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Don Quixote de la Mancha

Obras completas de Miguel de Cervantes Saavedra

Segunda Parte

Tomo III1 y Tomo IV2


Miguel de Cervantes Saavedra



Portada



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Advertencia preliminar

La impresión del texto de la primera edición de la Segunda Parte de Don Quijote no resultó tan descuidada y deficiente como la de la Primera Parte de 1605, aunque ni el papel ni el tipo resulten mayormente recomendables. Desde el principio se notan letras rotas o caídas; entre aquéllas figuran t, f, la s larga (f), n y u; hay confusión entre e y c, r y t; la paginación está errada en bastantes ocasiones; la puntuación en casi todas partes es execrable, no obstante mostrar discreción al servirse de los signos ortográficos en alguno que otro pasaje difícil. Por consiguiente, es raro que se pueda apelar al original para determinar el sentido de la frase por medio de la puntuación primitiva. En la Primera Parte se lee más Vuestra Merced (además de v. m. sin resolver), y en la Segunda, Vuessa Merced (al lado de v. merced y v. m.). Habiendo optado por Vuestra Merced al disolver v. m. en la Parte I, he seguido este mismo sistema en la Parte II. A menudo se presentaba la tentación de enmendar pequeños defectos de lenguaje en el original, y muchos editores lo han hecho sin indicar el cambio; pero he de insistir que el resultado así conseguido no representa el texto   -6-   de Cervantes. Para no abultar demasiadamente estos volúmenes no me he explayado en el comentario de términos, frases o nombres ya tratados por otros editores. Tampoco he incluido voces y giros registrados por el diccionario académico. Las abreviaturas se resuelven como en los demás tomos. No hago caso de variantes, omisiones ni adiciones caprichosas de las ediciones posteriores a la muerte de Cervantes, a menos que tengan especial importancia para aclarar el texto.

La Segunda Parte no ofrece ningunas dificultades que desenredar de tanta monta como la Primera, vbgr., la pérdida del rucio y su hallazgo, ambos sin explicar, o los pasajes viciados por omisiones o trastornos de frases enteras. El problema que más ha dado que conjeturar a los cervantistas, y que todavía queda en pie a pesar de sus esfuerzos, es la solución del misterio que nos encubre el verdadero nombre de Alonso Fernández de Avellaneda, autor del falso Quijote, «de aquel que dizen que se engendró en Tordesillas, y nació en Tarragona». ¿Quién era este escritor, y de qué modo se relacionaba su existencia con la de Cervantes? Se cree, por lo común, que Cervantes no llegó nunca a conocer al historiador fingido; si supiese quién fuera, se hace difícil de interpretar su silencio sobre el caso. ¿Sería posible que no quisiera mentarle para no embrollarse con él, ni andar en dares y tomares con el mundo malicioso de los literatos? Se ha exagerado   -7-   mucho la importancia de la identidad del supuesto autor, y no es probable que el saber su nombre nos explique jamás las semejanzas notables entre ciertos rasgos de su libro y algunos de la Segunda Parte de Cervantes. Todas las conjeturas sobre Avellaneda, hasta ahora divulgadas, han perdido terreno poco a poco, y su verdadera persona se mantiene todavía desconocida. En un artículo que acaba de publicar D. Emilio Cotarelo en el Boletín de la Academia Española (junio de 1934), el erudito académico cree haber encontrado por fin en Guillén de Castro al autor del falso Quijote. Si no me equivoco, tampoco ha dado con la solución, la cual necesita pruebas más terminantes para convencernos y dispersar definitivamente nuestras dudas. No siendo este prólogo el lugar a propósito para refutar esta nueva hipótesis, trataré de ella en otra ocasión.

En cuanto a la obra de Avellaneda, la crítica hostil ha aflojado mucho su tono intolerante, y promete cambiar todavía más hasta ver en el desconocido novelista un escritor de dotes muy apreciables. En el siglo XIX los críticos se complacían en hallar en el Quijote de Avellaneda una obra pornográfica y licenciosa, y, por lo general, de pocos, o ningunos méritos. Pero la única base de todo criterio recto en la evaluación artística viene a ser una crítica comparada, según la cual ha de señalarse el cambio del gusto estético de estas materias. Es evidente que el siglo XIX, en consecuencia de una   -8-   sensibilidad falsa y pasajera, veía en las páginas de Avellaneda aspectos censurables en los cuales ya no se hace tanto hincapié ahora. Si algunos escritores de dicho siglo encontraran en el novelista tordesillesco fealdades «que levantaban el estómago en cada página» (M. y P.), ¿qué dirían de la tendencia franca y sobremanera naturalista de ciertos novelistas modernos? Toda crítica ha de ser relativa, y, por lo tanto, nos inclinamos hoy día a reconocer que hay en Avellaneda muchas vulgaridades, una nota prosaica, monotonía en los episodios, ocasionada por falta de invención, lo cual tiende a fatigar al lector. El desconocido autor carece, sobre todo, de esa cualidad luminosa del genio de Cervantes. Pero llegamos a tal conclusión solamente después de una comparación imprescindible del lenguaje, del contenido y del arte de Avellaneda con las bellezas eternas de la obra del más grande de los literatos españoles.

En cambio, juzgada por sí sola la novela de Avellaneda, sería un dislate manifiesto no querer admitir que hay en ella muchos rasgos admirables. Desde luego, lejos de estar toda la obra llena de episodios groseros y brutales, está escrita en un castellano vigoroso, con estilo claro, y sin tacha ni de culteranismo, ni de retórica falsa. Si Avellaneda se deja arrastrar algunas veces por su humor espontáneo -por otro lado, casi siempre sano- a proferir una palabra o un pensamiento arriesgado,   -9-   o si se deja vencer por el mal gusto hasta pintarnos, una sola vez, una escena realmente atrevida, y aun ofensiva (cuento del Rico desesperado), hay que advertir, con plena justicia, que esto sucede en contadísimas páginas, y, que además, por supuesto, no causa mayor efecto en el paladar del lector acostumbrado a las producciones modernas. Nos preguntamos hoy si no sería la novela alguna composición de los años juveniles o estudiantiles del autor desconocido. Hasta el humor quevedesco, los chistes francos y la risa estrepitosa nos llevan a tal conclusión. Lo que parece poco menos que milagroso es que el autor no hubiese escrito más obra que ésta. Y, sin embargo, ni su estilo ni su contenido, recuerdan los de ningún otro escritor coetáneo.

Con este tomo y el que ha de seguir pronto termino el comentario a las obras de Cervantes. Han de finalizar la colección un índice y una breve memoria acerca de la vida del gran autor. Durante los muchos años consagrados al trabajo de dilucidar sus escritos, me he atrevido a abrigar una sola esperanza: la de que se haya adelantado algo en el establecimiento de un texto fidedigno de sus obras completas. Al terminar la faena laboriosa de comentarista (ocupación por lo común despreciada), no me hago la ilusión de haber publicado estos volúmenes cervantinos sin muchos defectos, que son de lamentar, ni numerosas equivocaciones, que nadie querrá disculpar. No me ha de valer   -10-   el que todo estudio de lenguaje sea difícil, ni que no hubiera bastado una vida entera dedicada a pesquisas y averiguaciones para dar con la verdad en cada caso. Para tratar del sentido de las voces o de los giros usados en tiempos lejanos, todo investigador se ve obligado, a menudo, a discurrir sobre lo que en realidad no entiende; y para llevar a cabo semejante empresa hay que tener en cuenta la prisa ineludible y el desmayarse de las fuerzas: condiciones de una obra que tiene afinidad, según una comparación de Escalígero, con la faena de laborear las minas y el trabajo del yunque. Para nada sirve alegar inadvertencias causadas por rutinarios deberes del día, ni olvidos producidos por traiciones de la memoria en el momento de mayor urgencia. Se nos escapa hoy lo que se sabía ayer y que se recordará, sin ser llamado, mañana. ¡Felices los que sean escogidos para proseguir una labor tan espiritualmente grata con la seguridad de poderla dejar mejorada en tercio y quinto con sus esfuerzos! Me tendré por afortunado si para el edificio que ellos levanten se vieran necesitados a utilizar algunas de las piedras por mí allegadas.

R. S.

Berkeley, otoño de 1934



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  -12-     -13-     -[fol. Ir]-     -[fol. Iv]-     -[fol. IIr]-  
Tassa

Yo, Hernando de Vallejo, Escriuano de Camara del Rey nuestro señor, de los que residen en su Consejo, doy fe: que auiendose visto por los señores del vn libro que compuso Miguel de Ceruantes Saauedra, intitulado don Quixote de la Mancha, segunda parte, que con licencia de su Magestad fue impresso, le tassaron a quatro marauedis cada pliego en papel, el qual tiene setenta y tres pliegos, que al dicho respeto suma y monta docientos y nouenta y dos marauedis, y mandaron que esta tassa se pon[g]a4 al principio de cada volumen del dicho libro, para que se sepa y entienda, lo que por el se ha de pedir, y lleuar, sin que se exceda en ello en manera alguna, como consta y parece por el auto y decreto orig[i]nal sobre ello dado, y que queda en mi poder, a que me refiero, y de mandamiento de los dichos señores del Consejo, y de pedimiento de la parte del dicho Miguel de Ceruantes di esta fee en Madrid, a veynte y vno dias del mes de otubre de5 mil y seis cientos y quinze años.

Hernando de Vallejo.



  -14-  
Fee de erratas

Vi este libro intitulado Segunda parte de don Quixote de la Mancha, compuesto por Miguel de Ceruantes Saauedra, y no ay en el cosa digna de notar que no corresponda a su original. Dada en Madrid a veynte y vno de otubre, mil y seiscientos y quinze.

El Licenciado Francisco Murcia de la Llana6.



  -15-     -[fol. IIv]-  
Aprouacion

Por comission y mandado de los señores del Consejo, he hecho ver el libro contenido en este memorial; no contiene cosa contra la fe ni buenas costumbres, antes es libro de mucho entretenimiento licito, mezclado de mucha Filosofia moral; puedesele dar licencia para imprimirle.

En Madrid, a cinco de nouiembre de mil seyscientos y quinze.

Doctor Gutierre de Cetina7.



