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Don Álvaro o la fuerza del sino

Drama original en cinco jornadas, y en prosa y verso

Duque de Rivas


[Nota preliminar: Edición digital a partir de la de Madrid, Tomás Jordán, 1835 y la de Obras Completas, tomo IV, Madrid, Biblioteca Nueva, 1855. Edición cotejada con las de Alberto Sánchez (Madrid, Cátedra, 1976), Ermanno Caldera (Madrid, Taurus, 1986), Carlos Ruiz Silva (Madrid, Espasa-Calpe, Col. Austral, 1991) y la de Miguel Ángel Lama (Barcelona, Crítica, 1994), siendo esta última la utilizada como referencia de autoridad en la mayoría de los casos por su rigor. Actualizamos la ortografía y la puntuación.]

AL EXCMO. SR. D. ANTONIO ALCALÁ GALIANO en prueba de constante y leal amistad en próspera y adversa fortuna.

ÁNGEL DE SAAVEDRA, DUQUE DE RIVAS



PERSONAS
 

 
DON ÁLVARO.
EL MARQUÉS DE CALATRAVA.
DON CARLOS DE VARGAS,   su hijo.
DON ALFONSO DE VARGAS,   ídem.
DOÑA LEONOR,   ídem.
CURRA,   criada.
PRECIOSILLA,   gitana.
UN CANÓNIGO.
EL PADRE GUARDIÁN DEL CONVENTO DE LOS ÁNGELES.
EL HERMANO MELITÓN,   portero del mismo.
PEDRAZA y OTROS OFICIALES.
UN CIRUJANO DE EJÉRCITO.
UN CAPELLÁN DE REGIMIENTO.
UN ALCALDE.
UN ESTUDIANTE.
MESONERO.
LA MOZA DEL MESÓN.
EL TÍO TRABUCO,   arriero.
EL TÍO PACO,   aguador.
EL CAPITÁN PREBOSTE.
UN SARGENTO.
UN ORDENANZA A CABALLO.
Soldados españoles.
Arrieros.
Lugareños.
Lugareñas.





ArribaAbajoJornada primera

 

La escena es en Sevilla y sus alrededores

   

La escena representa la entrada del antiguo puente de barcas de Triana, el que estará practicable a la derecha. En primer término, al mismo lado, un aguaducho, o barraca de tablas y lonas, con un letrero que diga: Agua de Tomares; dentro habrá un mostrador rústico con cuatro grandes cántaros, macetas de flores, vasos, un anafre con una cafetera de hoja de lata, y una bandeja con azucarillos. Delante del aguaducho habrá bancos de pino. Al fondo se descubrirá de lejos parte del arrabal de Triana, la huerta de los Remedios con sus altos cipreses, el río y varios barcos en él, con flámulas y gallardetes. A la izquierda se verá en lontananza la Alameda. Varios habitantes de Sevilla cruzarán en todas direcciones durante la escena. El cielo demostraráel ponerse el sol en una tarde de julio, y al descorrerse el telón aparecerán: EL TÍO PACO, detrás del mostrador en mangas de camisa; EL OFICIAL, bebiendo un vaso de agua, y de pie; PRECIOSILLA, a su lado templando una guitarra; EL MAJO y los DOS HABITANTES DE SEVILLA, sentados en los bancos.

 

Escena I

OFICIAL.-  Vamos, Preciosilla, cántanos la rondeña. Pronto, pronto: ya está bien templada.

PRECIOSILLA.-  Señorito, no sea su merced tan súpito. Déme antes esa mano, y le diré la buenaventura.

OFICIAL.-   Quita, que no quiero zalamerías. Aunque efectivamente tuvieras la habilidad de decirme lo que me ha de suceder, no quisiera oírtelo... Sí, casi siempre conviene el ignorarlo.

MAJO.-   (Levantándose.) Pues yo quiero que me diga la buenaventura esta prenda. He aquí mi mano.

PRECIOSILLA.-  Retire usted allá esa porquería... ¡Jesús, ni verla quiero, no sea que se encele aquella niña de los ojos grandes!

MAJO.-    (Sentándose.)  ¡Qué se ha de encelar de ti, pendón!

PRECIOSILLA.-   Vaya, saleroso, no se cargue usted de estera; convídeme a alguna cosita.

MAJO.-  Tío Paco, déle usted un vaso de agua a esta criatura, por mi cuenta.

PRECIOSILLA.-  ¿Y con panal?

OFICIAL.-  Sí, y después que te refresques el garguero y que te endulces la boca, nos cantarás las corraleras.

 

(El aguador sirve un vaso de agua con panal a PRECIOSILLA, y el OFICIAL se sienta junto al MAJO.)

 

HABITANTE 1º.-   Hola; aquí viene el señor canónigo.



Escena II

CANÓNIGO.-  Buenas tardes, caballeros.

HABITANTE 2º.-  Temíamos no tener la dicha de ver a su merced esta tarde, señor canónigo.

CANÓNIGO.-   (Sentándose y limpiándose el sudor.) ¿Qué persona de buen gusto, viviendo en Sevilla, puede dejar de venir todas las tardes de verano a beber la deliciosa agua de Tomares, que con tanta limpieza y pulcritud nos da el tío Paco, y a ver un ratito este puente de Triana, que es lo mejor del mundo?

HABITANTE 1º.-  Como ya se está poniendo el sol...

CANÓNIGO.-  Tío Paco, un vasito de la fresca.

TÍO PACO.-  Está usía muy sudado; en descansando un poquito le daré el refrigerio.

MAJO.-   Dale a su señoría el agua templada.

CANÓNIGO.-  No, que hace mucho calor.

MAJO.-   Pues yo templada la he bebido, para tener el pecho suave, y poder entonar el Rosario por el barrio de la Borcinería, que a mí me toca esta noche.

OFICIAL.-  Para suavizar el pecho, mejor es un trago de aguardiente.

MAJO.-   El aguardiente es bueno para sosegarlo después de haber cantado la letanía.

OFICIAL.-  Yo lo tomo antes y después de mandar el ejercicio.

PRECIOSILLA.-   (Habrá estado punteando la guitarra, y dirá al MAJO:)  Oiga usted, rumboso, ¿y cantará usted esta noche la letanía delante del balcón de aquella persona?...

CANÓNIGO.-  Las cosas santas se han de tratar santamente. Vamos. ¿Y qué tal los toros de ayer?

MAJO.-  El toro berrendo, de Utrera, salió un buen bicho, muy pegajoso... Demasiado.

HABITANTE 1º.-  Como que se me figura que le tuvo usted asco.

MAJO.-   Compadre, alto allá, que yo soy muy duro de estómago... Aquí está mi capa,  (Enseña un desgarrón.) diciendo por esta boca que no anduvo muy lejos.

HABITANTE 2º.-  No fue la corrida tan buena como la anterior.

PRECIOSILLA.-  ¡Como que ha faltado en ella don Álvaro el indiano, que a caballo y a pie es el mejor torero que tiene España!

MAJO.-   Es verdad, que es todo un hombre, muy duro con el ganado, y muy echado adelante.

PRECIOSILLA.-   Y muy buen mozo.

HABITANTE 1º.-  ¿Y por qué no se presentaría ayer en la plaza?

OFICIAL.-  Harto tenía que hacer con estarse llorando el mal fin de sus amores.

MAJO.-  Pues, qué, ¿lo ha plantado ya la hija del señor marqués?...

OFICIAL.-  No; doña Leonor no lo ha plantado a él, pero el marqués la ha trasplantado a ella.

HABITANTE 2º.-  ¿Cómo?...

HABITANTE 1º.-   Amigo, el señor marqués de Calatrava tiene mucho copete, y sobrada vanidad para permitir que un advenedizo sea su yerno.

OFICIAL.-  ¿Y qué más podía apetecer su señoría, que el ver casada a su hija (que, con todos sus pergaminos, está muerta de hambre), con un hombre riquísimo y cuyos modales están pregonando que es un caballero?

PRECIOSILLA.-  ¡Si los señores de Sevilla son vanidad y pobreza todo en una pieza! Don Álvaro es digno de ser marido de una emperadora... ¡Qué gallardo!... ¡Qué formal y qué generoso!... Hace pocos días que le dije la buenaventura (y por cierto no es buena la que le espera si las rayas de la mano no mienten), y me dio una onza de oro como un sol de mediodía.

TÍO PACO.-  Cuantas veces viene aquí a beber me pone sobre el mostrador una peseta columnaria.

MAJO.-   ¡Y vaya un hombre valiente! Cuando en la Alameda Vieja le salieron aquella noche los siete hombres más duros que tiene Sevilla, metió mano y me los acorraló a todos contra las tapias del picadero.

OFICIAL.-  Y en el desafío que tuvo con el capitán de artillería se portó como un caballero.

PRECIOSILLA.-  El marqués de Calatrava es un vejete tan ruin, que por no aflojar la mosca, y por no gastar...

OFICIAL.-   Lo que debía hacer don Álvaro era darle una paliza que...

CANÓNIGO.-   Paso, paso, señor militar. Los padres tienen derecho de casar a sus hijas con quien les convenga.

OFICIAL.-   ¿Y por qué no le ha de convenir don Álvaro? ¿Porque no ha nacido en Sevilla?... Fuera de Sevilla nacen también caballeros.

CANÓNIGO.-   Fuera de Sevilla nacen también caballeros, sí señor; pero... ¿lo es don Álvaro?... Sólo sabemos que ha venido de Indias hace dos meses, y que ha traído dos negros y mucho dinero... ¿Pero quién es?...

