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Donde Dios todavía es mujer: Sor Juana y la teología feminista


Linda Egan





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La teología católica asegura que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Sor Juana Inés de la Cruz no afirma tal cosa.

A lo largo de su poesía, teatro y prosa, la monja mexicana del siglo XVII apenas se refiere a la Trinidad masculina ortodoxa. Más bien elige nombres andróginos que tanto servirían para un Dios femenino como para una deidad masculina: Dios es el Ser Supremo, Autor Divino, Centro, Mente Divina, Majestad Infinita, Divina Esencia, Sumo Poder, Eterna Sabiduría, entre otros.

Sor Juana también le da a la Virgen María una proliferación de nombres, o andróginos o representantes de la soberanía de una diosa pagana: a María la llama Emperatriz Suprema, Reina Soberana de los Cielos y «absoluta Señora de todo lo criado» (núm. 406, v. 475)1; o bien Maestra Divina, Sabiduría, Luciente Aurora, matutina Lux, Luna, Reina de la Luz, Águila, Árbol de Vida, Minerva Divina, etcétera.

Esta aparente problematización del género y poder de Dios reduce la autoridad masculina de la divinidad católica, al mismo tiempo que ensalza la autoridad de María y de los valores que ella hereda de sus predecesores en la cadena de evolución divina desde la prehistoria. La María sorjuanina es una deidad, una persona de Dios en la Trinidad.

La escritora afirma, por ejemplo, que al ascender la Virgen María al Cielo, «es Dios Quien entra en Trono más excelso» (núm. 305, v. 30). Cuando la figura de Cristo/Narciso se sumerge en la fuente de agua pura al final del auto sacramental El divino Narciso, entendemos que se une a la Naturaleza Humana, de acuerdo con el dogma, pero también vemos que se hace uno mismo con la María de la Inmaculada Concepción, representada en la obra por la fuente2: Cristo y María son uno. En un romance sacro María es la Rosa   -328-   de la que la Abeja (Cristo) nace y depende absolutamente. María y Jesús son seres iguales en una pareja divina: «Hijo y Madre, en tan divinas / peregrinas competencias, / ninguno queda deudor / y ambos obligados quedan» (núm. 53, vs. 33-36).

Y así con el tercer aspecto de la Trinidad masculina. En el auto El cetro de José, es una figura femenina, Profecía, la que declara: «El Espíritu de Dios / soy...» (vs. 1085-1086), osadía teológica que alarma a Méndez Plancarte (t. 3, p. 626, nota). En una de las Letras de San Bernardo la Trinidad es Dios, Cristo y María, «pues en bienes de los Tres / no se admite división» (núm. 342, vs. 38-39). María ocupa el lugar del Espíritu Santo.

Sor Juana no sólo problematiza el género de Dios sino el de todo dios masculino -Apolo, por ejemplo, aparece como «Cocinera» (núm. 23; v. 90) en un momento. Con semejante intención, tergiversa los estigmas ortodoxos. La Eco/Eva del Narciso no frustra la voluntad de Dios; su único pecado es haber reclamado una porción de la divinidad de Cristo y los hombres que lo reflejan en la tierra3. Por otra parte, en los Ejercicios devotos a la Encarnación, Sor Juana asigna toda la culpa por el pecado original, «el pecado de nuestro primer padre», a «Adán y todos sus hijos» -ni menciona la versión más conocida del texto bíblico que le asigna la culpa a Eva (núm. 406, ls. 580-581 y 573).

Es evidente que para Sor Juana la palabra final sobre la teología católica no se había pronunciado. Había o debía de haber la posibilidad de volver al comienzo de la historia cristiana e inscribir nuevos significados sobre viejas tablas.

Esos nuevos significados eran viejos, en realidad. La teología feminista de Sor Juana, lo que Octavio Paz llama un «deísmo racionalista», y Electa Arenal define como una epistemología feminista4, tiene sus raíces en el mismo terreno donde el cristianismo ortodoxo nació: en los vástagos del paganismo y en el gnosticismo de la primitiva era cristiana. Su estudio del hermetismo y su rama mágica, la Cábala, aspectos del neoplatonismo de los siglos XVI y XVII, le dieron pistas que la guiaron a una cosmovisión heterodoxa y le prestaron la porción de una filosofía más o menos tolerada en su momento por   -329-   la Iglesia5. Además le ayudaba su estudio del conocimiento científico, gran parte del que fue vedado por la Iglesia. En la Respuesta que siguió a la publicación de la tan criticada Carta Atenagórica, Sor Juana racionaliza que prosiguió «dirigiendo siempre [...] los pasos de mi estudio a la cumbre de la Sagrada Teología; pareciéndome preciso, para llegar a ella, subir por los escalones de las ciencias» (ls. 312-315).