  -16-     -17-  
Aprouacion

Por comission y mandado de los señores del Consejo he visto la segunda parte de don Quixote de la Mancha, por Miguel de Ceruantes Saauedra; no contiene cosa contra nuestra santa fe catolica, ni buenas   -[fol. IIIr]-   costumbres: antes muchas de honesta recreacion y apazible diuertimiento, que los antiguos juzgaron conuenientes a sus Republicas, pues aun [en] la seuera de los Lacedemonios leuantaron estatua a la risa, y los de Tesalia la dedicaron fiestas, como lo dize Pausanias, referido de Bosio, lib. 2 de signis Eccles., cap. 10, alentando animos marchitos y espiritus melancolicos, de que se acordo Tulio en el primero de legibus, y el poeta diziendo: «Interpone tuis interdum gaudia8 curis»9, lo qual haze el autor mezclando las veras a las burlas, lo dulce a lo prouechoso y lo moral a lo faceto, dissimulando en el cebo del donaire el ançuelo de la reprehension, y cumpliendo con el acertado assunto en que pretende la expulsion de los libros de Cauallerias, pues con su buena diligencia mañosamente a limpiado10 de su contagiosa dolencia a estos reynos. Es obra muy digna de su grande ingenio, honra y lustre de nuestra nacion, admiracion y inuidia de las estrañas. Este es mi parecer, saluo, etc. En Madrid, a 17 de março de 1615.

El M. Ioseph de Valdiuielso11.



  -18-     -19-     -[fol. IIIv]-  
Aprouacion

Por comission del señor Doctor Gutierre de Cetina, vicario general desta villa de Madrid, Corte de su Magestad, he visto este libro de la segunda parte del Ingenioso Cauallero don Quixote de la Mancha, por Miguel de Ceruantes Saauedra, y no hallo en el cosa indigna de vn christiano zelo ni que disuene de la decencia deuida a buen exemplo, ni virtudes morales: antes mucha erudicion y aprouechamiento, assi en la continencia de su bien seguido assunto para extirpar los vanos y mentirosos libros de Cauallerias, cuyo contagio auia cundido mas de lo que fuera justo, como en la lisura del lenguaje castellano, no adulterado con enfadosa y estudiada afectacion, vicio con razon aborrecido de hombres cuerdos, y en la correccion de vicios que generalmente toca, ocasionado de sus agudos discursos, guarda con tanta cordura las leyes de reprehension christiana, que aquel que fuere tocado de la enfermedad que pretende curar, en lo dulce y sabroso de sus medicinas gustosamente aura beuido, cuando menos lo imagine, sin empacho ni asco alguno, lo prouechoso de la detestacion de su vicio, con que se hallará, que es lo mas dificil de conseguirse, gustoso y reprehendido.

Ha auido muchos que por no auer sabido templar ni mezclar a proposito lo vtil con lo dulce han dado con todo su molesto trabajo en   -20-   tierra, pues no pudiendo imitar a Diogenes en lo filosofo y docto, atreuida, por no dezir licenciosa y desalumbradamente, le pretenden imitar en lo cinico, entregandose a maldicientes, inuentando casos que no passaron para hazer capaz al vicio que tocan de su aspera reprehension, y por ventura descubren caminos para seguirle hasta entonces ignorados, con que vienen a quedar, si no reprehensores, a lo menos maestros del. Hazense odiosos a los bien entendidos, con el pueblo pierden el credito, si alguno tuuieron, para admitir sus escritos y los vicios que, arrojada e imprudentemente quisieren corregir   -[fol. IVr]-   en muy peor estado que antes, que no todas las postemas a vn mismo tiempo estan dispuestas para admitir las recetas o cauterios; antes algunos mucho mejor reciben las blandas y suaues medicinas, con cuya aplicacion el atentado y docto medico consigue el fin de resoluerias, termino que muchas veces es mejor que no el que se alcança con el rigor del hierro.

Bien diferente han sentido de los escritos de Miguel de Ceruantes assi nuestra nacion como las estrañas, pues como a milagro dessean ver el autor de libros que con general aplauso, assi por su decoro y decencia como por la suauidad y blandura de sus discursos han recebido España, Francia, Italia, Alemania y Flandes12.

Certifico con verdad que en veynte y cinco de febrero deste año de seyscientos y quinze, auiendo ydo el illustrissimo señor don Bernardo   -21-   de Sandoual y Rojas, cardenal arçobispo de13 Toledo, mi señor, a pagar la visita que a Su Illustrissima hizo el embaxador de Francia, que vino a tratar cosas tocantes a los casamientos de sus principes y los de España, muchos caualleros francesses de los que vinieron acompañando al embaxador, tan corteses como entendidos y amigos de buenas letras, se llegaron a mi y a otros capellanes del cardenal mi señor, desseosos de saber que libros de ingenio andauan mas validos, y tocando a caso en este que yo estaua censurando, apenas oyeron el nombre de Miguel de Ceruantes, quando se començaron a hazer lenguas, encareciendo la estimacion en que assi en Francia como en los reynos sus confinantes, se tenian sus obras, la Galatea, que alguno dellos tiene casi de memoria la primera parte desta, y las Nouelas. Fueron tantos sus encare[ci]mientos, que me ofreci lleuarles que viessen el autor dellas, que estimaron con mil demostraciones de viuos desseos. Preguntaronme muy por menor su edad, su profession, calidad y cantidad. Halleme obligado a dezir que era viejo, soldado, hidalgo   -[fol. IVv]-   y pobre, a que vno respondio estas formales palabras:

«Pues ¿a tal hombre no le tiene España muy rico y sustentado del erario publico?»

Acudio otro de aquellos caualleros con este pensamiento y con mucha agudeza, y dixo:

«Si necessidad le ha de obligar a escriuir, plega a Dios que nunca tenga abundancia para   -22-   que con sus obras, siendo el pobre, haga rico a todo el mundo.»

Bien creo que está, para censura, vn poco larga, alguno dira que toca los limites de lisongero elogio: mas la verdad de lo que cortamente digo deshaze en el critico la sospecha y en mi el cuydado; ademas que el dia de oy no se lisongea a quien no tiene con que cebar el pico del adulador que, aunque afectuosa y falsamente dize de burlas, pretende ser remunerado de veras. En Madrid, a veynte y siete de febrero de mil y seyscientos y quinze.

El Licenciado Marquez Torres14.



  -23-     -[fol. Vr]-  
Priuilegio

Por quanto por parte de vos, Miguel de Ceruantes Saauedra, nos fue fecha relacion que auiades compuesto la segunda parte de don Quixote de la Mancha, de la qual haziades presentacion, y por ser libro de historia agradable y honesta, y aueros costado mucho trabajo y estudio, nos suplicastes os mandassemos dar licencia para le poder imprimir y priuilegio por veynte años, o como la nuestra merced fuesse, lo qual visto por los del nuestro Consejo, por quanto en el dicho libro se hizo la diligencia que la prematica, por nos sobre ello fecha, dispone, fue acordado que deuiamos mandar dar esta nuestra cedula en la dicha razon, y nos tuuimoslo por bien. Por la qual vos damos licencia y facultad para que por tiempo y espacio de diez años cumplidos primeros siguientes, que corran y se cuenten desde el dia de la fecha de esta nuestra cedula en adelante, vos, o la persona que para ello vuestro poder ouiere, y no otra alguna, podais imprimir y vender el dicho libro que de suso se haze mencion, y por la presente damos licencia y facultad a qualquier impressor de nuestros reynos que nombraredes para que durante el dicho tiempo le pueda imprimir por el original, que en el nuestro Consejo se vio que va rubricado y firmado al fin de Hernando de Vallejo, nuestro escriuano de Camara, y   -24-   vno de los que en el residen, con que antes y primero que se venda lo traygais ante ellos, juntamente con el dicho original, para que se vea si la dicha impression está conforme a el, o traygais fe en publica forma, como por corretor por nos nombrado se vio y corrigio la dicha impression por el dicho original, y mas al dicho impressor que ansi imprimiere el dicho libro no imprima el principio y primer pliego del, ni entregue mas de   -[fol. Vv]-   vn solo libro con el original al autor y persona a cuya costa lo imprimiere, ni a otra alguna, para efecto de la dicha correcion y tassa, hasta que antes y primero el dicho libro esté corregido y tassado por los del nuestro Consejo, y estando hecho, y no de otra manera, pueda imprimir el dicho principio y primer pliego, en el qual imediatamente ponga esta nuestra licencia y la aprouacion, tassa y erratas, ni lo podais vender, ni vendais vos ni otra persona alguna, hasta que esté el dicho libro en la forma susodicha, so pena de caer e incurrir en las penas contenidas en la dicha prematica y leyes de nuestros reynos que sobre ello disponen, y mas, que durante el dicho tiempo persona alguna sin vuestra licencia no le pueda imprimir ni vender, so pena que el que lo imprimiere y vendiere aya perdido y pierda qualesquiera libros, moldes y aparejos que del tuuiere, y mas incurra en pena de cincuenta mil marauedis por cada vez que lo contrario hiziere, de la qual dicha pena sea la tercia parte para nuestra Camara, y la   -25-   otra tercia parte para el juez que lo sentenciare, y la otra tercia parte para el que lo denunciare; y mas a los del nuestro Consejo, Presidentes, Oydores de las nuestras Audiencias, Alcaldes, Alg[u]aciles de la nuestra Casa y Corte y Chancillerias, y a otras qualesquiera justicias de todas las ciudades, villas y lugares de los nuestros reynos y señorios y a cada vno en su juridicion, ansi a los que agora son como a los que seran de aqui adelante, que vos guarden y cumplan esta nuestra cedula y merced, que ansi vos hazemos, y contra ella no vayan ni passen en manera alguna, so pena de la nuestra merced y de diez mil marauedis para la nuestra Camara.

Dada en Madrid, a treynta dias del mes de Março de mil y seiscientos y quince años.

YO EL REY

Por mandado del Rey nuestro señor,

Pedro de Contreras





  -26-     -27-     -[fol. VIr]-  

ArribaAbajoPrologo al lector

15

Valame Dios, y con quanta gana deues de estar esperando aora, lector illustre, o quier plebeyo, este prologo, creyendo hallar en el venganças, riñas y vituperios del autor del segundo don Quixote, digo de aquel que dizen que se engendró en Tordesillas y nacio en Tarragona16. Pues en verdad que no te he17 dar este contento, que puesto que los agrauios despiertan la colera en los mas humildes pechos, en el mio ha de padecer excepcion esta regla; quisieras tu que lo diera del asno, del mentecato y del atreuido; pero no me passa por el pensamiento: castíguele su pecado, con su pan se lo coma y alla se lo aya18.