HABITANTE 1º.-  Se dicen tantas y tales cosas de él...

HABITANTE 2º.-   Es un ente muy misterioso.

TÍO PACO.-  La otra tarde estuvieron aquí unos señores hablando de lo mismo, y uno de ellos dijo que el tal don Álvaro había hecho sus riquezas siendo pirata...

MAJO.-   ¡Jesucristo!

TÍO PACO.-   Y otro, que don Álvaro era hijo bastardo de un grande de España, y de una reina mora...

OFICIAL.-  ¡Qué disparate!

TÍO PACO.-  Y luego dijeron que no, que era... No lo puedo declarar..., finca... o brinca... Una cosa así..., así como... una cosa muy grande allá de la otra banda.

OFICIAL.-   ¿Inca?

TÍO PACO.-   Sí, señor, eso: inca... inca.

CANÓNIGO.-  Calle usted, tío Paco, no diga sandeces.

TÍO PACO.-   Yo nada digo, ni me meto en honduras; para mí, cada uno es hijo de sus obras, y en siendo buen cristiano y caritativo...

PRECIOSILLA.-   Y generoso y galán.

OFICIAL.-   El vejete roñoso del marqués de Calatrava hace muy mal en negarle su hija.

CANÓNIGO.-  Señor militar, el señor marqués hace muy bien. El caso es sencillísimo. Don Álvaro llegó hace dos meses, nadie sabe quién es. Ha pedido en casamiento a doña Leonor, y el marqués, no juzgándolo buen partido para su hija, se la ha negado. Parece que la señorita estaba encaprichadilla, fascinada, y el padre se la ha llevado al campo, a la hacienda que tiene en el Aljarafe, para distraerla. En todo lo cual el señor marqués se ha comportado como persona prudente.

OFICIAL.-  Y don Álvaro, ¿qué hará?

CANÓNIGO.-   Para acertarlo debe buscar otra novia, porque si insiste en sus descabelladas pretensiones, se expone a que los hijos del señor marqués vengan, el uno de la universidad, y el otro del regimiento, a sacarle de los cascos los amores de doña Leonor.

OFICIAL.-  Muy partidario soy de don Álvaro, aunque no le he hablado en mi vida, y sentiría verlo empeñado en un lance con don Carlos, el hijo mayorazgo del marqués. Le he visto el mes pasado en Barcelona, y he oído contar los dos últimos desafíos que ha tenido y ya se le puede ayunar.

CANÓNIGO.-  Es uno de los oficiales más valientes del regimiento de Guardias Españolas, donde no se chancea en esto de lances de honor.

HABITANTE 1º.-   Pues el hijo segundo del señor marqués, el don Alfonso, no le va en zaga. Mi primo, que acaba de llegar de Salamanca, me ha dicho que es el coco de la universidad, más espadachín que estudiante, y que tiene metidos en un puño a los matones sopistas.

MAJO.-  ¿Y desde cuándo está fuera de Sevilla la señorita doña Leonor?

OFICIAL.-  Hace cuatro días que se la llevó el padre a su hacienda, sacándola de aquí a las cinco de la mañana, después de haber estado toda la noche hecha la casa un infierno.

PRECIOSILLA.-   ¡Pobre niña!... ¡Qué linda que es, y qué salada!... Negra suerte le espera... Mi madre la dijo la buenaventura, recién nacida, y siempre que la nombra se le saltan las lágrimas... Pues el generoso don Álvaro...

HABITANTE 1º.-  En nombrando el ruin de Roma, luego asoma... Allí viene don Álvaro.



Escena III

 

Empieza a anochecer, y se va oscureciendo el teatro. DON ÁLVARO sale embozado en una capa de seda, con un gran sombrero blanco, botines y espuelas; cruza lentamente la escena mirando con dignidad y melancolía a todos lados, y se va por el puente. Todos le observan en gran silencio.

 


Escena IV

MAJO.-  ¿Adónde irá a estas horas?

CANÓNIGO.-   A tomar el fresco al Altozano.

TÍO PACO.-   Dios vaya con él.

MILITAR.-  ¿A qué va al Aljarafe?

TÍO PACO.-  Yo no sé, pero como estoy siempre aquí de día y de noche, soy un vigilante centinela de cuanto pasa por esta puente... Hace tres días que a media tarde pasa por ella hacia allá un negro con dos caballos de mano, y que don Álvaro pasa a estas horas; y luego a las cinco de la mañana vuelve a pasar hacia acá, siempre a pie, y como media hora después pasa el negro con los mismos caballos llenos de polvo y de sudor.

CANÓNIGO.-  ¿Cómo?... ¿Qué me cuenta usted, tío Paco?...

TÍO PACO.-  Yo, nada; digo lo que he visto; y esta tarde ya ha pasado el negro, y hoy no lleva dos caballos, sino tres.

HABITANTE 1º.-  Lo que es atravesar el puente hacia allá a estas horas, he visto yo a don Álvaro tres tardes seguidas.

MAJO.-   Y yo he visto ayer, a la salida de Triana, al negro con los caballos.

HABITANTE 2º.-  Y anoche, viniendo yo de San Juan de Alfarache, me paré en medio del olivar a apretar las cinchas a mi caballo, y pasó a mi lado, sin verme y a escape, don Álvaro, como alma que llevan los demonios, y detrás iba el negro. Los conocí por la jaca torda, que no se puede despintar... ¡Cada relámpago que daban las herraduras!...

CANÓNIGO.-   (Levantándose y aparte.)  ¡Hola! ¡hola!... Preciso es dar aviso al señor marqués.

MILITAR.-   Me alegraría de que la niña traspusiese una noche con su amante, y dejara al vejete pelándose las barbas.

CANÓNIGO.-  Buenas noches, caballeros; me voy, que empieza a ser tarde.  (Aparte, yéndose.) Sería faltar a la amistad no avisar al instante al marqués de que don Álvaro le ronda la hacienda. Tal vez podamos evitar una desgracia.



Escena V

 

El teatro representa una sala colgada de damasco, con retratos de familia, escudos de armas y los adornos que se estilaban en el siglo pasado, pero todo deteriorado, y habrá dos balcones, uno cerrado y otro abierto y practicable, por el que se verá un cielo puro, iluminado por la luna, y algunas copas de árboles. Se pondrá en medio una mesa con tapete de damasco, y sobre ella habrá una guitarra, vasos chinescos con flores, y dos candeleros de plata con velas, únicas luces que alumbrarán la escena. Junto a la mesa habrá un sillón. Por la izquierda entrará el MARQUÉS DE CALATRAVA con una palmatoria en la mano, y detrás de él DOÑA LEONOR, y por la derecha entra la CRIADA.

 
MARQUÉS

 (Abrazando y besando a su hija.) 

    Buenas noches, hija mía;
hágate una santa el cielo.
Adiós, mi amor, mi consuelo,
mi esperanza, mi alegría.
No dirás que no es galán5
tu padre. No descansara
si hasta aquí no te alumbrara
todas las noches... Están
abiertos estos balcones

 (Los cierra.)  

y entra relente... Leonor... 10
¿Nada me dice tu amor?
¿Por qué tan triste te pones?
DOÑA LEONOR

 (Abatida y turbada.) 

Buenas noches, padre mío.
MARQUÉS
Allá para Navidad
iremos a la ciudad, 15
cuando empiece el tiempo frío.
Y para entonces traeremos
al estudiante, y también
al capitán. Que les den
permiso a los dos haremos. 20
¿No tienes gran impaciencia
por abrazarlos?
DOÑA LEONOR
¿Pues no?
¿Qué más puedo anhelar yo?
MARQUÉS
Los dos lograrán licencia.
Ambos tienen mano franca,25
condición que los abona,
y Carlos, de Barcelona,
y Alfonso, de Salamanca,
ricos presentes te harán.
Escríbeles tú, tontilla,30
y algo que no haya en Sevilla
pídeles, y lo traerán.
DOÑA LEONOR
Dejarlo será mejor
a su gusto delicado.
MARQUÉS
Lo tienen, y muy sobrado. 35
Como tú quieras, Leonor.
CURRA
Si, como a usted, señorita,
carta blanca se me diera,
a don Carlos le pidiera
alguna bata bonita40
de Francia. Y una cadena
con su broche de diamante
al señorito estudiante,
que en Madrid la hallará buena.
MARQUÉS
Lo que gustes, hija mía.45
Sabes que el ídolo eres
de tu padre... ¿No me quieres?

 (La abraza y besa tiernamente.) 

DOÑA LEONOR

 (Afligida.) 

¡Padre!... ¡Señor!...
MARQUÉS.
La alegría
vuelva a ti, prenda del alma;
piensa que tu padre soy, 50
y que de continuo estoy
soñando tu bien... La calma
recobra, niña... En verdad,
desde que estamos aquí,
estoy contento de ti.55
Veo la tranquilidad
que con la campestre vida
va renaciendo en tu pecho,
y me tienes satisfecho;
sí, lo estoy mucho, querida. 60
Ya se me ha olvidado todo;
eres muchacha obediente,
y yo seré diligente
en darte un buen acomodo
Sí, mi vida... ¿quién mejor 65
sabrá lo que te conviene,
que un tierno padre, que tiene
por ti el delirio mayor?
DOÑA LEONOR

 (Echándose en brazos de su padre con gran desconsuelo.) 

¡Padre amado!... ¡Padre mío!
MARQUÉS
Basta, basta... ¿Qué te agita? 70

 (Con gran ternura.) 