Los eclesiásticos por fin se vieron obligados a identificar en Sor Juana su heterodoxia religiosa. La forzaron a abandonar su escritura poética y dramática, y a reafirmar su aceptación del dogma ortodoxo6. Pero aún en el momento más peligroso de su vida, la monja admite que hace años que vive «no sólo sin Religión sino peor que pudiera un pagano» (núm. 410, ls. 37-38). ¿Sabría Sor Juana siempre que la escritura sería su perdición? Años antes de retar a los eclesiásticos en la Carta Atenagórica, el escrito que más directamente la llevó a la ruina, parecía prever que «[...] mi tintero es la hoguera / donde tengo que quemarme» (núm. 49, vs. 149-150). En la Carta de 1682 a su confesor, el padre Núñez, pregunta «¿Soi por ventura herege?»7. Lo mismo hace, y con una actitud todavía desafiante, en su Respuesta nueve años después. Pero ya su miedo a la Inquisición es muy evidente. Sor Juana teme en ese momento las consecuencias de haber criticado al jesuita Vieyra en su Carta del noviembre anterior, cuando lleva años esperando con ansiedad que el Santo Oficio reaccione a lo que ha dicho en «asuntos sagrados». Admite que «muchas veces este temor me ha quitado la pluma de la mano» (ls. 154-155)8.

¿Qué vieron los eclesiásticos en los textos de la monja que era u olía a herejía? ¿Por qué se arriesgaba a hablar en «el coto vedado de la teología... un terreno no sólo tan masculino, sino tan sagradamente masculino»?9 ¿Por qué se sintió durante más de veinte años inspirada a trocar los sexos de Dios/Cristo y María, a negar, en efecto, la base del cristianismo ortodoxo? Decir que fue su feminismo no basta. La autovindicación atrevida de la Respuesta y el feminismo «virulento» (Bénassy, p. 165) y «desafiante» (Paz,   -330-   p. 562) de sus villancicos a Santa Catarina, o la exagerada exaltación de la Virgen María en otros juegos de villancicos y en los Ejercicios devotos sí son elementos de una cosmovisión feminista. Pero no bastan para explicar completamente su culto a María (la mariolatría). Hay que agregar que la Iglesia amordazó a la monja, por fin, porque hablaba públicamente sobre asuntos teológicos. No había ni hay lugar en la Iglesia para sacerdotisas.

Electa Arenal rompió terreno virgen en 1983 con un artículo que comenta el linaje que la monja traza para María hasta la prehistoria, donde la civilización matriarcal fue regida por la Gran Madre: «Wisdom (Mary, Sophia), the pro/genitor»10. En este estudio y en otro más reciente11, Arenal concluye que la mariolatría de Sor Juana le permitió argumentar a favor del derecho de la mujer, y específicamente el suyo, a estudiar y a escribir.

Arenal acierta hasta donde llega. El reclamo de Sor Juana por los derechos de mujeres eruditas es sólo parte de la «epistemología feminista» de la que habla Arenal. Es importante notar además la base teológica que Sor Juana desarrolla, año tras año, en obra tras obra, para desconstruir la Trinidad masculina y reconstruirla a base de un principio femenino. De ahí que, incluso en sus obras más «ortodoxas» (los autos y los villancicos), Dios puede ser o mujer o un ser sin sexo, o puede estar ausente, como señala José Joaquín Blanco al hablar del Primero Sueño12, y como sugiere Paz al decir de Sor Juana misma: «Siempre, en su interior más íntimo, hubo un hueco que no llenaban ni la imagen de Dios ni las ideas que entretenían sus desvelos» (p. 579).

Fue demasiado inteligente Sor Juana para no querer desenmarañar las contradicciones esenciales de su vida: ¿sería posible creer en la bondad de un Dios que dictara que la única «salvación» (núm. 405, l. 274) para una mujer que naciera pobre, decente, hermosa y brillante fuera entrar, sin convicción religiosa, en un convento? ¿Cómo podría Dios ordenar un mundo en que mujeres como Sor Juana tuvieran que arriesgar la salud, el bienestar mental o la propia vida para ejercer la inteligencia que el mismo Dios les dio? ¿Cómo llegaron las mujeres a ser atrapadas en tal Catch-22?