Lo que no he podido dexar de sentir es que me note de viejo y de manco19, como si huuiera sido en mi mano auer detenido el tiempo que no passasse por mi, o si mi manquedad huuiera nacido en alguna taberna, sino en la mas alta ocasion que vieron los siglos passados, los presentes, ni esperan ver los venideros. Si mis heridas no resplandecen en los ojos de quien las mira, son estimadas, a lo menos, en la estimacion de los que saben dónde se cobraron; que el soldado mas bien parece muerto en la batalla que libre en la fuga20, y es esto en mi de manera, que si aora me propusieran y facilitaran vn impossible, quisiera antes auerme hallado en aquella faccion prodigiosa   -28-   que sano aora de mis heridas sin auerme hallado en ella. Las que el soldado muestra en el rostro y en los pechos, estrellas son que guian a los demas al cielo de la honra, y al de dessear la justa alabança, y hase de aduertir que no se escriue con las canas, sino con el entendimiento, el qual suele mejorarse con los años.

He sentido tambien que me llame inuidioso, y que, como a ignorante, me descriua qué cosa sea la inuidia21; que en realidad de verdad, de dos que ay yo no conozco sino a la santa, a la noble y bien intencionada; y siendo   -[fol. VIv]-   esto assi, como lo es, no tengo yo de perseguir a ningun sacerdote, y mas si tiene por añadidura ser familiar del Santo Oficio22, y si el lo dixo, por quien parece que lo dixo, engañose de todo en todo; que del tal adoro el ingenio, admiro las obras y la ocupacion continua y virtuosa. Pero, en efecto, le agradezco a este señor autor el dezir que mis Nouelas son mas satiricas que exemplares23, pero que son buenas; y no lo pudieran ser si no tuuieran de todo.

Pareceme que me dizes que ando muy limitado y que me contengo mucho en los terminos de mi modestia, sabiendo que no se ha añadir24 aflicion al afligido, y que la que deue de tener este señor sin duda es grande, pues no ossa parecer a campo abierto y al cielo claro, encubriendo su nombre, fingiendo su patria, como si huuiera hecho alguna traycion de lesa magestad. Si por ventura llegares a   -29-   conocerle, dile de mi parte que no me tengo por agrauiado; que bien se lo que son tentaciones del demonio, y que vna de las mayores es ponerle a vn hombre en el entendimiento que puede componer y imprimir vn libro con que gane tanta fama como dineros, y tantos dineros quanta fama, y para confirmacion desto quiero que en tu buen donayre y gracia le cuentes este cuento.

Auia en Seuilla vn loco que dio en el mas lo gracioso disparate y tema que dio loco en el mundo. Y fue que hizo vn cañuto de caña puntiagudo en el fin, y, en cogiendo algun perro en la calle, o en qualquiera otra parte, con el vn pie le cogia el suyo, y el otro le alçaua con la mano, y como mejor podia le acomodaua el cañuto en la parte que, soplandole, le ponia redondo como una pelota, y, en teniendolo desta suerte, le daua dos palmaditas en la barriga y le soltaua, diziendo a los circunstantes, que siempre eran muchos: «¿Pensarán vuestras mercedes aora que es poco trabajo inchar vn perro?» «¿Pensará vuestra merced aora que es poco trabajo hazer vn libro?» -Y si este cuento no le quadrare, dirasle, lector amigo, este, que tambien es de loco y de perro.

  -[fol. VIIr]-  

Auia en Cordoua otro loco que tenia por costumbre de traer encima de la cabeça vn pedaço de losa de marmol, o vn canto no muy liuiano, y, en topando algun perro descuydado, se le ponia junto, y a plomo dexaua caer sobre el el peso25. Amohinauase el perro y,   -30-   dando ladridos y aullidos, no paraua en tres calles.

Sucedio, pues, que entre los perros que descargó la carga, fue vno vn perro de vn bonetero, a quien queria mucho su dueño. Baxó el canto, diole en la cabeça, alçó el grito el molido perro, violo y sintiolo su amo, assio de vna vara de medir y salio al loco, y no le dexó huesso sano; y cada palo que le daua dezia: «Perro ladron, ¿a mi podenco? ¿No viste, cruel, que era podenco mi perro?»

Y, repitiendole el nombre de podenco muchas vezes, embió al loco echo vna alheña. Escarmento el loco y retirose, y en mas de vn mes no salio a la plaça, al cabo del qual tiempo boluio con su inuencion y con mas carga. Llegauase donde estaua el perro y, mirandole muy bien de hito en hito y, sin querer ni atreuerse a descargar la piedra, dezia: «Este es podenco; guarda». En26 efeto, todos quantos perros topaua, aunque fuessen alanos o gozques, dezia que eran podencos, y assi, no solto mas el canto.

Quiça de esta suerte le podra acontecer a este historiador, que no se atreuera a soltar mas la presa de su ingenio en libros que, en siendo malos, son mas duros que las peñas.

Dile tambien que de la amenaza que me haze, que me ha de quitar la ganancia con su libro27, no se me da vn ardite; que acomodandome al entremes famoso de la Perendenga28, le respondo que me viua el Veynteyquatro   -31-   mi señor, y Christo con todos. Viua el gran Conde de Lemos, cuya christiandad y liberalidad bien conocida contra todos los golpes de mi corta fortuna me tiene en pie, y viuame la suma   -[fol. VIIv]-   caridad del illustrissimo de Toledo don Bernardo de Sandoual y Rojas29, y siquiera no aya emprentas en el mundo, y siquiera se impriman contra mi mas libros que tienen30 letras las coplas de Mingo Rebulgo. Estos dos principes, sin que los solicite adulacion mia, ni otro genero de aplauso, por sola su bondad, han tomado a su cargo el hazerme merced y fauorecerme; en lo que me tengo por mas dichoso y mas rico que si la fortuna por camino ordinario me huuiera puesto en su cumbre. La honra puedela tener el pobre, pero no el vicioso: la pobreza puede anublar a la nobleza, pero no escurecerla del todo; pero como la virtud de alguna luz de si, aunque sea por los inconuenientes y resquicios de la estrecheza, viene a ser estimada de los altos y nobles espiritus, y, por el consiguiente, fauorecida.

Y no le digas mas, ni yo quiero dezirte mas a ti, sino aduertirte que consideres que esta segunda parte de don Quixote que te ofrezco, es cortada del mismo artifice y del mesmo paño que la primera, y que en ella te doy a don Quixote dilatado y, finalmente, muerto y sepultado, por que ninguno se atreua a leuantarle nueuos testimonios, pues bastan los passados, y basta tambien que vn hombre honrado aya dado noticia destas discretas locuras, sin querer   -32-   de nueuo entrarse en ellas; que la abundancia de las cosas, aunque sean buenas, haze que no se estimen, y la carestia, aun de las malas, se estima en algo. Oluidaseme31 de dezirte, que esperes el Persiles que ya estoy acabando y la segunda parte de Galatea.

  -33-     -[fol. VIIIr]-  
Dedicatoria al conde de Lemos

Embiando a Vuestra Excelencia los dias passados mis Comedias, antes impressas que representadas, si bien me acuerdo, dixe que don Quixote quedaua calçadas las espuelas para yr a besar las manos a Vuestra Excelencia, y aora digo que se las ha calçado y se ha puesto en camino, y si el alla llega me parece que aure hecho algun seruicio a Vuestra Excelencia, porque es mucha la priessa que de infinitas partes me dan a que le embie, para quitar el hamago y la nausea que ha causado otro don Quixote, que con nombre de segunda parte se ha disfraçado y corrido por el orbe; y el que mas ha mostrado desearle ha sido el grande Emperador de la China, pues en lengua chinesca aura vn mes que me escriuio una carta con vn propio32, pidiendome, o por mejor dezir, suplicandome, se le embiasse porque queria fundar un colegio donde se leyesse la lengua castellana, y queria que el libro que se leyesse fuesse el de la historia de don Quixote; juntamente33 con esto me dezia que fuesse yo a ser el Rector del tal colegio.

Preguntele al portador34 si su magestad le auia dado para mi alguna ayuda de costa. Respondiome que ni por pensamiento.

«Pues, hermano», le respondi yo, «vos os podeys boluer a vuestra China a las diez o a las veynte   -[fol. VIIIv]-   o a las que venis despachado, porque yo   -34-   no estoy con salud para ponerme en tan largo viage. Ademas, que, sobre estar enfermo, estoy muy sin dineros, y, emperador por emperador y monarca por monarca, en Napoles tengo al grande Conde de Lemos, que, sin tantos titulillos de colegios ni rectorias, me sustenta, me ampara y haze mas merced que la que yo acierto a dessear».

Con esto le despedi, y con esto me despido, ofreciendo a Vuestra Excelencia Los trabajos de Persilis y Sigismunda, libro a quien dare fin dentro de quatro meses, Deo volente; el cual ha de ser, o el mas malo, o el mejor que en nuestra lengua se haya compuesto, quiero dezir de los de entretenimiento, y digo que me arrepiento de auer dicho el mas malo, porque segun la opinion de mis amigos ha de llegar al estremo de bondad possible.

Venga Vuestra Excelencia con la salud que es desseado, que ya estara Persiles para besarle las manos, y yo, los pies, como criado que soy de Vuestra Excelencia.

De Madrid, vltimo de otubre de mil seyscientos y quinze.

Criado de Vuestra Excelencia,

Miguel de Ceruantes Saauedra.








