ¡cuánto yerran!
«Bueno o malo», a lo que entiendo
«al que se muere lo entierran».

   No hay ser que, al «¡Dios le perdone!»,
con que haré al muerto un regalo,
si es su enemigo, no entone
el «Libera nos a malo».
      Cantan esto
los que no aman, por supuesto;
porque los que aman muy bien,
dicen: «Requiescat... Amén».
Al que ama y no ama, igual pena
      le acomete,
exceptuando alguna escena
      de sainete.
Premio igual dan y reciben
      los que quieren,
«ya olvidando a los que viven,
ya enterrando a los que mueren».

   Cuando más, los muy leales
nos recomiendan a Dios
con dos misas de a «seis reales»:
total, «cuartos» ciento dos.
      Y aun dos misas
no son del todo precisas,
pues con una solamente
cubre un hombre el «expediente...»
¿Para qué, ansiando, vivimos
      entre lloro,
y adquirimos y adquirimos
      oro, y oro,
si al fin un deudo allegado,
      sin gemir
entre un mal lienzo hilvanado
«nos enterrará al morir»?

   «Con tu ausencia y veinte reales,
un duro mi pecho gana».
Así calcula sus males
nuestra condición humana.
      ¡Maldición
sobre tan vil condición!
¿No hay más deudos ni parientes
que las muelas y los dientes?
¡Ay!, di a tu amiga, PASTOR,
      que, si muere,
de nadie gloria ni amor,
      nunca espere;
pues, llenando el ataúd
      do le encierran
como amor, gloria y virtud,
«¡al que se muere lo entierran!».






ArribaAbajoVivir muriendo



Vivit, et est vitae nescius ipsae suae.

(OVIDIO)                


   Al nacer me recibieron
la vida y la muerte en brazos,
y, al ver tan opuestos lazos,
con torva faz prorrumpieron:
   -¿Qué buscas aquí, perdida?-
dijo a la vida la muerte.
-¿Nació para ti, por suerte?-
dijo a la muerte la vida.
   -Dios a mi eterna morada,
responde aquélla, le envía.
-Soy, para entrarle en la mía,
dice ésta, de Dios enviada.
   -Pues vuelva al seno de Dios,
y su justicia decida
si es de la muerte o la vida-,
claman a un tiempo las dos.
   Y haciendo audaz cada una
presa en el mísero infante,
lleno de llanto el semblante
me levanté de la cuna.
   Entre ambas camino incierto
dudando mi fantasía
si antes de nacer vivía,
o si es que, al nacer, he muerto.
   Los que en la vida fui dando
desde mis pasos primeros,
cual dados en sus linderos
los fue la muerte contando.
   Camino, y en mal tan fuerte,
la mente desvanecida,
nombra desvelo a la vida
y llama sueño a la muerte.
   Ponen, con locos empeños,
mis sufrimientos a prueba,
desvelos, si el sol se eleva,
si se alzan las sombras, sueños.
   Y así van al alma mía
sueño y desvelo asediando,
uno tras otro pasando
como la noche y el día.
   Si de la vida, por suerte,
el breve término dejo,
conmigo doy sin consejo
en el confín de la muerte.
   Y a veces tan dulces lazos
forman la muerte y la vida,
que una en otra confundida,
van de una de otra en los brazos.
   ¿Si en mi ataúd, por fortuna,
daré mi primer vagido,
o por fortuna había sido
lecho de muerte mi cuna?
   Si he muerto al nacer, por suerte
¿a qué me asedia la vida?
Y si ésta aun no está cumplida,
¿por qué me asedia la muerte?
   ¿Adónde, en tan ciego abismo,
voy tras de ensueños que adoro,
tanto, que entre ellos ignoro
si sombra soy de mí mismo?
   ¡Sacadme ya, Dios clemente,
de un abismo tan horrendo,
o eternamente muriendo,
o viviendo eternamente!






ArribaAbajoNada de nada.- Nada por nada



   Por cosas de este mundo,
nunca te apures,
que no hay mal que no acabe,
ni bien que dure.