La respuesta tendría que estar en la Biblia y, tal vez más importante, en lo que no estaba en la Biblia. Los orígenes del misterio tendrían que evidenciarse por el estudio de la historia religiosa, de conocimientos que, precisamente porque le fueron vedados por los eclesiásticos, tendrían que sugerirle respuestas.

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Para eso, Sor Juana tuvo acceso a todas las escrituras principales de la antigüedad y de su tiempo13. Y su intelecto, «sintético... en alto grado» (Paz, p. 240), le permitiría reconocer una conspiración masculina que siglos antes había logrado pervertir el orden espiritual y moral. Habla en la Respuesta de su habilidad de seguir diversos hilos intelectuales y percibir entre sus «ocultos engarces... esta cadena universal» que había confeccionado «la sabiduría de su Autor» (ls. 14-16). Esta cadena universal es una manera de referirse a una teología, es decir, una conceptualización sistemática del mundo espiritual. En la suya, Sor Juana destacaba un momento en que el poder de una deidad suprema femenina y los derechos de toda mujer fueron injustamente arrebatados por un patriarcado que tergiversó los valores sociales.

La Iglesia siempre ha luchado, sin éxito total, por erradicar los antiguos valores femeninos de la conciencia religiosa del pueblo14. Sor Juana, entretanto, luchaba con sus escritos contra la hegemonía de la autoridad masculina que ella sufría, tanto dentro del convento como afuera, en una sociedad que reflejaba los valores del Padre, del Hijo y el Espíritu Santo.

El más importante de los «ocultos engarces» que Sor Juana veía en su estudio de las teologías pagana, gnóstica y hermética es que los tres terrenos religiosos acentúan el aspecto femenino de la divinidad. Mujeres y hombres son iguales. Los paganos veneran a la Gran Madre Diosa como la deidad suprema, bajo muchos nombres. Los gnósticos permiten a las mujeres predicar, profetizar y mandar en la iglesia y las aceptan como fuentes de revelación divina (Cristo puede ser y a menudo es una figura femenina o andrógina; el Espíritu Santo casi siempre es femenino; el mismo Dios es mujer o andrógino). Los herméticos veneran a un profeta pagano que prefigura a Cristo y a la diosa egipcia Isis que reina sobre todo (cf. Yates).

Otros principios que las tres vertientes religiosas tienen en común y que Sor Juana incorporó en su teología:

1.- Los dioses son de naturaleza multiforme y jeroglífica. Sor Juana prefiere evocar a la diosa bajo su nombre egipcio, Isis. La preferencia es natural, dada la egiptomanía que fue «una de las enfermedades intelectuales» de su momento (Paz, p. 236). Algunos símbolos o jeroglíficos asociados con la diosa (Isis, Cibeles, Opis, Io, Hero, Afrodita, Démeter, Venus, Diana, Juno, Proserpina, Hécate, Minerva, Luna, Sofía, etc., etc.) que son importantes en la obra de Sor Juana son: La serpiente (Isis, o Pitia, sacerdotisa oráculo de Delfos) =   -332-   renovación; El toro o sus cuernos (Isis) = vida; El árbol de la vida o del conocimiento (Isis) = regalo de la diosa para toda la humanidad; El mar (Diosa/Isis) = vida; La cruz (Isis/Cristo) = salud, felicidad, vida eterna (la crux ansata de Egipto con sus rayos y círculos, cuerno y serpiente = emblema fuerte de Isis/Dios); El sol (hijo de la diosa/Apolo/Cristo).

2.- Los dioses casi siempre se organizan en trinidades (cf. Eisier, y Reuther). Luna, Hécate y Diana figuran entre las diosas paganas con tres rostros. Los trinos gnósticos suelen ser completamente femeninos (el Pensamiento Primal Triforme, por ejemplo, con las personas femeninas Pensamiento, Inteligencia y Previsión/Imaginación/Conjetura) o bien mixtos/andróginos (Protenoia Trimórfica, por ejemplo, con las personas Padre, Madre e Hijo). En las trinidades mixtas, la persona del Espíritu Santo suele ser femenina: Sabiduría o Sofía o, según Sor Juana, María.