ArribaAbajoSegunda Parte


ArribaAbajoTomo III

35   -35-     -fol. 1r-  

ArribaAbajoCapitulo Primero

De lo que el cura y el barbero passaron con don Quixote cerca de su enfermedad


Cventa Zide Hamete Benengeli en la segunda parte desta historia, y tercera salida de don Quixote, que el cura y el barbero se estuuieron casi vn mes sin verle, por no renouarle y traerle a la memoria las cosas passadas. Pero no por esto dexaron de visitar a su sobrina y a su ama, encargandolas tuuiessen cuenta con regalarle, dandole a comer cosas confortatiuas y apropiadas para el coraçon y el celebro, de donde procedia, segun buen discurso, toda su mala ventura. Las quales dixeron que assi lo hazian, y lo harian con la voluntad y cuydado possible, porque echauan de ver que su señor por momentos yua dando muestras de estar en su entero juyzio, de lo qual recibieron   -fol. 1v-   los dos gran contento por parecerles que auian acertado en auerle traydo encantado en el carro de los bueyes, como se conto en la primera parte desta tan grande como puntual historia, en su vltimo capitulo. Y, assi, determinaron de visitarle y hazer esperiencia de su mejoria, aunque tenian casi por impossible que la tuuiesse, y acordaron de no tocarle en ningun punto de la andante caualleria, por no ponerse a peligro de descosser los de la herida, que tan tiernos estauan.

Visitaronle, en fin, y hallaronle sentado en   -36-   la cama, vestida vna almilla de vayeta verde, con vn bonete colorado toledano, y estaua tan seco y amoxamado, que no parecia sino hecho de carne momia. Fueron del muy bien recebidos, preguntaronle por su salud, y el dio cuenta de si y de ella con mucho juyzio y con muy elegantes palabras. Y en el discurso de su platica vinieron a tratar en esto que llaman razon de estado y modos de gouierno, enmendando este abuso y condenando aquel; reformando vna costumbre y desterrando otra, haziendose cada vno de los tres vn nueuo legislador, vn Licurgo moderno o vn Solon flamante; y de tal manera renouaron la Republica, que no parecio sino que la auian puesto en vna fragua y sacado otra de la que pusieron; y habló don Quixote con tanta discrecion en todas las materias que se tocaron, que los dos essaminadores creyeron indubitadamente que estaua del todo bueno y en su entero juyzio.

Hallaronse presentes a la platica la sobrina y ama, y no se hartauan de dar gracias a Dios de ver a su señor con tan buen entendimiento; pero el cura, mudando el proposito primero, que era de no tocarle en cosa de cauallerias, quiso hazer de todo en todo esperiencia si la sanidad de don Quixote era falsa o verdadera; y assi, de lance en lance vino a contar algunas nueuas que auian venido de la Corte, y, entre otras, dixo que se tenia por cierto que el Turco baxaua con vna poderosa armada, y que no   -37-   se sabia su designio,   -fol. 2r-   ni adonde auia de descargar tan gran nublado, y con este temor, con que casi cada año nos toca arma, estaua puesta en ella toda la christiandad, y su magestad auia hecho proueer las costas de Napoles y Sicilia y la Isla de Malta.

A esto respondio don Quixote:

«Su magestad ha hecho como prudentissimo guerrero en proueer sus estados con tiempo porque no le halle dessapercebido el enemigo, pero si se tomara mi consejo, aconsejarale yo que vsara de vna preuencion, de la qual su magestad la hora de agora deue estar muy ageno de pensar en ella.»

Apenas oyo esto el cura, quando dixo entre si:

«Dios te tenga en su mano, pobre don Quixote, que me parece que te despeñas de la alta cumbre de tu locura hasta el profundo abismo de tu simplicidad.»

Mas el barbero, que ya auia dado en el mesmo pensamiento que el cura, preguntó a don Quixote quál era la aduertencia de la preuencion que dezia era bien se hiziesse; quiza podria ser tal, que se pusiesse en la lista de los muchos aduertimientos impertinentes que se suelen dar a los principes.

«El mio, señor rapador», dixo don Quixote, «no sera impertinente, sino perteneciente.»

«No lo digo por tanto», replicó el barbero, «sino porque tiene mostrado la esperiencia que todos o los mas arbitrios, que se dan a su   -38-   magestad, o son impossibles o disparatados, o en daño del rey o del reyno.»

«Pues el mio», respondio don Quixote, «ni es impossible ni disparatado, sino el mas facil, el mas justo y el mas mañero y breue que puede caber en pensamiento de arbitrante alguno.»

«Ya tarda en dezirle vuestra merced, señor don Quixote», dixo el cura.

«No querria», dixo don Quixote, «que le dixesse yo aqui agora, y amaneciesse mañana en los oydos de los señores consejeros, y se lleuasse otro las gracias y el premio de mi trabajo.»

«Por mi», dixo el barbero, «doy la palabra, para aqui y para delante de Dios, de no dezir lo que vuestra merced dixere a rey ni a roque, ni a hombre terrenal: juramento que aprendi del romance del cura   -fol. 2v-   que en el prefacio auisó al rey del ladron que le auia robado las cien doblas y la su mula la andariega36

«No se historias», dixo don Quixote, «pero se que es bueno esse juramento, en fee de que se que es hombre de bien el señor barbero.»

«Quando no lo fuera», dixo el cura, «yo le abono y salgo por el, que en este caso no hablará mas que vn mudo, so pena de pagar lo juzgado y sentenciado.»

«Y a vuestra merced ¿quién le fia, señor cura?», dixo don Quixote.

«Mi profession», respondio el cura, «que es de guardar secreto.»

«¡Cuerpo de tal!», dixo a esta sazon don Quixote.   -39-   «¿Ay mas sino mandar su magestad por publico pregon que se junten en la Corte para vn dia señalado todos los caualleros andantes que vagan por España, que aunque no viniessen sino media docena, tal podria venir entre ellos que solo bastasse a destruyr toda la potestad del Turco? Estenme vuestras mercedes atentos y vayan conmigo. ¿Por ventura, es cosa nueua deshazer vn solo cauallero andante vn exercito de docientos mil hombres, como si todos juntos tuuieran vna sola garganta, o fueran hechos de alfeñique37? Si no, diganme, ¿quántas historias estan llenas destas marauillas? ¡Auia, en hora mala para mi, que no quiero dezir para otro, de viuir oy el famoso don Belianis o alguno de los del inumerable linage de Amadis de Gaula!; que si alguno destos oy viuiera y con el Turco se afrontara, a fee que no le arrendara la ganancia; pero Dios mirará por su pueblo y deparará alguno, que, si no tan brauo como los passados andantes caualleros, a lo menos, no les sera inferior en el animo; y Dios me entiende y no digo mas.»

«¡Hai!», dixo a este punto la sobrina, «¡que me maten, si no quiere mi señor boluer a ser cauallero andante!»

A lo que dixo don Quixote:

«Cauallero andante he de morir, y baxe o suba el Turco quando el quisiere y quan poderosamente pudiere; que otra vez digo que Dios me entiende.»

  -40-  

A esta sazon dixo el barbero:

«Suplico a vuestras mercedes que se me de licencia para contar vn cuento breue que sucedio en Seuilla, que, por venir aqui como de molde, me da gana de contarle.»

Dio   -fol. 3r-   la licencia don Quixote, y el cura y los demas le prestaron atencion, y el començo desta manera:

«En la casa de los locos de Seuilla estaua vn hombre a quien sus parientes auian puesto alli por falto de juyzio; era graduado en Canones por Osuna, pero aunque lo fuera por Salamanca, segun opinion de muchos, no dexara de ser loco. Este tal graduado, al cabo de algunos años de recogimiento38 se dio a entender que estaua cuerdo y en su entero juyzio, y con esta imaginacion escriuio al arçobispo, suplicandole encarecidamente, y con muy concertadas razones, le mandasse sacar de aquella miseria en que viuia, pues por la misericordia de Dios auia ya cobrado el juyzio perdido, pero que sus parientes, por gozar de la parte de su hazienda, le tenian alli, y, a pesar de la verdad, querian que fuesse loco hasta la muerte.

»El arçobispo, persuadido de muchos villetes concertados y discretos, mandó a vn capellan suyo se informasse del retor de la casa si era verdad lo que aquel licenciado le escriuia, y que assimesmo hablasse con el loco, y que si le pareciesse que tenia juyzio, le sacasse y pusiesse en libertad. Hizolo assi el capellan, y el retor le dixo que aquel hombre aun se estaua   -41-   loco; que puesto que hablaua muchas vezes como persona de grande entendimiento, al cabo disparaua39 con tantas necedades, que en muchas y en grandes igualauan a sus primeras discreciones, como se podia hazer la esperiencia hablandole. Quiso hazerla el capellan, y, poniendole con el loco, habló con el vna hora y mas, y en todo aquel tiempo jamas el loco dixo razon torzida ni disparatada, antes habló tan atentadamente que el capellan fue forçado a creer que el loco estaua cuerdo; y entre otras cosas que el loco le dixo fue que el retor le tenia ojeriza, por no perder los regalos que sus parientes le hazian por que dixesse que aun estaua loco, y con luzidos interualos, y que el mayor contrario que en su desgracia tenia era su mucha hazienda, pues por gozar della sus enemigos ponian dolo y dudauan de la merced   -fol. 3v-   que nuestro Señor le auia hecho en boluerle de bestia en hombre; finalmente, el habló de manera, que hizo sospechoso al retor, codiciosos y desalmados a sus parientes, y a el tan discreto, que el capellan se determinó a lleuarsele consigo, a que el arçobispo le viesse y tocasse con la mano la verdad de aquel negocio.

»Con esta buena fee, el buen capellan pidio al retor mandasse dar los vestidos con que alli auia entrado el licenciado; boluio a dezir el retor que mirasse lo que hazia, porque sin duda alguna el licenciado aun se estaua loco; no siruieron de nada para con el capellan las preuenciones   -42-   y aduertimientos del retor para que dexasse de lleuarle; obedecio el retor, viendo ser orden del arçobispo; pusieron al licenciado sus vestidos, que eran nueuos y decentes, y como el se vio vestido de cuerdo y desnudo de loco, suplicó al capellan que por caridad le diesse40 licencia para yr a despedirse de sus compañeros los locos; el capellan dixo que el le queria acompañar y ver los locos que en la casa auia; subieron, en efeto, y con ellos algunos que se hallaron presentes, y llegado el licenciado a vna xaula adonde estaua vn loco furioso, aunque entonces sossegado y quieto, le dixo:

“Hermano mio, mire si me manda algo, que me voy a mi casa; que ya Dios ha sido seruido por su infinita bondad y misericordia, sin yo merecerlo, de boluerme mi juyzio; ya estoy sano y cuerdo, que acerca del poder de Dios ninguna cosa es impossible; tenga grande esperança y confiança en El, que pues a mi me ha buelto a mi primero estado, tambien le boluera a el, si en El confia; yo tendre cuydado de embiarle algunos regalos que coma, y comalos en todo caso, que le hago saber que imagino, como quien ha passado por ello, que todas nuestras locuras proceden de tener los estomagos vazios y los celebros llenos de ayre; esfuercesse,   -fol. 5r [4r]-   esfuercese, que el descaecimiento en los infortunios apoca la salud y acarrea la muerte.”