Yo te adoro, Leonorcita;
no llores... ¡Qué desvarío!
DOÑA LEONOR
¡Padre!... ¡Padre!
MARQUÉS

 (Acariciándola y desasiéndose de sus brazos.) 

Adiós, mi bien.
A dormir, y no lloremos.
Tus cariñosos extremos 75
el cielo bendiga. Amén.
 

(Vase el MARQUÉS, y queda LEONOR muy abatida y llorosa sentada en el sillón.)

 


Escena VI

 

CURRA va detrás del MARQUÉS, cierra la puerta por donde aquél se ha ido, y vuelve cerca de LEONOR.

 
CURRA
¡Gracias a Dios!... Me temí
que todito se enredase,
y que señor se quedase
hasta la mañana aquí. 80
¡Qué listo cerró el balcón!...
Que por el del palomar
vamos las dos a volar
le dijo su corazón.
Abrirlo sea lo primero; 85

 (Ábrelo.) 

ahora lo segundo es
cerrar las maletas. Pues
salgan ya de su agujero.
 

(Saca CURRA unas maletas y ropa, y se pone a arreglarlo todo sin que en ello repare DOÑA LEONOR.)

 
DOÑA LEONOR
   ¡Infeliz de mí!... ¡Dios mío!
¿Por qué un amoroso padre, 90
que por mí tanto desvelo
tiene, y cariño tan grande,
se ha de oponer tenazmente
(¡ay, el alma se me parte!...)
a que yo dichosa sea,95
y pueda feliz llamarme?...
¿Cómo, quien tanto me quiere
puede tan cruel mostrarse?
Más dulce mi suerte fuera
si aun me viviera mi madre.100
CURRA
¿Si viviera la señora?...
¡Usted está delirante!
Más vana que señor era;
señor al cabo es un ángel,
¡Pero ella!... Un genio tenía 105
y un copete... Dios nos guarde.
Los señores de esta tierra
son todos de un mismo talle.
Y si alguna señorita
busca un novio que le cuadre,110
como no esté en pergaminos
envuelto, levantan tales
alaridos... ¿Mas qué importa
cuando hay decisión bastante?
Pero no perdamos tiempo;115
venga usted, venga a ayudarme,
porque yo no puedo sola...
DOÑA LEONOR
¡Ay, Curra!... ¡Si penetrases
cómo tengo el alma! Fuerza
me falta hasta para alzarme120
de esta silla... ¡Curra, amiga!
Lo confieso, no lo extrañes,
no me resuelvo; imposible...
Es imposible. ¡Ah!... ¡Mi padre!
Sus palabras cariñosas, 125
sus extremos, sus afanes,
sus besos y sus abrazos,
eran agudos puñales
que el pecho me atravesaban.
Si se queda un solo instante 130
no hubiera más resistido...
Ya iba a sus pies a arrojarme,
y confundida, aterrada,
mi proyecto a revelarle;
y a morir, ansiando sólo 135
que su perdón me acordase.
CURRA
¡Pues hubiéramos quedado
frescas, y echado un buen lance!
Mañana vería usted
revolcándose en su sangre,140
con la tapa de los sesos,
levantada, al arrogante,
al enamorado, al noble
don Álvaro. O arrastrarle
como un malhechor, atado, 145
por entre estos olivares
a la cárcel de Sevilla;
y allá para Navidades,
acaso, acaso en la horca.
DOÑA LEONOR
¡Ay, Curra!... El alma me partes. 150
CURRA
Y todo esto, señorita,
porque la desgracia grande
tuvo el infeliz de veros,
y necio de enamorarse
de quien no le corresponde, 155
ni resolución bastante
tiene para...
DOÑA LEONOR
Basta, Curra;
no mi pecho despedaces.
¿Yo a su amor no correspondo?
Que le correspondo sabes... 160
Por él, mi casa y familia,
mis hermanos y mi padre
voy a abandonar, y sola...
CURRA
Sola no, que yo soy alguien,
y también Antonio va, 165
y nunca en ninguna parte
la dejaremos... ¡Jesús!
DOÑA LEONOR
¿Y mañana?
CURRA
Día grande.
Usted, la adorada esposa
será del más adorable, 170
rico y lindo caballero
que puede en el mundo hallarse,
y yo, la mujer de Antonio.
Y a ver tierras muy distantes
iremos ambas... ¡Qué bueno! 175
DOÑA LEONOR
¿Y mi anciano y tierno padre?
CURRA
¿Quién?... ¿Señor?... Rabiará un poco,
pateará, contará el lance
al Capitán general
con sus pelos y señales; 180
fastidiará al asistente,
y también a sus compadres
el canónigo, el jurado
y los vejetes maestrantes;
saldrán mil requisitorias 185
para buscarnos en balde,
cuando nosotras estemos
ya seguritas en Flandes.
Desde allí escribirá usted,
y comenzará a templarse 190
señor, y a los nueve meses,
cuando sepa hay un infante,
que tiene sus mismos ojos,
empezará a consolarse.
Y nosotras, chapurrando, 195
que no nos entienda nadie,
volveremos de allí a poco,
a que con festejos grandes
nos reciban, y todito
será banquetes y bailes. 200
DOÑA LEONOR
¿Y mis hermanos del alma?
CURRA
¡Toma! ¡Toma!... Cuando agarren
del generoso cuñado,
uno, con que hacer alarde
de vistosos uniformes 205
y con que rendir beldades;
y el otro, para libracos,
merendonas y truhanes,
reventarán de alegría.
DOÑA LEONOR
No corre en tus venas sangre. 210
¡Jesús, y qué cosas tienes!
CURRA
Porque digo las verdades.
DOÑA LEONOR
¡Ay, desdichada de mí!
CURRA
Desdichada, por cierto grande
el ser adorado dueño 215
del mejor de los galanes.
Pero vamos, señorita,
ayúdeme usted, que es tarde.
DOÑA LEONOR
Sí, tarde es, y aún no parece
don Álvaro... ¡Oh, si faltase 220
esta noche!...¡Ojalá!...¡Cielos!...
Que jamás estos umbrales
hubiera pisado, fuera
mejor... No tengo bastante
resolución..., lo confieso. 225
Es tan duro el alejarse
así de su casa... ¡Ay, triste!

 (Mira el reloj y sigue en inquietud.) 

Las doce han dado... ¡Qué tarde
es ya, Curra! No, no viene.
¿Habrá en esos olivares 230
tenido algún mal encuentro?
Hay siempre en el Aljarafe
tan mala gente... Y Antonio
¿estará alerta?
CURRA
Indudable
es que está de centinela... 235
DOÑA LEONOR

 (Con gran sobresalto.) 

¡Curra!... ¿Qué suena?... ¿Escuchaste?
CURRA
Pisadas son de caballos.
DOÑA LEONOR
¡Ay, él es...!

 (Corre al balcón.) 

CURRA
Si que faltase
era imposible...
DOÑA LEONOR
¡Dios mío!

 (Muy agitada.) 

CURRA
Pecho al agua, y adelante. 240


Escena VII

 

DON ÁLVARO, en cuerpo, con una jaquetilla de mangas perdidas sobre una rica chupa de majo, redecilla, calzón de ante, etc., entra por el balcón y se echa en brazos de LEONOR.

 
DON ÁLVARO

 (Con gran vehemencia.) 

    ¡Ángel consolador del alma mía!
¿Van ya los santos cielos
a dar corona eterna a mis desvelos?
Me ahoga la alegría...
¿Estamos abrazados 245
para no vernos nunca separados?
Antes, antes la muerte
que de ti separarme y que perderte.
DOÑA LEONOR

 (Muy agitada.) 

¡Don Álvaro!
DON ÁLVARO
Mi bien, mi Dios, mi todo
¿Qué te agita y te turba de tal modo? 250
¿Te turba el corazón ver que tu amante
se encuentra en este instante
más ufano que el sol?... ¡Prenda adorada!
DOÑA LEONOR
Es ya tan tarde...
DON ÁLVARO
¿Estabas enojada
porque tardé en venir? De mi retardo 255
no soy culpado, no, dulce señora;
hace más de una hora
que despechado aguardo
por los alrededores
la ocasión de llegar, y ya temía 260
que de mi adversa estrella los rigores
hoy deshicieran la esperanza mía.
Mas no, mi bien, mi gloria, mi consuelo;
protege nuestro amor el santo cielo,
y una carrera eterna de ventura, 265
próvido a nuestras plantas asegura.
El tiempo no perdamos.
¿Está ya todo listo? Vamos, vamos,
CURRA
Sí; bajo del balcón, Antonio, el guarda,
las maletas espera; 270
las echaré al momento.

 (Va hacia el balcón.) 

DOÑA LEONOR

 (Resuelta.) 

Curra, aguarda
detente...: ¡Ay Dios! ¿No fuera,
don Álvaro, mejor?...
DON ÁLVARO
¿Qué, encanto mío?...
¿Por qué tiempo perder?... La jaca torda,
la que, cual dices tú, los campos borda. 275
la que tanto te agrada
por su obediencia y brío,
para ti está, mi dueña, enjaezada.
Para Curra el overo.
Para mí el alazán gallardo y fiero...280
¡Oh, loco estoy de amor y de alegría!
En San Juan de Alfarache, preparado
todo, con gran secreto, lo he dejado.
El sacerdote en el altar espera;
Dios nos bendecirá desde su esfera; 285
y cuando el nuevo sol en el oriente
protector de mi estirpe soberana,
numen eterno en la región indiana,
la regia pompa de su trono ostente,
monarca de la luz, padre del día, 290
yo tu esposo seré, tú esposa mía.
DOÑA LEONOR
Es tan tarde... ¡Don Álvaro!
DON ÁLVARO

 (A CURRA.) 