3.- El dualismo o androginia es un fuerte principio pagano, gnóstico y hermético; refleja el deseo del equilibrio, la paz y la tolerancia. Isis es consorte de su hermano Osiris; María es la Esposa (Madre Iglesia) de su Hijo/Esposo Jesús. Isis/Dios puede ser masculino y femenino (cf. Eisler).

4.- El intelecto, o la razón, es parte indivisible de la inspiración divina. Nous o mens (Ennoia, Luz, etc.) son conceptos femeninos que significan Dios. La Luz hermética es la clave que explica todo lo espiritual. El individuo solo, en una especie de trance gnóstico, ejerce su inteligencia para descifrar el jeroglífico que es Dios o el significado del universo y para unir el alma con la Primera Causa (cf. Buxó, Paz, y Yates).

En el contexto de esta síntesis de los conocimientos gnósticos de Sor Juana, podemos descifrar mejor los sermones que oculta debajo de la naturaleza jeroglífica de su obra. Los símbolos y nombres para Isis, por ejemplo, le permiten a la poetisa hacer críptico su mensaje para satisfacer tanto la sed de su público barroco por los enigmas verbales como su necesidad personal de encubrir sus pensamientos más peligrosos15.

En el caso del Neptuno Alegórico, Sor Juana escribió supuestamente para enaltecer las virtudes del nuevo virrey de México. Pero la monja pronto convirtió la obra en un sermón sobre las finezas de Isis-María. Al explicar su decisión de representar al virrey con el dios Neptuno, advierte que Dios puede ser adorado «debajo de diferentes jeroglíficos» (l. 3). Luego establece un paralelo hermético entre el cristianismo y el paganismo: Cristo esconde su imagen debajo de las parábolas, y los dioses paganos se esconden debajo de jeroglíficos   -333-   que los representan «por similitud, ya que no por perfecta imagen» (ls. 1920). Cristo tiene un aspecto femenino; en el Neptuno, Isis prefigura a María. Veamos cómo se dan estas relaciones en una serie de referencias mitológicas y bíblicas. Resulta que Neptuno es hijo de Isis, «madre de todos los dioses» (núm. 401, l. 119), fuente de «la misma sabiduría» (l. 192). Minerva es Isis (l. 308), y este dualismo femenino es la «propia sabiduría» de Neptuno (l. 1299). De hecho, Minerva y Neptuno son una sola cosa (l. 1283). Al investir a éste de los poderes del toro, al mismo tiempo evoca a Isis y sugiere lo que pronto declarará: que Isis/Minerva y Neptuno (madre e hijo) son una pareja andrógina y un solo dios femenino. Neptuno es el dios de las Aguas, pero el mar es también la diosa. Y ahora Sor Juana fragua un eslabón clave en su cadena de autoridades divinas: el nombre de María significa mar en latín, y la Virgen es como la diosa Venus (Isis) que nos anuncia y trae al Sol (Cristo). Saliendo Isis/Venus/María del Océano, «destierra las tinieblas de la noche» (l. 1618) -igual que Dios cuando creó el mundo. El círculo está empalmado: Isis es Dios, Isis es María, María es Dios.

En otras partes de su obra, sus alusiones jeroglíficas son más sutiles, pero no por eso menos significantes. Méndez Plancarte se extraña, por ejemplo, que en El cetro de José la serpiente-demonio de la Biblia «haya sido jeroglífico de la libertad, o de la victoria, o de la inocencia» (t. 3, p. 612, nota). No sabe, o no quiere saber, que su monjita inventó el jeroglífico para resucitar el poder femenino de la «Pitonisa doncella / de Delfos...» (Isis), de la que habla en otro poema (núm. 215, vs. 41-42).

El truco en clave del Cetro es más delicioso porque es el diablo, el personaje Lucero, el que lo practica (vs. 205-214). Pero este diablo no es el demonio de la Biblia. La escena del auto ocurre en Egipto y se sitúa en la época en que Yavé está conquistando a la diosa. Advertimos que Lucero actúa con la ayuda de la Inteligencia, la Ciencia y la Conjetura. Lucero es la Luz (Dios), concepto pagano-gnóstico-hermético en el que habita la trinidad femenina Pensamiento, Inteligencia y Conjetura: la diosa. Sor Juana, claro, no puede dejar que, en un auto sacramental publicado en el imperio católico, su trinidad heterodoxa triunfe abiertamente sobre la ortodoxia que José profetiza. Pero tampoco pierde la oportunidad de sugerir en clave que «la Sierpe bajo el pie» en la Biblia es «inocente» de las acusaciones en su contra, que sobrevive en la «libertad» de la conciencia de cada persona, y que su «victoria» sobre la misoginia de los padres eclesiásticos es de esperar.

