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ArribaAbajoCapitulo XXXIV

Que cuenta de la noticia que se tuuo de cómo se auía de desencantar la sin par Dulcinea del Toboso, que es vna de las auenturas mas famosas deste libro


Grande era el gusto que recebian el duque y la duquessa de la conuersacion de don Quixote y de la de Sancho Pança, y, confirmandose en la intencion que tenian de hazerles algunas burlas que lleuassen vislumbres y apariencias de auenturas, tomaron motiuo de la que don Quixote449 ya les auia contado de la cueua de Montesinos, para hazerle vna que fuesse famosa -pero de lo que mas la duquessa se admiraua era que la simplicidad de Sancho fuesse tanta, que huuiesse venido a creer ser verdad infalible que Dulcinea del Toboso estuuiesse encantada, auiendo sido el mesmo el encantador y el embustero de aquel negocio-; y, assi, auiendo dado orden a sus criados de todo lo que auian de hazer, de alli a seys dias le llevaron a caça de monteria, con tanto aparato de monteros y caçadores como pudiera lleuar un rey coronado. Dieronle a don Quixote vn vestido de monte y a Sancho otro verde, de finissimo paño; pero don Quixote no se le quiso poner, diziendo que otro dia auia de boluer al duro exercicio de las armas, y que no podia lleuar consigo guardarropas ni reposterias. Sancho si tomó el que le dieron, con intencion   —422→   de venderle en la primera ocasion que pudiesse.

Llegado, pues, el esperado dia, armose don Quixote, vistiose Sancho, y encima de su ruzio, que no le quiso dexar, aunque le dauan vn cauallo, se metio entre la tropa de los monteros; la duquessa salio bizarramente aderezada, y   -fol. 132v-   don Quixote, de puro cortés y comedido, tomó la rienda de su palafren, aunque el duque no queria consentirlo, y, finalmente, llegaron a vn bosque que entre dos altissimas montañas estaua, donde, tomados los puestos, paranzas y veredas, y repartida la gente por diferentes puestos, se començo la caça con grande estruendo, grita y vozeria, de manera, que vnos a otros no podian oyrse, assi por el ladrido de los perros, como por el son de las bozinas. Apeose la duquessa, y con vn agudo venablo en las manos, se puso en vn puesto por donde ella sabia que solian venir algunos jaualies. Apeose assimismo el duque y don Quixote y pusieronse a sus lados; Sancho se puso detras de todos, sin apearse del ruzio, a quien no osara desamparar, porque no le sucediesse algun desman.

Y apenas auian sentado el pie y puesto[se]450 en ala con otros muchos criados suyos, quando acosado de los perros y seguido de los caçadores vieron que hazia ellos venia vn desmesurado jauali, cruxiendo dientes y colmillos y arrojando espuma por la boca, y, en uiendole, embraçando su escudo y puesta mano a su   —423→   espada, se adelantó a recebirle don Quixote; lo mesmo hizo el duque con su venablo; pero a todos se adelantara la duquessa si el duque no se lo estoruara. Solo Sancho, en viendo al valiente animal, desamparó al ruzio y dio a correr quanto pudo; y, procurando subirse sobre vna alta encina, no fue possible; antes, estando ya a la mitad del451, asido de vna rama, pugnando452 subir a la cima, fue tan corto de ventura y tan desgraciado, que se desgajó la rama, y al venir al suelo, se quedó en el ayre, assido de vn gancho de la encina, sin poder llegar al suelo, y, viendose assi, y que el sayo verde se le rasgaua, y pareciendole que si aquel fiero animal alli allegaua le podia alcançar, començo a dar tantos gritos y a pedir socorro con tanto ahinco, que todos los que le oian y no le veian creyeron que estaua entre los dientes de alguna fiera.

Finalmente, el colmilludo jauali   -fol. 133r-   quedó atrauessado de las cuchillas de muchos venablos que se le pusieron delante, y, boluiendo la cabeça don Quixote a los gritos de Sancho, que ya por ellos le auia conocido, viole pendiente de la encina, y la cabeça abaxo, y al ruzio junto a el, que no le desamparó en su calamidad; y dize Cide Hamete que pocas vezes vio a Sancho Pança sin ver al ruzio, ni al ruzio sin ver a Sancho: tal era la amistad y buena fe que entre los dos se guardauan. Llegó don Quixote y descolgo a Sancho, el qual, viendose libre y en el suelo, miró lo desgarrado del sayo de monte,   —424→   y pesole en el alma; que penso que tenia en el vestido vn mayorazgo.

En esto, atrauessaron al jauali poderoso sobre vna azemila, y, cubriendole con matas de romero y con ramas de mirto, le lleuaron, como en señal de victoriosos despojos, a vnas grandes tiendas de campaña que en la mitad del bosque estauan puestas, donde hallaron las mesas en orden y la comida aderezada, tan sumptuosa y grande, que se echaua bien de ver en ella la grandeza y magnificencia de quien la daua.

Sancho, mostrando las llagas a la duquessa de su roto vestido, dixo:

«Si esta caça fuera de liebres o de paxarillos, seguro estuuiera mi sayo de verse en este estremo; yo no se qué gusto se recibe de esperar a vn animal que si os alcança con vn colmillo, os puede quitar la vida; yo me acuerdo auer oydo cantar vn romance antiguo, que dize:


De los osos seas comido
como Fabila el nombrado453



«Esse fue vn rey godo», dixo don Quixote, «que yendo a caça de monteria, le comio vn oso.»

«Esso es lo que yo digo, respondio Sancho, «que no querria yo que los principes y los reyes se pusiessen en semejantes peligros, a trueco de vn gusto que parece que no le auia de ser, pues consiste en matar a vn animal que no ha cometido delito alguno.»

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«Antes os engañais, Sancho», respondio el duque, «porque el exercicio de la caça de monte es el mas conueniente y necessario para los reyes y principes que otro   -fol. 133v-   alguno. La caça es vna imagen de la guerra: ay en ella estratagemas, astucias, insidias para vencer a su saluo al enemigo; padecense en ella frios grandissimos y calores intolerables, menoscabase el ocio y el sueño, corroboranse las fuerças, agilitanse los miembros del que la vsa, y, en resolucion, es exercicio que se puede hazer sin perjuyzio de nadie y con gusto de muchos; y lo mejor que el tiene es que no es para todos, como lo es el de los otros generos de caça, excepto el de la bolateria, que tambien es solo para reyes y grandes señores. Assi que, ¡o Sancho!, mudad de opinion, y, quando seays gouernador, ocupaos en la caça y vereys como os vale vn pan por ciento.

«Esso no», respondio Sancho; «el buen gouernador la pierna quebrada, y en casa; bueno seria que viniessen los negociantes a buscarle fatigados, y el estuuiesse en el monte holgandose; assi enhoramala andaria el gobierno. Mia fe, señor, la caça y los passatiempos mas han de ser para los holgaçanes que para los gouernadores; en lo que yo pienso entretenerme, es en jugar al triunfo embidado las pascuas, y a los bolos los domingos y fiestas; que essas caças ni caços no dizen con mi condicion ni hazen con mi conciencia.»

«Plega a Dios, Sancho, que assi sea, porque del dicho al hecho ay gran trecho.»

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«Aya lo que huuiere», replicó Sancho, «que al buen pagador no le duelen prendas, y mas vale al que Dios ayuda, que al que mucho madruga; y tripas lleuan pies, que no pies a tripas; quiero dezir que si Dios me ayuda, y yo hago lo que deuo con buena intencion, sin duda que gouernaré mejor que vn gerifalte; no sino ponganme el dedo en la boca, y veran si aprieto o no.»

«¡Maldito seas de Dios y de todos sus santos, Sancho maldito», dixo don Quixote, «y quándo sera el dia, como otras muchas vezes he dicho, donde yo te vea hablar sin refranes vna razon corriente y concertada! Vuestras grandezas   -fol. 134r-   dexen a este tonto, señores mios, que les molera las almas, no solo puestas entre dos, sino entre dos mil refranes traydos tan a sazon y tan a tiempo quanto le de Dios a el la salud, o a mi si los querria escuchar.»

«Los refranes de Sancho Pança», dixo la duquessa, «puesto que son mas que los del Comendador Griego454, no por esso son en menos455 de estimar por la breuedad de las sentencias. De mi se dezir que me dan mas gusto que otros, aunque sean mejor traydos y con mas sazon acomodados.»

Con estos y otros entretenidos razonamientos salieron de la tienda al bosque, y en requerir algunas paranzas (y)456 presto se les pasó el dia y se les vino la noche, y no tan clara ni tan sesga como la sazon del tiempo pedia, que era en la mitad del verano; pero vn cierto claro escuro   —427→   que truxo consigo, ayudó mucho a la intencion de los duques; y, assi, como començo a anochezer, vn poco mas adelante del crepusculo, a deshora parecio que todo el bosque por todas quatro partes se ardia; y luego se oyeron por aqui y por alli, y por aca y por aculla, infinitas cornetas y otros instrumentos de guerra, como de muchas tropas de caualleria que por el bosque passaua; la luz del fuego, el son de los belicos instrumentos, casi cegaron y atronaron los ojos y los oydos de los circunstantes y aun de todos los que en el bosque estauan.

Luego se oyeron infinitos lelilies al vso de moros quando entran en las batallas; sonaron trompetas y clarines, retumbaron tambores, resonaron pifaros, casi todos a vn tiempo, tan contino y tan apriesa, que no tuuiera sentido el que no quedara sin el al son confuso de tantos instrumentos. Pasmose el duque, suspendiose la duquessa, admirose don Quixote, temblo Sancho Pança, y, finalmente, aun hasta los mesmos sabidores de la causa se espantaron; con el temor les cogio el silencio, y vn postillon (que)457 en trage de demonio les passó por delante, tocando en vez458 de corneta vn hueco y desmesurado cuerno, que vn ronco y espantoso   -fol. 134v-   son despedia.

«Ola, hermano correo», dixo el duque, «¿quién soys, adónde vays y qué gente de guerra es la que por este bosque parece que atrauiessa?»

A lo que respondio el correo con voz horrisona y desenfadada:

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«Yo soy el diablo; voy a buscar a don Quixote de la Mancha; la gente que por aqui viene son seys tropas de encantadores, que sobre vn carro triunfante traen a la sin par Dulcinea del Toboso; encantada viene con el gallardo frances Montesinos a dar orden a don Quixote de cómo ha de ser desencantada la tal señora.»

«Si vos fuerades diablo, como dezis y como vuestra figura muestra, ya huuierades conocido al tal cauallero don Quixote de la Mancha, pues le teneys delante.»

«En Dios y en mi conciencia», respondio el diablo, «que no miraua en ello, porque traygo en tantas cosas diuertidos los pensamientos, que de la principal, a que venia, se me oluidaua.»

«Sin duda», dixo Sancho, «que este demonio deue de ser hombre de bien y buen christiano, porque a no serlo, no jurara en Dios y en mi conciencia. Aora, yo tengo para mi que aun en el mesmo infierno deue de auer buena gente.»

Luego el demonio, sin apearse, encaminando la vista a don Quixote, dixo:

«A ti, el Cauallero de los Leones -que entre las garras dellos te vea yo-, me embia el desgraciado pero valiente cauallero Montesinos, mandandome que de su parte te diga que le esperes en el mismo lugar que459 te topare, a causa que trae consigo a la que llaman Dulcinea del Toboso, con orden de darte la que es menester para desencantarla; y por no ser para mas mi venida, no ha de ser mas mi estada; los demonios   —429→   como yo queden contigo y los angeles buenos con estos señores.»

Y, en diziendo esto, tocó el desaforado cuerno y boluio las espaldas y fuesse sin esperar respuesta de ninguno.

Renouose la admiracion en todos, especialmente en Sancho y don Quixote; en Sancho, en ver que, a despecho de la verdad, querian que estuuiesse encantada Dulcinea; en don Quixote,   -fol. 135r-   por no poder assegurarse si era verdad o no lo que le auia passado en la cueua de Montesinos; y, estando eleuado en estos pensamientos, el duque le dixo:

«¿Piensa vuestra merced esperar, señor don Quixote?»

«¿Pues no?», respondio el. «Aqui esperaré intrepido y fuerte, si me viniesse a embestir todo el infierno.»

«Pues si yo veo otro diablo y oygo otro cuerno como el passado, assi esperaré yo aqui como en Flandes», dixo Sancho.

En esto, se cerro mas la noche, y començaron a discurrir muchas luzes por el bosque, bien assi como discurren por el cielo las exhalaciones secas de la tierra, que parecen a nuestra vista estrellas que corren; oyose, assimismo, vn espantoso ruydo, al modo de aquel que se causa de las ruedas macizas que suelen traer los carros de bueyes, de cuyo chirrio aspero y continuado se dize que huyen los lobos y los osos, si los ay por donde passan. Añadiose a toda esta tempestad otra que las aumentó   —430→   todas, que fue que parecia verdaderamente que a las quatro partes del bosque se estauan dando a vn mismo tiempo quatro rencuentros o batallas, porque alli sonaua el duro estruendo de espantosa artilleria; aculla se disparauan infinitas escopetas; cerca casi sonauan las460 vozes de los combatientes; lexos se reyterauan los lililies agarenos.