(CANTAR)                



   -«Nada me importa».- Al sentimiento extraño,
ni en el bien gozo, ni en los males peno;
si ahogo en el «no importa» el propio daño
sepulto en un «¡paciencia!» el daño ajeno.
Esperando, mi mal, mi bien engaño;
paso, lo malo en guardar lo bueno;
y así el alma, en si misma sepultada,
da a habido y por haber -«nada de nada».

   -«Me es todo igual». -Nada el placer me importa,
ni al hosco aspecto del dolor me irrito;
si el mal la senda de mi vida acorta,
prorrumpo sin rencor: -«Estaba escrito».
Cuando sus iras mi destino aborta,
-«Buen semblante a mal tiempo», -me repito;
y así, cerrando a la pasión la entrada,
grabé en mi corazón: -«Nada por nada».

   -«Nada me importa». -Que daré no ignoro,
sepulcro al bien y al mal en mi indolencia.
Sé que mi amor han de curar, si adoro,
el tiempo, el gusto, otro placer, la ausencia.
La presunta ilusión templa mi lloro,
amarga mis delirios la experiencia,
y de afectos en lid tan encontrada,
es lema de mi fe: -«Nada de nada»-.

   -«Me es todo igual». -Como insaciable hiena
me hiere el desengaño carnicero,
pero en mi herida, sin placer ni pena,
sepulcro doy al universo entero.
¡Oh vida inútil, de pesares llena!
¡Oh estéril mundo, donde el bien no espero!
Pues os debo esta fe desesperada,
«nada de nada» os doy; «nada por nada».






ArribaAbajoVaguedad del placer



- I -

   -«Al que antes cumpla su anhelo
logrando la dicha extrema
de dar a su sien diadema
hecha de luces del cielo».
   Así una turba ligera
de niños baja diciendo,
tocadas del Iris viendo
las aguas de una pradera.
   Siguen el monte esquivando,
y crece su empeño loco,
en tanto que, poco a poco,
va el Iris su luz menguando.
   Y cuando de su ornamento
creían la sien orlada,
vieron su luz disipada
como fantasma en el viento.
   «¿Cómo es?», -desde el monte erguido
preguntan cuantos los miran.
Y alzan los ojos, suspiran,
y les responden: -«¡Ya es ido!»
-«¡Mentira!» -bajan diciendo
los que ven clara su lumbre,
y en tanto ganan la cumbre
mustios los otros subiendo.


- II -

   Porque sus lindos reflejos
son, el tocarlos, ficciones,
cual son de cerca ilusiones
las que venturas de lejos.
   El Iris, siempre inconstante,
se va mostrando inseguro,
a los que bajan, oscuro,
y a los que suben, brillante.
   -«¿Cómo es?»- en ronco alarido,
gritan los antes burlados;
y los de ahora, extasiados,
triste responden: -«¡Ya es ido!»
-«¡Mentira! -dicen bajando
los que poco antes mintieron,
y a los de abajo se unieron
prestos el monte esquivando.


- III -

   Juntos, con pueril anhelo,
se agitan con ansia ardiente,
corriendo de fuente en fuente
tras los matices del cielo.
   Y todos, dando a cual más
gusto a su pecho anhelante,
unos gritan: -«¡Adelante!»,
y los de adelante: -«¡Atrás!»
   Y así, sin orden ni guía,
aquí y allí discurrieron,
y ni allí ni aquí le vieron,
y en todas partes lucía.
   Y, al verle desvanecido,
con más vergüenza que enojos,
vueltos al cielo los ojos,
exclamaban todos: -«¡Ya es ido!».


- IV -

   Así en eterno cuidado
aquí y allí, nuestro intento
corre fugaz por el viento
tras un placer nunca hallado.
   Que el hombre, en su desacuerdo,
llama, al verle en lontananza,
si es delante, una esperanza,
y si es detrás, un recuerdo.
   Y aun no marcó en su sentido
el gusto una vana huella,
cuando, imprecando su estrella,
suspira y dice: -«¡Ya es ido!»






