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El tema es largo y arduo, como que los encantadores son elemento consustancial a la vida de don Quijote. Yo seré breve en la medida de lo posible, mas no quiero defraudar al lector; quien desee ampliar tema tan apasionante como éste de los encantadores debe leer a Richard L. Predmore, El mundo del «Quijote» (Madrid, 1958), capítulo III, donde el asunto se trata con la profundidad debida y en relación a aspectos del mundo de don Quijote que no podré tocar, si es que quiero ser breve.

 

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Otros asedios a la aventura del barco encantado podrá ver el lector más abajo.

 

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Insisto en que los encantadores no son algo atributivo del mundo de don Quijote. Hasta el propio ladino y socarrón, y bachiller por Salamanca, de Sansón Carrasco, confrontado con algo increíble de raíz -regalos de una duquesa a Teresa Panza; Sancho, gobernador de una ínsula-, tiene que apelar a la intervención de encantadores: «Nosotros, aunque tocamos los presentes y hemos leído las cartas, no lo creemos, y pensamos que ésta es una de las cosas de don Quijote nuestro compatriota, que todas piensa que son hechas por encantamento» (II, I). Mucho más se podrá ver en el libro ya citado de Richard L. Predmore.

 

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«Allí invocó [don Quijote] a su buena amiga Urganda, que le socorriese, y, finalmente, allí le tomó la mañana, tan desesperado y confuso, que bramaba como un toro; porque no esperaba él que con el día se remediaría su cuita, porque la tenía por eterna, teniéndose por encantado» (I, XLIII).

 

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Esta aventura demuestra, además, el arrojo insuperable de don Quijote, como corresponde con su temperamento colérico (vide supra): lo que ven son treinta o cuarenta molinos de viento; lo que ataca don Quijote son treinta o pocos más. La diferencia de una cuarta parte de gigantes (o molinos) no le hace mella a su valor.

 

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No cabe duda, a la vista de este texto, de que Cervantes tenía la segunda parte del Quijote perfectamente planeada en su desarrollo más amplio. Cuando salió la apócrifa continuación de Alonso Fernández de Avellaneda, Cervantes se limitó a hacer cambiar de ruta a su caballero, aparte de contestar con sabia y noble moderación a los insultos de Avellaneda. «Era fresca la mañana, y daba muestras de serlo asimesmo el día en que don Quijote salió de la venta, informándose primero cuál era el más derecho camino para ir a Barcelona sin tocar en Zaragoza: tal era el deseo que tenía de sacar mentiroso aquel nuevo historiador que tanto decían le vituperaba» (II, LX). El final del Quijote de Cervantes ya está implícito en la larga cita del texto.

 

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Me refiero concretamente a la luminosa obra de Marcel Bataillon Erasme et l’Espagne. Recherches sur l’histoire spirituelle du XVIe siècle (París, 1937), cap. XIV; esta obra capital hay que consultarla ahora en su segunda edición en español, corregida y aumentada, hecha en México, 1966.

 

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«No, mi buen señor; alejad a Peto, alejad a Bardolph, alejad a Pointz; pero no alejéis de la compañía de vuestro Harry al dulce Jack Falstaff, al gentil Jack Falstaff, al fiel Jack Falstaff, al valiente Jack Falstaff ... alejar al rechoncho Jack sería alejar al mundo entero.»

 

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Hay reedición moderna de Antonio Vilanova (Barcelona, 1953), con muy buen prólogo. Lo que quiero recordar ahora es que en determinado momento de su obra Mondragón cita una anécdota narrada por nuestro conocido doctor navarro, Juan Huarte, y lo denomina, entonces, «cierto grave varón de nuestra España» (cap. XXXVI).

 

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No he mencionado en el texto, porque no viene al caso, la locura de amor, aspecto particular de la locura humana. Este tema tiene grandioso desarrollo en el Orlando Furioso, de Ariosto (1615), y en España adquiere características especiales en la vida y en la literatura de Lope de Vega: Belardo el Furioso y toda la larga lista de obras lopescas que desarrollan el tema de la locura por celos y que culminan en la Dorotea. Quien desee ampliar los conocimientos acerca del Encomium Moriae y el Quijote, y temas afines en la España del siglo XVI, debe consultar la breve pero docta monografía de Antonio Vilanova Erasmo y Cervantes (Barcelona, 1949).

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