»Todas estas razones del licenciado escuchó   -43-   otro loco que estaua en otra xaula, frontero de la del furioso, y leuantandose de vna estera vieja, donde estaua echado y desnudo en cueros, preguntó a grandes vozes quién era el que se yua sano y cuerdo; el licenciado respondio:

“Yo soy, hermano, el que me voy; que ya no tengo necessidad de estar mas aqui, por lo que doy infinitas gracias a los cielos que tan grande merced me han hecho.”

“Mirad lo que dezis, licenciado, no os engañe el diablo”, replicó el loco; “sossegad el pie y estaos quedito en vuestra casa y ahorrareis la buelta.”

“Yo se que estoy bueno”, replicó el licenciado, “y no aura para que tornar a andar estaciones.”

“¿Vos bueno?”, dixo el loco; “agora bien, ello dira; andad con Dios, pero yo os voto a Iupiter, cuya magestad yo represento en la tierra, que por solo este pecado que oy comete Seuilla en sacaros desta casa y en teneros por cuerdo, tengo de hazer vn tal castigo en ella, que quede memoria del por todos los siglos de los siglos, amen. ¿No sabes tu, licenciadillo menguado, que lo podre hazer, pues, como digo, soy Iupiter tonante, que tengo en mis manos los rayos abrassadores con que puedo y suelo amenazar y destruyr el mundo? Pero con sola vna cosa quiero castigar a este ignorante pueblo, y es con no llouer en el, ni en todo su distrito y contorno, por tres enteros años, que se han de contar desde el dia y punto en que ha sido   -44-   hecha esta amenaza en adelante. ¿Tu libre, tu sano, tu cuerdo; y yo loco, y yo enfermo, y yo atado? Assi pienso llouer como pensar ahorcarme.”

»A las vozes y a las razones del loco estuuieron los circustantes atentos; pero nuestro licenciado, boluiendose a nuestro capellan y asiendole de las manos, le dixo:

“No tenga vuestra merced pena, señor mio, ni haga caso de lo que este loco ha dicho; que si el es Iupiter y no quisiere llouer, yo que soy Neptuno, el padre   -fol. 5v [4v]-   y el dios de las aguas, llouere todas las vezes que se me antojare y fuere menester.”

»A lo que respondio el capellan:

“Con todo esso, señor Neptuno, no sera bien enojar al señor Iupiter; vuestra merced se quede en su casa, que otro dia, quando aya mas comodidad y mas espacio, bolueremos por vuestra merced.”

»Riose el retor y los presentes, por cuya risa se medio corrio el capellan; desnudaron al licenciado, quedose en casa y acabose el cuento.»

«Pues ¿este es el cuento, señor barbero», dixo don Quixote, «que, porvenir aqui como de molde, no podía dexar de contarle? ¡A, señor rapista, señor rapista, y quán ciego es aquel que no vee por tela de cedazo! Y ¿es posible que vuestra merced no sabe que las comparaciones que se hazen de ingenio a ingenio, de valor a valor, de hermosura a hermosura y de linage a linage   -45-   son siempre odiosas y mal recebidas? Yo, señor barbero, no soy Neptuno el dios de las aguas, ni procuro que nadie me tenga por discreto, no lo siendo; solo me fatigo por dar a entender al mundo en el error41 en que está, en no renouar en si el felicissimo tiempo donde campeaua la orden de la andante caualleria; pero no es merecedora la deprauada edad nuestra de gozar tanto bien como el que gozaron las edades donde los andantes caualleros tomaron a su cargo y echaron sobre sus espaldas la defensa de los reynos, el amparo de las donzellas, el socorro de los huerfanos y pupilos, el castigo de los soberuios y el premio de los humildes. Los mas de los caualleros que agora se vsan, antes les cruxen los damascos, los brocados y otras ricas telas de que se visten, que la malla con que se arman; ya no ay cauallero que duerma en los campos, sugeto al rigor del cielo, armado de todas armas desde los pies a la cabeça; y ya no ay quien42, sin sacar los pies de los estriuos, arrimado a la lança, solo procure descabeçar, como dizen, el sueño como lo hazian los caualleros andantes. Ya no ay   -fol. 5r-   ninguno que saliendo deste bosque entre en aquella montaña, y de alli, pise vna esteril y desierta playa del mar, las mas vezes proceloso y alterado; y, hallando en ella y en su orilla vn pequeño batel sin remos, vela, mastil, ni xarcia alguna, con intrepido coraçon se arroge en el, entregandose a las implacables olas del mar profundo, que ya le suben al cielo y ya le   -46-   baxan al abismo, y el, puesto el pecho a la incontrastable borrasca, quando menos se cata, se halla tres mil y mas leguas distante del lugar donde se embarcó; y, saltando en tierra remota y no conocida le suceden cosas dignas de estar escritas, no en pergaminos, sino en bronces.

»Mas agora ya triunfa la pereza de la diligencia, la ociosidad del trabajo, el vicio de la virtud, la arrogancia de la valentia y la teorica de la practica de las armas, que solo viuieron y resplandecieron en las edades del oro y en los andantes caualleros. Si no, diganme, ¿quién mas honesto y mas valiente que el famoso Amadis de Gaula? ¿Quién mas discreto que Palmerin de Inglaterra? ¿Quién mas acomodado y manual que Tirante el Blanco? ¿Quién mas galan que Lisuarte de Grecia? ¿Quién mas acuchillado ni acuchillador que don Belianis? ¿Quién mas intrepido que Perion de Gaula? O ¿quién mas acometedor de peligros que Felixmarte de Yrcania? O ¿quién mas sincero que Esplandian? ¿Quién mas arrojado que don Ceriongilio43 de Tracia? ¿Quién mas brauo que Rodamonte? ¿Quién mas prudente que el rey Sobrino? ¿Quién mas atreuido que Reynaldos? ¿Quién mas inuencible que Roldan? Y ¿quién mas gallardo y mas cortés que Rugero, de quien decienden oy los duques de Ferrara, segun Turpin en su Cosmografia?44.

»Todos estos caualleros, y otros muchos que pudiera dezir, señor cura, fueron caualleros   -47-   andantes, luz y gloria de la caualleria. Destos, o tales como estos, quisiera yo que fueran los de mi arbitrio, que a serlo, su magestad se   -fol. 5v-   hallara bien seruido, y ahorrara de mucho gasto, y el Turco se quedara pelando las barbas; y, con esto, no45 quiero quedar en mi casa, pues no me saca el capellan della, y [si]46 Iupiter, como ha dicho el barbero, no llouiere, aqui estoy yo que llouere quando se me antojare; digo esto, por que sepa el señor Vazia que le entiendo.»

«En verdad, señor don Quixote», dixo el barbero, «que no lo dixe por tanto, y assi me ayude Dios como fue buena mi intencion, y que no deue vuestra merced sentirse.»

«Si puedo sentirme o no», respondio don Quixote «yo me lo se.»

A esto dixo el cura:

«Aun bien que yo casi no he hablado palabra hasta aora, y no quisiera quedar con vn escrupulo que me roe y escarua la conciencia, nacido de lo que aqui el señor don Quixote ha dicho.»

«Para otras cosas mas», respondio don Quixote, «tiene licencia el señor cura, y assi puede dezir su escrupulo, porque no es de gusto andar con la conciencia escrupulosa.»

«Pues con esse beneplacito», respondio el cura, «digo que mi escrupulo es que no me puedo persuadir en ninguna manera a que toda la caterua de caualleros andantes que vuestra merced, señor don Quixote, ha referido,   -48-   ayan sido real y verdaderamente personas de carne y huesso en el mundo; antes imagino que todo es ficcion, fabula y mentira, y sueños contados por hombres despiertos o, por mejor dezir, medio dormidos.»

«Esse es otro error», respondio don Quixote, «en que han caydo muchos que no creen que aya auido tales caualle[r]os en el mundo, y yo muchas vezes, con diuersas gentes y ocasiones, he procurado sacar a la luz de la verdad este casi comun engaño; pero algunas vezes no he salido con mi intencion y otras si, sustentandola sobre los ombros de la verdad, la qual verdad es tan cierta, que estoy por dezir que con mis propios ojos vi a Amadis de Gaula, que era vn hombre alto de cuerpo, blanco de rostro, bien puesto de barba, aunque negra, de vista entre blanda y rigurosa, corto de razones, tardo en ayrarse y presto en deponer la ira; y del modo que he delineado   -fol. 6r-   a Amadis, pudiera, a mi parecer, pintar y [describir]47 todos quantos caualleros andantes andan en las historias en el orbe; que por la aprehension que tengo de que fueron como sus historias cuentan, y por las hazañas que hizieron y condiciones que tuuieron, se pueden sacar por buena filosofia sus faciones, sus colores y estaturas.»

«¿Qué tan48 grande le parece a vuestra merced, mi señor don Quixote», preguntó el barbero, «deuia de ser el gigante Morgante?»

«En esto de gigantes», respondio don Quixote, «ay diferentes opiniones, si los ha auido o   -49-   no en el mundo49: pero la Santa Escritura, que no puede faltar vn atomo en la verdad, nos muestra que los huuo, contandonos la historia de aquel filisteazo de Golias, que tenia siete codos y medio de altura, que es vna desmesurada grandeza. Tambien en la isla de Sicilia se han hallado canillas50 y espaldas tan grandes, que su grandeza manifiesta que fueron gigantes sus dueños, y tan grandes, como grandes torres, que la geometria saca esta verdad de duda. Pero con todo esto no sabre dezir con certidumbre qué tamaño tuuiesse Morgante, aunque imagino que no deuio de ser muy alto; y mueueme a ser deste parecer hallar en la historia donde se haze mencion particular de sus hazañas, que muchas vezes dormia debaxo de techado, y pues hallaua casa donde cupiesse, claro está que no era desmesurada su grandeza.»