Finalmente, las cornetas, los cuernos, las bozinas, los clarines, las trompetas, los tambores, la artilleria, los arcabuzes y, sobre todo, el temeroso ruydo de los carros, formauan todos juntos vn son tan confuso y tan horrendo, que fue menester que don Quixote se valiesse de todo su coraçon para sufrirle; pero el de Sancho vino a tierra y dio con el desmayado en las faldas de la duquesa, la qual le recibio en ellas y a gran priessa mandó que le echassen agua en el rostro. Hizose assi, y el boluio en su acuerdo a tiempo que ya vn carro de las rechinantes ruedas llegaua a aquel puesto; tirauanle quatro perezosos bueyes, todos cubiertos de paramentos negros; en cada cuerno traian atada y encendida vna grande   -fol. 135v-   acha de cera, y encima del carro venia hecho vn assiento alto, sobre el qual venia sentado vn venerable viejo con vna barba mas blanca que la mesma nieve, y tan luenga que le passaua de la cintura; su vestidura era vna ropa larga de negro vocazi; que por venir el carro lleno de infinitas luzes se podia bien diuisar y discernir todo lo que en el venia. Guiauanle dos feos demonios vestidos   —431→   del mesmo vocazi, con tan feos rostros, que Sancho, auiendolos visto vna vez, cerro los ojos por no verlos otra. Llegando, pues, el carro a ygualar al puesto, se leuantó de su alto assiento el viejo venerable, y puesto en pie, dando vna gran voz, dixo:

«Yo soy el sabio Lirgandeo461

Y passó el carro adelante, sin hablar mas palabra.

Tras este passó otro carro de la misma manera, con otro viejo entronizado, el qual, haziendo que el carro se detuuiesse, con voz no menos graue que el otro, dixo:

«Yo soy el sabio Alquife, el grande amigo de Vrganda la Desconocida.»

Y passó adelante.

Luego, por el mismo continente llegó otro carro; pero el que venia sentado en el trono no era viejo como los demas, sino hombron robusto y de mala catadura, el qual, al llegar, leuantandose en pie como los otros, dixo con voz mas ronca y mas endiablada:

«Yo soy Arcalaus, el encantador, enemigo mortal de Amadis de Gaula y de toda su parentela.»

Y passó adelante.

Poco desuiados de alli hizieron alto estos tres carros y cessó el enfadoso ruydo de sus ruedas; y luego se oyo otro, no ruydo, sino vn son de vna suaue y concertada musica formado, con que Sancho se alegró y lo tuuo a buena señal; y, assi, dixo a la duquessa, de quien vn punto ni vn paso se apartaua:

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«Señora, donde ay musica no puede auer cosa mala.»

«Tampoco donde ay luzes y claridad», respondio la duquessa.

A lo que replicó Sancho:

«Luz da el fuego, y claridad las hogueras, como lo vemos en las que nos cercan, y bien podria ser que nos abrasassen; pero la musica siempre es indicio   -fol. 136r-   de regozijos y de fiestas.»

«Ello dira», dixo don Quixote, que todo lo escuchaua, y dixo bien, como se muestra en el capitulo siguiente.



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ArribaAbajoCapitulo XXXV

Donde se prosigue la noticia que tuuo don Quixote del desencanto de Dulcinea con otros admirable[s] sucessos


Al compas de la agradable musica vieron que hazia ellos venia vn carro de los que llaman triunfales, tirado de seys mulas pardas encubertadas, empero, de lienço blanco, y sobre cada vna venia vn diciplinante de luz462, assimesmo vestido de blanco, con vna acha de cera grande, encendida, en la mano; era el carro dos vezes, y aun tres, mayor que los passados, y los lados y encima del, ocupauan doze otros diciplinantes albos como la nieue, todos con sus achas encendidas, vista que admiraua y espantaua juntamente; y en vn leuantado trono venia sentada vna ninfa vestida de mil velos de tela de plata, brillando por todos ellos infinitas hojas de argenteria de oro, que la hazian, si no rica, a lo menos, vistosamente vestida; traía el rostro cubierto con vn transparente y delicado cendal, de modo, que, sin impedirlo sus lizos, por entre ellos se descubría vn hermosissimo rostro de donzella; y las muchas luzes dauan lugar para distinguir la belleza y los años, que, al parecer, no llegauan a veynte ni baxauan de diez y siete; junto a ella venia vna figura vestida de vna ropa de las que llaman rozagantes, hasta los pies, cubierta la cabeça con vn velo negro; pero al   —434→   punto que llegó el carro a estar frente a frente de los duques y de don Quixote, cessó la musica de las chirimias, y luego la de las harpas y laudes que en el carro sonauan; y, leuantandose en pie la figura de la ropa, la apartó a entrambos lados, y, quitandose el velo   -fol. 136v-   del rostro, descubrio patentemente ser la mesma figura de la Muerte descarnada y fea, de que don Quixote recibio pesadumbre, y Sancho miedo, y los duques hizieron algun sentimiento temeroso. Alçada y puesta en pie esta Muerte viua, con voz algo dormida y con lengua no muy despierta, començo a dezir desta manera:


   «Yo soy Merlin463, aquel que las historias
dizen que tuue por mi padre al diablo,
(mentira autorizada de los tiempos),
principe de la magica y monarca
y archivo de la ciencia zoroastrica,  5
emulo a las edades y a los siglos,
que solapar pretenden las hazañas
de los andantes brauos caualleros,
a quien yo tuue y tengo gran cariño.
   Y puesto que es de los encantadores,  10
de los magos o magicos contino
dura la condicion, aspera y fuerte,
la mia es tierna, blanda y amorosa,
y amiga de hazer bien a todas gentes.
   En las cauernas lobregas de Dite,  15
donde estaua mi alma entretenida
en formar ciertos rombos y caráteres,
llegó la voz doliente de la bella
y sin par Dulcinea del Toboso.
    Supe su encantamento y su desgracia,  20
y su trasformacion de gentil dama
en rustica aldeana: condolime,
—435→
y encerrando mi espiritu en el hueco
-fol. 137r-
desta espantosa y fiera notomia,
despues de auer rebuelto cien mil libros  25
desta mi ciencia endemoniada y torpe,
vengo a dar el remedio que conuiene
a tamaño dolor, a mal tamaño.
   ¡O tu, gloria y honor de quantos visten
las tunicas de azero y de diamante,  30
luz y farol, sendero, norte y guia
de aquellos que, dexando el torpe sueño
y las ociosas plumas, se acomodan
a vsar el exercicio intolerable
de las sangrientas y pesadas armas!;  35
a ti digo, ¡o varon, como se464 deue,
por jamas alabado!, a ti, valiente
iuntamente y discreto don Quixote,
de la Mancha esplendor, de España estrella,
que para recobrar su estado primo  40
la sin par Dulcinea del Toboso,
es menester que Sancho, tu escudero,
se de tres mil açotes y trecientos
en ambas sus valientes posaderas,
al ayre descubiertas, y de modo,  45
que le escuezan, le amarguen y le enfaden;
y en esto se resueluen todos quantos
de su desgracia han sido los autores,
y a esto es mi venida, mis señores.»

«¡Voto a tal!», dixo a esta sazon Sancho; «no digo yo tres mil açotes, pero assi me dare yo tres, como tres puñaladas;   -fol. 137v-   ¡valate el diablo por modo de desencantar; yo no se qué tienen que ver mis posas con los encantos! Par Dios que si el señor Merlin no ha hallado otra manera como desencantar a la señora Dulcinea465 del Toboso, encantada se podra yr a la sepultura.»

«Tomaros he yo», dixo don Quixote, «don   —436→   villano, harto de ajos, y amarraros he a vn arbol, desnudo como vuestra madre os pario, y no digo yo tres mil y trecientos, sino seys mil y seys cientos açotes os dare, tan bien pegados, que no se os caygan a tres mil y trecientos tirones; y no me repliqueys palabra, que os arrancaré el alma.»

Oyendo lo qual Merlin, dixo:

«No ha de ser assi, porque los açotes que ha de recebir el buen Sancho, han de ser por su voluntad y no por fuerça, y en el tiempo que el quisiere; que no se le pone termino señalado; pero permitesele que si el quisiere redemir su vexacion por la mitad de este vapulamiento, puede dexar que se los de agena mano, aunque sea algo pesada.»

«Ni agena, ni propia, ni pesada, ni por pesar», replicó Sancho: «a mi no me ha de tocar alguna mano. ¿Pari yo, por ventura, a la señora Dulcinea del Toboso, para que paguen mis posas lo que pecaron sus ojos? El señor mi amo si, que es parte suya, pues la llama a cada paso mi vida, mi alma, sustento y arrimo suyo, se puede y deue açotar por ella y hazer todas las diligencias necessarias para su desencanto. Pero ¿açotarme yo?; abernuncio.»

Apenas acabó de dezir esto Sancho, quando leuantandose en pie la argentada ninfa que junto al espiritu de Merlin venia, quitandose el sutil velo del rostro, le descubrio tal, que a todos parecio mas que demasiadamente hermoso, y con vn desenfado varonil y con vna   —437→   voz no muy adamada, hablando derechamente con Sancho Pança, dixo:

«¡O malauenturado escudero, alma de cantaro,   -fol. 138r-   coraçon de alcornoque, de entrañas guigeñas y apederna[l]adas!; si te mandaran, ladron, desuellacaras, que te arrojaras de vna alta torre al suelo, si te pidieran, enemigo del genero humano, que te comieras vna dozena de sapos, dos de lagartos y tres de culebras, si te persuadieran a que mataras a tu muger y a tus hijos con algun truculento y agudo alfange, no fuera marauilla que te mostraras melindroso y esquiuo. Pero hazer caso de tres mil y trecientos açotes, que no ay niño de la Doctrina, por ruyn que sea, que no se los lleue cada mes, admira, adarua, espanta a todas las entrañas piadosas de los que lo escuchan y aun las de todos aquellos que lo vinieren a saber con el discurso del tiempo. Pon ¡o miserable y endurecido animal!, pon, digo, essos tus ojos de mochuelo466 espantadizo en las niñas destos mios, comparados a rutilantes estrellas, y veraslos llorar hilo a hilo y madexa a madexa, haziendo surcos, carreras y sendas por los hermosos campos de mis mexillas. Mueuate, socarron y mal intencionado monstro, que la edad tan florida mia, que aun se está todavia en el diez y de los años, pues tengo diez y nueue y no llego a veynte, se consume y marchita debaxo de la corteza de vna rustica labradora; y si aora no lo parezco es merced particular que me ha hecho el señor Merlin,   —438→   que está presente, solo porque te enternezca mi belleza; que las lagrimas de vna afligida hermosura bueluen en algodon los riscos y los tigres en ouejas. Date, date en essas carnazas, bestion indomito, y saca de haron esse brio que a solo comer y mas comer te inclina; y pon en libertad la lisura de mis carnes, la mansedumbre de mi condicion y la belleza de mi faz; y si por mi no quieres ablandarte ni reduzirte a algun razonable termino, hazlo por esse pobre cauallero que a tu lado tienes, por tu amo, digo, de quien estoy viendo el alma, que la tiene atrauessada en la garganta, no diez dedos   -fol. 138v-   de los labios, que no espera sino tu rigida o blanda repuesta, o para salirse por la boca, o para boluerse al estomago.»

Tentose oyendo esto la garganta don Quixote, y dixo, boluiendose al duque:

«Por Dios, señor, que Dulcinea ha dicho la verdad, que aqui tengo el alma atrauessada en la garganta, como vna nuez de ballesta.»

«¿Qué dezis vos a esto, Sancho?», preguntó la duquessa.

«Digo, señora», respondio Sancho, «lo que tengo dicho: que de los açotes auernuncio.»

«Abrrenuncio aueis de dezir, Sancho, y no como dezis», dixo el duque.

«Dexeme vuestra grandeza», respondio Sancho; «que no estoy agora para mirar en sotilezas, ni en letras mas a menos, porque me tienen tan turbado estos açotes que me han de   —439→   dar o me tengo de dar, que no se lo que me digo ni lo que me hago; pero querria yo saber de la señora, mi señora doña Dulcinea467 del Toboso, adonde aprendio el modo de rogar que tiene; viene a pedirme que me abra las carnes a açotes, y llamame alma de cantaro y bestion indomito, con vna tiramira de malos nombres, que el diablo los sufra. ¿Por ventura son mis carnes de bronze?, ¿o vame a mi algo en que se desencante o no? ¿Qué canasta de ropa blanca, de camisas, de tocadores y de escarpines, a[n]que468 no los gasto, trae delante de si para ablandarme, sino vn vituperio y otro, sabiendo aquel refran que dizen por ay, que vn asno cargado de oro sube ligero por vna montaña, y que dadiuas quebrantan peñas, y a Dios rogando y con el maço dando, y que mas vale vn toma que dos te dare? Pues el señor, mi amo, que auia de traerme la mano por el cerro y halagarme para que yo me hiziesse de lana y de algodon cardado, dize que si me coge me amarrará desnudo a vn arbol, y me doblará la parada de los açotes; y auian de considerar estos lastimados señores que no solamente   -fol. 139r-   piden que se açote vn escudero, sino vn gouernador; como quien dize: beue con g[u]indas. Aprendan, aprendan mucho de enhoramala a saber rogar, y a saber pedir, y a tener criança; que no son todos los tiempos vnos, ni estan los hombres siempre de vn buen humor; estoy yo aora rebentando de pena por ver mi sayo verde roto, y vienen a pedirme que me   —440→   açote de mi voluntad, estando ella tan agena dello, como de boluerme cazique.»