El mensaje del Cetro forma parte de una conciencia espiritual consistentemente orientada en contra del dogma antifeminista ejemplificado en la Trinidad ortodoxa masculina. La María sorjuanina cuyo nombre es Libro (villancico II, v. 4) es la Sabiduría, la Minerva Divina (villancico V, v. 9), la Palabra de Dios, el Verbo: es y contiene a Dios, igual que a María, cuyo nombre es Árbol de Vida (villancico LVI, v. 23), Maestra Divina (núm. 220, v. 7) y Soberana Doctora (núm. 219, v. 1). Asimismo, la diosa que dio a luz al sol durante   -334-   el solsticio invernal que celebraban los antiguos recuerda a la María que dio luz al Sol en la Navidad (núm. 284) y a la Virgen gnóstica-pagana de los Ejercicios devotos, donde ella es un ser «no sobrepasado por ningún otro». Existe en la Trinidad, a la par con Cristo, porque «después de Dios, no hay santidad, no hay virtud, no hay pureza, no hay mérito, no hay perfección como la de María» (ls. 1089-1091). Esta mujer comparte igualmente con el hombre en el imago Dei, dentro de un mundo donde la luz y la inteligencia conducen al alma a la unión con Dios.

La visión teológica de los Ejercicios es «coherente» con otras partes de la obra de Sor Juana16, donde encontramos repetidas alusiones a una inteligencia andrógina (núm. 37, vs. 31-32) y a un alma sin sexo (núm. 19, vs. 111-112), «En dos partes dividida» (núm. 99, v. 21). Cuando Santa Catarina de Alejandría murió porque estudió y predicó teología, «Fue de Cruz su martirio...» (núm. 315, v. 41), «pero no murió en ella: porque siendo / de Dios el jeroglífico infinito, / en vez de topar muerte, halló el aliento» (vs. 46-48) -igual que Cristo en su cruz. La Catarina que Sor Juana funde con Cristo es portavoz, además, de Isis y María. María es Rosa; Catarina es la «Alejandrina Rosa», o María egipcia y pagana. Y la cruz en la que Catarina muere es la crux ansata, emblema de Isis y símbolo de vida eterna.

Estos «beligerantes» (Paz, p. 562) villancicos a Santa Catarina fueron escritos el mismo año de crisis en que Sor Juana defendió su libertad de pensar y escribir, en la Carta Atenagórica y la Respuesta. En estos documentos en prosa Sor Juana expresa más abiertamente su pensamiento teológico.

El texto que causó la crisis que terminó su carrera, y muy poco después la llevó a buscar su muerte17, es un tratado teológico en que se ve claramente la heterodoxia del pensamiento de la monja. La Carta Atenagórica (1690) es refutación de un sermón escrito cuarenta años antes por un respetado jesuita portugués. Fue ya escandaloso que una monja criticara a un sacerdote. Pero,   -335-   más serio, que el contenido de la crítica fuera considerado herético18. Después de disputar la opinión de Vieyra sobre la mayor fineza de Cristo, en una sección aparte, Sor Juana eligió agregar un argumento voluntario y personal en que considera la mayor fineza de Su Majestad y Divino Amor (Dios). Y ésta es precisamente «suspender los beneficios» y «no hacer finezas» (núm. 404, l. 1097-1099), dejando al hombre en libertad para pensar y obrar bien o mal, según su propia alma le dicte. El entendimiento humano, dice Sor Juana, es una «potencia libre» que «asiente o disiente necesario a lo que juzga ser o no ser verdad» en asuntos espirituales (ls. 42-44).

Plantear así la autonomía del alma es lo que los sacerdotes católicos dogmáticamente tuvieron que atacar19. El cristiano Prisciliano del siglo IV, a quien Sor Juana seguramente conocía por su lectura de San Agustín, causó gran tumulto en la Iglesia; el teólogo español, además de predicar la herejía de igualdad entre mujeres y hombres en la iglesia, sostuvo hasta la muerte que cada individuo tiene la responsabilidad de buscar la iluminación espiritual por el estudio riguroso y solitario, que Dios está dentro de cada persona, que un alma cristiana no necesita los servicios de un sacerdote. Acusado de venerar al sol y a la luna en ritos mágicos, de anti-Trinitarismo y de leer los prohibidos evangelios gnósticos, Prisciliano fue torturado y decapitado. Su pensamiento y el de Sor Juana se asemejan en mucho.