Muchacha
¿qué te detiene ya? Corre, despacha;
por el balcón esas maletas, luego
DOÑA LEONOR

 (Fuera de sí.) 

Curra, Curra, detente. 295
¡Don Álvaro!
DON ÁLVARO
¡Leonor!
DOÑA LEONOR
¡Dejadlo os ruego
para mañana!
DON ÁLVARO
¿Qué?
DOÑA LEONOR
Más fácilmente...
DON ÁLVARO

 (Demudado y confuso.) 

¿Qué es esto, qué, Leonor? ¿Te falta ahora
resolución?... ¡Ay yo desventurado!
DOÑA LEONOR
¡Don Álvaro! ¡Don Álvaro!
DON ÁLVARO
¡Señora!
300
DOÑA LEONOR
. ¡Ay! me partís el alma...
DON ÁLVARO
Destrozado
tengo yo el corazón... ¿Dónde está, dónde,
vuestro amor, vuestro firme juramento?
Mal con vuestra palabra corresponde
tanta irresolución en tal momento. 305
¡Tan súbita mudanza!...
No os conozco, Leonor. ¿Llevóse el viento
de mi delirio toda la esperanza?
Sí, he cegado en el punto
en que alboraba el más risueño día. 310
Me sacarán difunto
de aquí, cuando inmortal salir creía.
Hechicera engañosa,
¿la perspectiva hermosa
que falaz me ofreciste así deshaces? 315
¡Pérfida! ¿Te complaces
en levantarme al trono del Eterno,
para después hundirme en el infierno?...
¿Sólo me resta ya?...
DOÑA LEONOR

 (Echándose en sus brazos.) 

No, no, te adoro.
¡Don Álvaro!... ¡Mi bien!... vamos, sí, vamos. 320
DON ÁLVARO
¡Oh mi Leonor!
CURRA
El tiempo no perdamos.
DON ÁLVARO
¡Mi encanto! ¡Mi tesoro!
 

(DOÑA LEONOR muy abatida se apoya en el hombro de DON ÁLVARO, con muestras de desmayarse.)

 
¿Mas qué es esto?... ¡Ay de mí!... ¡Tu mano yerta
Me parece la mano de una muerta...
Frío está tu semblante 325
como la losa de un sepulcro helado...
DOÑA LEONOR
¡Don Álvaro!
DON ÁLVARO
¡Leonor!  (Pausa.)  Fuerza bastante
hay para todo en mí... ¡Desventurado!
La conmoción conozco que te agita,
inocente Leonor. Dios no permita 330
que por debilidad en tal momento
sigas mis pasos, y mi esposa seas.
Renuncio a tu palabra y juramento;
hachas de muerte las nupciales teas
fueran para los dos... Si no me amas, 335
como te amo yo a ti... Si arrepentida...
DOÑA LEONOR
Mi dulce esposo, con el alma y vida
es tuya tu Leonor; mi dicha fundo
en seguirte hasta el fin del ancho mundo.
Vamos, resuelta estoy, fijé mi suerte; 340
separarnos podrá sólo la muerte.
 

(Van hacia el balcón, cuando de repente se oye ruido, ladridos, y abrir y cerrar puertas.)

 

DOÑA LEONOR.-  ¡Dios mío! ¿Qué ruido es éste? ¡Don Álvaro!

CURRA.-   Parece que han abierto la puerta del patio... y la de la escalera...

DOÑA LEONOR.-  ¿Se habrá puesto malo mi padre?...

CURRA.-   ¡Qué! No señora, el ruido viene de otra parte.

DOÑA LEONOR.-   ¿Habrá llegado alguno de mis hermanos?

DON ÁLVARO.-   Vamos, vamos, Leonor, no perdamos un instante.

 

(Vuelven hacia el balcón, y de repente se ve por él el resplandor de hachones de viento, y se oye galopar caballos.)

 

DOÑA LEONOR.-  Somos perdidos... Estamos descubiertos... Imposible es la fuga.

DON ÁLVARO.-  Serenidad es necesario en todo caso.

CURRA.-   La Virgen del Rosario nos valga, y las ánimas benditas... ¿Qué será de mi pobre Antonio?  (Se asoma al balcón y grita.)  Antonio, Antonio.

DON ÁLVARO.-  Calla, maldita, no llames la atención hacia este lado; entorna el balcón.

 

(Se acerca el ruido de puertas y pisadas.)

 

DOÑA LEONOR.-  ¡Ay desdichada de mí!... Don Álvaro, escóndete... aquí... en mi alcoba...

DON ÁLVARO.-    (Resuelto.)  No, yo no me escondo... No te abandono en tal conflicto.  (Prepara una pistola.)  Defenderte y salvarte es mi obligación.

DOÑA LEONOR.-   (Asustadísima.)  ¿Qué intentas? ¡Ay! Retira esa pistola, que me hiela la sangre... Por Dios suéltala... ¿La dispararás contra mi buen padre?... ¿Contra alguno de mis hermanos?... ¿Para matar a alguno de los fieles y antiguos criados de esta casa?

DON ÁLVARO.-   (Profundamente confundido.) No, no, amor mío... La emplearé en dar fin a mi desventurada vida.

DOÑA LEONOR.-  ¡Qué horror! ¡Don Álvaro!



Escena VIII

 

Ábrese la puerta con estrépito después de varios golpes en ella, y entra EL MARQUÉS en bata y gorro con un espadín desnudo en la mano, y detrás dos criados mayores con luces

 

MARQUÉS.-    (Furioso.) ¡Vil seductor!... ¡Hija infame!

DOÑA LEONOR.-   (Arrojándose a los pies de su padre.)  ¡Padre! ¡Padre!

MARQUÉS.-  No soy tu padre... Aparta... Y tú, vil advenedizo...

DON ÁLVARO.-   Vuestra hija es inocente... Yo soy el culpado... Atravesadme el pecho.  (Hinca una rodilla.) 

MARQUÉS.-  Tu actitud suplicante manifiesta lo bajo de tu condición...

DON ÁLVARO.-    (Levantándose.)  ¡Señor marqués!... ¡Señor marqués!

MARQUÉS.-   (A su hija.) Quita, mujer inicua.  (A CURRA, que le sujeta el brazo.)  ¿Y tú, infeliz... osas tocar a tu señor?  (A los criados.)  Ea, echaos sobre ese infame, sujetadle, atadle...

DON ÁLVARO.-   (Con dignidad.)  Desgraciado del que me pierda el respeto.  (Saca una pistola y la monta.) 

  (Corriendo hacia DON ÁLVARO.) 

DOÑA LEONOR.-  ¡Don Álvaro!... ¿Qué vais a hacer?

MARQUÉS.-  Echaos sobre él al punto.

DON ÁLVARO.-  ¡Ay de vuestros criados si se mueven! Vos sólo tenéis derecho para atravesarme el corazón.

MARQUÉS.-   ¡Tú a morir a manos de un caballero? No, morirás a las del verdugo.

DON ÁLVARO.-  ¡Señor marqués de Calatrava!... Mas ¡ah! no: tenéis derecho para todo... Vuestra hija es inocente... tan pura como el aliento de los ángeles que rodean el trono del Altísimo. La sospecha a que puede dar origen mi presencia aquí a tales horas concluya con mi muerte; salga envolviendo mi cadáver como si fuera mortaja... Sí, debo morir... pero a vuestras manos.  (Pone una rodilla en tierra.) Espero resignado el golpe, no lo resistiré: ya me tenéis desarmado.

 

(Tira la pistola, que al dar en tierra se dispara y hiere al marqués, que cae moribundo en los brazos de su hija y de los criados, dando un alarido.)

 

MARQUÉS.-  Muerto soy... ¡Ay de mí!...

DON ÁLVARO.-   ¡Dios mío! ¡Arma funesta! ¡Noche terrible!

DOÑA LEONOR.-  ¡Padre, padre!

MARQUÉS.-  Aparta; sacadme de aquí..., donde muera sin que esta vil me contamine con tal nombre...

DOÑA LEONOR.-  ¡Padre!...

MARQUÉS.-   Yo te maldigo.

 

(Cae LEONOR en brazos de DON ÁLVARO, que la arrastra hacia el balcón.)

 

 
 
FIN DE LA PRIMERA JORNADA
 
 




ArribaAbajoJornada segunda

 

La escena es en la villa de Hornachuelos y sus alrededores.

 

Escena I

 

Es de noche, y el teatro representa la cocina de un mesón de la villa de Hornachuelos. Al frente estará la chimenea y el hogar. A la izquierda, la puerta de entrada; a la derecha, dos puertas practicables. A un lado, una mesa larga de pino, rodeada de asientos toscos, y alumbrado todo por un gran candilón. EL MESONERO y EL ALCALDE aparecerán sentados gravemente en el fuego. LA MESONERA, de rodillas guisando. Junto a la mesa, EL ESTUDIANTE cantando y tocando la guitarra. EL ARRIERO, que habla, cribando cebada en el fondo del teatro. EL TÍO TRABUCO, tendido en primer término sobre sus jalmas. LOS DOS LUGAREÑOS, LAS DOS LUGAREÑAS, LA MOZA y uno de los ARRIEROS, que no habla, estarán bailando seguidillas. El otro ARRIERO, que no habla, estará sentado junto al estudiante, y jaleando a las que bailan. Encima de la mesa habrá una bota de vino, unos vasos y un frasco de aguardiente.

 
ESTUDIANTE

 (Cantando en voz recia al son de la guitarra, y las tres parejas bailando con gran algazara.) 