«Pues en verdad, amigo Sancho», dixo el duque, «que si no os ablandais mas que vna breua madura, que no aueis de empuñar el gouierno. Bueno seria que yo embiasse a mis insulanos vn gouernador cruel, de entrañas pedernalinas, que no se doblega a las lagrimas de las afligidas donzellas ni a los ruegos de discretos, imperiosos y antiguos encantadores y sabios. En resolucion, Sancho: o vos aueis de ser açotado, o os han de açotar, o no aueis de ser gouernador.»

«Señor», respondio Sancho, «¿no se me darian dos dias de termino para pensar lo [que] me está mejor?»

«No, en ninguna manera», dixo Merlin; «aqui, en este instante y en este lugar ha de quedar assentado lo que ha de ser deste negocio: o Dulcinea boluera a la cueua de Montesinos y a su pristino estado de labradora, o ya, en el ser que está sera lleuada a los Eliseos campos, donde estara esperando se cumpla el numero del vapulo.»

«Ea, buen Sancho», dixo la duquessa, «buen animo y buena correspondencia al pan que aueis comido del señor don Quixote, a quien todos deuemos seruir y agradar por su buena condicion y por sus altas cauallerias. Dad el si, hijo, desta açotayna, y vayase el diablo para diablo y el temor para mezquino; que vn buen coraçon quebranta mala ventura, como vos bien sabeis.»

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A estas razones respondio con estas disparatadas Sancho, que, hablando con Merlin, le preguntó:

«Digame vuessa merced, señor Merlin: quando llegó aqui el diablo correo, (y) dio469 a mi amo vn recado del señor Montesinos, mandandole de su parte que le esperasse aqui, porque venia a dar orden   -fol. 139v-   de que la señora Dulcinea del Toboso se desencantasse, y hasta agora no hemos visto a Montesinos ni a sus semejas.»

A lo qual respondio Merlin:

«El diablo, amigo Sancho, es vn ignorante y vn grandissimo bellaco; yo le embié en busca de vuestro amo, pero no con recado de Montesinos, sino mio, porque Montesinos se está en su cueua, entendiendo, o por mejor dezir, esperando su desencanto, que aun le falta la cola por desollar; si os deue algo o teneys alguna cosa que negociar con el, yo os lo traere y pondre donde vos mas quisieredes; y por agora acabad de dar el si de esta diciplina, y creedme que os sera de mucho prouecho, assi para el alma como para el cuerpo: para el alma, por la caridad con que la hareys; para el cuerpo, porque yo se que soys de complexion sanguinea, y no os podra hazer daño sacaros vn poco de sangre.»

«Muchos medicos ay en el mundo, hasta los encantadores son medicos», replicó Sancho; «pero, pues todos me lo dizen, aunque yo no me lo veo, digo que soy contento de darme los tres   —442→   mil y trecientos açotes, con condicion que me los tengo de dar cada y quando que yo quisiere, sin que se me ponga tassa en los dias ni en el tiempo; y yo procuraré salir de la deuda lo mas presto que sea possible, porque goze el mundo de la hermosura de la señora doña Dulcinea del Toboso, pues, segun parece, al rebes de lo que yo pensaua, en efecto es hermosa. Ha de ser tambien condicion, que no [he] de estar obligado a sacarme sangre con la diciplina, y que si algunos açotes fueren de mosqueo, se me han de tomar en cuenta. Y ten, que si me errare en el numero, el señor Merlin, pues lo sabe todo, ha de tener cuydado de contarlos y de auisarme los que me faltan o los que me sobran.»

«De las470 sobras no aura que auisar», respondio Merlin, «porque llegando al cabal numero, luego quedará de improuiso desencantada la señora Dulcinea, y vendra a buscar, como agradecida, al buen Sancho   -fol. 140r-   y a darle las gracias y aun premios por la buena obra. Assi que no ay de qué tener escrupulo de las sobras ni de las faltas, ni el cielo permita que yo engañe a nadie, aunque sea en vn pelo de la cabeça.»

«Ea, pues, a la mano de Dios», dixo Sancho; «yo consiento en mi mala ventura, digo, que yo acepto la penitencia con las condiciones apuntadas.»

Apenas dixo estas vltimas palabras Sancho, quando boluio a sonar la musica de las chirimias   —443→   y se boluieron a disparar infinitos arcabuzes, y don Quixote se colgo del cuello de Sancho, dandole mil besos en la frente y en las mexillas. La duquessa y el duque y todos los circunstantes dieron muestras de auer recebido grandissimo contento, y el carro començo a caminar, y al passar la hermosa Dulcinea inclinó la cabeça a los duques y hizo vna gran reuerencia a Sancho.

Y ya, en esto, se venia a mas andar el alua alegre y risueña; las florezillas de los campos se descollauan y erguian, y los liquidos cristales de los arroyuelos, murmurando por entre blancas y pardas guijas, yuan a dar tributo a los rios que los471 esperauan; la tierra alegre, el cielo claro, el ayre limpio, la luz serena, cada vno por si y todos juntos dauan manifiestas señales que el dia que al aurora venia pisando las faldas auia de ser sereno y claro. Y satisfechos los duques de la caça y de auer conseguido su intencion tan discreta y felizemente, se boluieron a su castillo con prosupuesto de segundar en sus burlas; que para ellos no auia veras que mas gusto les diessen.



  —444→     -fol. 140v-  

ArribaAbajoCapitulo XXXVI

Donde se cuenta la estraña y jamas imaginada auentura de la dueña Dolorida, alias de la condessa Trifaldi, con vna carta que Sancho Pança escriuio a su muger, Teresa Pança


Tenia vn mayordomo el duque de muy burlesco y desenfadado ingenio, el qual hizo la figura de Merlin y acomodó todo el aparato de la auentura passada, compuso los versos y hizo que vn page hiziesse a Dulcinea. Finalmente, con interuencion de sus señores ordenó otra del mas gracioso y estraño artificio que puede imaginarse. Preguntó la duquessa a Sancho otro dia si auia començado la tarea de la penitencia que auia de hazer por el desencanto de Dulcinea; dixo que si, y que aquella noche se auia dado cinco açotes. Preguntole la duquessa que con qué se los auia dado; respondio que con la mano.

«Esso», replicó la duquessa, «mas es darse de palmadas que de açotes; yo tengo para mi que el sabio Merlin no estara contento con tanta blandura; menester sera que el buen Sancho haga alguna diciplina de abroxos, o de las de canelones, que se dexen sentir, porque la letra con sangre entra, y no se ha de dar tan barata la libertad de vna tan gran señora como lo es Dulcinea por tan poco precio; y aduierta Sancho que las obras de caridad que se hazen   —445→   tibia y floxamente no tienen merito ni valen nada472

A lo que respondio Sancho:

«Deme vuestra señoria alguna diciplina o ramal conueniente, que yo me dare con el, como no me duela demasiado; porque hago saber a vuessa merced que, aunque soy rustico, mis carnes tienen mas de algodon que de esparto, y no sera bien que yo me descrie por el prouecho ageno.»

«Sea en buena hora», respondio la duquessa; «yo os dare mañana vna diciplina que os venga muy al justo y se acomode   -fol. 141r-   con la ternura de vuestras carnes, como si fueran sus hermanas propias.»

A lo que dixo Sancho:

«Sepa vuestra alteza, señora mia de mi anima, que yo tengo escrita vna carta a mi muger Teresa Pança, dandole cuenta de todo lo que me ha sucedido despues que me aparté della; aqui la tengo en el seno, que no le falta mas de ponerle el sobreescrito; querria que vuestra discrecion la leyesse, porque me parece que va conforme a lo de gouernador, digo, al modo que deuen de escriuir los gouernadores.»

«Y ¿quién la notó?», preguntó la duquessa.

«¿Quién la auia de notar sino yo, pecador de mi?», respondio Sancho.

«Y ¿escriuistesla vos?», dixo la duquessa.

«Ni por pienso», respondio Sancho, «porque yo no se leer ni escriuir, puesto que se firmar.»

«Veamosla», dixo la duquessa; «que a buen   —446→   seguro que vos mostreis en ella la calidad y suficiencia de vuestro ingenio.»

Sacó Sancho vna carta abierta del seno, y, tomandola la duquessa, vio que dezia desta manera:

CARTA DE SANCHO PANÇA A TERESA PANÇA, SU MUGER

«Si buenos açotes me dauan, bien cauallero me yua; si buen gouierno me tengo, buenos açotes me cuesta. Esto no lo entenderas tu, Teresa mia, por aora; otra vez lo sabras. Has de saber, Teresa, que tengo determinado que andes en coche, que es lo que haze al caso, porque todo otro andar es andar a gatas. Muger de vn gouernador eres, ¡mira si te roera nadie los çancajos! Ai te embio vn vestido verde de caçador que me dio mi señora la duquessa; acomodale en modo que sirua de saya y cuerpos a nuestra hija. Don Quixote, mi amo, segun he oydo dezir en esta tierra, es vn loco cuerdo y vn mentecato gracioso, y que yo no le voy en zaga. Hemos estado en la cueua de Montesinos, y el sabio   -fol. 141v-   Merlin ha echado mano de mi para el desencanto de Dulcinea del Toboso, que por alla se llama Aldonça Lorenço; con tres mil y trecientos açotes menos cinco, que me he de dar, quedará desencantada como la madre que la pario. No diras desto nada a nadie, porque pon lo tuyo en concejo, y vnos diran que es blanco y otros que es negro.

  —447→  

»De aqui a pocos dias me partire al gouierno, adonde voy con grandissimo desseo de hazer dineros, porque me han dicho que todos los gouernadores nueuos van con este mesmo desseo; tomarele el pulso y auisarete si has de venir a estar conmigo o no. El ruzio está bueno, y se te encomienda mucho, y no lo pienso dexar aunque me lleuaran a ser Gran Turco. La duquessa, mi señora, te besa mil vezes las manos; bueluele el retorno con dos mil, que no ay cosa que menos cueste ni valga mas barata, segun dize mi amo, que los buenos comedimientos. No ha sido Dios seruido de depararme otra maleta con otros cien escudos como la de marras; pero no te de pena, Teresa mia, que en saluo está el que repica, y todo saldra en la colada del gouierno; sino que me ha dado gran pena que me dizen que si vna vez le prueuo, que me tengo de comer las manos tras el, y si assi fuesse, no me costaria muy barato, aunque los estropeados y mancos ya tienen su calongia473 en la limosna que piden; assi que, por vna via o por otra, tu has de ser rica, de buena ventura. Dios te la de, como puede, y a mi me guarde para seruirte. Deste castillo, a veynte de iulio 1614.

Tu marido el gouernador,

Sancho Pança.»

En acabando la duquessa de leer la carta, dixo a Sancho:

«En dos cosas anda vn poco descaminado el   —448→   buen gouernador: la vna, en dezir o dar a entender que este gouierno se le han dado por los açotes que se ha de dar, sabiendo el, que no lo puede negar, que quando el duque, mi señor,   -fol. 142r-   se le prometio, no se soñaua auer açotes en el mundo; la otra es, que se muestra en ella muy codicioso, y no querria que oregano fuesse, porque la codicia rompe el saco, y el gouernador codicioso haze la justicia desgouernada.»

«Yo no lo digo por tanto, señora», respondio Sancho, «y si a vuessa merced le parece que la tal carta no va como ha de yr, no ay sino rasgarla y hazer otra nueua, y podria ser que fuesse peor si me lo dexan a mi caletre.»

«No, no», replicó la duquessa; «buena está esta, y quiero que el duque la vea.»

Con esto se fueron a vn jardin donde auian de comer aquel dia; mostro la duquessa la carta de Sancho al duque, de que recibio grandissimo contento. Comieron, y despues de alçado los manteles, y despues de auerse entretenido vn buen espacio con la sabrosa conuersacion de Sancho, a deshora se oyo el son tristissimo de vn pifaro y el de vn ronco y destemplado tambor; todos mostraron alborotarse con la confusa, marcial y triste armonia, especialmente don Quixote, que no cabia en su assiento de puro alborotado; de Sancho no ay que dezir, sino que el miedo le lleuó a su acostumbrado refugio, que era el lado o faldas de la duquessa, porque real y verdaderamente el son que se escuchaua era tristissimo y malencolico.   —449→   Y, estando todos assi suspensos, vieron entrar por el jardin adelante dos hombres vestidos de luto, tan luengo y tendido que les arrastraua por el suelo; estos venian tocando dos grandes tambores, assimismo cubiertos de negro. A su lado venia el pifaro, negro y pizmiento como los demas; seguia a los tres vn personage de cuerpo agigantado, amantado, no que vestido, con vna negrissima loba, cuya falda era assimismo desaforada de grande; por encima de la loba le ceñia y atrauessaua vn ancho taheli, tambien negro, de quien pendia vn desmesurado alfange de guarniciones y vayna negra. Venia cubierto el rostro con vn trasparente velo negro, por quien se entreparecia   -fol. 142v-   vna longissima barba, blanca como la nieve. Mouia el paso al son de los tambores con mucha grauedad y reposo. En fin, su grandeza, su contoneo, su negrura y su acompañamiento pudiera y pudo suspender a todos aquellos que, sin conocerle, le miraron.