Es claro que lo que la monja dejó expresar tan abiertamente en la Carta fue herejía -el «crimen» y la declaración «herética» a los que se refiere Sor Juana en la Respuesta que escribió tres meses después. En esa autodefensa Sor Juana demanda saber por qué «mi entendimiento tal cual ¿no es tan libre como el [de Vieyra]...?» (núm. 405, ls. 1172-1173). No acepta la crítica en su contra; declara, porque «como yo fui libre para disentir de Vieyra, lo será cualquiera para disentir de mi dictamen» (ls. 1190-1192).

Cuando escribió la Respuesta, en marzo de 1691, Sor Juana llevaba años diciendo lo mismo. En 1682 le había escrito a su confesor el padre Núñez para despedirlo; en efecto, para deshacerse de sus servicios porque estaba harta de escuchar a Núñez criticarla por sus escritos y su no «tan servil natural»20. Ya quiere que su confesor «no se acuerde de mí» (p. 625). Al defender su derecho a estudiar, razonar y expresarse independientemente, Sor Juana le echa en cara a Núñez estas palabras que nos recuerdan a Prisciliano:

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[...] Dios que me crió y redimió, y que usa conmigo tantas misericordias, proveherá con remedio para mi alma, que esper[o] en su vondad no se perderá, aunque le falte la dirección de V. R., [y] el salvarse... más estará en mí que en el confesor. ¿Qué precisión ay en que esta salvación mía sea por medio de V. R.?


(pp. 625-626)                


Vemos su inclinación a desviarse de los dictámenes eclesiásticos y abrazar las creencias gnósticas claramente en la Respuesta. Cuando Sor Juana ataca el mandato de San Pablo que las mujeres se callen en la Iglesia, le recuerda a su destinatario, el obispo de Puebla, «que en la Iglesia primitiva se ponían las mujeres a enseñar las doctrinas unas a otras en los templos» (ls. 1056-1058). Es más, dice, «en el fervor de la primitiva Iglesia» (l. 1144) las mujeres tenían el derecho de estudiar, incluso muchas a las que conocía el propio San Pablo. Así demanda saber: «yo quisiera que estos intérpretes y expositores de San Pablo me explicaran cómo entienden aquel lugar: Mulieres in Ecciesia taceant» (ls. 1123-1126), sobre todo cuando se puede ver bien claro qué tan estúpidamente algunos de ustedes los hombres ejercen su sagrado derecho de pregonar21. La imagen borrosa de una cueva iluminada se nos presenta con estas palabras, y con ella la visión de una Apóstol Juana predicando en un rito gnóstico. Semejante vaharada de independencia religiosa le infunde El Mártir del Sacramento, San Hermenegildo. El auto expone dos temas significativos, que reflejan el pensamiento de Sor Juana en sus tres cartas, ambos introducidos en la loa. Uno es el conflicto entre la autoridad y el libre albedrío. Sor Juana, disfrazada de estudiante de teología, con más autoridad que los otros dos, pide a los compañeros que están discutiendo sus argumentos sobre el uso del libre albedrío en la fe que se lo repitan, porque


   [...] si el dejarla [cuestión]
es sólo por el obsequio
de mi atención, no es razón
que quedéis mal satisfechos,
cediendo a la autoridad,
no a la razón, el derecho.

(vs. 89-94)                


El otro tema emerge cuando Hércules ilustra cómo es posible superar los sistemas de creencias predominantes. Hércules grita que el Universo termina en el Mundo Viejo. Colón luego prueba que Hércules se ha equivocado. Así Sor Juana introduce con ingenio teatral la idea central de su Hermenegildo: el conflicto entre una autoridad eclesiástica establecida y otra que luego triunfa.   -337-   El subtexto dice: en cuanto a la religión, siempre hay otro argumento, y uno puede demandar que la autoridad atrincherada retome la cuestión.

