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«El agrado confirmado constituye el amor, y se puede definir la inclinación o progreso de la voluntad hacia el bien, pues efectivamente la voluntad sale al camino del bien que se le acerca para recibirlo en sus brazos, de donde nace el deseo de unirse con él», Juan Luis Vives, De Anima et Vita, III, II.

 

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Las paso por alto, en consecuencia, mas haré excepción, por su lirismo, con la interpretación de Azorín, que contiene páginas tan desacertadas como hermosas. En su obsesión con el paisaje, como otros miembros de su generación, Azorín atribuye el enloquecimiento de don Quijote al ambiente manchego, con su monótono latir diario: «Quiero echar la llave, en la capital geográfica de la Mancha [Alcázar de San Juan], a mis correrías. ¿Habrá otro pueblo, aparte de éste, más castizo, más manchego, más típico, donde más íntimamente se comprenda y se sienta la alucinación de estas campiñas rasas, el vivir doloroso y resignado de estos buenos labriegos, la monotonía y la desesperación de las horas que pasan y pasan lentas, eternas, en un ambiente de tristeza, de soledad y de inacción? ... Decidme, ¿no comprendéis en estas tierras los ensueños, los desvaríos, las imaginaciones desatadas del gran loco? La fantasía se echa a volar frenética por estos llanos; surgen en los cerebros visiones, quimeras, fantasías torturadoras y locas», La ruta de don Quijote (1905), XV.

 

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Don Quijote es caballero en 1615, no hidalgo, porque lo fue armado en 1605 (I, III), pero cuando comienza la primera parte de su historia era sólo un hidalgo.

 

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Por suerte hay dos trabajos que han desbrozado el camino, lo que facilita el tránsito intelectual. Me refiero al libro de Harald Weinrich Das Ingenium Don Quijotes. Ein Beitrag zur literarischen Charakterkunde (Münster, 1956), y el artículo de Otis H. Green «El Ingenioso Hidalgo», Hispanic Review, XXV (1957), 175-93. Ninguno de los dos trabajos ha tenido mayor circulación por tierras de España, y por ello debo precaver al lector que el libro de Weinrich le será de menos utilidad que el artículo, porque el filólogo alemán no presta mayor atención a los síntomas médicos -dentro de la etiología de la época de Cervantes, se entiende- desparramados a lo largo del Quijote, mientras que el crítico norteamericano los recoge y estudia con método y celo.

 

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Me refiero al libro de inmensa utilidad y provecho, ¡y que ojalá se traduzca pronto al español!, de C. S. Lewis, The Discarded Image. An Introduction to Medieval and Renaissance Literature (Cambridge, 1964).

 

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Una versión simplificada del cuadro se puede hallar en E. M. W. Tillyard, The Elizabethan World Picture (Nueva York, 1944, pág. 63); otra un poco más complicada se hallará en Martine Bigeard, La folie et les fous littéraires en Espagne. 1500-1650 (París, 1972), pág. 20; me atengo a este último. Debo hacer constar que el capítulo XXIII del libro de Bigeard se intitula «La folie dans Don Quichotte», para reconocer, de inmediato, que no me ha sido de ninguna utilidad. En general, el libro está enfocado hacia los aspectos sociológicos de la locura, más que los literarios. En Tillyard, más de acuerdo con el Arcipreste de Talavera (v. infra), el colérico pertenece al elemento fuego.

 

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Al llegar a este punto conviene advertir al lector, para su provecho intelectual, que hay una gran investigación sobre el tema, y es el libro del padre Mauricio de Iriarte, S. J., El doctor Huarte de San Juan y su Examen de Ingenios. Contribución a la historia de la psicología diferencial, tercera ed. corregida (Madrid, 1948). La existencia de este gran libro, sobre el cual también se estructura en buena parte el excelente artículo de Otis H. Green, ya citado, me exime de mayores comentarios o precisiones en favor de una breve claridad explicativa.

 

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El europeo contemporáneo de don Quijote consideraba que «melancolía [atrabilis, humor negro] es el humor más enemigo de la vida», Lawrence Babb, The Elizabethan Malady. A Study of Melancholia in English Literature from 1570 to 1642 (Michigan, 1951), págs. 11-12.

 

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Le recuerda Cervantes en el prólogo a Ocho comedias y ocho entremeses (1615), donde puntualiza que estaba enterrado «entre los dos coros» de la catedral de Córdoba.

 

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Acerca de los efectos de la fiebre en el temperamento ya había escrito el doctor Huarte: «Si el hombre cae en alguna enfermedad por la cual el celebro de repente mude su temperatura, como es la manía, melancolía y frenesía, en un momento acontece perder, si es prudente, cuanto sabe, y dice mil disparates, y si es necio, adquiere más ingenio y habilidad que antes tenía», Examen de ingenios, cap. IV. La temperatura del cerebro de Luis López cambia por un ataque de tabardillo (tifus exantemático); la de don Quijote, por aguda melancolía; el resultado es el mismo: ambos recuperan el juicio.

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