Llegó, pues, con el espacio y proso[po]peya referida a hincarse de rodillas ante el duque, que en pie, con los demas que alli estauan, le atendia. Pero el duque en ninguna manera le consintio hablar hasta que se leuantasse. Hizolo assi el espantajo prodigioso, y, puesto en pie, alçó el antifaz del rostro y hizo patente la mas horrenda, la mas larga, la mas blanca y mas poblada barba que hasta entonces humanos ojos auian visto, y luego desencaxó y arrancó del ancho y dilatado pecho vna voz graue y sonora, y, poniendo los ojos en el duque, dixo:

  —450→  

«Altissimo y poderoso señor: a mi me llaman Trifaldin el de la Barba Blanca, soy escudero de la condessa Trifaldi, por otro nombre llamada la dueña Dolorida, de parte de la qual traygo a vuestra grandeza vna embaxada, y es que la vuestra magnificencia sea seruida de darla facultad y licencia para entrar a dezirle su cuyta, que es vna de las mas nueuas y mas admirables que el mas cuytado pensamiento del orbe lo pueda auer pensado; y primero quiere saber si está en este vuestro474 castillo el valeroso y jamas vencido cauallero don Quixote de la Mancha, en cuya busca viene a pie, y sin desayunarse, desde el reyno de Candaya hasta este vuestro estado, cosa que se puede y deue tener a milagro, o a fuerça de encantamento; ella queda a la puerta desta fortaleza o casa de campo, y no aguarda para entrar sino vuestro beneplacito; dixe.»

Y tosio luego, y manoseose la barba de arriba abaxo con entrambas manos, y con mucho sossiego estuuo atendiendo la respuesta del duque, que fue:

«Ya, buen escudero Trifaldin de la Blanca Barba, ha muchos dias que tenemos noticia de la desgracia de mi señora la condessa Trifaldi, a quien los encantadores   -fol. 143r-   la hazen llamar la dueña Dolorida; bien podeys, estupendo escudero, dezirle que entre y que aqui está el valiente cauallero don Quixote de la Mancha, de cuya condicion generosa puede prometerse con seguridad todo amparo y toda ayuda, y assimismo   —451→   le podreys dezir de mi parte que si mi fauor le fuere necessario, no le ha de faltar, pues ya me tiene obligado a darsele el ser cauallero, a quien es anejo y concerniente fauorecer a toda suerte [de] mugeres, en especial a las dueñas viudas475, menoscabadas y doloridas, qual lo deue estar su señoria.»

Oyendo lo qual Trifaldin, inclinó la rodilla hasta el suelo, y, haziendo al pifaro y tambores señal que tocassen, al mismo son y al mismo paso que auia entrado, se boluio a salir del jardin, dexando a todos admirados de su presencia y compostura. Y, boluiendose el duque a don Quixote, le dixo:

«En fin, famoso cauallero, no pueden las tinieblas de la malicia ni de la ignorancia encubrir y escurecer la luz del valor y de la virtud. Digo esto, porque apenas ha seys dias que la vuestra bondad está en este castillo, quando ya os vienen a buscar de lueñas476 y apartadas tierras; y no en carroças ni en dromedarios, sino a pie y en ayunas, los tristes, los afligidos, confiados que han de hallar en esse fortissimo braço el remedio de sus cuytas y trabajos, merced a vuestras grandes hazañas, que corren y rodean todo lo descubierto de la tierra.»

«Quisiera yo, señor duque», respondio don Quixote, «que estuuiera aqui presente aquel bendito religioso, que a la mesa el otro dia mostro tener tan mal talante y tan mala ogeriza contra los caualleros andantes, para que viera   —452→   por vista de ojos si los tales caualleros son necessarios en el mundo; tocara, por lo menos, con la mano que los extraordinariamente afligidos y desconsolados, en casos grandes y en desdichas inormes, no van a buscar su remedio a las casas de los letrados, ni a la de los sacristanes de las aldeas, ni al cauallero que nunca ha   -fol. 143v-   acertado a salir de los terminos de su lugar, ni al perezoso cortesano, que antes busca nueuas para referirlas y contarlas que procura hazer obras y hazañas para que otros las cuenten y las escriuan; el remedio de las cuytas, el socorro de las necessidades, el amparo de las donzellas, el consuelo de las viudas, en ninguna suerte de personas se halla mejor que en los caualleros andantes, y de serlo yo doy infinitas gracias al cielo, y doy por muy bien empleado qualquier desman y trabajo que en este tan honroso exercicio pueda sucederme. Venga esta dueña y pida lo que quisiere; que yo le libraré su remedio en la fuerça de mi braço y en la intrepida resolucion de mi animoso espiritu.»



  —453→  

ArribaAbajoCapitulo XXXVII

Donde se prosigue la famosa auentura de la dueña Dolorida


En estremo se holgaron el duque y la duquessa de ver quán bien yua respondiendo a su intencion don Quixote, y a esta sazon dixo Sancho:

«No querria yo que esta señora dueña pusiesse algun tropiezo a la promessa de mi gouierno, porque yo he oydo dezir a vn boticario toledano, que hablaua como vn silguero, que donde interuiniessen dueñas no podia suceder cosa buena. ¡Valame Dios y qué mal estaua con ellas el tal boticario!; de lo477 que yo saco que, pues todas las dueñas son enfadosas e impertinentes, de qualquiera calidad y condicion que sean, ¿qué seran las que son doloridas, como han dicho que es esta condessa Tres Faldas o Tres Colas?; que en mi tierra faldas y colas, colas y faldas, todo es vno.»

«Calla, Sancho amigo», dixo don Quixote, «que pues esta señora dueña de tan lueñes tierras viene a buscarme, no deue ser de aquellas que el boticario   -fol. 144r-   tenia en su numero; quanto mas que esta es condessa, y quando las condessas siruen de dueñas, sera siruiendo a reynas y a emperatrizes, que en sus casas son señorissimas que se siruen de otras dueñas.»

A esto respondio doña Rodriguez, que se halló presente:

  —454→  

«Dueñas tiene mi señora la duquessa en su seruicio, que pudieran ser condessas, si la fortuna quisiera; pero alla van leyes do quieren reyes, y nadie diga mal de las dueñas, y mas de las antiguas y donzellas, que aunque yo no lo soy, bien se me alcança y se me trasluze la ventaja que haze vna dueña donzella a vna dueña viuda, y quien a nosotras trasquiló, las tixeras le quedaron en la mano.»

«Con todo esso», replicó Sancho, «ay tanto que trasquilar en las dueñas, segun mi barbero478, quanto sera mejor no menear el arroz, aunque se pegue.»

«Siempre los escuderos», respondio doña Rodriguez, «son enemigos nuestros; que como son duendes de las antesalas y nos veen a cada paso, los ratos que no rezan, que son muchos, los gastan en murmurar de nosotras, desenterrandonos los huesos y enterrandonos la fama. Pues mandoles yo a los leños mouibles, que, mal que les pese, hemos de viuir en el mundo y en las casas principales, aunque muramos de hambre y cubramos con vn negro mongil nuestras delicadas o no delicadas carnes, como quien cubre o tapa vn muladar con vn tapiz en dia de procession. A fe que si me fuera dado y el tiempo lo pidiera, que yo diera a entender, no solo a los presentes, sino a todo el mundo, como no ay virtud que no se encierre en una dueña.»

«Yo creo», dixo la duquessa, «que mi buena doña Rodriguez tiene razon, y muy grande;   —455→   pero conuiene que aguarde tiempo para boluer por si y por las demas dueñas, para confundir la mala opinion de aquel mal boticario y desarraygar la que tiene en su pecho el gran Sancho Pança.»

A lo que Sancho respondio:

  -fol. 144v-  

«Despues que tengo humos de gouernador se me han quitado los vaguidos de escudero y no se me da por quantas dueñas ay vn cabrahigo.»

Adelante passaran con el coloquio dueñesco, si no oyeran que el pifaro y los tambores boluian a sonar, por donde entendieron que la dueña Dolorida entraua; preguntó la duquessa al duque si seria bien yr a recebirla, pues era condessa y persona principal.

«Por lo que tiene de condessa», respondio Sancho, antes que el duque respondiesse, «bien estoy en que vuestras grandezas salgan a recebirla; pero por lo de dueña, soy de parecer que no se mueuan vn paso.»

«¿Quién te mete a ti en esto, Sancho?», dixo don Quixote.

«¿Quién, señor?», respondió Sancho. «Yo me meto, que puedo meterme, como escudero que ha aprendido los terminos de la cortesia en la escuela de vuessa merced, que es el mas cortés y bien criado caballero que ay en toda la cortesania, y en estas cosas, segun he oydo dezir a vuessa merced, tanto se pierde por carta de mas como por carta de menos, y al buen entendedor, pocas palabras.»

  —456→  

«Assi es como Sancho dize», dixo el duque; «veremos el talle de la condessa, y por el tantearemos la cortesia que se le deue.»

En esto, entraron los tambores y el pifaro, como la vez primera.

Y aqui, con este breue capitulo dio fin el autor, y començo el otro, siguiendo la mesma auentura, que es vna de las mas notables de la historia.

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ArribaAbajoApéndice

Don Quijote, I, pág. 72-1: lo qual, visto; léase: lo qual visto.

Don Quijote, III, pág. 17-17: Debo a la atención de su Eminencia Mgr. Eugène Tisserant, Pro-Prefetto della Bibl. Apos. Vaticana la nota siguiente acerca de Bosio: «No he encontrado ningún libro impreso, titulado: De signis Ecclesiae, atribuido a Bosio. Es posible que el autor fuese el evangelista Bosio de Padua, O. S. A., el cual era Regente de los Estudios y Profesor desde 1569, hasta su muerte en 1593. (Vid. Encomiasticon Augustinianum, auctore R. P. F. Phil. Elssio..., Brux. 1654.) Dicho Bossio publicó Theoremata Theologica, Roma, 1591. No se sabe que una obra suya De Sig. Eccl. llegase a imprimirse.»

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ArribaAbajoEnmiendas

Don Quijote, III, página 21, línea 1, dice: de de Toledo, debe decir: de Toledo.

Don Quijote, III, página 33, línea 22, dice: juntatamente, debe decir: juntamente.

Don Quijote, III, página 42, línea 7, dice: disse, debe decir: diesse.

Don Quijote, III, página 50, línea 29, dice: cetro., debe decir: cetro,.

Don Quijote, III, página 68, línea 6, dice: por que, debe decir: porque.

Don Quijote, III, página 77, línea 13, dice: ha viuir, debe decir: ha de viuir.






ArribaAbajoTomo IV

  —5→  

ArribaAbajoAdvertencia

Al terminar este cuarto y último tomo de la obra imperecedera de Cervantes, quiero dar mis más sinceras gracias a mis colegas y amigos Edwin S. Morby y Dorotea Clarke, quienes, en medio de sus propias faenas, se han dado la molestia de leer las pruebas del texto y de las notas. Y si se puede decir con alguna justicia amici probantur rebus adversis, también se puede decir que no hay mejor prueba de los amigos que la ayuda ofrecida para descubrir y subsanar las equivocaciones de otros, sobre todo las erratas de imprenta que tienen la destreza mágica de ocultarse en las pruebas sólo para quedar patentes a la vista de todos desde el momento en que se publica la obra.



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ArribaAbajoCapitulo XXXVIII

Donde se cuenta la que dio de su mala andança la dueña Dolorida


Detras de los tristes musicos començaron a entrar por el jardin adelante hasta cantidad de doze dueñas, repartidas en dos hileras, todas vestidas de vnos mongiles anchos, al parecer, de anascote batanado, con vnas tocas blancas de delgado canequi, tan luengas, que solo el ribete del mongil descubrian. Tras ellas venia la condessa   -fol. 145r-   Trifaldi, a quien traia de la mano el escudero Trifaldin de la Blanca Barba, vestida de finissima y negra vayeta por frisar, que, a venir frisada, descubriera cada grano del grandor de vn garuanzo de los buenos de Martos481. La cola o falda, o como llamarla quisieren, era de tres puntas, las quales se sustentauan en las manos de tres pages assimesmo vestidos de luto, haziendo vna vistosa y matematica figura con aquellos tres angulos acutos, que las tres puntas formauan, por lo qual cayeron todos los que la falda puntiaguda miraron, que por ella se deuia llamar la Condessa Trifaldi, como si dixessemos la Condessa de las tres faldas; y, assi, dize Benengeli que fue verdad, y que de su propio apellido se llamó482 la Condessa Lobuna, a causa que se criauan en su condado muchos lobos, y que, si como eran lobos fueran zorras, la llamaran la Condessa Zorruna, por ser costumbre en aquellas   —8→   partes tomar los señores la denominacion de sus nombres de la cosa, o cosas, en que mas sus estados abundan; empero esta condessa, por fauorecer la nouedad de su falda, dexó el Lobuna, y tomó el Trifaldi.