Poned en estudiantes
vuestro cariño,
que son, como discretos,
agradecidos.  345
Viva Hornachuelos,
vivan de sus muchachas
los ojos negros.
Dejad a los soldados,
que es gente mala,  350
y así que dan el golpe
vuelven la espalda.
Viva Hornachuelos,
vivan de sus muchachas
los ojos negros.  355

MESONERA.-   (Poniendo una sartén sobre la mesa.)  Vamos, vamos que se enfría...  (A la criada.) Pepa, al avío.

ARRIERO.-   (El del cribo.)  Otra coplita.

ESTUDIANTE.-   (Dejando la guitarra.)  Abrenuncio. Antes de todo, la cena.

MESONERA.-   Y si después quiere la gente seguir bailando y alborotando, váyanse al corral o a la calle, que hay una luna clara como de día. Y dejen en silencio el mesón, que si unos quieren jaleo, otros quieren dormir. Pepa, Pepa... ¿No digo que basta ya de zangoloteo...?

TÍO TRABUCO.-   (Acostado en sus arreos.)  Tía Colasa, usted está en lo cierto. Yo, por mí, quiero dormir.

MESONERO.-  Sí, ya basta de ruido. Vamos a cenar. Señor alcalde, eche su merced la bendición y venga a tomar una presita.

ALCALDE.-   Se agradece, señor Monipodio.

MESONERA.-  Pero acérquese su merced.

ALCALDE.-  Que eche la bendición el señor licenciado.

ESTUDIANTE.-  Allá voy, y no seré largo, que huele el bacalao a gloria. In nomine Patri et Filii et Spiritu Sancto.

TODOS.-   Amén.

 

(Se van acomodando alrededor de la mesa, todos menos TRABUCO.)

 

MESONERA.-  Tal vez el tomate no estará bastante cocido, y el arroz estará algo duro... Pero con tanta Babilonia no se puede.

ARRIERO.-   Está diciendo comedme, comedme.

ESTUDIANTE.-   (Comiendo con ansia.)  Está exquisito... especial; parece ambrosía...

MESONERA.-  Alto allá, señor bachiller; la tía Ambrosia no me gana a mí a guisar ni sirve para descalzarme el zapato; no, señor.

ARRIERO.-   La tía Ambrosia es más puerca que una telaraña.

MESONERO.-  La tía Ambrosia es un guiñapo, es un paño de aporrear moscas; se revuelven las tripas de entrar en su mesón, y compararla con mi Colasa no es regular.

ESTUDIANTE.-   Ya sé yo que la señora Colasa es pulcra, y no lo dije por tanto.

ALCALDE.-  En toda la comarca de Hornachuelos no hay una persona más limpia que la señora Colasa, ni un mesón como el del señor Monipodio.

MESONERA.-  Como que cuantas comidas de boda se hacen en la villa pasan por estas manos que ha de comer la tierra. Y de las bodas de señores, no le parezca a usted, señor bachiller... Cuando se casó el escribano con la hija del regidor...

ESTUDIANTE.-  Con que se le puede decir a la señora Colasa, tu das mihi epulis accumbere divum

MESONERA.-  Yo no sé latín, pero sé guisar... Señor alcalde, moje siquiera una sopa.

ALCALDE.-  Tomaré, por no despreciar, una cucharadita de gazpacho, si es que lo hay.

MESONERO.-   ¿Cómo que si lo hay?

MESONERA.-  ¿Pues había de faltar donde yo estoy?... ¡Pepa!  (A la MOZA.)  Anda a traerlo. Está sobre el brocal del pozo, desde media tarde, tomando el fresco.

 (Vase la MOZA.) 

  (Al ARRIERO que está acostado.) 

ESTUDIANTE.-  ¡Tío Trabuco, hola, tío Trabuco! ¿No viene usted a hacer la razón?

TÍO TRABUCO.-  No ceno.

ESTUDIANTE.-  ¿Ayuna usted?

TÍO TRABUCO.-  Sí, señor, que es viernes.

MESONERO.-  Pero un traguito...

TÍO TRABUCO.-   Venga.  (Le alarga el MESONERO la bota, y bebe un trago el TÍO TRABUCO.)  ¡Jú! Esto es zupia. Alárgueme usted, tío Monipodio, el frasco del aguardiente para enjuagarme la boca.  (Bebe y se curruca.) 

 

(Entra la MOZA con una fuente de gazpacho.)

 

MOZA.-  Aquí está la gracia de Dios.

TODOS.-   Venga, venga.

ESTUDIANTE.-  Parece, señor alcalde, que esta noche hay mucha gente forastera en Hornachuelos.

ARRIERO.-  Las tres posadas están llenas.

ALCALDE.-  Como es el jubileo de la Porciúncula, y el convento de San Francisco de los Ángeles, que está aquí en el desierto, a media legua corta, es tan famoso... Viene mucha gente a confesarse con el padre Guardián, que es un siervo de Dios.

MESONERA.-  Es un santo.

MESONERO.-   (Toma la bota y se pone de pie.)  Jesús, por la buena compañía, y que Dios nos dé salud y pesetas en esta vida y la gloria en la eterna.  (Bebe.) 

TODOS.-  Amén.  

(Pasa la bota de mano en mano.)

 

ESTUDIANTE.-   (Después de beber.)  Tío Trabuco, tío Trabuco, ¿está usted con los angelitos?

TÍO TRABUCO.-  Con las malditas pulgas y con sus voces de usted, ¿quién puede estar sino con los demonios?

ESTUDIANTE.-   Queríamos saber, tío Trabuco, si esa personilla de alfeñique, que ha venido con usted, y que se ha escondido de nosotros, viene a ganar el jubileo.

TÍO TRABUCO.-   Yo no sé nunca a lo que van ni vienen los que viajan conmigo.

ESTUDIANTE.-   Pero... ¿es gallo o gallina?

TÍO TRABUCO.-   Yo, de los viajeros, no miro más que la moneda, que ni es hembra ni es macho.

ESTUDIANTE.-   Sí, es género epiceno, como si dijéramos hermafrodita... Pero veo que es usted muy taciturno, tío Trabuco.

TÍO TRABUCO.-  Nunca gasto saliva en lo que no me importa. Y buenas noches, que se me va quedando la lengua dormida, y quiero guardarle el sueño; sonsoniche.

ESTUDIANTE.-  Pues, señor, con el tío Trabuco no hay emboque. Dígame usted, nostrama  (A la MESONERA.) , ¿por qué no ha venido a cenar el tal caballerito?

MESONERA.-   Yo no sé.

ESTUDIANTE.-   Pero, vamos, ¿es hembra o varón?

MESONERA.-   Que sea lo que sea, lo cierto es que le vi el rostro, por más que se lo recataba, cuando se apeó del mulo, y que lo tiene como un sol, y eso que traía los ojos, de llorar y de polvo, que daba compasión.

ESTUDIANTE.-  ¡Oiga!

MESONERA.-  Sí, señor, y en cuanto se metió en ese cuarto, volviéndome siempre la espalda, me preguntó cuánto había de aquí al convento de los Ángeles, y yo se lo enseñé desde la ventana, que, como está tan cerca se ve clarito, y...

ESTUDIANTE.-   ¡Hola, conque es pecador que viene al jubileo!

MESONERA.-  Yo no sé. Luego se acostó; digo, se echó en la cama, vestido, y bebió antes un vaso de agua con unas gotas de vinagre.

ESTUDIANTE.-  Ya, para refrescar el cuerpo.

MESONERA.-  Y me dijo que no quería luz, ni cena, ni nada, y se quedó como rezando el Rosario entre dientes. A mí me parece que es persona muy...

MESONERO.-   Charla, charla... ¿Quién diablos te mete en hablar de los huéspedes?... ¡Maldita sea tu lengua!

MESONERA.-   Como el señor licenciado quería saber...

ESTUDIANTE.-  Sí, señora Colasa; dígame usted...

MESONERO.-    (A su mujer.)  ¡Chitón!

ESTUDIANTE.-   Pues, señor, volvamos al tío Trabuco. ¡Tío Trabuco, tío Trabuco!  

(Se acerca a él y le despierta.)

 

TÍO TRABUCO.-  ¡Malo!... ¿Me quiere usted dejar en paz?

ESTUDIANTE.-   Vamos, dígame usted, ¿esa persona cómo viene en el mulo, a mujeriegas o a horcajadas?

TÍO TRABUCO.-   ¡Ay qué sangre!... De cabeza.

ESTUDIANTE.-  Y dígame usted, ¿de dónde salió usted esta mañana, de Posadas o de Palma?

TÍO TRABUCO.-   Yo no sé sino que tarde o temprano voy al cielo.

ESTUDIANTE.-   ¿Por qué?

TÍO TRABUCO.-  Porque ya me tiene usted en el purgatorio.

ESTUDIANTE.-    (Se ríe.)  ¡Ah, ah, ah!... ¿Y va usted a Extremadura?

TÍO TRABUCO.-  (Se levanta, recoge sus jalmas y se va con ellas muy enfadado.)No señor, a la caballeriza, huyendo de usted, y a dormir con mis mulos, que no saben latín, ni son bachilleres.

ESTUDIANTE.-   (Se ríe.)  ¡Ah, ah, ah, ah! Se atufó... ¡Hola, Pepa, salerosa! ¿Y no has visto tú al escondido?

MOZA.-  Por la espalda.

ESTUDIANTE.-   ¿Y en qué cuarto está?

MOZA.-   (Señala la primera puerta de la derecha.)  En ése...