«Assi es», dixo el cura.

El qual, gustando de oyrle dezir tan grandes disparates, le preguntó que qué sentia acerca de los rostros de Reynaldos de Montaluan y de don Roldan, y de los demas doze Pares de Francia, pues todos auian sido caualleros andantes.

«De Reynaldos», respondio don Quixote, «me atreuo a dezir que era ancho de rostro, de color bermejo, los ojos bayladores y algo saltados, puntoso y colerico en demasia, amigo de ladrones y de gente perdida; de Roldan o Rotolando o Orlando, que con todos estos   -50-   nombres le nombran las historias, soy de parecer, y me afirmo,   -fol. 6v-   que fue de mediana estatura, ancho de espaldas, algo esteuado, moreno de rostro y barbitaheño, velloso en el cuerpo y de vista amenazadora, corto de razones, pero muy comedido y bien criado.

«Si no fue Roldan mas gentilhombre que vuestra merced ha dicho», replicó el cura, «no fue marauilla que la señora Angelica la Bella lo le desdeñasse y dexasse por la gala, brio y donayre que deuia de tener el morillo barbiponiente a quien ella se entregó, y anduuo discreta de adamar antes la blandura de Medoro, que la aspereça de Roldan.»

«Essa Angelica», respondio don Quixote, «señor cura, fue vna donzella destrayda, andariega y algo antojadiza, y tan lleno dexó el mundo de sus impertinencias como de la fama de su hermosura: despreció mil señores, mil valientes y mil discretos, y contentose con vn pagezillo barbiluzio, sin otra hazienda ni nombre que el que le pudo dar de agradecido la amistad que guardó a su amigo. El gran cantor de su belleza, el famoso Ariosto, por no atreuerse o por no querer cantar lo que a esta señora le sucedio despues de su ruyn entrego, que no deuieron ser cosas demasiadamente honestas, la dexó, donde dixo:


   Y como del Catay recibio el cetro,51
quiza otro cantará con mejor plectro52.



»Y, sin duda, que esto fue como profecia, que   -51-   los poetas tambien se llaman vates, que quiere dezir adiuinos; veese esta verdad clara: porque despues aca un famoso poeta andaluz lloró y cantó sus lagrimas, y otro famoso y vnico poeta castellano cantó su hermosura53

«Digame, señor don Quixote», dixo a esta sazon el barbero,   -fol. 7r-   «¿no ha auido algun poeta que aya hecho alguna satira a essa señora Angelica entre tantos como la han alabado?»

«Bien creo yo», respondio don Quixote, «que si Sacripante o Roldan fueran poetas, que ya me huuieran xabonado a la donzella, porque es propio y natural de los poetas desdeñados y no admitidos de sus damas -fingidas54, o [no] fingidas -en efeto, de aquellas55 a quien ellos escogieron por señoras de sus pensamientos, vengarse con satiras y libelos, vengança, por cierto, indigna de pechos generosos; pero hasta agora no ha llegado a mi noticia ningun verso infamatorio contra la señora Angelica, que truxo rebuelto el mundo.»56.

«Milagro», dixo el cura.

Y, en esto, oyeron que la ama y la sobrina, que ya auian dexado la conuersacion, dauan grandes vozes en el patio, y acudieron todos al ruydo.

  -52-  


ArribaAbajoCapitulo II

Que trata de la notable pendencia57 que Sancho Pança tuuo con la sobrina y ama de don Quixote, con otros sugetos graciosos


Cventa la Historia que las vozes que oyeron don Quixote, el cura y el barbero eran de la sobrina y ama, que las dauan, diziendo a Sancho Pança, que pugnaua por entrar a ver a don Quixote, y ellas le defendian la puerta:

«¿Qué quiere este mostrenco en esta casa? Ydos a la vuestra, hermano; que vos soys, y no otro, el que destrae y sonsaca a mi señor y le lleua por essos andurriales.»

A lo que Sancho respondio:

«Ama de Satanas, el sonsacado y el destraydo y el lleuado por essos andurriales soy yo, que no tu amo; el me lleuó por essos mundos, y vosotras os engañays en la mitad del justo precio; el me sacó de mi casa con engañifas58, prometiendome vna insula, que hasta agora la espero.»

«Malas insulas te ahoguen»,   -fol. 7v-   respondio la sobrina, «Sancho maldito, y ¿qué son insulas? ¿Es alguna cosa de comer, golosazo, comilon, que tu eres59?

«No es de comer», replicó Sancho, «sino de gouernar y regir mejor que quatro ciudades60 y que quatro alcaldes de Corte.»

«Con todo esso», dixo el ama, «no entrareis aca, saco de maldades y costal de malicias; id   -53-   a gouernar vuestra casa y a labrar vuestros pegujares, y dexaos de pretender insulas ni insulos.»

Grande gusto recebian el cura y el barbero de oyr el coloquio de los tres; pero don Quixote, temeroso que Sancho se descosiesse y desbuchasse algun monton de maliciosas necedades y tocasse en puntos que no le estarian bien a su credito, le llamó y hizo a las dos que callassen y le dexassen entrar; entró Sancho, y el cura y el barbero se despidieron de don Quixote, de cuya salud dessesperaron, viendo quán puesto estaua en sus desuariados pensamientos y quán embeuido en la simplicidad de sus mal andantes cauallerias, y, assi, dixo el cura al barbero:

«Vos vereis, compadre, como, quando menos lo pensemos, nuestro hidalgo sale otra vez a bolar la ribera.»

«No pongo yo duda en esso», respondio el barbero; «pero no me marauillo tanto de la locura del cauallero como de la simplicidad del escudero, que tan creydo tiene aquello de la insula, que creo que no se lo sacarán del casco quantos dessengaños pueden imaginarse.»

«Dios los remedie», dixo el cura, «y estemos a la mira: veremos en lo que para esta maquina de disparates de tal cauallero y de tal escudero; que parece que los forxaron a los dos en vna mesma turquessa, y que las locuras del señor sin las necedades del criado no valian vn ardite.»

  -54-  

«Assi es», dixo el barbero, «y holgara mucho saber qué tratarán aora los dos.»

«Yo seguro»61, respondio el cura, «que la sobrina del ama nos lo cuenta despues, que no son de condicion que dexarán de escucharlo.»

En tanto, don Quixote se encerro con Sancho en su aposento, y, estando solos, le dixo:

«Mucho me pesa, Sancho, que ayas dicho y digas que yo fuy el   -fol. 8r-   que te saqué de tus casillas, sabiendo que yo no me quedé en mis casas; juntos salimos, juntos fuymos y juntos peregrinamos; vna misma fortuna y vna misma suerte ha corrido por los dos; si a ti te mantearon vna vez, a mi me han molido ciento, y esto es lo que te lleuo de ventaja.»

«Esso estaua puesto en razon», respondio Sancho, «porque, segun vuestra merced dize, mas anexas son a los caualleros andantes las desgracias que a sus escuderos.»

«Engañaste, Sancho», dixo don Quixote, «segun aquello, quando caput dolet, &c62»

«No entiendo otra lengua que la mia», respondio Sancho.

«Quiero dezir», dixo don Quixote, «que quando la cabeça duele, todos los miembros duelen, y, assi, siendo yo tu amo y señor, soy tu cabeça y tu mi parte, pues eres mi criado, y por esta razon el mal que a mi me toca o tocare, a ti te ha de doler y a mi el tuyo.»

«Assi auia de ser», dixo Sancho; «pero quando a mi me manteauan como a miembro, se estaua mi cabeça detras de las bardas, mirandome   -55-   bolar por los ayres, sin sentir dolor alguno, y pues los miembros estan obligados a dolerse del mal de la cabeça, auia de estar obligada ella a dolerse dellos.»

«¿Querras tu dezir agora, Sancho», respondio don Quixote, «que no me dolia yo quando a ti te manteauan? Y si lo dizes, no lo digas, ni lo pienses, pues mas dolor sentia yo entonces en mi espiritu que tu en tu cuerpo; pero dexemos esto a parte por agora, que tiempo aura donde lo ponderemos y pongamos en su punto; y dime, Sancho amigo, ¿qué es lo que dizen de mi por esse lugar, en qué opinión me tiene el vulgo, en qué los hidalgos y en qué los caualleros? ¿Qué dizen de mi valentia, qué de mis hazañas y qué de mi cortesia? ¿Qué se platica del assumpto que he tomado de resucitar y boluer al mundo la ya oluidada orden caualleresca? Finalmente, quiero, Sancho, me digas lo que acerca desto ha llegado a tus oydos, y esto me has de dezir, sin añadir al bien ni quitar al mal cosa alguna; que de los vassallos leales es dezir la verdad a sus señores en su ser y   -fol. 8v-   figura propia, sin que la adulacion la acreciente, o otro vano respeto la disminuya; y quiero que sepas, Sancho, que si a los oydos de los principes llegasse la verdad desnuda, sin los vestidos de la lisonja, otros siglos correrian, otras edades serian tenidas por mas de hierro que la nuestra, que entiendo que de las que aora se vsan es la dorada; siruate este aduertimiento, Sancho, para que discreta   -56-   y bien intencionadamente pongas en mis oydos la verdad de las cosas que supieres de lo que te he preguntado.»

«Esso hare yo de muy buena gana, señor mio», respondio Sancho, «con condicion que vuestra merced no se ha de enojar de lo que dixere, pues quiere que lo diga en cueros sin vestirlo de otras ropas de aquellas con que llegaron a mi noticia.»

«En ninguna manera me enojaré», respondio don Quixote; «bien puedes, Sancho, hablar libremente y sin rodeo alguno.»

«Pues lo primero que digo», dixo, «es que el vulgo tiene a vuestra merced por grandissimo loco y a mi por no menos mentecato. Los hidalgos dizen que, no conteniendose vuestra merced en los limites de la hidalguia, se ha puesto don y se ha arremetido a cauallero, con quatro cepas y dos yugadas de tierra y con vn trapo atras y otro adelante. Dizen los caualleros que no querrian que los hidalgos se opusiessen a ellos, especialmente aquellos hidalgos escuderiles que dan humo a los çapatos y toman los puntos de las medias negras con seda verde.»