Venian las doze dueñas y la señora a paso de procession, cubiertos los rostros con vnos velos negros, y no trasparentes como el de Trifaldin, sino tan apretados que ninguna cosa se trasluzian483.

Assi como acabó de parecer el dueñesco esquadron, el duque, la duquesa y don Quixote se pusieron en pie, y todos aquellos que la espaciosa procession mirauan. Pararon las doze dueñas y hizieron calle, por medio de la qual la Dolorida se adelantó, sin dexarla de la mano Trifaldin; viendo lo qual el duque, la duquessa y don Quixote, se adelantaron obra de doze pasos a recebirla. Ella puesta[s]484 las rodillas en el suelo, con voz antes basta y ronca que sutil y dilicada, dixo:

«Vuestras grandezas sean seruidas de no hazer tanta cortesia a este su criado, digo a esta su criada, porque segun soy de dolorida,   -fol. 145v-   no acertaré a responder a lo que deuo, a causa que mi estraña, y jamas vista desdicha me ha lleuado el entendimiento, no se adónde, y deue de ser muy lexos, pues quanto mas le busco, menos le hallo.»

«Sin el estaria», respondio el duque, «señora condessa, el que no descubriese por vuestra persona vuestro valor, el qual, sin mas ver, es   —9→   merecedor de toda la nata de la cortesia, y de toda la flor de las bien criadas ceremonias.»

Y, leuantandola de la mano, la lleuó a assentar en vna silla junto a la duquessa, la qual la recibio assimismo con mucho comedimiento.

Don Quixote callaua, y Sancho andaua muerto por ver el rostro de la Trifaldi y de alguna de sus muchas dueñas; pero no fue possible, hasta que ellas de su grado y voluntad se descubrieron. Sossegados todos y puestos en silencio, estauan esperando quién le auia de romper, y fue la dueña Dolorida con estas palabras:

«Confiada estoy, señor poderosissimo, hermosissima señora y discretissimos circunstantes, que ha de hallar mi cuytissima en vuestros valerosissimos pechos acogimiento, no menos placido que generoso y doloroso; porque ella es tal, que es bastante a enternecer los marmoles, y a ablandar los diamantes, y a molificar los azeros de los mas endurecidos coraçones del mundo; pero antes que salga a la plaça de vuestros oydos, por no dezir orejas, quisiera que me hizieran sabidora si está en este gremio, corro y compañia, el acendradissimo cauallero don Quixote de la Manchissima, y su escuderissimo Pança.»

«El Pança», antes que otro respondiesse, dixo Sancho, «aqui está, y el don Quixotissimo assimismo; y, assi, podreys, dolorosissima dueñissima, dezir lo que quisieridissimis; que todos   —10→   estamos prontos y aparejadissimos a ser vuestros seruidorissimos.»

En esto, se leuantó don Quixote, y, encaminando sus razones a la Dolorida dueña, dixo:

«Si vuestras cuytas, angustiada señora,   -fol. 146r-   se pueden prometer alguna esperança485 de remedio por algun valor o fuerças de algun andante cauallero, aqui estan las mias, que, aunque flacas y breues, todas se emplearán en vuestro seruicio. Yo soy don Quixote de la Mancha, cuyo asumpto es acudir a toda suerte de menesterosos, y siendo esto assi, como lo es, no aueis menester, señora, captar beneuolencias, ni buscar preambulos, sino a la llana y sin rodeos dezir486 vuestros males; que oydos os escuchan, que sabran, si no remediarlos, dolerse dellos.»

Oyendo lo qual la Dolorida dueña, hizo señal de querer arrojarse a los pies de don Quixote, y aun se arrojó, y pugnando por abraçarselos, dezia:

«Ante487 estos pies y piernas me arrojo, o cauallero inuicto, por ser los que son basas y colunas de la andante caualleria; estos pies quiero besar, de cuyos pasos pende y cuelga todo el remedio de mi desgracia, ¡o valeroso andante, cuyas verdaderas fazañas dexan atras y escurecen las fabulosas de los Amadisses, Esplandianes y Belianisses!»

Y, dexando a don Quixote, se boluio a Sancho Pança y, assiendole de las manos, le dixo:

«¡O tu el mas leal escudero que jamas siruio   —11→   a cauallero andante en los presentes, ni en los passados siglos, mas luengo en bondad que la barba de Trifaldin, mi acompañador que está presente!, bien puedes preciarte que en seruir al gran don Quixote sirues en cifra a toda la caterua de caualleros que han tratado las armas en el mundo. Conjurote, por lo que deues a tu bondad fidelissima, me seas buen intercessor con tu dueño, para que luego fauorezca a esta humilissima y desdichadissima condessa.»

A lo que respondio Sancho:

«De que sea mi bondad, señoria488 mia, tan larga y grande, como la barba de vuestro escudero, a mi me haze muy poco al caso; barbada y con vigotes tenga yo mi alma quando desta vida vaya, que es lo que importa; que de las barbas de aca poco o nada me curo; pero, sin essas socaliñas489 ni plegarias, yo rogaré a mi amo, que se que me quiere bien, y mas agora que   -fol. 146v-   me ha menester para cierto negocio, que fauorezca y ayude a vuessa merced490 en todo lo que pudiere; vuessa merced desembaule su cuyta, y cuentenosla, y dexe hazer; que todos nos entenderemos.»

Rebentauan de risa con estas cosas los duques, como aquellos que auian tomado el pulso a la tal auentura, y alabauan entre si la agudeza y dissimulacion de la Trifaldi, la qual, boluiendose assentar, dixo:

«Del famoso reyno de Candaya, que cae entre la gran Trapobana491 y el mar del Sur, dos   —12→   leguas mas alla del cabo Comorin492, fue señora la reyna doña Maguncia, viuda del rey Archipiela, su señor y marido, de cuyo matrimonio tuuieron y procrearon a la infanta Antonomasia, heredera del reyno, la qual dicha infanta Antonomasia se crió y crecio debaxo de mi tutela y doctrina, por ser yo la mas antigua y la mas principal dueña de su madre. Sucedio, pues, que yendo dias y viniendo dias, la niña Antonomasia llegó a edad de catorze años, con tan gran perfecion de hermosura, que no la pudo subir mas de punto la naturaleza. Pues ¡digamos agora que la discrecion era mocosa! Assi era discreta como bella, y era la mas bella del mundo, y lo es, si ya los hados inuidiosos y las parcas endurecidas no la han cortado la estambre de la vida; pero no auran, que no han de permitir los cielos que se haga tanto mal a la tierra, como seria lleuarse en agraz el racimo del mas hermoso veduño del suelo.

»De esta hermosura, y no como se deue encarecida de mi torpe lengua, se enamoró vn numero infinito de principes, assi naturales como estrangeros, entre los quales osó leuantar los pensamientos al cielo de tanta belleza vn cauallero particular, que en la corte estaua, confiado en su mocedad y en su bizarria y en sus muchas habilidades y gracias, y facilidad y felicidad de ingenio; porque hago saber a vuestras grandezas, si no lo tienen por enojo493,   -fol. 147r-   que tocaua vna guitarra que la hazia hablar, y   —13→   mas que era poeta y gran baylarin, y sabia hazer vna xaula de paxaros, que solamente a hazerlas pudiera ganar la vida, quando se viera en estrema necessidad; que todas estas partes y gracias son bastantes a derribar vna montaña, no que494 vna delicada donzella. Pero toda su gentileza y buen donayre, y todas sus gracias y habilidades fueran poca o ninguna parte para rendir la fortaleza de mi niña, si el ladron desuellacaras no vsara del remedio de lo rendirme a mi primero. Primero quiso el malandrin y desalmado vagamundo grangearme la voluntad, y coecharme el gusto, para que yo, mal alcayde, le entregasse las llaues de la fortaleza que guardaua.

»En resolucion, el me aduló el entendimiento, y me rindio la voluntad con no se qué dixes y brincos que me dio; pero lo que mas me hizo postrar y dar conmigo por el suelo fueron vnas coplas que le oi cantar vna noche, desde vna reja que caia a vna callejuela donde el estaua, que si mal no me acuerdo dezian:


    De la dulce mi enemiga
nace vn mal que al alma hiere,
y por mas tormento, quiere
que se sienta y no se diga495.



»Pareciome la troba de perlas, y su voz, de almibar, y despues aca, digo, desde entonces, viendo el mal en que cai por estos y otros semejantes versos, he considerado que de las buenas y concertadas republicas se auian de   —14→   desterrar los poetas, como aconsejaua Platon, a lo menos los lasciuos496, porque escriuen vnas coplas, no como las del marques de Mantua 497, que entretienen y hazen llorar los niños y a las mugeres, sino vnas agudezas que a modo de blandas espinas os atrauiessan el alma, y como rayos os hieren en ella, dexando sano el vestido498, y otra vez cantó:

  -fol. 147v-  

   Ven, muerte, tan escondida,
que no te sienta venir;
porque el placer del morir
no me torne a dar la vida499.



»Y deste jaez otras coplitas y estrambotes que, cantados encantan, y escritos suspenden; pues ¿qué quando se humillan a componer vn genero de verso que en Candaya se vsaua entonces, a quien ellos llamauan seguidillas? Alli era el brincar de las almas, el retozar de la risa, el dessassossiego de los cuerpos, y, finalmente, el azogue de todos los sentidos. Y assi, digo, señores mios, que los tales trobadores con justo título los deuian desterrar a las Islas de los Lagartos500. Pero no tienen ellos la culpa, sino los simples que los alaban, y las bobas que los creen. Y si yo fuera la buena dueña que deuia, no me auian de mouer sus trasnochados conceptos, ni auia de creer ser verdad aquel dezir: «Viuo muriendo, ardo en el yelo, tiemblo en el fuego, espero sin esperança, partome y quedome», con otros impossibles desta ralea, de que estan sus escritos   —15→   llenos. Pues ¿qué quando prometen el fenix de Arabia, la corona de Aridiana501, los cauallos del Sol, del Sur las perlas, de Tibar el oro, y de Pancaya el balsamo502? Aqui es donde ellos alargan mas la pluma, como les cuesta poco prometer lo que jamas piensan, ni pueden cumplir. Pero ¿dónde me diuierto? ¡Ay de mi desdichada! ¿Qué locura, o qué desatino me lleua a contar las agenas faltas, teniendo tanto que dezir de las mias? ¡Ay de mi, otra vez, sin ventura!, que no me rindieron los versos, sino mi simplicidad; no me ablandaron las musicas, sino mi liuiandad; mi mucha ignorancia y mi poco aduertimiento abrieron el camino y desembaraçaron la senda a los pasos de don Clauijo, que este es el nombre del referido cauallero; y assi, siendo yo la medianera, el se halló   -fol. 148r-   vna y muy muchas vezes en la estancia de la por mi y no por el engañada Antonomasia, debaxo del titulo de verdadero esposo; que aunque pecadora, no consintiera que, sin ser su marido, la llegara a la vira de la suela de sus çapatillas. ¡No, no, esso no; el matrimonio ha de yr adelante en qualquier negocio destos, que por mi se tratare! Solamente huuo vn daño en este negocio, que fue el, de la desigualdad, por ser don Clauijo vn cauallero particular, y la infanta Antonomasia heredera, como ya he dicho, del reyno.

»Algunos dias estuuo encubierta y solapada en la sagazidad de mi recato esta maraña, hasta que me parecio que la yua descubriendo a   —16→   mas andar no se qué hinchazon del vientre de Antonomasia, cuyo temor nos hizo entrar en bureo a los tres, y salio del, que antes que se saliesse a luz el mal recado, don Clauijo pidiesse ante el vicario por su muger a Antonomasia, en fe de vna cedula, que de ser su esposa la infanta le auia hecho, notada por mi ingenio con tanta fuerça, que las de Sanson no pudieran romperla. Hizieronse las diligencias, vio el vicario la cedula, tomó el tal vicario la confession a la señora, confessó de plano, mandola depositar en casa de vn alguazil de corte muy honrado.»

A esta sazon dixo Sancho:

«Tambien en Candaya ay alguaziles de corte, poetas y seguidillas: por lo que puedo jurar que imagino que todo el mundo es vno; pero dese vuessa merced priesa, señora Trifaldi, que es tarde, y ya me muero por saber el fin desta tan larga historia.»

«Si hare», respondio la condessa.



  —17→     -fol. 148v-  

ArribaAbajoCapitulo XXXIX

Donde la Trifaldi prosigue su estupenda y memorable historia


De qualquiera palabra que Sancho dezia la duquessa gustaua tanto, como se desesperaua don Quixote, y, mandandole que callasse, la Dolorida prosiguio, diziendo:

«En fin, al cabo de muchas demandas y respuestas, como la infanta se estaua siempre en sus treze503, sin salir ni variar de la primera declaracion, el vicario sentenció en fauor de don Clauijo, y se la entregó por su legitima esposa, de lo que recibio tanto enojo la reyna doña Maguncia, madre de la infanta Antonomasia, que dentro de tres dias la enterramos.»

«Deuio de morir, sin duda», dixo Sancho.

«Claro está», respondio Trifaldin; «que en Candaya no se entierran las personas viuas, sino las muertas.»