ESTUDIANTE.-  Pues ya que es lampiño, vamos a pintarle unos bigotes con tizne... Y cuando se despierte por la mañana reiremos un poco.  

(Se tizna los dedos y va hacia el cuarto.)

 

ALGUNOS.-  Sí..., sí.

MESONERO.-  No, no.

ALCALDE.-    (Con gravedad.)  Señor estudiante, no lo permitiré yo, pues debo proteger a los forasteros que llegan a esta villa, y administrarles justicia como a los naturales de ella.

ESTUDIANTE.-  No lo dije por tanto, señor alcalde...

ALCALDE.-   Yo sí. Yo no fuera malo saber quién es el señor licenciado, de dónde viene y adónde va, pues parece algo alegre de cascos.

ESTUDIANTE.-  Si la justicia me lo pregunta de burlas o de veras, no hay inconveniente en decirlo, que aquí se juega limpio. Soy el bachiller Pereda, graduado por Salamanca, in utroque, y hace ocho años que curso sus escuelas, aunque pobre, con honra, y no sin fama. Salí de allí hace más de un año, acompañando a mi amigo y protector el señor licenciado Vargas, y fuimos a Sevilla, a vengar la muerte de su padre el marqués de Calatrava, y a indagar el paradero de su hermana, que se escapó con el matador. Pasamos allí algunos meses, donde también estuvo su hermano mayor, el actual marqués, que es oficial de Guardias. Y como no lograron su propósito, se separaron jurando venganza. Y el licenciado y yo nos vinimos a Córdoba, donde dijeron que estaba la hermana. Pero no la hallamos tampoco, y allí supimos que había muerto en la refriega que armaron los criados del marqués, la noche de su muerte, con los del robador y asesino, y que éste se había vuelto a América. Con lo que marchamos a Cádiz, donde mi protector, el licenciado Vargas, se ha embarcado para buscar allá al enemigo de su familia. Y yo me vuelvo a mi universidad a desquitar el tiempo perdido y a continuar mis estudios; con los que, y la ayuda de Dios, puede ser que me vea algún día gobernador del Consejo o arzobispo de Sevilla.

ALCALDE.-  Humos tiene el señor bachiller, y ya basta, pues se ve en su porte y buena explicación que es hombre de bien, y que dice verdad.

MESONERA.-  Dígame usted, señor estudiante, ¿y qué, mataron a ese marqués?

ESTUDIANTE.-  Sí.

MESONERA.-  ¿Y lo mató el amante de su hija y luego la robó?... ¡Ay! Cuéntenos su merced esa historia, que será muy divertida; cuéntela su merced...

MESONERO.-   ¿Quién te mete a ti en saber vidas ajenas? ¡Maldita sea tu curiosidad! Pues que ya hemos cenado, demos gracias a Dios, y a recogerse.  (Se ponen todos en pie, y se quitan el sombrero como que rezan.)  Eh, buenas noches; cada mochuelo a su olivo.

ALCALDE.-  Buenas noches, y que haya juicio y silencio.

ESTUDIANTE.-  Pues me voy a mi cuarto.

 (Se va a meter en el del viajero incógnito.) 

MESONERO.-  ¡Hola! No es ése; el de más allá.

ESTUDIANTE.-   Me equivoqué.

 

(Vanse EL ALCALDE y LOS LUGAREÑOS; entra EL ESTUDIANTE en su cuarto; LA MOZA, EL ARRIERO y LA MESONERA retiran la mesa y bancos, dejando la escena desembarazada. EL MESONERO se acerca al hogar, y queda todo en silencio y solos EL MESONERO y LA MESONERA.)

 


Escena II

MESONERO
   Colasa, para medrar
en nuestro oficio, es forzoso
que haya en la casa reposo,
y a ninguno incomodar.
Nunca meterse a oliscar 360
quiénes los huéspedes son.
No gastar conversación
con cuantos llegan aquí.
Servir bien, decir no o sí.
cobrar la mosca, y chitón. 365
MESONERA
No, por mí no lo dirás,
bien sabes que callar sé.
Al bachiller pregunté...
MESONERO
Pues esto estuvo de más.
MESONERA
También ahora extrañarás370
que entre en ese cuarto a ver
si el huésped ha menester
alguna cosa, marido,
pues es, sí, lo he conocido,
una afligida mujer. 375
 

(Toma un candil y entra la MESONERA muy recatadamente en el cuarto.)

 
MESONERO
   Entra, que entrar es razón,
aunque temo a la verdad,
que vas por curiosidad,
más bien que por compasión.
MESONERA

 (Saliendo muy asustada.)  

¡Ay Dios mío! Vengo muerta; 380
desapareció la dama;
nadie he encontrado en la cama,
y está la ventana abierta.
MESONERO
¿Cómo? ¿Cómo?... Ya lo sé...
La ventana al campo da, 385
y como tan baja está,
sin gran trabajo se fue.

 (Andando hacia el cuarto donde entró la mujer, quedándose él a la puerta.) 

Quiera Dios no haya cargado
con la colcha nueva.
MESONERA

 (Dentro.) 

Nada,
todo está aquí... ¡Desdichada! 390
Hasta dinero ha dejado...
Sí, sobre la mesa un duro.
MESONERO
Vaya entonces en buena hora.
MESONERA

 (Saliendo a la escena.)  

No hay duda, es una señora,
que se encuentra en grande apuro. 395
MESONERO
Pues con bien la lleve Dios,
y vámonos a acostar,
y mañana no charlar,
que esto quede entre los dos.
Echa un cuarto en el cepillo 400
de las ánimas, mujer,
y el duro véngame a ver;
échamelo en el bolsillo.


Escena III

 

El teatro representa una plataforma en la ladera de una áspera montaña. A la izquierda precipicios y derrumbaderos. Al frente, un profundo valle atravesado por un riachuelo, en cuya margen se ve, a lo lejos, la villa de Hornachuelos, terminando el fondo en altas montañas. A la derecha, la fachada del convento de los Ángeles, de pobre y humilde arquitectura. La gran puerta de la iglesia cerrada, pero practicable, y sobre ella una claraboya de medio punto por donde se verá el resplandor de las luces interiores; más hacia el proscenio, la puerta de la portería, también practicable y cerrada; en medio de ella una mirilla o gatera, que se abre y se cierra, y al lado el cordón de una campanilla. En medio de la escena habrá una gran Cruz de piedra tosca y corroída por el tiempo, puesta sobre cuatro gradas que puedan servir de asiento. Estará todo iluminado por una luna clarísima. Se oirá dentro de la iglesia el órgano, y cantar maitines al coro de los frailes, y saldrá como subiendo por la izquierda DOÑA LEONOR, muy fatigada y vestida de hombre con un gabán de mangas, sombrero gacho y botines.

 
DOÑA LEONOR
   Sí..., ya llegué... Dios mío,
gracias os doy rendida. 405

 (Arrodíllase al ver el convento.)  

En ti, Virgen Santísima confío;
sed el amparo de mi amarga vida.
Este refugio es sólo
el que puedo tener de polo a polo.

 (Álzase.) 

No me queda en la tierra 410
más asilo y resguardo
que los áridos riscos de esta sierra:
en ella estoy... ¿Aún tiemblo y me acobardo?

 (Mira hacia el sitio por donde ha venido.)  

¡Ah!... Nadie me ha seguido,
ni mi fuga veloz notada ha sido. 415
... No me engañé, la horrenda historia mía
escuché referir en la posada...
Y ¿quién, cielos, sería,
aquel que la contó? ¡Desventurada!
Amigo dijo ser de mis hermanos...420
¡Oh cielos soberanos!...
¿Voy a ser descubierta?
Estoy de miedo y de cansancio muerta.

 (Se sienta mirando en rededor y luego al cielo.) 

¡Qué asperezas! ¡Qué hermosa y clara luna!
¡La misma que hace un año 425
vio la mudanza atroz de mi Fortuna,
y abrirse los infiernos en mi daño!
 

(Pausa larga.)

 
No fue ilusión... Aquel que de mí hablaba
dijo que navegaba
don Álvaro, buscando nuevamente 430
los apartados climas de Occidente.
¡Oh Dios! ¿Y será cierto?
Con bien arribe de su patria al puerto.
 

(Pausa.)

 
¿Y no murió la noche desastrada
en que yo, yo... manchada 435
con la sangre infeliz del padre mío,
le seguí... le perdí?... ¿Y huye el impío?
¿Y huye el ingrato?... ¿Y huye y me abandona?

 (Cae de rodillas.) 

¡Oh Madre Santa de piedad! Perdona,
perdona, le olvidé. Sí, es verdadera, 440
lo es, mi resolución. Dios de bondades,
con penitencia austera,
lejos del mundo en estas soledades,
el furor expiaré de mis pasiones.
¡Piedad, piedad, Señor, no me abandones! 445

 (Queda en silencio y como en profunda meditación recostada en las gradas de la cruz, y después de una larga pausa continúa.) 

Los sublimes acentos de ese coro
de bienaventurados,
y los ecos pausados,
del órgano sonoro,
que cual de incienso vaporosa nube 450
al trono santo del Eterno sube,
difunden en mi alma
bálsamo dulce de consuelo y calma.

 (Se levanta resuelta.) 

¿Qué me detengo pues?... corro al tranquilo...
corro al sagrado asilo... 455

 (Va hacia el convento y se detiene.) 