«Esso», dixo don Quixote, «no tiene que ver conmigo, pues ando siempre bien vestido y jamas remendado; roto, bien podria ser, y el roto mas de las armas que del tiempo.»

«En lo que toca», prosiguio Sancho, «a la valentia, cortesia, hazañas y assumpto de vuestra merced, ay diferentes opiniones: vnos   -57-   dizen «loco, pero gracioso»; otros, «valiente, pero desgraciado»; otros, «cortés, pero impertinente»; y por aqui van discurriendo en tantas cosas, que ni a vuestra merced ni a mi nos dexan huesso sano.»

«Mira, Sancho», dixo don Quixote, «donde quiera que está la virtud en eminente grado, es perseguida. Pocos o ninguno de los famosos   -fol. 9r-   varones que passaron dexó de ser calumniado de la malicia. Iulio Cesar, animosissimo, prudentissimo y valentissimo capitan, fue notado de ambicioso y algun tanto no limpio, ni en sus vestidos ni en sus costumbres. Alexandro, a quien sus hazañas le alcançaron el renombre de Magno, dizen del que tuuo sus ciertos puntos de borracho. De Hercules, el de los muchos trabajos, se cuenta que fue lasciuo y muelle. De don Galaor, hermano de Amadis de Gaula, se murmura que fue mas que demasiadamente rixoso, y de su hermano, que fue lloron. Assi que, o Sancho, entre las tantas calumnias de buenos bien pueden passar las mias, como no sean mas de las que has dicho.»

«Ai está el toque, cuerpo de mi padre», replicó Sancho.

«Pues ¿ay mas?», preguntó don Quixote.

«Aun la cola falta por dessollar»63, dixo Sancho: «lo de hasta aqui son tortas y pan pintado; mas si vuestra merced quiere saber todo lo que ay acerca de las caloñas64 que le ponen, yo le traere aqui luego al momento quien se las diga todas, sin que les falte vna meaja; que   -58-   anoche llegó el hijo de Bartolome Carrasco, que viene de estudiar de Salamanca, hecho bachiller, y, yendole yo a dar la bienvenida, me dixo que andaua ya en libros la historia de vuestra merced con nombre del ingenioso Hidalgo don Quixote de la Mancha; y dize que me mientan a mi en ella con mi mesmo nombre de Sancho Pança, y a la señora Dulcinea del Toboso, con otras cosas que passamos nosotros a solas, que me hize cruzes de espantado, cómo las pudo saber el historiador que las escriuio.»

«Yo te asseguro, Sancho», dixo don Quixote, «que deue de ser algun sabio encantador el autor de nuestra historia; que a los tales no se les encubre nada de lo que quieren escriuir.»

«Y ¡cómo», dixo Sancho, «si era sabio y encantador, pues -segun dize el bachiller Sanson Carrasco, que assi se llama el que dicho tengo -que el autor de la historia se llama Cide Hamete Berengena65

«Esse nombre es de moro», respondio don Quixote.

  -fol. 9v-  

«Assi sera», respondio Sancho, «porque por la mayor parte he oydo dezir que los moros son amigos de berengenas.»

«Tu deues, Sancho», dixo don Quixote, «errarte en el sobrenombre de esse Cide, que en arabigo quiere dezir señor

«Bien podria ser», replicó Sancho; «mas si vuestra merced gusta que yo le haga venir aqui, yre por el en bolandas.»

«Harasme mucho placer, amigo», dixo don   -59-   Quixote; «que me tiene suspenso lo que me has dicho, y no comere bocado que bien me sepa hasta ser informado de todo.»

«Pues yo voy por el», respondio Sancho.

Y, dexando a su señor, se fue a buscar al bachiller, con el qual boluio de alli a poco espacio, y entre los tres passaron vn graciosissimo coloquio.



  -60-  

ArribaAbajoCapitulo III

Del ridiculo razonamiento que passó entre don Quixote, Sancho Pança y el bachiller Sanson Carrasco


Pensatiuo a demas quedó don Quixote, esperando al bachiller Carrasco, de quien esperaua oir las nueuas de si mismo puestas en libro como auia dicho Sancho, y no se podia persuadir a que tal historia huuiesse, pues aun no estaua enxuta en la cuchilla de su espada la sangre de los enemigos que auia muerto, y ya querian que anduuiessen en estampa sus altas cauallerias. Con todo esso, imaginó que algun sabio, o ya amigo [o]66 enemigo, por arte de encantamento las aura67 dado a la estampa: si amigo, para engrandecerlas y leuantarlas sobre las mas señaladas de cauallero andante; si enemigo, para aniquilarlas y ponerlas debaxo de las mas viles que de algun vil escudero se huuiessen escrito, puesto, dezia entre si, que nunca hazañas de escuderos se escriuieron: y quando fuesse verdad que la tal historia huuiesse, siendo de cauallero andante, por fuerça auia de ser grandiloqua, alta, insigne, magnifica y verdadera.

Con esto se consolo algun tanto, pero desconsolole pensar que su autor era moro,   -fol. 10r-   segun aquel nombre de Cide, y de los moros no se podia esperar verdad alguna; porque todos son   -61-   embelecadores, falsarios y quimeristas. Temiase no huuiesse tratado sus amores con alguna indecencia que redundasse en menoscabo y perjuyzio de la honestidad de su señora Dulcinea del Toboso; desseaua que huuiesse declarado su fidelidad y el decoro que siempre la auia guardado, menospreciando reynas, emperatrices y donzellas de todas calidades, teniendo a raya los impetus de los naturales mouimientos; y, assi, embuelto y rebuelto en estas y otras muchas imaginaciones, le hallaron Sancho y Carrasco, a quien don Quixote recibio con mucha cortesia.

Era el bachiller, aun que se llamaua Sanson, no muy grande de cuerpo, aunque muy gran socarron, de color macilenta, pero de muy buen entendimiento; tendria hasta veinte y quatro años, cariredondo, de nariz chata y de boca grande, señales todas de ser de condicion maliciosa y amigo de donayres y de burlas, como lo mostro en viendo a don Quixote, poniendose delante del de rodillas, diziendole:

«Deme vuestra grandeza las manos, señor don Quixote de la Mancha; que por el habito de San Pedro68 que visto, aunque no tengo otras ordenes que las quatro primeras, que es vuestra merced vno de los mas famosos caualleros andantes que ha auido69, ni aun aura en toda la redondez de la tierra. Bien aya Cide Hamete Benengeli que la historia de vuestras grandezas dexó escritas, y rebien aya el curioso que tuuo cuydado de hazerlas traduzir de arabigo   -62-   en nuestro vulgar castellano para vniuersal entretenimiento de las gentes.»

Hizole leuantar don Quixote, y dixo:

«¿Dessa manera verdad es que ay historia mia, y que fue moro y sabio el que la compuso?»

«Es tan verdad, señor», dixo Sanson, «que tengo para mi, que el dia de oy estan impressos mas de doze mil libros de la tal70 historia; si no, digalo Portugal, Barcelona y Valencia,   -fol. 10v-   donde se han impresso, y aun ay fama que se está imprimiendo en Amberes71, y a mi se me trasluze que no ha de auer nacion ni lengua donde no se traduzga.»

«Vna de las cosas», dixo a esta sazon don Quixote, «que mas deue de dar contento a vn hombre virtuoso y eminente es verse, viuiendo, andar con buen nombre por las lenguas de las gentes, impreso y en estampa; dixe con buen nombre: porque siendo al contrario, ninguna muerte se le ygualara.»

«Si por buena fama y si por buen nombre va», dixo el bachiller, «solo vuestra merced lleua la palma a todos los caualleros andantes; porque el moro en su lengua y el christiano en la suya tuuieron cuydado de pintarnos muy al viuo la gallardia de vuestra merced, el animo grande en acometer los peligros, la paciencia en las aduersidades y el sufrimiento, assi en las desgracias como en las heridas, la honestidad y continencia en los amores tan platonicos de vuestra merced y de mi señora doña Dulcinea del Toboso.»

  -63-  

«Nunca», dixo a este punto Sancho Pança, «he oido llamar con don a mi señora Dulcinea, sino solamente la señora Dulcinea del Toboso, y ya en esto anda errada la historia.»

«No es objecion de importancia essa», respondio Carrasco.

«No por cierto», respondio don Quixote. «Pero digame vuestra merced, señor bachiller, ¿qué hazañas mias son las que mas se ponderan en essa historia?»

«En esso», respondio el bachiller, «ay diferentes opiniones, como ay diferentes gustos: vnos se atienen a la auentura de los molinos de viento, que a vuestra merced le parecieron Briareos y gigantes; otros, a la de los batanes; este, a la descripcion de los dos exercitos, que despues parecieron ser dos manadas de carneros; aquel encarece la del muerto que lleuauan a enterrar a Segouia; vno dize que a todas se auentaja la de la libertad de los galeotes; otro, que ninguna yguala a la de los dos gigantes benitos, con la pendencia del valeroso vizcaino.»

«Digame, señor bachiller», dixo a esta sazon Sancho, «¿entra ay la auentura   -fol. 11r-   de los yangueses, quando a nuestro buen Rozinante se le antojó pedir cotufas en el golfo?»72.

«No se le quedó nada», respondio Sanson, «al sabio en el tintero; todo lo dize y todo lo apunta, hasta lo de las cabriolas que el buen Sancho hizo en la manta.»

«En la manta no hize yo cabriolas», respondio   -64-   Sancho; «en el aire si, y aun mas de las que yo quisiera.»

«A lo que yo imagino», dixo don Quixote, «no hay historia humana en el mundo que no tenga sus altibaxos, especialmente las que tratan de cauallerias, las quales nunca pueden estar llenas de prosperos sucessos.»

«Con todo esso», respondio el bachiller, «dizen algunos que han leydo la historia, que se holgaran se les huuiera oluidado a los autores della algunos de los infinitos palos que en diferentes encuentros dieron al señor don Quixote.»

«Ay entra la verdad de la historia», dixo Sancho.

«Tambien pudieran callarlos por equidad», dixo don Quixote, «pues las acciones que ni mudan, ni alteran la verdad de la historia, no ay para qué escriuirlas, si han de redundar en menosprecio del señor de la historia. A fee que no fue tan piadoso Eneas como Virgilio le pinta, ni tan prudente Vlisses como le descriue Homero.»

