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La historia de los estatutos de la Orden de la Banda es bastante complicada. En el siglo XVI los parafraseó fray Antonio de Guevara en su s interesantísimas Epístolas familiares (Valladolid, 1542), epístola 40, «Letra para el conde de Benavente, don Alonso Pimentel, en la cual se trata de la orden y regla que tenían los antiguos caballeros de la Banda. Es letra notable». De Guevara tomo la última cita. Mas las dos anteriores, y mucho más, menos el texto de Guevara, todo eso lo hallará el lector en la vieja monografía histórica, redactada en 1812, de Lorenzo Tadeo Villanueva, «Memoria sobre la Orden de Caballería de la Banda de Castilla», Boletín de la Real Academia de la Historia, LXXII (1918). Por último, texto distinto de los estatutos fue el que publicó en forma póstuma Georges Daumet, «L’Ordre castillan de l’Echarpe (Banda)», Bulletin Hispanique, XXV (1923), donde tampoco figura la regla copiada por Guevara, aunque el manuscrito que publicó Daumet está enriquecido con buen aparato de notas.

 

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Esto se relaciona directamente con la hostilidad que demuestra don Quijote por las armas de fuego, y de la que ya queda relación, vide supra.

 

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Se refiere Navagero a don Alonso de Aguilar, cuya heroica muerte durante el primer alzamiento de las Alpujarras quedó unida para siempre al bellísimo romance «Río Verde, Río Verde, tinto vas en sangre viva».

 

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La edición más asequible del Viaggio y las cartas de Navagero, en español, se puede hallar en Viajes de extranjeros por España y Portugal, recopilación, traducción, prólogo y notas de J. García Mercadal, I (Madrid, 1952).

 

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Esta labor de estudio comparativo ya la efectuó, por suerte para todos, Justina Ruiz de Conde, El amor y el matrimonio secreto en los libros de caballerías (Madrid, 1918). Pero aun en esta obra especializada el enfoque es selectivo, y se estudian nada más que el Caballero Cifar, Tirant lo Blanc, Amadís de Gaula y Palmerín de Inglaterra. Así y todo, bien vale la pena tenerla a mano para añadir más referencias a las pocas que podré estudiar.

 

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La edición más popular del Amadís sigue siendo la que hizo Pascual de Gayangos para la Biblioteca de Autores Españoles, volumen XL, pero fuera de la introducción, muy buena para su época, el texto sufre de serias endebleces. En la actualidad el texto de consulta indispensable es el que preparó el hispanista norteamericano Edwin B. Place, y que en cuatro volúmenes publicó el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (Madrid, 1959-1969), aunque debo confesar que la introducción y notas vuelan bastante bajo.

 

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No invento ni descubro el hecho de que la poesía amorosa de Quevedo está firmemente respaldada por la ideología del amor cortés; esto lo demostró hace años el meritorio hispanista norteamericano Otis H. Green, El amor cortés en Quevedo (Zaragoza, 1955), cuya publicación original fue en inglés y en los Estados Unidos. De todas maneras, y en forma profética, en la última página de su monografía estampó Green las siguientes palabras: «Este estudio, como el dedicado al amor cortés en el cancionero [otra monografía suya, en inglés], son expresión de llevar a cabo una interpretación y valoración mejores de la poesía española del Siglo de Oro. Quedan estudiados los dos términos extremos. Falta investigar los poetas intermedios. El resultado, creo yo, contribuirá a una mejor inteligencia de todos los géneros literarios que en algún modo tratan del amor: el bucólico, la novela cortesana, la comedia, el Quijote mismo.»

 

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Desde la época que se escribieron las vidas y razos de los trovadores provenzales es muchísimo lo que se ha escrito sobre ellos y sobre el concepto de amor cortés. Como suele ocurrir con un tema tan popular como el que abordo ahora, los estudiosos se hallan muy lejos de estar de acuerdo. Para el lector español todavía son muy útiles las páginas que dedicó Pedro Salinas a «la tradición de la poesía amorosa» en su gran libro sobre Jorge Manrique o tradición y originalidad (Buenos Aires, 1947), con varias reediciones. A mí me han resultado de gran utilidad otras dos obras: Maurice Valency, In praise of Love. An introduction to the Love Poetry of the Renaissance (Nueva York, 1961), y una gran antología, con abundantes excursos críticos, preparada por el equipo de T. G. Bergin, Susan Olson, W. D. Paden y N. Smith, Anthology of the Provençal Troubadours, dos vols. (New Haven, 1973). El lector español debe consultar, con indudable provecho, a Martín de Riquer, Los trovadores. Historia literaria y textos. Tres volúmenes (Barcelona, 1975).

 

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Si alguien quiere atender mi consejo, debe leerse toda la poesía de Jaufre Rudel y complementarse con el brillante estudio de Leo Spitzer, L’amour lointain de Jaufre Rudel et le sens de la poésie des troubadours (Chapel Hill, 1944).

 

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Llamo la atención al hecho de que en provenzal midons es masculino, «mi señor», ya que dons viene del latín dominus. La forma femenina sería ma dompna. Ahora bien, el uso del masculino se explica por la idea del vasallaje feudal, subyacente a todo el concepto de amor cortés: el amante (el vasallo) se entrega y servirá a la amada (su señor). Esto explica, ideológicamente, que cuando Juan Ruiz, arcipreste de Hita, invoca ayuda y protección de la Virgen María, se dirige a Ella en este verso: «Dame gracia, Señor de todas las señores» (Libro de Buen Amor, copla 10.ª).

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