ArribaAbajoÚltimas abjuraciones




   ¡Voy a morir! Prenda del alma mía,
este el centón de mis quimeras es;
leed, leed, y de la gloria impía
de tanto error abjuraré después.

EL HIJO (leyendo)

   -«Cuna de rosas al nacer hallamos».

EL PADRE

   -«¡Mentira! Abrojos al nacer nos dan».

EL HIJO

   -«Rosas, la vida al comenzar, hallamos».

EL PADRE

   -«¡Falso! ¡Los pies por entre abrojos van!»
¡Voy a morir! Las bárbaras memorias
que el fin amargan de mis horas ved.
¡Cúmulo abyecto de entrañables glorias!
Leed, por Dios, y escarmentad; leed.

EL HIJO

   -«Su vida el hombre de ilusiones puebla».

EL PADRE

   -«¡Ay! Necio error a la ilusión llamad».

EL HIJO

-«Huye la edad de la razón cual niebla».

EL PADRE

-«¡Horror! ¡Pasad, horas sin fin, pasad!».
¡Voy a morir! De nuestra vida escasa,
pasa en engaños la primer mitad;
la otra mitad en desengaños pasa:
¡nunca olvidéis esta cruel verdad!

EL HIJO

-«¡Triste es dejar del mundo la presencia!».

EL PADRE

-«¡Mundo, os doy ledo mi postrer adiós!».

EL HIJO

   -«Perece el bienestar con la existencia».

EL PADRE

-«¡Muerte, del hombre el bienestar sois vos!».






ArribaAbajoQuien más pone, pierde más


   «Es la constancia una estrella
que a otra luz más densa muere;
y a quien más con ella quiere,
menos le quieren con ella».
   Este refrán que te canto,
tiene, amor mío, tal arte,
que su verdad a probarte
con una «conseja» voy.
Fue una niña de quince años
el duende de esta «conseja»,
y aunque la niña ya es vieja,
aun dice entre angustias hoy:
   «Que es la constancia una estrella
que a otra luz más densa muere;
y a quien más con ella quiere,
menos la quieren con ella».

   Tuvo, la niña un amante
a quien, idólatra, un día,
-Te he de querer -le decía-,
hasta después de morir.
   Y si con Dios avenida,
corta mi aliento la muerte,
dejaré el cielo por verte.
Tal dijo, sin advertir
   «que es la constancia una estrella
que a otra luz más densa muere;
y a quien más con ella quiere,
menos le quieren con ella».

   Murió la niña, y cumpliendo
de su antiguo amor los gustos,
dejó el país de los justos
y al mundo el vuela tendió;
   y cuando alegre a su amante
con alas de ángel cubría,
-¿Ves cuál dejé? -le decía-,
el cielo por ti? -Mas, ¡oh!
   «que es la constancia una estrella
que a otra luz más densa muere;
y a quien más con ella quiere,
menos le quieren con ella».

   Durmió el ángel a su lado,
y, de otra esfera anhelante,
sus alas cortó el amante
y en ellas al cielo huyó.
   Y al encontrarse la niña
víctima de un falso trato,
llorando vio que el ingrato
subiendo al cielo cantó:
   «Es la constancia una estrella
que a otra luz más densa muere
y a quien mas con ella quiere,
menos le quieren con ella».






ArribaAbajoAdiós para siempre


A Carolina.




   Porque no infiel juzguéis a mi memoria,
aunque os digo, «por siempre», al huir de vos,
la eternamente lamentable historia
vais a escuchar de mi primer «adiós».

   «Era una niña como vos afable,
lozana, y pura y celestial cual vos».
¡Quién al dejar a un ser tan adorable,
podrá decirle: «¡Para siempre adiós!».

   «Partí... y la fama me contó su muerte».
¡Guárdeos el cielo de su suerte a vos!
Y al recordar su abominable suerte,
dejad que os diga: «¡Para siempre adiós!».