El tema explícito del auto -la ascendencia del cristianismo sobre el arrianismo herético- vino perfectamente a la mano de la monja, que como el católico Hermenegildo del auto se sentía una mártir por rechazar, en el espíritu si no en la letra, la autoridad y la religión de Padre y rey. El arrianismo de los siglos IV-VI (época de Prisciliano), igual que el gnosticismo, debilita la posición que Cristo ocupa en la Trinidad y aboga por el empleo del libre albedrío, con estudio y contemplación solitarios, para unir el alma con Dios. La lucha incansable de la Iglesia contra ambos -gnosticismo y arrianismo- dio a luz a la Inquisición. Con razón, Sor Juana plantea este tema con prudencia.

Espera hasta el final de la obra para concretar las diferencias teológicas entre el arrianismo y «la verdadera fe». Allí la Apostasía (el obispo arriano) dice (vs. 1815-1821):


Yo no arguyo, Hermenegildo,
ahora puntos diversos,
en que tus dogmas y míos
difieren en los Misterios,
como aquel de si es el Hijo
igual a Su Padre Eterno,
que ése es punto muy distante.

Pero muy cerca en la obra, Sor Juana sugiere un paralelo extraño. El obispo arriano (Apostasía), representante de la iglesia autoritaria, le ofrece a Hermenegildo el sacramento. Éste lo rechaza, porque sería sacrilegio aceptarlo de una «Víbora ingrata...» (v. 1835). Sería como tomar fruta en la que «en traje de vianda / se disfraza el veneno!» (vs. 1777-1778). La víbora ingrata y la comida envenenada nos hacen pensar en la Eva/diosa que tienta a Adán y peligra la ascendencia del único Dios Yavé sobre los paganos.

Méndez Plancarte juzga ésta una lectura de la teología ortodoxa tan errónea que reprende a Sor Juana en una nota larguísima (t. 3, pp. 593-596). La monja debió haber entendido mal, dice Méndez Plancarte, porque los curas arrianos sí fueron autorizados a suministrar la Eucaristía. La única excepción: si el sacramento fuera ofrecido por una de las raras sectas que no bautizaban en nombre de la Trinidad. La herejía anti-Trinitaria, Méndez Plancarte nota, era la peor de todas. Es precisamente esta heterodoxia de la que pecaba Sor Juana.

Pronuncia su última y más hermética palabra poética sobre este tema en el Primero Sueño. La silva de 975 versos es un taller filosófico en el que la monja sistemáticamente construye un universo señaladamente anti-Trinitario. A Cristo lo admite sólo al final (es el Sol cuya «luz judiciosa» destierra, por un espacio de horas, a Venus/Isis/María). A Dios lo reduce a andrógino: es la femenina Causa Primera (v. 408) y la Sabia Poderosa Mano (v. 670) y también es el masculino Eterno Autor (v. 674). Pero a María la mete por todas   -338-   partes, ya sea por imágenes que antes usa para la Virgen, ya sea por alusiones a una multitud de diosas que cercan el Centro.

Invoca a su trinidad personal en el primer puñado de versos, con Hécate, el aspecto nocturno de la triforme Luna/Diana/ Proserpina: «[...] la Diosa / que tres veces hermosa / con tres hermosos rostros ser ostenta» (vs. 13-15). Toda la primera sección del poema es una descripción de la noche en que reinan mujeres divinas. La principal es la Sabiduría (Isis/Sofía/Minerva/María). Del conocimiento de la diosa -el «fruto» (v. 37) del «árbol de Minerva» (v. 36)-, «la avergonzada Nictimene» (v. 27) había bebido «el licor claro» (v. 35). Con esta alusión Sor Juana sugiere, igual que en el Narciso, que una manifestación poco reconocida de la diosa es Eva, la que pecó por comer del árbol del conocimiento y la vida.

Más adelante, la Sabiduría reaparece como el espíritu humano que se empeña en acercarse al conocimiento total, el Centro del universo. Aquí el Alma es la Inteligencia/Sofía divina de la trinidad gnóstica y la Sabiduría/Isis de la cosmovisión pagana, «[...] la suprema / de lo sublunar Reina soberana» (vs. 438-439), por la que es posible la fusión con Dios.