«Assi es», replicó Sanson; «pero vno es escriuir como poeta y otro como historiador; el poeta puede contar o cantar las cosas, no como fueron, sino como deuian ser, y el historiador las ha de escriuir, no como deuian ser, sino como fueron, sin añadir ni quitar a la verdad cosa alguna.»

«Pues si es que se anda a dezir verdades esse señor moro», dixo Sancho, «a buen seguro   -65-   que entre los palos de mi señor se hallen los mios; porque nunca a su merced le tomaron la medida de las espaldas, que no me la tomassen a mi de todo el cuerpo; pero no ay de que marauillarme, pues como dize el mismo señor mio, del dolor de la cabeça han de participar los miembros.»

«Socarron soys, Sancho», respondio don Quixote; «a fee que no os falta memoria, quando vos quereis tenerla.»

«Quando yo   -fol. 11v-   quisiesse oluidarme de los garrotazos que me han dado», dixo Sancho, «no lo consentiran los cardenales, que aun se estan frescos en las costillas.»

«Callad, Sancho», dixo don Quixote, «y no interrumpais al señor bachiller, a quien suplico passe adelante en dezirme lo que se dize de mi en la referida historia.»

«Y de mi», dixo Sancho; «que tambien dizen que soy yo vno de los principales presonages della.»

«Personages, que no presonages, Sancho amigo», dixo Sanson.

«Otro reprochador de voquibles tenemos», dixo Sancho; «pues andense a esso y no acabaremos en toda la vida.»

«Mala me la de Dios, Sancho», respondio el bachiller, «si no soys vos la segunda persona de la historia, y que ay tal que precia mas oyros hablar a vos que al mas pintado de toda ella, puesto que tambien ay quien diga que anduuistes demasiadamente de credulo en creer   -66-   que podia ser verdad el gouierno de aquella insula ofrecida por el señor don Quixote, que está presente.»

«Aun ay sol en las73 vardas», dixo don Quixote, «y mientras mas fuere entrando en edad Sancho, con la esperiencia que dan los años, estara mas idoneo y mas habil para ser gouernador, que no está agora.»

«Por Dios, señor», dixo Sancho, «la isla que yo no gouernasse con los años que tengo, no la gouernaré con los años de Matusalen; el daño está en que la dicha insula se entretiene, no se dónde, y no en faltarme a mi el caletre para gouernarla.»

«Encomendadlo a Dios, Sancho», dixo don Quixote; «que todo se hara bien, y quiça mejor de lo que vos pensais; que no se mueue la hoja en el arbol sin la voluntad de Dios.»

«Assi es verdad», dixo Sanson, «que si Dios quiere, no le faltarán a Sancho mil islas que gouernar, quanto mas vna.»

«Gouernador74 he visto por ay», dixo Sancho, «que a mi parecer no llegan a la suela de mi çapato, y, con todo esso, los llaman señoria, y se siruen con plata.»

«Essos no son gouernadores de insulas», replicó Sanson, «sino de otros gouiernos mas manuales; que los que   -fol. 12r-   gouiernan insulas, por lo menos, han de saber gramatica.»

«Con la grama bien me auendria yo», dixo Sancho, «pero con la tica ni me tiro ni me pago75, porque no la entiendo; pero dexando   -67-   esto del gouierno en las manos de Dios, que me eche a las partes donde mas de mi se sirua, digo, señor bachiller Sanson Carrasco, que infinitamente me ha dado gusto que el autor de la historia aya hablado de mi de manera, que no enfadan las cosas que de mi se cuentan; que a fe de buen escudero que si huuiera dicho de mi cosas que no fueran muy de christiano viejo, como soy, que nos auian de oyr los sordos.»

«Esso fuera hazer milagros», respondio Sanson.

«Milagros o no milagros», dixo Sancho, «cada vno mire cómo habla o cómo escriue de las presonas, y no ponga a troche moche lo primero que le viene al magin.»

«Una de las tachas que ponen a la tal historia», dixo el bachiller, «es que su autor puso en ella vna nouela intitulada: El Curioso Impertinente, no por mala ni por mal razonada, sino por no ser de aquel lugar, ni tiene que ver con la historia de su merced del señor don Quixote.»

«Yo apostaré», replicó Sancho, «que ha mezclado el hideperro berzas con capachos76

«Aora digo», dixo don Quixote, «que no ha sido sabio el autor de mi historia, sino algun ignorante hablador que, a tiento y sin algun discurso, se puso a escriuirla, salga lo que saliere, como hazia Orbaneja, el pintor de Vbeda77, al qual preguntandole qué pintaua, respondio: «Lo que saliere»; tal vez pintaua vn   -68-   gallo de tal suerte y tan mal parecido, que era menester que con letras goticas escriuiesse junto a el: «este es gallo»; y assi deue de ser de mi historia, que tendra necessidad de comento para entenderla.»

«Esso no», respondio Sanson; «porque78 es tan clara, que no ay cosa que dificultar en ella; los niños la manosean, los79 moços la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran, y, finalmente, es tan trillada y tan leyda, y tan sabida de todo genero de gentes, que apenas han visto algun rocin flaco, quando dizen: «Alli va Rocinante»,   -fol. 12v-   y los que mas se han dado a su letura son los pages. No ay antecamara de señor, donde no se halle vn don Quixote; vnos le toman, si otros le dexan; estos le embisten y aquellos le piden; finalmente, la tal historia es del mas gustoso y menos perjudicial entretenimiento que hasta agora se aya visto; porque en toda ella no se descubre, ni por semejas, vna palabra deshonesta, ni vn pensamiento menos que catolico.»

«A escriuir de otra suerte», dixo don Quixote, «no fuera escriuir verdades, sino mentiras, y los historiadores que de mentiras se valen auian de ser quemados, como los que hazen moneda falsa, y no se yo que le mouio al autor a valerse de nouelas y cuentos agenos, auiendo tanto que escriuir en los mios; sin duda se deuio de atener al refran: «De paja y de heno, &c.»80. Pues en verdad que en solo manifestar mis pensamientos, mis sospiros, mis lagrimas,   -69-   mis buenos desseos y mis acometimientos pudiera hazer vn volumen mayor, o tan grande, que el que pueden hazer todas las obras del Tostado81. En efeto, lo que yo alcanço, señor bachiller, es que para componer historias y libros de cualquier suerte que sean, es menester vn gran juyzio y vn maduro entendimiento; dezir gracias y escriuir donayres es de grandes ingenios; la mas discreta figura de la comedia es la del bobo82, porque no lo ha de ser el que quiere dar a entender que es simple. La historia es como cosa sagrada, porque ha de ser verdadera, y donde está la verdad está Dios, en quanto a verdad, pero no obstante esto ay algunos que assi componen y arrojan libros de si, como si fuessen buñuelos.»

«No hay libro tan malo», dixo el bachiller, «que no tenga algo bueno83

«No ay duda en esso», replicó don Quixote, «pero muchas vezes acontece, que los que tenian meritamente grangeada y alcançada gran fama por sus escritos, en dandolos a la estampa, la perdieron del todo, o la menoscabaron en algo.»

«La causa desso es», dixo Sanson, «que como las obras impressas se miran   -fol. 13r-   despacio, facilmente se veen sus faltas, y tanto mas se escudriñan quanto es mayor la fama del que las compuso. Los hombres famosos por sus ingenios, los grandes poetas, los ilustres historiadores, siempre, o las mas vezes, son embidiados de aquellos que tienen por gusto y por particular   -70-   entretenimiento juzgar los escritos agenos, sin auer dado algunos propios a la luz del mundo.»

«Esso no es de marauillar», dixo don Quixote, «porque muchos teologos ay que no son buenos para el pulpito, y son bonissimos para conocer las faltas o sobras de los que predican.»

«Todo esso es assi, señor don Quixote», dixo Carrasco; «pero quisiera yo que los tales censuradores fueran mas misericordiosos y menos escrupulosos, sin atenerse a los atomos del sol clarissimo de la obra de que murmuran, que si aliquando bonus dormitat Homerus84, consideren lo mucho que estuuo despierto por dar la luz de su obra con la menos sombra que pudiesse, y quiça podria ser que lo que a ellos les parece mal, fuessen lunares que a las vezes acrecientan la hermosura del rostro que los tiene, y, assi, digo que es grandissimo el riesgo a que se pone el que imprime vn libro, siendo de toda impossibilidad impossible componerle tal, que satisfaga y contente a todos los que le leyeren.»

«El que de mi trata», dixo don Quixote, «a pocos aura contentado.»

«Antes es al reues» [replicó Sanson], «que como de stultorum infinitus est numeras85, infinitos son los que han gustado de la tal historia. Y algunos han puesto falta y dolo en la memoria del autor, pues se le oluida de contar quién fue el ladron que hurtó el ruzio a Sancho,   -71-   que alli no se declara86, y solo se infiere de lo escrito que se le hurtaron, y de alli a poco le vemos a cauallo sobre el mesmo jumento, sin auer parecido; tambien dizen que se le oluidó poner lo que Sancho hizo de aquellos cien escudos que halló en la maleta en Sierra Morena, que nunca mas los nombra, y ay muchos que desean saber qué hizo dellos, o en qué los gastó, que es vno   -fol. 13v-   de los puntos sustanciales que faltan en la obra.»

Sancho respondio:

«Yo, señor Sanson, no estoy aora para ponerme en cuentas ni cuentos; que me ha tomado vn desmayo de estomago, que si no le reparo con dos tragos de lo añejo87 me pondra en la espina de Santa Lucia88; en casa lo tengo, mi oislo89 me aguarda, en acabando de comer dare la buelta, y sati[s]fare90 a vuestra merced y a todo el mundo de lo que preguntar quisieren, assi de la perdida del jumento, como del gasto de los cien escudos.»

Y, sin esperar respuesta ni dezir otra palabra, se fue a su casa. Don Quixote pidio y rogo al bachiller se quedasse a hazer penitencia con el; tuuo el bachiller el embite, quedose, añadiose al ordinario vn par de pichones, tratose en la mesa de cauallerias, siguiole el humor Carrasco, acabose el banquete, durmieron la siesta, boluio Sancho y renouose la platica passada.



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