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Don Quijote

Julio Martínez Velasco



  • Título: Don Quijote. Fragmentos de un discurso teatral.
  • Versión de la novela cervantina: Rafael Azcona y Maurizio Scaparro.
  • Intérpretes: Josep María Flotats, Juan Echanove, Antonio Medina, Carmen Robles, César Oliva, Carola Manzanares, Izaskun Martínez, Pedro Olivera, Chema del Barco. Músicos: Maximilian de Elduaven y Francisco Javier Romanos.
  • Música: Eugenio Bennato.
  • Iluminación: Teo Escamilla.
  • Vestuario: Emanuelle Luzzati.
  • Escenografía: Roberto Francia.
  • Dirección: Maurizio Scaparro.
  • Presentación en Sevilla: Teatro Lope de Vega, 21-4-92.




La creación escénica de Maurizio Scaparro sobre la novela cervantina, a partir del guión de Rafael Azcona, se remonta, en sus orígenes, al año 1983, cuya versión en italiano se estrenó en el Festival de Spoleto. Luego, sendas versiones para el cine y televisión, hasta que se presentó en Almagro. A lo largo de nueve años, el espectáculo ha ido madurando al tiempo que Scaparro iba profundizando en el estudio sobre «La seducción de la utopía». El resultado -feliz resultado- ha sido esta última versión, estrenada en Nueva York hace un mes y presentada en el Teatro Valle romano el pasado día 6, que alcanza gran nivel de calidad, en el que destaca la interpretación del bipersonaje. Porque Don Quijote y Sancho vienen a constituir en la novela un solo personaje, el del propio autor, como el de cada uno de los lectores, pues en lo paradigmático de tal dualidad estriba su universal carisma.

En este ingenioso juego escénico del tándem Scaparro-Azcona, Don Quijote y su «alter ego» son encarnados por Josep María Flotats y Juan Echanove. El primero desarrolla una magistral labor, demostrando la amplitud de sus recursos, su enorme flexibilidad de matización y su dominio del gesto. El segundo ha supuesto para los espectadores sevillanos todo un jubiloso descubrimiento, pues sin dejar de representar el papel de antagonista, se erige, en virtud de su modélico trabajo, en auténtico coprotagonista.

Como es comprensible, no se trata de llevar la novela al teatro, pues la incompatibilidad de lenguaje y dimensiones es innegable. Se trata de rizar el rizo sobre la extensión e intensidad humanas del inmortal bipersonaje. Y así como tantos autores usaron el juego del teatro dentro del teatro, aquí se vislumbra el de una novela dentro de otra novela, pues los componentes de una mojiganga, al actuar, interpretan los personajes cervantinos a lo largo de los doce o quince episodios sintetizados de que consta el espectáculo.

La dramaturgia se basa en el diálogo Don Quijote-Sancho, esmeradamente vertido al lenguaje coloquial. Los demás personajes son episódicos y diversos -carro de histriones de la legua, retablo de maese Pedro, etc.-; el espacio escénico lo limita un viejo escenario al que llega la bojiganta, recurso muy hábil para situar dentro de él los más variados paisajes manchegos.

De lo dicho se deduce que, con un elenco corto -el de la pareja protagonista y los cómicos-, y un espacio limitado verosímil, este Quijote no pretende ser un gran espectáculo. Por su tamaño cabe en un escenario de dimensiones zarzueleras. Aunque, ciertamente, es un espectáculo cuya grandeza indiscutible está en la calidad. El espíritu de la dualidad humana del héroe y antihéroe cervantinos está pulcramente reflejado. El trasvase de los caudales de utopía y realidad, efectuado, con extrema habilidad. Y sobre todo, el humor, ese sutil humor que se desparrama, incontenible, por toda la novela y que hace asomar las lágrimas del lector, preñado de ternura, convierte a la representación de este espectáculo en una gozada sentimental.

Es, en fin, una afortunada aproximación a la gran pareja universal, pulverizadora de las fronteras vitales entre la realidad y el deseo, puesta en escena con el primor de un hombre sensible, artista y perfecto conocedor de los recursos escénicos, como es Scaparro, que aquí demuestra un sentido de la medida sumamente elogiable, en su labor de dirección: desde la fracción de segundo que debe durar un efecto, hasta la totalidad del espectáculo, que se aproxima a las dos horas, intensas de emoción y belleza.

Quizás parte del público esperase mayor despliegue espectacular. Todo llegará. Bueno es que, como aperitivo, se sirva este tan exclusivo bocado de teatro intimista.





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