   Pues siempre, herido de dolor tan fiero,
desde aquel día, como ahora a vos,
a cuantos seres con el alma quiero,
¡«adiós», les digo, «para siempre adiós»!






ArribaAbajoBeneficios de la ausencia


   Agur, Irene; hasta cuándo,
no te lo podré decir;
por Dios, que al verme llorando,
ganas me dan de reír.
      ¡Quién creyera,
flor de mi natal ribera,
que si lloro a los dos pasos,
me reiré a los tres escasos!
Esto me recuerda, Irene,
      que algún día
leí contigo una «Higiene»
      que decía
que, conforme a la experiencia
      de un doctor,
«es un bálsamo la ausencia
que cura males de amor».

   Ya te escribiré, mi bien,
cuantas penas me atormenten
aunque,«a ojos que no ven,
corazones que no sienten».
      ¡Qué infinito
será tu amor... «por escrito»!
Mas dice Santo Tomás
que «ver y creer», y no más.
Este refrán no te corra,
      advirtiendo
que «el tiempo todo lo borra»,
      y sabiendo
que, conforme a la experiencia
      de un doctor,
«es un bálsamo la ausencia
que cura males de amor».

   -¡Qué yertas son las francesas!-
te diré todos los días;
-¡qué heladas!- si son inglesas;
y si italianas, -¡qué frías!-
      Y entretanto
mil y mil serán mi encanto.
¡Ah, cubren tanta ficción
las alas del corazón!
Hermosa Irene, ten calma.
      ¿Por qué lloras?
No llores, prenda del alma,
      pues no ignoras
que, conforme a la experiencia
      de un doctor,
«es un bálsamo la ausencia
que cura males de amor».

   Parto por fin, ya amanece:
adiós, alma de los dos
ruega Dios que no tropiece
por esos mundos de Dios.
      Si hoy te adoro
con la obstinación de un moro
tal vez me ablande mañana
el fuego de otra cristiana.
Sí, que aunque este amor es cierto,
      ¡ay! presumo
que el amor de un «ido» o un «muerto»
      siempre es humo;
pues, conforme a la experiencia
      de un doctor,
«es un bálsamo la ausencia
que cura males de amor».






ArribaAbajoEl amor inmortal


   -¡Atrás!, que ya los altares
velan las sombras profanas,
y al vulgo de estos lugares
le llaman a sus hogares
con su oración las campanas.
   ¡Atrás!, y no en loco tema
traigas revuelta en la falda,
símbolo de tu fe extrema,
esa florida guirnalda
de tus amores emblema.
   Torna, loca, a tu alquería,
porque, si bien lo contemplo,
es necio, por vida mía
dejarme así cada día
lleno de hierbas el templo.
-He de ver su sepultura,
pese a sus iras crueles,
pues bica nos predica el cura
que nunca el Dios de la altura
cierra su casa a los fieles.
   -Así te azucen traidores,
alguna vez sus mastines,
por tus ofrendas de amores,
los dueños de los jardines
en donde robas las flores.
   Y pues que en tal desacierto
sigues con cordura poca,
quédate ahí, y ten por cierto,
que gana muy poco un muerto,
con la oración de una loca.
   ¡Cuitada, que en su quebranto
no halla en la tierra consuelo,
lo busca en el cielo santo,
y sordo también el cielo
las puertas cierra a su llanto!
   Huye, niña, que a esa puerta
entre nocturnos reflejos,
pareces ya de una muerta
la sombra que vaga incierta
llorando gustos añejos.
   Huye, que de amor ajena,
como a imagen de la muerte,
llamándote «el alma en pena»,
de horror la comarca llena
cierra las puertas al verte.
   ¡Pobre loca, que en su intento,
sin que de su afán se corra,
ama con ardor violento
memorias que el tiempo borra,
cenizas que lleva el viento!
   ¡Oh, muy loca es quien no ha oído,
porque escarnecerla puedan,
que en este mundo fingido
sólo pagan con olvido
a los que van, los que quedan!



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