Todas las múltiples formas en que la diosa del Sueño aparece están castigadas, desamparadas y enmudecidas por haber ejercido su autoridad divina contra las leyes del patriarcado22. Son caracterizadas como «aves sin pluma aladas» (v. 46) y «[...] nocturnas aves, / tan obscuras, tan graves» (vs. 22-23), que no se oyen en el silencio de la noche a la que han sido consignadas. Esta bandada de aves incluye a María. Aparece como el «[...] Águila Evangélica [...] / [...] que las Estrellas / midió y el suelo con iguales huellas» (vs. 681-683)23, la intermediaria por antonomasia entre lo divino y lo terreno. La vemos además como la deidad femenina que emerge triunfante de la masculina, «De Júpiter el ave generosa / -como al fin Reina...» (vs. 129-130). Y la vemos como la esperanza para la vuelta de la diosa al final del poema.

Allí entra con la aurora. Uno de los nombres de la Virgen, la aurora aquí está pintada con las mismas imágenes con las que Sor Juana siempre ha descrito a María. Es la que llega al mundo antes de Cristo/Dios, «[...] la bella precursora / signífera del Sol...» (vs. 917-918); es Venus, de quien «[...] el hermoso / apacible lucero / rompió el albor primero» (vs. 895-897), «hermosa si atrevida, / valiente aunque llorosa-» (vs. 901-902), con la frente «de matutinas luces coronada» (v. 904). La escritora coloca a esta María/diosa en confrontación con Cristo, en una dualidad clásica de Luz y Sombra, de Día y Noche, de Hembra y Macho. Aquí la diosa pierde la batalla, pero con la expectativa   -339-   de volver a triunfar: ahuyentada por «[...] la luz que el alcance le seguía» (v. 958), la diosa seguirá reinando donde Cristo no alcanza, y,


   [...] -en su mismo despeño recobrada
esforzando el aliento en la rüina-
en la mitad del globo que ha dejado
el Sol desamparada,
segunda vez rebelde determina
mirarse coronada...

(vs. 961-967)                


La diosa ha sido desterrada, pero vive en la forma de «todo lo que no es ser Dios» (villancico v, vs. 43-44), y ella volverá a venir.

¿Era pagana Sor Juana, entonces? ¿Hay que tomar al pie de la letra su declaración en ese llamado «voto de sangre» que hacía años que vivía «no sólo sin Religión sino peor que pudiera un pagano»?

No creo que haga falta pegarle la etiqueta de pagana o cristiana. En cuanto al hermetismo, escribía dentro de una tradición cristiana, por marginal que fuera. Y en cuanto a los elementos gnósticos en su obra, también se identificaba con el cristianismo, aunque consta que posteriormente los Padres de la Iglesia primitiva lograron declarar herética toda referencia gnóstica a un «Dios» que fuera o que siquiera admitiera faceta femenina. Pero hay que constar también que esa «faceta femenina» del cristianismo gnóstico se derivaba de la aún vigente veneración a la Gran Madre diosa, que hacía 25000 años había ocupado el lugar del Dios exclusivamente masculino que llegó a dominar la nueva teología occidental, el cristianismo.

Había en la monja una clara conciencia de que algo terriblemente malo había ocurrido al nacer esa nueva religión, el cristianismo. Fue algo injusto que, contra la lógica y todo principio humanitario, rebajó a las mujeres de su debido puesto en la jerarquía religiosa y las convirtió en seres criminales responsables por todo el mal de la tierra. Para Sor Juana, un cristianismo que les negaba a las mujeres su naturaleza divina era un cristianismo equivocado y, de hecho, inicuo. A la Iglesia misógina de su mundo ella no pudo rendir ni obediencia ni reverencia. Todo lo contrario: había que abogar, por así decir, por una vuelta figurativa al momento en que se inventó el cristianismo y asegurar que esta vez se hiciera bien.

Aunque no se han encontrado documentos que testifiquen un proceso del Santo Oficio contra Sor Juana, los críticos han notado el silencio raro y siniestro que siguió la retirada repentina de esta famosísima autora. El tratado teológico que ocasionó la crisis, como hemos visto, aserta una libertad gnóstica de fe que, expuesta en clara prosa y con propósito abiertamente teológico, bien podía haber sido el colmo para la Iglesia, que por tantos años había tolerado el aventurismo doctrinal de la monja en sus otros escritos. Esta mujer exponía ideas peligrosas sobre la veneración de deidades no-masculinas y la independencia del individuo de la jerarquía eclesiástica y mundos en que Dios no existía.

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Su pluma por fin la había puesto encima de la «hoguera», así como siempre había temido. Y la oímos decir aún hoy: Está bien. Que el fuego me consuma. Y que me vaya a un lugar de luz y compasión donde Dios todavía sea mujer.





 
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