«Ya se ha visto, señor escudero», replicó Sancho, «enterrar vn desmayado, creyendo ser muerto, y pareciame a mi que estaua la reyna Maguncia obligada a desmayarse antes que a morirse; que con la vida muchas cosas se remedian, y no fue tan grande el disparate de la infanta, que obligasse a sentirle tanto; quando se huuiera casado essa señora con algun page suyo, o con otro criado de su casa, como han hecho otras muchas, segun he oydo dezir, fuera el daño sin remedio; pero el auerse casado   —18→   con vn cauallero tan gentilhombre, y tan entendido como aqui nos le han pintado, en verdad en verdad, que aunque fue necedad, no fue tan grande como se piensa. Porque segun las reglas de mi señor, que está presente y no me dexará mentir, assi como se hazen de los hombres letrados los obispos, se pueden hazer de los caualleros, y mas si son andantes, los reyes y los emperadores.»

«Razon tienes, Sancho», dixo don Quixote, «porque vn cauallero andante, como tenga dos dedos de ventura, está en potencia propinqua de ser el mayor señor del mundo. Pero passe   -fol. 149r-   adelante la señora Dolorida; que a mi se me trasluze que le falta por contar lo amargo desta hasta aqui dulce historia.»

«Y ¡cómo si queda lo amargo!», respondio la condessa; «y tan amargo, que en su comparacion son dulces las tueras, y sabrosas las adelfas504. Muerta, pues, la reyna, y no desmay[a]da, la enterramos, y apenas la cubrimos con la tierra; y apenas le dimos el vltimo vale, quando, quis talia fando temperet a lachrymis?505, puesto sobre vn cauallo de madera, parecio encima de la sepultura de la reyna el gigante Malambruno, primo cormano de Maguncia, que junto con ser cruel era encantador, el qual con sus artes, en vengança de la muerte de su cormana, y por castigo del atreuimiento de don Clauijo, y por despecho de la demasia de Antonomasia, los dexó encantados sobre la mesma sepultura, a ella, conuertida en vna ximia de   —19→   bronze, y a el, en un espantoso cocodrilo de vn metal no conocido, y entre los dos está vn padron assimismo de metal, y en el escritas en lengua siriaca vnas letras, que, auiendose declarado en la candayesca, y aora en la castellana, encierran esta sentencia: “No cobrarán su primera forma estos dos atreuidos amantes, hasta que el valeroso Manchego venga conmigo a las manos en singular batalla; que para solo su gran valor guardan los hados esta nunca vista auentura506.”

»Hecho esto, sacó de la vayna vn ancho y desmesurado alfange, y, assiendome a mi por los cabellos, hizo finta507 de querer segarme la gola, y cortarme cercen la cabeça. Turbeme, pegoseme la voz a la garganta, quedé mohina en todo estremo; pero con todo me esforce lo mas que pude, y, con voz tembladora y doliente, le dixe tantas y tales cosas, que le hizieron suspender la execucion de tan riguroso castigo. Finalmente, hizo traer ante si todas las dueñas de palacio, que fueron estas que estan presentes, y despues de auer exagerado nuestra culpa, y vituperado las condiciones de las dueñas, sus malas mañas y peores traças, y, cargando a todas   -fol. 149v-   la culpa que yo sola tenia, dixo que no queria con pena capital castigarnos, sino con otras penas dilatadas, que nos diessen vna muerte ciuil y continua, y en aquel mismo momento y punto que acabó de dezir esto, sentimos todas que se nos abrian los poros de la cara, y que por toda ella nos punçauan   —20→   como con puntas de agujas; acudimos luego con las manos a los rostros, y hallamonos de la manera que aora vereis»

Y luego la Dolorida y las demas dueñas alçaron los antifazes con que cubiertas venian, y descubrieron los rostros todos poblados de barbas, quales rubias, quales negras, quales blancas, y quales albarraçadas, de cuya vista mostraron quedar admirados el duque y la duquessa, pasmados don Quixote y Sancho, y atonitos todos los presentes, y la Trifaldi prosiguio:

«Desta manera nos castigó aquel follon y mal intencionado de Malambruno, cubriendo la blandura y moruidez de nuestros rostros con la aspereza destas cerdas; que pluguiera al cielo que antes con su desmesurado alfange nos huuiera derribado las testas, que no que nos assombrara la luz de nuestras caras con esta borra que nos cubre, porque si entramos en cuenta, señores míos -y esto que voy a dezir agora, lo quisiera dezir hechos mis ojos fuentes, pero la consideracion de nuestra desgracia y los mares que hasta aqui han llouido, los tienen sin humor y secos como aristas, y, assi, lo dire sin lagrimas-, digo, pues, que ¿adónde podra yr vna dueña con barbas? ¿Qué padre, o qué madre se dolera della? ¿Quién la dara ayuda? Pues aun quando tiene la tez lisa, y el rostro martyrizado con mil suertes de menjurges y mudas, apenas halla quien bien la quiera, ¿qué hara quando descubra hecho vn   —21→   bosque su rostro? ¡O dueñas y compañeras mias, en desdichado punto nacimos, en hora menguada nuestros padres nos engendraron!»

Y, diziendo esto, dio muestras de desmayarse.



  —22→     -fol. 150r-  

ArribaAbajoCapitulo XL

De cosas que atañen y tocan a esta auentura y a esta memorable historia


Real y verdaderamente todos los que gustan de semejantes historias como esta deuen de mostrarse agradecidos a Cide Hamete, su autor primero, por la curiosidad que tuuo en contarnos las seminimas508 della, sin dexar cosa, por menuda que fuesse, que no la sacasse a luz lo distintamente. Pinta los pensamientos, descubre las imaginaciones, responde a las tacitas, aclara las dudas, resuelue los argumentos; finalmente, los atomos del mas curioso desseo manifiesta: ¡O autor celeberrimo! ¡O don Quixote dichoso! ¡O Dulcinea famosa! ¡O Sancho Pança gracioso! Todos juntos y cada vno de por si viuais siglos infinitos, para gusto y general passatiempo de los viuientes. Dize, pues, la historia que assi como Sancho vio desmayada a la Dolorida, dixo:

«Por la fe de hombre de bien juro, y por el siglo de todos mis passados los Panças, que jamas he oydo ni visto, ni mi amo me ha contado, ni en su pensamiento ha cabido semejante auentura como esta. Valgate mil Satanases, por no maldezirte, por encantador y gigante, Malambruno, y ¿no hallaste otro genero de castigo que dar a estas pecadoras, sino el de barbarlas? ¿Cómo y no fuera mejor, y a ellas les estuuiera mas a cuento, quitarles la   —23→   mitad de las narizes de medio arriba, aunque hablaran gangoso, que no ponerles barbas? Apostaré yo que no tienen hazienda para pagar a quien las rape.»

«Assi es la verdad, señor», respondio vna de las doze; «que no tenemos hazienda para mondarnos, y, assi, hemos tomado algunas de nosotras por remedio ahorratiuo de vsar de vnos pegotes o parches pegajosos, y, aplicandolos a los rostros y tirando de golpe, quedamos rasas y lisas como fondo de mortero de piedra; que puesto que ay en Candaya mugeres que andan de   -fol. 150v-   casa en casa a quitar el bello y a pulir las cejas y hazer otros menjurges tocantes a mugeres, nosotras las dueñas de mi señora por jamas quisimos admitirlas, porque las mas oliscan a terceras, auiendo dexado de ser primas; y si por el señor don Quixote no somos remediadas, con barbas nos lleuarán a la sepultura.»

«Yo me pelaria las mias», dixo don Quixote, «en tierra de moros, si no remediasse las vuestras.»

A este punto boluio de su desmayo la Trifaldi, y dixo:

«El retintin dessa promessa, valeroso cauallero, en medio de mi desmayo llegó a mis oydos, y ha sido parte para que yo del buelua y cobre todos mis sentidos, y assi, de nueuo os suplico, andante inclito y señor indomable, vuestra graciosa promessa se conuierta en obra.»

  —24→  

«Por mi no quedará», respondio don Quixote; «ved, señora, qué es lo que tengo de hazer; que el animo está muy pronto para seruiros.»

«Es el caso», respondio la Dolorida, «que desde aqui al reyno de Candaya, si se va por tierra, ay cinco mil leguas, dos mas a menos; pero si se va por el ayre, y por la linea recta, ay tres mil y dozientas y veynte y siete. Es tambien de saber que Malambruno me dixo que quando la suerte me deparasse al cauallero nuestro libertador, que el le embiaria vna caualgadura harto mejor y con menos malicias que las que son de retorno509, porque ha de ser aquel mesmo cauallo de madera sobre quien lleuó el valeroso Pierres robada a la linda Magalona510, el qual cauallo se rige por vna clauija que tiene en la frente, que le sirue de freno, y buela por el ayre con tanta ligereza, que parece que los mesmos diablos le llenan. Este tal cauallo, segun es tradicion antigua, fue compuesto por aquel sabio Merlin; prestosele a Pierres que era su amigo, con el qual hizo grandes viages y robó, como se ha dicho, a la linda Magalona, lleuandola a las ancas por el ayre, dexando embobados a quantos desde la tierra los mirauan; y no le prestaua sino a quien el queria o mejor se lo pagaua, y desde el gran Pi[e]rres hasta   -fol. 151r-   aora no sabemos que aya subido alguno en el. De alli le ha sacado Malambruno con sus artes y le tiene en su poder, y se sirue del en sus viages, que los haze por momentos, por diuersas partes del mundo,   —25→   y oy está aqui y mañana en Francia, y otro dia en Potosi, y es lo bueno que el tal cauallo ni come, ni duerme511, ni gasta herraduras, y lleua vn portante por los ayres, sin tener alas, que el que lleua encima puede lleua[r] vna taça llena de agua en la mano, sin que se le derrame gota, segun camina llano y reposado; por lo qual la linda Magalona se holgaua mucho de andar cauallera en el.»

A esto dixo Sancho:

«Para andar reposado y llano, mi ruzio, puesto que no anda por los ayres; pero, por la tierra, yo le cutire512 con quantos portantes ay en el mundo.»

Rieronse todos y la Dolorida prosiguio:

«Y este tal cauallo, si es que Malambruno quiere dar fin a nuestra desgracia, antes que sea media hora entrada la noche estara en nuestra presencia; porque el me significó que la señal que me daria por donde yo entendiesse que auia hallado el cauallero que buscaua, seria embiarme el cauallo, donde fuesse, con comodidad y presteza.»

«Y ¿quántos, caben en esse cauallo?», preguntó Sancho.

La Dolorida respondio:

«Dos personas, la vna en la silla y la otra en las ancas, y por la mayor parte estas tales dos personas son cauallero y escudero, quando falta alguna robada donzella».

«Querria yo saber, señora Dolorida», dixo Sancho, «qué nombre tiene esse cauallo.»

  —26→  

«El nombre», respondio la Dolorida, «no es como el cauallo de Belorofonte, que se llamaua Pegaso, ni como el del Magno Alexandro, llamado Buzefalo, ni como el del furioso Orlando, cuyo nombre fue Brilladoro, ni menos Bayarte, que fue el de Reynaldos de Montaluan, ni Frontino como el de Rugero, ni Bootes ni Peritoa, como dizen que se llaman los del Sol, ni tampoco se llama Orelia, como el cauallo en que el desdichado Rodrigo, vltimo rey de los godos, entró en la batalla donde perdio la   -fol. 151v-   vida y el reyno513

«Yo apostaré», dixo Sancho, «que pues no le han dado ninguno dessos famosos nombres de cauallos tan conocidos, que tampoco le auran dado el de mi amo, Rozinante, que en ser propio excede a todos los que se han nombrado.»

«Assi es», respondio la barbada condessa; «pero todavia le quadra mucho, porque se llama Clauileño el Aligero, cuyo nombre conuiene con el ser de leño y con la clauija que trae en la frente, y con la ligereza con que camina, y assi, en quanto al nombre, bien puede competir con el famoso Rozinante.»

«No me descontenta el nombre», replicó Sancho; «pero ¿con qué freno o con qué xaquima se gouierna?»

«Ya he dicho», respondio la Trifaldi, «que con la clauija, que boluiendola a vna parte o a otra el cauallero que va encima, le haze caminar como quiere, o ya por los ayres, o ya rastreando   —27→   y casi barriendo la tierra, o por el medio, que es el que se busca y se ha de tener en todas las acciones bien ordenadas.»

«Ya lo querria ver», respondio Sancho; «pero pensar que tengo de subir en el, ni en la silla ni en las ancas, es pedir peras al olmo. ¡Bueno es que apenas puedo tenerme en mi ruzio, y sobre vn albarda mas blanda que la mesma seda, y querrian aora que me tuuiesse en vnas ancas de tabla sin coxin ni almohada alguna! Pardiez, yo no me pienso moler por quitar las barbas a nadie; cada qual se rape como mas le viniere a cuento; que yo no pienso acompañar a mi señor en tan largo viage, quanto mas que yo no deuo de hazer al caso para el rapamiento destas barbas como lo soy para el desencanto de mi señora Dulcinea.»

«Si soys, amigo», respondio la Trifaldi; «y tanto que sin vuestra presencia entiendo que no haremos nada.»