Mas ¿Cómo a tales horas?... ¡Ah!... No puedo
ya dilatarlo más; hiélame el miedo
de encontrarme aquí sola. En esa aldea
hay quien mi historia sabe.
En lo posible cabe 460
que descubierta con la aurora sea.
Este santo prelado
de mi resolución está informado,
y de mis infortunios... Nada temo.
Mi confesor de Córdoba hace días 465
que las desgracias mías
le escribió largamente...
Sé de su caridad el noble extremo;
me acogerá indulgente.
¿Qué dudo, pues, qué dudo?... 470
¡Sed, oh Virgen Santísima, mi escudo!
 

(Llega a la portería y toca la campanilla.)

 


Escena IV

 

Se abre la mirilla que está en la puerta, y por ella sale el resplandor de un farol que da de pronto en el rostro de DOÑA LEONOR, y ésta se retira como asustada. EL HERMANO MELITÓN habla toda esta escena dentro.

 

HERMANO MELITÓN.-  ¿Quién es?

DOÑA LEONOR.-   Una persona a quien interesa mucho, mucho, ver al instante al reverendo padre Guardián.

HERMANO MELITÓN.-  ¡Buena hora de ver al padre Guardián!... La noche está clara, y no será ningún caminante perdido. Si viene a ganar el jubileo, a las cinco se abrirá la iglesia; vaya con Dios; él le ayude.

DOÑA LEONOR.-  Hermano, llamad al padre Guardián. Por caridad.

HERMANO MELITÓN.-  ¡Qué caridad a estas horas! El padre Guardián está en el coro.

DOÑA LEONOR.-  Traigo para su reverencia un recado muy urgente del padre Cleto, definidor del convento de Córdoba, quien ya le ha escrito sobre el asunto de que vengo a hablarle.

HERMANO MELITÓN.-  ¡Hola!... ¿del padre Cleto el definidor del convento de Córdoba? Eso es distinto... iré, iré a decírselo al padre Guardián. Pero dígame, hijo, ¿el recado y la carta son sobre aquel asunto con el padre General, que está pendiente allá en Madrid?...

DOÑA LEONOR.-  Es una cosa muy interesante.

HERMANO MELITÓN.-  Pero ¿para quién?

DOÑA LEONOR.-   Para la criatura más infeliz del mundo.

HERMANO MELITÓN.-   ¡Mala recomendación!... Pero bueno; abriré la portería, aunque es contra regla, para que entréis a esperar.

DOÑA LEONOR.-  No, no, no puedo entrar... ¡Jesús!

HERMANO MELITÓN.-  Bendito sea su santo nombre... Pero ¿sois algún excomulgado?... Si no, es cosa rara preferir el esperar al raso. En fin, voy a dar el recado, que probablemente no tendrá respuesta. Si no vuelvo, buenas noches; ahí a la bajadita está la villa, y hay un buen mesón: el de la tía Colasa.

 

(Ciérrase la ventanilla, y DOÑA LEONOR queda muy abatida.)

 


Escena V

DOÑA LEONOR
    ¿Será tan negra y dura
mi suerte miserable,
que este santo prelado
socorro y protección no quiera darme? 475
La rígida aspereza
y las dificultades
que ha mostrado el portero
me pasmas de terror, hielan mi sangre.
Mas no, si da el aviso 480
al reverendo Padre,
y éste es tan docto y bueno
cual dicen todos, volará a ampararme.
¡Oh Soberana Virgen,
de desdichados Madre! 485
Su corazón ablanda
para que venga pronto a consolarme.
 

(Queda en silencio; da la una el reloj del convento; se abre la portería, en la que aparecen el PADRE GUARDIÁN y el HERMANO MELITÓN con un farol; éste se queda en la puerta y aquél sale a la escena.)

 


Escena VI

 

DOÑA LEONOR, EL PADRE GUARDIÁN, EL HERMANO MELITÓN

 
PADRE GUARDIÁN
   El que me busca ¿quién es?
DOÑA LEONOR
Yo soy, Padre, qué quería...
PADRE GUARDIÁN
Ya se abrió la portería; 490
entrad en el claustro, pues.
DOÑA LEONOR

 (Muy sobresaltada.) 

¡Ah!... Imposible; padre, no.
PADRE GUARDIÁN
¡Imposible!... ¿Qué decís?...
DOÑA LEONOR
Si que os hable permitís,
aquí sólo puedo yo. 495
PADRE GUARDIÁN
Si os envía el padre Cleto,
hablad, que es mi grande amigo.
DOÑA LEONOR
Padre, que sea sin testigo,
porque me importa el secreto.
PADRE GUARDIÁN
¿Y quién...? Mas ya os entendí. 500
Retiraos, fray Melitón,
y encajad ese portón;
dejadnos solos aquí.
HERMANO MELITÓN
¿No lo dije? Secretitos.
Los misterios ellos solos, 505
que los demás somos bolos
para estos santos benditos.
PADRE GUARDIÁN
¿Qué murmura?
HERMANO MELITÓN
Que está tan
premiosa esta puerta..., y luego...
PADRE GUARDIÁN
Obedezca, hermano lego.510
HERMANO MELITÓN
Ya me la echó de guardián.
 

(Ciérrase la puerta y vase.)

 


Escena VII

 

DOÑA LEONOR, EL PADRE GUARDIÁN

 
PADRE GUARDIÁN

 (Acercándose a LEONOR.) 

    Ya estamos, hermano, solos.
Mas ¿por qué tanto misterio?
¿No fuera más conveniente
que entrarais en el convento? 515
No sé qué pueda impedirlo...
Entrad, pues, que yo os lo ruego;
entrad; subid a mi celda;
tomaréis un refrigerio,
y después...
DOÑA LEONOR
No, Padre mío,
520
PADRE GUARDIÁN
¿Qué os horroriza?... No entiendo...
DOÑA LEONOR

 (Muy abatida.)  

Soy una infeliz mujer.
PADRE GUARDIÁN

 (Asustado.) 

¡Una mujer!... ¡Santo cielo!
¡Una mujer!... A estas horas,
en este sitio... ¿Qué es esto? 525
DOÑA LEONOR
Una mujer infelice,
maldición del universo,
que a vuestras plantas rendida

 (Se arrodilla.) 

os pide amparo y remedio,
pues vos podéis libertarla 530
de este mundo y del infierno.
PADRE GUARDIÁN
Señora, alzad. Que son grandes

  (La levanta.) 

vuestros infortunios creo,
cuando os miro en este sitio
y escucho tales lamentos. 535
Pero ¿qué apoyo, decidme,
qué amparo prestaros puedo
yo, un humilde religioso
encerrado en estos yermos?
DOÑA LEONOR
¿No habéis, Padre, recibido 540
la carta que el padre Cleto...?
PADRE GUARDIÁN

 (Recapacitando.) 

¿El padre Cleto os envía?
DOÑA LEONOR
A vos, cual solo remedio
de todos mis infortunios;
si, benigno, los intentos 545
que a estos montes me conducen
permitís tengan efecto.
PADRE GUARDIÁN

 (Sorprendido.) 

¿Sois doña Leonor de Vargas?
¿Sois, por dicha...? ¡Dios eterno!
DOÑA LEONOR

 (Abatida.) 

¡Os horroriza el mirarme! 550
PADRE GUARDIÁN

 (Afectuoso.) 

No, hija mía; no por cierto,
ni permita Dios que nunca
tan duro sea mi pecho
que a los desgraciados niegue
la compasión y el respeto. 555
DOÑA LEONOR
¡Yo lo soy tanto!
PADRE GUARDIÁN
Señora,
vuestra agitación comprendo.
No es extraño, no. Seguidme,
venid. Sentaos un momento
al pie de esta cruz; su sombra 560
os dará fuerza y consuelos.
 

(Lleva el PADRE GUARDIÁN a DOÑA LEONOR, y se sientan ambos al pie de la cruz.)