«¡Aqui del rey!», dixo [S]ancho. «¿Qué tienen que ver los escuderos514 con las auenturas de sus señores? ¿Hanse de lleuar ellos la fama de las que acaban, y hemos de lleuar nosotros el trabajo? ¡Cuerpo de mi! Aun si dixessen los historiadores: “El tal cauallero acabó la tal y tal auentura; pero con ayuda de fulano su escudero, sin el qual fuera impossible el acabarla”; pero, ¡que escriuan a secas: “Don Paralipomenon   -fol. 152r-   de las Tres Estrellas acabó la auentura de los seys vest[i]glos”, sin nombrar la persona de su escudero que se halló presente a todo,   —28→   como si no fuera en el mundo! Aora, señores, bueluo a dezir que mi señor se puede yr solo, y buen prouecho le haga; que yo me quedaré aqui en compañia de la duquessa mi señora, y podria ser que quando boluiesse hallasse mejorada la causa de la señora Dulcinea en tercio y quinto; porque pienso, en los ratos ociosos y desocupados, darme vna tanda de açotes, que no me la cubra pelo515

«Con todo esso, le aueis de acompañar si fuere necessario, buen Sancho, porque os lo rogarán buenos; que no han de quedar por vuestro inutil temor tan poblados los rostros destas señoras, que cierto seria mal caso.»

«¡Aqui del rey otra vez!», replicó Sancho. «Quando esta caridad se hiziera por algunas donzellas recogidas, o por algunas niñas de la doctrina, pudiera el hombre auentura[r]se a qualquier trabajo; pero que lo sufra por quitar las barbas a dueñas, ¡mal año! Mas que las viesse yo a todas con barbas desde la mayor hasta la menor, y de la mas melindrosa hasta la mas repulgada.»

«Mal estais con las dueñas, Sancho amigo», dixo la duquessa; «mucho os vais tras la opinion516 del boticario toledano; pues a fe que no teneis razon: que dueñas ay en mi casa que pueden ser exemplo de dueñas; que aqui está mi doña Rodriguez que no me dexará dezir otra cosa.»

«Mas que la diga vuestra excelencia», dixo Rodriguez; «que Dios sabe la verdad de todo,   —29→   y buenas o malas, barbadas o lampiñas que seamos las dueñas, tambien517 nos pario nuestra madre518 como a las otras mugeres, y pues Dios nos echó en el mundo, El sabe para qué, y a su misericordia me atengo, y no a las barbas de nadie.»

«Aora bien, señora Rodriguez», dixo don Quixote, «y señora Trifaldi y compañia, yo espero en el cielo que mirará con buenos ojos vuestras cuytas; que Sancho hara lo que yo le mandare, ya viniesse Clauileño, y ya me viesse con Malambruno; que yo se que no auria nauaja que con mas facilidad rapase a vuestras mercedes como mi espada raparia de los ombros la cabeça   -fol. 152v-   de Malambruno; que Dios sufre a los malos, pero no para siempre.»

«¡Ay!», dixo a esta sazon la Dolorida. «Con benignos ojos miren a vuestra grandeza, valeroso cauallero, todas las estrellas de las regiones celestes e infundan en vuestro animo toda prosperidad y valentia para ser escudo y a[m]paro del vituperoso y abatido genero dueñesco, abominado de boticarios, murmurado de escuderos y socaliñado de pages; que mal aya la vellaca que en la flor de su edad no se metio primero a ser monja, que a dueña. ¡Desdichadas de nosotras las dueñas; que aunque vengamos por linea recta de varon en varon del mismo Hector el troyano, no dexaran519 de echaros vn vos520 nuestras señoras si pensassen por ello ser reynas! ¡O gigante Malambruno, que aunque eres encantador, eres certissimo   —30→   en tus promessas! Embianos ya al sin par Clauileño, para que nuestra desdicha se acabe; que si entra el calor y estas nuestras barbas duran, ¡guay de nuestra ventura!»

Dixo esto con521 tanto sentimiento la Trifaldi, que sacó las lagrimas de los ojos de todos los circunstantes, y aun arrasó los de Sancho, y propuso en su coraçon de acompañar a su señor hasta las vltimas partes del mundo, si es lo que en ello consistiesse quitar la lana de aquellos venerables rostros.



  —31→  

ArribaAbajoCapitulo XLI

De la venida de Clauileño, con el fin desta dilatada auentura


Llegó en esto la noche, y con ella el punto determinado en que el famoso cauallo Clauileño viniesse, cuya tardança fatigaua ya a don Quixote, pareciendole que, pues Malambruno se detenia en embiarle, o que el no era el cauallero para quien estaua guardada aquella auentura, o que Malambruno no osaua venir con el a singular batalla. Pero veis aqui, quando a deshora entraron por el jardin quatro   -fol. 153r-   saluages vestidos todos de verde yedra, que sobre sus ombros traian vn gran cauallo de madera; pusieronle de pies522 en el suelo, y vno de los saluages dixo:

«Suba sobre esta maquina el que523 tuuiere animo para ello...»

«Aqui», dixo Sancho, «yo no subo, porque ni tengo animo, ni soy cauallero.»

Y el saluage prosiguio, diziendo:

«Y ocupe las ancas el escudero, si es que lo tiene, y fiese del valeroso Malambruno, que si no fuere de su espada, de ninguna otra ni de otra malicia sera ofendido; y no ay mas que torcer esta clauija que sobre el cuello trae puesta, que el los lleuará por los ayres adonde los atiende Malambruno; pero porque la alteza y sublimidad del camino no les cause vaguidos, se han de cubrir los ojos hasta que el cauallo   —32→   relinche, que sera señal de auer dado fin a su viage.»

Esto dicho, dexando a Clauileño, con gentil continente se boluieron por donde auian venido. La Dolorida, assi como vio al cauallo, casi con lagrimas dixo a don Quixote:

«Valeroso cauallero, las promessas de Malambruno han sido ciertas, el cauallo está en casa, nuestras barbas crecen, y cada vna de nosotras y con cada pelo dellas te suplicamos nos rapes y tundas, pues no está en mas sino en que subas en el con tu escudero y des felice principio a vuestro nueuo viage.»

«Esso hare yo, señora condessa Trifaldi, de muy buen grado y de mejor talante, sin ponerme a tomar coxin, ni calçarme espuelas, por no detenerme; tanta es la gana que tengo de veros a vos, señora, y a todas estas dueñas rasas y mondas.»

«Esso no hare yo», dixo Sancho, «ni de malo ni de buen talante, en ninguna manera; y si es que este rapamiento no se puede hazer sin que yo suba a las ancas, bien puede buscar mi señor otro escudero que le acompañe, y estas señoras otro modo de alisarse los rostros; que yo no soy bruxo, para gustar de andar   -fol. 153v-   por los ayres. Y ¿qué diran mis insulanos quando sepan que su gouernador se anda passeando por los vientos? Y otra cosa mas: que auiendo tres mil y tantas leguas de aqui a Candaya, si el cauallo se cansa, o el gigante se enoja, tardaremos en dar la buelta media dozena de años,   —33→   y ya ni aura insula, ni insulos en el mundo que me conoz[c]an; y pues se dize comunmente que en la tardança va el peligro y que quando te dieren la vaquilla, acudas con la soguilla, perdonenme las barbas de estas señoras, que bien se está San Pedro en Roma; quiero dezir que bien me estoy en esta casa, donde tanta merced se me haze, y de cuyo dueño tan gran bien espero, como es verme gouernador.»

A lo que el duque dixo:

«Sancho amigo, la insula que yo os he prometido no es mouible ni fugitiua; rayzes tiene tan hondas echadas en los abismos de la tierra, que no la arrancarán ni mudarán de donde está a tres tirones; y pues vos sabeis que se yo que no ay ningun524 genero de oficio destos de mayor cantia que no se grangee con alguna suerte de cohecho, qual mas, qual menos, el que yo quiero lleuar por este gouierno es que vais con vuestro señor don Quixote a dar cima y cabo a esta memorable auentura; que aora boluais sobre Clauileño con la breuedad que su ligereza promete, ora la contraria fortuna os trayga y buelua a pie, hecho romero, de meson en meson, y de venta en venta, siempre que boluieredes hallaréis vuestra insula donde la dexais, y a vuestros insulanos con el mesmo desseo de recebiros por su gouernador que siempre han tenido, y mi voluntad sera la mesma, y no pongais duda en esta verdad, señor Sancho; que seria hazer notorio agrauio al desseo que de seruiros tengo.»

  —34→  

«No mas, señor», dixo Sancho; «yo soy vn pobre escudero y no puedo lleuar a cuestas tantas cortesias; suba mi amo, tapenme estos ojos, y encomiendenme a Dios, y auisenme si quando vamos por essas altanerias podre encomendarme   -fol. 154r-   a nuestro Señor, o inuocar los angeles que me fauorezcan.»

A lo que respondio Trifaldi:

«Sancho, bien podeis encomendaros a Dios, o a quien quisieredes; que Malambruno, aunque es encantador, es christiano y haze sus encantamentos con mucha sagazidad y con mucho tiento, sin meterse con nadie.»

«Ea, pues», dixo Sancho; «Dios me ayude y la Santissima Trinidad de Gaeta525

«Desde la memorable auentura de los batanes», dixo don Quixote, «nunca e visto a Sancho con tanto temor como aora, y si yo fuera tan agorero como otros, su pusilanimidad me hiziera algunas cosquillas en el animo; pero llegaos aqui, Sancho; que con licencia destos señores os quiero hablar aparte dos palabras.»

Y, apartando a Sancho entre vnos arboles del jardin, y, assiendole ambas las manos, le dixo:

«Ya vees, Sancho hermano, el largo viage que nos espera, y que sabe Dios quándo bolueremos del, ni la comodidad y espacio que nos daran los negocios; y, assi, querria que aora te retirasses en tu aposento, como que vas a buscar alguna cosa necessaria para el camino, y en vn daca la[s] pajas te diesses a buena cuenta de los tres mil y trecientos açotes   —35→   a526 que estás obligado, siquiera quinientos, que dados te los tendras; que el començar las cosas es tenerlas medio acabadas.»

«¡Par Dios», dixo Sancho, «que vuessa merced deue de ser menguado! Esto es como aquello que dizen: “En priesa527 me vees y donzellez me demandas?” ¿Aora que tengo de yr sentado en vna tabla rasa, quiere vuessa merced que me lastime las posas? En verdad en verdad que no tiene vuessa merced razon. Vamos aora a rapar estas dueñas; que a la buelta yo le prometo a vuessa merced, como quien soy, de darme tanta priessa a salir de mi obligacion que vuessa merced se contente, y no le digo mas.»

Y don Quixote respondio:

«Pues con essa promessa, buen Sancho, voy consolado, y creo que la cumpliras, porque, en efecto, aunque tonto, eres hombre veridico.»

«No soy verde, sino moreno», dixo Sancho, «pero aunque fuera de mezcla, cumpliera mi palabra.»

Y, con esto, se boluieron a subir en Clauileño,   -fol. 154v-   y al subir dixo don Quixote:

«Tapaos, Sancho, y subid, Sancho; que quien de tan lueñes tierras embia por nosotros no sera para engañarnos, por la poca gloria que le puede redundar de engañar a quien del se fía, y puesto que todo sucediesse al rebes de lo que imagino, la gloria de auer emprendido esta hazaña no la podra escurecer malicia alguna.»

  —36→  

«Vamos, señor», dixo Sancho, «que las barbas y lagrimas destas señoras las tengo clauadas en el coraçon, y no comere bocado que bien me sepa hasta verlas en su primera lisura. Suba vuessa merced, y tapese primero; que si yo tengo de yr a las ancas, claro está que primero sube el de la silla.»

«Assi es la verdad», replicó don Quixote.

Y, sacando vn pañuelo de la faldriquera, pidio a la Dolorida que le cubriesse muy bien los ojos, y, auiendoselos cubierto, se boluio a descubrir y dixo:

«Si mal no me acuerdo, yo he leydo en Virgilio528 aquello del Paladion de Troya529, que fue vn cauallo de madera que los griegos presentaron a la diosa Palas, el qual yua preñado de caualleros armados, que despues fueron la total ruyna de Troya; y, assi, sera bien ver primero lo que Clauileño trae en su estomago.»

«No ay para qué», dixo la Dolorida; «que yo le fio, y se que Malambruno no tiene nada de malicioso ni de traydor; vuessa merced, señor don Quixote, suba sin pauor alguno, y a mi daño si alguno le sucediere.»

Pareciole a don Quixote que qualquiera cosa que replicasse acerca de su seguridad seria poner en detrimento su valentia, y, assi, sin mas altercar, subio sobre Clauileño, y le tento la clauija, que facilmente se rodeaua, y como no tenia estriuos y le colgauan las piernas, no parecia sino figura de tapiz flamenco, pintada o texida, en algun romano triunfo. De mal talante,   —37→   y poco a poco, llegó a subir Sancho, y acomodandose lo mejor que pudo en las ancas, las halló algo duras y no nada blandas, y pidio al duque que, si fuesse   -fol. 155r-   possible, le acomodassen de algun coxin, o de alguna, almohada, aunque fuesse del estrado de su señora la duquessa o del lecho de algun page, porque las ancas de aquel cauallo mas parecian de marmol que de leño.