 
DOÑA LEONOR
¡No me abandonéis, oh, Padre!
PADRE GUARDIÁN
No, jamás; contad conmigo.
DOÑA LEONOR
De este santo monasterio
desde que el término piso, 565
más tranquila tengo el alma,
con más libertad respiro.
Ya no me cercan, cual hace
un año, que hoy se ha cumplido,
los espectros y fantasmas 570
que siempre en redor he visto.
Ya no me sigue la sombra
sangrienta del padre mío,
ni escucho sus maldiciones,
ni su horrenda herida miro, 575
ni...
PADRE GUARDIÁN
¡Oh, no lo dudo, hija mía!
Libre estáis en este sitio
de esas vanas ilusiones,
aborto de los abismos.
Las insidias del demonio, 580
las sombras a que da brío
para conturbar al hombre,
no tienen aquí dominio.
DOÑA LEONOR
Por eso aquí busco ansiosa
dulce consuelo y auxilio, 585
y de la Reina del cielo,
bajo el regio manto abrigo.
PADRE GUARDIÁN
Vamos despacio, hija mía;
el padre Cleto me ha escrito
la resolución tremenda 590
que al desierto os ha traído;
pero no basta.
DOÑA LEONOR
Sí basta;
es inmutable..., lo fío;
es inmutable.
PADRE GUARDIÁN
¡Hija mía!
DOÑA LEONOR
Vengo resuelta, lo he dicho, 595
a sepultarme por siempre
en la tumba de estos riscos.
PADRE GUARDIÁN
¡Cómo!
DOÑA LEONOR
¿Seré la primera?...
No lo seré, Padre mío.
Mi confesor me ha informado 600
de que en este santo sitio,
otra mujer infelice
vivió muerta para el siglo.
Resuelta a seguir su ejemplo,
vengo en busca de su asilo: 605
dármelo, sin duda, puede
la gruta que la dio abrigo,
vos, la protección y amparo
que para ello necesito,
y la soberana Virgen, 610
su santa gracia y su auxilio.
PADRE GUARDIÁN
No os engañó el padre Cleto,
pues diez años ha vivido
una santa penitente
en este yermo tranquilo, 615
de los hombres ignorada,
de penitencias prodigio.
En nuestra iglesia sus restos
están, y yo los estimo
como la joya más rica 620
de esta casa, que, aunque indigno
gobierno, en el santo nombre
de mi padre San Francisco.
La gruta que fue su albergue,
y a que reparos precisos 625
se le hicieron, está cerca;
en ese hondo precipicio.
Aún existen en su seno
los humildes utensilios
que usó la santa; a su lado, 630
un arroyo cristalino
brota apacible.
DOÑA LEONOR
Al momento
llevadme allá, Padre mío.
PADRE GUARDIÁN
¡Oh, doña Leonor de Vargas!
¿Insistís?
DOÑA LEONOR
Sí, Padre, insisto.
635
Dios me manda...
PADRE GUARDIÁN
Raras veces
Dios tan grandes sacrificios
exige de los mortales.
Y, ¡ay de aquel que de un delirio
en el momento, hija mía, 640
tal vez se engaña a sí mismo!
Todas las tribulaciones
de este mundo fugitivo,
son, señora, pasajeras;
al cabo encuentran alivio. 645
Y al Dios de bondad se sirve,
y se le aplaca lo mismo
en el claustro, en el desierto,
de la corte en el bullicio,
cuando se le entrega el alma 650
con fe viva y pecho limpio.
DOÑA LEONOR
No es un acaloramiento,
no un instante de delirio
quien me sugirió la idea
que a buscaros me ha traído. 655
Desengaños de este mundo,
y un año, ¡ay Dios!, de suplicios,
de largas meditaciones,
de continuados peligros,
de atroces remordimientos, 660
de reflexiones conmigo,
mi intención han madurado
y esfuerzo me han concedido
para hacer voto solemne
de morir en este sitio. 665
Mi confesor venerable,
que ya mi historia os ha escrito,
el padre Cleto, a quien todos
llaman santo, y con motivo,
mi resolución aprueba,670
aunque, cual vos, al principio
trató de desvanecerla
con sus doctos raciocinios,
y a vuestras plantas me envía
para que me deis auxilio. 675
No me abandonéis, ¡oh Padre!,
por el cielo os lo suplico;
mi resolución es firme,
mi voto, inmutable y fijo,
y no hay fuerza en este mundo 680
que me saque de estos riscos.
PADRE GUARDIÁN
Sois muy joven, hija mía.
¿Quién lo que el cielo propicio
aún nos puede guardar sabe?
DOÑA LEONOR.
Renunció a todo, lo he dicho. 685
PADRE GUARDIÁN
Acaso aquel caballero...
DOÑA LEONOR
¿Qué pronuncias?... ¡Oh martirio!
Aunque inocente, manchado
con sangre del padre mío
está, y nunca, nunca...
PADRE GUARDIÁN
Entiendo.
690
Mas de vuestra casa el brillo.
Vuestros hermanos...
DOÑA LEONOR
Mi muerte
sólo anhelan vengativos.
PADRE GUARDIÁN
¿Y la bondadosa tía
que en Córdoba os ha tenido 695
un año oculta?
DOÑA LEONOR
No puedo,
sin ponerla en compromiso,
abusar de sus bondades.
PADRE GUARDIÁN
¿Y qué? ¿Más seguro asilo
no fuera, y más conveniente, 700
con las esposas de Cristo,
en un convento?...
DOÑA LEONOR
No, padre;
son tantos los requisitos
que para entrar en el claustro
se exigen... y..., ¡oh no, Dios mío!, 705
aunque me encuentro inocente,
no puedo, tiemblo al decirlo,
vivir sino donde nadie
viva y converse conmigo.
Mi desgracia en toda España 710
suena de modo distinto,
y una alusión, una seña,
una mirada, suplicios
pudieran ser que me hundieran
del despecho en el abismo. 715
No, ¡jamás!... Aquí, aquí sólo;
si no me acogéis benigno,
piedad pediré a las fieras
que habitan en estos riscos,
alimento a estas montañas, 720
vivienda a estos precipicios.
No salgo de este desierto;
una voz hiere mi oído,
voz del cielo, que me dice:
«Aquí, aquí», y aquí respiro. 725

 (Se abraza con la cruz.)  

No, no habrá fuerzas humanas
que me arranquen de este sitio.
PADRE GUARDIÁN

 (Levantándose y aparte.) 

¿Será verdad, Dios eterno?
¿Será tan grande y tan alta
la protección que concede 730
vuestra Madre Soberana
a mí, pecador indigno,
que cuando soy de esta casa
humilde prelado venga
con resolución tan santa 735
otra mujer penitente
a ser luz de estas montañas?
¡Bendito seáis, Dios eterno,
cuya omnipotencia narran
estos cielos estrellados, 740
escabel de vuestras plantas!
¿Vuestra vocación es firme?...

 (A LEONOR.) 

¿Sois tan bienaventurada?...
DOÑA LEONOR
Es inmutable, y cumplirla
la voz del cielo me manda. 745
PADRE GUARDIÁN
Sea, pues, bajo el amparo
de la Virgen Soberana.

 (Extiende una mano sobre ella.)  

DOÑA LEONOR
 

(Arrojándose a las plantas del PADRE GUARDIÁN.)

 
¿Me acogéis?... ¡Oh Dios!... ¡Oh dicha!
¡Cuán feliz vuestras palabras
me hacen en este momento!... 750
PADRE GUARDIÁN

 (Levantándola.) 

Dad a la Virgen las gracias.
Ella es quien asilo os presta
a la sombra de su casa.
No yo, pecador protervo,
vil gusano, tierra, nada.  

(Pausa.)

 
755
DOÑA LEONOR
Y vos, tan sólo vos, ¡oh padre mío!,
sabréis que habito en estas asperezas,
no otro ningún mortal.
PADRE GUARDIÁN
Yo solamente
sabré quién sois. Pero que avise es fuerza
a la comunidad de que la ermita 760
está ocupada, y de que vive en ella
una persona penitente. Y nadie,
bajo precepto santo de obediencia,
osará aproximarse de cien pasos,
ni menos penetrar la humilde cerca 765
que a gran distancia la circunda en torno.
La mujer santa, antecesora vuestra,
sólo fue conocida del prelado,
también mi antecesor. Que mujer era
lo supieron los otros religiosos 770
cuando se celebraron sus exequias.
Ni yo jamás he de volver a veros;
cada semana, sí, con gran reserva,
yo mismo os dejaré junto a la fuente
la escasa provisión; de recogerla 775
cuidaréis vos... Una pequeña esquila,
que está sobre la puerta con su cuerda,
calando a lo interior, tocaréis sólo
de un gran peligro en la ocasión extrema
o en la hora de la muerte. Su sonido, 780
a mí, o al que cual yo, prelado sea,
avisará, y espiritual socorro
jamás os faltará... No, nada tema.
La Virgen de los Ángeles os cubre
con su manto; será vuestra defensa 785
el ángel del Señor.
DOÑA LEONOR
Mas mis hermanos...
O bandidos tal vez...
PADRE GUARDIÁN
Y ¿quién pudiera
atreverse, hija mía, sin que al punto
sobre él tronara la venganza eterna?
Cuando vivió la penitente antigua 790
en este mismo sitio adonde os lleva
gracia especial del brazo omnipotente,
tres malhechores, con audacia ciega,
llegar quisieron al albergue santo;
al momento una horrísona tormenta 795
se alzó, enlutando el indignado cielo,
y un rayo desprendido de la esfera
hizo ceniza a dos de los bandidos,
y el tercero, temblando, a nuestra iglesia
acogióse, vistió el escapulario, 800
abrazando contrito nuestra regla,
y murió a los dos meses.
DOÑA LEONOR
Bien, ¡oh Padre!,
pues que encontré donde esconderme pueda
a los ojos del mundo, conducidme,
sin tardanza llevadme...
PADRE GUARDIÁN
Al punto sea,
805
que ya la luz del alba se avecina.
Mas antes entraremos en la iglesia;
recibiréis mi absolución, y luego
el pan de vida y de salud eterna.
Vestiréis el sayal de San Francisco, 810
y os daré avisos que importaros puedan
para la santa y penitente vida
a que con gloria tanta estáis resuelta.


Escena VIII

PADRE GUARDIÁN
   ¡Hola!... Hermano Melitón.
¡Hola!... Despierte le digo; 815
de la iglesia abra el postigo.
HERMANO MELITÓN

 (Dentro.) 

Pues qué, ¿ya las cinco son?...

 (Sale bostezando.) 

Apostaré a que no han dado.
 

 (Bosteza.) 

PADRE GUARDIÁN
La iglesia abra.
HERMANO MELITÓN
No es de día.
PADRE GUARDIÁN
¿Replica?... ¡Por vida mía!... 820
HERMANO MELITÓN
¿Yo?... En mi vida he replicado.
Bien podía el penitente
hasta las cinco esperar;
difícil será encontrar
un pecador tan urgente. 825
 

(Vase y en seguida se oye descorrer el cerrojo de la puerta de la iglesia, y se la ve abrirse lentamente.)

 
PADRE GUARDIÁN

 (Conduciendo a LEONOR hacia la iglesia.) 

   Vamos al punto, vamos.
En la casa de Dios, hermana, entremos,
su nombre bendigamos,
en su misericordia confiemos.

 
 
FIN DE LA JORNADA SEGUNDA
 
 



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