A esto dixo la Trifaldi que ningun jaez ni ningun genero de adorno sufria sobre si Clauileño; que lo que podia hacer era ponerse a mugeriegas, y que assi no sentiria tanto la dureza. Hizolo assi Sancho, y diziendo: «A Dios», se dexó vendar los ojos, y ya despues de vendados, se boluio a descubrir, y, mirando a todos los del jardin tiernamente y con lagrimas, dixo que le ayudassen en aquel trance con sendos paternostres y sendas auemarias, por que Dios deparasse quien por ellos los dixesse quando en semejantes trances se viessen. A lo que dixo don Quixote:

«Ladron, ¿estás puesto en la horca por ventura, o en el vltimo termino de la vida, para vsar de semejantes plegarias? ¿No estás, desalmada y couarde criatura, en el mismo lugar que ocupó la linda Magalona, del qual decendio, no a la sepultura, sino a ser reyna de Francia, si no mienten las historias? Y yo, que voy a tu lado, ¿no puedo ponerme al del valeroso Pierres, que oprimio este mismo lugar que yo aora oprimo? Cubrete, cubrete, animal descoraçonado,   —38→   y no te salga a la boca el temor que tienes, a lo menos, en presencia mia.»

«Tapenme», respondio Sancho, «y pues no quieren que me encomiende a Dios ni que sea encomendado, ¿qué mucho que tema no ande por aqui alguna region530 de diablos que den con nosotros en Peraluillo531

Cubrieronse, y, sintiendo don Quixote que estaua como auia de estar, tento la clauija, y apenas huuo puesto los dedos en ella, quando todas las dueñas y quantos estauan presentes leuantaron las vozes, diziendo:

«¡Dios te guie, valeroso cauallero! ¡Dios sea contigo, escudero intrepido! ¡Ya, ya vais por essos ayres, rompiendolos con mas velozidad que vna saeta!» ¡Ya començays a suspender y admirar a quantos desde la tierra os estan mirando!   -fol. 155v-   ¡Tente, valeroso Sancho, que te bamboleas, mira no cayas; que sera peor tu cayda que la del atreuido moço que quiso regir el carro del Sol, su padre!»

Oyo Sancho las vozes532, y, apretandose con su amo, y ciñiendole con los braços, le dixo:

«Señor, ¿cómo dizen estos que vamos tan altos, si alcançan aca sus vozes y no parece533 sino que estan aqui hablando, junto a nosotros?»

«No repares en esso, Sancho; que como estas cosas y estas bolaterias van fuera de los cursos ordinarios, de mil leguas veras y oiras lo que quisieres. Y no me aprietes tanto, que me derribas; y en verdad, que no se de que te   —39→   turbas ni te espantas; que osaré jurar que en todos los dias de mi vida he subido en caualgadura de paso mas llano. No parece sino que no nos mouemos de vn lugar. Destierra, amigo, el miedo; que, en efecto, la cosa va como ha de yr, y el viento lleuamos en popa.»

«Assi es la verdad», respondio Sancho; «que, por este lado me da vn viento tan rezio, que parece que con mil fuelles me estan soplando.»

Y assi era ello; que vnos grandes fuelles le estauan haziendo ayre: tambien traçada estaua la tal auentura por el duque, y la duquessa, y su mayordomo, que no le faltó requisito que la dexasse de hazer perfecta. Sintiendose pues soplar don Quixote, dixo:

«Sin duda alguna, Sancho, que ya deuemos de llegar a la segunda region del ayre, adonde se engendra el granizo534, las nieues; los truenos, los relampagos, y los rayos se engendran en la tercera region, y si es que desta manera vamos subiendo, presto daremos en la region del fuego535, y no se yo cómo templar esta clauija para que no subamos donde nos abrasemos.»

En esto, con vnas estopas ligeras de encenderse y apagarse, desde lexos, pendientes de vna caña, les calentauan los rostros. Sancho, que sintio el calor, dixo:

«Que me maten si no estamos ya en el lugar del fuego, o bien cerca, porque vna gran parte de mi barba se me ha chamuscado, y estoy, señor, por descubrirme y ver en que parte estamos.»

  —40→  

«No hagas tal», respondio don Quixote, «y acuerdate del verdadero   -fol. 156r-   cuento del licenciado Torralua536, a quien lleuaron los diablos en bolandas por el ayre, cauallero en vna caña, cerrados los ojos, y en doze horas llegó a Roma, y se apeó en Torre de Nona537, que es vna calle de la ciudad, y vio todo el fracaso y assalto y muerte de Borbon538, y por la mañana ya estaua de buelta en Madrid, donde dio cuenta de todo lo que auia visto; el qual assimismo dixo que quando yua por el ayre le mandó el diablo que abriesse los ojos, y los abrio, y se vio tan cerca, a su parecer, del cuerpo de la luna, que la pudiera assir con la mano, y que no osó mirar a la tierra por no desuanecerse. Assi que, Sancho, no hay para qué descubrirnos; que el que nos lleua a cargo, el dara cuenta de nosotros. Y quiça vamos tomando puntas539 y subiendo en alto, para dexarnos caer de vna sobre el reyno de Candaya, como haze el sacre o nebli540 sobre la garça para cogerla, por mas que se remonte; y aunque nos parece que no ha media hora que nos partimos del jardin, creeme que deuemos de auer hecho gran camino.»

«No se lo que es», respondio Sancho Pança; «solo se dezir que si la señora Magallanes, o Magalona, se contentó destas ancas541, que no deuia de ser muy tierna de carnes.»

Todas estas platicas de los dos valientes oian el duque y la duquessa y los del jardin, de que recibian estraordinario contento; y, queriendo   —41→   dar remate a la estraña y bien fabricada auentura, por la cola de Clauileño le pegaron fuego con vnas estopas, y al punto, por estar el cauallo lleno de cohetes tronadores, bolo por los ayres con estraño ruydo, y dio con don Quixote y con Sancho Pança en el suelo, medio chamuscados.

En este tiempo ya se auian542 desparecido del jardin todo el barbado esquadron de las dueñas, y la Trifaldi y todo, y los del jardin quedaron como desmayados, tendidos por el suelo. Don Quixote y Sancho se leuantaron maltrechos, y, mirando a todas partes, quedaron   -fol. 156v-   atonitos de verse en el mesmo jardin de donde auian partido, y de ver tendido por tierra tanto numero de gente. Y crecio mas su admiracion quando a vn lado del jardin vieron hincada vna gran lança en el suelo, y pendiente della y de dos cordones de seda verde vn pergamino liso y blanco, en el qual con grandes letras de oro estaua escrito lo siguiente:

«El inclito cauallero don Quixote de la Mancha fenecio y acabó la auentura de la condessa Trifaldi, por otro nombre llamada la dueña Dolorida, y compañia, con solo intentarla.

»Malambruno se da por contento y satisfecho a toda su voluntad, y las barbas de las dueñas ya quedan lisas y mondas, y los reyes don Clauijo y Antonomasia, en su pristino estado; y quando se cumpliere el escuderil vapulo, la blanca paloma se vera libre de los pestíferos girifaltes que la persiguen y en braços de su   —42→   querido arrullador; que assi está ordenado por el sabio Merlin, protoencantador de los encantadores.»

Auiendo, pues, don Quixote leydo las letras del pergamino, claro entendio que del desencanto de Dulcinea hablauan, y, dando muchas gracias al cielo de que con tan poco peligro huuiesse acabado tan gran lecho, reduziendo a su passada tez los rostros de las venerables dueñas, que ya no parecian, se fue adonde el duque y la duquessa avn no auian buelto en si, y, trauando de la mano al duque, le dixo:

«¡Ea, buen señor, buen animo, buen animo; que todo es nada! La auentura es ya acabada sin daño de barras, como lo muestra claro el escrito que en aquel padron está puesto.»

El duque, poco a poco y como quien de vn pesado sueño recuerda, fue boluiendo en si, y por el mismo tenor la duquessa y todos los que por el jardin estauan caydos, con tales muestras de marauilla y espanto, que casi se podian543 dar a entender auerles acontecido de veras lo que tan bien   -fol. 157r-   sabian fingir de burlas. Leyo el duque el cartel con los ojos medio cerrados, y luego, con los braços abiertos, fue a abraçar a don Quixote, diziendole ser el mas buen cauallero que en ningun siglo se huuiesse visto.

Sancho andaua mirando por la Dolorida, por ver qué rostro tenia sin las barbas, y si era tan hermosa sin ellas como su gallarda disposicion prometia; pero dixeronle que assi como Clauileño baxó ardiendo por los ayres y dio en   —43→   el suelo, todo el esquadron de las dueñas con la Trifaldi auia desaparecido, y que ya yuan rapadas y sin cañones. Preguntó la duquessa a Sancho que cómo le auia ydo en aquel largo viage. A lo qual Sancho respondio:

«Yo, señora, senti que yuamos, segun mi señor me dixo, bolando por la region del fuego, y quise descubrirme vn poco los ojos; pero mi amo, a quien pedi licencia para descubrirme, no la consintio; mas yo, que tengo no se qué briznas de curioso y de dessear saber lo que se me estorua y impide, bonitamente, y sin que nadie lo viesse, por junto a las narizes aparté tanto quanto el pañizuelo que me tapaua los ojos, y por alli miré hazia la tierra, y pareciome que toda ella no era mayor que vn grano de mostaza, y los hombres que andauan sobre ella poco mayores que auellanas, por que se vea quán altos deuiamos de yr entonces544

A esto dixo la duquessa:

«Sancho amigo, mirad lo que dezis; que a lo que parece vos no vistes la tierra, sino los hombres que andauan sobre ella; y está claro que si la tierra os parecio como vn grano de mostaza, y cada hombre como vna auellana, vn hombre solo auia de cubrir toda la tierra.

«Assi es verdad», respondio Sancho, «pero con todo esso la descubri por vn ladito, y la vi toda.»

«Mirad, Sancho», dixo la duquessa, «que por vn ladito no se vee el todo de lo que se mira.»

«Yo no se essas miradas», replicó Sancho;   —44→   «solo se que sera bien que vuestra señoria entienda que, pues bolauamos por encantamento, por encantamento podia yo ver toda la tierra y todos los hombres545   -fol. 157v-   por do quiera que los mirara. Y si esto no se me cree, tampoco creera vuessa merced como, descubriendome por junto a las cejas, me vi tan junto al cielo, que no auia de mi a el palmo y medio, y por lo que puedo jurar, señora mia, que es muy grande a demas; y sucedio que yuamos por parte donde estan las siete cabrillas, y, en Dios y en mi anima, que como yo en mi niñez fuy en mi tierra cabrerizo, que assi como las vi, me dio vna gana de entretenerme con ellas vn rato. Y si no le546 cumpliera, me parece que rebentara. Vengo, pues, y tomo, y ¿qué hago547? Sin dezir nada a nadie, ni a mi señor tampoco, bonita y pasitamente me apeé de Clauileño y me entretuue con las cabrillas, que son como vnos alhelies y como vnas flores, casi tres quartos de hora, y Clauileño no se mouio de vn lugar, ni passó adelante.»

«Y ¿en tanto que el buen Sancho se entretenia con las cabras», preguntó el duque, «en qué se entretenia el señor don Quixote?»

A lo que don Quixote respondio:

«Como todas estas cosas y estos tales sucessos van fuera del orden natural, no es mucho que Sancho diga lo que dize; de mi se dezir que ni me descubri por alto, ni por baxo, ni vi el cielo, ni la tierra, ni la mar, ni las arenas. Bien es verdad que senti que passaua por la   —45→   region del ayre, y aun que tocaua a la del fuego; pero que passassemos de alli, no lo puedo creer, pues, estando la region del fuego entre el cielo de la luna y la vltima region del ayre548, no podiamos llegar al cielo donde estan las siete cabrillas, que Sancho dize, sin abrasarnos; y pues no nos asuramos, o Sancho miente, o Sancho sueña.»

«Ni miento, ni sueño», respondio Sancho; «si no, preguntenme las señas de las tales cabras, y por ellas veran si digo verdad o no.»

«Digalas, pues, Sancho», dixo la duquessa.

«Son», respondio Sancho, «las dos verdes, las dos encarnadas, las dos azules, y la vna de mezcla.»

«Nueua manera de cabras es essa», dixo el duque, «y por esta nuestra region del suelo no se vsan tales colores, digo, cabras de tales colores.»

«Bien   -fol. 158r-   claro está esso», dixo Sancho; «sí, que diferencia ha de auer de las cabras del cielo a las del suelo.»

«Dezidme, Sancho», preguntó el duque, «¿vistes allá549 entre esas cabras algun cabron?»

«No señor», respondio Sancho, «pero oi dezir que ninguno passaua de los cuernos de la luna.»

No quisieron preguntarle mas de su viage, porque les parecio que lleuaua Sancho hilo de passearse por todos los cielos, y dar nueuas de quanto alla passaua, sin auerse mouido del jardin. En resolucion, este fue el fin de la auentura de la dueña Dolorida, que dio que reyr a   —46→   los duques, no solo aquel tiempo, sino el de toda su vida, y que contar a Sancho siglos, si los viuiera; y, llegándose don Quixote a Sancho al oydo, le dixo:

«Sancho, pues vos quereis que se os crea lo que aueis visto en el cielo, yo quiero que vos me creais a mi lo que vi en la cueua de Montesinos; y no os digo mas.»